1 de mayo de 2019

El cuento argentino en los años ’60, una breve ojeada empírica (I)


La década del ’60 del siglo XX sin duda se caracterizó, en cuanto a la literatura se refiere, por el fenómeno conocido como boom latinoamericano, un suceso que, gracias al impulso dado principalmente por la agente literaria española Carmen Balcells (1930-2015), promovió que las obras de un grupo de escritores latinoamericanos relativamente joven fuera ampliamente distribuido y causase un gran impacto en Europa y en todo el mundo. Estos autores se caracterizaron por innovar las temáticas y las estructuras narrativas para expresar las distintas problemáticas de sus respectivos países combinándolas con toques de fantasía. De ese modo fue que construyeron los pilares del realismo mágico, una corriente literaria cuyos rasgos principales eran la desgarradura de la realidad mediante una acción fantástica descripta de un modo realista recurriendo a la incorporación de diversos aspectos del subconsciente, lo onírico y lo imaginario en sus narrativas.
Suele considerarse al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) como el precursor del boom por su experimentación con las estructuras y recursos formales propios de la narrativa del siglo XX en su novela “El señor presidente” publicada en 1946. Tres años más tarde, el escritor cubano Alejo Carpentier (1904-1980) haría otro tanto en “El reino de este mundo”, novela en cuyo prólogo expuso la idea de lo “real maravilloso” (concepto que luego devendría en “realismo mágico”) para ilustrar que el realismo tradicional no podía expresar toda la verdad del continente americano y por ello buscaba una literatura que expresase el universo a través de la fantasía de los mitos, las tradiciones y las supersticiones.
Sin dudas, dentro del boom literario latinoamericano -y su repercusión en el ámbito argentino- le correspondió al cuento o relato breve un papel relevante.
Si bien no dentro del floreciente realismo mágico, fue notable el desarrollo pujante del cuento como expresión de las circunstancias coyunturales argentinas. Fueron varias las editoriales que por entonces lanzaron numerosas antologías que incluían tanto a cuentistas argentinos como hispanoamericanos contemporáneos,  prologadas y anotadas por prestigiosos críticos literarios y editores de la talla de, por ejemplo, Antonio Pagés Larraya (1918-2005) o Julia Constenla (1927-2011).
El incremento de los premios acordados por distintas editoriales a este tipo de  producción narrativa y la preferencia con que la abordaron revistas de actualidad como, entre otras, “Análisis”, “Primera Plana”, “Confirmado” y “Crisis”, contribuyen a reforzar el apogeo de la cuentística nacional. Esa proyección de los narradores a las publicaciones masivas incidió para que sus escritos se adecuaran al gusto o las necesidades de una nueva audiencia.
Fue en ese escenario que surgieron escritores como Dalmiro Sáenz (1926-2016) cuyos libros de cuentos “Setenta veces siete” y “No” figuraron en el momento de su publicación y durante algún tiempo en las listas de “best-sellers”. Ambas colecciones de cuentos poseían un componente temático de crítica social (crítica a la moral y las costumbres burguesas) y, sobre todo, atentaban contra las hipócritas costumbres sexuales de ese sector social. Tales cuestiones atrajeron a un público impactado políticamente por la reciente revolución cubana y socialmente por el descubrimiento de los deseos y fantasías reprimidas e inconscientes de naturaleza sexual gracias a la divulgación del psicoanálisis.


A la vez, otro fenómeno característico de aquellos años fue la irrupción avasalladora del existencialismo, una corriente filosófica que repercutió tanto en los corrillos intelectuales como en diversos aspectos de la vida cotidiana. Una revista atenta a dicho pensamiento, especialmente en la versión desarrollada por el filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980), fue “Contorno”, fundada por Ismael Viñas (1925-2014) en 1953. Y fue precisamente su hermano, el escritor y crítico literario David Viñas (1927-2011), cofundador de aquella revista representativa de la intelectualidad argentina de entonces, quien absorbió en su narrativa muchas categorías de procedencia existencial, combinadas con otras de signo marxista y con procedimientos propios de la novela negra norteamericana. En su libro de cuentos “Las malas costumbres”, por ejemplo, son remarcables la reiteración de acciones negativas y el desaliento provocado por la marginación y la humillación constantes. Sus historias son realistas, aunque no se preocupan por seguir ningún mandato del costumbrismo y desembocan, inexorablemente, en finales sorpresivos, bastante cerrados y perturbadores. Desde las diferencias socioeconómicas hasta las sexuales, pasando por las escolares y las familiares, abundan en ellas la obsesión por las jerarquías, relaciones de poder que no siempre se mantienen constantes y que pueden igualarse o incluso sufrir inversiones.
Rasgos de la ética existencial, preocupaciones políticas y criterios de origen psicoanalítico pueden verificarse también en la obra de Marta Lynch (1925-1985). En “Cuentos de colores”, por ejemplo, se percibe la vida cotidiana de las clases medias: a una buena dosis de tensiones sociales y políticas se suman los conflictos privados de hombres y mujeres que buscan o escapan, a veces sin saber de qué. La mujer y su rol en la sociedad fue un motivo recurrente y fervorosamente expuesto, al igual que las situaciones que suscita la relación de los sexos y el amor, cuya búsqueda o hallazgo parece un medio de combatir la fruslería, la mediocridad. Muchos de los protagonistas de sus historias buscan desesperadamente hacerse un lugar propio dentro de una voraz sociedad colmada de ruindades y miserias, un mundo en el que predominan el desamor, la mala fe, el narcisismo, la envidia, la simulación, y en el que la mujer es concebida como un objeto, como material de exposición.


Otro gran exponente de la cuentística de la época fue Abelardo Castillo (1935-2017). Bien conocido como fundador y director de “El Grillo de Papel” y “El Escarabajo de Oro”, emblemáticas revistas literarias identificadas con el existencialismo sartreano y su compromiso literario, publicó en aquella época los libros de cuentos “Las otras puertas” y “Cuentos crueles”. En ellos afloran varios elementos atribuibles al existencialismo: una cierta aprensión por lo instintivo y lo corporal, rastreable en los peregrinajes de los personajes por arrabales, casas, tabernas, las calles de la ciudad o de pequeños pueblos de provincia, donde llegan, por lo general, a situaciones límite y muchas veces parecen concurrir a una cita para dirimir un pleito con su propio destino. Tomando materiales de la infancia y la adolescencia para darles un tratamiento artístico, y tomando la geografía del barrio, la experiencia escolar y las relaciones de amistad como asunto transversal, Castillo conformó un universo literario que no suena artificial ni inverosímil, lleno de momentos significativos, de breves iluminaciones y algo de tradición.
Hubo otra corriente en la narrativa breve de la década del ’60 denominada neorrealismo, un movimiento artístico poseedor de raíces muy entrelazadas con el existencialismo. Si bien tuvo sus orígenes hacia 1920 en Italia, recién pudo desenvolverse en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial tras la caída del régimen fascista. En Argentina hubo varias publicaciones periódicas en cuyos artículos se ponía en evidencia hasta donde los viejos criterios del realismo socialista soviético estaban en crisis conjuntamente con la metodología estalinista, un debate del que muchos intelectuales no permanecieron al margen. Entre esas revistas, las más destacadas fueron “Hoy en la Cultura”, fundada por el periodista y escritor Raúl Larra (1913-2001), y “La Rosa Blindada”, dirigida por los poetas y editores Carlos Alberto Brocato (1932-1996) y José Luis Mangieri (1924- 2008). En ellas se dio cabida tanto al acontecer político como a las polémicas culturales nacionales y mundiales de la época. La mayoría de los escritores que pasaron por sus páginas sintieron el impacto de la controversia estética que provenía del pensamiento marxista tergiversado por el régimen soviético y se propusieron romper con esa retórica realista e indagar sobre un nuevo lenguaje narrativo sin estereotipos.


Humberto Costantini (1924-1987), por ejemplo, si bien cultivó el lirismo característico de los realistas, de algún modo desafió el modo en que se escribía la literatura argentina de entonces volcándose hacia un estilo expresionista. Lo hizo en sus libros de cuentos “De por aquí nomás”, “Un señor alto, rubio, de bigotes” y “Una vieja historia de caminantes”. En las historias allí reunidas puede advertirse una literatura extremadamente atenta a los desgarramientos de la vida y sus angustias características, a las luchas políticas y a la fractura de la comunidad. Sobresalen en ellas la idea de que el mundo político como lucha siempre implica abandonar el mundo barrial, donde se podría ser feliz. Valiéndose de distintos elementos, como ser los símbolos y las alegorías, los monólogos interiores de sus personajes, la literatura fantástica, el realismo mágico, el costumbrismo y hasta la mitología clásica, abordó su principal obsesión: la alienación del hombre en una sociedad hostil.
Otro caso es el de Andrés Rivera (1928-2016), quien en un principio cultivó el realismo social dictado por su posición ideológica, tal como puede apreciarse con la lectura de sus primeros libros de cuentos “Sol de sábado”, “Cita” y “El yugo y la marcha”. En los relatos breves allí reunidos, la temática predominante estaba determinada por la intención de evidenciar la base económica sobre la cual se asentaba el poder político. Entendiendo que el ejercicio de la literatura era un instrumento de transmisión de las verdades histórico-sociales, el autor se dedicó casi exclusivamente a poner de manifiesto las relaciones materiales de producción definidas por el sistema capitalista y la lucha de clases. Los escenarios privilegiados eran las fábricas, los personajes eran obreros y las circunstancias las huelgas. Pero, a medida que su universo narrativo se fue ensanchando con otros núcleos significativos como la soledad, la incomunicación y la corrosión social, lo sectario fue diluyéndose. Progresivamente fue orientándose hacia una concepción vanguardista de la escritura en la que puso de manifiesto una mayor motivación narrativa.
Codirector de la revista cultural “Gaceta Literaria”, Pedro Orgambide (1929-2003) buscó rehuir, asimismo, las determinaciones férreas del realismo socialista. Esto fue perceptible ya en las páginas de esta publicación mensual, en las cuales se notó la predisposición a dotar al realismo literario de una jerarquía estética capaz de aprehender la realidad superando los esquematismos de la tradición de la literatura social y el naturalismo realista-socialista. Su primer volumen de cuentos llevó por eso el sugestivo título de “Historias cotidianas y fantásticas”. En el siguiente, “La buena gente”, los quehaceres habituales, el humor, lo dramático y la crítica, aparecen en personajes equidistantes entre el realismo y la literatura fantástica.
Con la posibilidad problemática de una literatura social sin esquematismos está vinculado también el escritor Jorge Riestra (1926-2016). En sus volúmenes de  cuentos “El taco de ébano”, “Principio y fin” y “A vuelo de pájaro”, lejos de una exposición académica, desarrolla una mirada crítica sobre la sociedad del neoliberalismo, a los valores del consumo, el culto del dinero y el individualismo, llamando a recuperar valores y visiones para devolver su significado a la experiencia de llevar una vida sencilla lejos del progreso entendido como rendición del hombre a los mandatos de su clase.


Otro tanto puede decirse de Germán Rozenmacher (1936-1971), escritor que se destacó por su narrativa relacionada con el desarraigo, la soledad, la discriminación y las preocupaciones político-sociales, inquietudes todas ellas que plasmaría en los cuentos reunidos en “Cabecita negra” y “Los ojos del tigre”. El autor consideraba que el compromiso con la realidad circundante no era una elección -tal como postulaba la filosofía sartreana- sino algo inevitable, una fatalidad. Fluctuando entre el realismo y el vanguardismo -las dos vertientes sobre las que se sustentaron mayoritariamente todas las disputas estéticas de los años ‘60 en Argentina- el autor puso de manifiesto no sólo sus propios conflictos existenciales sino también los de la pequeña burguesía descendiente de inmigrantes europeos que, frente al proletariado de origen provinciano con rasgos y costumbres nativas, mostraba un rechazo cuasi racista.
Por su parte, Haroldo Conti (1925-1976) cuajó su narrativa entre la nostalgia, el desarraigo, el compromiso con su época y una pasión vital por la persecución de lo fundamental, del ser y no del tener. Sus personajes son seres despojados de todo, personas que están frente a la naturaleza y al mundo y a las cosas y a los otros seres como desnudos, como desapropiados. El moroso desenvolvimiento de sus narraciones, la humildad del tono, la simpleza temática de sus historias son evidentes en “Todos los veranos” y “Con otra gente”, sus primeros libros de cuentos. En ellos puede advertirse una rara densidad descriptiva que por momentos se torna casi lírica, y un manejo poco usual del mundo de los afectos simples que elude todo sentimentalismo fácil.