17 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (2). Vertientes


Para Emma Goldman la libertad era el principio de todo, por eso afirmaba que las relaciones entre los sexos tenían que ser absolutamente libres. Consideraba que el desarrollo de la mujer, su libertad y su independencia, debían surgir de ella misma y era ella quien debía llevarlas a cabo afirmándose como persona y no como una mercancía sexual, y rechazando la autoridad que cualquiera pretendiera ejercer sobre su cuerpo. Era necesario que las mujeres se liberasen del peso de los prejuicios, de las tradiciones y de las costumbres. “Busco la independencia de las mujeres, su derecho a sostenerse a sí mismas; a vivir por su cuenta; a amar a quien quieran o a tantas personas como quieran. Busco la libertad de ambos sexos, libertad de acción, libertad de amor y libertad en maternidad. Para que la mujer llegue a su verdadera emancipación debe dejar de lado las ridículas nociones de ‘ser amada’, ‘estar comprometida’. La institución del matrimonio hace de la mujer un absoluto parásito, un ser que está sometido a otro ser. La incapacita para la lucha por la vida, aniquila su conciencia social, paraliza su imaginación, y entonces le impone su graciosa protección, lo que no es nada más que una trampa, disfrazada de humanitarismo. ¿Amor libre? Si hay algo en el mundo libre, es precisamente el amor. Si el mundo ha de dar nacimiento al verdadero compañerismo entre los humanos, la fraterna unión de ellos, no el matrimonio, sino el amor será su padre fecundo”.
Mientras tanto, y por la misma época, la afiliada al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso Aleksándra Kollontai (1872-1952) participaba en la actividad política desde la revolución de 1905, publicando numerosos artículos a favor de la emancipación de la mujer. Su principal preocupación giraba en torno a cómo involucrar a las mujeres de la clase trabajadora en la lucha por cambiar la sociedad y cómo tanto el partido revolucionario como la nueva sociedad podrían enfrentarse a su opresión específica. Tras el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 fue elegida miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado como titular del Comisariado del Pueblo para la Asistencia Pública. Durante sus meses de gobierno consiguió la separación de la Iglesia y el Estado, la supresión de cultos, el reparto de las tierras de los monasterios a los campesinos, la creación de guarderías estatales y el lanzamiento de una gran campaña para la protección de la mujer-madre. Para ella, la efectiva emancipación de las mujeres sólo podría tener lugar si se producía una verdadera revolución en la relación entre los distintos sexos y proponía desarrollar un nuevo concepto del amor, al que definió como el “amor camaradería”.
En numerosos artículos escritos durante las dos primeras décadas del siglo XX, la teórica feminista estableció los fundamentos sociales de la cuestión femenina. En “Novaya moral' i rabochii klass” (Nueva clase moral y obrera), por ejemplo, habló sobre las relaciones sexuales y la lucha de clases, y sobre la “doble moral”, inherente tanto a la sociedad burguesa como a la aristocrática, que “envenenaron durante siglos la psicología de hombres y mujeres”. “Las formas actuales de la estructura familiar, establecidas por la ley y la costumbre, hacen que la mujer esté oprimida no sólo como persona sino también como esposa y como madre. En la mayor parte de los países civilizados, el código civil coloca a la mujer en una situación de mayor o menor dependencia del hombre, y concede al marido, además del derecho de disponer de los bienes de su mujer, el de reinar sobre ella moral y físicamente”. Más adelante se preguntaba si el amor libre era posible, no como un hecho aislado y excepcional, sino como un hecho normal en la estructura de la sociedad de entonces. “La ‘unión libre’, el ‘amor libre’ -decía-. Para que tales fórmulas puedan nacer, es preciso proceder a una reforma radical de todas las relaciones sociales entre las personas. Aún más, es preciso que las normas de la moral sexual, y con ellas toda la psicología humana, sufran una profunda evolución, una evolución fundamental”.


También desde el socialismo marxista hubo importantes figuras que lucharon por la liberación femenina. La revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo (1871-1919), por ejemplo, quien decía sentirse “orgullosa de llamarse feminista”, sostenía que las ideas de amor y de libertad eran mutuamente constitutivas. En “Frauenwahlrecht und klassenkampf” (El voto femenino y la lucha de clases), una conferencia que dio en Stuttgart el 12 de mayo de 1912, decía: “Quien es feminista y no es de izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista, carece de profundidad”. Precursora de la defensa de los derechos y la emancipación de las mujeres, luchaba por “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Otro tanto ocurrió con la dirigente comunista alemana Clara Zetkin (1857-1933), quien durante su trayectoria política, luchó por los derechos de la mujer, la igualdad de género y el derecho al sufragio femenino. Fundadora y directora del periódico de mujeres socialistas “Die Gleichheit”, en uno de sus artículos afirmó: “Si la familia en tanto que unidad económica desaparece y en su lugar se forma la familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su propia individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales derechos jurídicos, profesionales y reivindicativos”.
Por su parte, en París, Émile Armand -seudónimo de Ernest Lucien Juin (1872-1962)-, un ferviente militante y activista del anarquismo individualista, se convertía en un propagandista del amor libre. Ensayista, poeta, periodista, editor y traductor, escribió para periódicos y revistas anarquistas como “L’Ère Nouvelle”, “L'Anarchie”, “L'En Dehors” y “L'Unique”. Influido por intelectuales como Max Stirner (1806-1856), Pierre Joseph Proudhon (1809-1865), Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Benjamin Tucker (1854-1939), Armand pasó de su inicial cristianismo militante al individualismo anarquista pacifista y no violento. Los individualistas anárquicos fundaban su concepción de la vida y sus esperanzas en el “hecho individual”. Para ellos, a despecho de todas las abstracciones creadas por los entes laicos o religiosos y de todos los ideales gregarios en la base de las sociedades, de las colectividades o de las etnias, se encontraba la “célula-individuo”, sin la cual no existirían todas aquéllas. Para Armand, los individualistas, en su lucha contra una sociedad opresora, no debían combatirla directamente, no debían tratar de destruir sus estructuras objetivas de manera frontal como trataban de hacer el resto de los movimientos revolucionarios. Debían seguir una estrategia alternativa consistente en minar los fundamentos éticos y culturales que eran la fuente de legitimación del dominio psicológico y de la alienación de cada persona. Esto es, no caer en la dinámica de las revoluciones clásicas sino poner el énfasis en la transformación profunda de las mentes.


Sus teorías giraron alrededor de tres ideas clave: el individualismo anarquista, la sexualidad sin trabas (la “camaradería amorosa” como él la llamaba) y la libre agrupación de individuos en comunas. En uno de sus libros, “Amour libre et liberté sexuelle” (Amor libre y libertad sexual), escribió: “La libertad en el amor implica que quienes la practiquen posean una educación sexual amplia y práctica. Por libertad de amar, por amor libre, por amor en libertad y por libertad sexual, entiendo la entera posibilidad que tiene un ser de amar a otro o a varios simultáneamente (sincrónicamente), según lo empuje o lo incite su determinismo particular, sin atención ninguna a las leyes dictadas por los gobiernos en materia de inclinaciones, a las costumbres recibidas o aceptadas como código moral por las sociedades humanas actuales. Para mí, la libertad del amor se concibe por encima del bien y del mal convencionales”. Y en “La révolution sexuelle et la camaraderie amoureuse” (La revolución sexual y la camaradería amorosa) agregaba: “Los constituyentes de una pareja dada pueden permanecer unidos toda su vida a la costumbre monógama, como una puede practicar la unicidad y la otra la pluralidad. Puede suceder que, después de cierto tiempo, la unidad en amor aparezca preferible a la pluralidad, y viceversa. La existencia de experiencias amorosas simultáneas puede comprenderse tanto mejor cuanto que de experiencia a experiencia los grados de sensación morales, afectivas o voluptuosas, varían a veces hasta el punto en que puede deducirse que ninguna se parece a las que la precedieron o se siguen paralelamente. Son solamente cuestiones individuales, y nada más”.
Armand pronto se convirtió en un teorizador muy popular, no sólo en su país natal sino también en España, sobre todo dentro de algunos círculos libertarios ligados al eclecticismo, al naturismo, al vegetarianismo y a las opciones comunitarias de vida. Comenzaron a aparecer artículos suyos en publicaciones como “La Revista Blanca” de Barcelona y “Estudios” de Valencia. En la primera participaban también la dirigente anarcosindicalista española Teresa Claramunt (1862-1931) y Anselmo Lorenzo Asperilla (1841-1914), uno de los primeros anarquistas de España. En tanto, en la segunda, escribían la militante naturista, anarquista y feminista española Antonia Maymón (1881-1959), la anarquista individualista y feminista brasileña Maria Lacerda de Moura (1897-1945) y el médico anarquista español Isaac Puente Amestoy (1896-1936), un gran activista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI). A su vez, en los periódicos barceloneses “Tierra y Libertad” y “Solidaridad Obrera” publica sus artículos la poeta ultraísta, feminista y militante anarquista Lucía Sánchez Saornil (1895-1970), fundadora de la organización “Mujeres Libres”, sección femenina de la CNT de la que fue Secretaria Nacional. Posteriormente creó una revista con el mismo nombre de la que fue editora y redactora.
Según cuenta la historiadora irlandesa residente en Cataluña Mary Nash (1947) en su libro “Mujeres libres. España 1936-1939”, para los anarquistas de aquella época la alternativa a la familia y al matrimonio convencional era el “amor libre”, algo que permitiría desarrollar nuevas relaciones sentimentales que harían posible vivir el amor en un plano de independencia y contribuiría a una compenetración entre hombres y mujeres a todos los niveles. “Pero, esta apuesta teórica con frecuencia se veía defraudada en la práctica por un concepto sexista de dicho amor y con la celebración de ceremonias civiles en los propios ateneos y sindicatos ácratas”. Para denunciar esta claudicación la revista “Mujeres Libres”, publicó un artículo titulado “Proyecto para la creación de una fábrica de bodas en serie”. En él, la mentada Lucía Sánchez Saornil escribió de forma extremadamente lúcida defendiendo que la tarea revolucionaria había que comenzarla modificando las conductas vitales de los propios militantes y que cualquier “contrato matrimonial” seguía siendo un acto de venta que significaba “la intromisión pública en un acto carne”. Y en otro artículo aparecido en el periódico “Solidaridad Obrera” equiparó al matrimonio con la prostitución cuando las mujeres, víctimas de la opresión masculina, carecían de un salario propio y de un cierto grado de emancipación moral.


Por medio de estas publicaciones se divulgaron por entonces las ideas más avanzadas en torno a la sexualidad, las comunas y la posición del individualista autodidacta y crítico contra el autoritarismo y la explotación, conceptos todos ellos que, con la fuerte corriente emigratoria española hacia América que se daba en aquellos tiempos, recibirían una gran difusión en Argentina. Muy importante en este proceso fue la presencia del filósofo italiano Errico Malatesta (1853-1932), quien vivió en Argentina entre 1886 y 1889. Junto al anarquista italiano Ettore Mattei (1851-1915), que desde 1880 residía en el país, fundó la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, el primer sindicato de panaderos de la República Argentina, del cual redactó sus estatutos. En ellos destacó la visión del sindicato como órgano de resistencia y solidaridad de clase y resaltó la convicción de la importancia que tenía la organización federal (lugareña, regional o territorial) para “lograr el mejoramiento intelectual, moral y físico del obrero y su emancipación de las garras del capitalismo”. Más allá de mantener fuertes polémicas ideológicas con los anarquistas individualistas, su influencia fue notable en la preponderancia que tuvo el anarquismo en el movimiento obrero argentino de principios de siglo XX. De hecho, fue su amplia inserción en los sindicatos lo que propició que en 1904 se fundara la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), una de las primeras confederaciones de obreros de la Argentina que llegó a reunir a treinta y cinco sindicatos.
En simultáneo, hubo otros destacados anarquistas que ejercieron un rol importante en términos ideológicos y políticos dentro del movimiento obrero. Tal es el caso de los españoles Diego Abad de Santillán (1897-1983), autor de “El anarquismo en el movimiento obrero”; Gregorio Inglán Lafarga (1876-1929), director de “La Protesta Humana”, el principal periódico anarquista de Buenos Aires; Antoni Pellicer (1851-1916), colaborador habitual en el periódico “La Protesta”, y Emilio Arana (1850-1901), autor de “Los males sociales. Su único remedio” y “La mujer y la familia”. También los italianos Francesco Momo (1863-1893), uno de los pioneros en organizar al movimiento anarquista en Argentina, y Pietro Gori (1865-1911), editor de algunos folletos como “Las bases morales de la anarquía” y “Vuestro orden y nuestro desorden”. También se destacaron el irlandés Juan Creaghe (1841-1920), fundador del periódico “El Oprimido”, y el argentino Alberto Ghiraldo (1875-1946), codirector del periódico “La Protesta Humana”. En todas sus obras, ya sean ensayísticas como periodísticas, denunciaron la explotación laboral de la mujer, desaprobaron la convención del matrimonio y lucharon por la igualdad de género, aspectos estos últimos en los que descolló Virginia Bolten (1876-1960), la militante anarquista argentina fundadora de “La Voz de la Mujer”, el primer periódico anarco feminista cuyo lema era “Ni dios, ni patrón ni marido”.


Pero, tal vez, el anarquista que logró mayor renombre fue Severino Di Giovanni (1901-1931). Nacido en Italia, afectado en su adolescencia por la violencia, el hambre y la pobreza durante la Primera Guerra Mundial, comenzó su militancia anarquista en los tiempos en que se producía el ascenso del fascismo de Benito Mussolini (1883-1945). Casado y con tres hijos, en 1923 se exilió en la Argentina, donde comenzó a trabajar como cultivador y vendedor de flores para luego ingresar como tipógrafo y linotipista en un taller gráfico. Allí hizo la vida común de los obreros politizados de aquellos tiempos y pronto se vinculó con los grupos más radicales del anarquismo participando en una serie de acciones y atentados que aún son motivo de polémica y discusión. Cuenta el historiador y periodista argentino Osvaldo Bayer (1927-2018) en su libro “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, que un periodista del periódico anarquista “La Antorcha” lo describió como “un vino espumante italiano en el momento en que se descorcha: desbordante, entusiasta, activísimo. De atractiva presencia, su pasión era, terminada su jornada de labor, continuar con el plomo y la tinta para expresar sus ideas, ya sea en sus volantes o en sus publicaciones propias, en las que se gastaba su propio dinero. Lo recuerdo alimentándose con algún sandwichito mientras acomodaba letras, en largas noches de febril trabajo”.
Antifascista hasta la médula, estaba convencido de que la violencia era el único método de lucha para terminar con una sociedad de explotadores. Enrolado en el llamado “anarquismo expropiador”, participó en asaltos a bancos y comercios con el fin de recaudar fondos destinados a liberar a compañeros detenidos. Cuando llegaron al país las noticias sobre el irregular y controvertido juicio llevado adelante en Estados Unidos contra los anarquistas Nicola Sacco (1891-1927) y Bartolomeo Vanzetti (1888-1927), dos inmigrantes italianos, obrero zapatero uno y vendedor ambulante de pescado el otro, acusados de un presunto robo a mano armada y el asesinato de dos personas (delitos que jamás pudieron demostrarse fehacientemente), el accionar del grupo más radical del anarquismo en la Argentina se intensificó considerablemente. Di Giovanni ya no sólo escribió furiosos artículos en el periódico “Culmine” (“nuestra dinamita purificará los lugares que la maldita casta del dólar ha apestado” o “sólo dando golpes mortales a todos los émulos del fascismo italiano, podremos hacer una verdadera obra de rebelión y de redención humana”) sino que también participó en numerosos atentados con bombas contra entidades italianas o norteamericanas, algo que se intensificó aún más tras la condena a muerte y ejecución de Sacco y Vanzetti en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927 en Massachusetts. Bancos norteamericanos, el consulado italiano, la embajada de Estados Unidos y delegaciones del Partido Fascista fueron los puntos elegidos para los ataques.