31 de julio de 2021

Del Medioevo al Renacimiento. La mesa está servida

Antiguamente no se tenían en cuenta, o ni siquiera existían, los manuales de urbanidad. A los reyes medievales, los corteses caballeros y las gentiles damas que eran objeto de su amor, había que repetirles una y otra vez que no escupieran sobre la mesa, no se limpiaran los dientes con un cuchillo y -una vez dejado a un lado el cuchillo- no continuaran con el mantel la operación de bruñir los dientes. También existía la costumbre de tomar la comida con ambas manos al mismo tiempo. El procedimiento correcto exigía que la carne se desgarrase con sólo tres dedos, por lo que se introducía en la boca un trozo demasiado grande y el sobrante había que escupirlo discretamente en el suelo, no sobre la mesa ni -como al parecer era frecuente- en la fuente de servir.
Este tipo de conductas persistió hasta muy avanzado el Renacimiento, y en gran parte se debía a la carencia de una herramienta de tres o cuatro puntas cuya existencia es actualmente indispensable: el tenedor. Incluso en Italia, y hasta mediados del siglo XVI, se desconocían los tenedores como instrumento para comer en la mesa -no aparecen en la "Ultima Cena" pintada por Leonardo da Vinci (1452-1519)-, y empezaron a difundirse en las tierras septentrionales, como por ejemplo Gran Bretaña y Prusia, a finales del siglo XVII. Durante el período de transición se plantearon ciertos problemas en las clases altas inglesas; a veces la comida se tomaba con la mano, siguiendo la antigua y cómoda usanza, y sólo cuando había sido agarrada con solidez se la ensartaba en el tenedor para realizar la travesía final hasta la boca.


Las clases altas exigían pulcritud y elegancia a la hora de comer. No se aceptaba chuparse los dedos y lo adecuado era limpiarse las manos en los aguamaniles después de cada plato o como mínimo al finalizar la comida. Un primer código de buenas maneras para los comensales se le debe al rey de Castilla y León Alfonso X (1221-1284) -llamado "el Sabio"-, quien entre 1256 y 1265 redactó "Las siete Partidas", una obra de carácter lírico, jurídico, histórico, científico y recreativo en la que, en uno de sus capítulos, aconsejaba cómo educar a los hijos de los reyes y los nobles para mantener la apostura y la limpieza propias de su clase: "No les deben consentir que tomen el bocado con todos los cinco dedos de la mano, y que no coman feamente con toda la boca, más con una parte. Y limpiar las manos deben a las toallas y no a otra cosa como los vestidos, así como hacen algunas gentes que no saben de limpiedad ni de apostura".
Tiempo después, el fraile franciscano Francesc Eiximenis (1327-1409) escribió en catalán "Lo Crestià" (El Cristiano), una enciclopedia en la que, entre otras muchas cosas, decía: "Si has escupido o te has sonado la nariz, nunca te limpies las manos en el mantel. Siempre que tengas que escupir durante la comida, hazlo detrás de ti y en ningún caso, por encima de la mesa o de nadie". El filósofo holandés Erasmo de Rotterdam (1466-1536) aportó lo suyo en 1530 en "De civilitate morum puerilium" (De la urbanidad en la infancia), un tratado de buenos modales en el que aconsejaba: "No hay que meter la mano en la bandeja nada más sentarse, eso es cosa de lobos y glotones. No se hunden los dedos en la salsa. En guisos caldosos sumergir los dedos es de pueblerinos. No hay que llevar las dos manos a la fuente sino utilizar sólo tres dedos de la derecha. En vez de chuparse los dedos o de limpiárselos en la ropa después de comer, será más honesto secarlos en el mantel o la servilleta". Además sugería que, en caso de vomitar, "retírate a otro sitio" y "si es dado ventosearse, hágalo así a solas; pero si no, de acuerdo con el viejísimo proverbio, disimule el ruido con una tos".


El tenedor llegó a Europa procedente de Constantinopla a principios del siglo XI de la mano de Theodora, la hija del emperador de Bizancio Constantino Ducas (1006-1067). Fue ella quien lo llevó a Venecia al contraer matrimonio con Doménico Selvo (1013-1087), el Dux de aquella república. Sin embargo, no tuvo mucha aceptación ya que era "harto difícil comer espagueti, macarrones o tallarines con semejante instrumento", tal como lo relató un cronista veneciano, quien agregó: "Se causaban heridas con ellos, pinchándose con sus afiladas púas los labios, las encías y la lengua, y no faltaban, sobre todo las damas, que elegantemente y con gracia lo usaban para limpiar sus dientes a modo de los populares mondadientes".
El tenedor, que por aquel entonces constaba de dos dientes y un mango puntiagudo, despertó la inquietud de los italianos pero, dado que provenía del discordante Oriente, el cardenal benedictino de la Iglesia católica Pier Damiani (1007-1072), representante del Vaticano, lo etiquetó como" instrumentum diaboli" (instrumento diabólico). Esto no impidió que su uso fuera extendiéndose a otros países. Así, ya con tres dientes, en España se encuentran referencias al tenedor en "El arte cisoria", un tratado gastronómico de carácter alegórico y didáctico escrito en 1423 por el teólogo castellano Enrique de Villena (1384-1424) -conocido como "el Astrólogo" o "el Nigromante" dado su gusto por la magia y la hechicería-, en el que detalló la técnica de cortar la comida con un cuchillo, considerándola como indispensable para una buena digestión, y también definió al tenedor: "Dícenle tridente, porque tiene tres puntas; ésta sirve a tener la carne que se ha de cortar o cosa que ha de tomarse".
Ya en el siglo XVI, el tenedor se conoció en Francia gracias a Catalina de Médici (1519-1589), quien habiendo nacido en Florencia, lo introdujo en la corte francesa al casarse con el rey Enrique II (1519-1559), utilizándolo no sólo para comer sino también para rascarse la espalda. No obstante, la fama de ostentoso que tenía este utensilio de mesa lo hizo quedar en un segundo plano frente a comer con las manos por un largo tiempo. Es más, el rey Enrique III (1551-1589), perteneciente también a la Casa de Valois, la dinastía que reinó en Francia entre 1328 y 1589, al que se le atribuye la introducción de la servilleta en su país, escribió un código de buenas maneras para los comensales en el que recomendaba: "Toma la carne con tres dedos y no la lleves a la boca en grandes pedazos. No tengas demasiado tiempo las manos en el plato".


Hubo que esperar hasta el siglo XVII para que el tenedor eliminase la costumbre de comer con las manos. Poco a poco su uso se regularizó en las penínsulas Itálica e Ibérica y luego llegó a las Islas británicas llevado por Thomas Coryat (1577-1617), un empedernido viajero -a menudo a pie-, a través de Europa y partes de Asia. En uno de sus diarios de viaje escribió: "Muchos italianos se sirven de un pincho para no tocar los alimentos, para comer los espaguetis, la carne... No es nada refinado comer con las manos, pues aseguran que no todas las personas tienen las manos limpias".
Ya en el siglo XVIII, en Alemania se inventó el tenedor curvo de cuatro puntas y,  en el Reino de las Dos Sicilias, bajo el reinado de Ferdinando IV di Borbone (1751-1825), se adoptó un modelo más corto también de cuatro puntas por obra del cortesano napolitano Gennaro Spadaccini(1750-1816). En realidad, la noción de tenedor representó en sí misma una toma de distancia inducida mecánicamente entre el cuerpo y el ambiente externo, y se generalizó al mismo tiempo que otros famosos elementos que imponían esa separación, como por ejemplo, el pañuelo y la servilleta.
La mesa -como herramienta para sentarse a comer- es también un invento sorprendentemente reciente. El motivo de su invención proviene de su peso: en la antigüedad la gente -incluidos los "grandes señores"- se desplazaban con tanta frecuencia que les resultaba imposible llevar consigo objetos tan pesados. Una posible solución a este problema era la mesa individual plegable, algo similar al objeto que reapareció en los hogares norteamericanos hacia 1960, para cenar delante del televisor. Estos dispositivos poseen un noble linaje, ya que las crónicas de la época demuestran que los aristócratas franceses e ingleses casi siempre recogían sus piernas bajo estas mesas individuales a la hora de comer en sus castillos.
Si tenían que ofrecer un gran banquete a muchos invitados, una vez que hubiesen llegado los huéspedes, montaban una endeble estructura de tablones sobre caballetes. Era imposible organizar dicha estructura antes de la llegada de los invitados, ya que eran muy escasos los nobles lo bastante ricos como para disponer de caballetes y tablones adicionales. Los huéspedes que querían comer se veían obligados a llevar consigo su propia mesa. En torno a esta improvisada construcción, todos los comensales se sentaban en pequeños asientos plegables, fáciles de transportar, parecidos a las actuales sillas utilizadas por un director cinematográfico, pero sin el cómodo tejido que las caracteriza. El único lugar donde se utilizaban muebles sólidos era en la iglesia, e incluso allí lo más frecuente era que hubiese una única mesa de roble donde celebrar la misa. Las grandes catedrales eran demasiado pobres para ofrecer sillas a todos los asistentes en las partes del ritual en que éstos no tenían que estar arrodillados.


En esas épocas, poner la mesa requería un arte especial, que fundamentalmente consistía en tratar que todos los comensales se alineasen en fila, a un solo lado de la mesa. Así sus espaldas podían apoyarse en la pared, precaución que evitaba ahogamientos, estrangulaciones y otras frecuentes mutilaciones. Tal precaución era imprescindible dada la gran cantidad de visitantes que entraban y salían, además de los sirvientes que traían los visitantes y las familias que traían los sirvientes. El rey de Inglaterra Eduardo IV de York (1442-1483) dictó órdenes estrictas según las cuales por la mañana había que guardar de inmediato bajo llave la ropa de cama del rey, ya que eran muy frecuentes los robos. Tales cosas ocurrían en el castillo de mayor envergadura de Gran Bretaña.
Probablemente el único vestigio actual que queda de esta disposición de los asientos consiste en la fila única de políticos que ocupan una tarima más elevada en un banquete oficial. La disposición que se emplea generalmente en ocasiones menos solemnes, con las personas sentadas una frente a otra, sin que a todos se les garantice que van a estar de espaldas a la pared, proviene del caótico amontonamiento que tenía lugar en el lugar destinado a los sirvientes.
Queda claro que los buenos modales en la mesa son indisociables del estatus social. Ya en el siglo XIX, la burguesía aspiraba a cumplir con las reglas protocolares en aras de conseguir una mejor posición social y, por ello, los manuales de buenos modales proliferaron buscando siempre la distinción y el alejamiento del "vulgo". Obras como "Arte de escribir por reglas y con muestras para la formación y enseñanza de los principales caracteres que se usan en Europa" de Torquato Torío de la Riva y Herrero (1759-1820), "La joven bien educada. Lecciones de urbanidad para niñas y adultas" María Orbera y Carrión (1829-1901) o el "Manual de urbanidad y buenas maneras para jóvenes de ambos sexos" de Manuel Antonio Carreño (1812-1874) se convirtieron en éxitos editoriales.

18 de julio de 2021

Gustave Klimt. La mujer como promesa y amenaza

El pintor simbolista Gustave Klimt fue un genuino representante del movimiento Art Noveau de Viena. Nació el 14 de julio de 1862 en el seno de una familia empobrecida de Baumgarten, en las afueras de la capital austríaca. Gracias a su notable talento para el dibujo, a los catorce años consiguió ingresar a la prestigiosa Escuela de Artes Aplicadas de Viena, entre cuyos profesores figuraban Michael Rieser (1828-1905), Ferdinand Laufberger (1829-1881), Karl Hrachowina (1845-1896) y Ludwig Minnigerode (1847-1930). Allí conoció al pintor Franz Matsch (1861-1942) con quien en 1881 creó la Compañía de artistas, que pronto se volvería famosa.
Klimt fue el único alumno que tras salir de la Escuela logró iniciar una gran carrera artística. Su profesor, el historiador de arte Rudolf Eitelberger (1817-1885), director y fundador del Museo de Arte Industrial, siempre lo respaldó y lo estimuló. De ese modo -coincidiendo con una época en la que Viena encaraba un programa de rediseño arquitectónico-, el joven pintor recibió los primeros encargos para pintar murales decorativos en las viviendas dispuestas a lo largo de la recién construida Ringstrasse, así como en teatros de Viena, Karlsbad y Reichenberg.
Su constante búsqueda de nuevas sendas pronto lo condujo a asociarse a artistas que cuestionaban los rígidos principios de las academias. En 1897 se convirtió en uno de los miembros fundadores del movimiento "Sezessionsstil" del que fue electo presidente y en el que participaban el diseñador Koloman Moser (1868-1918), los arquitectos Josef Hoffmann (1870-1956) y Joseph Olbrich (1867-1908), los pintores Max Kurzweil (1867-1916) y Wilhelm List (1864-1918), el escultor Josef Engelhart (1864-1941) y el compositor Ernst Stöhr (1860-1917) entre otras destacadas figuras de la época.


El estilo de la pintura de Klimt y los diseños ornamentales que caracterizaron sus frisos recibieron una fuerte influencia de los antiguos mosaicos cristianos, así como de las pinturas del ilustrador inglés Aubrey Beardsley (1872-1898) y del diseñador checo Alfons Maria Mucha (1860-1939). Una sus grandes obras fue la ornamentación con diversas pinturas del techo del aula magna de la Universidad de Viena, una tarea que le llevó más de diez años y cuyo resultado final escandalizó tanto a los expertos como al público en general. Medio siglo más tarde, estas obras fueron quemadas cuando, en mayo de 1945, ante el avance de las tropas soviéticas hacia Berlín, los nazis incendiaron el Castillo Immendorf a donde habían sido trasladados los cuadros para preservarlos de los bombardeos que sufría Viena.
Debido a las severas críticas recibidas, Klimt se volcó a la pintura sobre lienzos. "No me interesa mi propia persona como objeto de un cuadro -declaró en una oportunidad-, sino más bien me interesan otras personas, en especial mujeres, otras apariencias... estoy convencido de que como persona no soy especialmente interesante". Efectivamente, el tema que trató en la mayoría de sus cuadros tenía que ver con la mujer, a la que representó con suma sensualidad y erotismo. Como modelos solía utilizar a jóvenes burguesas, pero también lo hizo con prostitutas. Unas y otras, muchas veces aparecían desnudas en sus pinturas, lo que despertó fuertes protestas y, en algunos casos, fueron tildadas de pornográficas.


A partir de 1903 el uso de la hoja de oro -un elemento con el que experimentaba desde hacía algún tiempo-, se volvió más frecuente, forjando así lo que es conocido como su "período dorado". "Der kuss" (El beso), su óleo más famoso, fue creado entre 1907 y 1908 y es representativo de ese estilo. Sobre los retratos de Klimt, el especialista en arte Nike Wagner (1945) escribió: "Desmaterializa la sustancia del cuerpo y la disuelve en un juego decorativo; al mismo tiempo, acentúa la importancia de lo accesorio y le atribuye una función sensual. Así es como consigue que sus figuras no puedan definirse con exactitud. Les concede un aura de lejanía que, a la vez, sugiere proximidad".
En su vida afectiva, el artista mantuvo relaciones con sus modelos y tuvo al menos catorce hijos naturales de los que sólo reconoció a cuatro, pero nunca se casó ni consolidó una unión legal con alguna de sus amantes. La más famosa de todas ellas fue la diseñadora de moda Emilie Flöge (1874-1952), de quien pintó un retrato que actualmente se exhibe en el Museo Karlsplatz de Viena. El retrato de otra de sus amantes, Adele Bloch Bauer (1881-1925), se convirtió en 2006 en el cuadro más caro del mundo hasta entonces: se vendió en 135 millones de dólares.
Desde sus primeras, cándidas pinturas de bellas jovencitas sin ropas, cabellos sujetos pulcramente y pubis infantiles, el cuerpo femenino fue su objeto predilecto de representación. Sin embargo, pronto las figuras que retrataba dejaron de responder a los cánones de inocencia de la época. En los años que transcurrieron desde sus primeros tiempos como pintor de decoraciones arquitectónicas, su reputación técnica fue avanzando tanto como su fama de escandaloso.


Klimt desarrolló el arte del ocultamiento: su obra entera fue un continuo cubrir los cuerpos femeninos con vestidos de decoración bizantina y egipcia. Siempre dibujaba la figura femenina sin ropa antes de vestirla en la tela definitiva, lo que puede apreciarse en los más de mil dibujos a lápiz que fueron encontrados en su estudio cuando murió. La sexualidad afloraba siempre discretamente: "Apenas las cabezas de los amantes besándose, con el cuerpo escondido en una especie de collage dorado -dice el periodista especializado en artes plásticas Alejandro Margulis (1961) en su artículo "Oh mujeres..." de 2006-; cabelleras negras o rojizas, siempre despeinadas; bocas entreabiertas, al borde de la invitación; párpados casi cerrados por completo, pero no lo suficiente como para eludir la picardía o la malicia. Y sobre todo, cuando se dejan ver, por lo general en los dibujos, flagrantes vulvas de oscuro pelo púbico, sin ninguna delicadeza ni contemplación".Klimt no fue solamente un pintor de mujeres elegantes, sino también un dotado paisajista: "Der park" (El parque), "Blumengarten" (Jardín de flores), "Allee im park" (Paseo en el parque) y "Der birkenwald" (Bosque de abedules), por ejemplo, son composiciones maestras donde la figura humana es pura ausencia.


A pesar de ser muy valorado en el extranjero, Klimt continuó siendo un creador controvertido en Viena, en donde siempre le fue rechazada la posibilidad de ejercer un profesorado. Pese a las resistencias que generó su estilo pictórico, se mantuvo fiel a sus creencias estéticas y esa integridad le permitió definirse a sí mismo y sonar auténtico.
El 11 de enero de 1918 sufrió un ataque de apoplejía que le produjo una parálisis. Fue trasladado a un sanatorio y veinte días más tarde se lo internó en el Hospital General de Viena donde falleció el 6 de febrero a consecuencia de una neumonía. Fue enterrado en el cementerio de Hietzing. En su estudio quedaron un buen número de trabajos sin finalizar y un amplio catálogo de dibujos que fue repartido entre Emilie Flöge y los hermanos del pintor.

4 de julio de 2021

Naomi Klein: “Estamos en una especie de precipicio entre peligro y promesa. De gran peligro si no actuamos, pero también de oportunidad para construir sociedades que sean mejores que las que tenemos ahora”

La periodista, escritora y activista ambiental canadiense Naomi Klein (1970) es una de las voces más prominentes del movimiento alter-globalización. Es autora de obras como “No logo. Taking aim at the brand bullies” (No logo. El poder de las marcas),  “Fences and windows. Dispatches from the front lines of the globalization” (Vallas y ventanas. Despachos desde las trincheras del debate sobre la globalización), “The shock doctrine. The rise of disaster capitalism” (La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre), “This changes everything. Capitalism vs. the climate” (Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima) y “No is not enough. Resisting shock politics and winning the world we need” (Decir no no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos).
En su último libro titulado “On fire. “The (burning) case for a Green New Deal” (En llamas. Un enardecido argumento a favor de un Gran Acuerdo Ecológico) reunió artículos, crónicas y discursos en los que demuestra cómo la urgencia de la catástrofe ambiental requiere transformaciones económicas de gran alcance. Klein aporta información, datos y argumentos que enlazan la lucha climática con otras luchas. “El 20% más rico de la población mundial -afirma- es responsable del 70% de las emisiones globales. Pero los más pobres son los primeros y principales afectados por las consecuencias de estas emisiones, las cuales están obligando a desplazarse a cantidades cada vez más elevadas de personas. Un estudio del Banco Mundial publicado en 2018 estima que, para 2050, más de ciento cuarenta millones de personas del África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica se desplazarán a causa de las presiones del clima, una estimación que muchos consideran conservadora”. Este hecho va a producir -ya lo está haciendo- una sensación de agobio y resentimiento que agravará la crisis permanente en que vive el mundo desde aún antes de la irrupción del coronavirus. Klein señala que las condiciones generadas por un impacto en gran escala causado por una guerra, una catástrofe natural, una crisis económica o una pandemia, provocan, junto al agobio y resentimiento, un desconcierto que permite al gran capital reubicar sus piezas y avanzar con gran velocidad sobre lo que queda del “estado de bienestar” extendiendo sus tentáculos por el mundo entero. Esto, claro está, en la medida de que no se encuentre con otra forma de organización social que sea capaz de desmontar los engranajes de un capitalismo rapaz y de ofrecer un modelo de vida más acorde con la dignidad humana, que es justamente lo que propone Klein.
Para ella, el cambio climático plantea un ajuste de cuentas en el terreno que más disgusta a las mentes conservadoras: el de la distribución de la riqueza. Mientras desde los sectores más progresistas se propone la ejecución de una transferencia financiera y tecnológica hacia los países más pobres con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas por medio de una transición gestionada hacia otro paradigma económico, la derecha más acérrima niega rotundamente la realidad y habla de “ecocomunismo”, de “conspiración socialista”, y califica las exigencias sobre la financiación climática como un intento de “castigar” a los países más ricos por el “éxito” del capitalismo. “La atmósfera no es lo único que hemos explotado hasta sobrepasar su capacidad de recuperación. Estamos haciendo lo mismo con los océanos, el agua dulce, la capa superior del suelo y la biodiversidad. Lo que la crisis climática cuestiona es la mentalidad extractora y expansionista que durante tanto tiempo ha gobernado nuestra relación con la naturaleza” precisa Klein, quien lucha por una reestructuración rápida y justa que ponga fin al uso de combustibles fósiles y por terminar con el fundamentalismo del tan mentado “mercado”, con el objetivo de estructurar la economía pensando en las prioridades colectivas y no en la rentabilidad corporativa.
“Una crisis ecológica cuyas raíces se encuentran en el consumo excesivo de los recursos naturales no se puede abordar sólo desde la optimización de la eficiencia de las economías, sino que también depende de la reducción del volumen de objetos materiales que consumen el 20% de las personas más ricas del planeta -subraya Klein-. Pero esta idea es un anatema para las grandes corporaciones que dominan la economía global, que a su vez están controladas por inversores poco comprometidos que exigen unos beneficios más elevados años tras año. Así las cosas, nos encontramos atascados en un insostenible aprieto en el que o bien destruimos el sistema o destrozamos el planeta”. Y agrega: “Hay que imponer impuestos al carbón y a la especulación financiera; hay que subir los impuestos a las corporaciones y a los ricos; recortar los inflados presupuestos de los ejércitos y eliminar los absurdos subsidios para la industria de los combustibles fósiles (veinte mil millones de dólares al año sólo en Estados Unidos)”, y añade que de igual forma que se ha obligado a las tabacaleras a asumir los costos derivados de ayudar a la gente a dejar de fumar “ya es hora de que el principio ‘contaminador-pagador’ se aplique al cambio climático”.
Los científicos afirman que el mundo tiene que lograr el objetivo de reducir las emisiones netas a 0 para el año 2050. Por una cuestión de justicia, Klein afirma que en los países ricos -que han llegado a serlo contaminando de forma ilimitada- la descarbonización debe producirse con mayor rapidez a fin de que en los países más pobres, donde la mayoría de la población todavía carece de elementos tan básicos como el agua potable y la electricidad, la transición pueda ser más gradual. Para ella el cambio climático interpela a la humanidad. Con la misma certeza con la que se sabe que los glaciares se derriten y las capas de hielo se desintegran, postula que “la ideología de libre mercado se está desvaneciendo” y que en su lugar está surgiendo “una nueva visión de lo que la humanidad puede llegar a ser”.
Es por esa razón que en su última obra habla del “Green New Deal”, un gran acuerdo ecológico que posibilite una política climática transgresora que pueda abrir el camino a una sociedad más justa y más próspera. Lo que sigue es un resumen editado de las entrevistas que concediera a Justo Barranco y a Martina Putruele, publicadas el 18 de febrero y el 30 de abril del corriente año en los diarios “La Vanguardia” e “Infobae” respectivamente.
 

¿Quién ha sido el ganador del shock del coronavirus?
 
Los millonarios de las empresas tecnológicas. Llegaron a esta pandemia obscenamente ricos y se han aprovechado extraordinariamente. Jeff Bezos el que más, y Google ha realizado enormes avances en nuestras escuelas. Es la herencia del neoliberalismo. El Estado estaba tan débil antes de la crisis que la ha hecho peor y mortal, con hospitales y servicios sociales ya colapsados previamente, y con la capacidad de producir vacunas dentro de nuestros países erosionada. Y por esa debilidad muchas tecnológicas han podido entrar en escena, una privatización por la puerta de atrás.
 
¿Silicon Valley es entonces el gran ganador?
 
Y las farmacéuticas. Han logrado un gran negocio, miles de millones en dinero público para investigar y desarrollar vacunas pero pese a que el público ha pagado por ellas no las posee, están protegidas por propiedad intelectual. No tiene sentido. La razón por la que hay patentes es por la inversión que las compañías hacen, pero no la hicieron ellos, sino nosotros. Es la misma lógica neoliberal que rechaza reclamar derechos públicos sobre lo que es esencial para mantener a la gente viva.
 
¿Esta debilidad del Estado ha hecho que Occidente gestione peor la crisis que otros lugares?
 
Los peores brotes han tendido a estar en los sectores más desregulados, donde había muchos trabajadores precarios de los que se abusaba, fueran granjas o almacenes de Amazon. A lo que se han sumado hospitales públicos recortados en nombre de la eficiencia porque cada cama vacía era vista como un fracaso. Ha habido excepciones como Nueva Zelanda, que ha decidido desobedecer la lógica neoliberal y cuidar a la gente. En Estados Unidos no, y eso ha alimentado la reacción violenta, que tiene que ver con las compañías tecnológicas y la desinformación viral pero que alcanzó ese volumen porque la gente se sentía desechada y hay una comprensible sospecha sobre las grandes compañías y los billonarios. Todo esto creó esa sopa tóxica en la que en Estados Unidos un número increíble de gente no cree que la Covid sea real sino una conspiración de Bill Gates. Una total amputación de la realidad.
 
Dice que el capitalismo no sirve contra la crisis climática, que hay que cambiar el sistema operativo.
 
El cambio no lo van a traer el mercado o los billonarios. Con el capitalismo hay un choque entre la necesidad de un crecimiento económico sin fin y la crisis ecológica, de la que el clima es una parte. Nuestro agotamiento del mundo natural es la crisis central y necesitamos una economía mucho más considerada, que empiece preguntando qué es necesario para tener una buena vida, respetando los ciclos de regeneración del planeta. Cómo nos aseguramos de que todos tengan suficiente dentro de los límites del planeta y construimos desde ahí.
 
¿Qué sería el “Green New Deal”? ¿Implica muchos sacrificios?
 
Los principios básicos de cualquier “Green New Deal” suponen seguir a la ciencia climática para que el calentamiento del planeta no supere 1,5 grados. Y que lo guíe la justicia: que la gente que hizo menos para crear esta crisis y están en primera línea de sus efectos sean los primeros en recibir apoyo a la transición, tanto dentro de los países ricos como en lo que los países ricos deben a los del Sur. Otros principios son que los trabajadores de los sectores altos en carbono no sean dejados atrás. Y ver en qué áreas podemos permitirnos tener abundancia. No en el consumo derrochador pero sí en áreas donde hoy hay escasez: salud, cuidado del hogar, de niños, de mayores, un sector bajo en carbono. Debemos poner la energía en la recuperación post Covid no en uno sino en miles de “green new deals” en cada sector, que los expertos de cada área diseñen el suyo. Necesitamos una respuesta contra el cambio climático que tenga justicia social, cree trabajos, repare injusticias y no le diga a la gente que tiene que elegir entre alimentar a sus familias y preocuparse por el medioambiente.
 
¿Cómo se imagina la nueva normalidad?
 
Tengo fe en cómo podríamos cambiar. Hay indicios de que existe una voluntad real de aprovechar esta lección. Pero también está la fuerza de la normalidad, de las empresas que vuelven a retomar su normal funcionamiento rápidamente. Y lo que me gustaría ver es que salgamos de esta crisis decididos a cambiar las cosas que nos hicieron tan vulnerables a esta crisis. El hecho de que estamos viendo tantas enfermedades que pasan de los animales a los humanos es porque estamos invadiendo sus hábitats con nuestra agricultura y no protegemos lo suficiente la naturaleza. Por otro lado, creo que muchísimas sociedades no han invertido en el cuidado de los sectores dedicados al cuidado de los demás. Los recortamos después de años de austeridad. Personas que cuidan a otras personas, como enfermeras, trabajos de cuidado a domicilio, cuidado de ancianos… Estos son algunos de los trabajos peor pagados de nuestra sociedad. Y no tratamos a nuestros mayores con cuidado. Creo que el Covid es un virus oportunista, como todos los virus. Vio la debilidad en nuestra sociedad, la forma en la que estábamos tratando con gran descuido a las personas, y ahí es donde más se ha extendido. Sería bueno ver que cuando salgamos de esto tratemos a los cuidadores de nuestra sociedad con mucho más cuidado. Esta es una parte de nuestra economía en la que queremos invertir. Es una parte no extractiva de nuestra sociedad y aumenta el bienestar mucho más que otras que consumen cada vez más trabajo. También nos sentimos extremadamente abrumados por las demandas de nuestro trabajo durante este período. Extrañamos el tiempo con amigos y en la naturaleza. Así que me encantaría que uno de los cambios post Covid sea que desaceleremos, para que tengamos tiempo para pasarlo con la familia, con los amigos y en la naturaleza, porque eso es lo que realmente aumenta el bienestar. Creo que la pandemia ha tenido un gran impacto mental en nuestra salud.

¿Cómo podría el “Green New Deal” ayudar a recuperarnos de la crisis del Covid y prevenir otros sucesos similares en el futuro?

En primer lugar, debe ser internacional, no puede haber una respuesta al cambio climático que enfrente a los países entre sí. Una de las grandes lecciones de la pandemia es que no puede haber una solución nacional a los problemas transnacionales. Si uno falla, todos fallan, y lo estamos viendo ahora mismo. Donde estoy, Columbia Británica (Canadá), es un epicentro de la variante brasileña. Nada de esta pandemia se puede contener, así que el nacionalismo de las vacunas, por ejemplo, no funciona. Además de monstruoso, no funciona. Y creo que pasa lo mismo con la respuesta a la crisis climática. Entonces, cuando hablo del “Green New Deal”, hablo de una respuesta internacional en la que los países ricos como los Estados Unidos -que han estado trabajando a escala industrial durante cientos de años- tienen que moverse más rápido que los países que son relativamente nuevos para contribuir de manera importante a la crisis climática. Y creo que si hay justicia, y los países ricos responden a la crisis, veremos movimientos más rápidos en todo el mundo, porque la injusticia nos frena, porque es una excusa para la inacción. Pero el “Green New Deal” es una inversión importante en la economía del cuidado: cuidado universal, educación, y en esa red de seguridad social que no ha estado presente durante esta crisis. El “Green New Deal” es el marco para crear puestos de trabajo, que necesitamos desesperadamente para salir de esta crisis. Hay que satisfacer las necesidades de la gente pero no volver a la normalidad. Necesitamos cambiar en respuesta a lo que está sucediendo. Lo normal es una crisis. Lo normal es lo que está produciendo esta crisis en serie, ya sea esta pandemia o incendios forestales. Tenemos que cambiar la normalidad.
 
¿Cuál es el rol de las redes sociales en la lucha contra el cambio climático? ¿Pasaron de ser útiles a convertirse en munición para las personas que difunden información falsa?
 
Una de las lecciones de la pandemia es que el acceso a la tecnología digital es fundamental, y la necesitamos para comunicarnos entre nosotros, necesitamos que sea equitativa y también la necesitamos como solución climática. Tenemos que distinguir entre herramientas digitales que pueden empoderar y que pueden ser soluciones climáticas productivas para los movimientos sociales, como usar las redes sociales para exponer la violencia policial o incluso para diversificar las voces en la cultura mediática. El problema es que estas redes funcionan como máquinas de extracción de datos y sus modelos de negocio se alimentan de nuestra atención sin fin, que se produce mejor a través de la rabia y la conmoción, por lo que es una ecología mediática muy poco saludable. Debido a que hemos aprendido que esta es una infraestructura esencial, necesitamos que las redes sociales sean genuinamente sociales. Si vamos a enseñar en línea, debería ser en plataformas controladas públicamente, no en plataformas privadas de extracción de datos, donde ni siquiera podemos salvaguardar la información de nuestros estudiantes. Estoy agradecida de haberme dado a conocer antes de la era de las redes sociales, porque no sé cómo hubiera sobrevivido. Lo que les hace a las identidades y egos de las personas… Y los movimientos sociales están gobernados por “influencers” en lugar de ser movimientos organizados y dirigidos democráticamente donde los líderes estén sujetos a la responsabilidad y la rendición de cuentas.
 
En su libro “En llamas”, usted escribe: “La dura verdad es que la respuesta a la pregunta ¿qué puedo hacer yo, como individuo, para detener el cambio climático? es: nada”. ¿Qué podemos hacer entonces para evitar el colapso climático?
 
Lo que podemos hacer es encontrarnos con los otros, es sumar nuestros poderes individuales en movimientos sociales que tengan demandas claras y que sean responsables para que no acepten esos tratos de celebridad, dinero y acceso en lugar de acciones. Necesitamos la escala de cambio que exige un “Green New Deal”. Necesitamos transformar nuestra energía, nuestro transporte, nuestra agricultura. Y si vamos a cambiar todo eso, ¿por qué no cambiaríamos las desigualdades sistemáticas que se han sostenido en nuestras sociedades desde la colonización? ¿Por qué no haríamos eso? Y entonces estamos en esta especie de precipicio entre peligro y promesa. De gran peligro si no actuamos, pero también de oportunidad para construir sociedades que sean mejores que las que tenemos ahora. Nuestro hogar está en llamas ahora, pero fue construido para estallar. Fue construido para este tipo de peligro porque se construyó sobre la desigualdad y la opresión sistemática. Cuando escribí “Esto lo cambia todo”, que salió en 2014, no podía haber imaginado los millones de personas que han estado en las calles exigiendo acciones sobre los derechos de las mujeres, sobre la violencia policial, sobre la acción climática. Este es un momento de tanta politización que tengo que recordarme lo diferente que es comparado a cuando me convertí en activista por primera vez. Había tantas cosas indecibles en las garras de la era neoliberal. Entonces, es un momento realmente aterrador, pero ha habido un gran cambio. Cuántas personas están involucradas en la política y cuántas personas quieren un gran cambio, esa es la mayor diferencia. En 2014 todavía había una sensación de “no, sólo podemos resolver el cambio climático, no tenemos que hablar de racismo, ni de capitalismo”. Ahora hay una comprensión mucho más profunda. Hay un paradigma diferente de lo que hace a una buena vida y cómo la vivimos.
 
¿Siente esperanza sobre nuestro futuro?
 
Tengo estas emociones contradictorias todo el tiempo. Estoy absolutamente aterrorizada por el futuro y la velocidad a la que ya se está desarrollando el cambio climático. Sé que es demasiado tarde para evitar algunos resultados realmente aterradores. Pero también tengo esperanzas porque creo que estamos viendo cambios sociales a una velocidad que nunca había visto en mi vida.