29 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XL). Críticas y reproches (14)

Paul Avrich: La represión de los marineros rebeldes
 
Paul Avrich (1931-2006) fue un profesor e historiador anarquista estadounidense. Nacido en el seno de una familia originaria de Odessa que abandonó Rusia en los años de la Revolución, se licenció en Filosofía y Letras en la Cornell University en 1952. En 1960 tuvo la oportunidad de ir a estudiar a la URSS, en donde pudo consultar archivos y descubrir la importancia del anarquismo en el movimiento revolucionario ruso y muy especialmente el papel jugado por la insurrección de los marinos de Kronstadt en marzo de 1921. Esos estudios le sirvieron para doctorarse en 1961 en la Columbia University con la tesis “The Russian Revolution and the factory committees” (La Revolución Rusa y los comités de fábrica). En los siguientes años publicaría varios ensayos sobre el tema, entre ellos “The russian anarchists” (Los anarquistas rusos), “The anarchists in the Russian Revolution” (Los anarquistas en la Revolución Rusa) y “Kronstadt, 1921”, obra esta última en la que sostuvo que el gobierno bolchevique descartó toda tentativa de conciliación y responsabilizó a Trotsky y Zinoviev de haber dado la orden de ataque, el que se llevó adelante bajo el mando del mariscal Tujachevski. Fragmentos de ese ensayo son los que se reproducen a continuación.
 
Kronstadt tenía una historia de pasajero radicalismo que se remontaba al primer gran levantamiento ocurrido en la Rusia del siglo XX, la Revolución de 1905. La literatura ilegal apareció al comienzo en la base naval en el año 1901, y muy poco después los marineros comenzaron a formar círculos con el fin de discutir cuestiones políticas y sociales y de ventilar sus quejas, sobre todo, los bajos salarios, la mala comida y la disciplina rigurosa a la que estaban continuamente sometidos. La ola de huelgas, revueltas y terrorismo que recorrió al país entre 1902 y 1905 encontró una resonancia entre ellos y acrecentó su conciencia social y política. La insubordinación hacia los oficiales y otras formas de quebrantamiento de la disciplina llegaron a constituir hechos cotidianos. En 1905, después de estallada la guerra y la revolución, los vestigios de disciplina que aún subsistían sufrieron un golpe devastador en los estrechos de Tsushima, donde los japoneses hundieron una gran parte de la flota rusa. Un estímulo más para la actividad revolucionaria, si es que hacía falta, lo proporcionó el dramático amotinamiento del acorazado Potemkin en junio de 1905, en la flota del Mar Negro.
El 19 de julio de 1906, cuando se apagaban los ecos de la Revolución de 1905, ocurrió en Kronstadt una segunda y más seria explosión, provocada por un amotinamiento ocurrido en el puerto de Sveaborg. Como su predecesor de octubre, este nuevo estallido era cosa espontánea y desorganizada que escapó a todo control durante dos días, antes de que los refuerzos enviados por el gobierno lograran sofocarlo. Las exigencias de los rebeldes, si bien seguían siendo esencialmente las mismas de antes, asumieron una nota de amarga desilusión luego de los fracasos de los meses precedentes. El odio a la autoridad y la disciplina siguieron siendo la fuerza motriz que provocaba la furia de los marineros. Ambos bandos lucharon con una ferocidad sin precedentes, impulsados los rebeldes por la frustración y los ultrajes, y las autoridades por la confianza en una rápida victoria, en un momento en que la marea revolucionaria había comenzado a menguar en Rusia. Se creó una atmósfera de dura represión, y esta vez se ejecutó a treinta y seis cabecillas y se encarceló o desterró a Siberia a centenares de personas.
El 28 de febrero de 1917 una masa encolerizada de marineros de la flota arrancó de sus cuarteles al comandante de la base y lo llevó a la Plaza del Ancla, donde se lo ejecutó en forma sumaria. Este acto señaló una orgía de derramamiento de sangre en la cual fueron asesinados más de cuarenta oficiales de la armada y el ejército de Kronstadt. A otros doscientos aproximadamente se los arrestó y puso entre rejas. Durante los disturbios de febrero una oleada de violencia barrió todo el complejo de bases de la flota del Báltico. Llegaron a setenta y seis los oficiales navales, para no mencionar a los de las guarniciones del ejército, que fueron asesinados por sus hombres. La sed de venganza personal constituyó sólo un aspecto del extremismo revolucionario que la sublevación de febrero desencadenó en Kronstadt. Se apoderó del lugar un espíritu de desenfreno libertario.
Por supuesto, los bolcheviques, los anarquistas, los maximalistas socialistas revolucionarios, y otros grupos ultra-radicales hicieron lo posible por alentarlo, y en poco tiempo llegaron a ejercer una fuerte influencia entre los marinos y el resto de la población de Kronstadt. El blanco principal de estos grupos no eran los oficiales militares sino el Gobierno Provisional mismo. Y en los meses siguientes pudieron contar con los marineros para apoyar cualquier manifestación revolucionaria dirigida contra el nuevo régimen. Los habitantes de Kronstadt figuraban en forma prominente en las demostraciones callejeras de Petrogrado de abril de 1917, y también en las de junio, cuando marcharon en ayuda de un grupo de anarquistas que habían levantado barricadas contra un ataque previsto por parte del gobierno. Una vez más, durante los tormentosos días de julio, se precipitaron a Petrogrado ante las primeras noticias de perturbaciones y desempeñaron un papel importante en la insurrección malograda, por lo cual Trotsky los llamó “el orgullo y la gloria de la revolución”.
A fines de agosto, durante la marcha del general Kornilov sobre la capital, los marineros se agruparon en defensa de la revolución. La tripulación del buque de guerra Petropavlovsk, que había ocupado una posición de vanguardia en la sublevación de julio, exigió nuevamente la transferencia inmediata del poder a los soviets y pidió el arresto y la ejecución de Kornilov. En las semanas siguientes los marineros, fieles a su reputación de intransigencia revolucionaria, continuaron presionando para lograr el derrocamiento del Gobierno Provisional. El 25 de octubre llegó el momento que esperaban, cuando Lenin comenzó su exitosa puja por el poder. Los marineros tomaron las embarcaciones y se precipitaron hacia la capital para prestar apoyo a los insurgentes, uniéndose a los Guardias Rojos de Petrogrado en el asalto al Palacio de Invierno, mientras el crucero Aurora, de Petrogrado, disparaba salvas de munición de fogueo para desmoralizar a los defensores.
Aun después de la caída de Kerensky, la militancia revolucionaria de Kronstadt se mantuvo en el mismo nivel. En verdad, la victoria sólo había excitado el apetito de venganza de los marineros contra los elementos sociales a los que habían desalojado del poder. Su propensión a los estallidos violentos arrojó resultados particularmente trágicos en la noche del 6 al 7 de enero de 1918, cuando una banda de exaltados de Kronstadt invadió un hospital de Petrogrado donde se mantenía en custodia a dos ex ministros del Gobierno Provisional y los asesinó en sus lechos.
Durante toda la Guerra Civil de 1918-1920, los marineros de Kronstadt, y la flota del Báltico en su conjunto, siguieron siendo los portaestandartes de la militancia revolucionaria. Más de cuarenta mil marineros de la flota se lanzaron a la lucha contra los Blancos. Conocidos por su coraje y ferocidad en el combate, sirvieron como dotación en flotillas fluviales y trenes blindados y contribuyeron a completar las filas del Ejército Rojo en todos los frentes. En la crítica batalla de Sviyazhsk proporcionaron a Trotsky sus más enardecidas tropas de choque y lo ayudaron a rechazar una gran fuerza enemiga que amenazaba con penetrar en el corazón del territorio bolchevique.
Al mismo tiempo, sin embargo, se iba desarrollando una seria fricción entre los marineros y el gobierno. Las primeras notas discordantes habían sonado cuando Lenin, inmediatamente después del golpe de Octubre, anunció un gabinete compuesto exclusivamente de bolcheviques. El soviet de Kronstadt, temeroso de las fuertes concentraciones de autoridad, comenzó a presionar en favor de un gobierno de coalición en el cual gozaran de representación todos los grupos socialistas, un presagio temprano del programa de Kronstadt de marzo de 1921. En abril de 1918 las tripulaciones de varios buques del Báltico aprobaron una resolución redactada en términos enérgicos donde se acusaba al gobierno de planear la liquidación de la flota obedeciendo a exigencias alemanas. La resolución llegó hasta el punto de solicitar una sublevación general para desalojar a los bolcheviques e instalar un nuevo régimen que se adhiriera con mayor fidelidad a los principios de la revolución.


Entretanto, a medida que se extendía la Guerra Civil, se acumulaban las quejas de los marineros. Descontentos, como en el pasado, centraban su protesta sobre la cuestión de la disciplina militar. La Revolución de 1917 había dejado al ejército y a la armada en un estado de desorganización total. Se había desintegrado la tradicional jerarquía del comando, lo cual produjo un vacío de autoridad que fue llenado por innumerables comités de soldados y marineros que eligieron a sus propios líderes e hicieron caso omiso de las órdenes recibidas de arriba, el caos resultante estaba en estrecho paralelo con la situación que reinaba en la industria, donde los comités locales de fábrica habían estableciendo “el control de los obreros” en una empresa tras otra. En los primeros meses que siguieron a la Revolución de Octubre, la política bolchevique tendió a promover este proceso espontáneo de descentralización. Por decreto del gobierno fueron abolidos los rangos y títulos militares tradicionales y se proclamó la creación de una fuerza “socialista” de combate “construida desde abajo sobre el principio de la elección de los oficiales y la disciplina y el respeto mutuo de los camaradas”.
En la práctica, esto llevó al colapso final de la autoridad central y de la cadena normal de mandos y alentó la inveterada tendencia de los reclutas rusos a realizar incursiones violentas y dedicarse al pillaje y al saqueo. No obstante, el estallido de la Guerra Civil en 1918 produjo una rápida inversión en la política militar bolchevique. La supervivencia misma del régimen requería que se pusiera fin a caótica descentralización de la autoridad y que se restaurara la disciplina en las filas de las fuerzas armadas. Como Comisario de Guerra, Trotsky era el principal opositor al “espíritu guerrillero” que había inficionado a las fuerzas armadas. Siguiendo los procedimientos militares tradicionales, pronto logró estructurar una nueva y efectiva fuerza de combate.
Con el comienzo del invierno, la vida en los cuarteles y a bordo se hizo difícil de soportar por la falta de calefacción. Tampoco había existencias de botas o uniformes de abrigo que mitigaran los efectos del frío inusitadamente riguroso que afectó a la zona del Báltico entre noviembre y abril. Peor aún era la declinación, tanto en cantidad como en calidad, de las raciones alimentarias que se entregaron a los hombres. La mala alimentación, motivo de queja tradicional dentro de la armada rusa, había originado disturbios más de una vez en el pasado. Y en ese momento, hacia fines de 1920, se produjo en la flota del Báltico una epidemia de escorbuto. En diciembre, según las fuentes de los emigrados residentes en Helsingfors, los marineros de Kronstadt enviaron una delegación a Moscú para solicitar un mejoramiento en las raciones, pero cuando llegaron allí fueron detenidos por las autoridades.
Ni siquiera los marineros que pertenecían al Partido Comunista estaban inmunes a la creciente actitud de oposición que se producía dentro de la flota. Como compartían el espíritu de independencia de sus camaradas, nunca había sido fácil reducirlos a la disciplina partidaria o militar. A fines de 1920 tomo forma una “oposición de la flota”, equivalente a la “oposición militar” en el Ejército Rojo y a la “oposición de los trabajadores” en las fábricas, movimientos que estaban en favor de la iniciativa local y de la democracia partidaria y contra la regimentación y el rígido control central. La “oposición de la flota” defendía la creación de una armada no soviet organizada según lineamientos “socialistas”, por oposición con lo que consideraba los conceptos anticuados de carácter jerárquico y autoritario que habían predominado en el pasado. Propugnaba la implantación de comités de barco designados mediante elecciones, y reprobaba, por lo tanto, la introducción de “especialistas militares” así como la “conducta dictatorial” de ciertos funcionarios bolcheviques en la administración política de la flota.
La autoridad del partido era además socavada a raíz de la lucha por el control político de la flota que libraba Trotsky contra Zinoviev, jefe del partido de Petrogrado. Zinoviev estaba resentido contra Trotsky desde octubre de 1917, cuando este último lo reemplazó como adjunto más cercano a Lenin. Como resultado de esta disputa, los comisarios y otros administradores del Partido perdieron buena parte de su ascendiente sobre los marineros. Esto ya era evidente a comienzos de diciembre, cuando un gran grupo de marineros se retiró de una asamblea general celebrada en la base naval de Petrogrado.


Desde el comienzo, las autoridades soviéticas comprendieron el peligro que representaba la agitación reinante en Kronstadt. Como el pueblo ruso estaba extremadamente descontento, la revuelta de los marineros podía provocar una conflagración masiva en todo el país. La posibilidad de intervención extranjera agregó una causa más de preocupación, y la posición estratégica de Kronstadt, a la entrada del Neva, colocaba a Petrogrado en serio peligro. No era de extrañar, por lo tanto, que se realizaran todos los esfuerzos posibles para desacreditar a los rebeldes. No era tarea fácil, pues Kronstadt había gozado durante largo tiempo de reputación por su fidelidad revolucionaria. En 1917 Trotsky mismo había llamado a los marinos de Kronstadt “el orgullo y la gloria” de la Revolución Rusa. Sin embargo, cuatro años más tarde se esforzaba por demostrar que éstos no eran los mismos revolucionarios leales de antes, sino elementos nuevos de una clase totalmente distinta. Millares de valientes ciudadanos de Kronstadt habían perecido en la Guerra Civil, argumentaba Trotsky, y muchos de los sobrevivientes se habían dispersado luego por todo el país. Así, se fueron los mejores hombres y las filas de la flota se llenaron con campesinos sin instrucción, reclutados en Ucrania y los confines del oeste, que eran en buena medida indiferentes a la lucha revolucionaria y en ocasiones, debido a diferencias de clase y de carácter nacional, se mostraban abiertamente hostiles al régimen soviético.
El principal objeto de la propaganda bolchevique consistía en mostrar que la revuelta no era un estallido espontáneo de protesta masiva sino una nueva conspiración contrarrevolucionaria, que seguía la pauta establecida durante la Guerra Civil. Se dijo, a su vez, que esta formaba parte de un plan cuidadosamente tramado en París por emigrados rusos en connivencia con el servicio francés de contraespionaje. Como prueba de que el levantamiento había sido urdido por grupos antisoviéticos de París, los portavoces bolcheviques señalaban una tanda de informes aparecidos en periódicos franceses acerca de una revuelta ocurrida en Kronstadt, que se publicaron dos semanas antes de que ocurrieran los hechos. Esos informes, dijo Trotsky en una apreciación formulada ante periodistas ingleses y norteamericanos, mostraban claramente los nefastos planes ya urdidos entre los emigrados rusos y sus partidarios de la Entente. La elección de Kronstadt como blanco, dijo Trotsky, fue dictada por su proximidad con Petrogrado y su fácil accesibilidad desde el oeste, y también por la reciente entrada de elementos no confiables en la flota del Báltico. Los alegatos de Trotsky fueron repetidos por Lenin en un discurso pronunciado ante el Xº Congreso del Partido Comunista, el 8 de marzo. Por detrás de la revuelta, declaró Lenin, “asoma la figura familiar del general de la Guardia Blanca. Está perfectamente claro -dijo citando relatos publicados en ‘Le Matin’ y ‘L'Echo’ de París- que esto es obra de los socialistas revolucionarios y de los Guardias Blancos emigrados”.
El anuncio de “Le Matin”, aparecido el 13 de febrero bajo el título “Moscú toma medidas contra los rebeldes de Kronstadt”, decía que se había producido un levantamiento en la base naval de Kronstadt, y que las autoridades bolcheviques habían comenzado a movilizarse para impedir que se extendiera a Petrogrado. El 14 de febrero el mismo periódico publicó un segundo artículo que atribuía la revuelta al arresto de una delegación de marineros que había ido a Moscú para pedir mejores raciones. La situación en Kronstadt, decía “Le Matin”, se había entretanto deteriorado, y los rebeldes “dirigieron sus cañones hacia Petrogrado”. Ese mismo día aparecía el relato en “L'Echo” de París con otras noticias según las cuales los marineros habían arrestado al comisario principal de la flota y despachado varios buques de guerra (presumiblemente con ayuda de un rompehielos) contra Petrogrado.


Los insurgentes, según otro artículo del 15 de febrero, contaban con el apoyo de la guarnición de Petrogrado, y las autoridades estaban realizando arrestos en masa en la zona de la capital. Entre el 13 y el 15 de febrero aparecieron noticias similares en otros periódicos occidentales. En una noticia del “New York Times” se llegó hasta el punto de afirmar que los marineros habían tomado pleno control de Petrogrado y desafiaban a las tropas enviadas por Trotsky para desalojarlos. Por supuesto, no ocurrió nada semejante en Kronstadt ni en ninguna otra base del Báltico durante febrero de 1921. Falsos rumores de esta clase -estimulados por la fantasía de quienes deseaban que ocurrieran tales hechos y por el fermento general que había dentro de Rusia- no eran de ninguna manera raros en ese momento. Sin embargo, en el caso de Kronstadt, preanunciaron lo que iba realmente a ocurrir dos semanas más tarde.
Cuando estalló la rebelión Trotsky se encontraba en el oeste de Siberia, que era escenario de grandes disturbios campesinos. Al enterarse de las noticias volvió de inmediato a Moscú para consultar a Lenin, luego se dirigió a Petrogrado y llegó a la vieja capital el 4 de marzo. Su primer acto consistió en emitir un severo ultimátum el día siguiente donde se exigía la capitulación inmediata e incondicional de los marineros amotinados: “El Gobierno de Obreros y Campesinos ha decretado que Kronstadt y los buques rebeldes deben someterse inmediatamente a la autoridad de la República Soviética. Por lo tanto, ordeno a todos los que han levantado su mano contra la patria socialista que abandonen las armas de inmediato. Los empecinados serán desarmados y entregados a las autoridades soviéticas. Los comisarios y otros representantes del gobierno que hayan sido arrestados deben ser liberados de inmediato. Sólo quienes se rindan en forma incondicional pueden contar con la misericordia de la República Soviética. Al mismo tiempo, estoy impartiendo órdenes para preparar la represión y el sometimiento de los amotinados por la fuerza de las armas. La responsabilidad por el daño que pueda sufrir la población pacífica recaerá enteramente sobre la cabeza de los amotinados contrarrevolucionarios. Esta advertencia es la última”. Ese mismo día, el Comité de Defensa de Petrogrado editó un panfleto y lo lanzó sobre Kronstadt desde aeroplanos. En él se instaba a los rebeldes a “rendirse en el término de 24 horas. Si lo hacen, se los perdonará; pero si resisten, serán acribillados como perdices.
Aunque la amenaza de acribillar a los rebeldes se atribuyó a menudo a Trotsky, su verdadero perpetrador fue el Comité de Defensa de Zinoviev. Los marineros, en todo caso, se sintieron excitados por una violenta furia. Trotsky y Zinoviev se transformaron en los más bajos villanos y el símbolo de todo lo que era malevolente y odioso dentro del régimen soviético. Lenin, que permanecía entre bambalinas por el momento, no se expuso a la cólera de Kronstadt hasta la semana siguiente, y aun entonces nunca procedió con la misma malignidad que sus dos colegas. La indignación alcanzó su punto álgido cuando las autoridades de Petrogrado ordenaron que se detuviera como rehenes a las familias de los habitantes de Kronstadt. Trotsky había inaugurado un sistema de rehenes durante la Guerra Civil como advertencia a los “especialistas militares”, los ex oficiales zaristas, que pudieran sentirse tentados a traicionar a las fuerzas Rojas bajo su mando. “Que sepan esos renegados -decía la orden de Trotsky del 30 de setiembre de 1918- que están traicionando al mismo tiempo a los miembros de su propia familia: padres, madres, hermanas, hermanos, esposas e hijos”.
En el caso de Kronstadt, sin embargo, la misión de tomar rehenes no la adoptó Trotsky, como lo sugieren una cantidad de exposiciones, sino el Comité de Defensa de Petrogrado antes de la llegada de aquél a la ciudad. “Este fue el relámpago -dijo Lenin refiriéndose a la rebelión de Kronstadt- que iluminó la realidad mejor que cualquier otra cosa”. En marzo de 1921 los marineros de la fortaleza naval del golfo de Finlandia, el “orgullo y gloria” de la Revolución Rusa, se levantaron en una revuelta contra el gobierno bolchevique al cual ellos mismos habían ayudado a llegar al poder. Bajo la divisa de “soviets libres” establecieron una comuna revolucionaria que sobrevivió durante dieciséis días, hasta que se envió un ejército a través de la superficie helada con el fin de aplastarla.

28 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXXIX). Críticas y reproches (13)

Ralph Raico: La ignorancia y el mal
 
Ralph Raico (1936-2016) fue un historiador estadounidense, libertario y especialista en el liberalismo clásico europeo y la economía austríaca. Fue profesor de Historia en el Buffalo State College y miembro de la facultad de Educación Superior del Mises Institute, ambas en Estados Unidos. Discípulo del economista austríaco Ludwig von Mises, tradujo varias de sus obras al inglés. En la década de los ’60 fue editor de la revista “New Individualist Review” en la que escribieron, entre otros, los economistas liberales Milton Friedman y Friedrich Hayek. En 2006 fue uno de los miembros fundadores de la Property and Freedom Society (Sociedad Propiedad y Libertad), una organización austro-libertaria dedicada a la promoción de los derechos de propiedad, el libre comercio y el conservadurismo social. Entre sus obras pueden mencionarse “Great wars and great leaders. A libertarian rebuttal” (Grandes guerras y grandes líderes. Una refutación libertaria), “Classical liberalism and the Austrian School” (Liberalismo clásico y la Escuela Austríaca), “The place of religion in the liberal philosophy of Constant, Tocqueville and Lord Acton” (El lugar de la religión en la filosofía liberal de Constant, Tocqueville y Lord Acton), “Classical liberalism in the twentieth century” (El liberalismo clásico en el siglo XX) y “Die Partei der Freiheit. Studien zur geschichte des deutschen liberalismus” (El Partido de la Libertad. Estudios de la historia del liberalismo alemán). Lo que sigue son fragmentos de la reseña que hizo Raico del libro “León Trotsky” del escritor estadounidense Irving Howe, la que se publicó en marzo de 1979 en la revista “Libertarian Review”.

 
León Trotsky siempre ha tenido un cierto atractivo para los intelectuales del que carecían los otros líderes bolcheviques. Las razones de ello son bastante claras. Fue escritor, crítico literario ocasional e historiador (de las revoluciones de 1905 y 1917). Sobre todo, Trotsky era un intelectual que desempeñó un papel importante en lo que muchos de esa raza han considerado el mundo real: el mundo del derramamiento de sangre y el terror revolucionario. Fue segundo sólo después de Lenin en 1917; en la Guerra Civil fue el líder del Ejército Rojo y el organizador de la victoria. Como dice Howe: “Para los intelectuales de todo el mundo había algo fascinante en el espectáculo de un hombre de palabras que se transformaba por pura voluntad en un hombre de hechos”.
Trotsky perdió ante Stalin en la lucha de poder de la década de los ‘20, y en el exilio se convirtió en un crítico severo y conocedor de su gran antagonista; por lo tanto, para los intelectuales que no tenían acceso a otros críticos del estalinismo -liberales clásicos, anarquistas o conservadores-, los escritos de Trotsky de la década de los ‘30 abrieron los ojos a algunos aspectos, al menos a los de la casa de hojalata que era la Rusia de Stalin. Durante el período de la Gran Purga y los juicios de Moscú, Trotsky fue colocado en el centro del mito de la traición y la colaboración con Alemania y Japón que Stalin hizo girar como pretexto para eliminar a sus viejos camaradas. En 1940, un agente de la policía secreta soviética, Ramón Mercador, buscó a Trotsky en su casa en la Ciudad de México y lo mató con un piolet en la cabeza.
Irving Howe, el distinguido crítico literario, cuenta la historia de esta interesante vida con gran lucidez, economía y gracia. Identifica muchos de los errores cruciales de Trotsky y los usa para arrojar luz sobre las fallas del marxismo, el leninismo y el régimen soviético que tanto contribuyó a crear. Y sin embargo, hay una ambivalencia curiosa en el libro. De alguna manera, la ignorancia y el mal en la vida de Trotsky nunca son permitidos con todo su peso en la balanza y, al final, resulta ser un héroe y un “titán” del siglo XX. Es como si Howe hubiera elegido no pensar plenamente las implicaciones morales de lo que significa haber dicho y hecho las cosas que Trotsky dijo e hizo.
Podemos tomar como primer ejemplo la discusión de Howe sobre el resultado final de las labores políticas de Trotsky: la revolución bolchevique y el régimen soviético. A lo largo de este libro, Howe hace observaciones convincentes sobre el verdadero carácter de clase de este régimen: “Un nuevo estrato social -que había surgido la misma mañana de la revolución- comenzó a consolidarse: la burocracia del Partido-Estado que encontró su apoyo en la intelectualidad técnica, los gerentes de fábrica, los oficiales militares y, sobre todo, los funcionarios del Partido. Hablar de una burocracia de Partido-Estado en un país donde la industria ha sido nacionalizada significa hablar de una nueva élite dominante, tal vez una nueva clase dominante, que se ató parasitariamente a todas las instituciones de la vida rusa”.
Howe continúa diciendo que no era de esperar que los propios bolcheviques se dieran cuenta de lo que habían hecho y de la clase que habían elevado al poder: “Era una novedad histórica para la que se habían hecho pocas provisiones en el esquema marxista de las cosas, excepto quizás en algunos pasajes ocasionales que se encuentran en los escritos de Marx sobre el carácter social distintivo del despotismo oriental”. Esto no es del todo correcto. Howe mismo muestra cómo Trotsky, en su libro “1905”, había vislumbrado esta forma de sociedad en la que la propia burocracia estatal era la clase dominante. Al analizar el régimen zarista, Trotsky había retomado el hilo del pensamiento marxista que veía al Estado como un cuerpo parasitario independiente, alimentándose de todas las clases sociales involucradas en el proceso de producción. Esta era una opinión que Marx expresó, por ejemplo, en su “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”.
Más importante aún, el carácter de clase del marxismo mismo -así como las probables consecuencias de la llegada al poder de un partido marxista- se habían identificado mucho antes de la época de Trotsky. El gran anarquista del siglo XIX Michael Bakunin ya había sometido al marxismo a un escrutinio crítico en la década de 1870. En el curso de esto, Bakunin había descubierto el pequeño y sucio secreto del futuro estado marxista: “El Estado siempre ha sido patrimonio de una u otra clase privilegiada; una clase sacerdotal, una clase aristocrática, una clase burguesa y, finalmente, una clase burocrática. Pero en el Estado Popular de Marx no habrá, se nos dice, ninguna clase privilegiada en absoluto, pero habrá un gobierno que no se contentará con gobernar y administrar políticamente a las masas, como lo hacen todos los gobiernos hoy en día, sino que también las administrará económicamente, concentrando en sus propias manos la producción y la justa división de la riqueza, el cultivo de la tierra, el establecimiento y desarrollo de fábricas, la organización y dirección del comercio, finalmente la aplicación del capital a la producción por el único banquero, el Estado”.


Así que el marxismo en el poder significaría que el gobierno de los funcionarios del Estado no era meramente intrínsecamente probable, pero también había sido predicho por escritores bien conocidos por un revolucionario como Trotsky. Trotsky, sin embargo, no se había permitido tomar en serio este análisis antes de comprometerse con la empresa revolucionaria marxista. Más que eso: “Hasta el final de sus días”, como escribe Howe, “sostuvo que la Rusia estalinista debía seguir siendo designada como un “Estado obrero degenerado” porque preservaba las formas de propiedad nacionalizada que eran una “conquista de la Revolución Rusa”.
A algunos de los discípulos más críticos de Trotsky, especialmente a Max Shachtman en Estados Unidos, les quedaba por señalar a su maestro lo que realmente había sucedido en Rusia: que la Revolución no había producido un “Estado obrero” ni había ningún peligro de que el capitalismo fuera restaurado, ya que Trotsky seguía preocupándose por ello. En cambio, en Rusia había surgido un “colectivismo burocrático” aún más reaccionario y opresivo que el anterior. Trotsky rechazó esta interpretación. De hecho, no tuvo elección. Porque, como afirma Howe, los disidentes “cuestionaron toda la perspectiva revolucionaria sobre la que Trotsky siguió basando su política. Había otra posibilidad, si los críticos de Trotsky tenían razón, de que toda la perspectiva del socialismo tuviera que ser revisada”.
A su favor, Howe reconoce que un período clave para entender el bolchevismo, incluyendo el pensamiento de Trotsky, es el período del comunismo de guerra, de 1918 a 1921. Como él mismo lo describe, “la industria estaba casi completamente nacionalizada. Se prohibió el comercio privado. Los escuadrones del Partido fueron enviados al campo para requisar comida a los campesinos”. Los resultados fueron trágicos a gran escala. El sistema económico simplemente se rompió, con todo el inmenso sufrimiento y todas las innumerables muertes por inanición que implica una declaración tan pequeña. Como el propio Trotsky dijo más tarde: “El colapso de las fuerzas productivas superó todo lo que la historia había visto. El país, y el gobierno con él, estaban al borde del abismo”.
¿Cómo había ocurrido esto? Aquí Howe sigue la interpretación ortodoxa: el comunismo de guerra fue meramente el producto de las condiciones de emergencia, creadas por la Revolución y la Guerra Civil. Era un sistema de “medidas extremas que los bolcheviques nunca habían soñado en sus programas anteriores”. Esto último puede ser, estrictamente hablando, correcto. Es muy posible que los bolcheviques nunca hayan tenido la menor idea de lo que sus objetivos significarían concretamente para la vida económica de Rusia, de cómo tendrían que aplicarse necesariamente esos objetivos, o de cuáles serían las consecuencias.
Pero el comunismo de guerra no era una mera “improvisación", cuyos horrores se deben atribuir al caos de la Rusia de entonces. El sistema fue querido y por sí mismo ayudó a producir ese caos. Como Paul Craig Roberts ha argumentado en su brillante libro “Alienación y la economía soviética”, el comunismo de guerra fue un intento de traducir en “realidad” el ideal marxista: la abolición de la producción de mercancías, del sistema de precios y del mercado. Como evidencia para esta interpretación, Roberts cita al propio Trotsky: “El período del llamado ‘comunismo de guerra’ era un período en el que la vida económica estaba totalmente sometida a las necesidades del frente. Sin embargo, es necesario reconocer que en su concepción original perseguía objetivos más amplios. El gobierno soviético esperaba y se esforzó por desarrollar estos métodos de regulación directamente en un sistema de economía planificada tanto en la distribución como en la producción”.
Roberts continúa citando a Víctor Serge: “El sistema social de aquellos años fue llamado más tarde ‘Comunismo de Guerra’. Trotsky acababa de escribir que este sistema duraría décadas si se aseguraba la transición a un socialismo genuino y sin trabas. Bujarin consideraba que el actual modo de producción era definitivo”. Sin embargo, se encontró un pequeño obstáculo en el camino hacia la abolición del sistema de precios y del mercado: “La realidad, como señaló Trotsky, entró en creciente conflicto con el sistema económico que los gobernantes bolcheviques habían establecido en Rusia. Después de algunos años de miseria y hambruna para las masas rusas, los gobernantes pensaron de nuevo y se decretó una Nueva Política Económica (NEP), incluyendo elementos de propiedad privada y permitiendo las transacciones de mercado”.


El significado de todo esto no puede ser exagerado. Lo que tenemos con Trotsky y sus camaradas en la Revolución de Octubre es el espectáculo de unos cuantos intelectuales literarios-filosóficos que toman el poder en un gran país con el objetivo de derrocar todo el sistema económico, pero sin la más mínima idea de cómo funciona un sistema económico. En “El Estado y la revolución”, escrito justo antes de tomar el poder, Lenin escribió: “El capitalismo ha simplificado al máximo la contabilidad y el control necesarios para el funcionamiento de una economía nacional, hasta el punto de que se han convertido en operaciones extraordinariamente sencillas de ver, grabar y emitir recibos, al alcance de cualquiera que sepa leer y escribir y conozca las cuatro primeras reglas de la aritmética”.
Lenin, Trotsky habían sido revolucionarios profesionales, sin ninguna conexión con el proceso de producción y, a excepción de Bujarin, poco interés tenían en el funcionamiento real de un sistema económico. Sus preocupaciones habían sido la estrategia y las tácticas de la revolución y la perpetua exégesis monacal de los libros sagrados del marxismo. La esencia de cómo funciona un sistema económico, cómo en nuestro mundo, los hombres y las mujeres trabajan, producen, intercambian y sobreviven, era algo de lo que prudentemente apartaban la vista, como perteneciendo a las regiones inferiores. Estos “materialistas”  y “socialistas científicos” vivían en un mundo mental donde la comprensión de Hegel y Feuerbach era infinitamente más importante que la comprensión de lo que podría ser el significado de un precio.
Howe plantea el asunto con demasiada dulzura: una vez en el poder, dice, “Trotsky estaba tratando de abrirse camino a través de las dificultades que ningún marxista ruso había previsto”, y ¿qué propuso el brillante intelectual como solución a los problemas a los que se enfrentaba Rusia en la actualidad? El trabajo forzado, y no sólo para los oponentes políticos, sino para la clase obrera rusa. Les dijo a los sindicatos que “la coerción, la regulación y la militarización del trabajo no eran meras medidas de emergencia” y que “el Estado obrero normalmente tenía el derecho de coaccionar a cualquier ciudadano para que realizara cualquier trabajo en cualquier lugar de su elección”.
¿Y por qué no? ¿No habían exigido Marx y Engels en el “Manifiesto comunista”, “Igual responsabilidad para todos en el trabajo. Establecimiento de ejércitos industriales, especialmente para la agricultura”? Ni Marx ni Engels negaron nunca su afirmación de que los responsables del “Estado obrero” tenían derecho a esclavizar a los obreros y campesinos cuando fuera necesario. Ahora, habiendo aniquilado el odiado mercado, los bolcheviques descubrieron que la necesidad de esclavitud había surgido. Y de todos los líderes bolcheviques, el defensor más ardiente y agresivo del trabajo forzado fue León Trotsky.
Hay otras áreas en las que la crítica de Howe a Trotsky no es lo suficientemente penetrante, en las que resulta ser demasiado suave y oblicua. Por ejemplo, grava a Trotsky con ciertas contradicciones filosóficas derivadas de su creencia en el “materialismo histórico”. A lo largo de toda su vida, afirma Howe, Trotsky empleó “criterios morales que no se derivan en absoluto de los intereses de clase ni se pueden reducir a ellos. Hablaba de honor, valor y verdad como si fueran constantes conocidas, pues en algún lugar del marxismo ortodoxo sobrevivió una racha de ética rusa del siglo XIX, seria y romántica”. En este pasaje, Howe parece estar diciendo que la adhesión a ciertos valores comúnmente aceptados es, entre los marxistas, un tipo raro de atavismo por parte de Trotsky. “El comunismo de guerra no era una mera improvisación, cuyos horrores se deben atribuir al caos que se vivía en Rusia en ese momento. El sistema fue querido y ayudó a producir ese caos”.
De manera similar Howe cree haber descubierto otras contradicciones entre la filosofía marxista de Trotsky y ciertas declaraciones que hizo al comentar sobre acontecimientos políticos reales. De la Revolución Bolchevique en sí misma, Trotsky dice que habría tenido lugar incluso si no hubiera estado en Petrogrado, “con la condición de que Lenin estuviera presente y al mando”. Pregunta Howe: “¿Qué pasa con el materialismo histórico?”. El punto que Howe está planteando, por supuesto, es que en el punto de vista marxista no se permite que los individuos jueguen ningún papel crítico en la conformación de eventos históricos realmente importantes, y mucho menos en la determinación de si ocurren o no. Pero la respuesta a la pregunta de Howe es que, cuando Trotsky comete un error como este, no pasa nada. No pasa nada, porque el materialismo histórico era desde el principio una tontería pretenciosa, una estrategia política más que una posición filosófica.


Dice Howe que en la lucha con Stalin, Trotsky estaba en desventaja porque “luchó en el terreno del enemigo, aceptando la dañina suposición de un monopolio bolchevique del poder”, pero ¿por qué esta suposición está ubicada en el terreno del enemigo? Trotsky compartía esa opinión con Stalin. No creía que un partidario del capitalismo tuviera derecho a propagar sus ideas y, en cuanto a los derechos, incluso de otros socialistas, Trotsky dirigió en 1921 el ataque contra los rebeldes de Kronstadt, que simplemente exigían la libertad de otros socialistas además de los bolcheviques. En ese momento, Trotsky se jactaba de que los rebeldes serían fusilados “como perdices”, como lo fueron, según sus órdenes.
¿Cuál, al fin y al cabo, era la imagen de Trotsky de la sociedad comunista del futuro? Howe cita de “Literatura y revolución” de Trotsky las famosas y ridículas últimas líneas: “El tipo humano promedio llegará a las alturas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx”. Sin embargo, no nos dice lo que precede a estas líneas: el esbozo de Trotsky de la sociedad futura, su sueño apasionado. Bajo el comunismo, dice Trotsky, “el hombre podrá reconstruir la sociedad y a sí mismo de acuerdo con su propio plan”. El imperceptible amontonamiento de barrios y calles, ladrillo a ladrillo, de generación en generación, dará paso a la construcción titánica de pueblos-ciudad, con mapa y brújula en mano. La vida comunista no se formará a ciegas, como las islas de coral, sino que se construirá conscientemente, se erigirá y corregirá. Incluso la vida puramente fisiológica será objeto de experimentos colectivos. El hombre hará su propósito: crear un tipo biológico social más elevado o, si se quiere, un superhombre.
Este es, pues, el objetivo final de Trotsky: un mundo donde la humanidad es “libre” en el sentido de que el marxismo entiende el término, donde toda la vida humana, empezando por la economía, pero pasando a abarcar todo, incluso las partes más privadas e íntimas de la existencia humana, es conscientemente planeada por la “sociedad”, que se supone que tiene una sola voluntad. Y es esto lo que, para él, hizo que toda la esclavitud y los asesinatos fueran aceptables.
Howe termina diciendo de Trotsky que “el ejemplo de su energía y heroísmo es probable que capte la imaginación de las generaciones venideras”, añadiendo que, “incluso aquellos de nosotros que no podemos prestar atención a su palabra podemos reconocer que León Trotsky, en su poder y su caída, es uno de los titanes de nuestro siglo”. Este es el tipo de escritura que cubre los grandes temas del bien y del mal en los asuntos humanos con un manto de nieve historicista. El hecho es que Trotsky usó sus talentos para tomar el poder e imponer su sueño voluntario: la abolición del mercado, la propiedad privada y la burguesía. Sus acciones trajeron una miseria y muerte indecibles a su país.
Trotsky fue un campeón del control del pensamiento, de los campos de prisioneros, del pelotón de fusilamiento para sus oponentes y de los trabajos forzados para los trabajadores ordinarios y no brillantes. Defendió abiertamente la esclavitud mobiliaria, lo que, incluso en nuestro siglo, seguramente lo puso en una compañía muy selecta. Fue un intelectual que nunca se hizo una pregunta tan simple como ¿qué razón tengo para creer que la condición económica de los trabajadores bajo el socialismo será mejor que bajo el capitalismo? Hasta el final, nunca se permitió vislumbrar la posibilidad de que la sangrienta tiranía burocrática que presidió Stalin nunca hubiera existido de no ser por sus propios esfuerzos.

27 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXXVIII). Críticas y reproches (12)

Ludo Martens: Sus ambiciones desmesuradas
 
Para Martens, Trotsky se esforzó en denigrar sistemáticamente el pasado revolucionario de Stalin y casi todos los autores burgueses han seguido sus maledicencias. “No es por azar -escribió- que encontremos en nuestros días, en casi todas las publicaciones burguesas y pequeño-burguesas ‘en boga’, las calumnias y las mentiras a propósito de Stalin que encontrábamos en la prensa nazi durante la Segunda Guerra Mundial”. “Sobre los cinco continentes -agregó-, todas las fuerzas de derecha y de ultraderecha se han encarnizado tanto contra Stalin, utilizando los medios más colosales y con tal frenesí, que ningún auténtico revolucionarios ha podido escapar a realizar una nueva evaluación sobre la obra de Stalin. Pues cada vez está más claro que la derecha se ha enconado contra Stalin para poder formular de inmediato sus conclusiones sobre la derrota histórica del comunismo y la quiebra ideológica y política del marxismo-leninismo”. Y atribuyó a los trotskistas y los anarquistas ser especialistas en calumniar la experiencia soviética bajo Stalin. Para terminar, se reproducen a continuación la quinta y última  parte de los fragmentos extraídos de “Otra mirada sobre Stalin”, el ensayo más renombrado de Ludo Martens.

 
La depuración de 1937-38 consiguió globalmente su objetivo. Es verdad que hubo no pocos errores y desgastes que no eran posible evitar vista la situación interna del Partido. La mayoría de los hombres de la “quinta columna” nazi cayó durante la depuración. Y cuando los fascistas atacaron a la URSS, se encontraron con muy pocos colaboradores en el aparato del Estado y en el Partido. Cuando uno oye a los socialdemócratas, a los demócratas-cristianos, a los liberales y a otros burgueses hablar del “terror absurdo” de Stalin, uno quisiera preguntarles en dónde estaban ellos y sus semejantes en 1940, cuando los nazis ocuparon Bélgica y Francia. La mayoría de ellos estaban denunciando la depuración de Stalin y apoyando activa o pasivamente al régimen nazi desde el día que fue instalado. Cuando los nazis ocuparon Bélgica, Henri De Man, presidente del Partido Socialdemócrata belga, hizo una declaración oficial felicitando a Hitler y para anunciar que la llegada de las tropas nazis significaban “la liberación de la clase obrera” En su  “Manifiesto”  de junio de 1940, Henri De Man escribió en nombre del Partido Obrero belga: “La guerra ha arrastrado a la debacle al régimen parlamentario y la plutocracia  capitalista en su susodicha democracia. Para las clases trabajadoras y para el socialismo, este hundimiento del mundo decrépito, lejos de ser un desastre, es una liberación. La vía está libre para las causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz y la justicia social”.
En el curso de la historia, se nos machaca los oídos con toda clase de ataques calumniosos contra Stalin, y no somos capaces de recordar que el presidente del Partido Socialista belga, gran crítico de la depuración estaliniana, aclamó a los nazis en Bruselas. Es un hecho bien establecido que no sólo Henri De Man, sino también Achille Van Acker, futuro Primer Ministro de la Bélgica “democrática”, colaboraron con los nazis desde su entrada en Bruselas. Cuando uno oye a estas personas decir que la depuración organizada por Stalin era “criminal” y “absurda”, uno lo comprende. Ellos que se preparaban a colaborar con los nazis, eran de la misma familia que la mayor parte de las “víctimas de la depuración”. En Francia también, la gran mayoría de los parlamentarios socialistas votaron los plenos poderes a Petain y han ayudado así a poner en marcha el régimen colaboracionista de Vichy. Por otra parte, cuando los nazis ocuparon Bélgica, la resistencia era prácticamente inexistente. Las primeras semanas y los primeros meses no hubo resistencia notoria. La burguesía belga, casi en bloque, colaboró. Y la gran masa siguió y aceptó pasivamente la ocupación.
Hagamos la comparación con la Unión Soviética. Desde que los nazis han puesto su pie sobre su territorio, han tenido que enfrentarse a militares y civiles decididos a luchar hasta la muerte. La depuración había sido acompañada de una campaña permanente de preparación política e ideológica de los trabajadores a la guerra de resistencia por su Estado soviético. La vigilancia anti-nazi era la base de esta campaña. En su libro sobre el Ural, el ingeniero americano Scott describe bien cómo esta campaña política se ha desarrollado en las fábricas de Magnitogork. Nos informa de cómo el Partido explicaba la situación mundial a los obreros, en los periódicos, en las conferencias, a través de películas y de obras de teatro. Habla del  impacto profundo de esta educación sobre los obreros. Fue gracias, entre otras cosas, a la campaña de depuración y de educación que la acompañó, de donde el pueblo soviético ha encontrado la fuerza para resistir. Si no hubiese habido esta voluntad decidida de oponerse por todos los medios a los nazis, es evidente que los fascistas hubiesen tomado Leningrado, Moscú y Stalingrado. Si la quinta columna nazi se hubiera mantenido, habría encontrado apoyo entre los derrotistas y capituladores del Partido. Con la dirección estaliniana derribada, la URSS habría capitulado como lo hizo Francia. Una victoria nazi en la URSS hubiese comportado inmediatamente y como efecto, que la tendencia pro-nazi en el seno de la burguesía inglesa -siempre poderosa después de la caída de Chamberlain-, hubiese pasado sobre Churchill. Y los nazis probablemente hubiesen dominado al mundo.


¿Cuál fue el papel de Trotsky en vísperas  de la Segunda Guerra Mundial? En el curso de los años ‘30, Trotsky se convirtió en el mayor experto mundial del anticomunismo. Sus ambiciones desmesuradas por dirigir al Partido bolchevique y al Estado soviético a partir de sus concepciones individuales y mencheviques, le habían llevado al fracaso más absoluto. Rencoroso y vengativo, se lanzó, después de su destierro de la Unión Soviética, a un combate ciego contra todas las decisiones y proyectos del Partido Bolchevique y de su principal dirigente, Stalin. Como conocía perfectamente a los medios dirigentes bolcheviques y con algunos mantenía vínculos clandestinos, Trotsky llegó a ser el propagandista anticomunista más hábil y eficaz de esa época. En el curso de los años 1935-40, por sus rabiosas maniobras antibolcheviques, hizo el juego a los peores enemigos del socialismo, es decir, al nazismo alemán y al imperialismo norteamericano.
Una de las tesis esenciales en las que Trotsky avanzó en el curso de los años 1937-40 afirmaba que el enemigo principal se encontraba a la cabeza del Estado soviético: la “nueva aristocracia” bolchevique, es la capa más antisocialista y antidemocrática de la sociedad, una capa social que vive “como la burguesía acomodada de los Estados Unidos”. He aquí sus intenciones. “La burocracia privilegiada representa en el presente la capa más antisocialista y las más antidemocrática de la sociedad soviética. Acusamos a la pandilla dirigente de haberse convertido en una nueva aristocracia que oprime y desvalija a las masas. La capa superior de la burocracia lleva, poco más o menos, la misma vida que la burguesía acomodada de Estados Unidos y de otros países capitalistas”. Este lenguaje no se distingue en nada del utilizado por los jefes mencheviques, en el momento en que luchaban con las armas en la mano al lado de los Ejércitos blancos e intervencionistas. Ni, en principio, del lenguaje de la derecha clásica y de los servicios de espionaje imperialistas.
Ya que el restablecimiento del capitalismo era imposible según el pensamiento de Trotsky, toda opción socialdemócrata, revisionista, burguesa y contrarrevolucionaria era legítima, como lo era la lucha para “proteger” a la colectivización de los medios de producción contra “la nueva aristocracia”. Con ello Trotsky se convirtió en el portavoz más pérfido de todas las fuerzas retrógradas, antisocialistas y fascistas. Derrotado políticamente, “hizo flechas de toda madera” para combatir al comunismo. Acababa de declarar que la restauración capitalista era imposible, porque no podía venir ni de los antiguos clases explotadoras ni de los oportunistas. Mientras tanto, tuvo otra ocasión para incitar a las masas a la insurrección, y este individuo sin escrúpulos declaró que Stalin preparaba... “la restauración del capitalismo. La contradicción social fundamental es la que existe entre las masas traicionadas y la nueva casta aristocrática que se prepara para restaurar la sociedad de clases”.
Trotsky fue uno de los primeros en lanzar la idea de que el bolchevismo y el fascismo son dos hermanos gemelos. Esta tesis fue muy popular en el curso de los años ‘30, sobre todo entre los partidos reaccionarios católicos. El Partido Comunista era su enemigo jurado y el Partido Nacional Fascista su competidor burgués más temido. He aquí lo que dijo Trotsky: “El fascismo gana victoria tras victoria y su mejor aliado, el que le abre la puerta en el mundo entero, es el estalinismo. En realidad, nada distingue los métodos políticos de Stalin de los de Hitler. Pero la diferencia de los resultados sobre la escena internacional salta a la vista. Una parte considerable cada vez más importante del aparato soviético está formado por fascistas que aún no se han reconocidos como a tales. Identificar al régimen soviético en su conjunto con el fascismo, es un error histórico grosero. Pero la simetría de las superestructuras políticas, la similitud de los métodos totalitarios y de los tipos psicológicos son evidentes. La agonía del estalinismo es el espectáculo más horrible y el más odioso de la historia de la humanidad”.
Trotsky presenta aquí una de las primeras versiones de un tema esencial -que después fue la base de la agitación de la CIA y de los fascistas en el curso de los años ‘50-, el del “fascismo rojo”. Utilizando la palabra “fascismo”, Trotsky intentaba darle la vuelta al odio que sentían las masas por la dictadura terrorista del gran capital, para dirigirla contra el socialismo. Después de 1944-45, todos los jefes nazis alemanes, húngaros, croatas y ucranianos que se “pasaron” a Occidente, se colocaron la máscara “democrática”, y llenaron de elogios a la “democracia” americana, la nueva potencia hegemónica, el soporte principal de todas las fuerzas retrógradas y fascistas del mundo. Estos “antiguos” fascistas, fieles a su pasado criminal, han desarrollado el tema: “el bolchevismo es el fascismo pero peor”. Notemos también que es en el momento en que el fascismo se había lanzado ya a la guerra (guerra de Etiopía y de España, anexión de Austria y Checoslovaquia), cuando Trotsky afirmaba que “el espectáculo más horroroso y odioso” sobre la tierra es “la agonía del socialismo”.
Trotsky se convirtió en el principal propagandista en la Unión Soviética del derrotismo y del espíritu de capitulación. Él, que hablaba demagógicamente de la “revolución mundial” para ahogar mejor a la revolución soviética. Trotsky retoma la idea de que en caso de agresión fascista contra la URSS, Stalin y los bolcheviques “traicionarán” y que bajo su dirección, la derrota de la URSS no ofrecía la menor duda. De nuevo tenemos de un lado a “los 170 millones”, los “buenos” ciudadanos que han sido despertados gracias a la revolución. Uno se pregunta por quién, si no es por el Partido Bolchevique y por Stalin, pues la gran masa campesina no estaba precisamente “despierta” en el curso de los años 1921-1928... Estos “170 millones” poseedores de una industria de guerra desarrollada, qué son sino el resultado de la política de industrialización y la colectivización propuestas por Stalin y realizadas gracias a su voluntad de hierro, que ha posibilitado crear en un tiempo récord las empresas de armamento. Gracias a su línea correcta, a su voluntad, a su capacidad de organización, el régimen bolchevique ha despertado a todas las fuerzas populares de la sociedad, mantenidas hasta entonces en la ignorancia, la superstición y el trabajo individual primitivo.
Este régimen bolchevique ¿paralizaba a todas las fuerzas de la sociedad según decía el provocador en que se había convertido Trotsky? quien hizo una de sus numerosas y locuaces profecías: ¡estaba seguro de que el régimen bolchevique no sobreviviría a la guerra! Así, reencontramos en Trotsky dos temas de una propaganda muy apreciada por los nazis: el antibolchevismo y el derrotismo. En la Unión Soviética, esta propaganda trotskista tuvo sus efectos. Incitó al derrotismo y al espíritu de capitulación, a la idea de que la victoria del fascismo era ineluctable con una dirección tan podrida e incapaz. También empujó a “insurrecciones” y a atentados para eliminar a los dirigentes bolcheviques “que iban a traicionar en los momentos difíciles”. En efecto, una dirección de la que se afirma categóricamente que no sobrevivirá a la guerra, podía fácilmente ser derrotada desde el comienzo del conflicto. Por lo tanto, los grupos antisoviéticos y oportunistas podían probar la ocasión.


En los dos casos, las provocaciones de Trotsky ayudaron directamente a los nazis.
Trotsky afirma que hay un conflicto entre el poder estalinista y la administración del Estado, y él apoya a esta última. De hecho, la oposición entre poder y administración que él evoca, es la oposición entre Partido Bolchevique y la burocracia del Estado. Como todos los anticomunistas del mundo, Trotsky coloca al Partido Comunista la etiqueta insultante de “burocracia”. Cuando el verdadero peligro de la burocratización del régimen se encontraba en las fracciones administrativas que no tienen nada que ver con el ideal comunista, que buscan siempre desembarazarse del control político e ideológico “sofocante” del Partido para poder emplazarse por encima de la sociedad y adquirir privilegios y ventajas de todo género. El control político del Partido sobre la administración militar y civil tiene como principal objetivo combatir esas tendencias degenerativas de la burocratización.
Mientras Trotsky declara textualmente que para asegurar una buena administración del país, es necesario desembarazarse del Partido, se está convirtiendo en el portavoz de las peores tendencias burocratizadoras en el seno del aparato. Trotsky había defendido la tesis de que para prepararse para la guerra de agresión nazi, hacía falta derribar a Stalin y a los bolcheviques. Trotsky podía predicar la insurrección como la mejor defensa de la URSS, lo que no cambia nada el hecho de que llevaba a cabo una política anticomunista y que movilizaba a todas las fuerzas anti-socialistas. No hay duda de que los nazis fueron los primeros en apreciar esta “defensa” de la URSS.
Hasta un anticomunista endurecido como Tokaïev estimaba que este propósito de Trotsky hacía el juego a los agresores alemanes. Tokaïev es un anticomunista, pero partidario del imperialismo inglés. Al principio de la guerra, en “Camarada X” hacía las reflexiones siguientes: “Los pueblos de la URSS, guiados por sus sentimientos elementales de cara a un peligro mortal, se identificaron con el régimen de Stalin. Las fuerzas opuestas se dieron la mano en un movimiento espontáneo. En general se pensaba aliarse hasta con el diablo para vencer a Hitler. Por esta razón, llevar a cabo una oposición contra Stalin no era sólo perjudicial para el frente internacional contra las Potencias de Eje, sino que significaba también tomar una actitud antagónica hacia los pueblos de la URSS”.
Al aproximarse la Segunda Guerra Mundial, la principal obsesión de Trotsky, sino la única, fue la de derrotar al Partido Bolchevique en la Unión Soviética. Esta tesis era también la de toda la extrema derecha mundial: “el que defienda directa o indirectamente a Stalin y al Partido bolchevique, es el peor enemigo del socialismo”. He aquí las declaraciones de Trotsky en “La lucha contra el fascismo”: “El burocratismo reaccionario debe ser y será derribado. La revolución política en la URSS es invencible. Sólo la derrota de la pandilla bonapartista del Kremlin puede permitir la regeneración de la potencia militar de la URSS. La lucha contra la guerra, el imperialismo y el fascismo exigen la lucha sin cuartel contra el estalinismo cubierto de crímenes. Quien directa o indirectamente defienda al estalinismo, cualquiera que guarde silencio sobre sus traiciones o exagere la potencia de su ejército, es el peor enemigo de la revolución, del socialismo y de los pueblos oprimidos”. En la feroz lucha de clases que se desarrollaba a escala mundial entre el imperialismo y el socialismo, entre el fascismo y el bolchevismo, sólo los ideólogos más derechistas del imperialismo francés, inglés y americano, y los ideólogos fascistas podían defender la tesis según la cual quien defendiera “directa o incluso indirectamente” al estalinismo, es “el peor enemigo”.


Después de 1934 y de forma constante, Trotsky predicaba el aplastamiento de los bolcheviques por el terrorismo y la insurrección armada. En abril de 1938 reemprendió una idea que propagó desde 1935: “Es inevitable que haya un atentado contra Stalin y los otros dirigentes bolcheviques”. Con la punta de su lengua continuó afirmando que “las leyes de la historia nos dicen que atentados y actos de terror contra los gángsters como Stalin son inevitables”. Luego, seguía afirmando que el terror individual es un programa “demasiado limitado” para la IV Internacional. Pero, como la IV Internacional se reducía en la URSS a algunos grupitos sin apoyo de las masas trabajadoras, estaba claro que hasta este programa “limitado” del terrorismo individual estaría probablemente por debajo de sus fuerzas.
He aquí en qué términos Trotsky propagaba el terror individual: “Stalin destruye al Ejército y pisotea al país. El odio se acumula a su alrededor y una venganza terrible está suspendida sobre su cabeza. ¿Un atentado? Es posible que ese régimen que, bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo, ha exterminado a todas las mejores cabezas del país, llame finalmente contra él al terror individual. Pero la IV Internacional no tiene nada que ver con la desesperación y la venganza individual, ya que es demasiado limitada para nosotros. Por lo tanto, como la suerte personal de Stalin nos interesa, no podemos hacer otra cosa que esperar que viva el tiempo suficiente para poder ver derrumbarse su sistema. Porque no habrá que esperar demasiado”.
Trotsky alterna sus llamamientos al terrorismo individual con la propaganda de las insurrecciones armadas contra el poder bolchevique. En general, utiliza la fórmula velada e hipócrita de “revolución política”. He aquí el programa de lucha armada antibolchevique, avanzado por Trotsky: “El pueblo ha vivido tres revoluciones, ha derribado a la monarquía zarista, a la nobleza y a la burguesía. En un cierto sentido, la burocracia soviética reúne en el presente los rasgos de todas esas clases derribadas, pero sin tener sus raíces sociales, ni sus tradiciones. Sólo puede defender sus privilegios monstruosos por el terror organizado. No se puede asegurar la defensa del país de otra forma que destruyendo a la pandilla autocrática de los saboteadores y los derrotistas”.
Como verdadero contrarrevolucionario, Trotsky pretende que el socialismo reúne los rasgos opresivos del zarismo, de la nobleza y de la burguesía. Pero -según él- el socialismo no tiene una base social tan amplia como tenían estos regímenes explotadores. Las masas antisocialistas podrán, por lo tanto, fácilmente derribarlo. De nuevo, es un llamamiento a todas las fuerzas reaccionarias a tomar por asalto este régimen detestable y precario y realizar la cuarta revolución. En su “Nuevo Programa de Transición”, desarrolla las tareas que su organización, que confiesa que “es extremadamente débil en la URSS”, debe cumplir en este país. Y escribe: “Es imposible la realización de este Programa sin haber podido derribar antes a la burocracia que se mantiene por la violencia y la falsificación. Sólo la sublevación revolucionaria victoriosa de las masas oprimidas puede regenerar al régimen soviético y asegurar la marcha adelante hacia el socialismo. Sólo la IV Internacional es capaz de llevar a las masas soviéticas hacia la insurrección”.
Esta cita nos da un buen ejemplo de esta duplicidad. En 1932-33 Trotsky dijo que uno de los “crímenes principales” de los estalinistas alemanes fue el haber rechazado el frente con los socialdemócratas contra el fascismo. Ahora bien, en 1932, la socialdemocracia defendía con uñas y dientes al régimen capitalista y rechazó todas las propuestas de unidad anticapitalista avanzadas por el Partido Comunista alemán. Pero, estamos ahora en 1940 y la Segunda Guerra Mundial ya había comenzado desde hacía ocho meses. Y en este momento preciso, el gran especialista del “frente unido”, Trotsky, propone al Ejército Rojo iniciar una insurrección contra el régimen bolchevique. Escribiendo en una Carta abierta dirigida a los trabajadores soviéticos: “El objetivo de la IV Internacional es el de regenerar a la URSS purgándola de su burocratismo parasitario. Esto sólo puede ser hecho que de una sola forma: por los obreros, los campesinos, los soldados del Ejército Rojo y los marinos de la Flota roja que deben sublevarse contra la nueva casta de opresores y parásitos. Para preparar este levantamiento de masas, es necesario un nuevo partido, la IV Internacional”. En el momento en que Hitler preparaba ya sus planes de guerra contra la URSS, el provocador Trotsky llama al Ejército Rojo a sublevarse y dar un golpe de Estado. ¡Un acontecimiento similar habría creado un desorden tan monstruoso que hubiese abierto el país entero a los fascistas! 

26 de septiembre de 2022

Trotsky revisitado (XXXVII). Críticas y reproches (11)

Ludo Martens: El contrarrevolucionario
 
Ludo Martens es también autor de los ensayos “L'URSS et la contre-révolution de velours” (La URSS y la contrarrevolución de terciopelo) y  “Les années Brejnev. Stalinisme ou révisionnisme? (Los años de Brezhnev. ¿Estalinismo o revisionismo?). Categóricamente atribuyó al revisionismo introducido por Khruschev el fracaso político de la URSS, y a Gorbachov la capitulación frente al imperialismo y la catástrofe económica. “Durante treinta y cinco años -escribió-, los revisionistas han luchado por demoler a Stalin. Una vez Stalin demolido, Lenin ha sido liquidado en un abrir y cerrar de ojos. Khruschev se encarnizó contra Stalin. Gorbachov lo ha ‘rematado’ llevando a cabo, en el curso de los cinco años de su glasnost, una verdadera cruzada contra el estalinismo. ¿Se han dado cuenta de que el desmontaje de las estatuas de Lenin no ha sido precedido por una campaña política contra su obra? Bastó con la campaña contra Stalin. Una vez que todas las ideas políticas de Stalin fueron atacadas, denigradas, demolidas, se llegó a la constatación de que, la campaña había servido también para liquidar las ideas de Lenin”. Seguidamente la cuarta parte de los fragmentos extraídos de “Otra mirada sobre Stalin”.

 
Políticamente Kamenev y Zinoviev fueron los precursores de Khruschev. Pues, para ridiculizar la vigilancia respecto a los oportunistas del género de Kamenev, Trotsky utiliza un argumento que será casi textualmente retomado por Khruschev en su “Informe secreto”: “La liquidación de clases antes dominantes, al mismo tiempo que los éxitos económicos de la nueva sociedad, deberían obligatoriamente llevar a la atenuación y la desaparición progresiva de la dictadura”. En el momento en que una organización clandestina llega a asesinar al número dos del régimen socialista, Trotsky declara en su artículo “Un crujido en el aparato”: “La dictadura del proletariado en la URSS debe lógicamente comenzar a desaparecer”. Siempre dirigiendo la punta de lanza contra los bolcheviques que defienden al régimen soviético, Trotsky pide clemencia para los conspiradores. Al mismo tiempo que presenta a los terroristas bajo un ángulo simpático.
Trotsky declara sobre el asesinato de Kirov: “Un acto terrorista cometido por orden de una organización determinada es inconcebible si no existe una atmósfera política favorable. La hostilidad hacia las alturas del poder debería extenderse ampliamente y tomar formas agudas para que en el seno de la juventud del Partido pueda cristalizar un grupo terrorista. Si entre las masas populares el descontento se extiende hasta aislar a la burocracia entera; si la juventud misma se siente apartada, oprimida, privada de la posibilidad de un desarrollo independiente, la atmósfera para los grupos terrorista se habrá creado”. Trotsky, aunque públicamente tome sus distancias en relación con el terror individual, se apresura a decir ¡lo bien que piensa de este atentado contra Kirov!
Como puede verse, el complot y el asesinato son las pruebas de que hay una “atmósfera general de hostilidad que aísla a la burocracia entera”. El asesinato de Kirov prueba que “la juventud se siente oprimida y privada de la posibilidad de un desarrollo independiente”. Esta última observación es un estimulante directo a la juventud reaccionaria que, efectivamente, se siente “oprimida” y desprovista de “posibilidades de desarrollo independiente”. Y Trotsky termina por postular el terror individual y la insurrección armada, para destruir al poder “estalinista”. Así, desde 1935, Trotsky actúa como un contrarrevolucionario sin máscara, como un anticomunista irreductible. He aquí un texto que escribió en 1935, un año y medio antes de la Gran Purga de 1937. “Stalin es la encarnación viva de un Termidor burocrático. Entre sus manos, el terror es y queda ante todo como un instrumento destinado a aplastar al Partido, a los sindicatos y a los soviets, y establecer una dictadura personal a que solo le falta... la corona imperial. Las atrocidades insensatas engendradas por métodos burocráticos en la colectivización, como las grandes represalias y las violencias ejercidas contra los mejores elementos de la vanguardia proletaria, han provocado, de forma inevitable, la exasperación, el odio y el espíritu de venganza. Esta atmósfera engendra disposiciones al terror individual entre los jóvenes. Sólo los éxitos del proletariado mundial pueden reanimar la confianza del proletariado soviético en sí mismo. La condición esencial de la victoria de la revolución es la unificación de la vanguardia proletaria internacional alrededor de la bandera de la IV Internacional. La lucha por esta bandera debe también ser llevada a la URSS, con prudencia pero de forma intransigente. El proletariado que ha realizado tres revoluciones levantará la cabeza una vez más. La absurdidad burocrática ¿no intentará resistirla? El proletariado encontrará una escoba suficientemente grande. Y nosotros le ayudaremos”.
Es así como Trotsky exalta discretamente el “terror individual” y predica abiertamente una “cuarta revolución”. ¿Qué fuerzas puede movilizar con estos llamamientos? En primer lugar, a los kulaks que los “burócratas” han infligido “atrocidades insensatas” durante la colectivización. Después, a los oportunistas podridos que han ensayado ya el arma del terrorismo contra Kirov y contra otros dirigentes: cuando Trotsky habla, en 1935, de “los mejores elementos de vanguardia” contra los cuales el Partido ha ejercido “cobardes represalias y violencias”, está haciendo referencia al grupo de Zinoviev y de Nikolaïevski. En este texto, Trotsky afirma que Stalin “aplasta” al partido bolchevique, a los sindicatos y a los soviets. Una contrarrevolución tan “atroz”, declara Trotsky, debe necesariamente provocar entre los jóvenes el odio, el espíritu de venganza y el terrorismo. Esto es un llamamiento apenas disimulado al asesinato de Stalin y de otros dirigentes bolcheviques. Trotsky declaró que la actividad de sus acólitos en la Unión Soviética debe ser llevada según las reglas de la estricta conspiración; es pues evidente que no puede llamar directamente al terror individual. Pero hace comprensible que un tal terror individual puede ser “provocado de forma inevitable” debido a los crímenes estalinistas. En lenguaje conspirativo, no se puede ser más claro. Si hubiera alguna duda entre sus partidarios de que se debe llegar hasta la lucha armada contra los bolcheviques, Trotsky añade: “En Rusia hemos hecho una revolución armada en 1905, otra en febrero de 1917 y una tercera insurrección armada en octubre de 1917. Preparemos ahora una cuarta revolución contra los estalinistas. Si osan resistir, los trataremos como hemos tratado en 1905 y en 1917 a los zares y a la burguesía”. Predicando una revolución armada en la URSS, Trotsky se convierte en el portavoz de todas las clases reaccionarias derrotadas, desde los kulaks a los zaristas pasando por los burgueses y los oficiales blancos. Para arrastrar a algunos obreros en su empresa anticomunista, Trotsky sólo les promete los “éxitos del proletariado mundial” que van a “reanimar la confianza del proletariado soviético”.


Abordando la lucha de clases en los países imperialistas, conviene subrayar que la lucha principal de Trotsky apuntaba hacia la destrucción de los Partidos Comunistas. Trotsky ordenó desde 1934 a sus acólitos entrar en los partidos socialdemócratas, partidos que defendían abiertamente al régimen capitalista y colonialista. Trotsky quería que sus partidarios les reforzaran sus tendencias anticomunistas. Así, la presión contra los PPCC sería cada vez más fuerte y muchos obreros se darían de baja. La destrucción del Partido Comunista conduciría entonces al desarrollo imparable de la IV Internacional trotskista, vanguardia de la Revolución mundial. Esto es lo que escribía Trotsky en una carta a los bolcheviques-leninistas de la URSS, publicada en agosto de 1934.
En ella también puede leerse: “En el interior de los partidos de la II Internacional se está realizando un proceso de radicalización de las masas. El régimen cuartelario del Komintern, el cinismo de sus procedimientos y de sus métodos, constituye hoy en día el principal obstáculo sobre la vía de la educación revolucionaria y de la formación de la vanguardia proletaria. Los obreros socialistas deben ser el campo principal de nuestras actividades. Sólo siendo eficaces en esto, podremos sacar a los obreros comunistas del tornillo de banco de la burocracia y asegurar la creación de un verdadero partido revolucionario de masas, sección de la IV Internacional, que llevará al proletariado a la conquista del poder”. Así que, según él, desde 1934 el “principal obstáculo” que los trotskistas quieren destruir en los países imperialistas, son los PPCC: el objetivo principal de la lucha que llevaron a cabo los trotskistas, fue la misma diana principal sobre la cual convergían todos los ataques de la patronal, de la derecha clásica, de la socialdemocracia y del fascismo.
El apoyo trotskista a la socialdemocracia fue completado por un trabajo de infiltración y de subversión en el seno de los partidos comunistas. Trotsky tenía la intención de hacerlos estallar. Para conseguirlo, utilizó una fraseología “izquierdista”. Los PPCC querían constituir un frente unido con ciertas fracciones de la burguesía contra el fascismo hitleriano, lo que -declaró Trotsky- es una desviación “social-patriótica” insoportable para los verdaderos “revolucionarios proletarios”. Y a pesar de utilizar este argumento “de extrema-izquierda” para destruir a los PPCC, los trotskistas se esforzaron en reforzar a la socialdemocracia contra el Partido Comunista. En 1935 Trotsky escribió: “En el interior del Partido Comunista se acumulan tendencias cada vez más considerables que deben, inevitablemente, llevar a una serie de escisiones, y la continuación es organizarlos en la IV Internacional. Por ello es necesario observar la vida interna del Partido Comunista y apoyar a las tendencias revolucionarias, proletarias, contra la facción dirigente social-patriótica”.
Insertamos aquí un paréntesis para mostrar hasta qué punto Trotsky devino, desde 1935, en el portavoz de los peores reaccionarios en la arena internacional. En un panfleto titulado “De Marx a Stalin”, publicado en 1937, “la Juventud Intelectual Católica, deseosa de aportar su contribución al arsenal intelectual anticomunista” da la palabra al abogado Jean Dal. Este último se esforzaba en probar a los intelectuales católicos que el comunismo es “irrealizable e inadmisible”. Diciendo de paso que “Henri De Man, en su obra “Más allá del marxismo”, ha enriquecido de forma considerable el pensamiento marxista, sin traicionarlo”. Y que está de acuerdo con Berdiaïev en que “el espíritu mismo del comunismo es la negación del espíritu”. Sobre su trayectoria, el señor Dal parece dar idea de querer esclarecer y convencer a “los intelectuales inclinados a dejarse seducir por ciertos aspectos del comunismo”, citando abundantemente... las obras de Trotsky.
He aquí el pasaje central de la obra de Dal: “Acabo de leer el último libro de León Trotsky, ‘La Revolución Traicionada’. Este libro es más que la obra de un agriado vindicativo, de un ambicioso de gran envergadura apartado brutalmente de las avenidas del poder. Pues no hace más que confirmar, sintetizar, revelar a la luz con una incontestable potencia verbal y una lucidez remarcable, datos dispersos que ha sido capaz de rebuscar en 36 libros, periódicos y artículos de periódico. Datos según los cuales la URSS, como la Francia revolucionaria del pasado, habría conocido su Termidor y está ya en una forma de período preconsular, después del cual este país no representa más que de fachada el ideal intelectual que lo suscitó, sus dirigentes siguen deliberadamente una línea de conducta casi exactamente contraria a la política leninista. Otra cosa es saber si toda revolución no acabará por terminar en un Termidor. Stalin y su camarilla de burócratas y mandarines, ¿son los responsables de la evolución actual de la URSS? ¿Han traicionado a sabiendas? ¿O es que no podían hacer otra cosa que traicionar? La Rusia de 1936 está muy lejos de la imagen que Lenin, en los últimos años de su vida, proyectaba sin cesar sobre la pantalla del porvenir”.


Después de la lectura de estos textos, es evidente que todo comunista soviético que tomara conocimiento de las ligazones clandestinas existentes entre ciertos miembros del Partido con Trotsky, tendría el deber imperativo de denunciarlos a la Seguridad del Estado. Los que mantenían relaciones con Trotsky formaban parte de un complot contrarrevolucionario que buscaba destruir los cimientos básicos del poder soviético, cualquiera que fuesen los argumentos de “izquierda” que fueran utilizados para justificar el trabajo de subversión anticomunista.
A partir de 1931, Bujarin jugó un papel preponderante en el trabajo del Partido entre los intelectuales. Su influencia fue grande entre la comunidad científica de la URSS y en el seno de la Academia de las Ciencias. Como redactor jefe del periódico gubernamental “Izvestia”, Bujarin pudo promover su propia corriente política e ideológica. En el primer congreso de los escritores, Bujarin elogió a Pasternak, que preconizaba un “apoliticismo militante” en literatura. Bujarin se convirtió en el ídolo de los campesinos ricos, así como el portavoz de los nuevos tecnócratas. En 1936, fue enviado a París para negociar con el menchevique Nikolaïevski, que poseía ciertos manuscritos de Marx y de Engels. La Unión Soviética quería comprárselos. Nikolaïevski testimonió sobre estas entrevistas con Bujarin: “Bujarin tenía el aire de aspirar al sosiego, lejos de la fatiga que le imponía la vida en Moscú. Estaba fatigado. Me dejó entender indirectamente que se sentía embargado de un gran pesimismo por lo del Asia central y que había perdido sus deseos de vivir. Entretanto, no quería suicidarse”.
Así, Bujarin aparece en 1936 como un “viejo bolchevique”, moralmente acabado, invadido por el espíritu de la capitulación y del derrotismo. El menchevique Nikolaïevski continúa: “Yo conocía la orden del Partido prohibiendo a los comunistas hablar con aquellos que no eran miembros informándoles de los asuntos interiores del Partido. Tuvimos, no obstante, numerosas conversaciones sobre la situación interna del Partido. Bujarin tenía necesidad de hablar”. Bujarin, el “viejo bolchevique”, rompió las reglas más elementales de un Partido Comunista ante un enemigo político. “Fanny Yezerskaïa intentó persuadirle de que se quedara en el extranjero. Él le dijo que era necesario fundar un periódico de oposición en el extranjero, un periódico que sería informado de la realidad de lo que pasaba en Rusia y que por ello podría ejercer una gran influencia. Ella afirmaba que Bujarin era el único en poder llenar este papel. Pero me informó que Bujarin le respondió: ‘No creo que pueda vivir sin Rusia. Estamos habituados a lo que pasa y a la tensión que reina’”. Bujarin se dejó poner en contacto con los enemigos que tramaban el derrumbamiento del régimen bolchevique; su respuesta evasiva demuestra que no iba a adoptar una actitud de principios a la propuesta provocadora de dirigir una revista anti-bolchevique en el extranjero.
Nikolaïevski continúa su testimonio: “Cuando estuvimos en Copenhague, Bujarin me recordó que Trotsky se encontraba relativamente cerca de nosotros en Oslo. Con un guiño, me sugirió: ¿Y si tomáramos la maleta para irnos a pasar un día con Trotsky?”, y continuó: “Evidentemente, nos hemos batido a muerte, pero esto no me impide sentir por él un gran respeto”. En París, Bujarin visitó también al jefe menchevique Fedor Dan, al cual le confió que a sus ojos, Stalin no era “un hombre sino un diablo”. En 1936, Trotsky era ya un contrarrevolucionario irreductible, predicando el terrorismo, partidario de una insurrección anti-bolchevique. Dan era uno de los principales jefes socialdemócratas de la contrarrevolución. Bujarin se estaba aproximando políticamente a estos dos individuos.
La depuración estalinista propiamente dicha de 1937-1938 fue decidida después de la puesta a punto de la conspiración militar de Tujachevski. El descubrimiento de un complot en la cabeza del Ejército Rojo, complot que tenía ligazones con fracciones oportunistas del Partido, provocó un verdadero pánico. Desde hacía varios años, la dirección del Partido tenía la convicción de que la guerra con el fascismo era inevitable. El hecho de que los más altos jefes del Ejército Rojo y ciertos dirigentes del Partido elaborasen secretamente los planes de un golpe de Estado produjo una verdadera conmoción. Los dirigentes bolcheviques tomaron conciencia de la gravedad del peligro interior y de sus relaciones con el exterior. Stalin comprendió perfectamente que el enfrentamiento entre la Alemania nazi y la URSS costaría millones de vidas soviéticas. La decisión de eliminar físicamente a la 5ª Columna no era un signo de “paranoia del dictador”, como afirmaba la propaganda nazi, sino que mostraba la determinación de Stalin y del Partido Bolchevique de hacer frente al fascismo con una lucha a muerte. Eliminando a la 5º Columna, Stalin salvó la vida de varios millones de soviéticos. De lo contrario, estos muertos hubiesen sido el precio suplementario a pagar, en caso de agresión exterior debido a los sabotajes, provocaciones y traiciones interiores.


La campaña contra el burocratismo en el Partido, sobre todo a niveles de las estructuras intermedias, tomó en 1937 una gran amplitud. En el curso del mismo año, Yaroslavki atacó muy duramente al aparato burocrático. Afirmaba que en Sverdlovsk, la mitad de los miembros de los presídiums de las instituciones gubernamentales habían sido cooptados. El Soviet de Moscú sólo se reunía una vez por año. Algunos dirigentes no conocían ni de vista a sus subordinados. La actitud burocrática y arbitraria de los hombres de los aparatos provinciales estaba reforzada por el hecho de que estos últimos poseían virtualmente el monopolio en el terreno de la experiencia administrativa. La dirección bolchevique animaba a la base en su luchar contra las tendencias burocráticas y burguesas.
A principios de 1937, la lucha contra la infiltración nazi y la conspiración militar se fusionó con la lucha contra el burocratismo y los empecinamientos feudales. Hubo una depuración revolucionaria desde arriba y desde abajo. La depuración comenzó por una decisión firmada el 2 de julio de 1937 por Stalin y Molotov, condenando a muerte a 75.950 personas cuya hostilidad hacia el poder soviético era conocida: criminales de derecho común, kulaks, contrarrevolucionarios, espías y elementos antisoviéticos. Los casos debían ser examinados por una troika compuesta por el secretario del Partido, el Presidente del Soviet local y el jefe de la NKVD. Pero, a partir de septiembre de 1937, los responsables de la depuración a nivel regional y los enviados especiales de la dirección introdujeron peticiones para aumentar la cuota de los elementos antisoviéticos a ejecutar.
La depuración se caracterizó a menudo por su ineficacia y anarquía. Secretarios regionales del Partido trataban de probar su vigilancia denunciando y expulsando a un gran número de cuadros inferiores y miembros ordinarios. Los opositores escondidos en el seno del Partido intrigaban para expulsar a un máximo de cuadros comunistas locales. Sobre este propósito, un oponente testimonió: “Intentamos expulsar a todos los militantes posibles del Partido. Expulsamos a personas aun cuando no había ninguna razón para hacerlo. Teníamos un sólo objetivo: aumentar el número de personas resentidas y así aumentar el número de nuestros aliados”. Dirigir un país gigantesco, complejo y teniendo siempre grandes retrasos a recuperar, era una tarea de una dificultad extrema. En los múltiples dominios estratégicos, Stalin se concentraba en la elaboración de las líneas directrices generales. Después confiaba la puesta en aplicación a uno de sus adjuntos. Así, para poder aplicar las líneas directrices de la depuración, reemplazó a Yagoda -un liberal que se había pringado en los complots de los opositores-, por un viejo bolchevique de origen obrero, Ejov. Pero, después de tres meses de depuración dirigida por Ejov, empezaron a encontrarse indicios de que Stalin no estaba satisfecho del desarrollo de la operación. En octubre, Stalin intervino para afirmar que los dirigentes económicos eran dignos de confianza.
En enero de 1938, el C.C. publicó una Resolución sobre los desarrollos de la depuración. En ella se afirmaba la necesidad de la vigilancia y de la represión contra los enemigos y los espías. Pero, al mismo tiempo criticaba la “falsa vigilancia” de ciertos secretarios del Partido que atacaban a la base para proteger su propia posición. Empezaba así: “El pleno del C.C. del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética estima que es necesario llamar la atención de las organizaciones del Partido y a sus dirigentes sobre el hecho de que, dirigiendo en lo esencial sus esfuerzos hacia la depuración de sus filas de los agentes trotskistas y derechistas del fascismo, se cometen errores y perversiones serias que impiden la depuración del Partido de los agentes dobles, de los espías y saboteadores. A pesar de las directrices y de las advertencias repetidas del C.C., las organizaciones del partido adoptan, en numerosos casos, unas decisiones completamente erróneas, expulsan a comunistas partidarios, con una ligereza criminal” . La Resolución señaló dos grandes problemas organizacionales y políticos que hacían desviar la depuración: la presencia de comunistas que buscaban únicamente hacer carrera y la presencia, entre los cuadros, de enemigos infiltrados.