Cuando se analiza el proceso de constitución de una economía mundial que integra a las llamadas economías nacionales en un mercado mundial de mercancías, capital y fuerza de trabajo, se ve que las relaciones producidas por este mercado, son desiguales y combinadas.
Son desiguales porque el desarrollo de algunas partes del sistema se produce a expensas de otras partes. Las relaciones comerciales se basan sobre el control monopólico del mercado, que conduce a la transferencia del excedente de los países dependientes hacia los países dominantes; las relaciones financieras se basan sobre empréstitos y exportación de capital realizados por los poderes dominantes, lo cual les permite recibir intereses y beneficios, incrementándose de esta manera su excedente nacional y reforzándose su control sobre las economías de los otros países. Para los países dependientes estas relaciones significan una exportación de beneficios e intereses que llevan consigo parte del excedente generado dentro del ámbito de sus fronteras y les hace perder el control de sus recursos productivos.
Son combinadas porque, para permitir estas relaciones desventajosas, los países dependientes deben generar grandes excedentes, no por medio de la creación de un nivel tecnológico más alto, sino más bien explotando al máximo su fuerza de trabajo. El resultado es la limitación de sus mercados internos y de sus capacidades técnicas y culturales, como también de la salud física y espiritual de sus pueblos. Así, con la combinación de estas discordancias y la transferencia de recursos de los sectores más retrasados y dependientes hacia los más avanzados y dominantes, se explican las desigualdades entre países desarrollados y subdesarrollados que se ahondan día a día y se han transformado en un elemento necesario y estructural de la economía mundial.
Las formas históricas de la dependencia están condicionadas por las formas básicas de la economía mundial que tiene sus propias leyes de desarrollo; por el tipo de relaciones económicas dominantes en los centros capitalistas y las formas en que estos últimos se expanden hacia afuera; y por los tipos de relaciones económicas existentes dentro de los países periféricos que se incorporan en situación de dependencia dentro de la red de relaciones económicas internacionales generadas por la expansión capitalista.
Se pueden distinguir tres fases históricas en la consolidación de la dependencia económica: la primera es la etapa de la dependencia colonial, de naturaleza exportadora-comercial, en la que el capital comercial y el financiero, aliado con el Estado colonialista, dominaba las relaciones económicas de los países europeos y sus colonias por medio del monopolio del comercio, complementado por el monopolio colonial de la tierra, las minas y la fuerza de trabajo en los países colonizados. La segunda, consolidada a fines del siglo XIX, es la etapa de la dependencia industrial-financiera, que se caracterizó por la dominación del gran capital en los centros hegemónicos y por su expansión al exterior a través de inversiones en la producción de materias primas y de productos de la agricultura destinados al consumo de los centros hegemónicos. En los países dependientes creció así una estructura productiva dedicada a la exportación de estos productos, produciéndose lo que la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) ha llamado "desarrollo hacia afuera". La tercera y última etapa es la de la dependencia industrial-tecnológica y nació en el período de la posguerra consolidándose sobre la base de empresas multinacionales que empezaron a invertir en industrias destinadas al mercado interno de los países subdesarrollados.
Cada una de estas formas de dependencia corresponde a una situación que condicionó no solamente las relaciones internacionales de los países, sino también sus estructuras internas: la orientación de la producción, las formas de acumulación de capital, la reproducción de la economía y, simultáneamente, su estructura social y política.A fin de entender el sistema de reproducción dependiente y las conformaciones socioeconómicas que el mismo crea, se lo debe estudiar como parte de un sistema de relaciones económicas mundiales. Éstas se basan sobre el control monopólico del gran capital, el control de determinados centros económicos y financieros sobre otros, y un monopolio de la tecnología que es altamente complejo y conduce a un desarrollo desigual y combinado a nivel nacional e internacional. Los intentos de analizar la realidad de los países subdesarrollados como resultado de su atraso en asimilar los modelos más avanzados de producción o en modernizarse, no son más que ideología disfrazada de ciencia. Lo mismo puede decirse de los intentos de analizar la economía internacional en términos de relaciones entre elementos de libre competencia, como lo hace el neoliberalismo, que busca justificar las desigualdades del sistema económico mundial y negar las relaciones de explotación sobre las cuales se basa.
En realidad, sólo podemos entender lo que ocurre en los países subdesarrollados cuando se advierte que se desarrollan dentro del marco de un proceso de producción y reproducción dependientes. Este sistema se reproduce en forma dependiente cuando reproduce un sistema productivo cuyo desarrollo está limitado por esas relaciones mundiales, que conducen necesariamente al desarrollo de sólo algunos sectores económicos, obliga a comerciar en condiciones de desigualdad, a la competencia interna con el capital internacional bajo condiciones desiguales y a la imposición de relaciones de superexplotación de la fuerza de trabajo local con el propósito de dividir el excedente económico así generado entre las fuerzas internas y externas de la dominación.
Al reproducir tal sistema productivo y tales relaciones internacionales, el desarrollo del capitalismo dependiente reproduce los factores que le impiden alcanzar una situación ventajosa en el orden nacional e internacional y reproduce, también, el atraso, la miseria y la marginalidad social dentro de sus fronteras. El desarrollo que produce beneficia a sectores muy limitados, encuentra obstáculos locales insalvables para su crecimiento económico continuado tanto con respecto a los mercados internos como a los externos y conduce a la acumulación progresiva de balances de pagos deficitarios, los cuales, a su vez, generan más dependencia y más explotación.
Todo indica que lo que puede esperarse del futuro de los países subdesarrollados es un largo proceso de agudas confrontaciones políticas y una profunda radicalización social que conducirá a estos países a un dilema: tomar conciencia de la realidad y romper definitivamente con la dependencia económica o seguir ignorándola y permitir que ésta se agudice. Las soluciones intermedias han demostrado ser, en una realidad tan contradictoria, vacías y utópicas.