
Sus lecturas de adolescente, y luego de estudiante en la universidad de Bonn -donde estudió filosofía y psiquiatría-, lo llenaron de romanticismo y metafísica. Pasó sin transición de las novelas de aventuras de Karl May (1842-1912) y las policiales de Peter Cheyney (1896-1951) a los ensayos del filósofo solipsista Max Stirner (1806-1856): "Todo el surrealismo estaba allí", afirmó muchas veces.
La Primera Guerra Mundial frenó ese buen comienzo, ya que se alistó en el ejército alemán: "El 1º de agosto de 1914 murió Max Ernst. Resucitó el 11 de noviembre de 1918 como un muchacho joven que aspiraba a convertirse en el mito de su propio tiempo", dijo mucho después.

"La empresa era amplia -explica su biógrafo Patrick Waldberg (1913-1985)- pero estaba a la altura del aprendiz de brujo que, apenas devuelto a la vida civil, volvió a hacer de las suyas. Después del armisticio, el teniente de artillería Ernst abandonó a los Húsares de la Muerte, sus compañeros de armas, para convertirse en el líder del dadaísmo en Colonia".
Junto con Hans Arp (1886-1966) y Johannes Baargeld (1891-1927) organizó en 1920, un escándalo sin precedentes en los anales de la vida renana: una exposición dadá en la cervecería Winter. Fue una exposición de objetos y relieves dadaístas en un café; la entrada se hacía por el baño y el discurso de la inauguración fue reemplazado por un recital de poemas obscenos dichos por una modelo disfrazada de monja. Esto fue demasiado para su padre, el venerable maestro de escuela Philippe Ernst: "Te echo y te maldigo" fueron las últimas palabras que oyó de aquél el joven artista.
Las autoridades de Colonia tampoco fueron sensibles a esa "broma de poetas" y cerraron la exposición. En esa época ya había surgido en Suiza el movimiento dadá que vivía su corto apogeo como expresión revolucionaria contra el arte convencional. En 1921 se trasladó a vivir a París, donde comenzó a pintar obras surrealistas en las que figuras humanas de gran solemnidad y criaturas fantásticas habitaban espacios renacentistas realizados con detallada precisión.

En París conoció a los artistas del equipo de la revista "Littérature": Louis Aragón (1897-1982), Paul Eluard (1895-1952), Benjamin Péret (1899-1959) y André Bretón (1896-1966), todos ellos impulsores del naciente surrealismo. Sin embargo, el idilio duró poco: Ernst no se sentía cómodo haciendo de militante incondicional, de miembro de partido, por poética, cercana a su temperamento y profunda que fuese la causa. A pesar de todo, Bretón nunca subestimó -ni siquiera en los peores momentos de sus relaciones-su aporte heterodoxo e indisciplinado a la pintura surrealista.
En 1925 inventó el "frottage" (que transfiere al papel o al lienzo la superficie de un objeto con la ayuda de un sombreado a lápiz) y más tarde experimentó con el "grattage" (técnica por la que se raspan o graban los pigmentos ya secos sobre un lienzo o tabla de madera) y el"dripping" (técnica de goteo mediante el balanceo de una lata de pintura agujereada).
En 1930 debutó como actor cinematográfico en la película "L' age d' or" (La eded de oro), segundo filme surrealista del director español Luis Buñuel (1900-1983) que causó un verdadero escándalo en Francia y fue prohibido por más de 50 años.
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial en 1939 trastornó el destino y la carrera del pintor: lo tomaron prisionero por extranjero enemigo en Francia. En la prisión trabajó en la "decalcomanía", una técnica para transferir al cristal o al metal pinturas realizadas sobre un papel especialmente preparado.

A pesar de su pasado y de su fama, la posguerra no fue fácil para Max Ernst. El primer regreso a París en 1949, estuvo sellado por un fracaso, pero la segunda tentativa en 1952, resultó buena. La Bienal de Venecia le otorgó el Gran Premio de Pintura en 1954, y desde entonces su consagración se afirmó de manera definitiva, en todos los planos.


Esbozando una enorme sonrisa, dijo un tiempo antes de su muerte: "siempre fui feliz por desafío".