La
sociedad incaica tenía una rígida estructura piramidal, en cuyo vértice
superior estaba el Sapa Inca, el emperador de todo, el hijo del Sol, sustentado
por un estrato de administradores de sangre real, los "curacas",
quienes obraban como jefes políticos de los "ayllus" o comunidades.
Entre
éstos, los "suyuyuc apus" o "apocunas" se responsabilizaban
del gobierno de cada una de las cuatro regiones o "suyus". Por cada
diez mil súbditos había un funcionario conocido como "honocuraca" y
así sucesivamente hasta llegar a la autoridad mínima, el "canchaca
mayoc". De este modo, mediante una perfecta ramificación nadie escapaba al
control del Sapa Inca. Inca sólo había uno, el Sapa Inca, y si se aplica el nombre
al pueblo por él gobernado es por extensión. La casta gobernante creó su propia
historia e hizo desaparecer todo recuerdo anterior a ella.
Lo que se
sabe de civilizaciones previas, es por los restos encontrados en las tumbas
preincaicas que hay en la región. Esas culturas anteriores habían alcanzado un
buen grado de desarrollo, como las construcciones con piedra seca (sin argamasa).
Entre esas culturas se puede mencionar la de Chavín, próspera en el cultivo del
maíz y la papa; la de Paracas, con sus soberbios textiles; la Mochica, donde
aparecen los patrones sociales que habrían de refinar los incas; la de Nazca (o
Nasca), famosa por su cerámica y el trazo de las gigantescas y misteriosas
figuras del desierto y los imperios de Tiahuanaco y Chimor, contemporáneos de
los comienzos de la expansión inca y derrotados por ésta.
Los incas
aportaron importantes innovaciones. La primera de ellas fue quizá la imposición
del quechua como lengua oficial, que hasta la fecha es la lengua indígena que
cuenta con más hablantes en América. Pero la base del imperio era el rígido
control de los dominados. La propiedad privada no existía: la unidad de trabajo
era la organización básica llamada "ayllu", que ocupaba un área
determinada en donde se practicaba un tipo de trabajo colectivista en el que
algunos autores han pretendido ver un principio socialista; aunque la propiedad
no era comunal sino que por el contrario descansaba exclusivamente en las manos
del emperador, dueño del Tahuantinsuyo (imperio).
El nombre
Tahuantinsuyo proviene de dos palabras quechuas: “tahua”, que significa cuatro,
y “suyo”, que quiere decir región. Esto se debe a que el imperio inca estaba
dividido en cuatro regiones: el collasuyo, al sureste; el chinchaysuyo, al
noroeste; el antisuyo, al noreste y el continsuyo, al oeste. La capital y sede
del gobierno de este imperio era Cusco (o Cuzco). Se atribuye al gobernante
Pachacútec (1418-1471), el noveno inca, el haberla convertido en un centro
espiritual y político. Él, desde su llegada al poder en 1438, y más tarde su
hijo Túpac Yupanqui (1441-1493), dedicaron cinco décadas a la organización y
conciliación de los diferentes grupos tribales bajo sus dominios, entre ellos
los lupacas y los collas. Durante ese periodo el dominio de Cusco llegó hasta
Quito, al norte, y hasta el río Maule al sur, integrando culturalmente a los
habitantes de 4.500 km. de cadenas montañosas.
En una
sociedad que no tenía propiedad individual ni una economía monetaria, el
concepto del valor estaba representado por la "mita", la obligación
de todo individuo de ejecutar una determinada tarea de trabajo, ya fuera
agrícola, artesanal, en las minas o en las obras públicas. Los alimentos eran
almacenados para su reparto entre toda la población. Ya fuera maíz, pescado
seco, algodón, telas, sandalias o cuerdas, todo era conservado en los graneros
reales y así lo vieron los primeros cronistas españoles como Francisco de Jerez
(1504-1554), quien citaba que estos bienes estaban ordenados en cestos apilados
hasta el techo como en las bodegas europeas.
En
ocasiones, todos los habitantes de un "ayllu" estaban destinados a
una mita especial; por ejemplo, ser portadores de las literas reales, llevar
mensajes o conservar los grandes puentes, como era el caso de quienes vivían en
la aldea de Curahuasi, encargados de mantener en buenas condiciones el gran
puente colgante Huacachaca sobre la garganta del río Apunmac. Tan profundamente
arraigada estaba esta costumbre, que siguieron cuidando del puente hasta 1840,
años después de establecido el régimen republicano.
Componían
el "ayllu" los "puric" o peones, es decir, todos los
varones cuya edad y salud fuesen compatibles con el trabajo agrícola, y sus
familias, los "hantunruna". No existía la posibilidad de que un
"puric" saliera de su "ayllu". Allí donde nacía, allí
moría. Con ellos, esto es, con la explotación de su mano de obra, se cimentó el
crecimiento del imperio.
El sistema
funcionaba en base a un estricto patrón decimal, cuya herramienta de cómputo
era el "quipu", un conjunto de nudos que hábiles contadores manejaban
con gran destreza. El cronista español Pedro Cieza de León (1520-1554), que
escribió inmediatamente después de la sanguinaria conquista, afirmó que en la
capital de cada provincia había contables que eran llamados "quipu
camayocs" los cuales al cabo de uno, diez o veinte años daban cuenta al
supervisor del Estado de una manera tan exacta que "ni siquiera faltaba un
par de sandalias".
Este
cálculo decimal comenzaba ya desde el "puric": diez de ellos estaban
sometidos a un capataz; diez capataces estaban a las órdenes de un encargado y
diez encargados obedecían a un jefe, y así sucesivamente por aldeas, tribus,
provincias, por cuartas partes del imperio hasta el Inca mismo. Esta
organización demandó una impresionante burocracia calculada en unos 1.331
funcionarios por cada 10.000 habitantes.
También en
la élite ocurría otro tanto. Los "orejones" eran de sangre real, pero
nacían y morían dentro del "ayllu" del Inca, aunque su vida era
mejor. Para distinguirse del vulgo se perforaban las orejas y el orificio era
ensanchado para que en él cupiera un adorno de oro o joyas, según su posición.
En cuanto al resto de los varones, se podía alcanzar la posición de
"curaca" o administrador, pero no más.
El caso de
las mujeres resultaba muy distinto. Al llegar a la pubertad se las sometía a la
ceremonia de peinar sus cabellos. Cuando alguna era particularmente hermosa o
poseedora de cierta habilidad, como tejer, podía ser destinada a cualquiera de
los colegios internados de las provincias y aun del propio Cusco. Así se le
abría la posibilidad de contraer matrimonio con algún noble o incluso llegar a
convertirse en hija del Sol, o sea, concubina del Inca.
El Inca
Garcilaso de la Vega (1539-1616), hijo de la princesa Isabel Chimpu Ocllo (1523-1571)
y del capitán conquistador Sebastián Garcilaso de la Vega (1507-1559), en sus
"Comentarios reales" describió detalladamente la condición femenina
en el Imperio Inca. Las "vírgenes del Sol" constituían la flor y la
nata, eran de sangre real y se alojaban cerca del Templo del Sol, en Cusco. Se
las elegía desde la pubertad para que no hubiera dudas de su doncellez, y
tenían que ser bellísimas. Sumaban unas mil quinientas. Al llegar a la madurez,
algunas eran nombradas "mamaconas" y se hacían cargo de quinientas
vírgenes. Todos los utensilios de mesa eran de oro, y además las doncellas
tenían derecho a poseer un jardín enrejado con muebles preciosos. Si alguna
faltaba a su voto de castidad se la enterraba viva, y su cómplice, con mujer,
hijos, servidumbre y parientes próximos eran condenados a la horca. Pero además
se daba muerte a sus llamas, se derribaba su casa y sobre su campo se esparcían
piedras para que nada se volviera a cultivar. Las "vírgenes del Sol"
tenían por cometido tejer las ropas del Inca y de su Coya, que era su esposa,
elegida entre sus hermanas. Si alguna de estas vírgenes provincianas llegaba a
acostarse con el Inca, era llevada al palacio real para servir a la reina,
hasta el día en que fuera devuelta a su provincia, ricamente dotada de tierras
y privilegios.
La mujer
común, mientras tanto, se dedicaba al cuidado de la casa, hilaba y tejía,
aunque poco, pues la vestimenta india -según cuenta Garcilaso- tenía una sola
pieza. Hombres y mujeres trabajaban juntos en los campos. Estaba permitida la
prostitución, pero las rameras vivían solas en el campo en miserables chozas y
se les prohibía acudir a poblado para que ninguna mujer pudiera verlas.
La
disciplina impuesta por la organización social de los incas era tan poderosa
que creó verdaderos reflejos condicionados, capaces de operar independientemente
de cualquier otra motivación. La agricultura formaba parte de esa disciplina y
estaba tan arraigada que cuando en el año 1536 los indígenas reaccionaron ante
los conquistadores sitiando la ciudad de Cusco donde se habían hecho fuertes
los españoles, al llegar la época de la siembra el ejército inca se desbandó
porque sus integrantes partieron hacia los campos de cultivo.
La
agricultura del Tahuantinsuyo tuvo el gran mérito de adaptarse y desarrollarse
en un medio geográfico que, a primera vista, no ofrecía las mejores condiciones.
El relieve montañoso donde habitaba la mayor parte de la población, por
ejemplo, fue aprovechado mediante la construcción de andenes o terrazas de
cultivo que les permitió utilizar las laderas de las montañas. Estas verdaderas
escaleras gigantes, erigidas sobre terraplenes con muros de contención de
piedra, evitaban que las lluvias arrastraran la tierra y sus cultivos al fondo
de los valles.
En esas
terrazas obtenían hasta tres cosechas anuales, sobresaliendo las del maíz, el
camote, los porotos, las calabazas, el maní y la quinoa, esta última con un 50%
más de contenido proteico que el arroz, el trigo o el maíz. Estas plantas eran
sembradas rotativamente, empleándose fertilizantes naturales como el guano de
la costa, llevado especialmente hasta los Andes a lomo de llama. También
cultivaron más de dos centenares de variedades de la papa en los valles de
mayor altura, las que conservaban y almacenaban a través de su deshidratación. De
ellas surgió el chuño, consumido por los ejércitos incaicos en sus empresas de
conquista.
También la
desértica franja costera del Tahuantinsuyo sirvió para obtener recursos a
través de la agricultura y la pesca. La aplicación de técnicas hidráulicas de
muy antigua data, como el riego artificial por medio de una extensa red de
canales, posibilitaron las labores agrícolas en esta región. Igualmente, se
excavaron pozos para poder contar con agua dulce y se utilizaron los
fertilizantes.
Sin dudas
la sociedad incaica fue un admirable ejemplo de organización socio política que
le permitió implementar el sistema agrícola más avanzado de la América
precolombina.