del diario argentino "La Nación" para su edición del 9 de abril de 2006.De padre judío y madre católica, al igual que el héroe de su libro, usted padece de un serio problema de identidad.
Reconozco que tengo un sólido complejo de Edipo. Con todo lo que he ganado con esta novela podría instalarme solo, en un departamento, pero sigo en casa de mis padres. En realidad, no puedo alejarme de mi madre con la que tengo una relación muy tierna. Afortunadamente, mi novia vive en Francia, donde es profesora de Literatura Italiana. Eso me evita tener que tomar una decisión embarazosa.
Ha dicho usted que estudió en un liceo frecuentado por "católicos fascistas", por hijos de la "nobleza negra" -la aristocracia del Vaticano- y por la crema de la democracia cristiana de Roma. También tiene fama de provocador e iconoclasta. Muchos lo señalan como "un judío que ha conseguido liberarse de la obsesión de los campos de concentración", y usted no ha hecho demasiado por desmentirlo cuando declaró: "Nunca conseguí terminar de leer el "Diario de Anna Frank" o "No me entusiasma para nada que lleven a los chicos a visitar Auschwitz". ¿Por qué escandaliza a la gente diciendo esas cosas?
Porque creo que la cuestión de la memoria es algo muy serio, que debe ser tratado como tal. En nuestros días, esa cuestión se ha transformado en un ejercicio retórico, que no le hace ningún favor al recuerdo de la Shoa. En Italia, digámoslo en forma brutal, tengo a veces la sensación de que la gente prefiere los judíos muertos a los judíos vivos. Curiosamente, con aquellas declaraciones obtuve una gran solidaridad de la comunidad israelita. Los que se escandalizaron fueron los intelectuales filohebreos, que siempre son extremadamente pusilánimes con el tema.
¿Cuál es su respuesta personal al hecho de tener una madre católica y un padre judío?
Me facilita la vida porque las cosas que me permito decir serían interpretadas de forma muy diferente si yo fuera sólo judío o sólo católico. Un rabino me decía hace un tiempo que mi libro sólo podía ser judío. Yo no lo creo, no basta haber nacido en una familia judía para hacer literatura judía. Hay además algo curioso: la familia que protagoniza mi novela está condenada a desaparecer. El primer hijo se casa con una católica y tiene dos hijos que no son judíos, el otro se casa con una judía y tiene un hijo, pero ese hijo es homosexual, de modo que probablemente no tendrá descendencia. Escribí, en efecto, la historia del fin de una familia.
¿Usted era consciente de eso?
No, pero recuerdo que una vez, hablando con mi padre, preguntándole si se sentía culpable de haber traicionado la causa judía casándose con mi madre, él me respondió "Una vez que Israel nació, mis cuentas con la memoria se terminaron. Nunca me sentí responsable porque pertenezco a la primera generación de judíos nacidos en la diáspora que no tenían obligación de conservar la memoria".
¿Y usted?
Yo soy un libre pensador, un agnóstico. No tengo una idea volteriana antiteísta. Pero tampoco tengo fe.
La cuestión judía parece ser una de sus obsesiones. Su primera obra, un ensayo, se llamaba "Proust antiebreo" (Proust antijudío).
Es verdad, el título podía ser provocador, pero se trataba de un estudio universitario de lo más serio, aun cuando fuera un ensayo que podríamos calificar de autobiográfico, lo cual, admito, viola todas las reglas literarias.
Usted es profesor de Literatura Francesa en Italia. ¿Por qué literatura francesa?
Porque Francia es el país de la literatura. El país de la novela.
Se podría decir eso del siglo XVIII y XIX, quizás de comienzos del XX. Pero, después, ¿qué pasó con la novela francesa?
Pasando por varias grandes novelas francesas. Cada una me enseñó algo fundamental que después intenté hallar en mi propia narración. La primera de esas novelas es "Manon Lescaut", de Prévost.
¿Qué tiene de interesante ese libro?
Que toca dos temas fundamentales para mí, no sólo para mi propia novela, sino en la novela burguesa en general: el sexo y el dinero. Dos temas absolutamente prohibidos en la narrativa italiana contemporánea. En mi país estamos acostumbrados a demonizar el dinero, creemos que el dinero no tiene nada que ver con la cultura; sin embargo, el dinero es fundamental en la novela burguesa.
¿Porqué?
Porque la novela burguesa es una novela bastarda que se ocupa de cosas triviales. Y el dinero es más trivial que cualquier otra cosa. Hay mucha gente que cree que Madame Bovary se suicidó por amor. Pues no es así: Madame Bovary se suicidó por culpa de las deudas. La novela balzaciana también está centrada en el dinero. El recato impuesto por el narrador de "A la recherche du temps perdu" (En busca del tiempo perdido) a su mujer es un recato económico. "Manon Lescaut" es una novela donde se habla permanentemente de dinero, donde la infelicidad de los personajes depende exclusivamente de la falta de dinero.
¿Cuáles son las otras novelas que influyeron en su escritura?
"Una vita" (Una vida) de Italo Svevo. En esa novela, la cuestión central es la diferencia de clases entre los dos personajes. "Les liaisons dangereuses" (Las relaciones peligrosas) de Laclos, donde se habla de libertinaje y porque el autor es un modelo de novelista "geométrico".
¿Geométrico?
Sí, Laclos tiene una forma de pensar, un modo de concebir la vida que pasa a través de esa especie de hiperintelectualismo que, para mí, es una característica fundamental en la construcción de una excelente trama novelística. Me llena de admiración que Laclos, que no era escritor sino militar, haya sido capaz, con una sola novela, de hacer algo tan extraordinario desde el punto de vista de la estructura. Y después está Balzac y su obra fabulosa, "La comédie humaine" (La comedia humana).
¿Cómo comenzó su inclinación por la literatura?
Creo que para todo el mundo la literatura es una forma de llenar los vacíos. No es casual que la mayoría de los escritores sean perdedores. Creo que se llega a la literatura después de haber descartado mil cosas que a uno le hubiera gustado ser: un hombre extraordinariamente atractivo o tener un número ilimitado de mujeres. Después de eso, la literatura llega a la vida de uno como un sitio de fuga que permite transfigurarla.
¿Cuándo llegó para usted de ese modo?
A los trece ó catorce años. Los primeros libros que me impresionaron fueron franceses. Uno de ellos fue un libro menor de Stendhal donde habla de la impotencia. Ese día comprendí que para hacer verdadera literatura había que hablar en forma implícita. Stendhal habla siempre de esa forma.
La impotencia parece ser un tema que lo preocupa mucho.
Sí, está siempre presente. En mi novela, Daniel Sonnino es un típico personaje que se debate con la impotencia. Tiene una relación extremadamente difícil con las mujeres; es un masturbador impenitente; adora a las mujeres hasta morir, pero también les tiene miedo.
¿No cree que ese personaje de Daniel Sonnino es bastante universal?
En Italia, mucha gente me ha dicho que no es un personaje con el cual resulte fácil identificarse.
¿Piensa, como dicen muchos, que los personajes suelen tomar vida y a veces superar al escritor?
Sí, a pesar de que esto podría parecer un "cliché". Muchos dicen que los personajes no nos pertenecen. Es verdad que cuando están aún al alcance de la mano del escritor no tienen vida propia, pero, una vez que se van al mundo, se transforman. Hoy, pocos novelistas trabajan sus personajes porque hay una moda posmoderna que no me gusta mucho. Yo, por el contrario, prefiero trabajar mucho mis personajes. Comienzo por los personajes y después pienso en la historia. Una vez que uno tiene el personaje, es él quien hará lo que tiene hacer con la historia. Una vez que creé a Bepy -el patriarca de la familia de mi novela- con sus características físicas y psicológicas, era descontado que su vida terminaría en una desgracia o en el fracaso.
¿Qué piensa del éxito que tuvo?
Nunca imaginé ese éxito.
¿Y encontró una explicación?
No estoy seguro de que los que compraron mi libro lo hayan apreciado. Solo sé que lo compraron. Me temo que lo hayan comprado porque está de moda. Hubo un alboroto inicial de esa envergadura porque mi libro gustó muchísimo a dos personas que tienen una gran influencia en el mercado editorial italiano. La diferencia entre Francia e Italia es que aquí encontré periodistas que habían leído el libro, que conocían perfectamente los referentes culturales de mi obra, mi inclinación por Proust, etcétera. En Italia, por el contrario, me preguntaban qué número de zapatos uso, qué pienso de Israel o como hacía los "spaghetti alla matricciana". En Italia me convertí en un fenómeno de moda.
Pero haber tenido tanto éxito es una excelente forma de comenzar.
Sí, pero no estoy seguro de que la gente que compró mi libro vuelva a hacerlo. Este libro era un poco más difícil, inaccesible para el gusto medio de un lector italiano. Es un poco lo que ha pasado con Umberto Eco: novelas difíciles que, por razones misteriosas, han tenido un éxito deslumbrante.
¿Cuánto tiempo le llevó escribirlo?
Cinco años.
¿Cómo escribe?
No puedo escribir en mi habitación o escribir sentado. Me gusta escribir en las bibliotecas, por ejemplo, y me encanta escribir de pie. Tampoco escribo todo los días. No soy un perfeccionista de la escritura: no tengo un método. Soy discontinuo. Escribo millones de cosas simultáneamente. Me encanta dejarme condicionar por otros escritores. Leyendo hace unos días "Language and silence" (Lenguaje y silencio) de George Steiner, donde trata de la cuestión judía, me di cuenta de que su libro me condicionó mucho para mi novela. También copio a los demás.
¿...?
Sí, hay autores que me resultan tan intolerablemente grandes que debo absorberlos. Y la única forma de hacerlo es copiando pasajes de sus libros. Lo hago desde siempre con el segundo párrafo de "Lolita" de Nabokov. Una vez que lo copié con mis propias manos, cuando me doy cuenta de que lo escribí yo, recién entonces me resulta soportable. Es como darme cuenta de que no es algo metafísico, sino que podría haberlo escrito también yo, si hubiera sido capaz. Es un sentimiento de envidia profunda, de injusticia ante tanto talento.