Dos libros, "Reflections on a Spooky Art" (Los arcanos de la escritura), que debería aparecer para el día de mi octagésimo cumpleaños, el 31 de enero. También estoy trabajando en una novela muy larga que podría llegar a tener tres o cuatro volúmenes. No he revelado el argumento ni siquiera a mi mujer porque es un secreto. También estoy buscando recoger en un único tomo todas las entrevistas hechas en los últimos cincuenta años, junto con mis escritos viejos y nuevos. Hoy ya no tengo ningún tipo de poder político y mi única preocupación es escribir una obra relevante antes de colgar mis zapatos.
¿Y su "Into the mirror" (En el espejo), que acaba de aparecer editado por Harper Collins?
Es un guión para una serie de televisión de seis horas sobre la vida del espía a sueldo de los rusos, Robert Hanssen, que se filmará en el verano y se transmitirá en noviembre. Después del 11 de septiembre querían congelar el proyecto porque se trata de la historia de un traidor, un tema que no se adecúa al patriotismo actual que impera en el país. Por fortuna ahora el clima ha mejorado.
¿Por qué un libro sobre el ex agente del FBI, Robert Hanssen?
La tesis de mi libro es que el conservadurismo está en crisis y las personas que en otros tiempos eran consideradas más pías y probas -sacerdotes, presidentes y 007- ahora son las más corruptas. Siempre creí que el precio de la piedad es demasiado alto y que la parte de sí que uno mismo reprime termina por rebelarse. Hanssen vivía dos vidas completamente separadas e intensas en sus dos papeles. Era santo y demonio al mismo tiempo. Como tantos sacerdotes, excelentes en el pulpito, pérfidos en la vida privada.
¿Qué piensa del escándalo de la Iglesia católica en los Estados Unidos?
Las obligaciones impuestas por la Iglesia a sus pastores son tan intolerables que, para sobrevivir, la Iglesia debería eliminar el celibato. Pero la caída de los valores también afecta a otros aspectos de nuestra sociedad. Como el FBI, una institución tan sagrada hace un tiempo como el Vaticano, y que hoy está en una decadencia aún peor.
¿A qué atribuye esta crisis precisamente en este momento?
El comportamiento de reverencia servil de los Estados Unidos hacia el poder ha sufrido una lenta pero inexorable erosión a partir de los años sesenta. Hasta entonces los Estados Unidos era un país profundamente conservador, basado en valores intocables. Después se produjeron el asesinato de Kennedy, la revolución sexual y el movimiento de liberación de las mujeres que nos han hecho perder la inocencia. Considero de todos modos que el liberalismo hoy corre aún más peligro que la Iglesia.
¿En qué sentido?
Ya no responde a la primaria necesidad humana de espiritualidad. La izquierda en el poder ha demostrado por doquier las propias carencias. Yo no pertenezco a una religión formal. Aunque nací judío, sin embargo me considero religioso y como tal enemigo de los liberales. Pero también la izquierda moderada está comprometida, en Europa y aquí, porque se la percibe como una madre estéril que ya no tiene nada excitante que ofrecer. Su único camino para sobrevivir es abrazar una fe que incorpore a Dios.
¿Cómo definiría su propia fe?
No creo que Dios sea omnipotente y tan sólo bueno. Todo el siglo XX, del Holocausto a la bomba atómica, destruye una noción semejante y me sugiere que dios o diosa, porque podría tratarse de una mujer, se limitan a hacer lo mejor en el duelo con el eterno rival, el diablo, por el control del universo y de la especie humana. Por suerte también nosotros, hombres y mujeres, participamos en esta lucha de tres y no somos meros objetos pasivos. Pero el diablo es muy fuerte y desde hace cien años gana casi siempre.
¿Detrás de la victoria de Bush se esconde quizá la cola del demonio?
No fue una victoria porque Bush perdió el voto popular. Nuestro presidente no es muy inteligente, no sabe hablar y viola una de las reglas lingüísticas fundamentales: no usar nunca una palabra densa como "malvado" más de quince veces en quince minutos. Desde este punto de vista es uno de los peores presidentes de la historia. Sin embargo tiene una habilidad extraordinaria de la que carecía Clinton. Este último no soportaba la idea de tener pares a su alrededor. Su vanidad y amor narcisista eran siempre el centro de su política. Bush, por el contrarío, sabe que no es inteligente, pero se circunda de gente más culta y sabe delegar. Su administración es enormemente más experta que la precedente.
A pesar del escándalo de la CIA y del FBI, incapaces de prevenir el 11 de septiembre, la gente continúa apoyándolo.
Ustedes, los europeos, crecen con millares de años de historia detrás y, por donde vayan, tienen raíces profundas. En los Estados Unidos es difícil encontrar la casa donde se ha nacido. Todo se destruye y se vuelve a construir continuamente. La única raíz que tenemos es el patriotismo vivido en un continuo presente.
¿Pero existe de verdad una amenaza islámica contra Occidente?
La amenaza sería real sólo si Occidente se deteriorara como poder económico y el Islam prosiguiera su invasión exponencial sin diluirse al chocar con la cultura judeo-cristiana. Bastaría una "bomba sucia" de Saddam Hussein para transformar a los Estados Unidos en un Estado totalitario y policial, en nombre de la seguridad. Nuestra economía sería destruida junto con el "american way of life" y el resto del mundo.
Muchos hebreos norteamericanos están alarmados por el creciente antisemitismo, sobre todo en Europa.
Después del Holocausto hebraico ha habido una ausencia forzada del antisemitismo en el mundo y por muchos años la sociedad ha puesto públicamente un tapón sobre ese hecho impronunciable. Pero al tratar de suprimirlo, el monstruo ha crecido bajo las cenizas y ha resurgido más fuerte que antes. Hablar de "lobby judío" es estúpido: existen grupos de presión mucho más potentes que el judío. Como el de las mujeres, contra las cuales ningún político norteamericano osa decir nada desde hace treinta años.
¿Las feministas son todavía sus enemigas juradas?
Por fortuna han quedado pocas dando vuelta. La revolución de las mujeres no ha mejorado las mentes sino tan sólo la condición económica y el acceso a la política. Las líneas aéreas internas hoy están llenas de mujeres de negocios en traje sastre con pantalón, computadora portátil y celular. Todas muy satisfechas por haber escalado hasta el vértice de la corporación. Cuando tenía la edad de ellas sentía pena por mis coetáneos constreñidos a vivir de ese modo. En ese sentido la revolución feminista ha fracasado miserablemente.
Usted siempre ha escrito cosas muy provocadoras. El hecho de que hoy haya menos censura, ¿es una ventaja?
Es indiferente. Si para desarrollar mi trabajo tuviera todavía necesidad de factores externos como la censura o alguien que dijera: "Este es un libro noble y vale la pena escribirlo porque cambiará el mundo", entonces preferiría cambiar de profesión. Hoy trabajo completamente encerrado en mí mismo. Ejerzo este oficio desde hace sesenta años: si lo que escribo es mejor de lo que creo, seré recordado; si es peor, ésta será mi triste historia pero nadie derramará una lágrima. Lo mismo vale para Philip Roth y para Saúl Bellow. Es incorrecto afirmar que somos buenos escritores, pero es exactamente lo que todos nosotros pensamos.
¿Qué piensa de Roth, DeLillo, Bellow?
Los he leído en períodos particulares de mi vida. La última obra importante que he leído fue "A man in full" (Todo un hombre) de Tom Wolfe, sobre la cual escribí un largo comentario con críticas que Wolfe despreció profundamente. También Updike y John Irving le hicieron algunas críticas, por lo cual publicó un artículo con el título "The three stooges" (Los tres chiflados). Es ridículo que Wolfe no soporte juicios negativos.
¿Es verdad que vivió mucho tiempo al lado de Arthur Miller?
El estaba escribiendo "Death of a salesman" (Muerte de un viajante), yo "Los desnudos y los muertos". Vivíamos en una modesta casita de Brooklyn y cuando nos encontrábamos en la entrada, junto al buzón, cambiábamos algunas palabras. Los dos nos alejábamos pensando "éste no llegará a ninguna parte". Nos despreciábamos recíprocamente. Es muy difícil para dos escritores ser amigos. Tengo pocos amigos de mi mismo oficio, y no son mis mejores amigos. Gore Vidal habló del impagable placer que le produce saber que a un amigo suyo le han hecho una mala reseña. Creo que hay un elemento muy verdadero en esas palabras. Nosotros, los escritores, somos malos.