17 de mayo de 2024

Las diez reglas de escritura de Elmore Leonard

Elmore Leonard fue un escritor nacido el 11 de octubre de 1925 en New Orleans, en el estado de Luisiana, Estados Unidos, al que la crítica ha calificado como maestro de la novela policíaca y de la ironía. Su padre trabajaba en 
la fábrica de automóviles General Motors, lo que obligaba a la familia a trasladarse con frecuencia, hasta que fijaron su residencia en Detroit en 1934. Tras estudiar graduarse en Filología y Filosofía en la Universidad de Detroit intentó ingresar a la Infantería de Marina pero fue rechazado por sus problemas de visión. Entonces se alistó en la Armada, donde sirvió durante tres años en los Batallones de Construcción Naval en el Pacífico Sur en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Publicó sus primeros relatos en dicha Universidad y en la revista “Argosy”, y desde entonces compaginó sus tareas en una agencia de publicidad con la literatura. En los años ‘50 se dedicó a escribir para la Enciclopedia Británica, mientras seguía produciendo novelas y relatos ambientados en el Oeste. Sus personajes y descripciones del submundo eran absolutamente reales, verosímiles y convincentes, y su estilo duro con una mezcla de humor lo posicionaron como uno de los escritores más talentosos dentro del género.
A partir de 1961 se volcó de lleno en la redacción de sus novelas -cultivando sobre todo el género del western y el policial-, la realización de guiones cinematográficos y la adaptación de sus propias obras para la gran pantalla. Estas últimas, dirigidas por cineastas como John Sturges (1910-1992), Martin Ritt (1914-1990), Budd Boetticher (1916-2001), Richard Quine (1920-1989), Barry Sonnenfeld (1953), James Mangold (1963), Quentin Tarantino (1963) o Steven Soderbergh (1963) entre otros, se convirtieron en exitosas películas. Lo mismo sucedió con sus libretos para numerosas series televisivas.
Leonard tuvo en su haber varios premios literarios: en 1983 obtuvo el Edgar Allan Poe a la mejor novela; en 1991 el Premio Hammett, en 1992 el Grand Master Award, galardón concedido por la Asociación de Escritores de Misterio de Norteamérica en reconocimiento a su sólida e innovadora trayectoria en el género, en 2006 el Cartier Diamond Dagger de la Asociación de Escritores de Novela Negra, en 2008 el F. Scott-Fitzgerald y en 2012 el de la National Book Foundation de Estados Unidos en reconocimiento a toda su obra literaria.
Fue autor de alrededor de medio centenar de novelas entre las que se encuentran “Maximum Bob” (El juez), “Rum punch” (Cocktail explosivo), “LaBrava” (Joe LaBrava), “Touch” (Toque), “Glitz” (Brillo), “Tishomingo blues” (El blues del Misisipi), “Bandits” (Bandidos), “Pagan babies” (Almas paganas), “Out of sight” (Tú ganas Jack), “Be cool” (Tómatelo con calma), “Unknown man Nº 89” (El desconocido nº 89), “Cat chaser” (El cazador de gatos), “Split images” (Imágenes divididas),“The hot kid” (Un tipo implacable), “Road dogs” (Perros callejeros) y “Get shorty” (Cómo conquistar Hollywood).
“Cuando comencé a escribir westerns -declaró alguna vez- también trabajaba como redactor publicitario, haciendo anuncios para Chevrolet. Tenía una familia que alimentar así que me levantaba a las 5 de la mañana y trabajaba dos horas antes de ir al trabajo. Hice cinco libros y treinta cuentos de esa manera”. En una entrevista manifestó que le gustaba escribir libros, así que “es lo que hago. No me tomo un tiempo entre libro y libro por ninguna razón particular. Quiero decir, si lo hago es que quizás sólo estoy pensando en el siguiente. Muchos escritores harían tres libros en diez años, incluso menos. Bueno, es que ellos salen fuera a comer y todo eso. Hablan del tema con amigos en lugar de trabajar”.
En un reportaje realizado por el diario “The New York Times” y publicado el 16 de julio de 2001, Leonard definió sus reglas para la escritura diciendo: “A lo largo del camino me hice con algunas reglas que me ayudan a permanecer invisible cuando estoy escribiendo un libro, que me ayudan a mostrar más que a contar lo que está pasando en la historia. Si tienes imaginación y facilidad para la palabra, y el sonido de tu voz te satisface, la invisibilidad no es lo que estás buscando, y podrías saltearte estas reglas. Pero aun así, deberías mantenerlas vigiladas”. Dichas reglas eran las siguientes:
1. Nunca empieces un libro hablando del clima. Si sólo te sirve para crear atmósfera y no para mostrar la reacción de algún personaje ante el clima, no debes usarlo demasiado. El lector buscará las reacciones del personaje. Hay algunas excepciones, claro. Si te llamas Barry López y conoces más maneras de describir el hielo y la nieve que un esquimal, puedes hablar del clima tanto como te den las ganas.
 

2. Evita los prólogos. Pueden resultar molestos, especialmente un prólogo después de una introducción que viene antes de la dedicatoria. Por lo general se los encuentra en los ensayos. En una novela, el prólogo cuenta los antecedentes de la historia, pero no hace falta contarlos al principio, puedes ponerlos donde quieras. Siempre hay excepciones, claro. En “Sweet thursday” (Dulce jueves), por ejemplo, John Steinbeck pone un prólogo, pero está bien porque un personaje del libro deja claras las reglas, explicándonos como le gusta que le cuenten las cosas.
 

3. No uses más el verbo “dijo” en el diálogo. La frase, en el diálogo, pertenece al personaje. El verbo viene a ser el escritor husmeando donde no debe. De todos modos, el verbo “decir” es bastante menos invasivo que “gruñir”, “exclamar”, “preguntar” o “advertir”. Cierta vez leí un “ella aseveró” al final de una frase de un personaje de Mary McCarthy y tuve que parar de leer y conseguir un diccionario.
 

4. Nunca uses un adverbio para modificar el verbo “decir”. Usar un adverbio de esta manera (o de casi cualquier manera) es un pecado mortal. El escritor se expone a interrumpir el ritmo de la charla cuando usa este tipo de palabras. Un personaje cuenta en una de mis novelas cómo solía escribir sus romances históricos “llenos de violaciones y adverbios”.
 

5. Controla los signos de exclamación. Se permiten alrededor de dos o tres exclamaciones por cada cien mil palabras en prosa. Ahora, si aprendes a utilizar los signos de exclamación como lo hace Tom Wolfe, entonces sí, puedes usarlos profusamente.
 

6. Nunca uses las expresiones “de pronto” o “repentinamente”. Esta regla no requiere ninguna explicación. He notado que los escritores que usan “de pronto” suelen tener menos control en el uso de los signos de exclamación.


 
7. Usa los dialectos o las jergas locales muy de vez en cuando. Si empiezas a llenar la página de diálogos ininteligibles, ya no podrás parar. Salvo que escribas como Annie Proulx, que es capaz de captar muy bien el sabor del habla de Wyoming.
 

8. Evita las descripciones demasiado detalladas de los personajes. Algo de lo que Steinbeck se cuidó mucho. En “Hills like white elephants” (Colinas como elefantes blancos), Hemingway usa una única descripción para el personaje de la mujer que acompaña al norteamericano: “Se quitó el sombrero y lo dejó en la mesa”. Es la única referencia física en la historia, pero aun así vemos a la pareja y la conocemos por los tonos de voz, sin adverbios que los acompañen.
 

9. No entres en demasiados detalles al describir lugares y cosas. Si no eres Margaret Atwood, que pinta escenas con el lenguaje, o no puedes describir el paisaje como lo hace Jim Harrison, no lo hagas. Pero aún si eres bueno en esto, ten en cuenta que el meollo de la historia debe ser la acción, no la descripción.
 

10. Trata de eliminar las partes que los lectores tienden a saltear. Piensa en lo que te salteas de una novela: largos párrafos de prosa que contienen demasiadas palabras. Ahí el escritor está hablando del tiempo o ha entrado en la mente del personaje, y el lector, o bien ya sabe lo que piensa el personaje, o bien no le interesa. Apuesto lo que sea a que, en cambio, no te salteas los diálogos. Mi regla más importante es una que las engloba a las diez. Si la gramática se inmiscuye en la historia, la abandono. No puedo permitir que lo que aprendí en las clases de redacción altere el sonido y el ritmo de la narración. Lo que intento es permanecer invisible, no distraer al lector de lo que es escritura obvia. Joseph Conrad habló una vez de las palabras que se inmiscuyen en lo que uno quiere contar. Si escribo una escena, siempre desde el punto de vista del personaje que me da la mejor visión de la vida en esa escena en particular, puedo concentrarme en las voces de los otros personajes contando quienes son y cómo se sienten, qué ven y qué sucede. Así es como desaparezco de la escena.
 

Fiel a los consejos expresados en su decálogo, en sus novelas la escritura clara y vibrante nunca incurrió en distracciones ni adornos, dándole preferencia a la acción y al diálogo a menudo irónico y corrosivo sobre cualquier clase de descripción física o psicológica. Leonard falleció el 20 de agosto de 2013 en su casa de Detroit, ciudad en la que ambientó la mayoría de sus obras. Tras su deceso, muchos críticos literarios opinaron que no se había limitado a repetir los clichés del género negro sino que había sabido desprenderse de las formas usuales y reinventar el género para una nueva generación de lectores. Entre sus numerosos admiradores hubo escritores de la talla de Ed McBain (1926-2005), Stephen King (1947) y Martin Amis (1949-2023). Diría McBain “Elmore Leonard es un maestro de la ironía”, King contó alguna vez “fui a una librería y me llevé todo lo que encontré de Elmore Leonard”, y Amis afirmaría que “Elmore Leonard es un genio literario”.
También los medios de prensa ponderaron al escritor tras la aparición de alguna de sus obras. En España, por ejemplo, pudo leerse: “El talento de Elmore Leonard reside en gran parte en su capacidad para mostrarnos a sus personajes desde todos los ángulos, a la manera de Chandler o Hammett” (Diario 16); “Si alguien quiere pasárselo bien leyendo una novela de acción y suspenso, la novela es de Elmore Leonard” (Guía del ocio) y “Elmore Leonard es un maestro de la novela policíaca. Deslumbrado, el lector que haya paladeado su fórmula se lanzará a la búsqueda de otros libros suyos” (El País). Mientras tanto en Inglaterra: “Váyase a casa, desconecte el teléfono, olvídese de todo... y sumérjase en su lectura” (The Independent) y “Elmore Leonard hizo gala en su escritura de una energía superior a la de muchos autores con la mitad de años que él” (The Sunday Telegraph).
Otro tanto ocurrió en Estados Unidos. Allí aparecieron en los medios periodísticos elogios y ponderaciones como “Elmore Leonard saca tanto partido de sus argumentos que, cuando uno cree que estás llegando a un final, acelera para tomar todavía unas cuantas curvas más” (Washington Post), “Nuestro mayor novelista policíaco” (USA Today), “Puede que Elmore Leonard sea la última esperanza de la letra impresa: consigue que los cinéfilos muerdan el anzuelo” (The New York Observer), “El gran novelista del crimen” (Newsweek) y “Libro tras libro, Elmore Leonard va pintando un mundo violento, sórdido y misterioso de extraordinaria coherencia literaria” (The New Yorker ).
Al día siguiente de su fallecimiento la revista estadounidense “Esquire” republicó un texto de Leonard que originalmente había aparecido en 2005 bajo el título “What I've learned” (Lo que he aprendido). En él, entre otros conceptos sostuvo que “cuando uno conoce a alguien que lo aburre, tiene que tolerarlo hasta que se va. Pero cuando uno se encuentra con un personaje aburrido, da vuelta la página”. Y en el diario argentino “Página/12” la escritora Silvina Friera (1974) lo despidió con “Una prosa desnuda, directo al hueso”, un artículo en el que señaló que “el lenguaje sofisticado era para Leonard una piedra en el zapato de la narración, una intromisión que él rechazaba de plano”. Y concluyó: “el día perfecto o ideal para sus lectores en todo el mundo es volver sobre sus páginas, escuchar las voces de esos rufianes adorables y sentir una vez más el placer de aquello que parece imposible. Pero es cierto. Leonard es el último genio de la literatura americana”.