EL GRILLO MAESTRO
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)
Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos. Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
MISA DE SEMANA SANTA
Isaac Goldemberg
Perú (1945)
Por ese entonces yo tenía seis años y la única comida que me gustaba era la de mi abuela Jesús, una verdadera artista de la cocina. Mano prodigiosa. De bruja. Mi mamá y yo vivíamos en su casa, junto con el abuelo, más mis doce tíos, todos hermanos y hermanas de mi mamá. Así que con tantas bocas que alimentar, más la casi patológica tacañería de mi abuelo, mi abuela tenía que hacer malabares para que no faltara comida en esa casa. Por eso tenía su corral donde criaba gallinas, cuyes, conejos. Yo la ayudaba en la cocina: le molía el ají y el culantro, le espulgaba el arroz, le avivaba el fogón, le traía agua de la tinaja y le hacía los mandados. Y más de una vez la vi degollar, con mano certera y una amplia sonrisa, a una gallina o a un conejo, como si Dios los hubiese puesto en su corral para nuestro sustento. De cualquier cosa hacía un manjar, pero su especialidad era el estofado de pollo. Una verdadera delicia. Embriagador. Lo preparaba sencillo, su arroz y su papa, pero con una sazón que todos en casa atribuían a sus artes de bruja. Todavía recuerdo, al cabo de casi cincuenta años, lo que fue, para mí, su último estofado. Fue un día cualquiera de Semana Santa. A eso de las once de la mañana, mi abuela anunció que iba a preparar estofado para el almuerzo. Yo me apresté a ayudarla, pero ella me ordenó que me fuera a la iglesia y que no regresara, por nada del mundo, hasta la hora de almuerzo. El par de horas que duró la misa yo tenía la boca hecha agua. Toda la iglesia olía a ají, a culantro. Empecé a sentir algo extraño, la cabeza me daba vueltas. Me pareció que al Cristo de la cruz le salían alas y escuché el chillido de un gallo. Me salí corriendo de la iglesia y me regresé a la casa. Todos ya estaban sentados a la mesa. Comían extasiados, como transportados a una especie de paraíso. Yo comí despacio, apachurrando el arroz con la papa, saboreando cada bocado, rezando en mis adentros para que no se vaciara mi plato. En eso oí un chasquido. Era el abuelo, que, relamiéndose los labios, exclamó suspirando: "¡Carajo, qué bueno que había estado el cojo!". La comida regresó desde mi estómago al plato. Clavé mis ojos en los de mi abuela y ella me devolvió una mirada de piedra, ordenándome que contuviera las lágrimas. El cojo era mi pollo. Mi mascota. Mi pata del alma. Casi mi hermano. Todos le decían el cojo porque rengueaba de la pata derecha, pero se llamaba Jesús. El nombre se lo puse yo, en honor a mi abuela. Y justo, por pura coincidencia, nos lo comimos en Semana Santa. Años más tarde, a mi abuela Jesús le amputaron la pierna derecha.
CAJA
Luís Filipe Cristóväo
Portugal (1979)
Sólo pasados algunos siglos el hombre comprendió que las promesas pueden darse vacías. Una caja sin nada adentro. Pero incluso así se les da el mismo nombre: promesas. En fin, dice el hombre para sí mismo, todavía me queda una caja. El hombre, ya muy viejo, guardaba en la caja todo su dinero. Un día una mujer tocó a su puerta y lo atrajo hasta un descampado. Ahí dos hombres lo atacaron y lo amarraron de pies y manos. Cuando se soltó ya era de mañana. Al regresar a casa, se dio cuenta de que se habían llevado la caja. El hombre comprendió que incluso sin la caja las promesas son algo que se mantiene, promesas de días mejores, por ejemplo. No siempre creemos en ellas, pero las promesas sobreviven.
ES UN ESPEJO
Gilda Manso
Argentina (1983)
Descargué el tercer golpe sobre la cara de Alicia.
- Me estás haciendo perder la paciencia, piba. ¿Cómo se pasa a través del espejo?
La chica lloraba; no se limpiaba las lágrimas porque no podía: tenía las manos atadas detrás de la silla en la que, una hora antes, yo la había sentado.
- Por favor, ya le dije que no sé. Simplemente pasé. No sé cómo se hace. Yo me acerqué al espejo y al instante estaba del otro lado.
Me limpié la transpiración de la frente. Esa chica resultó ser más dura de lo que había pensado.
- ¿Qué hay exactamente al otro lado del espejo? -le pregunté, reprimiendo mis ganas de golpearla de manera definitiva e irreversible. No me gustan los juegos.
- Hay flores que hablan, y un ajedrez del que puedo ser reina, y una reina de verdad, la Reina Roja, y el Rey Rojo, y muchas cosas así. Pero por favor, no me pegue más.
A ver, las flores no hablan. Y nadie puede ser reina, caballo o peón en un ajedrez, porque el ajedrez es un puto juego de mesa. Y los reyes no existen, al menos no en Sudamérica. Y sin embargo, la piba parecía decirme la verdad. Que atravesó el espejo, que no sabe cómo lo hizo, y que allí se encontró con las flores, el ajedrez latente, y "muchas cosas así". Una de dos: o Alicia estaba completamente chiflada o había algo que se me estaba escapando. Respiré hondo, le desaté las manos y le di un vaso con agua.
- Tomá agua. Tranquilizate, no te voy a pegar más. Te voy a hacer unas preguntas y quiero que las respondas de acuerdo a tus conocimientos y a tu percepción, ¿está bien?
Alicia asintió; cualquier cosa era mejor que golpes, lágrimas y manos atadas.
- ¿Cuánto es dos más dos? -pregunté.
- Tormenta -contestó.
La miré fijo.
- ¿Decís que dos más dos da como resultado tormenta?
Alicia volvió a asentir. La mirada le temblaba; temía otro cachetazo.
- ¿Qué hay en el fondo del mar? -pregunté.
- Algas, peces y una ciudad de oro. Una vez fui y me nombraron Ciudadana Ilustre. Todo es oro, todo, menos la comida, que es comida de verdad: alfajores, torta de chocolate y café con leche.
Volví a mirarla fijo, pero no cuestioné su respuesta.
- ¿Cómo soy yo? ¿Cómo es mi apariencia? -inquirí.
Alicia sintió pánico, no quería responder esa pregunta.
- Te prometo que, digas lo que digas, no te voy a pegar. Ahora contestame: ¿cómo soy?
Alicia cerró los ojos y contestó.
- Usted mide cinco metros de altura, tiene tentáculos (ocho), cuatro colmillos afilados, de su mirada salen cuchillos ensangrentados, huele a perro muerto, su piel es de color gris y está toda llena de clavos (como la cama de un faquir), su cabellera no es de pelo sino de culebras y su voz es de tormenta, como la suma de dos más dos. ¡Ah! Y tiene cinco pies; uno le sale de la espalda, debajo de las alas desplumadas.
Yo me quedé atónita. Otra vez parecía decir la verdad. Me acerqué al espejo. Al espejo de Alicia. Me paré frente a él, me miré, y comprobé que seguía siendo lo que fui todo el tiempo: una mujer corriente, de un metro sesenta de altura, ojos normales (sin cuchillos), cabellera normal, olor normal, pies y espalda normales (dos y sin alas, respectivamente), piel blanca, voz normal tirando a grave, pero carente de rayos y truenos. Puse mi mano izquierda sobre el espejo y nada pasó. Siempre permanecí de este lado. Miré a Alicia, pensé en sus respuestas; volví a mirarme al espejo, y finalmente entendí.
- Podés irte -le dije.
Alicia no me obligó a repetirlo; salió corriendo de la habitación y jamás volví a verla.
SIN SALIDA
Carlos Rengifo
Perú (1964)
Desde lo alto del tejado, Casandra se sintió tan pequeña, tan frágil y temblorosa, que cerró los ojos para tapar la realidad. Pero el viento soplando contra su cuerpo le hizo reparar que era víctima de una equivocación. Volvió a mirarse, indignada, y quiso gritar al cielo su enérgica protesta; pero sólo abrió la boca sin que del fondo de la garganta surgiera la voz que esperaba. Con angustia, con íntima desesperación, se detuvo sobre la cornisa, sabiendo de antemano que debía repetir aquel acto que apagó su última forma de vida. Si, como sospechaba, era cierto lo que decían acerca de los de su especie, ella tendría que hacerlo siete veces para enterarse por fin qué otro perfil le deparaba el destino. Sin embargo, esto no la contuvo; era como dar vueltas interminablemente a un manubrio, algo que siempre había hecho y que haría también en la fase ulterior. Entonces, ya resignada, inclinó lentamente la cabeza y mientras caía apenas si pudo soltar un apagado maullido.
PEOR QUE EL INFIERNO
Ramón Gómez de la Serna
España (1888-1963)
¡Oh, la crueldad incomprensible, inadmisible! Le sentenció Dios a muchos miles de siglos de purgatorio porque si los hombres al que no matan, al que absuelven de la última pena lo sentencian casi a lo mismo con sus treinta años, Dios, al que perdona del Infierno, le condena, a veces, a toda la eternidad menos un día, y aunque ese día mata por completo toda la eternidad, ¡cuán vieja y cuan postrada no estará el alma el día en que cumpla la condena! Estará idiota como el alma de la ramera Elisa, de Goncourt, cuando sale del presidio silencioso. "¡Cuántas hojas de almanaque, cuántos lunes, cuántos domingos, cuántos primeros de año esperando un primero de año separado por tantísimos años!", pensaba el sentenciado, y no pudiendo resistir aquello, le pidió al Dios tan abusivamente cruel, que le desterrase al infierno definitivamente, porque allí no hay ninguna impaciencia. "¡Matadme la esperanza! ¡Matad a esa esperanza que piensa en la fecha final, en la fecha inmensamente lejana!", gritaba aquel hombre que por fin fue enviado al Infierno, donde se le alivió la desesperación.
CADA COSA EN SU LUGAR
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía recordar dónde lo había metido.
PRECUELA
Víctor Coral
Perú (1968)
La primera vez despertó en una vía abandonada del viejo tranvía. Era invierno, la madrugada apenas se había ido. Nadie lo vio. Se levantó consternado. De inmediato, pensó en hacer una denuncia, pero más pudo la inquietud de regresar a su cuarto y ver qué había pasado. Lo encontró intacto, suyo. Un día después despertó a orillas del bosquecillo que rodeaba la parte este de la ciudad. La noche terminaba de irse: miles de pájaros gritaban encima de su cabeza. Ofuscado, se internó en el bosque esperando hallar a los culpables. Se perdió; volvió a encontrarse. Nada. Regresó a su cuarto; estaba como lo dejó. Hacía frío, el sol apenas incendiaba los bordes superiores de una montaña, el tercer día. Apareció en una playa desolada del río. Se irguió, lloroso, y miró a su alrededor. Nadie. Asustado, regresó a la ciudad y quiso contarle todo a la gente; lo tomaron por loco. Acudió a su familia. La tía Sofía lo devolvió a casa con unas pastillas. Por un momento, pensó que tenía una enfermedad mental. Es que nadie podía explicarle por qué se acostaba tranquilo en su cama y se despertaba, en zozobra, en otro lado. En los días posteriores despertó dentro de una fábrica de papel abandonada, en una colectora de desechos industriales, en la cima de un cerro de carbón recién extraído. Siempre entre la madrugada y el día, aterido, alarmado. Hasta que el sétimo día despertó en su pequeña y fría habitación de Praga. Nunca más volvieron a pasarle cosas como esa. Semanas después, estaba pensando en su próximo libro. Haré una historia -se dijo-, absurda y cruel como lo que me pasó. La historia de un hombre que despierta convertido en un monstruoso insecto. Se puso a escribir.
TRENES
Jorge Galán
El Salvador (1973)
Sólo algunos ancianos quedan en la mañana. Ellos conversan sobre trenes, recuerdan ciertos viajes hasta ciertos lugares que hace mucho no existen. Visitan los cafés, las esquinas, las albas, los jardines. Se detienen para escuchar el murmullo de las lechuzas, para recoger una almendra del suelo humedecido, para mostrar una fotografía que siempre ha sido antigua, para mirar unas montañas que ya no recordaban. Para ellos el viento siempre será un cabello largo y el aroma de los jardines ya no será algo más que una muchacha. El calor para otros es una camiseta que baja lentamente, pero ellos están fríos a la orilla de un río todavía diáfano. No morirán esta mañana, eso lo saben, por eso están felices, por eso están hablando que se han vuelto siluetas, que se han tornado oscuros como sus propias voces, que su piel macilenta se ha vuelto viento. Sólo algunos ancianos permanecen, conversan… Los trenes que recuerdan son cada vez más lentos.
PROYECTIVA DE FACUNDO BURATOVICH
Fabián Casas
Argentina (1965)
Facundo Buratovich es un niño de nueve años. Vive en los monoblocks del Barrio Juan el Bueno de Berazategui, junto a sus padres y su hermana mayor. Por supuesto, ninguno de sus familiares tiene la mínima idea del destino que le espera al joven. Dentro de unos años, un investigador rosarino descubrirá una vacuna genética contra la vejez. Encima, el virus portador será tan contagioso que en un lapso de diez años, toda la humanidad será inmortal. Habrá unos pocos inmunes, pero se irán muriendo hasta que quede uno solo. Facundo Buratovich tendrá ciento noventa y siete años de edad en ese momento. La ciencia lo habrá ayudado en todo lo posible, pero su cuerpo resistirá indómito la milagrosa vacuna. Sus últimos días los pasará en un geriátrico de Nueva Ituzaingo. Su tataranieto lo visitará durante la mañana. Facundo Buratovich le regalará al joven Poseidón Lee Luna Park, su última posesión personal, un viejo generador de nano-vestido con forma de anillo de sello. Luego, el viejo almorzará solo, degustando un pan auténtico de trigo. La antigua y casi olvidada muerte lo sorprenderá durante su paseo vespertino por el domo, mientras mire por última vez la puesta del sol tras las laderas nevadas del monte Ra Patera, en el cinturón ecuatorial de Marte. Una agencia de noticias emitirá un cable que será leído hasta en el rincón más olvidado de los satélites del sistema solar. La humanidad por fin se habrá quitado de encima su pasado más molesto. Todo esto sucederá. Está escrito. Ayer, el joven Facundo Buratovich, de nueve años de edad, volvió de la escuela con el boletín de calificaciones. Se sacó dos aplazos: uno en matemática y otro en geografía. Sus padres lo castigaron por no estudiar lo suficiente y andar callejeando todo el día con sus amiguitos. Le prohibieron la play hasta que no levante las notas. De alguna manera, hay que enmendar a ese mocoso.
31 de marzo de 2010
29 de marzo de 2010
David Lynch: "Hay una parte importante de experimentación en mi cine, pero lo importante son las ideas"
Realizador de culto para muchos amantes del cine, el estadounidense David Lynch (1946) cursó estudios de Bellas Artes en las prestigiosas Pennsylvania Academy of the Fine Arts de Filadelfia y en la School of the Museum of Fine Arts de Boston antes de dedicarse al séptimo arte. Comenzó a rodar cortometrajes y films experimentales -"Six figures getting sick" (Seis figuras enfermándose), "The alphabet" (El alfabeto), "The grandmother" (La abuela) y "The amputee" (El amputado)- para, en 1977, filmar su primer largometraje: "Eraserhead" (Cabeza borradora). La primera producción para el gran público llegaría tres años después y se trató de "The elephant man" (El hombre elefante), un gran éxito que obtuvo varias nominaciones al Oscar, entre ellas al mejor director, a la mejor película y al mejor guión adaptado. A ésta le siguió "Dune" (Duna) que resultó un enorme fracaso comercial, pero luego se recuperó con "Blue velvet" (Terciopelo azul), tal vez su trabajo más original. Posteriormente ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes con "Wild at heart" (Corazón salvaje) y consiguió un gran éxito con su serie televisiva "Twin Peaks". Tras algunas experiencias en espectáculos musicales, documentales y miniseries para la televisión, retornó a la pantalla grande con "Lost highway" (Carretera perdida) y "The straight story" (Una historia sencilla) y, en 2001, volvió a ganar en Cannes, esta vez como mejor director, con "Mulholland drive" (El camino de los sueños). En 2006 estrenó "Inland empire" (Imperio), su obra más radical, el mismo año en que se lo premió con un León de Oro en el Festival de Venecia como reconocimiento a su trayectoria. Con una filmografía caracterizada por una estética surrealista y una obsesiva exploraración del lado oscuro de la condición humana sobre sus espaldas, Lynch escribió un libro autobiográfico sobre creatividad, cine y meditación trascendental -"Catching the big fish" (Atrapando al gran pez)-, un libro que revela las huellas de esta disciplina en su cinematografía. En ese sentido, en 2005 creó una Fundación que trabaja en programas de educación basada en la conciencia y la paz mundial en escuelas públicas y privadas de Estados Unidos y el resto del mundo. A mediados de 2008 viajó a Brasil para brindar una conferencia en el ciclo "Fronteras del Pensamiento" en la Universidad Federal do Río Grande do Sul. En esa oportunidad, Diego Erlan de la revista "Ñ" lo entrevistó para la edición nº 256 del 23 de agosto de ese año.
Llega precedido por una declaración que repercutió en los medios: "La meditación trascendental puede terminar con la violencia de Río"...
Llega precedido por una declaración que repercutió en los medios: "La meditación trascendental puede terminar con la violencia de Río"...
Hace treinta y cinco años que practico esta técnica. Si meditas es porque quieres acceder a un nivel más profundo de la vida. Si experimentas este nivel más profundo, la conciencia comienza a expandirse. Con práctica, todas las personas pueden hacerlo. La meditación no es una religión. El potencial del ser humano es la conciencia infinita, y en la educación no se tiene en cuenta este proceso. No se está haciendo nada para mejorar al ser humano. Su potencial es la iluminación suprema. Cuando comencé con mi Fundación había tres escuelas implementando esta técnica. Ahora son dieciséis. El mundo está cambiando.
¿Cómo convive su inconsciente, reflejado en la oscuridad de sus obras, con este mensaje de la meditación trascendental?
Siempre digo que las películas son historias y en ellas hay contrastes. En mis películas hay mucha oscuridad, pero también hay luz. El contraste es una condición humana. Hacer una historia feliz en el cine no tiene por qué hacerte feliz, y puedes contar una historia oscura de la que te enamoras. Puedes entrar en esos mundos tenebrosos y aún estar feliz por dentro. No es lo mismo sufrir que mostrar el sufrimiento. Aunque mis personajes deban descubrir el mal o experimenten la locura, no estoy de acuerdo con aquello que decía Rimbaud: "El sufrimiento del poeta debe ser inmenso". Hay una idea muy romántica en la que el artista tiene que sufrir, tiene que pasar hambre o estar deprimido, para expresar algo. Si el artista está sufriendo realmente, no podría hacer su trabajo. Si uno tiene hambre no tiene ganas de hacer nada más. Cuanta menos negatividad, mayor es el flujo de creatividad y esa es la razón por la que he estado practicando meditación trascendental todos estos años. Estoy seguro de que Van Gogh hubiese hecho cosas aún más maravillosas de no haber sido por las restricciones que le impusieron sus tormentos.
¿La meditación le permitió combinar recursos narrativos clásicos y experimentales?
Hay una parte importante de experimentación en mi cine, pero lo importante son las ideas. Lo son todo. Cuando llegan, piensas: "este es el tema". Es la historia que conecta todas estas abstracciones. A veces, para llegar a la verdad, tienes que experimentar. No entiendo esa permanente necesidad occidental de dar explicaciones sobre una obra. Sin la lógica o la razón siempre hay algo más, algo que no hemos visto.
En varios capítulos de su libro se detiene sobre la manera en que captura sus ideas. "Me enamoro de una idea", escribe. "Muchas veces no sé lo que significa así que tengo que pensar en ella y llegar a un entendimiento". ¿Nunca le dan miedo sus ideas?
En varios capítulos de su libro se detiene sobre la manera en que captura sus ideas. "Me enamoro de una idea", escribe. "Muchas veces no sé lo que significa así que tengo que pensar en ella y llegar a un entendimiento". ¿Nunca le dan miedo sus ideas?
No. Cuando llegué por primera vez a Los Angeles me gustaba ir a un lugar llamado Bob's Big Boy, donde solía sentarme durante años a tomar un "milkshake" y pensar, y por más oscura que pareciera la idea, la seguridad volvía cuando entraba a ese sitio. Algo así pasa con la meditación. El cine es un lenguaje singular, un medio mágico. Es como ingresar a otro mundo. Es divertido crear esos mundos y tener una experiencia. Vivimos en un mundo que a veces es mucho peor que cualquier cosa que podamos imaginar.
Hay un comercial que puede verse por You Tube donde usted dice que "nunca, ni en un trillón de años podrás tener la experiencia del cine desde un teléfono celular"...
No sé realmente qué es lo que está pasando, pero hay una especie de transición. Este es un momento difícil. Bajan las representaciones teatrales, la gente no va al cine. Se podrían aprovechar todos los elementos adecuados de los teatros para los films, elegir el sonido, la pantalla enorme: ahí podemos realmente meternos en otro mundo y tener una experiencia. En la pantalla pequeña, con un sonido horrible, es muy difícil lograrlo. Sin embargo, el avance de la tecnología digital permite una mayor experimentación por parte del realizador. Estoy adorando el video digital, aunque mis amigos me reprochen la baja calidad de imagen. La alta definición es una especie de ficción científica. Todo está demasiado claro.
En "Imperio" llegó a un nivel de abstracción que, podría decirse, niega el análisis. ¿Qué podemos esperar después?
Trataré de seguir investigando, de experimentar. Tras "Imperio" no sabemos, ni siquiera yo, qué esperar. Por ahora seguiré pintando.
¿Cómo definiría a un artista?
Como alguien que crea experiencias, para él y para otros. Es como un espectro. Hacer algo nuevo es como dar vida. Todo comienza con una idea, que son como burbujas que se crean y van subiendo. Así puedes atraparlas en un nivel superior, más profundo, con más información, más verdad. Se hace consciente lo inconsciente. En definitiva se trata de ser feliz. Mucha gente hace cosas, pero no para ser feliz sino por la recompensa posterior. Pero las ideas fluyen mejor cuando uno está feliz.
Aunque se hizo célebre por sus filmes, usted nunca dejó de pintar. En estos últimos años expuso en París y Nueva York.
Nací en Missoula, Montana, en esa verdadera América profunda que habitaron pueblos originarios como los Sioux -quienes sostenían que la sabiduría estaba en los sueños-, y viví rodeado de naturaleza. Mi padre era investigador del Ministerio de Agricultura y se dedicaba al estudio de los árboles. Yo adoraba jugar en el bosque, era mágico, y aunque en esa época tenía muchos amigos, a veces prefería quedarme solo, viendo de cerca a los insectos. No me gustaba estudiar. Jugaba al béisbol, nadaba y soñaba despierto. Siempre me gustó dibujar, así que los domingos asistía a un taller de pintura. Para mí, en esos momentos, la escuela era un crimen que se cometía contra la juventud. Allí se destruían los gérmenes de libertad; no se estimulaba ni el conocimiento ni una actitud positiva. La gente que me interesaba no iba a clase. Mi vida cambió una tarde en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania. Estaba frente a una tela sombría con plantas que emergían de la oscuridad. De repente tuve la impresión de que las plantas se movían e incluso creí escuchar el viento. No estaba drogado. Quería que desaparecieran los bordes, y entrar en el interior de la obra. Las sombras en el cuadro te permiten trasladarte y soñar. Si todo es visible y hay demasiada luz, la cosa es lo que la cosa es, pero no es más que eso.
GUILLERMO MAYR
28 de marzo de 2010
Exabruptos, confidencias y revelaciones (XXIII)
ADOLF HITLER
Fundador del Partido Nacionalsocialista Alemán y Canciller de Alemania (1924)
"Soy ahora, como antes, católico, y siempre lo seré. Estoy convencido de que actúo como agente de nuestro Creador. Al combatir a los judíos estoy haciendo la voluntad del Señor. El fundador del cristianismo no mantuvo secreta en absoluto su apreciación del pueblo judío. Cuando lo consideró necesario, El expulsó a esos enemigos de la raza humana fuera del templo de Dios. La grandeza del cristianismo no estuvo en intentar negociaciones de compromiso con otras opiniones filosóficas similares del mundo antiguo, sino en su inexorable fanatismo al predicar y pelear por su propia doctrina".
SILVIO FRONDIZI
Profesor universitario argentino de Filosofía, Economía y Ciencias Sociales (1959)
"A través de su desarrollo, el peronismo ha llegado a representar a la burguesía argentina en general, sin que pueda decirse que ha representado de manera exclusiva a uno de sus sectores industriales o terratenientes. Dicha representación ha sido directa, pero ejercida a través de una acción burocrática que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía. Ello le permitió canalizar en un sentido favorable a la supervivencia del sistema, la presión de las masas, mediante algunas concesiones determinadas por la propia imposición popular, la excepcional situación comercial y financiera del país, y las necesidades demagógicas del régimen".
AYN RAND
JERRY FALWELL
Pastor evangélico estadounidense (1979)
"Espero vivir para ver el día en que, como en los primeros días de nuestro país, no tengamos más escuelas públicas. Las iglesias las habrán conquistado de nuevo y los cristianos las manejarán. ¡Qué día feliz será ése!".
BRASWELL DEAN
NORBERTO BOBBIO
Jurista, filósofo y politólogo italiano (1999)
"El peronismo puede incluirse tranquilamente en la categoría del fascismo italiano. La repugnancia que encuentran algunos a considerar fascista un movimiento que tuvo y sigue teniendo una amplia base obrera carece de fundamentos. Se puede decir si acaso que por algunas circunstancias históricas propias de Argentina y sobre todo por demérito de las organizaciones sindicales tradicionales, Perón logró polarizar una fidelidad obrera mejor que el sindicalismo fascista italiano. Por lo demás, Perón no introdujo cambios substanciales en el ordenamiento jurídico de la propiedad, varias veces afirmó la exigencia de la colaboración de las clases y en el ejercicio del poder se apoyó más que en los cuadros sindicales en los cuerpos oficiales, o sea en la pequeña burguesía armada: cuando trató de prescindir del apoyo de esta última fue derrocado".
FERNANDO VALLEJO
Escritor colombiano (2003)
JOSE MARIA AZNAR
CARLOS OSORIO
SILVIO BERLUSCONI
Primer Ministro de Italia (2010)
"Reducir la llegada de extracomunitarios clandestinos significa que la criminalidad engrosa menos fuerzas en sus filas. Una de las primeras cosas por hacer es cerrar las fronteras y establecer más campos para identificar a los ciudadanos extranjeros que no tienen empleos y son forzados a una vida en el crimen. En segundo lugar necesitamos más policía local, constituyendo un ejército del bien en las plazas y calles, para ponerlo entre el pueblo italiano y el ejército del mal. Los inmigrantes ilegales no son bienvenidos en el país pero las mujeres bonitas pueden quedarse".
Fundador del Partido Nacionalsocialista Alemán y Canciller de Alemania (1924)
"Soy ahora, como antes, católico, y siempre lo seré. Estoy convencido de que actúo como agente de nuestro Creador. Al combatir a los judíos estoy haciendo la voluntad del Señor. El fundador del cristianismo no mantuvo secreta en absoluto su apreciación del pueblo judío. Cuando lo consideró necesario, El expulsó a esos enemigos de la raza humana fuera del templo de Dios. La grandeza del cristianismo no estuvo en intentar negociaciones de compromiso con otras opiniones filosóficas similares del mundo antiguo, sino en su inexorable fanatismo al predicar y pelear por su propia doctrina".
SILVIO FRONDIZI
Profesor universitario argentino de Filosofía, Economía y Ciencias Sociales (1959)
"A través de su desarrollo, el peronismo ha llegado a representar a la burguesía argentina en general, sin que pueda decirse que ha representado de manera exclusiva a uno de sus sectores industriales o terratenientes. Dicha representación ha sido directa, pero ejercida a través de una acción burocrática que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía. Ello le permitió canalizar en un sentido favorable a la supervivencia del sistema, la presión de las masas, mediante algunas concesiones determinadas por la propia imposición popular, la excepcional situación comercial y financiera del país, y las necesidades demagógicas del régimen".
AYN RAND
Filósofa y escritora estadounidense (1964)
"El capitalismo no creó la pobreza, la heredó... El capitalismo ha sido el único sistema de la historia en el cual la riqueza no se ha adquirido mediante saqueo, sino mediante producción, no por la fuerza, sino mediante el comercio, el único sistema que ha defendido el derecho de los hombres a su propia mente, a su trabajo, a su vida, a sí mismos... No soy primariamente una defensora del capitalismo, sino del egoísmo".
JERRY FALWELL
Pastor evangélico estadounidense (1979)
"Espero vivir para ver el día en que, como en los primeros días de nuestro país, no tengamos más escuelas públicas. Las iglesias las habrán conquistado de nuevo y los cristianos las manejarán. ¡Qué día feliz será ése!".
BRASWELL DEAN
Juez de la Corte Suprema de Georgia, Estados Unidos (1981)
"Esta mitología de los monos de Darwin es la causa de la permisividad, la promiscuidad, los profilácticos, las perversiones, embarazos y abortos, la pornoterapia, la contaminación, envenenamientos y la proliferación de toda clase de crímenes".
"Esta mitología de los monos de Darwin es la causa de la permisividad, la promiscuidad, los profilácticos, las perversiones, embarazos y abortos, la pornoterapia, la contaminación, envenenamientos y la proliferación de toda clase de crímenes".
NORBERTO BOBBIO
Jurista, filósofo y politólogo italiano (1999)
"El peronismo puede incluirse tranquilamente en la categoría del fascismo italiano. La repugnancia que encuentran algunos a considerar fascista un movimiento que tuvo y sigue teniendo una amplia base obrera carece de fundamentos. Se puede decir si acaso que por algunas circunstancias históricas propias de Argentina y sobre todo por demérito de las organizaciones sindicales tradicionales, Perón logró polarizar una fidelidad obrera mejor que el sindicalismo fascista italiano. Por lo demás, Perón no introdujo cambios substanciales en el ordenamiento jurídico de la propiedad, varias veces afirmó la exigencia de la colaboración de las clases y en el ejercicio del poder se apoyó más que en los cuadros sindicales en los cuerpos oficiales, o sea en la pequeña burguesía armada: cuando trató de prescindir del apoyo de esta última fue derrocado".
FERNANDO VALLEJO
Escritor colombiano (2003)
"Mi fórmula para acabar con la pobreza no es hacerle casa a los que la padecen y se empeñan en no ser ricos: es cianurarles de una vez por todas y listo. De mala sangre, de mala raza, de mala índole, de mala ley, no hay mezcla más mala que la del español con el indio y el negro: producen saltapatrases o sea changos, simios, monos... ¿Yo explotar a los pobres? ¡Con dinamita! Mi fórmula para acabar con la lucha de clases es fumigar esta roña".
JOSE MARIA AZNAR
Presidente del Gobierno de España (2007)
"El pluralismo es el respeto a la libertad individual, a las leyes de todos y a los valores compartidos. El multiculturalismo es un riesgo que puede dar paso con facilidad al enfrentamiento y que permite la desigualdad. El multiculturalismo divide y debilita a las sociedades, no favorece la tolerancia ni la integración y es, probablemente, el problema más complicado de Europa en la actualidad. Hay que definir los límites de la Unión Europea puesto que ésta no es infinita y en algún punto del mapa habrá que trazar una línea. Por ello, es fundamental que construyamos una Europa viable, una Europa factible".
CARLOS OSORIO
Director del Proyecto de Documentación de Argentina del National Security Archive (2009)
"Los documentos desclasificados por el Departamento de Estado proporcionan pistas sobre el destino de las personas desaparecidas en Argentina por un desenfrenado aparato de seguridad, y cuentan la historia de una campaña de contrainsurgencia masiva e indiscriminada llevada a cabo por la dictadura militar, apuntada a subversivos reales o imaginarios, incluyendo miles de dirigentes laborales, trabajadores, sacerdotes, activistas de derechos humanos, científicos, médicos y dirigentes políticos".
SILVIO BERLUSCONI
Primer Ministro de Italia (2010)
"Reducir la llegada de extracomunitarios clandestinos significa que la criminalidad engrosa menos fuerzas en sus filas. Una de las primeras cosas por hacer es cerrar las fronteras y establecer más campos para identificar a los ciudadanos extranjeros que no tienen empleos y son forzados a una vida en el crimen. En segundo lugar necesitamos más policía local, constituyendo un ejército del bien en las plazas y calles, para ponerlo entre el pueblo italiano y el ejército del mal. Los inmigrantes ilegales no son bienvenidos en el país pero las mujeres bonitas pueden quedarse".
GUILLERMO MAYR
25 de marzo de 2010
La Argentina segregacionista (2). La visión de Pedro Orgambide
Argentina, 1967. Pedro Orgambide (1929-2003), escritor, dramaturgo y ensayista argentino autor de una abundante y premiada obra literaria que comprende, entre muchas otras, las novelas "El encuentro", "Las hermanas", "Memorias de un hombre de bien", "El páramo" y "Los inquisidores"; los volúmenes de cuentos "Historias cotidianas", "Historias con tangos y corridos" y "La mulata y el guerrero"; y las biografías de Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada y Leandro N. Alem, escribió un ilustrativo artículo en la revista "Extra" nº 21 de abril de 1967 titulado "El racismo en Argentina". El texto decía así:
CRONICA DEL PREJUICIO. Tanto en los enfrentamientos políticos como en nuestra vida diaria de relación, suelen aparecer viejos prejuicios que tienen larga historia en el repertorio humano. Esto nos alivia de desmesuradas culpas. Por eso, tal vez, parezca exagerado hablar de prejuicios de los argentinos, una pretensión totalizadora que puede, por momentos, ser injusta. Sin embargo, bien vale la pena el riesgo si logramos, como propone Bertrand Russell, hacer de nuestra inarticulada certidumbre una articulada incertidumbre que nos acerque a la verdad. A más de diez años de la caída de Perón, a más de cien años de Caseros, los malentendidos continúan y se mantienen, más o menos rígidas, las posturas peronistas y antiperonistas, federales y unitarias, provincianas y porteñas. Al mismo tiempo, arraigados prejuicios frente al gringo, descubren, de tanto en tanto, síntomas de racismo y antisemitismo que, en este contexto, tienen características propias. Tal vez en la pequeña historia, en la crónica de costumbres -a las que fueron tan aficionados los escritores del siglo XIX- encontremos algunas pistas de nuestro actual desencuentro.
PROHIBIDO CASARSE CON ESPAÑOLES. ¡Gallego! ¡Sarraceno! ¡Maturrango! En cada calificativo, el rebelde de 1810, el hijo del país, el criollo, volcaba un odio contenido, latente durante varios siglos de sometimiento. Emergía así, como en cada momento de crisis de la historia, como en toda mutación política, con su fuerte carga irracional, generadora de prejuicios. Gallego, sarraceno y maturrango era todo español dedicado al comercio, actividad que más tarde el hijo del país debía heredar, por derecho propio, por justicia revolucionaria. Indio, salvaje, plebeyo, eran las réplicas de los españoles fieles a la monarquía. El intercambio de injurias, ocultaba, sin duda, los verdaderos móviles del enfrentamiento, trataba de resolver mágicamente el conflicto de fondo. El hijo del país debía asumirse como autoridad, debía abolir, definitivamente, la política paternalista de España. Alentado por otras potencias colonialistas, sobre todo por Inglaterra -que veía en el Río de la Plata la posibilidad de un importante emporio-, el criollo, el rebelde de 1810, ejecutaba (no sin tensiones, dudas y dramáticas alternativas), su parricidio político. El hijo del gallego, sarraceno y maturrango cortaba su cordón umbilical y, como sus antepasados, quemaba las naves. Esta era su tierra, su vida, su límite. Para él, la historia comenzaba ahora. Y el 11 de abril de 1817 el Gobierno prohibía el matrimonio de españoles con hijas del país. Es evidente que este decreto poco importaba a las criollas que parían en los ranchos, a la india de la toldería o a la negra y mulata de la servidumbre. Para ellas no tenía sentido la sutileza de la letra escrita, los negocios -de dinero o amor- de los señores. Estaban fuera del juego. Sus hombres luchaban ahora como soldados de la Independencia o habían muerto en las Invasiones Inglesas, eran carne de fortín y malón. El decreto se refería a otras hijas del país, a las señoras y señoritas que en nada se diferenciaban de sus abuelas españolas. Fue en esas hijas del país, obedientes a la autoridad de la Iglesia, educadas en la tradición española, donde, paradójicamente, prendió el prejuicio antiespañol. En las memorias de María Rosa Oliver, encontramos uno de sus rastros. Cuenta la escritora que, al enterarse de que su abuela estaba emparentada con Remedios de Escalada, la mujer del General José de San Martín, le preguntó a la abuela si ella había conocido al prócer. "El tío Pepe era un ordinario", le contestó. "¿Cómo?". "Sí, un ordinario... un grosero". "¿Porqué?", "Hablaba como gallego... Se casó con una Escalada para hacerse conocer...".
EXTRANJERO, PERO MUY CIVILIZADO. Otro memorioso, José A. Wilde, nos informa sobre pintorescos prejuicios de los hijos del país. Corre el año 1828. Un paisano comenta con Wilde (que entonces tiene doce años) las habilidades de un gringo que anda a caballo a lo criollo con pasadores y argollas de plata, que usa espuelas y toma mate como un gaucho: "Niño... ¿conoce a don Ricardo?... ¡Cómo no lo ha de conocer!... ¡Qué mozo tan güeno, mejorando lo presente!... ¡Qué caballero!... El es extranjero, es verdad, ¡pero muy civilizado!". "Por lo que se ve -agrega Wilde- la civilización para él consistía en lo que dejamos enumerado; usar espuela grande y sentarse bien a caballo". Una pauta cultural como cualquier otra, de todos modos. Como tomar mate. De esas costumbres, hábitos, pequeños detalles de la vida cotidiana, el hijo del país haría un culto, crearía su mitología, sus diferencias con el gringo. El grupo comunitario debía integrarse y, al menos por un tiempo, cerrarse en lo suyo, defenderse. Las amenazas reales -luchas en el exterior, guerras civiles- se unían a las amenazas imaginarias de toda comunidad incipiente. En ella se generaron toda clase de malentendidos, de prejuicios que aún sobreviven con distintas máscaras. El extranjero era lo distinto, lo hostil. A un hijo de gringo se lo menoscaba diciéndole: "Tu madre toma café". O, como lo testifican las coplas, cantando a su paso: "Toma mate, che/ toma mate y avívate,/ que en el Río de la Plata/ no se toma chocolate". Tal vez como una reacción a las clases altas, sometidas material y espiritualmente a Europa, el pueblo expresó, con gracia y picardía, los aspectos ridículos de otras comunidades en las que proyectaba su resentimiento. Creo que el despectivo Don Guillermo para referirse a todo inglés, tiene una connotación más amplia que la mera burla a un súbdito del Imperio Británico, que se refiere, en todo caso, a personas que por su rango y dinero pueden ostentar el don que los separa de la mayoría. Franchute, para el hombre del pueblo, no era cualquier francés sino un señor, un doctor, un cajetilla. Pero aún así -admitiendo su necesidad revulsiva y rencorosa- burla, epíteto, apodo, injuria, sirven como alimento básico para nuevos prejuicios. Ellos son manejados, con indudable astucia, por los que detentan el poder. El paternalismo hispánico, su espíritu feudal, se transforma entonces en el gobierno patriarcal y gaucho de don Juan Manuel de Rosas.
ROSAS Y EL ESPIA INGLES. William Mac Cann, hombre de negocios inglés (más tarde acusado de espía) ha dejado un vivido retrato de Rosas, en el que elogia su capacidad política, su manera franca y campechana de tratar asuntos tan delicados como el bloqueo francés o la penetración inglesa en el Río de la Plata. El comerciante (o el espía) británico cuenta cómo Rosas manejaba hábilmente los prejuicios, odios y temores de su pueblo. El había creado el lema que llevaban todos los ciudadanos: "¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!", adoptado contra el parecer de los hombres de alta posición social. Para él era necesario conmover al pueblo en todos sus estratos, crear, como más tarde hizo Perón, slogans de impacto directo y popular. Gaucho entre los gauchos, amo y protector de los negros, Rosas surge como un padre a la vez cruel y justo, alabado y escarnecido con igual pasión durante los últimos cien años. "En la casa del general Rosas se conservaban algunos resabios de usos y costumbres medievales -cuenta Mac Cann-. La comida se servía diariamente para todos los que quisiesen participar de ella, fueran visitantes o personas extrañas; todos eran bienvenidos. La hija de Rosas presidía la mesa y dos o tres bufones (uno de ellos norteamericano) divertían a los huéspedes con sus chistes y agudezas". En este contexto feudal, que otros han narrado de manera parecida -entre ellos, el talentoso sobrino del Restaurador, Eduardo Mansilla- era natural que se desconfiara del gringo, del posible invasor, el aliado de los proscriptos de Montevideo. Más aún: gringo era no sólo aquel que había nacido en otra tierra, sino el hijo del país en el exilio, el intelectual, el político, el poeta disconforme que se transformaba, a los ojos de un buen federal, en un traidor, en un apátrida, en un perro y salvaje unitario. En la otra orilla, como reacción, federal sólo era el mazorquero, el gaucho malo, el alzado chusmaje. Entretanto, hacia 1845, llega a la Argentina la primera inmigración gallega, que provee de sirvientes a la ciudad y peones al campo. Se producen algunos casos de fiebre tifoidea que la gente atribuye a las barcadas de los inmigrantes. La "fiebre de los gallegos" trae un nuevo brote prejuicioso: ahora el chivo emisario de los odios y temores de la comunidad es el recién llegado. Para curarlo, Rosas lo destina al servicio de las armas; si tiene buena letra -¡eso sí!- le da un puesto de escribiente.
LA INVASION DE LOS GRINGOS. Los vascos tienen mejor suerte; hechan fama de sanos y honrados. No obstante, uno de los primeros en llegar, un vasco francés, asesina brutalmente a un comerciante llamado Achinelli por cuestiones de dinero. En 1845 los anglo-argentinos sirven en la Guardia Nacional, un verdadero paso adelante, ya que hasta entonces se consideraban súbditos de la corona británica. A la caída de Rosas, y siguiendo el lema alberdiano de gobernar es poblar, llegan los italianos, la inmigración más fuerte, la que se ha enraizado profundamente con las virtudes y vicios de los hijos del país, agregándoles generosamente los suyos. De 1874 al 80, llegan a la Argentina 268.504 inmigrantes. Colonos, peones, comerciantes, aventureros y hambrientos de toda, índole. Entretanto el general Roca avanza hacia el desierto, la civilización se extiende sobre un tendal de harapos, de cadáveres indios y milicos. Sola, la voz de Martín Fierro, canta, altiva, el destino del hombre perseguido. Un gallego pecoso y retacón -según las malas lenguas-, un cuchillero llamado Juan Moreyra entra en la fama del folletín, del circo, de la historia. El gaucho cimarrón se asoma a la orilla de la ciudad, entra al suburbio, canta su rencor en la milonga del prostíbulo. El trabajo no es para él, es cosa de grévanos, de tanos. Y él, que ahora es el guapo y más tarde el malevo, anda todavía buscando el padre que lo ampare. Lo encuentra en el oligarca que antes lo mandó al fortín y que ahora lo toma de sirviente en la parroquia. Entre los grévanos, los tanos, los ganapanes, vienen los primeros agitadores obreros, socialistas y anarquistas que concilian su pensamiento mesiánico, evangélico, con el más depurado terrorismo de la época. Llegan los tipógrafos alemanes que conocieron a Marx, algún francés que estuvo en la Comuna de París, judíos polacos y rusos del pogrom, libaneses, sirios y turcos, buhoneros, tocadores de organito, sederos de las calles del sur. Y cuando la crisis económica que estallaría en el 90, necesita de chivos emisarios, no falta el argentino que en nombre del sentimiento nacional acuse a los gringos. Es mejor apalear a un turco o a un ruso que cuestionar las finanzas de los próceres. Hay que buscar la roña afuera. El antisemitismo de Martel, que ni siquiera es militante, empequeñece su percepción de La Bolsa. El anti-inmigracionismo de tradicionales y buenos criollos, impide una justa apreciación de la política nacional. La incipiente pequeña burguesía carece de ideólogos. Aristóbulo del Valle, el "turco" Alem, pueden ser excepciones. Entre la crisis del 90 y los festejos del Centenario, se entibian las aguas de la revuelta. El privilegio está intacto; el gringo en el boliche y el guapo en el comité.
EL PREJUICIO ANTISEMITA. Entre los discursos patrióticos del Centenario, los cantos a los ganados y las mieses, Alberto Gerchunoff sueña la égloga de los gauchos judíos. Aquí están, como en la nueva Tierra Prometida, los hijos de Israel, los sobrevivientes de la inquisición y de la diáspora. Son los colonos de Entre Ríos, buenos jinetes, gauchos que leen el Antiguo Testamento y guardan los sábados. Menos poética transcurre la vida de otros inmigrantes de Polonia y de Rusia, en los conventillos de la ciudad, en los ghettos abiertos -que comparten con sirios e italianos- en el Once, Villa Crespo y La Paternal. Sobrios ucranianos, movedizos y fantasiosos galitzianos, judíos marroquíes y turcos, se asoman a la vida de la ciudad, a los zaguanes donde cuelgan sus telas. Ejercen el pequeño comercio -condena de la diáspora- y también los humildes oficios; hay carpinteros, marroquineros, caldereros, chapistas, changadores, carniceros y tejedores. Y no falta el intelectual que funda una revista y que le pide una colaboración a Juan B. Justo. El líder socialista manifiesta su aversión a las colectividades cerradas y propone una sociedad donde el hombre se reconozca en otro hombre más allá de sus remotos orígenes, sean éstos quechuas, celtas o hebreos. Tal es, por otra parte, el pensamiento de Marx sobre la cuestión judía. Sin embargo, Trotsky ha demostrado que el prejuicio antisemita sobrevive en las sociedades socialistas, porque es, en última instancia, un remanente de siglos. En todo caso, en la Argentina burguesa y liberal de aquel entonces, el llamado de Juan B. Justo estaba destinado al fracaso. Por otra parte, los jóvenes nacionalistas se ofuscaban ante el malestar político del país y buscaban en los extranjeros las causas de sus males. Es cierto que entre los obreros que exigían mejores salarios y condiciones más humanas de trabajo se encontraban no pocos extranjeros, los que chocaban, durante las huelgas o las celebraciones del 1° de Mayo, con la policía brava, con los cosacos que bañaron en sangre la plaza Lorea. También es cierto que los obreros -argentinos o gringos- respondieron con violencia a la violencia. Lo que es difícil explicar es por qué esa violencia se canalizó en forma de pogrom, por qué la Semana Trágica derivó de lucha clasista en persecución racial. Para comprenderlo tenemos que recurrir a otros ejemplos de la historia donde el judío sirve de pretexto para descargar diferentes tensiones de tipo político, económico y religioso. En este aspecto, la Argentina no fue una excepción. El prejuicio antisemita se mantuvo vivo durante varias décadas y se transformó en bandera de algunas agrupaciones extremistas que, al lema de "Mate a un judío, ¡haga patria!", nuclearon a no pocos muchachos de nuestras familias patricias. Eran los años de la Segunda Guerra Mundial. Nuevos odios, nuevos prejuicios, nos deparaban otra encrucijada.
EL ALUVION ZOOLOGICO. El 17 de octubre de 1945 irrumpen, en las calles de Buenos Aires, legiones de trabajadores, de mujeres, de chicos, que vivan el nombre de Perón. El suburbio altanero, el frigorífico, la fábrica, están presentes en esa marcha sobre Buenos Aires; también está presente el campo, la peonada indócil, que salta, metafóricamente, el alambrado de las buenas costumbres y refresca sus pies en las fuentes de la Plaza de Mayo. Un ardoroso exhibicionismo preside la fiesta y el descamisado transforma en símbolo su irreverencia, su corte de manga al patrón, que hace extensivo a los proletarios de cuello blanco, socialistas y comunistas de la Unión Democrática. Una forma civil de montonera en busca del caudillo recorre las calles y despierta, como es natural, el rechazo o el violento repudio de los adversarios. Un político los califica de aluvión zoológico. El aluvión humano recibe, desde su nacimiento, el calificativo ominoso que -más allá de la significación política- entra en el campo generalizado del prejuicio. El fenómeno no es nuevo. Los criollos calificaron de "chanchos" a los españoles y éstos de "asnos" a los hijos del país. Una buena parte de la caricatura política xenófoba adjudica nariz de loro y oreja de burro a los judíos y será lobo el inglés y zorros los franceses. Desplazar el objeto de nuestra aversión a una característica no humana, siempre nos tranquiliza. ¿Pero qué hacer cuando lo que desplazamos con la fantasía permanece en la realidad? ¿Qué hacer, en este caso concreto, con millones de nuestros semejantes que, sin pedir permiso, entran en nuestro barrio, en nuestro Café, en nuestro cine? Al triunfo peronista siguió una inmigración dentro del país, un traslado masivo del campo a la ciudad. El recién llegado, el intruso, no sólo sufrió el rechazo, el menosprecio de la clase media, liberal y democrática, sino también el de sus hermanos de clase, el de sus compañeros de taller o de fábrica. Su pañuelo ostentoso, su lapicera en el bolsillo superior del saco, fueron motivo de burla, como un siglo y medio atrás las levitas, galeras y bastones de los esclavos negros orgullosos de su libertad. "Monos vestidos", se les dijo a aquéllos, "cabecitas negras", se los llamó a éstos, a los nuevos e inoportunos conquistadores de la ciudad.
EL CABECITA. El desprecio por el cabecita negra, su rechazo por parte de la pequeña burguesía liberal y democrática, muestra hasta qué extremos el prejuicio impregna nuestras racionalizaciones. Reconocer en él, en el provinciano, al hijo del país, a una de nuestras partes, significa lisa y llanamente aceptar el viejo conflicto entre capital y provincia, entre unitarios y federales, entre ejército regular y montonera, entre gobierno patriarcal y gran puerto fenicio. Es algo que está más allá de las racionalizaciones del pequeño burgués, liberal y democrático, presionado por su realidad económica, por su desmesurado sueño de grandeza, por su deseo de ingresar, económica y espiritualmente, a la clase alta. Obsesionado por su status, por su apellido gringo, por su falta de tradición, se siente, en su rechazo al cabecita negra, aliado a los que mandan. Ellos y él, por fin, tienen algo en común. Sin embargo, esto no deja de ser una ilusión. Ser diferente, ser gente, ser bien, significa no tener nada en común con ese intruso, que nos recuerda un origen humilde, de trabajo, de pequeñas humillaciones cotidianas. En esta fantasía, el pequeño burgués transfiere sus propias carencias al cabecita negra: el otro es el indolente, el ignorante, el poca cosa, el advenedizo. "Ahora tendrán que trabajar", dice en 1955, a la caída de Perón. "Los negros volverán a la cocina" hubiera dicho cien años antes, después de Caseros.
MODA Y PREJUICIO. Pero mandar al intruso a la cocina o a la cárcel, no da tranquilidad a nuestras capas medias; ellas sufren, como el resto del país, los embates de la inflación, de la inestabilidad política y económica, que les impide, como suelen decir, vivir con decoro. No obstante, como ya es tradición (bastan leer las crónicas de Alberdi o los cuadros costumbristas del 80) el argentino medio puede aparentar un desahogado vivir y aspirar, como premio, al señorío de las clases altas. Si algo le preocupa verdaderamente es ser confundido con los de abajo, delatarse -en un ademán, en un gesto, una palabra, en un vestido- como mersa. Los humoristas, sociólogos empíricos, ya han señalado esta situación. Cabe agregar que el vulgar temor a la vulgaridad lo lleva a copiar servilmente gustos, usos y costumbres, que la publicidad y las formas masivas de comunicación se encargan de imponerle. El estilo sofisticado de las revistas, el culto por las relaciones públicas y privadas a nivel de ejecutivos, las modas, lugares de diversión o jergas para iniciados, están indicando que nuestro depurado mersa se ha transformado en un obediente imitador. No es raro que, a sus prejuicios sociales, agregue algunos preconceptos sobre la importancia de pertenecer a un país de raza blanca u otras ambigüedades que alimentan su orgullo.
CRONICA DEL PREJUICIO. Tanto en los enfrentamientos políticos como en nuestra vida diaria de relación, suelen aparecer viejos prejuicios que tienen larga historia en el repertorio humano. Esto nos alivia de desmesuradas culpas. Por eso, tal vez, parezca exagerado hablar de prejuicios de los argentinos, una pretensión totalizadora que puede, por momentos, ser injusta. Sin embargo, bien vale la pena el riesgo si logramos, como propone Bertrand Russell, hacer de nuestra inarticulada certidumbre una articulada incertidumbre que nos acerque a la verdad. A más de diez años de la caída de Perón, a más de cien años de Caseros, los malentendidos continúan y se mantienen, más o menos rígidas, las posturas peronistas y antiperonistas, federales y unitarias, provincianas y porteñas. Al mismo tiempo, arraigados prejuicios frente al gringo, descubren, de tanto en tanto, síntomas de racismo y antisemitismo que, en este contexto, tienen características propias. Tal vez en la pequeña historia, en la crónica de costumbres -a las que fueron tan aficionados los escritores del siglo XIX- encontremos algunas pistas de nuestro actual desencuentro.
PROHIBIDO CASARSE CON ESPAÑOLES. ¡Gallego! ¡Sarraceno! ¡Maturrango! En cada calificativo, el rebelde de 1810, el hijo del país, el criollo, volcaba un odio contenido, latente durante varios siglos de sometimiento. Emergía así, como en cada momento de crisis de la historia, como en toda mutación política, con su fuerte carga irracional, generadora de prejuicios. Gallego, sarraceno y maturrango era todo español dedicado al comercio, actividad que más tarde el hijo del país debía heredar, por derecho propio, por justicia revolucionaria. Indio, salvaje, plebeyo, eran las réplicas de los españoles fieles a la monarquía. El intercambio de injurias, ocultaba, sin duda, los verdaderos móviles del enfrentamiento, trataba de resolver mágicamente el conflicto de fondo. El hijo del país debía asumirse como autoridad, debía abolir, definitivamente, la política paternalista de España. Alentado por otras potencias colonialistas, sobre todo por Inglaterra -que veía en el Río de la Plata la posibilidad de un importante emporio-, el criollo, el rebelde de 1810, ejecutaba (no sin tensiones, dudas y dramáticas alternativas), su parricidio político. El hijo del gallego, sarraceno y maturrango cortaba su cordón umbilical y, como sus antepasados, quemaba las naves. Esta era su tierra, su vida, su límite. Para él, la historia comenzaba ahora. Y el 11 de abril de 1817 el Gobierno prohibía el matrimonio de españoles con hijas del país. Es evidente que este decreto poco importaba a las criollas que parían en los ranchos, a la india de la toldería o a la negra y mulata de la servidumbre. Para ellas no tenía sentido la sutileza de la letra escrita, los negocios -de dinero o amor- de los señores. Estaban fuera del juego. Sus hombres luchaban ahora como soldados de la Independencia o habían muerto en las Invasiones Inglesas, eran carne de fortín y malón. El decreto se refería a otras hijas del país, a las señoras y señoritas que en nada se diferenciaban de sus abuelas españolas. Fue en esas hijas del país, obedientes a la autoridad de la Iglesia, educadas en la tradición española, donde, paradójicamente, prendió el prejuicio antiespañol. En las memorias de María Rosa Oliver, encontramos uno de sus rastros. Cuenta la escritora que, al enterarse de que su abuela estaba emparentada con Remedios de Escalada, la mujer del General José de San Martín, le preguntó a la abuela si ella había conocido al prócer. "El tío Pepe era un ordinario", le contestó. "¿Cómo?". "Sí, un ordinario... un grosero". "¿Porqué?", "Hablaba como gallego... Se casó con una Escalada para hacerse conocer...".
EXTRANJERO, PERO MUY CIVILIZADO. Otro memorioso, José A. Wilde, nos informa sobre pintorescos prejuicios de los hijos del país. Corre el año 1828. Un paisano comenta con Wilde (que entonces tiene doce años) las habilidades de un gringo que anda a caballo a lo criollo con pasadores y argollas de plata, que usa espuelas y toma mate como un gaucho: "Niño... ¿conoce a don Ricardo?... ¡Cómo no lo ha de conocer!... ¡Qué mozo tan güeno, mejorando lo presente!... ¡Qué caballero!... El es extranjero, es verdad, ¡pero muy civilizado!". "Por lo que se ve -agrega Wilde- la civilización para él consistía en lo que dejamos enumerado; usar espuela grande y sentarse bien a caballo". Una pauta cultural como cualquier otra, de todos modos. Como tomar mate. De esas costumbres, hábitos, pequeños detalles de la vida cotidiana, el hijo del país haría un culto, crearía su mitología, sus diferencias con el gringo. El grupo comunitario debía integrarse y, al menos por un tiempo, cerrarse en lo suyo, defenderse. Las amenazas reales -luchas en el exterior, guerras civiles- se unían a las amenazas imaginarias de toda comunidad incipiente. En ella se generaron toda clase de malentendidos, de prejuicios que aún sobreviven con distintas máscaras. El extranjero era lo distinto, lo hostil. A un hijo de gringo se lo menoscaba diciéndole: "Tu madre toma café". O, como lo testifican las coplas, cantando a su paso: "Toma mate, che/ toma mate y avívate,/ que en el Río de la Plata/ no se toma chocolate". Tal vez como una reacción a las clases altas, sometidas material y espiritualmente a Europa, el pueblo expresó, con gracia y picardía, los aspectos ridículos de otras comunidades en las que proyectaba su resentimiento. Creo que el despectivo Don Guillermo para referirse a todo inglés, tiene una connotación más amplia que la mera burla a un súbdito del Imperio Británico, que se refiere, en todo caso, a personas que por su rango y dinero pueden ostentar el don que los separa de la mayoría. Franchute, para el hombre del pueblo, no era cualquier francés sino un señor, un doctor, un cajetilla. Pero aún así -admitiendo su necesidad revulsiva y rencorosa- burla, epíteto, apodo, injuria, sirven como alimento básico para nuevos prejuicios. Ellos son manejados, con indudable astucia, por los que detentan el poder. El paternalismo hispánico, su espíritu feudal, se transforma entonces en el gobierno patriarcal y gaucho de don Juan Manuel de Rosas.
ROSAS Y EL ESPIA INGLES. William Mac Cann, hombre de negocios inglés (más tarde acusado de espía) ha dejado un vivido retrato de Rosas, en el que elogia su capacidad política, su manera franca y campechana de tratar asuntos tan delicados como el bloqueo francés o la penetración inglesa en el Río de la Plata. El comerciante (o el espía) británico cuenta cómo Rosas manejaba hábilmente los prejuicios, odios y temores de su pueblo. El había creado el lema que llevaban todos los ciudadanos: "¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios!", adoptado contra el parecer de los hombres de alta posición social. Para él era necesario conmover al pueblo en todos sus estratos, crear, como más tarde hizo Perón, slogans de impacto directo y popular. Gaucho entre los gauchos, amo y protector de los negros, Rosas surge como un padre a la vez cruel y justo, alabado y escarnecido con igual pasión durante los últimos cien años. "En la casa del general Rosas se conservaban algunos resabios de usos y costumbres medievales -cuenta Mac Cann-. La comida se servía diariamente para todos los que quisiesen participar de ella, fueran visitantes o personas extrañas; todos eran bienvenidos. La hija de Rosas presidía la mesa y dos o tres bufones (uno de ellos norteamericano) divertían a los huéspedes con sus chistes y agudezas". En este contexto feudal, que otros han narrado de manera parecida -entre ellos, el talentoso sobrino del Restaurador, Eduardo Mansilla- era natural que se desconfiara del gringo, del posible invasor, el aliado de los proscriptos de Montevideo. Más aún: gringo era no sólo aquel que había nacido en otra tierra, sino el hijo del país en el exilio, el intelectual, el político, el poeta disconforme que se transformaba, a los ojos de un buen federal, en un traidor, en un apátrida, en un perro y salvaje unitario. En la otra orilla, como reacción, federal sólo era el mazorquero, el gaucho malo, el alzado chusmaje. Entretanto, hacia 1845, llega a la Argentina la primera inmigración gallega, que provee de sirvientes a la ciudad y peones al campo. Se producen algunos casos de fiebre tifoidea que la gente atribuye a las barcadas de los inmigrantes. La "fiebre de los gallegos" trae un nuevo brote prejuicioso: ahora el chivo emisario de los odios y temores de la comunidad es el recién llegado. Para curarlo, Rosas lo destina al servicio de las armas; si tiene buena letra -¡eso sí!- le da un puesto de escribiente.
LA INVASION DE LOS GRINGOS. Los vascos tienen mejor suerte; hechan fama de sanos y honrados. No obstante, uno de los primeros en llegar, un vasco francés, asesina brutalmente a un comerciante llamado Achinelli por cuestiones de dinero. En 1845 los anglo-argentinos sirven en la Guardia Nacional, un verdadero paso adelante, ya que hasta entonces se consideraban súbditos de la corona británica. A la caída de Rosas, y siguiendo el lema alberdiano de gobernar es poblar, llegan los italianos, la inmigración más fuerte, la que se ha enraizado profundamente con las virtudes y vicios de los hijos del país, agregándoles generosamente los suyos. De 1874 al 80, llegan a la Argentina 268.504 inmigrantes. Colonos, peones, comerciantes, aventureros y hambrientos de toda, índole. Entretanto el general Roca avanza hacia el desierto, la civilización se extiende sobre un tendal de harapos, de cadáveres indios y milicos. Sola, la voz de Martín Fierro, canta, altiva, el destino del hombre perseguido. Un gallego pecoso y retacón -según las malas lenguas-, un cuchillero llamado Juan Moreyra entra en la fama del folletín, del circo, de la historia. El gaucho cimarrón se asoma a la orilla de la ciudad, entra al suburbio, canta su rencor en la milonga del prostíbulo. El trabajo no es para él, es cosa de grévanos, de tanos. Y él, que ahora es el guapo y más tarde el malevo, anda todavía buscando el padre que lo ampare. Lo encuentra en el oligarca que antes lo mandó al fortín y que ahora lo toma de sirviente en la parroquia. Entre los grévanos, los tanos, los ganapanes, vienen los primeros agitadores obreros, socialistas y anarquistas que concilian su pensamiento mesiánico, evangélico, con el más depurado terrorismo de la época. Llegan los tipógrafos alemanes que conocieron a Marx, algún francés que estuvo en la Comuna de París, judíos polacos y rusos del pogrom, libaneses, sirios y turcos, buhoneros, tocadores de organito, sederos de las calles del sur. Y cuando la crisis económica que estallaría en el 90, necesita de chivos emisarios, no falta el argentino que en nombre del sentimiento nacional acuse a los gringos. Es mejor apalear a un turco o a un ruso que cuestionar las finanzas de los próceres. Hay que buscar la roña afuera. El antisemitismo de Martel, que ni siquiera es militante, empequeñece su percepción de La Bolsa. El anti-inmigracionismo de tradicionales y buenos criollos, impide una justa apreciación de la política nacional. La incipiente pequeña burguesía carece de ideólogos. Aristóbulo del Valle, el "turco" Alem, pueden ser excepciones. Entre la crisis del 90 y los festejos del Centenario, se entibian las aguas de la revuelta. El privilegio está intacto; el gringo en el boliche y el guapo en el comité.
EL PREJUICIO ANTISEMITA. Entre los discursos patrióticos del Centenario, los cantos a los ganados y las mieses, Alberto Gerchunoff sueña la égloga de los gauchos judíos. Aquí están, como en la nueva Tierra Prometida, los hijos de Israel, los sobrevivientes de la inquisición y de la diáspora. Son los colonos de Entre Ríos, buenos jinetes, gauchos que leen el Antiguo Testamento y guardan los sábados. Menos poética transcurre la vida de otros inmigrantes de Polonia y de Rusia, en los conventillos de la ciudad, en los ghettos abiertos -que comparten con sirios e italianos- en el Once, Villa Crespo y La Paternal. Sobrios ucranianos, movedizos y fantasiosos galitzianos, judíos marroquíes y turcos, se asoman a la vida de la ciudad, a los zaguanes donde cuelgan sus telas. Ejercen el pequeño comercio -condena de la diáspora- y también los humildes oficios; hay carpinteros, marroquineros, caldereros, chapistas, changadores, carniceros y tejedores. Y no falta el intelectual que funda una revista y que le pide una colaboración a Juan B. Justo. El líder socialista manifiesta su aversión a las colectividades cerradas y propone una sociedad donde el hombre se reconozca en otro hombre más allá de sus remotos orígenes, sean éstos quechuas, celtas o hebreos. Tal es, por otra parte, el pensamiento de Marx sobre la cuestión judía. Sin embargo, Trotsky ha demostrado que el prejuicio antisemita sobrevive en las sociedades socialistas, porque es, en última instancia, un remanente de siglos. En todo caso, en la Argentina burguesa y liberal de aquel entonces, el llamado de Juan B. Justo estaba destinado al fracaso. Por otra parte, los jóvenes nacionalistas se ofuscaban ante el malestar político del país y buscaban en los extranjeros las causas de sus males. Es cierto que entre los obreros que exigían mejores salarios y condiciones más humanas de trabajo se encontraban no pocos extranjeros, los que chocaban, durante las huelgas o las celebraciones del 1° de Mayo, con la policía brava, con los cosacos que bañaron en sangre la plaza Lorea. También es cierto que los obreros -argentinos o gringos- respondieron con violencia a la violencia. Lo que es difícil explicar es por qué esa violencia se canalizó en forma de pogrom, por qué la Semana Trágica derivó de lucha clasista en persecución racial. Para comprenderlo tenemos que recurrir a otros ejemplos de la historia donde el judío sirve de pretexto para descargar diferentes tensiones de tipo político, económico y religioso. En este aspecto, la Argentina no fue una excepción. El prejuicio antisemita se mantuvo vivo durante varias décadas y se transformó en bandera de algunas agrupaciones extremistas que, al lema de "Mate a un judío, ¡haga patria!", nuclearon a no pocos muchachos de nuestras familias patricias. Eran los años de la Segunda Guerra Mundial. Nuevos odios, nuevos prejuicios, nos deparaban otra encrucijada.
EL ALUVION ZOOLOGICO. El 17 de octubre de 1945 irrumpen, en las calles de Buenos Aires, legiones de trabajadores, de mujeres, de chicos, que vivan el nombre de Perón. El suburbio altanero, el frigorífico, la fábrica, están presentes en esa marcha sobre Buenos Aires; también está presente el campo, la peonada indócil, que salta, metafóricamente, el alambrado de las buenas costumbres y refresca sus pies en las fuentes de la Plaza de Mayo. Un ardoroso exhibicionismo preside la fiesta y el descamisado transforma en símbolo su irreverencia, su corte de manga al patrón, que hace extensivo a los proletarios de cuello blanco, socialistas y comunistas de la Unión Democrática. Una forma civil de montonera en busca del caudillo recorre las calles y despierta, como es natural, el rechazo o el violento repudio de los adversarios. Un político los califica de aluvión zoológico. El aluvión humano recibe, desde su nacimiento, el calificativo ominoso que -más allá de la significación política- entra en el campo generalizado del prejuicio. El fenómeno no es nuevo. Los criollos calificaron de "chanchos" a los españoles y éstos de "asnos" a los hijos del país. Una buena parte de la caricatura política xenófoba adjudica nariz de loro y oreja de burro a los judíos y será lobo el inglés y zorros los franceses. Desplazar el objeto de nuestra aversión a una característica no humana, siempre nos tranquiliza. ¿Pero qué hacer cuando lo que desplazamos con la fantasía permanece en la realidad? ¿Qué hacer, en este caso concreto, con millones de nuestros semejantes que, sin pedir permiso, entran en nuestro barrio, en nuestro Café, en nuestro cine? Al triunfo peronista siguió una inmigración dentro del país, un traslado masivo del campo a la ciudad. El recién llegado, el intruso, no sólo sufrió el rechazo, el menosprecio de la clase media, liberal y democrática, sino también el de sus hermanos de clase, el de sus compañeros de taller o de fábrica. Su pañuelo ostentoso, su lapicera en el bolsillo superior del saco, fueron motivo de burla, como un siglo y medio atrás las levitas, galeras y bastones de los esclavos negros orgullosos de su libertad. "Monos vestidos", se les dijo a aquéllos, "cabecitas negras", se los llamó a éstos, a los nuevos e inoportunos conquistadores de la ciudad.
EL CABECITA. El desprecio por el cabecita negra, su rechazo por parte de la pequeña burguesía liberal y democrática, muestra hasta qué extremos el prejuicio impregna nuestras racionalizaciones. Reconocer en él, en el provinciano, al hijo del país, a una de nuestras partes, significa lisa y llanamente aceptar el viejo conflicto entre capital y provincia, entre unitarios y federales, entre ejército regular y montonera, entre gobierno patriarcal y gran puerto fenicio. Es algo que está más allá de las racionalizaciones del pequeño burgués, liberal y democrático, presionado por su realidad económica, por su desmesurado sueño de grandeza, por su deseo de ingresar, económica y espiritualmente, a la clase alta. Obsesionado por su status, por su apellido gringo, por su falta de tradición, se siente, en su rechazo al cabecita negra, aliado a los que mandan. Ellos y él, por fin, tienen algo en común. Sin embargo, esto no deja de ser una ilusión. Ser diferente, ser gente, ser bien, significa no tener nada en común con ese intruso, que nos recuerda un origen humilde, de trabajo, de pequeñas humillaciones cotidianas. En esta fantasía, el pequeño burgués transfiere sus propias carencias al cabecita negra: el otro es el indolente, el ignorante, el poca cosa, el advenedizo. "Ahora tendrán que trabajar", dice en 1955, a la caída de Perón. "Los negros volverán a la cocina" hubiera dicho cien años antes, después de Caseros.
MODA Y PREJUICIO. Pero mandar al intruso a la cocina o a la cárcel, no da tranquilidad a nuestras capas medias; ellas sufren, como el resto del país, los embates de la inflación, de la inestabilidad política y económica, que les impide, como suelen decir, vivir con decoro. No obstante, como ya es tradición (bastan leer las crónicas de Alberdi o los cuadros costumbristas del 80) el argentino medio puede aparentar un desahogado vivir y aspirar, como premio, al señorío de las clases altas. Si algo le preocupa verdaderamente es ser confundido con los de abajo, delatarse -en un ademán, en un gesto, una palabra, en un vestido- como mersa. Los humoristas, sociólogos empíricos, ya han señalado esta situación. Cabe agregar que el vulgar temor a la vulgaridad lo lleva a copiar servilmente gustos, usos y costumbres, que la publicidad y las formas masivas de comunicación se encargan de imponerle. El estilo sofisticado de las revistas, el culto por las relaciones públicas y privadas a nivel de ejecutivos, las modas, lugares de diversión o jergas para iniciados, están indicando que nuestro depurado mersa se ha transformado en un obediente imitador. No es raro que, a sus prejuicios sociales, agregue algunos preconceptos sobre la importancia de pertenecer a un país de raza blanca u otras ambigüedades que alimentan su orgullo.
GUILLERMO MAYR
24 de marzo de 2010
La Argentina segregacionista (1). "Cabecitas negras", "perucas" y "bolitas"
Argentina, 1810. Cornelio Saavedra (1759-1829), Comandante del Regimiento Patricios de la ciudad de Buenos Aires, activo participante en la resistencia durante las invasiones inglesas y Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno del 25 de Mayo de 1810, nació en Potosí y estudió en Chuquisaca, junto con otros destacados intelectuales de esa época revolucionaria. En 1825 Bolivia se independizó de las Provincias Unidas del Río de la Plata tras la Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú. Eso es otra historia, pero lo cierto es que Saavedra, el primer gobernante argentino, fue un boliviano. Otro tanto se puede decir, sólo por tomar un ejemplo, de Guillermo Brown (1777-1857), el primer Almirante de la fuerza naval de la Argentina y destacadísmo actor en las luchas por la independencia. Nació como William Brown en Irlanda, es decir, también era "extranjero".
Argentina, 2009. Según el Mapa de la Discriminación elaborado por el Instituto Nacional Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), gran parte de la población cree que la peor discriminación en la Argentina se da por la situación de pobreza que afecta a una extensa porción de la población. Esto tiene que ver con la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, algo que sólo se soluciona logrando el acceso a la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, lo que, claro está, depende de decisiones políticas que cada vez parecen estar más lejos de tomarse. Desde de las propias estructuras gubernamentales se fomenta la exclusión social, la discriminación, la privación de derechos y la segregación. Toda ese sector de la población será, una y otra vez, utilizado a la hora de votar a cambio de alguna dádiva. Es lo que habitualmente se conoce como "voto cautivo", entendiéndose a esta definición no ya como aquel caudal electoral propio, estable, con que contaban los partidos políticos por adhesión ideológica o por tradición familiar, sino como aquel pérfido mecanismo por el cual los recursos públicos son utilizados como activos electorales para el desarrollo de aparatos partidarios y la perpetuación del clientelismo.
Argentina, 1999. A modo de ensayo de ejecución de una ley propuesta por el gobierno de turno encabezado por un descendiente de sirios a quien apodaban "el Turco", la policía detuvo a 1.500 inmigrantes peruanos, bolivianos y paraguayos. En la redacción de esta ley xenófoba participaron un ministro hijo de polacos y un diputado nieto de gallegos. El propio presidente declaró entonces: "Hay que cerrarles las puertas a los que vienen a delinquir a nuestra patria, porque no podemos someter a los rigores del delito y la inseguridad a nuestra gente y a nuestras fuerzas de seguridad". La mismísima Confederación General del Trabajo (CGT), en una actitud compartida y alentada por las cámaras empresariales y los medios de comunicación, alentaron estas medidas. La Unión Obrera de la Construcción (UOCRA) empapeló las calles de Buenos Aires con un afiche donde se convocaba a los trabajadores argentinos a resistir la "inmigración ilegal", mostrándola como causa de la desocupación del sector. Era común por entonces escuchar aquello de "los bolitas laburan por dos pesos y nos sacan el trabajo" o "los paraguas son traicioneros", por citar sólo algunas expresiones. El tufillo a un trivial nacionalismo emana de estas actitudes y declaraciones con una energía digna de mejores causas.
El historiador británico Eric Hobsbawm (1917) en "Nations and nationalism since 1780" (Naciones y nacionalismos desde 1780) decía que: "El racismo es, de alguna manera, el exceso constituyente o el suplemento interior del nacionalismo: ese suplemento necesario para que los Estados-Nación logren proyectar, en la vida cotidiana y en una perspectiva histórica, una clausura que sería imposible desde un punto de vista material o cultural y que sin embargo las sociedades nacionales persiguen en una suerte de indefinida huida hacia delante, particularmente en sus períodos de crisis". La relación entre la doctrina fascista y el concepto de racismo es evidente, y el intento de despegar al peronismo de sus fuentes fascistas es vano. Lo que busca un migrante es acceder a un mejor nivel de vida. Esa búsqueda lo lleva a competir con otros trabajadores, cualquiera sea su nacionalidad, haciéndole el caldo gordo a la burguesía dueña de los medios de producción ya que, esa competencia repercute directamente en el valor de los salarios y en la duración de la jornada laboral de los asalariados. A mayor competencia, mayor explotación, un axioma que aquellos dirigentes que dicen defender a los trabajadores deberían conocer al dedillo.
Varios medios de prensa alientan la xenofobia y el racismo, llegando incluso alguno de ellos a calificar a la inmigración como una "invasión silenciosa" de gente que quita el trabajo a los argentinos, los perjudica económicamente y ocupa sus escuelas y hospitales. El argentino medio, tan proclive a digerir sin más lo que recibe metódicamente por esa vía, repite en la fábrica, la oficina, el taxi, el supermercado o el café, aquello que escucha, y lo erige como verdad consagrada. Es innegable que el tema de la verdad es sumamente complejo. El filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) decía que la verdad es una creación del poder. Si a esto nos atenemos y dado que el poder lo ostenta la burguesía capitalista, es notorio que la "verdad" que exponen los medios de prensa, tanto escrita como televisiva, es, por lo menos, controvertible. Así, cuando se habla de los extranjeros que "invaden" el país, se quedan con las fuentes de trabajo y, lo que es peor, son los responsables de la "inseguridad", lo que se hace es ocultar las verdaderas causas de este fenómeno. La migración es un producto del capitalismo. El antiguo concepto de "liberación de la mano de obra" con el que Karl Marx (1818-1883) en "Formen, die der kapitalistischen produktion vorgehen" (Formas que preceden a la producción capitalista) se refería al hecho que ocurría en las sociedades tradicionales cuando hacía su irrupción el capitalismo provocando que mucha mano de obra ya no fuese necesaria y tuviera que emigrar para poder sobrevivir, está hoy vigente de modo remozado. La expansión capitalista -vía imperialismo en principio, vía globalización actualmente- ha convertido a los países subdesarrollados en la despensa particular de materias primas y mano de obra barata para las burguesías dominantes de los países centrales y sus cómplices de los países periféricos.
El fenómeno de la migración es funcional al capitalismo. El sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein (1930) dice en "The modern world system" (El moderno sistema mundial) que "la economía del mundo capitalista siempre ha requerido para su funcionamiento óptimo que se produjeran extensas y continuas migraciones de gente, tanto de forma forzada como voluntaria, para responder a las necesidades de fuerza de trabajo en determinados enclaves geográficos". De este modo se abre la vía al encuentro de la fuerza de trabajo y el capital, en el que se ponen en juego las relaciones de dominación y explotación. Estas relaciones, con su violencia constitutiva, no hacen más que mostrar la actualidad de las formas de extracción de plusvalía y el vínculo estructural entre la actual fase del capitalismo y sus nuevas formas de acumulación primitiva. En definitiva, el racismo es un producto de la brutal crisis del sistema capitalista, de la cual la Argentina no está exenta por más que se afirme lo contrario.
GUILLERMO MAYR
Entremeses literarios (XCIV)
LOS HOMBROS SOPORTAN EL MUNDO
Carlos Drummond de Andrade
Brasil (1902-1987)
Llega un tiempo en que no se dice más: Dios mío. Tiempo de absoluta depuración. Tiempo en que no se dice más: amor mío. Porque el amor resultó inútil. Y los ojos no lloran. Y las manos tejen apenas el rudo trabajo. Y el corazón está seco. En vano mujeres golpean la puerta: no abrirás. Quedaste solo, la luz se apagó, pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes. Eres todo certeza, ya no sabes sufrir. Y nada esperas de tus amigos. Poco importa la vejez, ¿qué es la vejez? Tus hombros soportan el mundo y no pesa más que la mano de un niño. Las guerras, las hambres, las discusiones dentro de los edificios prueban apenas que la vida prosigue y que ni todos aún se liberaron. Algunos, pareciéndoles bárbaro el espectáculo, prefirieron (los delicados) morir. Llegó un tiempo en que es inútil morir. Llegó un tiempo en que la vida es una orden. La vida apenas, sin mistificación.
PROBLEMAS DE PUNTUACIÓN
Víctor Lorenzo Cinca
España (1980)
La conocí hace unos días, en el parque. Se sentó a mi lado y sacó del bolsillo del abrigo un par de interrogantes, con los que rompimos sin dificultad el hielo. Sin embargo, no pudimos charlar casi nada porque tras esas dos preguntas se marchó a toda prisa, dejando olvidados en el banco de madera tres puntos suspensivos que me confirmaron que la cosa no debía acabar ahí, y un papelito con una dirección y una hora. A la mañana siguiente, ansioso, acudí puntual a la cita y la encontré de nuevo con un bolso lleno de interrogantes con los que reanudamos la conversación del día anterior, pero también unas cuantas comillas que utilizó para citar de memoria a mis autores predilectos, y unos guiones largos que colocaba con habilidad para intercalar graciosos comentarios en la conversación. Durante la tarde me mostró rincones de la ciudad que no conocía y en diversas ocasiones tuvo que sacar del bolso unos paréntesis para aclararme detalles que no llegaba a comprender. Como en la ocasión anterior, se esfumó sin decir nada cuando, tras alcanzarme un punto y coma que aseguraba la continuidad de nuestra historia, el bolso quedó vacío. Ayer por la tarde, después de dos días sin vernos, apareció en mi casa sin avisar con una mochila repleta de signos de puntuación. Sin embargo, pronto se terminaron los interrogantes y los paréntesis, y entonces nos quedamos mirando, durante unos segundos, en silencio. Todo estaba dicho. Esta mañana me he despertado en mi cama, solo, con los primeros rayos de sol. El suelo del dormitorio estaba salpicado de exclamaciones de diversos colores con las que enmarcamos interjecciones y jadeos durante toda la noche. Ha sido inútil llamarla, porque ya se había marchado de mi apartamento. De camino al baño, he encontrado un punto. Sin embargo, y pese a que llevo horas buscando, no encuentro los otros dos que faltan. Empiezo a sospechar que esto es el final.
NADA
Juan Carlos Vecchi
Argentina (1957)
Hace tiempo que anda Lucía practicando un mal hábito en su vida cotidiana: mira a Lisandro únicamente para odiarlo un poco más. Dos o tres veces cada día, cuando la cercanía al azar lo amerita, ojos de "bruja mala" le pone Lucía a Lisandro.
- ¿Qué pasa, mujer? -pregunta entonces su marido, al percibir la cazadora mirada de Lucía.
La respuesta de ella es siempre la misma, una palabra de cuatro letras muertas:
- Nada.
Una mañana, Lucía, habiéndose levantado con la pantufla derecha -Lucía es zocata-, decidió morir a Lisandro y, desde ese día, nunca más lo miró: ni de frente, ni de costado y reojo, ni desde atrás y con el palo de amasar en su mano hábil. Ciertamente, Lisandro no se dio cuenta de que su mujer ya no lo miraba, pero a sus cuerdas vocales comenzó a faltarle algo; ellas detectaron que ya no pronunciaban aquello de "¿qué pasa, mujer?". Dos o tres días pudieron contenerse las cuerdas vocales de Lisandro hasta que, a pocos minutos de la medianoche de otro olvidado cumpleaños de Lucía, a la espalda de la mujer, las cuerdas vocales de Lisandro, le preguntaron:
- ¿Qué hora es, mujer?
En realidad, hubiesen querido preguntarle "¿qué pasa, mujer?", pero lo que se escuchó en la cocina fue eso.
- Nada… -contestó Lucía sin darse vuelta, sin darse cuenta y sin ton ni son.
DIA DE PUERTAS CERRADAS
Anne Weber
Alemania (1964)
En el país de Ida, el gobierno organiza una vez al año un día de puertas cerradas para la juventud de la nación. Ese día, todas las puertas de la nación se quedan sin abrir. Pero si resultara que alguien, por pura casualidad, consiguiera abrir una puerta, se encontraría enseguida ante una segunda puerta cerrada, y así sucesivamente. De esta manera, a los jóvenes se les acostumbra desde la infancia al hecho irremediable de que su futuro no tiene salida. Cuando era pequeña, a Ida le hacía ilusión el día de las puertas cerradas, pues ese día no había colegio. Hoy está harta de pasarse el día encerrada en casa. Actualmente todo gira en torno a la juventud, se queja.
EL MEJOR ALIMENTO
Antonio Dal Masetto
Argentina (1938)
Ayer a las cuatro de la tarde, cuando acababa de cruzar la calle Paraguay, mientras subía a la vereda, el octogenario don Honorio, viejo vecino del barrio, se desplomó y murió. Alguien se ocupó de llamar por teléfono, apareció una ambulancia, cargaron al minúsculo cuerpo del anciano sobre una camilla, lo cubrieron con una sábana, lo metieron en el vehículo y adiós don Honorio. Esta mañana, frente al puesto de verduras del mercado de la calle San Martín, un grupo de clientas comenta lo ocurrido. El hombre está presente, escucha, comparte. Las mujeres lamentan la triste suerte de don Honorio. Una, con énfasis, señala la ineficacia del servicio de ambulancias, ya que la de ayer tardó media hora en aparecer y cuando llegó, claro, don Honorio estaba muerto, pero hasta unos minutos antes seguía vivo, ella puede asegurarlo porque estaba ahí. Todas opinan, se quejan. Mientras tanto, del otro lado del mostrador, don Yaco, el verdulero, las apura: "La siguiente, vamos que no tenemos todo el día". Una de las señoras señala que don Honorio era muy creyente porque siempre se lo encontraba en la primera misa, comulgando en la Basílica del Santísimo Sacramento, que está ubicada detrás del edificio Kavanagh. Otra confirma la religiosidad de don Honorio porque también ella solía verlo comulgando, pero en la iglesia Santa Catalina de Siena, en San Martín y Viamonte. Una tercera agrega un detalle curioso: cierta vez se lo cruzó muy temprano en una iglesia del barrio, pero más tarde, de visita en casa de una parienta, por Constitución, y habiéndola acompañado a misa, volvió a toparse con don Honorio, comulgando por segunda vez en el mismo día. Un anciano que hasta ahora no habló, pide permiso para intervenir y asegura que nadie, salvo él, conoce la verdadera historia de don Honorio. Las mujeres le ceden la palabra. Don Honorio -relata el anciano- vivía en una piecita, en la terraza de uno de los edificios de la calle Reconquista, cobraba una pensión miserable que no le alcanzaba ni para pagar la luz. Así que, imposibilitado de trabajar y negándose a mendigar, tuvo que inventar algo para sobrevivir y no morirse de hambre. Decidió alimentarse de hostias. En su piecita tenía un mapa de la ciudad y, marcadas con cruces rojas, todas las iglesias. Una flecha señalaba el camino más corto para ir de una a otra. Así que cada mañana don Honorio partía de madrugada, con su paso lento, apoyándose en el bastón, recorría todas las iglesias posibles y comulgaba. De esta forma, al cabo de la jornada, conseguía echar un poco de alimento en su maltratado estómago. "De todos modos -concluye el anciano-, no es improbable que haya muerto de inanición". La historia causa impresión en las mujeres y agrega un matiz nuevo a la charla. Una, escandalizada, sostiene que don Honorio estaba cometiendo pecado. Otra, comprensiva, considera que dadas las circunstancias, sería imposible culparlo. Una tercera, gorda, autoritaria, dice: "Creo que es uno de los casos en que el cuerpo del Señor ha sido bien utilizado". Una cuarta apoya el criterio de la gorda: "Bien mirado, el cuerpo de nuestro Señor es el mejor alimento". "¿Cuántas hostias podría consumir por día?", pregunta otra. Se oye la voz de don Yaco: "No muchas, a esa edad se come como un pajarito". Una anciana que está con su nieta razona: "¿Cómo podría morir de inanición alguien que se alimenta de eso?". La nena, que ha estado escuchando todo con atención, interviene: "¿No se habrá intoxicado?". La abuela le pega un tirón de pelos y la hace callar. La nena se queja, se frota la cabeza, murmura: "Y bueno, si comía tantas a lo mejor se intoxicó". La primera mujer: "Seguro que para hacer las cosas más rápido las masticaba y eso sí es pecado". Nuevo aporte del anciano que contó la historia de don Honorio: "Oí decir que una vez intentó profanar el sagrario para llevarse las hostias; para mí que ya no podía comer otra cosa". Don Yaco: "Se había convertido en adicto, toda adicción es mala". Otra mujer: "Profanar el sagrario es una herejía, no me digan que no". Nuevas interpretaciones. Ahora más acaloradas. La cosa promete durar y ponerse interesante. De tanto en tanto, el aporte de don Yaco que sigue arrojando frutas y verduras sobre la balanza: "¿Por qué no consultan con el Vaticano?". Y así va transcurriendo la mañana.
MAS LIGERO QUE EL AIRE
Hans Magnus Enzensberger
Alemania (1929)
Demasiado peso no tienen las poesías. Mientras la pelota de tenis sube es, creo, más ligera que el aire. El helio en cualquier caso, la inspiración, esa cosquilla en nuestro cerebro, también el fuego de San Telmo y los números naturales. Ellos no tienen apenas peso, por no hablar de los imaginarios, sus distinguidos primos, a pesar de que son numerosos. Según sé, esto vale también para la corona radiada de los imanes, que no vemos, para la mayoría de las aureolas y para todas las melodías de vals sin excepción. Más ligero que el aire, como la preocupación olvidada y el humo azulado del definitivamente último cigarrillo es, claro, el yo y, según sé, sube el olor de la víctima del incendio, que tan propicia es a los dioses, siempre hacia el cielo. El zeppelín también. Así y todo mucho se queda en suspenso. Lo que tiene un peso más ligero es tal vez lo que queda de nosotros cuando estemos bajo tierra.
LA HORMIGA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)
Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez, una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores...". Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.
EL SAPO
Jules Renard
Francia (1864-1910)
Nació en una piedra. Vive debajo. Y bajo ella cavará su tumba. Lo visito con frecuencia. Y cada vez que levanto su piedra tengo miedo de encontrarlo y miedo de que ya no esté. Está. Allí escondido en su yacija. Seca, limpia, estrecha y a su gusto. La ocupa plenamente, hinchado como una bolsa de avaro. Si la lluvia lo hace salir, viene y se coloca delante de mí. Unos cuantos saltos pesados. Luego se detiene sobre sus muslos y me mira con ojos enrojecidos. Si el mundo injusto lo trata como a leproso, yo no temo ponerme en cuclillas frente a él, y aproximo al suyo un rostro de hombre. ¡Para acariciarte, sapo, sólo me hace falta vencer el último escrúpulo asqueroso! Cosas peores hay que tragarse en la vida. Pero ayer me faltó el tacto. Sus verrugas habían estallado y el sapo fermentaba y sudaba. Le dije:
- Pobre amigo, no quiero ofender. Sin embargo, ¡válgame Dios! Eres feo.
Abrió con cálido aliento la boca pueril y desdentada, y me respondió con un ligero acento inglés:
- ¿Y tú?
EL LOCO
Jordi Cebrián
España (1964)
Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora, cada día es igual al anterior.
NOSOTROS
Zsuzsa Bánk
Alemania (1965)
Tenía pocos recuerdos de mi madre. En realidad sólo la conocía por las fotos que mi padre guardaba en una pequeña caja. Eran fotografías en blanco y negro, con un grueso reborde blanco. Mi madre bailando. Mi madre con el pelo trenzado. Mi madre descalza. Mi madre haciendo equilibrios con un almohadón en la cabeza. Yo contemplaba las fotos a menudo. Hubo épocas en las que no hice otra cosa. A mi padre le ocurría algo parecido. Pasaba días enteros extendiendo las fotos sobre el mantel y barajándolas una y otra vez, como en un juego de cartas, puede que unas diez, puede que unas cien veces. Yo sabía que se trataba de días enteros, aunque por entonces seguramente no tenía noción de lo que era el tiempo. Para mí sólo había épocas que soportaba y épocas que apenas podía aguantar. Mi padre dejaba las marcas de sus dedos y yo las borraba cuando sacaba las fotos de la caja. Había una imagen que le gustaba especialmente. Mostraba a mi madre en el campo. Llevaba la comida en una fiambrera de metal. Se había atado el pañuelo bajo la barbilla y con la mano que le quedaba libre se protegía los ojos a modo de visera. Calzaba sandalias, sujetas con cintas en torno a los tobillos. Nadie por entonces usaba sandalias, ni siquiera en el campo. Mi padre no podía soltar aquella fotografía. Se tumbaba con ella en el banco de la cocina, miraba fijamente al techo y fumaba. Entonces no oía ni al perro, que ladraba fuertemente ante él. A mi hermano Isti y a mí nos miraba como si fuéramos extraños. Nosotros lo llamábamos bucear. Papá bucea. Papá se ha ido a bucear. ¿Ha vuelto papá de bucear?, nos preguntábamos el uno al otro. Mi madre entonces no se despidió de nosotros. Había corrido hacia la estación, como tantos otros días. Se había subido a un tren, con dirección al oeste, camino de Viena. Yo sabía que había muy pocos trenes que en nuestra estación partían hacia Viena. Mi madre debió de esperar mucho. Tuvo tiempo suficiente para pensarlo. Para volver. Para decirnos adiós. Para vernos una vez más.
Carlos Drummond de Andrade
Brasil (1902-1987)
Llega un tiempo en que no se dice más: Dios mío. Tiempo de absoluta depuración. Tiempo en que no se dice más: amor mío. Porque el amor resultó inútil. Y los ojos no lloran. Y las manos tejen apenas el rudo trabajo. Y el corazón está seco. En vano mujeres golpean la puerta: no abrirás. Quedaste solo, la luz se apagó, pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes. Eres todo certeza, ya no sabes sufrir. Y nada esperas de tus amigos. Poco importa la vejez, ¿qué es la vejez? Tus hombros soportan el mundo y no pesa más que la mano de un niño. Las guerras, las hambres, las discusiones dentro de los edificios prueban apenas que la vida prosigue y que ni todos aún se liberaron. Algunos, pareciéndoles bárbaro el espectáculo, prefirieron (los delicados) morir. Llegó un tiempo en que es inútil morir. Llegó un tiempo en que la vida es una orden. La vida apenas, sin mistificación.
PROBLEMAS DE PUNTUACIÓN
Víctor Lorenzo Cinca
España (1980)
La conocí hace unos días, en el parque. Se sentó a mi lado y sacó del bolsillo del abrigo un par de interrogantes, con los que rompimos sin dificultad el hielo. Sin embargo, no pudimos charlar casi nada porque tras esas dos preguntas se marchó a toda prisa, dejando olvidados en el banco de madera tres puntos suspensivos que me confirmaron que la cosa no debía acabar ahí, y un papelito con una dirección y una hora. A la mañana siguiente, ansioso, acudí puntual a la cita y la encontré de nuevo con un bolso lleno de interrogantes con los que reanudamos la conversación del día anterior, pero también unas cuantas comillas que utilizó para citar de memoria a mis autores predilectos, y unos guiones largos que colocaba con habilidad para intercalar graciosos comentarios en la conversación. Durante la tarde me mostró rincones de la ciudad que no conocía y en diversas ocasiones tuvo que sacar del bolso unos paréntesis para aclararme detalles que no llegaba a comprender. Como en la ocasión anterior, se esfumó sin decir nada cuando, tras alcanzarme un punto y coma que aseguraba la continuidad de nuestra historia, el bolso quedó vacío. Ayer por la tarde, después de dos días sin vernos, apareció en mi casa sin avisar con una mochila repleta de signos de puntuación. Sin embargo, pronto se terminaron los interrogantes y los paréntesis, y entonces nos quedamos mirando, durante unos segundos, en silencio. Todo estaba dicho. Esta mañana me he despertado en mi cama, solo, con los primeros rayos de sol. El suelo del dormitorio estaba salpicado de exclamaciones de diversos colores con las que enmarcamos interjecciones y jadeos durante toda la noche. Ha sido inútil llamarla, porque ya se había marchado de mi apartamento. De camino al baño, he encontrado un punto. Sin embargo, y pese a que llevo horas buscando, no encuentro los otros dos que faltan. Empiezo a sospechar que esto es el final.
NADA
Juan Carlos Vecchi
Argentina (1957)
Hace tiempo que anda Lucía practicando un mal hábito en su vida cotidiana: mira a Lisandro únicamente para odiarlo un poco más. Dos o tres veces cada día, cuando la cercanía al azar lo amerita, ojos de "bruja mala" le pone Lucía a Lisandro.
- ¿Qué pasa, mujer? -pregunta entonces su marido, al percibir la cazadora mirada de Lucía.
La respuesta de ella es siempre la misma, una palabra de cuatro letras muertas:
- Nada.
Una mañana, Lucía, habiéndose levantado con la pantufla derecha -Lucía es zocata-, decidió morir a Lisandro y, desde ese día, nunca más lo miró: ni de frente, ni de costado y reojo, ni desde atrás y con el palo de amasar en su mano hábil. Ciertamente, Lisandro no se dio cuenta de que su mujer ya no lo miraba, pero a sus cuerdas vocales comenzó a faltarle algo; ellas detectaron que ya no pronunciaban aquello de "¿qué pasa, mujer?". Dos o tres días pudieron contenerse las cuerdas vocales de Lisandro hasta que, a pocos minutos de la medianoche de otro olvidado cumpleaños de Lucía, a la espalda de la mujer, las cuerdas vocales de Lisandro, le preguntaron:
- ¿Qué hora es, mujer?
En realidad, hubiesen querido preguntarle "¿qué pasa, mujer?", pero lo que se escuchó en la cocina fue eso.
- Nada… -contestó Lucía sin darse vuelta, sin darse cuenta y sin ton ni son.
DIA DE PUERTAS CERRADAS
Anne Weber
Alemania (1964)
En el país de Ida, el gobierno organiza una vez al año un día de puertas cerradas para la juventud de la nación. Ese día, todas las puertas de la nación se quedan sin abrir. Pero si resultara que alguien, por pura casualidad, consiguiera abrir una puerta, se encontraría enseguida ante una segunda puerta cerrada, y así sucesivamente. De esta manera, a los jóvenes se les acostumbra desde la infancia al hecho irremediable de que su futuro no tiene salida. Cuando era pequeña, a Ida le hacía ilusión el día de las puertas cerradas, pues ese día no había colegio. Hoy está harta de pasarse el día encerrada en casa. Actualmente todo gira en torno a la juventud, se queja.
EL MEJOR ALIMENTO
Antonio Dal Masetto
Argentina (1938)
Ayer a las cuatro de la tarde, cuando acababa de cruzar la calle Paraguay, mientras subía a la vereda, el octogenario don Honorio, viejo vecino del barrio, se desplomó y murió. Alguien se ocupó de llamar por teléfono, apareció una ambulancia, cargaron al minúsculo cuerpo del anciano sobre una camilla, lo cubrieron con una sábana, lo metieron en el vehículo y adiós don Honorio. Esta mañana, frente al puesto de verduras del mercado de la calle San Martín, un grupo de clientas comenta lo ocurrido. El hombre está presente, escucha, comparte. Las mujeres lamentan la triste suerte de don Honorio. Una, con énfasis, señala la ineficacia del servicio de ambulancias, ya que la de ayer tardó media hora en aparecer y cuando llegó, claro, don Honorio estaba muerto, pero hasta unos minutos antes seguía vivo, ella puede asegurarlo porque estaba ahí. Todas opinan, se quejan. Mientras tanto, del otro lado del mostrador, don Yaco, el verdulero, las apura: "La siguiente, vamos que no tenemos todo el día". Una de las señoras señala que don Honorio era muy creyente porque siempre se lo encontraba en la primera misa, comulgando en la Basílica del Santísimo Sacramento, que está ubicada detrás del edificio Kavanagh. Otra confirma la religiosidad de don Honorio porque también ella solía verlo comulgando, pero en la iglesia Santa Catalina de Siena, en San Martín y Viamonte. Una tercera agrega un detalle curioso: cierta vez se lo cruzó muy temprano en una iglesia del barrio, pero más tarde, de visita en casa de una parienta, por Constitución, y habiéndola acompañado a misa, volvió a toparse con don Honorio, comulgando por segunda vez en el mismo día. Un anciano que hasta ahora no habló, pide permiso para intervenir y asegura que nadie, salvo él, conoce la verdadera historia de don Honorio. Las mujeres le ceden la palabra. Don Honorio -relata el anciano- vivía en una piecita, en la terraza de uno de los edificios de la calle Reconquista, cobraba una pensión miserable que no le alcanzaba ni para pagar la luz. Así que, imposibilitado de trabajar y negándose a mendigar, tuvo que inventar algo para sobrevivir y no morirse de hambre. Decidió alimentarse de hostias. En su piecita tenía un mapa de la ciudad y, marcadas con cruces rojas, todas las iglesias. Una flecha señalaba el camino más corto para ir de una a otra. Así que cada mañana don Honorio partía de madrugada, con su paso lento, apoyándose en el bastón, recorría todas las iglesias posibles y comulgaba. De esta forma, al cabo de la jornada, conseguía echar un poco de alimento en su maltratado estómago. "De todos modos -concluye el anciano-, no es improbable que haya muerto de inanición". La historia causa impresión en las mujeres y agrega un matiz nuevo a la charla. Una, escandalizada, sostiene que don Honorio estaba cometiendo pecado. Otra, comprensiva, considera que dadas las circunstancias, sería imposible culparlo. Una tercera, gorda, autoritaria, dice: "Creo que es uno de los casos en que el cuerpo del Señor ha sido bien utilizado". Una cuarta apoya el criterio de la gorda: "Bien mirado, el cuerpo de nuestro Señor es el mejor alimento". "¿Cuántas hostias podría consumir por día?", pregunta otra. Se oye la voz de don Yaco: "No muchas, a esa edad se come como un pajarito". Una anciana que está con su nieta razona: "¿Cómo podría morir de inanición alguien que se alimenta de eso?". La nena, que ha estado escuchando todo con atención, interviene: "¿No se habrá intoxicado?". La abuela le pega un tirón de pelos y la hace callar. La nena se queja, se frota la cabeza, murmura: "Y bueno, si comía tantas a lo mejor se intoxicó". La primera mujer: "Seguro que para hacer las cosas más rápido las masticaba y eso sí es pecado". Nuevo aporte del anciano que contó la historia de don Honorio: "Oí decir que una vez intentó profanar el sagrario para llevarse las hostias; para mí que ya no podía comer otra cosa". Don Yaco: "Se había convertido en adicto, toda adicción es mala". Otra mujer: "Profanar el sagrario es una herejía, no me digan que no". Nuevas interpretaciones. Ahora más acaloradas. La cosa promete durar y ponerse interesante. De tanto en tanto, el aporte de don Yaco que sigue arrojando frutas y verduras sobre la balanza: "¿Por qué no consultan con el Vaticano?". Y así va transcurriendo la mañana.
MAS LIGERO QUE EL AIRE
Hans Magnus Enzensberger
Alemania (1929)
Demasiado peso no tienen las poesías. Mientras la pelota de tenis sube es, creo, más ligera que el aire. El helio en cualquier caso, la inspiración, esa cosquilla en nuestro cerebro, también el fuego de San Telmo y los números naturales. Ellos no tienen apenas peso, por no hablar de los imaginarios, sus distinguidos primos, a pesar de que son numerosos. Según sé, esto vale también para la corona radiada de los imanes, que no vemos, para la mayoría de las aureolas y para todas las melodías de vals sin excepción. Más ligero que el aire, como la preocupación olvidada y el humo azulado del definitivamente último cigarrillo es, claro, el yo y, según sé, sube el olor de la víctima del incendio, que tan propicia es a los dioses, siempre hacia el cielo. El zeppelín también. Así y todo mucho se queda en suspenso. Lo que tiene un peso más ligero es tal vez lo que queda de nosotros cuando estemos bajo tierra.
LA HORMIGA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)
Un día las hormigas, pueblo progresista, inventan el vegetal artificial. Es una papilla fría y con sabor a hojalata. Pero al menos las releva de la necesidad de salir fuera de los hormigueros en procura de vegetales naturales. Así se salvan del fuego, del veneno, de las nubes insecticidas. Como el número de las hormigas es una cifra que tiende constantemente a crecer, al cabo de un tiempo hay tantas hormigas bajo tierra que es preciso ampliar los hormigueros. Las galerías se expanden, se entrecruzan, terminan por confundirse en un solo Gran Hormiguero bajo la dirección de una sola Gran Hormiga. Por las dudas, las salidas al exterior son tapiadas a cal y canto. Se suceden las generaciones. Como nunca han franqueado los límites del Gran Hormiguero, incurren en el error de lógica de indentificarlo con el Gran Universo. Pero cierta vez, una hormiga se extravía por unos corredores en ruinas, distingue una luz lejana, unos destellos, se aproxima y descubre una boca de salida cuya clausura se ha desmoronado. Con el corazón palpitante, la hormiga sale a la superficie de la tierra. Ve una mañana. Ve un jardín. Ve tallos, hojas, yemas, brotes, pétalos, estambres, rocío. Ve una rosa amarilla. Todos sus instintos despiertan bruscamente. Se abalanza sobre las plantas y empieza a talar, a cortar y a comer. Se da un atracón. Después, relamiéndose, decide volver al Gran Hormiguero con la noticia. Busca a sus hermanas, trata de explicarles lo que ha visto, grita: "Arriba... luz... jardín... hojas... verde... flores...". Las demás hormigas no comprenden una sola palabra de aquel lenguaje delirante, creen que la hormiga ha enloquecido y la matan.
EL SAPO
Jules Renard
Francia (1864-1910)
Nació en una piedra. Vive debajo. Y bajo ella cavará su tumba. Lo visito con frecuencia. Y cada vez que levanto su piedra tengo miedo de encontrarlo y miedo de que ya no esté. Está. Allí escondido en su yacija. Seca, limpia, estrecha y a su gusto. La ocupa plenamente, hinchado como una bolsa de avaro. Si la lluvia lo hace salir, viene y se coloca delante de mí. Unos cuantos saltos pesados. Luego se detiene sobre sus muslos y me mira con ojos enrojecidos. Si el mundo injusto lo trata como a leproso, yo no temo ponerme en cuclillas frente a él, y aproximo al suyo un rostro de hombre. ¡Para acariciarte, sapo, sólo me hace falta vencer el último escrúpulo asqueroso! Cosas peores hay que tragarse en la vida. Pero ayer me faltó el tacto. Sus verrugas habían estallado y el sapo fermentaba y sudaba. Le dije:
- Pobre amigo, no quiero ofender. Sin embargo, ¡válgame Dios! Eres feo.
Abrió con cálido aliento la boca pueril y desdentada, y me respondió con un ligero acento inglés:
- ¿Y tú?
EL LOCO
Jordi Cebrián
España (1964)
Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora, cada día es igual al anterior.
NOSOTROS
Zsuzsa Bánk
Alemania (1965)
Tenía pocos recuerdos de mi madre. En realidad sólo la conocía por las fotos que mi padre guardaba en una pequeña caja. Eran fotografías en blanco y negro, con un grueso reborde blanco. Mi madre bailando. Mi madre con el pelo trenzado. Mi madre descalza. Mi madre haciendo equilibrios con un almohadón en la cabeza. Yo contemplaba las fotos a menudo. Hubo épocas en las que no hice otra cosa. A mi padre le ocurría algo parecido. Pasaba días enteros extendiendo las fotos sobre el mantel y barajándolas una y otra vez, como en un juego de cartas, puede que unas diez, puede que unas cien veces. Yo sabía que se trataba de días enteros, aunque por entonces seguramente no tenía noción de lo que era el tiempo. Para mí sólo había épocas que soportaba y épocas que apenas podía aguantar. Mi padre dejaba las marcas de sus dedos y yo las borraba cuando sacaba las fotos de la caja. Había una imagen que le gustaba especialmente. Mostraba a mi madre en el campo. Llevaba la comida en una fiambrera de metal. Se había atado el pañuelo bajo la barbilla y con la mano que le quedaba libre se protegía los ojos a modo de visera. Calzaba sandalias, sujetas con cintas en torno a los tobillos. Nadie por entonces usaba sandalias, ni siquiera en el campo. Mi padre no podía soltar aquella fotografía. Se tumbaba con ella en el banco de la cocina, miraba fijamente al techo y fumaba. Entonces no oía ni al perro, que ladraba fuertemente ante él. A mi hermano Isti y a mí nos miraba como si fuéramos extraños. Nosotros lo llamábamos bucear. Papá bucea. Papá se ha ido a bucear. ¿Ha vuelto papá de bucear?, nos preguntábamos el uno al otro. Mi madre entonces no se despidió de nosotros. Había corrido hacia la estación, como tantos otros días. Se había subido a un tren, con dirección al oeste, camino de Viena. Yo sabía que había muy pocos trenes que en nuestra estación partían hacia Viena. Mi madre debió de esperar mucho. Tuvo tiempo suficiente para pensarlo. Para volver. Para decirnos adiós. Para vernos una vez más.
GUILLERMO MAYR
21 de marzo de 2010
Conversaciones (XXX). Alfredo Zitarrosa-Juan Carlos Onetti. Sobre Carlos Gardel
El cantante y compositor uruguayo Alfredo Zitarrosa (1936-1989) nació en Montevideo, aunque vivió en una zona rural hasta su adolescencia, lo que influiría notoriamente en su repertorio, esencialmente de raíz campesina. Se inició como cantor profesional en 1963 cuando se presentó en un programa televisivo en Lima, Perú, a lo que siguió una actuación en un programa radial de La Paz, Bolivia. Hasta entonces se había desempeñado como periodista y locutor radial trabajando en varias emisoras de Montevideo para, más adelante, trabajar como cronista del célebre semanario "Marcha". Su debut como cantor profesional en Montevideo tuvo lugar en el auditorio del Servicio Oficial de Difusión Radioeléctrica en 1964. Su primer disco publicado se llamó "Canta Zitarrosa", al que siguieron aproximadamente cuarenta discos grabados en diferentes países, fundamentalmente en Uruguay y Argentina. Debido a su militancia política fue prohibido en su país a partir del establecimiento de la dictadura cívico-militar en 1973, por lo que partió al exilio: primero a la Argentina, hasta el comienzo de la dictadura militar en 1976, luego a España donde estuvo hasta 1979 y finalmente a México, donde además de cantar, desarrolló actividades periodísticas en el diario "Excelsior" y en Radio Educación. Tras una breve estancia en Argentina en 1983, al año siguiente pudo retornar a su país, donde fue recibido por una multitud. En 1988 editó el libro de cuentos "Por si el recuerdo", en el que recopiló historias escritas durante sus últimos treinta años. Póstumamente se publicó también "Fábulas materialistas" del mismo tono que el anterior. Como ya se dijo, Zitarrosa fue periodista en "Marcha". Una de sus intervenciones más recordadas en ese medio fue la vez en que le tocó entrevistar a Juan Carlos Onetti (1909-1994), el afamado autor de "El pozo", "La vida breve", "El astillero", "El infierno tan temido", "Dejemos hablar al viento" y "Juntacadáveres", entre tantos otros. Cuenta Zitarrosa, en la nota publicada en "Marcha" nº 1.260 del 25 de junio de 1965, que entrevistar a Onetti supuso una "menuda tarea". "Escribir sobre tamaña cosa -dice el autor de 'Doña Soledad'-, ahora sí que estoy frito". Le encomendaron que el reportaje versara sobre Carlos Gardel (1890-1935), el célebre cantor de tangos rioplatense. "¿Quién no le teme a Onetti -continúa Zitarrosa-, quién le conversa de algo a este triste apasionado, aunque se trate de conversar sobre Gardel?". Cuenta que cuando llegó a la casa del escritor estaba oscuro, por lo que encendió un fósforo y tocó el timbre de la primera portería, preguntando si ahí vivía Onetti. Era en el sexto piso. "Cuando después de varios minutos se abrió la puerta, apareció un individuo alto, idéntico al retrato de Sábat, ése donde parece un pez martillo. Me miró como a un germen con leve fastidio y con curiosidad implícita". "¿El señor Juan Carlos Onetti?", le preguntó Zitarrosa. Tal vez para emplear una frase amenazadora, hizo una pausa y simplemente le contestó: "Onetti". Para Zitarrosa, la mítica impermeabilidad del escritor, su "aspereza", viéndolo a él y hablándole "parecen sólo unos signos y unos gestos más, manejados a conciencia, una parte significativa de su lenguaje, que apenas alcanzan a encubrir el poco enigmático estrabismo, la ternura y la hombría dulce de este hombre con lentes que es Onetti".
A.Z.: Vengo a molestarlo para hacerle unas preguntas sobre Gardel.
J.C.O.: Va a ser difícil hablar sobre Gardel.
A.Z.: ¿Por qué era tan famoso?
J.C.O.: Porque la fama es puro cuento, botija.
A.Z.: ¿Dónde lo conoció?
J.C.O.: Lo conocí en el teatro 18, cantando. Después lo vi varias veces, de mesa a mesa, en aquel café donde se comían unas milanesas redondas, al lado del Tipí Viejo: Hoyos de Monterrey; vos no lo conociste. Era en aquella época de la zarzuela, un desastre de compañía, y la gente llegaba al final, para oírlo cantar; a esa hora había un repunte bestial en la venta de las entradas. La temporada iba mal; Gardel entraba como fin de fiesta.
A.Z.: A su juicio, ¿Gardel era un hombre triste?
J.C.O.: Tenía esa clase de tristeza que sale de adentro, que surge de un problema interior, aunque el problema interior no se sabe nunca de dónde viene. Nunca hablé con él, solamente lo veía, de vez en cuando -yo tenía unos veinte años- en ese café que te digo, de madrugada. Hablaba poco, era cortés y retraído y daba la impresión de ser tímido. Tenía una gran cordialidad; yo lo veía escuchando a todo el mundo con verdadera atención y siempre sonreía.
A.Z.: Hablemos de las mujeres de Gardel...
J.C.O.: Nunca lo vi con ninguna mujer y se sabe que no era hombre de hacer alardes. Hubo sí, una tal Juanita Larrauri, que fue diputada peronista y que publicó una serie de notas en uno de esos pasquines, diciendo que Gardel estaba loco por ella. Pero era vanidad femenina, y para peor póstuma.
A.Z.: La fama de Gardel es legendaria...
J.C.O.: Yo vinculo el protectorado de Artigas con las semejanzas espirituales notorias entre el hombre de las Misiones, de Corrientes y Entre Ríos con nuestro hombre. Aunque ahora, el montevideano, en particular, venga a ser, en lo referente a esa espiritualidad y comparado con el hombre del campo, algo así como el porteño para nosotros. Artigas forma parte de una genealogía que se dan los pueblos, obligatoriamente, como se la dan las familias pobres, y en la que son necesarios tanto el héroe nacional como el poeta y el novelista nacionales y como el cantor nacional. Si ustedes tienen a Napoleón, nosotros tenemos a Artigas; si ustedes tienen a Baudelaire, nosotros tenemos a Zorrilla. Gardel es parte inseparable de la genealogía de los pueblos del Plata.
A.Z.: ¿Cuál es la verdadera nacionalidad de Gardel?
J.C.O.: Para mí era francés.
A.Z.: ¿Cuál tango de Gardel le gusta más?
J.C.O.: ¿Te das cuenta de que siempre se dice los tangos de Gardel? Y sin embargo no hay ningún tango de él. ¿Te das cuenta que Gardel es el tango? A mí me gustan todos. No sé, podría indicarte que me gusta "Mano a mano".
A.Z.: ¿Cuáles serían los tangos que él cantaba con más sentimiento?
J.C.O.: El sentía más ese tipo de tango melancólico y cínico: "Por qué me das dique,/ señora de grupo". Y aquel otro, "Tortazos": "Qué hacés, tres veces qué hacés.../ No te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle". La mejor postura que tenía era la del fiaca postergado, la que le cuadraba mejor; para mí el Gardel más auténtico es ése.
A.Z.: ¿Se puede comparar a Gardel con otros cantores?
J.C.O.: ¿Vos estás loco? Yo tengo una radio piojosa y escucho solamente Sodre y Gardel.
A.Z.: ¿Con guitarra o con orquesta?
J.C.O.: Me gustan más los tangos con guitarra.
A.Z.: ¿Era buen actor? ¿Qué opina de sus películas?
J.C.O.: Horrorosas. ¿Cuál es una en la que engancha a una mujer con el lazo? Era cantor, ¿entendés? Hasta cuando hablaba cantaba; no hay más que escuchar las grabaciones de algunas películas: "Margarita".
A.Z.: Onetti, ¿alguna vez le dio por cantar a usted?
J.C.O.: Sí me dio, y me dieron.
A.Z.: ¿Usted toca el violín?
J.C.O.: Sí, toco. Lo que más me gusta tocar es "Amurado".
A.Z.: ¿Y que habría opinado Gardel si hubiera leído "El pozo"?
J.C.O.: Yo no sé si sabía leer.
A.Z.: ¿Le habría gustado que Gardel cantara alguna cosa que no cantó?
J.C.O.: Sí. La "Berceuse bleu" de Julio Herrera.
A.Z.: ¿Gardel era inteligente, Onetti?
J.C.O.: ¡Sí!... ¡Y chau! Decí que lo más importante que ha sucedido en el Uruguay en materia artística se llama Carlos Gardel.
A.Z.: Vengo a molestarlo para hacerle unas preguntas sobre Gardel.
J.C.O.: Va a ser difícil hablar sobre Gardel.
A.Z.: ¿Por qué era tan famoso?
J.C.O.: Porque la fama es puro cuento, botija.
A.Z.: ¿Dónde lo conoció?
J.C.O.: Lo conocí en el teatro 18, cantando. Después lo vi varias veces, de mesa a mesa, en aquel café donde se comían unas milanesas redondas, al lado del Tipí Viejo: Hoyos de Monterrey; vos no lo conociste. Era en aquella época de la zarzuela, un desastre de compañía, y la gente llegaba al final, para oírlo cantar; a esa hora había un repunte bestial en la venta de las entradas. La temporada iba mal; Gardel entraba como fin de fiesta.
A.Z.: A su juicio, ¿Gardel era un hombre triste?
J.C.O.: Tenía esa clase de tristeza que sale de adentro, que surge de un problema interior, aunque el problema interior no se sabe nunca de dónde viene. Nunca hablé con él, solamente lo veía, de vez en cuando -yo tenía unos veinte años- en ese café que te digo, de madrugada. Hablaba poco, era cortés y retraído y daba la impresión de ser tímido. Tenía una gran cordialidad; yo lo veía escuchando a todo el mundo con verdadera atención y siempre sonreía.
A.Z.: Hablemos de las mujeres de Gardel...
J.C.O.: Nunca lo vi con ninguna mujer y se sabe que no era hombre de hacer alardes. Hubo sí, una tal Juanita Larrauri, que fue diputada peronista y que publicó una serie de notas en uno de esos pasquines, diciendo que Gardel estaba loco por ella. Pero era vanidad femenina, y para peor póstuma.
A.Z.: La fama de Gardel es legendaria...
J.C.O.: Yo vinculo el protectorado de Artigas con las semejanzas espirituales notorias entre el hombre de las Misiones, de Corrientes y Entre Ríos con nuestro hombre. Aunque ahora, el montevideano, en particular, venga a ser, en lo referente a esa espiritualidad y comparado con el hombre del campo, algo así como el porteño para nosotros. Artigas forma parte de una genealogía que se dan los pueblos, obligatoriamente, como se la dan las familias pobres, y en la que son necesarios tanto el héroe nacional como el poeta y el novelista nacionales y como el cantor nacional. Si ustedes tienen a Napoleón, nosotros tenemos a Artigas; si ustedes tienen a Baudelaire, nosotros tenemos a Zorrilla. Gardel es parte inseparable de la genealogía de los pueblos del Plata.
A.Z.: ¿Cuál es la verdadera nacionalidad de Gardel?
J.C.O.: Para mí era francés.
A.Z.: ¿Cuál tango de Gardel le gusta más?
J.C.O.: ¿Te das cuenta de que siempre se dice los tangos de Gardel? Y sin embargo no hay ningún tango de él. ¿Te das cuenta que Gardel es el tango? A mí me gustan todos. No sé, podría indicarte que me gusta "Mano a mano".
A.Z.: ¿Cuáles serían los tangos que él cantaba con más sentimiento?
J.C.O.: El sentía más ese tipo de tango melancólico y cínico: "Por qué me das dique,/ señora de grupo". Y aquel otro, "Tortazos": "Qué hacés, tres veces qué hacés.../ No te rompo de un tortazo por no pegarte en la calle". La mejor postura que tenía era la del fiaca postergado, la que le cuadraba mejor; para mí el Gardel más auténtico es ése.
A.Z.: ¿Se puede comparar a Gardel con otros cantores?
J.C.O.: ¿Vos estás loco? Yo tengo una radio piojosa y escucho solamente Sodre y Gardel.
A.Z.: ¿Con guitarra o con orquesta?
J.C.O.: Me gustan más los tangos con guitarra.
A.Z.: ¿Era buen actor? ¿Qué opina de sus películas?
J.C.O.: Horrorosas. ¿Cuál es una en la que engancha a una mujer con el lazo? Era cantor, ¿entendés? Hasta cuando hablaba cantaba; no hay más que escuchar las grabaciones de algunas películas: "Margarita".
A.Z.: Onetti, ¿alguna vez le dio por cantar a usted?
J.C.O.: Sí me dio, y me dieron.
A.Z.: ¿Usted toca el violín?
J.C.O.: Sí, toco. Lo que más me gusta tocar es "Amurado".
A.Z.: ¿Y que habría opinado Gardel si hubiera leído "El pozo"?
J.C.O.: Yo no sé si sabía leer.
A.Z.: ¿Le habría gustado que Gardel cantara alguna cosa que no cantó?
J.C.O.: Sí. La "Berceuse bleu" de Julio Herrera.
A.Z.: ¿Gardel era inteligente, Onetti?
J.C.O.: ¡Sí!... ¡Y chau! Decí que lo más importante que ha sucedido en el Uruguay en materia artística se llama Carlos Gardel.
GUILLERMO MAYR