El periodista argentino José Tcherkaski (1944) publicó en 2003 el libro "Conversaciones con mujeres de escritores", en el que reunió los testimonios de las esposas de Arlt, Borges, Conti, Oesterheld, Tizón y Onetti. La de este último, Dorotea Muhr (1925), fue para el autor de "La vida breve" muchas cosas. Así lo estima el crítico literario uruguayo Wilfredo Penco (1954): "Compañera, esposa, secretaria, enfermera, cómplice y confidente, publicista, defensora de su intimidad, nexo con el mundo exterior, y también personaje literario. Fue la muchacha que personificó la intocada inocencia. Fue la mujer que le aseguró su libertad". En la charla con Tcherkaski, Dolly -tal como la llamaba Onetti- al preguntársele si añoraba a su marido tras haber compartido cuarenta años con él, dice: "Si. Estoy viviendo otra vida breve. Como decía Juan, hay muchas vidas breves. Y he vuelto a la música, a componer, a estudiar composición; esto es mi vida de ahora, esta vida breve, y pienso que me acerca a Juan porque es una vida creativa". Para el crítico literario español Rafael Conte (1935-2009) si se quería conocer qué era el infierno había que leer, justamente, "La vida breve", a la que calificó como "una obra maestra". En 1960 Onetti publicó "La cara de la desgracia", con una enigmática dedicatoria: "Para Dorotea Muhr, ese ignorado perro de la dicha". Según Dolly, su marido era un humorista cuyo sarcasmo partía de sí mismo y se proyectaba en los demás. "Perseguía aquella tristeza repentinamente perfecta, pero se reservaba el humor para los suyos". Para el escritor español Juan José Millás (1946) la clave de Onetti "es la capacidad de llegar a lo cotidiano por la puerta de atrás". De ese sarcasmo, de esa tristeza, de ese humor y de esa capacidad habló Dorotea Muhr en la entrevista con Tcherkaski.
¿Qué relación tenía Onetti con la literatura de Jorge Luis Borges? ¿Se conocieron?
Sí, se conocieron pero en Barcelona. Fuimos a cenar juntos. Juan lo conocía de antes. Hay una anécdota de Emir Rodríguez Monegal, que cuenta el encuentro de Borges con Juan. Parece que los dos se aburrían soberanamente hasta que se mencionó a Henry James y entonces allí Juan se explayó y Borges también; fue una conversación lindísima. Además, ellos se llaman Borges los dos: la madre de Juan es Borges, Onetti Borges, y cuando se vieron las primeras veces indagaron sobre el pasado a ver si tenían relación familiar. Yo les veo parecido: Borges tiene un algo en la boca y en los ojos que se parece a Juan. Para mí hay una familiaridad física entre los dos.
¿Y alguna vez ellos lo pensaron?
Lo hablaron y dijeron medio en broma que lo habían encontrado pero que lo iban a guardar como un gran secreto. Yo no creo que hayan encontrado nada fijo, si no mi marido me lo hubiera dicho, pero es posible.
¿Era fácil ver a Onetti?
No. Yo hacía de colador y me odiaban siempre. Cuando venía alguien a hacerle una entrevista terminaba contándole a Juan su vida; porque él era así, eso le encantaba. Muchas veces luchaban para verlo y después yo llevaba algo para tomar y ahí estaba Juan haciendo preguntas. Lo querían muchísimo porque Juan llegaba mucho a la gente; sabía preguntar, sabía sentir, sabía qué es lo que le importa al otro, y así las entrevistas daban la vuelta. Pero era muy arisco, no quería que lo molestaran, era perezoso; estaba un poco harto de decir siempre lo mismo.
¿Cómo era un día en la vida de Onetti?
Depende muchísimo de la época.
Por ejemplo, ¿tenia un ritmo de escritura? ¿Era perezoso?
Totalmente distinto siempre.
Era un noctámbulo, ¿no?
Uf, me tenía loca. No dormía de noche sino de día. Esto fue al final más bien, pero siempre tuvo problemas desde que trabajó en la agencia Reuters en Buenos Aires. Ahí, donde aprendió inglés con los telegramas y leyendo el "Herald", trabajaba de noche y se acostumbró. Además, sí, era noctámbulo. Juan podía seguir una farra hasta las cuatro o cinco de la mañana totalmente despierto y después dormía hasta el mediodía, hasta la una, las dos, lo que fuera. La peor época para él fue cuando trabajó en el diario "Acción", de Montevideo, porque era un diario vespertino y había que hacerlo de mañana.
Cuando escribía, ¿cómo era? ¿De carácter más huraño, más silencioso?
No cambiaba nada. Por ejemplo, "La vida breve" la escribió todos los viernes. Por entonces estaba con la holandesa; tenían una hija chiquita, porque se separó de la holandesa con la niña con tres años. "La vida breve" la hizo todos los viernes, empezaba temprano; tomaba un poco de Actemin, mezclaba mitad vino y mitad agua -porque él necesitaba tomar mientras escribía, y fumar; fumaba como una bestia también- y escribía hasta el alba. "El astillero" lo pensó acá en la calle Independencia, donde vivía con la holandesa. Estaba escribiendo "Juntacadáveres" y me contó que de pronto, caminando por ese largo pasillo, se le ocurrió toda la novela de un saque y fue tan fuerte que dejó "Juntacadáveres" y se puso a escribir "El astillero" todo seguido.
Cuándo él escribía o estaba en la época de escritura, ¿te daba a leer sus textos apenas los escribía, te los leía?
Sí. Yo pasé todo a máquina.
Pero, aparte, ¿te decía "mira esto... o lo otro"?
No. Juan estaba muy seguro de sí mismo.
Entonces, ¿no hablaba de la obra que estaba construyendo?
Conmigo no, a menos que estuviéramos pasándola a máquina, no había computadoras entonces. Yo pasaba todo. Pasé todo "El astillero" cuando estaba trabajando en Montevideo, en Electrolux; con permiso del jefe, trabajaba medio día. Eso fue antes de que consiguiera trabajo en la orquesta. Lo pasé todo y lo mandamos a un concurso, me equivoqué y puse la dirección de Montevideo, y parece que para participar las bases decían que había que vivir en Buenos Aires. Fue horrible. Le dieron el primer premio pero cuando vieron el sobre quedó descalificado, pero al menos lo editaron... A él le venían las rachas y se ponía a escribir. Yo lo respetaba totalmente. Apagábamos el timbre, no teníamos teléfono; en Montevideo nunca tuvimos teléfono, o sea que quedábamos aislados.
¿Onetti era de hablar de literatura?
No. Hablaba muchísimo de él. Hablaba muchísimo con Guido Castillo en Montevideo, con el hijo de Alvaro Castillo. Se juntaban ahí en Lagomar, donde teníamos una casita, y hablaban de todo, de póquer... A él le gustaba hablar con la gente joven, hablarles de las obras que tenían que leer.
¿Le gustaba el fútbol?
No. Me llevó una vez a ver un partido, me acuerdo. Era de Peñarol y Nacional de Montevideo, pero lo que le gustaba era el boxeo.
¿Como a Cortázar?
Sí. En la época en que el boxeo valía. Me acuerdo que escuchábamos por radio, por larga distancia, los campeonatos en directo. El se emocionaba mucho. Ese gusto empezó un poco cuando era muy joven y tomó algunas clases de box, pero decía que no le gustaba que le pegaran y lo dejó.
¿Era violento?
No.
¿Le gustaba tomar?
Cuando tomaba se podía poner...
¿Agresivo?
No, agresivo no... Me acuerdo una vez en Montevideo que vinieron unos amigos... La gente se sentaba sobre la cama, porque Juan siempre recibía en cama, y se metió con alguien -ni me acuerdo quién era- y como había un paraguas de por medio, se decía como una broma que él le había pegado al visitante con el paraguas, pero no. Juan entendía bien a la gente, amaba a todo el mundo, podía entender al más abyecto. Entonces, como lo entendía, lo amaba. Lo que no le gustaba era aburrirse, pero si alguien sabía de literatura y hablaba, era maravilloso con él...
También le gustaba hablar de mujeres, ¿no?
Mucho, sí.
¿Cómo te sentías vos con eso?
Yo nunca fui celosa.
¿Te fue infiel?
Sí. Muchas veces, pero no me importaba. Yo siempre les explico a mis amigas por qué digo que no me importaba. ¿Te acordás del cuento de Juan "El infierno tan temido"?
Sí.
Bueno, ahí está ese pacto que el hombre rompe. Teníamos, sin decirlo, un pacto así. Era para toda la vida, pase lo que pase y como sea. Yo lo conocí muy rodeado de mujeres. Cuando lo conocí, por ejemplo, estábamos en una fiesta. Había una mujer que andaba detrás de él y dijo: "Está tan tomado que es imposible, ni me puedo poner en la cola". Juan era absolutamente atrayente para las mujeres. Físicamente interesante, su mirada, su cuerpo, su manera de tratar a las mujeres era excepcional, y eso atraía muchísimo. Tenía muchas mujeres, pero como yo lo conocí así, no me llamaba la atención. Era su vida, era parte de su escritura, lo necesitaba... Yo no le podía decir: "Estás conmigo y se acabó". Hubiera sido absolutamente absurdo. Además yo sabía que no tenía importancia, que era parte de su vida, como tomar un whisky; algunas veces eran relaciones más fuertes que otras, pero en general me contaba todo.
O sea que hacían buenas migas con Michel.
Michel era un caso. Yo lo adoraba.
¿Onetti conocía a Leopoldo Marechal, la literatura de Cortázar?
Claro.
¿Le interesaba?
Estuvimos con Cortázar, él estuvo acá.
¿Eran amigos?
Juan me dijo que conoció a Cortázar cuando todavía era profesor en los liceos, o sea, cuando era muy joven. Quien ha hecho un muy buen libro sobre Cortázar es Prego Gadea, que fue también amigo de Juan toda la vida. Prego estaba en France Press y nos veíamos mucho. Fuimos a París. Ahí estuvimos con Cortázar, porque Prego lo invitó junto a su mujer, Carol Dunlop, para ver una película que habían hecho unos chicos franceses que querían enganchar a Juan. Juan vio todo lo que caminaba Cortázar en la película, y dijo: "Ni loco". Era muy perezoso. Hablaron mucho con Cortázar, pero vivían en mundos distintos. Cortázar estaba en París y nosotros en Uruguay, así que era medio bravo. Prego ha hecho un libro con las últimas entrevistas que le hizo a Cortázar en el hospital, eran muy amigos, y también escribió dos libros sobre Juan.
¿Con Mario Benedetti cómo se llevaba?
Bárbaro. A Mario era al que más veíamos porque Mario vivió a diez cuadras de nuestra casa en Madrid -esas casualidades-, y como Mario tiene asma y no aguanta los inviernos, él venía en los veranos acá, a Montevideo. Mientras iba y volvía, se hablaban por teléfono de vez en cuando, y Mario le daba las últimas noticias políticas, que era lo que le interesaba a Juan.
¿Le interesaba la política?
Claro que sí.
Te preguntaba por Benedetti, porque se habló de una especie de enfrentamiento.
¡No!... Estás loco. Se querían muchísimo, eran muy amigos.
¿Y Onetti leía la literatura de Benedetti?
Claro. Mario siempre le regalaba a Juan las últimas cosas. Tengo una pila de libros de Benedetti en la biblioteca.
Cuando te tocaba pasar a máquina la obra de Onetti, ¿qué sentías? ¿Te sorprendías, te asombrabas?
Me parecía absolutamente maravilloso... Y con Juan quedábamos en que yo buscaba si había palabras repetidas, por ejemplo. Se las marcaba, y como soy música tengo la sensación de ritmo de una frase. A veces me gustaba más una cosa que otra... He redescubierto a Juan a través de Liliana Díaz Mindurry, que es una fanática de Juan.
¿Recibía pocas visitas?
Depende, aunque cada vez menos.
Hay una historia muy cómica cuando él recibe el Cervantes. ¿Me la podrías contar?
Tuvimos mucha suerte porque el Cervantes eran cinco millones de pesetas. Era mucho dinero. Luis Rosales, que estaba en la Real Academia, le dijo a Juan: "Es muy probable que te lo den". Estuvimos esperando porque el Cervantes se decide en un almuerzo y los almuerzos españoles terminan a las cinco de la tarde, así que esperamos y esperamos, y nadie llamaba; entonces hablamos con Félix Grande y me dice: "Ay, no sabes, no se lo han dado, se lo dieron a Dámaso Alonso". Gran decepción, pero fue una decepción con suerte porque la vez siguiente lo ganó Borges junto con un español, no me acuerdo quién. Le dieron cinco millones a cada uno y decidieron que el próximo no se podía dividir y que serían diez millones, y lo ganó Juan. Esa vez sí nos quedamos a esperar, pero no preparamos nada de nada, no teníamos nada en la casa. Llamaron y dijeron que había ganado.
¿Por teléfono?
Por teléfono.
¿Nadie fue personalmente a avisar?
No, no. Avisaron por teléfono; fue un periodista, supongo, el primero que tuvo la noticia, y cayeron... Tengo cantidad de fotos preciosas de esa noche, y Juan llamó a Montevideo, a su hermana, a su gente...
¿Le gustaba recibir premios?
Y claro, a quién no. Uno de los periodistas le preguntó: "¿Qué significa para usted ganar el Cervantes?". Y él contestó: "La moneda nacional". El otro día Hermenegildo Sabat decía: "¿Te acordás que Juan siempre decía que el mago cantaba 'qué no haría alguien por un peso moneda nacional'?", y Juan dijo eso: "El dinero", porque a él nada le iba a cambiar su concepto de la literatura porque hubiera ganado un premio. Otra gente quizá diga: "Ay, mira, gané un Cervantes, soy bueno". No, él sabía sus limitaciones, nada lo iba a cambiar. El era su mejor crítico... Además, el Cervantes nos salvó la vida porque estábamos medio mal entonces...
¿El pudo vivir de sus derechos?
No, al principio, no. Llegamos mal a España, tuvimos que malvender todo lo que teníamos. Juan trabajó, tuvo una beca en el Instituto de Cultura Hispánica gracias a Luis Rosales, y cuando se acabó la beca empezó a escribir para Efe un artículo por mes. Eso fue muy lindo; son artículos muy hermosos porque es otro estilo, muy distinto de lo que habitualmente escribió; yo le ayudaba buscando materiales.
Cuando Onetti fue a recibir el Cervantes, ¿lo hizo en persona?
Después de recibirlo fuimos al día siguiente al Ministerio y recibimos el cheque de manos del ministro. Era tan importante por los diez millones -era la primera vez que salimos en la portada del "ABC"-, los dos así, muy felices. Un acontecimiento. Y luego se hizo la presentación en Alcalá de Henares. Allí Juan tuvo que decir un discurso que le costó horrores. Juan empezó a hablar en público cuando llegó a España y le costó mucho. Tuvo que dar una conferencia en el Instituto de Cultura Hispánica y lo pasó tan mal que lo mandaron en un auto a dar una vuelta por España conmigo para distraerlo un poco, y lo único que hacía era hablar con el chófer que había leído a Cervantes. Cuando llegábamos a lugares maravillosos como Sevilla o Granada, Juan subía al dormitorio y leía, mientras el chófer me llevaba a mí a conocer. Cuando teníamos que abandonar una ciudad, "¿A dónde tenemos que ir ahora?" decía Juan como cumpliendo una condena, y estábamos en Sevilla, en medio de la fiesta de Semana Santa, que es increíble, y yo le contaba a Juan lo que veía y él me decía: "Lo sé mejor a través tuyo".
¿Cuál era su café predilecto en Madrid, o no tenía ninguno?
Ibamos primero al café del Instituto. Ahí se encontraba con mucha gente, con escritores, y luego íbamos a cenar debajo de donde vivíamos, porque él no quería moverse demasiado. Había un lugar andaluz muy lindo, y ahí iban todos los amigos, que venían y bajaban a comer, eso les gustaba.
¿Y en Montevideo?
En Montevideo, sí, muchísimo; ahí sí había boliches por todos lados.
¿Era bolichero, de ir por los bares?
Ibamos juntos o con sus amigos, o él iba por su cuenta, porque yo estaba trabajando, porque también tenía la orquesta y había concierto los sábados y los domingos, pero ahí sí que se movía mucho. Dejó de moverse cuando ya se sentía mal, tenía su edad y estaba encerrado en Madrid, pero toda la vida fue bolichero.
¿Cuántos cigarrillos fumaba por día?
Puf, mucho... Tuvo suerte, no le afectaron.
¿El tenía una hora para empezar a beber o era un bebedor común?
No, no. Era parte de su vida. Como tenía la presión baja, muy baja, el café o lo que fuera le servía mucho para animarse.
Y era un lector compulsivo...
El contaba una anécdota muy linda, de Somerset Maugham, que viajaba mucho y siempre llevaba una valija con sus libros y otra con su ropa. Un día se quedó en una estación de ferrocarril y le habían despachado la valija con los libros, no tenía nada de nada para leer. Lo único que había era la guía de la localidad y, bueno, leyó la guía... porque tenía que leer algo, y creo que Juan hubiera sido capaz de eso también.
Cuando él se instala en la cama y no sale más, esa famosa historia que no sé si es cierta, ¿cómo hacía con los libros?
Tenía una mesa al lado de la cama que estaba llena de libros. Yo iba a la cuesta de Moyano, en Montevideo, que es una bajada muy linda, con casillas viejísimas de madera y todos los libreros de segunda mano. Iba con dos bolsas, y tenía la espalda rota al final... Buscaba libros para llevarle, venía y se los mostraba, y él decidía: "Este está bien, éste ya lo trajiste...". Yo ya sabía bien lo que le gustaba. Una vez casi me llevan presa por eso. Era la época brava de comienzos de la dictadura y yo llevaba dos bolsas de libros; me paran en la calle dos tipos de civil y me dicen: "¿Qué lleva?". Yo digo: "Libros". Pensaron que a lo mejor tenía una madriguera o qué sé yo... Los miraron uno por uno, todos, y preguntaron: "¿Dónde trabaja, a quién se los lleva ?", pero no pasó nada.
¿Onettí escribía en la cama también?
Claro que sí, al principio siempre... En Montevideo tenía su mesa, donde se sentaba y escribía, con su vaso al lado.
¿Sólo escribía en cuadernos?
Cuadernos escolares con lápiz... Yo les sacaba punta a una cantidad de lápices... Después fotocopié todos los originales, porque están haciendo un libro sobre los manuscritos de Juan que va a salir pronto, y todo este material es importante...
¿Te acordás de algo más sobre el Cervantes?
La última anécdota que podría agregar sobre el Cervantes es que dio su discurso muy, muy nervioso, pero lo hizo bien. A Augusto Roa Bastos, por ejemplo (creo que fue a él), le pasó que se saltó una página, porque el premiado sube con el discurso en la mano, y dio vuelta a dos hojas a la vez. Te ponen en una especie de nicho ahí arriba, es como una casa, y está el rey, que ya tiene su discurso. Hay que entregar el discurso antes para que el rey escriba la contestación. Yo conocí a un literato que escribe esas cosas para el rey. Después de que se acabó el discurso, todos salimos a escuchar a los músicos y la reina se acercó a Juan y le dijo: "Lo espero esta noche en la tradicional fiesta", y Juan le contestó: "Lo siento, pero no voy". Primer caso de alguien que no va a su propia fiesta. La reina dijo en broma: "Lo voy a ir a buscar". Es riquísima. Juan adoraba a la reina, pero no fue... Tuvimos que ir la hermana de Juan y yo a representarlo en la fiesta.
¿Era tímido o no le importaba?
No le importaba. Además estaba muy cansado porque te imaginás que no había dormido en toda la noche porque tenía que decir el discurso por la mañana. Tuvo que ir de frac, todo eso fue tan penoso... Estaba hecho una guerra de nervios; lo único que quería era acabar con lo que tenía que hacer él, que era su compromiso del discurso, e irse, meterse en la cama a descansar. Y descansó toda la tarde. Yo pensé: "Lo que le habrá costado a Faulkner ir a Suecia", y no sé cómo era Faulkner, no sé, a lo mejor era distinto. Yo lo veía muy parecido a Juan en su vida íntima: en la bebida, en sus personajes, su mundo, y pienso que también le habrá costado horrores, pero también dijo un discurso muy lúcido.
El siempre manifestó su depresión, ¿no? Al menos en lo que yo leo.
Siempre fue depresivo, siempre.
¿Su depresión era tristeza?
No. Angustia. Mucha angustia.
¿Y cuál era el principal motivo de su angustia?
Se sentía angustiado, no sabía bien qué le pasaba. Incluso estuvo tratado.
¿Le tenía miedo a la muerte?
No. Tenía miedo de la agonía, del dolor, de pasarlo mal, y por suerte él murió casi sin darse cuenta. De eso sí tenía miedo, está en sus libros. Era hipocondríaco, muchísimo. Y además no quería saber nada de médicos. Tuvo cánceres de todo tipo en su vida y nunca consultó ningún médico. Hay gente hipocondríaca que se asusta fácil y él, como no tenía el recurso de ir al médico porque no quería saber nada con ellos, me mandaba a mí a contarle al médico lo que le pasaba. Una vez dijo: "Tengo un ataque al corazón", y yo le pregunté: "¿Qué sentís?". Entonces consulté a un amigo uruguayo que me dijo: "Dice el médico que tendrías que sentir como una pata de elefante sobre el pecho". "No, eso no", dijo Juan. A él siempre le parecía maravilloso lo de Balzac, que llamó a su médico de ficción cuando estaba enfermo, y a Juan le faltaba poco...
Ese salir y entrar de la depresión, ¿cómo lo colocaba a él frente a la vida cotidiana?
¡Cómo me colocaba a mí! Porque cuando él se deprimía yo me deprimía y cuando él salía, todavía yo estaba ahí abajo, así que era bravo.
Ustedes tenían una relación muy simbiótica, ¿no?
Sí. Muy, muy, simbiótica, y más al final cuando él estaba encerrado. Yo estaba con él todo el tiempo que podía, aunque seguía trabajando. El trabajo me salvaba un poco de la depresión fuerte porque trabajaba en una orquesta muy linda con gente de todos los países del mundo, era una especie de torre de Babel. Había un polaco que adoraba a Juan y era fantástico...
¿Vos te acordás de la última conversación que tuviste con él?
No. Además, me hace mal hablar de los últimos tiempos de Juan.
Mi programa de radio se llama "Juntapalabras" en homenaje a "Juntacadáveres", que supongo que lo habrás pasado a máquina vos también...
Sí. Ese libro fue bravo porque, como lo había interrumpido, lo escribió en dos partes y hubo que juntarlo todo y organizarlo. Además Juan siempre decía que una novela escrita y terminada era como vómito de perro. No quería saber nada con ella, no quería volver a leerla, ni organizarla, ni nada.
¿El no corregía?
Corregía una vez cuando yo la pasaba a máquina. Corregía la primera y chau.
Y una vez publicada, ya no le importaba la novela...
No le importaba para nada. Le gustaba ver las tapas, a ver si hacían cosas lindas o no... Los alemanes, los franceses, hacían cosas lindas y él estaba muy orgulloso de uno que era en japonés y otro que era en hebreo.
Y las críticas, ¿no le interesaban?
Sí. La última obra de él está hecha en forma de un diario. Nos habían regalado una agenda muy linda y Juan escribía en esta agenda y Juan Cruz, el director de Alfaguara de España en esa época, dijo: "Esta primera página, escrita con la mano de Juan, es un impacto; el comienzo de la novela es muy fuerte y su escritura es muy linda. Vamos a usarla como tapa". Lo hicieron y es una de las más lindas que hay. Si vieras los originales, están escritos en pedazos de todos lados. Juan estaba bien con sus libros y con su escritura. Su mejor compañía eran los escritores...
¿Y eso cómo repercutía en vos? ¿Te condenó a una vida muy solitaria?
Eso fue al final y, además, cuando venía gente era maravilloso. Yo extraño horrores las conversaciones de Juan con la gente, cómo se creaba ese clima literario o político.
¿Era divertido?
Era intenso.
¿Le gustaba la música?
Sí, le gustaba.
¿Le gustaba el tango?
El mago, el único... Carlos Gardel, el mago.
¿Cómo fue la vida de ustedes en Montevideo?
La mejor época de mi vida, maravillosa. La época de Luis Batlle Berres, a quien Juan le dedicó "El astillero", la época de tertulias, de gente amiga de Juan de toda la vida, como Maggi, Flores Mora. Yo salí de Buenos Aires y me metí en un país de hadas. Todo era mágico: las tertulias, la gente que hablaba, que lo quería, y en las noches estábamos frente al mar, lo que llamamos el río. Teníamos un club debajo de Vásquez y una vez por año se hacía una fiesta ahí, y todo el edificio tenía que quedarse despierto hasta las cinco de la mañana, era imposible dormir. Eran muy lindos los colores, el alba. A Juan le gustaba mucho el lugar...
¿Onetti siempre escribía de noche?
No, siempre no. Generalmente escribía de noche, pero también cuando se le ocurría podía pasar una tarde escribiendo, o durante el día.
Contame sobre cuando él trabajó en una agencia...
El trabajaba en la agencia Impetu de publicidad; era un trabajo muy fácil para él, y Bazterrica lo mandó a una agencia grande que tenía en Montevideo, y entonces nos casamos y fuimos para Bazterrica. Este era un ejecutivo y lo disfrazó a Juan de ejecutivo. Por primera vez en su vida llevaba guantes, sombrero Stetson, traje, hasta le hizo cambiar las gafas. Le dijo que los anteojos no eran de ejecutivo, eran unas gafitas chicas, y le hizo comprar unas con contornos negros. Nunca más lo vi a Juan tan bien vestido y haciendo su papel de ejecutivo. Le divertía, era un juego.
Una de las cosas que me sorprendió cuando conversábamos es la amistad de ustedes con Jorge Michel.
Sí. Eso fue maravilloso, fue en Buenos Aires. Era un grupo muy lindo. Michel es el protagonista de "El caballero de la rosa". Ese es un título que le puse yo, porque Juan empezó con "La vida breve" sin darse cuenta bien de que era un título musical de Manuel de Falla, y después hizo "Los adioses" que era de Beethoven. Entonces después yo le buscaba títulos musicales porque le gustó seguir un poco esto. Michel era brillante, era maravilloso, era hermosísimo, guapo, como dicen los españoles, y Juan siempre lo cargaba cuando estábamos ahí. Decía: "¿No hace calor, Michel? Sacate la camisa". Y se sacaba la camisa enseguida, aunque hiciera frío. Yo lo quise mucho.
Contame lo de la Fiametta.
Eso fue muy lindo. Estábamos en una estancia con mi hermana también, y habíamos tomado mucho. Había muy poco para comer; tuvimos que sacar las papas del suelo y hacer una tortilla, fue lo único que teníamos para comer. Era la pobreza total, y tomamos mucho. Juan se había enamorado de una potrilla que se llamaba Fiametta. Cuando era casi de noche se metió entre los caballos buscando a Fiametta, y la buscó hasta que la encontró. Michel se puso frenético. Decía: "Le van a dar patadas, puede haber un accidente". Juan ni pensó en lo que le podía pasar, pero fue hacia Fiametta y le estuvo acariciando el hocico. Juan adoraba a los perros. Tuvimos durante años una perra que se llamaba Biche, una fox terrier. La primera en la familia era la Biche, siempre. El le tenía adoración. Una vez lo mordió y no me quiso ni decir. "Fue culpa mía", dijo.
¿Cuántos años viviste con Onetti?
Muchos. Desde 1955.
Cuarenta años...
El siempre me decía: "Sos un brazo mío, sos una parte mía".
¿Cómo te sentís en estos años, lo extrañás?
Sí. Estoy viviendo otra vida breve. Como decía Juan, hay muchas vidas breves. Llevo a Juan dentro de mí todo el tiempo. Fui a un psicoanalista porque un amigo me dijo: "Necesitas ayuda", y me ha ayudado muchísimo. Y hace cuatro años que voy, he vuelto a la música, a componer, a estudiar composición; esto es mi vida de ahora, esta vida breve, y pienso que me acerca a Juan porque es una vida creativa.