22 de septiembre de 2010

"Rayuela" de Cortázar (1). Indicios y aproximaciones

"Cortázar es el más argentino de los grandes escritores contemporáneos, de la manera esencial en que esta definición puede aplicarse a Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges o Roberto Arlt: por un lenguaje que elude el pintoresquismo, pero abomina simultáneamente de la retórica; por el pensamiento que sostiene ese lenguaje, en el que conviven el humor, el cinismo, la ternura y cierta ma­nera de la desesperanza". Quien esto afirma es el ensayista y narrador argentino Alberto Cousté (1940) en una breve nota incluida al final de la primera edición española de "Los premios", la tercera novela escrita por Cortázar y la primera en ser aceptada por un editor para su publicación en 1960. Y agrega Cousté: "Lo que hace profundamente original a la obra de Julio Cortázar es que, al margen de compartir estas virtudes, les agrega un intento inédito en la literatura en lengua castella­na: la complicidad con el lector, la honestidad absoluta con la que el escritor enseña el revés de la trama, la voluntad compulsiva por la que convierte a la lectura en un acto de comunicación y la destierra a las antípodas de la comodidad. La preocupación por las formas de la realidad -espejo o receptáculo del hombre, del conocimiento-, por los cam­bios sutiles que pueden provocar infinitos desplazamientos, agrega a esta obra singular una grandeza especulativa que tiene pocos paralelos en la literatura contemporánea".
Esa complicidad, ese acto de comunicación con el lector, encontró su expresión más acabada en "Rayuela", la más singular de las novelas argentinas que, desde el mismo 18 de febrero de 1963 en que apareció, generó una verdadera revolución dentro de la novelística en lengua castellana. El crítico literario uruguayo Angel Rama (1926-1983), en un artículo publicado en la revista "Marcha" nº 1180 del 1 de noviembre de 1963, juzgaba que "Rayuela" era "por definición una suma de ele­mentos disímiles, amalgamados por un notable impulso narrativo que permite otorgar una apa­rente unidad creacional a lo que en verdad es una acumulación de fragmentos autónomos y de vías desesperadamente clausuradas". Para agregar más adelante: "Es la obra donde Cortázar consigue su mayor fluencia narrativa".
El crítico literario peruano Julio Ortega (1942), en su introducción a "La casilla de los Morelli" de 1973, aseveraba que al escribir "Rayuela", Cortázar "no sólo actuó críticamente, en el vórtice de su ruptura, cuestionando la tradición natu­ralista de un género; también cuestionó su propia apertura, su misma tradición del cambio". En ese mismo sentido se encaminan las apreciaciones de la española Olga Osorio (1972), periodista y profesora de Narrativa Audiovisual que, en su ensayo "Entender, no inteligir" publicado por la Universidad Complutense de Madrid en 2002, afirma: "Cortázar tenía su teoría estética sumamente elaborada. A partir de un trabajo continuado y de abundantísimas lecturas alcanzó una madurez literaria consciente desde la que se propuso unos objetivos claros, que alcanzan uno de sus máximos niveles en 'Rayuela'".


Más adelante agrega: "Lejos de acomodarse, el escritor argentino no huyó nunca de la irónica autocrítica. Así, en el personaje de Morelli el escritor se refleja a sí mismo y hace explícita toda su teoría sobre la novela, pero mantiene un ánimo crítico desmontando en múltiples ocasiones sus propios argumentos". Y finaliza: "'Rayuela'
es muchas cosas. Una novela y un juego al mismo tiempo. Una confesión y un revulsivo. Una búsqueda y muchos hallazgos. Pero quizá, ante todo, 'Rayuela' sea una aproximación honesta tanto al lenguaje como a la vida. Una puesta en duda de todo que sirve para hacer llegar un mensaje claro: hay que seguir buscando. Sólo entonces podremos estar seguros de que estamos vivos".
La narradora argentina Cristina Feijóo (1944) aportó lo suyo en "El pensamiento de Cortázar en 'Rayuela'", un breve ensayo de 1997 en el que, entre otras cosas, manifestó: "'Rayuela' es un grito por la libertad del hombre, un grito que se prolonga en otros gritos, diversos, múltiples, potentes y actuales que nacen, paradójicamente, de la asfixia, como le gustaría decir a Oliveira... La gran tensión del pensamiento de la época estaba puesta en el conflicto entre lo 'espiritual o trascendente' y el 'compromiso político-social', que aparecían como polos irreconciliables aún cuando compartieran una misma naturaleza. La tensión entre estas perspectivas del mundo nacía más de las similitudes que de las diferencias. Los supuestos conflictos entre el individualismo egoísta de lo espiritual y el colectivismo solidario de la militancia quedan minimizados ante una búsqueda igualmente ansiosa de 'la Verdad', cuyo motor impone una ética y una escatología del triunfo del Bien sobre el Mal como aspiración final. La lectura de 'Rayuela' no es otra cosa que un agudo recorrido por los nudos neurálgicos de estas interrogaciones y por las tensiones en apariencia irreconciliables entre estas corrientes del pensamiento. Cortázar era un hombre comprometido con las luchas políticas de su tiempo pero su cuestionamiento no se limitaba a la realidad de las injusticias sociales sino que atravesaba la estructura misma de la realidad, aunando dos perspectivas distintas por la puesta en crisis de la existencia vista como finalidad".
Por su parte, el poeta, ensayista y narrador cubano Julio Pino Miyar (1959) reflexionó en "La necesidad de escribir": "Hay un notable cuento de Jack London donde una joven pareja de hermanos persigue tenazmente a un hombre bajo la inclemencia de los blancos paisajes de Alaska. Al final lo alcanzan y le dan muerte. ¿Por qué lo hicieron? ¿Quiénes eran esos jóvenes? ¿Quién fue la víctima? No hay respuestas. London se limitó a narrarnos un fragmento de la vida y nada más. Un personaje de 'Rayuela', Morelli, expone una propuesta similar: la vida está compuesta de fragmentos y retazos, elementos dispersos que, en el mejor de los casos, podrían llegar a componer un registro -una colección fotográfica-, pero carente de largas secuencias, porque en la práctica se nos hace casi imposible darles seguimiento. 'Rayuela' es eso entre otras cosas: un acercamiento fragmentario a la vida; una acumulación de retazos que se anudan en torno a una serie de experiencias vitales, correlativas a un grupo de exiliados ubicados en el París de principio de los años '60. Lo curioso es que esta forma de componer y de estructurar una novela establece una relación mucho más cercana con la manera en que contemplamos la vida que las convencionales narraciones lineales. Aunque para lo que se propone, Cortázar necesita imperiosamente de un lector cómplice que le acompañe sin prejuicios a jugar su rayuela, que de algún modo participe intelectualmente en el ordenamiento de los fragmentos dispersos y que haga con esto posible, verificable, una nueva inteligencia del texto".


El escritor cubano concluye su ensayo, aparecido en la revista "Letralia" nº 238 de agosto de 2010, proclamando que "la gran aventura formal iniciada en nuestras letras por Cortázar incitó a una reorganización total del texto y la palabra, a un cambio de signo en el seno de las habituales relaciones de la palabra y la realidad, y todo esto dentro del contexto de la más irreverente vindicación del arte. Porque 'Rayuela' es ese texto siempre en gestación que incita a la rebelión, y Cortázar es ese escritor que quiso arder en su propia obra, entre tanto la obra lo purificaba. Su obra se prolonga así por un largo camino plagado de señales -algunas incomprensibles, otras repletas de significado- en busca de un contenido al parecer abstracto o de una música demasiado lejana".
El chileno Alvaro Cuadra (1956), Doctor en Semiología y Letras, ha escrito en 2009 un laborioso ensayo titulado "Rayuela: tiempo y figuras". En él estima que la poética de Cortázar en "Rayuela" abrió las puertas para la germinación de una nueva narratividad novelesca e histórica: "una narratividad que subvierte el tiempo burgués, lineal y continuo, como gesto utópico-político de emancipación... La emancipación social, política y moral, una cuestión de primera importancia en el presente de América Latina". "Desde que se publicara en 1963 -continúa Cuadra-, no ha dejado de suscitar una especial atención, una suerte de fascinación, tanto para los lectores como para los críticos literarios... 'Rayuela' -en la perspectiva de más de cuatro décadas de su publicación- se erige como un hito que se agiganta en la narrativa de habla hispana". Al recordar que "Rayuela" fue comparada con el "Ulises" de James Joyce (1882-1941), el semiólogo chileno apunta que "si Joyce renovó la literatura en habla inglesa, corresponde a Cortázar el mérito de abrir nuevos derroteros para la literatura en habla castellana"; y asegura que no hay dudas en cuanto a que "Rayuela" se inscribe en nuestras letras como una de las obras que inauguran una nueva era: "Hay en ella elementos inéditos en el ámbito de la novela hispanoamericana, rasgos propios de una modernidad si se quiere, en el sentido que le dio Baudelaire a este término, lo fugaz y lo perenne se encarnan en la escritura... Cortázar recoge, por cierto, lo mejor de la tradición universal, simbolismo, surrealismo, que plasma luego con el sustrato latinoamericano... 'Rayuela' deviene así una especie de compendio explícito de varias literaturas, de varias culturas... La novela se cuestiona y examina, poniendo en tela de juicio no sólo el género mismo sino la tradición y los protocolos de la narratividad misma".


El recordado escritor guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003), maestro de fábulas, aforismos y palindromías, publicó en 1987 "La letra e (Fragmentos de un diario)". En esta obra, en la que mezcló anécdotas de su biografía íntima con apuntes ensayísticos, rememoró el alboroto que en los años sesenta causó "Rayuela" y valoró los hallazgos de estilo de Cortázar y el entusiasmo que despertó entre los jóvenes escritores, "quienes a su vez se fueron con la finta y empezaron a escribir cuentos con mucho jazz y fiestas con mariguana y a creer que todo consistía en soltar las comas por aquí y por allá, sin advertir que detrás de la soltura y la aparente facilidad de la escritura de Cortázar había años de búsqueda y ejercicio literario, hasta llegar al hallazgo de esas apostasías julianas que provisionalmente llamaré contemporáneas mejor que modernas; y sus encuentros con algo que creó un modo y una moda Cortázar con su inevitable caudal de imitadores". Hacia el final del diario, en una entrada fechada en diciembre de 1983, Monterroso concluye magistralmente: "Los años han pasado y bastante de la moda también, pero lo real cortazariano permanece como una de las grandes contribuciones a la modernidad, ahora sí, la modernidad, de nuestra literatura. La modernidad, ese espejismo de dos caras que sólo se hace realidad cuando ha quedado atrás y siendo antiguo permanece".