El músico estadounidense Herbie Hancock (1940) es un pionero del jazz-fusión. Nacido en Chicago, estudió en el Grinnell College y en la Roosevelt University, comenzando a tocar el piano a los siete años. Su carrera comenzó en los años '60: en 1962 firmó su primer contrato discográfico y obtuvo su primer gran éxito con el tema "Watermelon man", y un año después
se unió al quinteto de Miles Davis (1926-1991), el grupo de jazz más vanguardista de aquel momento, en donde tuvo una actuación descollante. Los años siguientes lo tuvieron como uno de los principales activistas del jazz electrónico y pronto comenzó a interesarse por el funk, un estilo musical muy rítmico y bailable derivado del blues y de la música gospel, y por la mezcla de estilos. A comienzos de la década del '70 combinó diversas técnicas electrónicas con la acústica del piano, contribuyendo a crear el estilo jazz-fusión con su propia banda -The Headhunters- con la que alcanzó fama mundial. Mezclando estilos y recursos tan dispares como el pop, el hard-rock, la música disco sintetizada, técnicas de doblaje musical y edición de mezclas, convirtió al estudio de grabación en su nuevo instrumento. Durante la década del '80 experimentó con la música scratch, basada en un efecto rítmico original del rap, y exploró los ritmos de la música urbana contemporánea. El crítico musical y productor discográfico Joachim Berendt (1922-2000) escribió en la edición de 1981 de "The Jazz Book" (El Jazz) que "aún cuando Hancock se aleje cada vez más del jazz, el mundo del jazz no deja de considerarlo como uno de los suyos". Esto no es sólo por su significativa trayectoria con Miles Davis, sino también por sus posteriores experiencias con el saxofonista Wayne Shorter (1933), el baterista Tony Williams (1945-1997), el trompetista Freddie Hubbard (1938-2008), el contrabajista Ron Carter (1937), el pianista Chick Corea (1941) o el bajista Jaco Pastorius (1951-1987). Su discografía abarca algo más de un centenar de discos, desde el inicial "Takin' off" de 1962 hasta el reciente "The imagine project", una suerte de manifiesto globalista grabado en distintas ciudades del mundo con un nutrido grupo de cantantes e instrumentistas, y un amplio repertorio que incluye canciones de los Beatles, Bob Dylan, Sam Cooke y Peter Gabriel entre otros. El disco se lanzó en Nueva York el 21 de junio de 2010; ese mismo día Hancock fue entrevistado por Federico Monjeau. La charla se publicó nueve días más tarde en el diario "Clarín".
Si uno compara la música de sus actuaciones en Buenos Aires con Wayne Shorter, una música abstracta, casi fuera de todo género, con este nuevo disco de canciones, comprueba que su trayectoria se desarrolla en varias direcciones simultáneas. ¿Usted lo siente así? ¿Necesita producir este tipo de alternancia?
Es posible, pero también podría decirle que ambas direcciones están en el disco. Si se escucha con atención, en las orquestaciones se pueden ver muchos detalles. No están simplemente puestos los acordes. Los arreglos de base en algunos casos pueden ser simples, pero el resultado es complejo, para lo cual también, por supuesto, colabora la participación de Wayne Shorter.
Permítame hacer un poco de historia. Cuando a fines de los '60 usted comenzó con el piano electrónico algunos críticos le reclamaron la pérdida del "touch" (toque) y usted respondió con una declaración muy significativa. Señaló que el toque no era más importante que las ideas y que, si Bill Evans tocaba las mismas notas que McCoy Tyner, seguramente el resultado sería más o menos el mismo. La diferencia, en su opinión, estaba más en las notas que en el sonido. ¿Sigue sosteniendo lo mismo, o fue una delaración circunstancial?
Es evidente que en ese momento yo estaba defendiendo el pase a lo electrónico y enfatizaba un aspecto de la cuestión. Hoy no podría decir exactamente lo mismo, pero de todas maneras hay algo que mantengo. El sonido es una combinación de cosas: de toque, de notas y de personalidad. Finalmente, no importa el instrumento. Cuando uno escucha a Miles Davis, no está oyendo la trompeta: esta oyendo a Miles; cuando escucha a Wayner Shorter, no oye un saxo: oye a Wayne. Lo mismo debería ocurrir con un piano, e incluso, por qué no, con un piano eléctrico. Yo prefiero hablar de sonido, que es un concepto más amplio que el de "touch".
Otra evocación. La grabación que usted hizo de "Autumn leaves" con el Quinteto de Miles Davis en 1963, en el Festival de Antibes, con George Coleman en saxo. No sé si lo recuerda: usted insistía en un esquelético motivo de cuatro notas mientras Miles llegaba al clímax de su solo, antes de ser relevado por Coleman. Es uno de los momentos más extraordinarios de todo el jazz. ¿Puede usted reconstruir algo acerca de esa experiencia? ¿Cómo las cosas llegaron a ese punto?
No recuerdo exactamente el ejemplo que usted cita, tengo una vaga memoria. Lo que sí puedo decir es lo que significaron esas actuaciones con Miles. Seguramente eso que yo tocaba tenía que ver con lo que Miles buscaba: ideas. No importa si eran dos notas, tres o cuatro. El quería ideas, y eso suponía una pluralidad de acciones. Era tan genial que me acuerdo que una vez estábamos tocando y yo hice un acorde que sonó muy feo. Miles estaba con su solo y de pronto se puso a tocar sobre las notas de mi acorde y transformó algo chocante en algo hermoso. Podría hacerlo con dos o tres notas. Todas las personas que tocamos con Miles estamos marcadas por él definitivamente.
Usted también ha dado testimonio de la importancia de su relación musical con Tony Willimas, que era precisamente el baterista en aquel quinteto. Incluso dedicó a la memoria de Williams su grabación del movimiento lento del "Concerto en sol" de Ravel en el disco "Gershwin's world". ¿Cuál es la deuda con Williams?
Enorme. El me daba ideas rítmicas que yo trasladaba al piano. Con él y con Ray Brown en contrabajo por momentos formábamos una sección rítmica bastante provocativa y muy interconectada. Con Tony había un ida y vuelta en todo sentido. Al principio yo lo ayudaba a escribir sus partituras. Podía leer muy bien las partituras de batería, pero escribía con dificultad, nota a nota. Continuó estudiando toda su vida. No conozco un caso igual de aplicación. Su última obra es una obra sinfónica maravillosamente orquestada. El me hizo escuchar música contemporánea. Antes de conocer a Tony, yo sólo había escuchado a Stravinski. El me hizo escuchar a Penderecki, Stockhausen, Steve Reich y otros.
Está dispuesto a que le pregunte su opinión acerca de dos pianistas de jazz vivos?
Adelante.
Brad Mehldau y Keith Jarrett.
Bueno, Mehldau es un pianista formidable, un virtuoso; lo que arma con cada una de las manos, especialmente con la izquierda, es fantástico. Lo que me impresiona en Jarrett es otra cosa. Es la intensidad, la tensión que pone en todo lo que toca, aún en los temas más amables o más leves, siempre hay una tensión en Jarret. Esa es la diferencia con Mehldau. Mehldau siempre es leve, aun cuando toque cosas muy complejas. Jarrett es como si siempre estuviera señalándonos algo, y admiro esa convicción y esa fuerza interior.
Puede pensarse que Jarrett, sobre todo si oímos sus renovadas exploraciones con el trío, continúa creyendo en el jazz, ¿no?
Sin duda...
Cree mucho más que usted...
Sí. Para mí el jazz ya no es una cuestión de repertorio. Ya no pienso en el jazz, tal vez porque lo toqué demasiados años. Tengo una visión más amplia de la música, y en esa visión también está lo que la música puede significar en términos humanos. Siempre digo que tengo un largo entrenamiento en el jazz, y este entrenamiento me ha dado la libertad y el atrevimiento de explorar nuevos mundos.
30 de diciembre de 2010
26 de diciembre de 2010
John Saxe Fernández: "No se puede analizar adecuadamente la globalización sin una referencia histórica y contemporánea al fenómeno del colonialismo y del imperialismo"
John Saxe Fernández (1944) nació en Costa Rica y es ciudadano mexicano. Realizó sus estudios en la Brandeis University, la Washington University y la Universidad Nacional Autónoma de México. En la Facultad de Filosofía y Letras de esta última obtuvo su doctorado en Estudios Latinoamericanos. Ha ejercido la docencia en la Hofstra University y en la California State University, ambas de Estados Unidos, y es profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Habitual editorialista de los diarios "Excélsior" y "La Jornada" de México, sus artículos se centran en el análisis de la dependencia estratégica como elemento de comprensión del mundo contemporáneo. Según Saxe Fernández, dicha dependencia es inherente al sistema capitalista ya que "la dinámica de la economía industrial capitalista ha sido de tal naturaleza que la necesidad de nuevas fuentes de materias primas, de mercados y de suministros baratos de mano de obra se han ampliado constantemente y han desempeñado un papel preponderante en todas las etapas del conflicto internacional y en las crisis económicas". El ejemplo más acabado de dependencia estratégica es el caso del petróleo, aunque, claro, no es el único. Históricamente, el saqueo de los recursos naturales y la explotación de los pueblos latinoamericanos ha sido sustancial en la geopolítica imperial hemisférica, tanto como dispositivo para la acumulación de capital como para resolver aquella dependencia estratégica. Esto ha ocurrido en épocas de colonialismo, más tarde con el imperialismo y actualmente con la globalización. Acerca de esta problemática aluden los múltiples ensayos de Saxe Fernández, entre ellos "Globalizacion, imperialismo y clase social", "Terror e imperio. La hegemonía política y económica de Estados Unidos", "Tercera vía y neoliberalismo", "La nueva oligarquía latinoamericana", "Globalización. Crítica a un paradigma" y "Petróleo y estrategia. México y Estados Unidos en el contexto de la politica global". También ha publicado varios libros como "Globalizacion del terror. Amenaza bioterrorista", "América Latina en la post Guerra Fría. Tendencias y alternativas" e "Imperialismo y Banco Mundial en América Latina", escritos en colaboración con otros prestigiosos sociólogos y economistas. La revista "Herramienta", en su nº 13 ( julio de 2000), publicó una extensa entrevista al investigador realizada por Karina Moreno, en la que desarrolló con amplitud estas temáticas que, una década después, están más vigentes que nunca.
¿Qué es lo que sustenta el paradigma de la globalización? ¿Cuál es su crítica fundamental y cómo entiende usted este proceso?
Creo que la globalización debe ser enfocada desde dos perspectivas. Primero, desde una perspectiva científica. Eso quiere decir que por globalización entendemos el largo proceso de internacionalización económica que se ha ido desarrollando en los últimos cinco siglos. Es un proceso multisecular que actualmente se debe estudiar con detenimiento en los flujos de tecnología, los flujos de capital y los flujos de mercancías. Podemos identificar, por consiguiente, elementos de continuidad, en relación con otros períodos, y de discontinuidad. Uno de los elementos centrales de continuidad es que nos enfrentamos a un proceso de globalización entendida como internacionalización económica, el cual, cabe aclarar, continúa ocurriendo en un marco de referencia de relaciones de dominación y de apropiación de excedentes por parte de los países capitalistas centrales en relación con la periferia. En ese sentido no hay cambio, incluso llego a pensar que éstas son variables independientes del orden político, es decir, es un contexto internacional muy asimétrico, con los dados cargados a favor de los países capitalistas centrales. Esto significa que no se puede analizar adecuadamente la globalización sin una referencia histórica y contemporánea al fenómeno del colonialismo y del imperialismo.
En referencia a fenómenos como el imperialismo y el colonialismo: ¿qué papel juega Estados Unidos en el orden mundial vigente, y cuáles son las relaciones que América Latina establece con dicho orden?
Después de la Segunda Guerra Mundial se consolidó el cambio hegemónico. Desde Europa, y fundamentalmente desde Inglaterra, se trasladó hacia los Estados Unidos. Estados Unidos apareció como el sucesor de la "pax británica", algo que se estaba dando prácticamente desde el último cuarto del siglo XIX para acá. Los procesos de sucesión hegemónica son procesos sumamente extendidos en el tiempo, y este último proceso de sucesión hegemónica ha llevado, ha acarreado, está vinculado con dos grandes conflagraciones: la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En la Primera Guerra Mundial quedaba claro el ascenso de los Estados Unidos, meteórico a partir del período inmediatamente posterior a la guerra civil. Y la América Latina ha sido una región muy sometida a una forma de imperialismo u otra, de tal suerte que, históricamente, esta característica nos ha signado, sobre todo a cierta fracción importante de las clases que se relacionan hacia afuera. Incluso las clases más vinculadas con el proceso independentista tienen más que ver con importadores y exportadores, vinculados hacia afuera. Esta clase ha sido signada por la colonialidad, en su forma de pensar y por la colonialidad en su forma de hacer los negocios. Ellos siempre han estado muy satisfechos con una coparticipación en la apropiación del excedente, ese es otro elemento interno que permanece en América Latina en nuestros días. A partir de la Segunda Guerra Mundial, e incluso antes -esto ya se venía pensando pocos años antes de que los Estados Unidos ingresaran como beligerantes en ella-, ya quedaba muy claro para el liderato estadounidense y el liderato inglés que no se podía seguir con las formas y las estructuras coloniales que habían tipificado el período anterior, y es ahí donde empezó a surgir, sobre todo desde el Consejo de Relaciones Exteriores, que aglutinaba a un sector sumamente poderoso de la clase dominante de los Estados Unidos: banqueros, empresarios, petroleros, etcétera. ¿Cómo sería la estructura en la eventualidad de que Estados Unidos entrara en la guerra? No había duda de que, cualquiera fuera la coalición en que participara la economía de los Estados Unidos, muy probablemente ganaría simplemente por las dimensiones de la movilización de recursos humanos y materiales para la guerra: el Estado de Guerra de los Estados Unidos. Y entonces se fue planteando la necesidad de organismos que permitieran la absorción de los mercados y las economías del Tercer Mundo, es decir, que permitieran esta persistencia en el orden de la dominación. Los mismos eran definidos ahora no desde Londres sino desde Washington, surgiendo tres grandes ejes institucionales que eran la base de esta forma de internacionalización económica: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y un organismo que se quería que estableciera una regencia de las relaciones comerciales, que fue rechazado por el Senado de los Estados Unidos, quedando algo parecido a eso que fue después llamado GATT (General Agreement on Tariffs and Trade). Entonces, hay que entender esencialmente que tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional fueron las formas en que el capitalismo estadounidense se planteó, por primera vez, cómo articular la relación de los Estados Unidos con economías centrales como la de ellos, como podían ser Australia, Argentina (que era considerada, a finales de los treinta y principios de los cuarenta, como una economía central) y desde luego Inglaterra. Y, después de la guerra, las naciones que serían vencidas.
¿Y cómo continúa articulándose este liderazgo estadounidense?
Se articulará en un proceso que los estadounidenses denominan en sus trabajos "Memoranda al Presidente Roosevelt". Este proceso es interpretado, por un lado, como una necesidad de "integración horizontal"; y simultáneamente, lo que permite que los mismos organismos sirvan para forjar vínculos de dependencia o mantener los vínculos de dependencia con las naciones que ellos llaman "tropicales", es decir, los proveedores de mano de obra barata y de materia prima estratégica (Brasil, México, Africa, Asia, etcétera), y a eso le llamaron ellos "integración vertical". El diseño institucional del FMI y del BM fue un diseño central para la perpetuación de la colonialidad, pero sin formato de colonialidad. En un largo proceso, se dio así forma a la internacionalización económica, lo que, desde la perspectiva de los países capitalistas centrales, ha sido altamente exitoso. Si revisamos la transferencia de excedentes de los países subdesarrollados o de los países pobres a los países ricos, y tomamos, por ejemplo, el período que va de 1974 a 1995, notamos un creciente aumento de la apropiación de excedentes que va de u$s 430.000 millones en el primer quinquenio a aproximadamente un billón de dólares en el último quinquenio -en castellano, ya que en inglés sería un trillón 600.000 millones-, dando un total aproximado de u$s 4.438.000 millones, que incluyen varios rubros entre los que están, desde luego: Servicio de la Deuda, Transferencias Unilaterales, Términos de Intercambio, Fugas de Capital, Errores y Omisiones, Pago de Regalías, etcétera. Nosotros hicimos un cálculo, en el Seminario de la Teoría del Desarrollo, sobre este elemento persistente en este tipo de internacionalización económica, en la relación de América Latina con los países capitalistas centrales, y desde luego, principalmente con los Estados Unidos, y siguiendo más o menos los mismos rubros que le mencioné anteriormente, y adoptando una postura sumamente conservadora desde el punto de vista estadístico también con datos del FMI, del BM, de la CEPAL, ajustados al PIB de los Estados Unidos de 1990, nos da una transferencia neta de América Latina hacia afuera de 2 billones 100.000 millones de dólares, esto (le estoy haciendo la salvedad) excluyendo los montos reales de las ganancias que salen de la región por parte de las corporaciones multinacionales. Esas corporaciones operan desde una base nacional: estadounidense, alemana, japonesa, etcétera, y practican sus operaciones globalmente en sentido estricto, no son empresas privadas, son corporaciones que operan desde una base, el Estado. Y esa es una transferencia todavía mayor, porque hay subfacturaciones y hay una serie de mecanismos que permiten esconder cuál es realmente la transferencia de éstas. Además, se habla mucho del tamaño de la Inversión Extranjera Directa (IED) en América Latina, pero no se habla de las dimensiones de las reinversiones que hacen las corporaciones, que son presentadas como si fueran flujos netos hacia la región, cuando no lo son. Aproximadamente el 50% de toda la IED en América Latina viene de reinversiones, es decir, de ganancias obtenidas en las mismas economías nuestras; y este es uno de los elementos importantes. El otro rubro sobre el cual no hay suficientes datos pero sí informes técnicos independientes, que indican que es inmenso, es el rubro de fugas de capital. Algunos analistas piensan que el rubro fugas de capital y estos montos extras que se llevan las corporaciones es mayor que el total del Servicio de la Deuda. Nosotros hemos pagado un Servicio de la Deuda aproximado, en América Latina, al billón de dólares. Sólo el servicio de la deuda es el principal rubro de exacción. Es decir, es una economía de tributación. Estamos hablando de América Latina como un área esencialmente tributaria, y hemos notado importantes cambios en este fenómeno de la tributación. El eje tributario fundamental histórico de América Latina ha sido, por el tamaño de su economía y por su peso demográfico, Brasil. Luego pasó de Brasil a México. México tiene una población menor, o sea, una economía menor que la brasileña. En estos momentos México representa el 31% de todo el servicio de la deuda de América Latina, y Brasil el 28% de la deuda externa latinoamericana, seguido por Argentina con el 10% y Venezuela, con el 8%. Es decir que en estos pocos países está más del 75/80% de todo el servicio de la deuda, fundamentalmente en México y Brasil. Lo mismo ocurre en otros rubros, aunque no voy a entrar en detalles. La idea central es que no podemos hablar de globalización sin estos referentes empíricos, y el concepto de imperialismo es un concepto mucho más viable, desde el punto de vista de los referentes que hay que explicar, que el concepto de globalización. Entonces la globalización, entendida como internacionalización económica, es un fenómeno que no puede analizarse científicamente, de manera adecuada, sin una referencia exacta y específica al problema del imperialismo y, desde luego, el otro asunto central, el de las clases sociales. Hago referencia a los que se benefician de este esquema de internacionalización económica y a aquellos que algunos llaman las víctimas de este proceso, principalmente la clase trabajadora, crecientemente la clase media, e incluso algunas fracciones de la pequeña burguesía compradora, afectadas cuando llegan empresas multinacionales a quitarles el espacio de importación y exportación, etcétera. Conforme se va acentuando, las contradicciones que va generando el esquema son muy grandes.
Usted mencionaba cómo se desempeñan históricamente los mecanismos y herramientas del capital, me refiero a instrumentos como el FMI y el Banco Mundial. ¿Podemos, a partir de este análisis, indagar acerca de la función del Estado-Nación en los países centrales? Algunos teóricos afirman que éste se vuelve preponderante en la actualidad, y que es claramente proteccionista, en contraposición al discurso globalizacionista, que insiste en su desaparición. Pues bien, ¿cuál sería su visión acerca del Estado-Nación en la periferia? ¿Se vislumbran cambios sustantivos? ¿Qué diferencia encuentra entre el centro y la periferia?
Si bien todavía no hemos llegado ahí, la pregunta es muy pertinente; yo creo que existe un Estado muy activo. Yo coincidiría en esto con James Petras, que ha sido el único analista, prácticamente hasta ahora, que ha profundizado seriamente respecto a este asunto. Yo tiendo a coincidir plenamente con él en el sentido de que, al contrario de lo que suele afirmarse, lejos de que el Estado-Nación esté perdiendo centralidad en este proceso de internacionalización económica, su papel es absolutamente fundamental. Los programas de ajuste estructural (Fondo Monetario Internacional) no se podrían aplicar sin un Estado que los llevara a cabo y adelante. En la periferia, pues, es central el papel del Estado regulador. Lo que pasa es que el meollo del asunto consiste en que el Estado es hegemonizado por una clase oligarquizante, que está oligarquizándose. Entonces, creo que, en gran parte, ese discurso fácil que dice que el Estado ya no es importante, es precisamente para disminuir o para opacar la percepción del hecho más relevante, que es precisamente la hegemonización del Estado por parte del grupo que más gana con este proceso de internacionalización y de todo el aparato externo que más gana, que son las grandes corporaciones que están apoderándose, a precio de barata, de los servicios públicos, de la electricidad, del petróleo, de la minería, del cobre, etcétera. Y en ese sentido es muy importante, creo yo, que entre los grupos que están siendo afectados se entienda la centralidad enorme del Estado. Es decir, nunca el Estado había sido tan determinante como hoy en la implantación de este esquema, y nunca el Estado ha sido tan importante en el planteamiento de alternativas como en la actualidad. Pero a su vez, el Estado metropolitano, también, es un estado muy antiguo, que ciertamente regula a las empresas, pero las apoya, las subsidia. En el caso de los Estados Unidos pues, tenemos un Estado con uno de los sectores paraestatales de mayor dimensión planetaria. Esto ha sido así siempre: a lo largo de la Guerra Fría y contemporáneamente. Dicho estado se cristaliza en la siguiente conjunción de fuerzas: la Administración Militar, el Congreso y la Gran Industria Bélica -que es una industria que no opera bajo ningún parámetro de lo que podríamos llamar capitalismo de "juego limpio". Existe todo un sector del Estado y de la economía de los Estados Unidos desde el cual se subsidia al sector privado de una manera muy significativa. El 80% de toda la investigación y desarrollo que se hacen en los Estados Unidos es subvencionada por el Pentágono y no opera bajo los parámetros del mercado, ni mucho menos. Hay un comprador, que es el Pentágono, y hay un conjunto de gente que puede proveerle al Pentágono las cosas, pero ahí no hay una relación de mercado, sino una relación contractual, una relación de intereses burocráticos o de intereses empresariales, pero de ninguna manera una relación de mercado. Si revisáramos el mundo y realizáramos una especie de suspensión fenomenológica a lo Husserl, y nos dejáramos tomar un momento por los datos, y después volviéramos otra vez al aparato conceptual, nos daríamos cuenta de estos hechos. El Estado estadounidense, al igual que el europeo, es un Estado proteccionista, regulador. En Estados Unidos ninguna empresa extranjera puede llegar y hacer fácilmente perforación minera o perforación petrolera, porque por razones de seguridad nacional está rotundamente prohibido. Y como éstas, existen una serie amplia de grandes regulaciones. Lo mismo, por ejemplo en el caso de América Latina: hay mucho misticismo con el libre comercio. Mientras hablamos del libre comercio se nos olvida que el 57% de todas las exportaciones latinoamericanas son exportaciones hechas por firmas multinacionales que operan en América Latina, en lo que se llama comercio intra-firma, que es comercio administrado. Entonces, es muy importante revisar este discurso.
En su libro "Globalización. Crítica a un paradigma" usted se refiere a la globalización con el nombre de "globalismo pop". ¿Podría aclararnos a qué se refiere específicamente esta caracterización de la globalización?
Sí, la otra vertiente de la globalización es lo que yo llamaría el "globalismo pop". Esta es una vertiente que no se inscribiría en el campo de la economía y de la historia económica, sino en el campo de la sociología del conocimiento, en el campo de la fabricación de las ideologías, de los mitos y de las fábulas de control. Esta es una ideología conservadora. Yo he llamado a esta ideología, a este discurso determinista, a este discurso fácil, que se pone de moda, que es, por otra parte, una oferta que siguen muchos públicos académicos y políticos, yo he llamado a eso "globalismo pop". Y el mismo tiene que ser estudiado como lo que es, un discurso del poder, una prédica que dice que no hay opciones, que el Estado se está desmantelando, en fin, todos los elementos contenidos en el discurso de la globalización que escuchamos a diario, como si hubiera una fuerza externa que dirimiera todos estos acontecimientos, y no hubiera nada que hacer. Una especie de sobredeterminación, es el TINA (There is not alternative). Y en realidad, lo que estamos planteando nosotros es que el análisis científico mostraría el TIAA (There is an alternative). Entonces, creo que una de las funciones centrales del libro "Globalización, Crítica a un paradigma", con los autores que nos han acompañado en este trabajo, entre los que destaca James Petras, ha sido primero que nada, construir un contradiscurso, pero desde una fundamentación científica.
¿Y cuál sería la alternativa?
Bueno, como usted comprenderá, esa es una pregunta que se hace mucho. Yo creo que, más bien, no es "si se puede construir"; ya se está construyendo, ya hay alternativas en proceso de construcción. ¿Dónde están las alternativas? Bueno, lo podemos ver en Argentina, lo podemos ver en el movimiento de democratización universitaria por acá y por allá. Lo podemos ver en los movimientos obreros en Francia, lo podemos ver en el movimiento de los Sin Tierra en Brasil, lo podemos ver en los movimientos de los campesinos cocaleros en Bolivia, lo podemos ver en todo ese flujo de fuerzas que está ahora aglutinándose alrededor del liderato de Chávez, aunque no sabemos qué podría pasar ahí, simplemente hay que observar con detalle. La alternativa ya está dándose, en el caso mexicano, pues lo tenemos prácticamente en el Movimiento Zapatista, que era algo que salió precisamente en momentos en que acababa de salir un libro que hablaba de la utopía desarmada y, bueno, fue muy interesante observar la contradicción entre la realidad y la retórica.
A partir de aquí, ¿qué articulación podemos establecer entre lucha de clases, imperialismo y Estado-Nación, para el caso de América Latina?
Para establecer dicha articulación hay que mirar dónde se está construyendo la alternativa, de tal suerte que parte de nuestra función para elaborar dichos fenómenos es precisamente la reapropiación de las palabras, de palabras fundamentales como la palabra imperialismo, la reapropiación del estudio de procesos centrales, como es la relación entre los procesos de internacionalización económica antes mencionados y las clases sociales, las afectadas y las beneficiadas, y las que a veces se benefician, y las que a veces no se benefician. Y en el caso mexicano es terriblemente importante. ¿Por qué? Porque en el caso mexicano ha habido una revolución social de 1910 a 1917 que dejó una herencia muy importante, que no se puede desechar tan fácilmente, que es el legado del nacionalismo revolucionario mexicano, que tiene una vertiente que es muy importante que es la del dominio de la nación sobre los recursos estratégicos. Y en estos momentos, si revisamos en detalle lo que está ocurriendo en el país, pues nos encontramos con que ya hay una resistencia muy significativa de parte del Sindicato Mexicano de Electricistas, por ejemplo, a los proyectos de privatización de la electricidad, que conlleva la privatización petrolera; y lo mismo sucede en otros sindicatos, los independientes de las universidades y otros sindicatos muy afectados por los procesos de privatización, que es como si dijéramos la joya del programa del Fondo Monetario Internacional: es el caso de los azucareros, aproximadamente el 80% de la planta sindical azucarera ha estado en huelga, ¿por qué? Porque la privatización ha sido un verdadero y rotundo fracaso. Entonces yo creo, que cuando los académicos vamos a responder a la pregunta que usted hace: ¿dónde están las alternativas?, debemos dejar a un lado esa actitud impotente: que las alternativas quién sabe por dónde andarán, por ahí. Eso es falso, están aquí. Nada más que hay que volver la vista y estudiar a la sociedad. En este momento, yo estoy por iniciar un trabajo de investigación a lo largo de todas las pequeñas poblaciones mexicanas, de aquí hasta la frontera, que han sido dejadas sin servicio de carga y sin servicio de pasajeros, por la privatización de los ferrocarriles. Y aquí estamos hablando entonces de las víctimas. Entonces, es terriblemente importante ver el predicamento de las víctimas; pero, también igualmente importante es ver las ventajas obtenidas por los beneficiarios. Estoy hablando de los señores Slim, estoy hablando de los megamillonarios, y estoy hablando de un proceso muy importante que vuelve a vincular esto con los problemas que se vienen dando en la relación de América Latina con los Estados Unidos, prácticamente desde la Guerra Civil para acá, y es lo que podríamos llamar, en el sentido estricto del término, la "presidencia imperial", que es una de sus características centrales. Por "presidencia imperial" no me estoy refiriendo aquí a lo que así llama Enrique Krauze, que no es otra cosa que la autocracia presidencial mexicana, esto es, una autocracia presidencial. Tiene otro significado, no se deben confundir los términos. La presidencia imperial, tal y como la describe muy bien Arthur Schlesinger en su libro "Imperial president" (La pesidencia imperial) de 1971, está localizada en Washington y tiene una característica muy especial que es la que se irá observando desde los setenta del siglo pasado en adelante: una muy fuerte supeditación de la política militar y exterior de los Estados Unidos a las necesidades del aparato estadounidense. Un aparato desde entonces agobiado por la sobreproducción, agobiado por crisis deflacionarias muy grandes, y con una necesidad, consecuentemente, de expandirse en los mercados y las inversiones. Toda la política de Blaine, por ejemplo, fue una política centrada en la necesidad de incorporar a América Latina, con acuerdos comerciales bilaterales. En 1889 y 1890, Blaine hizo ese esfuerzo en las Conferencias Interamericanas. Estos son los antecedentes del llamado Tratado Norteamericano de Libre Comercio, y entonces es terriblemente importante destacar que este proceso de centrifugación capitalista tiene un efecto sobre las sociedades en las que actúa. La misma sociedad estadounidense fue desestabilizada rotundamente. Para 1870 tenemos unas brutales represiones para con los huelguistas mineros y los huelguistas ferroviarios. Para eso hay que leer "A people's history of the United States" (La otra historia de Estados Unidos) de Howard Zinn, que es la historia desde la perspectiva de los afectados por el capitalismo estadounidense, para darse una idea de cómo el capitalismo desestabiliza hacia adentro a los Estados Unidos; pero también de cómo él mismo se estabiliza hacia afuera. Podemos observar así, cómo la expansión de este esquema, que es profundamente depredador, desestabiliza profundamente a México, desestabiliza profundamente a China, desestabiliza profundamente a El Salvador y al Caribe. Entonces, este proceso de desestabilidad es el que estamos viviendo ahora, que está programado fácticamente por el Fondo Monetario Internacional -porque quien lea las Cartas de Intención verá que esto es un diseño para generar una explosión social, porque es una hiperconcentración del ingreso, es un despojo salarial, todo lo que usted sabe…-, y que es acompañado paralelamente por la necesidad de establecer algún tipo de orden que permita otro ciclo de acumulación. A dicho proceso lo denominaremos una centripetación del poder policíaco militar, en manos de una presidencia imperial. Además, por su condición, tiene la capacidad de proyectar el poder policíaco militar para restablecer el orden desestabilizado por el accionar del capitalismo, del expansionismo y del imperialismo, específicamente. En el caso de México es muy claro. En México, en 1864 se producían más granos, más arroz, más frijoles, más maíz que en 1910, pero en 1910 teníamos muchos más ferrocarriles, estábamos mucho más modernizados, pero los campesinos habían sido despojados de sus tierras, como están siendo despojados hoy, habían sido pauperizados, proletarizados, etcétera. De tal suerte que dicha situación es un proceso que lleva a un estallido del porfiriato, a un estallido revolucionario en 1910. Y es por esa razón que las similitudes son tan grandes, a nivel histórico, entre lo que está ocurriendo ahora con el llamado neoliberalismo (que es la aplicación de los recetarios fondomonetaristas y del Banco Mundial, el llamado Consenso de Washington, que es el consenso "entre ellos") con el período porfirista, que yo me atrevo a sugerir que el nombre históricamente correcto para entender lo que está ocurriendo ahora, es el concepto de "neoporfirismo". Estamos viviendo en un neoporfirismo, tenemos muchos elementos que son grandes problemas hacia el siglo XXI, pero tenemos una cantidad de elementos regresivos del siglo XIX, cosas que creíamos superadas. Entonces, creo que así debe de estudiarse el imperialismo en la actualidad. Creo que no podemos hacer un planteamiento de cuáles son las alternativas, si no vemos qué es lo que se está creando, qué es lo que la población ya está creando como alternativas; y por otra parte, estudiar esto con ojos claros, conceptualmente y teóricamente claros, para lo cual, yo creo conveniente hacer esa suspensión fenomenológica de la que le hablaba antes.
¿Qué es lo que sustenta el paradigma de la globalización? ¿Cuál es su crítica fundamental y cómo entiende usted este proceso?
Creo que la globalización debe ser enfocada desde dos perspectivas. Primero, desde una perspectiva científica. Eso quiere decir que por globalización entendemos el largo proceso de internacionalización económica que se ha ido desarrollando en los últimos cinco siglos. Es un proceso multisecular que actualmente se debe estudiar con detenimiento en los flujos de tecnología, los flujos de capital y los flujos de mercancías. Podemos identificar, por consiguiente, elementos de continuidad, en relación con otros períodos, y de discontinuidad. Uno de los elementos centrales de continuidad es que nos enfrentamos a un proceso de globalización entendida como internacionalización económica, el cual, cabe aclarar, continúa ocurriendo en un marco de referencia de relaciones de dominación y de apropiación de excedentes por parte de los países capitalistas centrales en relación con la periferia. En ese sentido no hay cambio, incluso llego a pensar que éstas son variables independientes del orden político, es decir, es un contexto internacional muy asimétrico, con los dados cargados a favor de los países capitalistas centrales. Esto significa que no se puede analizar adecuadamente la globalización sin una referencia histórica y contemporánea al fenómeno del colonialismo y del imperialismo.
En referencia a fenómenos como el imperialismo y el colonialismo: ¿qué papel juega Estados Unidos en el orden mundial vigente, y cuáles son las relaciones que América Latina establece con dicho orden?
Después de la Segunda Guerra Mundial se consolidó el cambio hegemónico. Desde Europa, y fundamentalmente desde Inglaterra, se trasladó hacia los Estados Unidos. Estados Unidos apareció como el sucesor de la "pax británica", algo que se estaba dando prácticamente desde el último cuarto del siglo XIX para acá. Los procesos de sucesión hegemónica son procesos sumamente extendidos en el tiempo, y este último proceso de sucesión hegemónica ha llevado, ha acarreado, está vinculado con dos grandes conflagraciones: la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En la Primera Guerra Mundial quedaba claro el ascenso de los Estados Unidos, meteórico a partir del período inmediatamente posterior a la guerra civil. Y la América Latina ha sido una región muy sometida a una forma de imperialismo u otra, de tal suerte que, históricamente, esta característica nos ha signado, sobre todo a cierta fracción importante de las clases que se relacionan hacia afuera. Incluso las clases más vinculadas con el proceso independentista tienen más que ver con importadores y exportadores, vinculados hacia afuera. Esta clase ha sido signada por la colonialidad, en su forma de pensar y por la colonialidad en su forma de hacer los negocios. Ellos siempre han estado muy satisfechos con una coparticipación en la apropiación del excedente, ese es otro elemento interno que permanece en América Latina en nuestros días. A partir de la Segunda Guerra Mundial, e incluso antes -esto ya se venía pensando pocos años antes de que los Estados Unidos ingresaran como beligerantes en ella-, ya quedaba muy claro para el liderato estadounidense y el liderato inglés que no se podía seguir con las formas y las estructuras coloniales que habían tipificado el período anterior, y es ahí donde empezó a surgir, sobre todo desde el Consejo de Relaciones Exteriores, que aglutinaba a un sector sumamente poderoso de la clase dominante de los Estados Unidos: banqueros, empresarios, petroleros, etcétera. ¿Cómo sería la estructura en la eventualidad de que Estados Unidos entrara en la guerra? No había duda de que, cualquiera fuera la coalición en que participara la economía de los Estados Unidos, muy probablemente ganaría simplemente por las dimensiones de la movilización de recursos humanos y materiales para la guerra: el Estado de Guerra de los Estados Unidos. Y entonces se fue planteando la necesidad de organismos que permitieran la absorción de los mercados y las economías del Tercer Mundo, es decir, que permitieran esta persistencia en el orden de la dominación. Los mismos eran definidos ahora no desde Londres sino desde Washington, surgiendo tres grandes ejes institucionales que eran la base de esta forma de internacionalización económica: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y un organismo que se quería que estableciera una regencia de las relaciones comerciales, que fue rechazado por el Senado de los Estados Unidos, quedando algo parecido a eso que fue después llamado GATT (General Agreement on Tariffs and Trade). Entonces, hay que entender esencialmente que tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional fueron las formas en que el capitalismo estadounidense se planteó, por primera vez, cómo articular la relación de los Estados Unidos con economías centrales como la de ellos, como podían ser Australia, Argentina (que era considerada, a finales de los treinta y principios de los cuarenta, como una economía central) y desde luego Inglaterra. Y, después de la guerra, las naciones que serían vencidas.
¿Y cómo continúa articulándose este liderazgo estadounidense?
Se articulará en un proceso que los estadounidenses denominan en sus trabajos "Memoranda al Presidente Roosevelt". Este proceso es interpretado, por un lado, como una necesidad de "integración horizontal"; y simultáneamente, lo que permite que los mismos organismos sirvan para forjar vínculos de dependencia o mantener los vínculos de dependencia con las naciones que ellos llaman "tropicales", es decir, los proveedores de mano de obra barata y de materia prima estratégica (Brasil, México, Africa, Asia, etcétera), y a eso le llamaron ellos "integración vertical". El diseño institucional del FMI y del BM fue un diseño central para la perpetuación de la colonialidad, pero sin formato de colonialidad. En un largo proceso, se dio así forma a la internacionalización económica, lo que, desde la perspectiva de los países capitalistas centrales, ha sido altamente exitoso. Si revisamos la transferencia de excedentes de los países subdesarrollados o de los países pobres a los países ricos, y tomamos, por ejemplo, el período que va de 1974 a 1995, notamos un creciente aumento de la apropiación de excedentes que va de u$s 430.000 millones en el primer quinquenio a aproximadamente un billón de dólares en el último quinquenio -en castellano, ya que en inglés sería un trillón 600.000 millones-, dando un total aproximado de u$s 4.438.000 millones, que incluyen varios rubros entre los que están, desde luego: Servicio de la Deuda, Transferencias Unilaterales, Términos de Intercambio, Fugas de Capital, Errores y Omisiones, Pago de Regalías, etcétera. Nosotros hicimos un cálculo, en el Seminario de la Teoría del Desarrollo, sobre este elemento persistente en este tipo de internacionalización económica, en la relación de América Latina con los países capitalistas centrales, y desde luego, principalmente con los Estados Unidos, y siguiendo más o menos los mismos rubros que le mencioné anteriormente, y adoptando una postura sumamente conservadora desde el punto de vista estadístico también con datos del FMI, del BM, de la CEPAL, ajustados al PIB de los Estados Unidos de 1990, nos da una transferencia neta de América Latina hacia afuera de 2 billones 100.000 millones de dólares, esto (le estoy haciendo la salvedad) excluyendo los montos reales de las ganancias que salen de la región por parte de las corporaciones multinacionales. Esas corporaciones operan desde una base nacional: estadounidense, alemana, japonesa, etcétera, y practican sus operaciones globalmente en sentido estricto, no son empresas privadas, son corporaciones que operan desde una base, el Estado. Y esa es una transferencia todavía mayor, porque hay subfacturaciones y hay una serie de mecanismos que permiten esconder cuál es realmente la transferencia de éstas. Además, se habla mucho del tamaño de la Inversión Extranjera Directa (IED) en América Latina, pero no se habla de las dimensiones de las reinversiones que hacen las corporaciones, que son presentadas como si fueran flujos netos hacia la región, cuando no lo son. Aproximadamente el 50% de toda la IED en América Latina viene de reinversiones, es decir, de ganancias obtenidas en las mismas economías nuestras; y este es uno de los elementos importantes. El otro rubro sobre el cual no hay suficientes datos pero sí informes técnicos independientes, que indican que es inmenso, es el rubro de fugas de capital. Algunos analistas piensan que el rubro fugas de capital y estos montos extras que se llevan las corporaciones es mayor que el total del Servicio de la Deuda. Nosotros hemos pagado un Servicio de la Deuda aproximado, en América Latina, al billón de dólares. Sólo el servicio de la deuda es el principal rubro de exacción. Es decir, es una economía de tributación. Estamos hablando de América Latina como un área esencialmente tributaria, y hemos notado importantes cambios en este fenómeno de la tributación. El eje tributario fundamental histórico de América Latina ha sido, por el tamaño de su economía y por su peso demográfico, Brasil. Luego pasó de Brasil a México. México tiene una población menor, o sea, una economía menor que la brasileña. En estos momentos México representa el 31% de todo el servicio de la deuda de América Latina, y Brasil el 28% de la deuda externa latinoamericana, seguido por Argentina con el 10% y Venezuela, con el 8%. Es decir que en estos pocos países está más del 75/80% de todo el servicio de la deuda, fundamentalmente en México y Brasil. Lo mismo ocurre en otros rubros, aunque no voy a entrar en detalles. La idea central es que no podemos hablar de globalización sin estos referentes empíricos, y el concepto de imperialismo es un concepto mucho más viable, desde el punto de vista de los referentes que hay que explicar, que el concepto de globalización. Entonces la globalización, entendida como internacionalización económica, es un fenómeno que no puede analizarse científicamente, de manera adecuada, sin una referencia exacta y específica al problema del imperialismo y, desde luego, el otro asunto central, el de las clases sociales. Hago referencia a los que se benefician de este esquema de internacionalización económica y a aquellos que algunos llaman las víctimas de este proceso, principalmente la clase trabajadora, crecientemente la clase media, e incluso algunas fracciones de la pequeña burguesía compradora, afectadas cuando llegan empresas multinacionales a quitarles el espacio de importación y exportación, etcétera. Conforme se va acentuando, las contradicciones que va generando el esquema son muy grandes.
Usted mencionaba cómo se desempeñan históricamente los mecanismos y herramientas del capital, me refiero a instrumentos como el FMI y el Banco Mundial. ¿Podemos, a partir de este análisis, indagar acerca de la función del Estado-Nación en los países centrales? Algunos teóricos afirman que éste se vuelve preponderante en la actualidad, y que es claramente proteccionista, en contraposición al discurso globalizacionista, que insiste en su desaparición. Pues bien, ¿cuál sería su visión acerca del Estado-Nación en la periferia? ¿Se vislumbran cambios sustantivos? ¿Qué diferencia encuentra entre el centro y la periferia?
Si bien todavía no hemos llegado ahí, la pregunta es muy pertinente; yo creo que existe un Estado muy activo. Yo coincidiría en esto con James Petras, que ha sido el único analista, prácticamente hasta ahora, que ha profundizado seriamente respecto a este asunto. Yo tiendo a coincidir plenamente con él en el sentido de que, al contrario de lo que suele afirmarse, lejos de que el Estado-Nación esté perdiendo centralidad en este proceso de internacionalización económica, su papel es absolutamente fundamental. Los programas de ajuste estructural (Fondo Monetario Internacional) no se podrían aplicar sin un Estado que los llevara a cabo y adelante. En la periferia, pues, es central el papel del Estado regulador. Lo que pasa es que el meollo del asunto consiste en que el Estado es hegemonizado por una clase oligarquizante, que está oligarquizándose. Entonces, creo que, en gran parte, ese discurso fácil que dice que el Estado ya no es importante, es precisamente para disminuir o para opacar la percepción del hecho más relevante, que es precisamente la hegemonización del Estado por parte del grupo que más gana con este proceso de internacionalización y de todo el aparato externo que más gana, que son las grandes corporaciones que están apoderándose, a precio de barata, de los servicios públicos, de la electricidad, del petróleo, de la minería, del cobre, etcétera. Y en ese sentido es muy importante, creo yo, que entre los grupos que están siendo afectados se entienda la centralidad enorme del Estado. Es decir, nunca el Estado había sido tan determinante como hoy en la implantación de este esquema, y nunca el Estado ha sido tan importante en el planteamiento de alternativas como en la actualidad. Pero a su vez, el Estado metropolitano, también, es un estado muy antiguo, que ciertamente regula a las empresas, pero las apoya, las subsidia. En el caso de los Estados Unidos pues, tenemos un Estado con uno de los sectores paraestatales de mayor dimensión planetaria. Esto ha sido así siempre: a lo largo de la Guerra Fría y contemporáneamente. Dicho estado se cristaliza en la siguiente conjunción de fuerzas: la Administración Militar, el Congreso y la Gran Industria Bélica -que es una industria que no opera bajo ningún parámetro de lo que podríamos llamar capitalismo de "juego limpio". Existe todo un sector del Estado y de la economía de los Estados Unidos desde el cual se subsidia al sector privado de una manera muy significativa. El 80% de toda la investigación y desarrollo que se hacen en los Estados Unidos es subvencionada por el Pentágono y no opera bajo los parámetros del mercado, ni mucho menos. Hay un comprador, que es el Pentágono, y hay un conjunto de gente que puede proveerle al Pentágono las cosas, pero ahí no hay una relación de mercado, sino una relación contractual, una relación de intereses burocráticos o de intereses empresariales, pero de ninguna manera una relación de mercado. Si revisáramos el mundo y realizáramos una especie de suspensión fenomenológica a lo Husserl, y nos dejáramos tomar un momento por los datos, y después volviéramos otra vez al aparato conceptual, nos daríamos cuenta de estos hechos. El Estado estadounidense, al igual que el europeo, es un Estado proteccionista, regulador. En Estados Unidos ninguna empresa extranjera puede llegar y hacer fácilmente perforación minera o perforación petrolera, porque por razones de seguridad nacional está rotundamente prohibido. Y como éstas, existen una serie amplia de grandes regulaciones. Lo mismo, por ejemplo en el caso de América Latina: hay mucho misticismo con el libre comercio. Mientras hablamos del libre comercio se nos olvida que el 57% de todas las exportaciones latinoamericanas son exportaciones hechas por firmas multinacionales que operan en América Latina, en lo que se llama comercio intra-firma, que es comercio administrado. Entonces, es muy importante revisar este discurso.
En su libro "Globalización. Crítica a un paradigma" usted se refiere a la globalización con el nombre de "globalismo pop". ¿Podría aclararnos a qué se refiere específicamente esta caracterización de la globalización?
Sí, la otra vertiente de la globalización es lo que yo llamaría el "globalismo pop". Esta es una vertiente que no se inscribiría en el campo de la economía y de la historia económica, sino en el campo de la sociología del conocimiento, en el campo de la fabricación de las ideologías, de los mitos y de las fábulas de control. Esta es una ideología conservadora. Yo he llamado a esta ideología, a este discurso determinista, a este discurso fácil, que se pone de moda, que es, por otra parte, una oferta que siguen muchos públicos académicos y políticos, yo he llamado a eso "globalismo pop". Y el mismo tiene que ser estudiado como lo que es, un discurso del poder, una prédica que dice que no hay opciones, que el Estado se está desmantelando, en fin, todos los elementos contenidos en el discurso de la globalización que escuchamos a diario, como si hubiera una fuerza externa que dirimiera todos estos acontecimientos, y no hubiera nada que hacer. Una especie de sobredeterminación, es el TINA (There is not alternative). Y en realidad, lo que estamos planteando nosotros es que el análisis científico mostraría el TIAA (There is an alternative). Entonces, creo que una de las funciones centrales del libro "Globalización, Crítica a un paradigma", con los autores que nos han acompañado en este trabajo, entre los que destaca James Petras, ha sido primero que nada, construir un contradiscurso, pero desde una fundamentación científica.
¿Y cuál sería la alternativa?
Bueno, como usted comprenderá, esa es una pregunta que se hace mucho. Yo creo que, más bien, no es "si se puede construir"; ya se está construyendo, ya hay alternativas en proceso de construcción. ¿Dónde están las alternativas? Bueno, lo podemos ver en Argentina, lo podemos ver en el movimiento de democratización universitaria por acá y por allá. Lo podemos ver en los movimientos obreros en Francia, lo podemos ver en el movimiento de los Sin Tierra en Brasil, lo podemos ver en los movimientos de los campesinos cocaleros en Bolivia, lo podemos ver en todo ese flujo de fuerzas que está ahora aglutinándose alrededor del liderato de Chávez, aunque no sabemos qué podría pasar ahí, simplemente hay que observar con detalle. La alternativa ya está dándose, en el caso mexicano, pues lo tenemos prácticamente en el Movimiento Zapatista, que era algo que salió precisamente en momentos en que acababa de salir un libro que hablaba de la utopía desarmada y, bueno, fue muy interesante observar la contradicción entre la realidad y la retórica.
A partir de aquí, ¿qué articulación podemos establecer entre lucha de clases, imperialismo y Estado-Nación, para el caso de América Latina?
Para establecer dicha articulación hay que mirar dónde se está construyendo la alternativa, de tal suerte que parte de nuestra función para elaborar dichos fenómenos es precisamente la reapropiación de las palabras, de palabras fundamentales como la palabra imperialismo, la reapropiación del estudio de procesos centrales, como es la relación entre los procesos de internacionalización económica antes mencionados y las clases sociales, las afectadas y las beneficiadas, y las que a veces se benefician, y las que a veces no se benefician. Y en el caso mexicano es terriblemente importante. ¿Por qué? Porque en el caso mexicano ha habido una revolución social de 1910 a 1917 que dejó una herencia muy importante, que no se puede desechar tan fácilmente, que es el legado del nacionalismo revolucionario mexicano, que tiene una vertiente que es muy importante que es la del dominio de la nación sobre los recursos estratégicos. Y en estos momentos, si revisamos en detalle lo que está ocurriendo en el país, pues nos encontramos con que ya hay una resistencia muy significativa de parte del Sindicato Mexicano de Electricistas, por ejemplo, a los proyectos de privatización de la electricidad, que conlleva la privatización petrolera; y lo mismo sucede en otros sindicatos, los independientes de las universidades y otros sindicatos muy afectados por los procesos de privatización, que es como si dijéramos la joya del programa del Fondo Monetario Internacional: es el caso de los azucareros, aproximadamente el 80% de la planta sindical azucarera ha estado en huelga, ¿por qué? Porque la privatización ha sido un verdadero y rotundo fracaso. Entonces yo creo, que cuando los académicos vamos a responder a la pregunta que usted hace: ¿dónde están las alternativas?, debemos dejar a un lado esa actitud impotente: que las alternativas quién sabe por dónde andarán, por ahí. Eso es falso, están aquí. Nada más que hay que volver la vista y estudiar a la sociedad. En este momento, yo estoy por iniciar un trabajo de investigación a lo largo de todas las pequeñas poblaciones mexicanas, de aquí hasta la frontera, que han sido dejadas sin servicio de carga y sin servicio de pasajeros, por la privatización de los ferrocarriles. Y aquí estamos hablando entonces de las víctimas. Entonces, es terriblemente importante ver el predicamento de las víctimas; pero, también igualmente importante es ver las ventajas obtenidas por los beneficiarios. Estoy hablando de los señores Slim, estoy hablando de los megamillonarios, y estoy hablando de un proceso muy importante que vuelve a vincular esto con los problemas que se vienen dando en la relación de América Latina con los Estados Unidos, prácticamente desde la Guerra Civil para acá, y es lo que podríamos llamar, en el sentido estricto del término, la "presidencia imperial", que es una de sus características centrales. Por "presidencia imperial" no me estoy refiriendo aquí a lo que así llama Enrique Krauze, que no es otra cosa que la autocracia presidencial mexicana, esto es, una autocracia presidencial. Tiene otro significado, no se deben confundir los términos. La presidencia imperial, tal y como la describe muy bien Arthur Schlesinger en su libro "Imperial president" (La pesidencia imperial) de 1971, está localizada en Washington y tiene una característica muy especial que es la que se irá observando desde los setenta del siglo pasado en adelante: una muy fuerte supeditación de la política militar y exterior de los Estados Unidos a las necesidades del aparato estadounidense. Un aparato desde entonces agobiado por la sobreproducción, agobiado por crisis deflacionarias muy grandes, y con una necesidad, consecuentemente, de expandirse en los mercados y las inversiones. Toda la política de Blaine, por ejemplo, fue una política centrada en la necesidad de incorporar a América Latina, con acuerdos comerciales bilaterales. En 1889 y 1890, Blaine hizo ese esfuerzo en las Conferencias Interamericanas. Estos son los antecedentes del llamado Tratado Norteamericano de Libre Comercio, y entonces es terriblemente importante destacar que este proceso de centrifugación capitalista tiene un efecto sobre las sociedades en las que actúa. La misma sociedad estadounidense fue desestabilizada rotundamente. Para 1870 tenemos unas brutales represiones para con los huelguistas mineros y los huelguistas ferroviarios. Para eso hay que leer "A people's history of the United States" (La otra historia de Estados Unidos) de Howard Zinn, que es la historia desde la perspectiva de los afectados por el capitalismo estadounidense, para darse una idea de cómo el capitalismo desestabiliza hacia adentro a los Estados Unidos; pero también de cómo él mismo se estabiliza hacia afuera. Podemos observar así, cómo la expansión de este esquema, que es profundamente depredador, desestabiliza profundamente a México, desestabiliza profundamente a China, desestabiliza profundamente a El Salvador y al Caribe. Entonces, este proceso de desestabilidad es el que estamos viviendo ahora, que está programado fácticamente por el Fondo Monetario Internacional -porque quien lea las Cartas de Intención verá que esto es un diseño para generar una explosión social, porque es una hiperconcentración del ingreso, es un despojo salarial, todo lo que usted sabe…-, y que es acompañado paralelamente por la necesidad de establecer algún tipo de orden que permita otro ciclo de acumulación. A dicho proceso lo denominaremos una centripetación del poder policíaco militar, en manos de una presidencia imperial. Además, por su condición, tiene la capacidad de proyectar el poder policíaco militar para restablecer el orden desestabilizado por el accionar del capitalismo, del expansionismo y del imperialismo, específicamente. En el caso de México es muy claro. En México, en 1864 se producían más granos, más arroz, más frijoles, más maíz que en 1910, pero en 1910 teníamos muchos más ferrocarriles, estábamos mucho más modernizados, pero los campesinos habían sido despojados de sus tierras, como están siendo despojados hoy, habían sido pauperizados, proletarizados, etcétera. De tal suerte que dicha situación es un proceso que lleva a un estallido del porfiriato, a un estallido revolucionario en 1910. Y es por esa razón que las similitudes son tan grandes, a nivel histórico, entre lo que está ocurriendo ahora con el llamado neoliberalismo (que es la aplicación de los recetarios fondomonetaristas y del Banco Mundial, el llamado Consenso de Washington, que es el consenso "entre ellos") con el período porfirista, que yo me atrevo a sugerir que el nombre históricamente correcto para entender lo que está ocurriendo ahora, es el concepto de "neoporfirismo". Estamos viviendo en un neoporfirismo, tenemos muchos elementos que son grandes problemas hacia el siglo XXI, pero tenemos una cantidad de elementos regresivos del siglo XIX, cosas que creíamos superadas. Entonces, creo que así debe de estudiarse el imperialismo en la actualidad. Creo que no podemos hacer un planteamiento de cuáles son las alternativas, si no vemos qué es lo que se está creando, qué es lo que la población ya está creando como alternativas; y por otra parte, estudiar esto con ojos claros, conceptualmente y teóricamente claros, para lo cual, yo creo conveniente hacer esa suspensión fenomenológica de la que le hablaba antes.
GUILLERMO MAYR
22 de diciembre de 2010
Conversaciones (XXXIX). Paco Urondo - Julio Cortázar. Sobre ideas políticas y recuerdos porteños
A partir de 1950 comenzaron a gestarse cambios en el panorama poético argentino. Por esos años, el escritor argentino Juan Jacobo Bajarlía (1914-2005) publicaba un ensayo, "Literatura de vanguardia", en el que daba cuenta de la reciente aparición de una nueva tendencia vanguardista: el Invencionismo. Reunidos en torno a la revista "Poesía Buenos Aires" que dirigía el poeta Raúl Gustavo Aguirre (1927-1984), los poetas invencionistas mostraban una cierta influencia surrealista. Edgar Bayley (1919-1990), uno de los principales artífices de la neovanguardia invencionista, sostenía que en el lenguaje poético invencionista "la palabra entra en relaciones y, en vez de reducir o encerrar su poder poético como en el discurso lógico, tiende a liberarla, dotándola de una consistencia nueva, inventiva". Francisco "Paco" Urondo (1930-1976), por entonces poeta, y futuro periodista, académico y militante político, se integró a este proceso de renovación que se produjo en la poesía con sus primeros poemarios: "Historia antigua", "Dos poemas", "Breves" y "Lugares". En ellos, Urondo asimiló la influencia de dos grandes poetas disímiles entre sí, Oliverio Girondo (1891-1967) y Juan L. Ortiz (1896-1978), lo que habría de reconocer en uno de sus poemas: "Pero/ yo sé que soy culpable de los dolores/ que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades/ que lo van vaciando: quisiera saltar como Juan L. Ortiz, vociferar/ como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron/ de mano; segundo, no me sale bien y aquí/ empieza todo nuevamente: otro sufrimiento/ igual a diapasones y recursos/ que conozco perfectamente y que no vale la pena/ repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque/ tendré que ir reconociendo que no he sabido/ hacerme entender". Pero, a partir de "Nombres", Urondo agregó elementos coloquiales y comenzó a usar un lenguaje absolutamente personal, que lo convertirían en uno de los poetas argentinos más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Sus libros posteriores -"Del otro lado", "Adolecer", "Son memorias" y "Poemas póstumos"- confirmaron esa singularidad, que en ocasiones se advierte también en otros géneros que el poeta frecuentó en forma esporádica, como los relatos de "Todo eso" y "Al tacto" o su incursión en la dramaturgia con "Sainete con variaciones". Ya hacia fines de la década del '60 publicó el ensayo "Veinte años de poesía argentina" y colaboró en la escritura de varios guiones cinematográficos y televisivos. En los primeros años '70 alcanzó a publicar la novela "Los pasos previos" y el reportaje testimonial "La patria fusilada" antes de ingresar a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), las que luego fueran absorbidas por Montoneros, la organización armada nacionalista, católica y pretendidamente peronista (aunque el peronismo ortodoxo la rechazase y contribuyese en buena medida a su exterminio), en donde se dedicó de lleno a las tareas de prensa. Absurdamente fue trasladado a Mendoza en mayo de 1976 como parte de un plan de operaciones en un contexto que, ya por entonces, era de total derrota. Al mes siguiente murió en un enfrentamiento con el ejército. Como periodista había colaborado en diversos medios del país y del extranjero, entre ellos, "Primera Plana", "Panorama", "Crisis", "La Opinión" y "Noticias". En noviembre de 1970 Julio Cortázar (1914-1984) viajó a Chile para asistir a la asunción del presidente constitucional Salvador Allende (1908-1973) y luego pasó unos dias por Buenos Aires. Urondo, como periodista de la revista "Panorama", mantuvo con él una larga charla que, bajo el título "Julio Cortázar: el escritor y sus armas políticas" y editada por el propio Urondo, fue publicada en el nº 187 del 24 de noviembre de ese año.
P.U.: Usted acaba de sostener que las diferencias sociales podían ser el común denominador para los países de América Latina. Antes, había hablado de un destino socialista de esos países. El hecho de ir caminando hacia el socialismo, ¿es otro punto común, otro parámetro?
J.C.: Yo no diría caminando. Diría que a esta altura de las cosas, después de lo que ha hecho Cuba y de lo que estamos viendo en Chile (y las tentativas más tímidas pero interesantes en Bolivia y en Perú), parecería que cada vez más hay, aunque parezca una paradoja, una toma de conciencia inconsciente por parte de las grandes masas que, durante mucho tiempo, aceptaron su situación sin mayores protestas, salvo los grupos de choque. Pero toda esa masa indiferente, ese campesinado, fue sometida al régimen de gamonales, de los patrones y de los grandes capataces. Ahora tengo la impresión de que eso se está quedando rápidamente atrás, es decir que el último peoncito tiene ya, en el fondo de la cabeza, la noción de que algo puede pasar, de que algo va a pasar: un individuo que puede ser perfectamente incorporable a un movimiento que vaya hacia el socialismo. Y se irá en la medida en que tengamos los hombres, las vanguardias. Yo soy muy desconfiado del concepto de caudillo: cuando sale un Fidel Castro, vale la pena, pero cuando salen... bueno, para qué nombrarlos, los Somoza, los Trujillo y "compañía limitada"... Por eso no es fácil decir que estamos en camino hacia el socialismo. Yo creo que hay una cierta tendencia. Parecería que se están empezando a cumplir algunas condiciones básicas que facilitarían -que van a facilitar, de eso estoy convencido- un avance hacia la izquierda. Sería una ruptura de la alienación, del estado de enajenación de las grandes masas latinoamericanas.
P.U.: Habló usted también de la desnivelación social. ¿Cree que los problemas del hombre de América estarían resueltos con una nivelación económica?
J.C.: No, no lo creo. Por empezar, creo que esa nivelación se puede lograr, pero sólo a través de la revolución, como consecuencia de una revolución; pero yo dudo mucho que se pueda lograr por una vía reformista o progresista.
P.U.: ¿Tiene entonces dudas sobre el proceso chileno?
J.C.: Me parece que el gobierno de Chile, tal como se autodefine, puede tomar una serie de medidas y dar una serie de pasos bastante importantes y algunos bastante radicales. Pero tendremos que ver que pasará el día -si ese día llega- en que el gobierno intente o procure realmente dar el gran paso hacia un socialismo auténtico y no institucional. En ese momento creo que habrá toda clase de tentativas para echar abajo el gobierno, para neutralizarlo. Tentativas internas y tentativas con las complicidades externas obvias. Creo que en Chile puede darse un caso parecido al que se da en llamar el socialismo en Argelia. No conozco muy bien los problemas de Argelia, pero es obvio que el socialismo de Boumedienne es un socialismo bastante tímido.
P.U.: Si se concretase la liberación económica -sea como fuere- del continente, ¿cree que allí terminaría el proceso?
J.C.: No, por supuesto. Es fundamental que la gente coma, pero de que serviría que la gente coma y eso le dé un cierto equilibrio si es que sigue tan alienada como antes y sometida, por ejemplo, a la influencia yanqui en todos los aspectos. Viviría el mismo drama que viven las sociedades de consumo.
P.U.: En estos últimos ocho largos años que pasó fuera del país, han ocurrido estas cosas, estos cambios en América Latina y en usted. Al cabo de todo eso, usted ha regresado. ¿Cómo lo ve?
J.C.: Esto hará sonreír irónicamente a todos los que reprochan mi alejamiento. Afectivamente, sigo estando tan vinculado con la Argentina como cuando me fui. De aquí se podría inferir que cuando me fui yo no estaba muy vinculado y es verdad en alguna medida; yo me creo un argentino y he tenido siempre con la Argentina una relación de tipo amoroso, esa clase de vínculo con una mujer con la cual se tienen relaciones difíciles, profundamente amorosas, pero difíciles, continuos choque, continuas repulsas. Y cuando digo la Argentina, quizá tenga que decir América Latina, y Cuba también: en mi temperamento hay un montón de cosas que se adecuan mejor con lo europeo que con lo latinoamericano. Y me complace decirlo porque no decirlo sería una cobardía; es la verdad. Me importa un bledo que a partir de aquí vuelvan a acusarme de europeo disfrazado de latinoamericano. Por ejemplo, he llegado aquí a Buenos Aires hace dos o tres días; todo el mundo me decía que Buenos Aires estaba muy cambiado. Pero, por lo poco que he andado por la calle, no veo la ciudad nada cambiada: me siento como si mañana tuviera que dar examen en el Mariano Acosta, igual que cuando era estudiante. Es exactamente igual, no han pasado treinta años. A lo mejor es porque mi sentimiento del tiempo es un tanto anormal; yo vivo en un tiempo que es evidentemente distinto. Cada uno es loco a su manera, y yo tengo mi locura: mi espacio y mi tiempo son diferentes. Entonces vengo aquí a la Argentina y ya no digo ocho años: son veinte años los que están abolidos. Tengo que hacer un esfuerzo para aceptar que la confitería London ya no está como estaba, porque, en el fondo, me sigue pareciendo que está.
P.U.: Cuando usted vio la esquina y las obras de refacción, recordó que ahí empezaba y terminaba su novela "Los premios". Luego dijo que lo había entristecido verla así.
J.C.: Claro, me entristeció porque es el café de mi juventud, ese café donde yo me juntaba con todas mis novias y donde me encontraba con mis amigos y donde todos los mozos eran mis amigos. Y no sé, había una cosa en ese café que me gustaba. Ese café y el Boston, que desapareció antes; bueno, y que sé yo, y algunos Paulistas. Son "los cafés" y los cafés son un poco para mí como las galerías cubiertas en mis cuentos y en mis novelas: lugares mágicos de pasaje. Uno entra en un café y es una tierra de nadie, un punto donde uno va a encontrarse con alguien o a buscar algo, y cuando se sale siempre ha sucedido algo o puede suceder algo: los cafés son para mí una especie de puente. Entonces, claro, me entristeció ver que ya no es el London.
P.U.: Si, y parece que esta vez su esquema se hubiese dado al revés: es el café el que cambió; lo de afuera está como estaba.
J.C.: Una ciudad es muchas cosas, pero la estructura general de la ciudad, es decir, la cara de la ciudad, me ha parecido la misma. Lo vi al salir del subte. Me quedé asombrado al ver la calle Florida: estaba el monumento a Sáenz Peña, la casa Etam con su cartel luminoso, tal como yo los he visto siempre, tal como estaban hace veinte años.
P.U.: ¿Y recordó que la palabra Etam era "mate" al revés?
J.C.: Si, yo juego mucho con dar vuelta las palabras, porque además es un medio de conocimiento. Creo que los cabalistas tenían razón: en las palabras hay cosas muy extrañas.
P.U.: Además de los cabalistas, los reos usan el "vesre".
J.C.: Y seguro, porque los reos por algo son reos; no cualquiera es reo. Es una cosa que hay que merecerla, como ser loco. Desde luego: abogado es cualquiera, pero reo no es cualquiera; es una cosa muy importante.
P.U.: ¿Usted se considera un reo?
J.C.: Bueno, yo soy muy bien educado, como se habrá podido dar cuenta.
P.U.: ¿Pero se considera un tipo auténticamente de barrio?
J.C.: ¡Cómo no! Me crié en un suburbio, en Banfield, y me eduqué en el barrio de Once; viví en Villa del Parque y en Villa Devoto, que eran bastante espesos en esa época. He sido un tipo de andar por los cafés de La Paternal y de Villa Urquiza, que tienen lo suyo. Son esas las zonas de Buenos Aires que conozco mejor. Y el centro también.
P.U.: ¿Tipo del centro también?
J.C.: Si, sobre todo a partir de cierta edad.
P.U.: Tipo de barrio, tipo de centro; usted es tipo internacional, de mundo, si se quiere. Creo que esto tiene mucho que ver con usted y con su lenguaje, donde parecen hablar a veces esos reos y locos, por citar personajes que le resulten respetables. Me llamó la atención cómo el otro día se interesó cuando yo dije la palabra "yeite".
J.C.: Claro, porque para mí era "guille"; "yeite" es una novedad. Las denominaciones del dinero, por ejemplo; la primera vez que oí la palabra "luca", no supe lo que era porque en mi tiempo no se decía "luca".
P.U.: Creo que esto también tiene que ver. Que todo tiene que ver con todo.
J.C.: Yo también.
P.U.: Usted acaba de sostener que las diferencias sociales podían ser el común denominador para los países de América Latina. Antes, había hablado de un destino socialista de esos países. El hecho de ir caminando hacia el socialismo, ¿es otro punto común, otro parámetro?
J.C.: Yo no diría caminando. Diría que a esta altura de las cosas, después de lo que ha hecho Cuba y de lo que estamos viendo en Chile (y las tentativas más tímidas pero interesantes en Bolivia y en Perú), parecería que cada vez más hay, aunque parezca una paradoja, una toma de conciencia inconsciente por parte de las grandes masas que, durante mucho tiempo, aceptaron su situación sin mayores protestas, salvo los grupos de choque. Pero toda esa masa indiferente, ese campesinado, fue sometida al régimen de gamonales, de los patrones y de los grandes capataces. Ahora tengo la impresión de que eso se está quedando rápidamente atrás, es decir que el último peoncito tiene ya, en el fondo de la cabeza, la noción de que algo puede pasar, de que algo va a pasar: un individuo que puede ser perfectamente incorporable a un movimiento que vaya hacia el socialismo. Y se irá en la medida en que tengamos los hombres, las vanguardias. Yo soy muy desconfiado del concepto de caudillo: cuando sale un Fidel Castro, vale la pena, pero cuando salen... bueno, para qué nombrarlos, los Somoza, los Trujillo y "compañía limitada"... Por eso no es fácil decir que estamos en camino hacia el socialismo. Yo creo que hay una cierta tendencia. Parecería que se están empezando a cumplir algunas condiciones básicas que facilitarían -que van a facilitar, de eso estoy convencido- un avance hacia la izquierda. Sería una ruptura de la alienación, del estado de enajenación de las grandes masas latinoamericanas.
P.U.: Habló usted también de la desnivelación social. ¿Cree que los problemas del hombre de América estarían resueltos con una nivelación económica?
J.C.: No, no lo creo. Por empezar, creo que esa nivelación se puede lograr, pero sólo a través de la revolución, como consecuencia de una revolución; pero yo dudo mucho que se pueda lograr por una vía reformista o progresista.
P.U.: ¿Tiene entonces dudas sobre el proceso chileno?
J.C.: Me parece que el gobierno de Chile, tal como se autodefine, puede tomar una serie de medidas y dar una serie de pasos bastante importantes y algunos bastante radicales. Pero tendremos que ver que pasará el día -si ese día llega- en que el gobierno intente o procure realmente dar el gran paso hacia un socialismo auténtico y no institucional. En ese momento creo que habrá toda clase de tentativas para echar abajo el gobierno, para neutralizarlo. Tentativas internas y tentativas con las complicidades externas obvias. Creo que en Chile puede darse un caso parecido al que se da en llamar el socialismo en Argelia. No conozco muy bien los problemas de Argelia, pero es obvio que el socialismo de Boumedienne es un socialismo bastante tímido.
P.U.: Si se concretase la liberación económica -sea como fuere- del continente, ¿cree que allí terminaría el proceso?
J.C.: No, por supuesto. Es fundamental que la gente coma, pero de que serviría que la gente coma y eso le dé un cierto equilibrio si es que sigue tan alienada como antes y sometida, por ejemplo, a la influencia yanqui en todos los aspectos. Viviría el mismo drama que viven las sociedades de consumo.
P.U.: En estos últimos ocho largos años que pasó fuera del país, han ocurrido estas cosas, estos cambios en América Latina y en usted. Al cabo de todo eso, usted ha regresado. ¿Cómo lo ve?
J.C.: Esto hará sonreír irónicamente a todos los que reprochan mi alejamiento. Afectivamente, sigo estando tan vinculado con la Argentina como cuando me fui. De aquí se podría inferir que cuando me fui yo no estaba muy vinculado y es verdad en alguna medida; yo me creo un argentino y he tenido siempre con la Argentina una relación de tipo amoroso, esa clase de vínculo con una mujer con la cual se tienen relaciones difíciles, profundamente amorosas, pero difíciles, continuos choque, continuas repulsas. Y cuando digo la Argentina, quizá tenga que decir América Latina, y Cuba también: en mi temperamento hay un montón de cosas que se adecuan mejor con lo europeo que con lo latinoamericano. Y me complace decirlo porque no decirlo sería una cobardía; es la verdad. Me importa un bledo que a partir de aquí vuelvan a acusarme de europeo disfrazado de latinoamericano. Por ejemplo, he llegado aquí a Buenos Aires hace dos o tres días; todo el mundo me decía que Buenos Aires estaba muy cambiado. Pero, por lo poco que he andado por la calle, no veo la ciudad nada cambiada: me siento como si mañana tuviera que dar examen en el Mariano Acosta, igual que cuando era estudiante. Es exactamente igual, no han pasado treinta años. A lo mejor es porque mi sentimiento del tiempo es un tanto anormal; yo vivo en un tiempo que es evidentemente distinto. Cada uno es loco a su manera, y yo tengo mi locura: mi espacio y mi tiempo son diferentes. Entonces vengo aquí a la Argentina y ya no digo ocho años: son veinte años los que están abolidos. Tengo que hacer un esfuerzo para aceptar que la confitería London ya no está como estaba, porque, en el fondo, me sigue pareciendo que está.
P.U.: Cuando usted vio la esquina y las obras de refacción, recordó que ahí empezaba y terminaba su novela "Los premios". Luego dijo que lo había entristecido verla así.
J.C.: Claro, me entristeció porque es el café de mi juventud, ese café donde yo me juntaba con todas mis novias y donde me encontraba con mis amigos y donde todos los mozos eran mis amigos. Y no sé, había una cosa en ese café que me gustaba. Ese café y el Boston, que desapareció antes; bueno, y que sé yo, y algunos Paulistas. Son "los cafés" y los cafés son un poco para mí como las galerías cubiertas en mis cuentos y en mis novelas: lugares mágicos de pasaje. Uno entra en un café y es una tierra de nadie, un punto donde uno va a encontrarse con alguien o a buscar algo, y cuando se sale siempre ha sucedido algo o puede suceder algo: los cafés son para mí una especie de puente. Entonces, claro, me entristeció ver que ya no es el London.
P.U.: Si, y parece que esta vez su esquema se hubiese dado al revés: es el café el que cambió; lo de afuera está como estaba.
J.C.: Una ciudad es muchas cosas, pero la estructura general de la ciudad, es decir, la cara de la ciudad, me ha parecido la misma. Lo vi al salir del subte. Me quedé asombrado al ver la calle Florida: estaba el monumento a Sáenz Peña, la casa Etam con su cartel luminoso, tal como yo los he visto siempre, tal como estaban hace veinte años.
P.U.: ¿Y recordó que la palabra Etam era "mate" al revés?
J.C.: Si, yo juego mucho con dar vuelta las palabras, porque además es un medio de conocimiento. Creo que los cabalistas tenían razón: en las palabras hay cosas muy extrañas.
P.U.: Además de los cabalistas, los reos usan el "vesre".
J.C.: Y seguro, porque los reos por algo son reos; no cualquiera es reo. Es una cosa que hay que merecerla, como ser loco. Desde luego: abogado es cualquiera, pero reo no es cualquiera; es una cosa muy importante.
P.U.: ¿Usted se considera un reo?
J.C.: Bueno, yo soy muy bien educado, como se habrá podido dar cuenta.
P.U.: ¿Pero se considera un tipo auténticamente de barrio?
J.C.: ¡Cómo no! Me crié en un suburbio, en Banfield, y me eduqué en el barrio de Once; viví en Villa del Parque y en Villa Devoto, que eran bastante espesos en esa época. He sido un tipo de andar por los cafés de La Paternal y de Villa Urquiza, que tienen lo suyo. Son esas las zonas de Buenos Aires que conozco mejor. Y el centro también.
P.U.: ¿Tipo del centro también?
J.C.: Si, sobre todo a partir de cierta edad.
P.U.: Tipo de barrio, tipo de centro; usted es tipo internacional, de mundo, si se quiere. Creo que esto tiene mucho que ver con usted y con su lenguaje, donde parecen hablar a veces esos reos y locos, por citar personajes que le resulten respetables. Me llamó la atención cómo el otro día se interesó cuando yo dije la palabra "yeite".
J.C.: Claro, porque para mí era "guille"; "yeite" es una novedad. Las denominaciones del dinero, por ejemplo; la primera vez que oí la palabra "luca", no supe lo que era porque en mi tiempo no se decía "luca".
P.U.: Creo que esto también tiene que ver. Que todo tiene que ver con todo.
J.C.: Yo también.
GUILLERMO MAYR
19 de diciembre de 2010
Entremeses literarios (CXXII)
EL CAZADOR DE UNICORNIOS
Aldo Pellegrini
Argentina (1903-1973)
EL GUARDA: ¿Adónde va usted?
EL CAZADOR: Allí. Al bosque.
EL GUARDA: Ese bosque es un coto de caza. ¿Qué va a hacer usted?
EL CAZADOR: Justamente voy a cazar.
EL GUARDA: ¿Tiene su licencia para cazar?
EL CAZADOR: No.
EL GUARDA: Allí, sentado a esa mesa, está el superintendente de caza. Debe usted cumplir los trámites de la licencia.
(El cazador se acerca a la mesa.)
EL SUPERINTENDENTE: ¿Qué caza usted?
EL CAZADOR: Unicornios.
EL SUPERINTENDENTE: (Levanta la cabeza fugazmente y lo mira). Muy bien. (Escribe:) U-ni-cor-nios. ¿Con qué objeto los caza?
EL CAZADOR: ¿Cómo, con qué objeto?
EL SUPERINTENDENTE: En esta planilla hay una línea que dice: "Objeto de la caza". Quiere decir con qué fin caza usted ese animal. Esta línea tiene que ser llenada, si no, no hay licencia. ¿Lo entiende usted?
EL CAZADOR: Objeto de la caza... objeto de la caza... ¿No se puede cazar sin objeto? ¿Cazar porque sí? ¿Cazar por cazar?
EL SUPERINTENDENTE: No, señor. Una caza sin objeto no está permitida. Demasiada gente hace cosas sin objeto en el mundo. Por esa razón nada tiene sentido. La caza es una cosa seria y debe tener un objeto.
EL CAZADOR: Con perdón de usted. Yo nunca he hecho nada que tuviera objeto, y hasta ahora me ha ido muy bien. Soy feliz y pienso seguir así.
EL SUPERINTENDENTE: Lo que haga usted de su vida no me importa, salvo en este problema de la caza. Su caza tiene que tener objeto. ¿Me entiende bien? Tiene que tener objeto.
(El cazador mira un poco desconcertado.)
EL GUARDA: Usted me resulta simpático. Quisiera solucionarle este problema. El superintendente le pregunta si caza para comer el animal, es decir, para aprovechar la carne, o quizás para aprovechar la piel, es decir, con objeto alimenticio o industrial.
EL CAZADOR: En realidad con ninguno de los dos objetos. Cazo unicornios por su espíritu.
EL GUARDA: Bueno, el espíritu no es una cosa útil. Usted en realidad hace lo que se llama "caza deportiva"; es decir que usted caza por el puro placer de cazar.
EL CAZADOR: No me produce ningún placer cazar espíritus. Más bien me produce cierto grado de tristeza.
EL GUARDA: ¿Y por qué los caza si le produce tristeza?
EL CAZADOR: ¿Cómo explicarle...? Para mí, cazar espíritus es una especie de necesidad.
EL GUARDA: ¿Qué clase de necesidad?
EL CAZADOR: Una necesidad... digamos... espiritual.
EL GUARDA: Pero, ¿por qué no caza espíritus de hombres? Son más frecuentes... a veces los encuentra a la vuelta de cualquier esquina.
EL CAZADOR: Sí; sé que cazar espíritus de hombres es lo normal, y lo hacen todos los que pueden, es decir, aquellos que tienen cierto grado de poder. Yo nunca he tenido poder... nunca... Pero todavía hay algo más...
EL GUARDA: ¿Qué más?
EL CAZADOR: Para conseguir espíritus de hombres hay que masacrar a los hombres... y yo... me avergüenza un poco decirlo... (Muy tímidamente) soy humanitario.
EL GUARDA: Pero no se avergüence... ¡es encantador! Ser humanitario... es encantador. ¿Por qué avergonzarse? Todavía no está penado por la ley.
EL CAZADOR: Sí, indudablemente... Pero esas inhibiciones lo vuelven a uno... ¿cómo decir? Le dan a uno un aspecto un poco estúpido.
EL GUARDA: Yo no lo creo así... no, no... Ahora bien, quisiera que me aclarara una duda. Usted debe saber mucho sobre el espíritu. Se habla tanto de él... yo mismo... lo menciono en mis conversaciones... pero, a decir verdad, no sé lo que es. Dígamelo usted. ¿Qué es en realidad el espíritu?
EL CAZADOR: Justamente por esa razón me dedico a la caza de espíritus. Yo tampoco sé lo que es.
(El superintendente, que ha estado escribiendo, levanta la cabeza y dice:)
EL SUPERINTENDENTE: Bien, señor, quedamos en que el objeto de su caza es el espíritu. Está bien, es admisible; es un objeto como cualquier otro... pero como no figura en la lista que tengo aquí de objetos probables, tendrá que esperar.
EL CAZADOR: ¿Qué tengo que esperar?
EL SUPERINTENDENTE: A que consulte al ministerio del ramo. Debo saber si el espíritu está incluido en la nómina de objetos útiles y honorables.
ALMAS PERDIDAS
Ricardo Sumalavia
Perú (1968)
Aquella vez, en la cantina de Don Claudio, perdí hasta el alma jugando a los dados. En una segunda oportunidad, no sólo la recuperé, sino que, incluso, regresé a casa con mucho dinero y otras tres almas que metí dentro de una caja de cartón y guardé en el compartimento superior del closet. Uno nunca sabe el valor que puede adquirir lo que no se ve.
EL CALLEJON DE LOS CIEGOS
Triunfo Arciniegas
Colombia (1957)
Una pareja de ciegos hace el amor de pie en el callejón. El hombre se afana detrás de la mujer, como si tratara de coronar una montaña, sus dedos resbalan en la tierra del deseo. Paso en silencio. Tropiezo con un bulto, tal vez su equipaje de vagabundos. Los ciegos se detienen un instante, giran la cabeza como pájaros y en mi delirio creo que sus ojos alumbran como tizones. Luego reanudan su asunto. Acosado por los gemidos, me alejo.
AÑOS
Cesare Pavese
Italia (1908-1950)
De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:
- ¿Con qué finalidad? -Hablábamos en voz baja, a oscuras.
Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca. Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme. Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:
- Es bonito ser sinceros, como nosotros.
- ¡Oh, Silvia! -susurré-, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré?
Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica.
- Bobo -dijo-, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.
Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba paciente.
- Tú eres como una prostituta -le dije- y siempre lo has sido.
Silvia no abrió los ojos.
- ¿Estás mejor ahora que lo has dicho? -me dijo.
Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro. Luego Silvia me dijo:
- Ya basta. Tengo que levantarme.
Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, junto a la ventana, y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo. Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y, de repente, Silvia se puso de pie y corrió a apagar el café que se derramaba. Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla. Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.
MARIA Y JOSE EN PALESTINA 2010
James Petras
Estados Unidos (1937)
Los tiempos corrían duros para José y María. La burbuja inmobiliaria había explotado. El desempleo se había disparado entre los trabajadores de la construcción. No había forma de encontrar trabajo, ni siquiera para un hábil carpintero. Sin embargo, la construcción de asentamientos seguía adelante, mayoritariamente financiados por el dinero de los judíos estadounidenses, las contribuciones de los especuladores de Wall Street y los propietarios de los antros de juego. "Menos mal -pensó José- que tenemos unas cuantas ovejas y olivos y que María cría unos cuantos pollos". Pero José estaba preocupado: "Queso y aceitunas no bastan para alimentar a un niño que está creciendo. María va a dar a luz a nuestro hijo cualquier día de estos". En sus sueños anhelaba un muchacho robusto trabajando a su lado… multiplicando los panes y los peces. Los colonos menospreciaban a José. Rara vez asistía a la sinagoga y en las principales fiestas sagradas llegaba siempre tarde para evitar el pago del diezmo. Su sencilla casita estaba situada en una quebrada cercana a un manantial que fluía todo el año. Era el sitio ideal para cualquier expansión de asentamientos. Por eso cuando José se retrasó en el pago del impuesto sobre la propiedad, los colonos se apropiaron de su casa, desalojando por la fuerza a José y María y ofreciéndoles un billete de ida para el autobús que iba a Jerusalén. José, nacido y criado en las áridas colinas, se defendió y ensangrentó a no pocos colonos con sus puños endurecidos por el trabajo. Pero al final tuvo que sentarse magullado en su lecho nupcial bajo el olivo, con desesperación negra. María, mucho más joven, sentía ya los movimientos del bebé. Su hora estaba próxima. "Tenemos que encontrar un refugio, José, tenemos que marcharnos… no es momento para venganzas", suplicó. José, que creía en el "ojo por ojo y diente por diente" de los profetas del Antiguo Testamento, acabó aceptando de mala gana. Por tanto, tuvo que vender sus ovejas, pollos y otras pertenencias a un vecino árabe para comprar un carro con un burro. Lo cargó con el colchón, algunas ropas, queso, aceitunas, huevos y así se encaminaron hacia la Ciudad Santa. El camino que debía seguir el burro era pedregoso y lleno de baches. María hacía una mueca de dolor con cada sacudida; le preocupaba que el traqueteo pudiera dañar al bebé. Pero había algo aún peor, este era el camino que forzosamente debían seguir los palestinos, con controles militares situados a cada paso. Nadie le había dicho a José que, como judío, podría haber tomado una carretera suavemente pavimentada, prohibida para los árabes. En el primer bloqueo de carretera, José vio una larga fila de árabes esperando. Señalando a su embarazada mujer, José preguntó a los palestinos, medio en árabe, medio en hebreo, si podían adelantarles. Le abrieron paso y la pareja siguió adelante. Un joven soldado levantó su rifle y ordenó a José y María que bajaran del carro. José descendió e hizo un gesto hacia la barriga de su esposa. El soldado soltó una risita y se volvió hacia sus camaradas: "Ese árabe viejo le ha hecho un bombo a la chica que compró por una docena de ovejas y ahora quiere un pase libre". José, rojo de rabia, gritó en un ronco hebreo: "Soy judío. Pero, a diferencia de vosotros… respeto a las mujeres embarazadas". El soldado empujó a José con su rifle y le ordenó que retrocediera: "Eres peor que un árabe, eres un judío viejo que se folla a muchachas árabes". María, asustada por el intercambio de exabruptos, se volvió hacia su marido y gritó: "Basta José, o acabarán disparándote y nuestro niño se quedará huérfano". Con grandes dificultades, María descendió del carro. Desde la garita de guardia llegó un oficial que después llamó a una soldado: "Eh, Judi, ve a mirar qué tiene bajo el vestido, no sea que vaya cargada de bombas". "¿Qué pasa? ¿Ya no te gusta que te toquen?", ladró Judith en hebreo con acento de Brooklyn. Mientras los soldados discutían, María se inclinó hacia José buscando apoyo. Finalmente, los soldados llegaron a un acuerdo. "Súbete el vestido y ven aquí", ordenó Judith. María palideció de vergüenza. José se enfrentó desesperado a las pistolas. Los soldados se rieron y señalaron hacia los pechos hinchados de María, bromeando acerca de un terrorista no nato con manos árabes y cerebro judío. José y María continuaron su camino hacia la Ciudad Santa. A lo largo de todo el camino, tuvieron que ir parando con frecuencia a causa de los controles. En todas y cada una de las ocasiones tuvieron que sufrir más retrasos, más indignidades y más insultos gratuitos escupidos por sefardíes y asquenazíes, por hombres y mujeres, laicos y religiosos, todos ellos soldados del Pueblo Elegido. Atardecía ya cuando María y José llegaron finalmente hasta el Muro. Las puertas se cerraban por la noche. María gritó de dolor: "José, siento que el niño viene ya. Por favor, haz algo, rápido". A José le entró el pánico. Vio las luces de un pequeño pueblo cercano y, dejando a María en el carro, corrió hasta la casa más próxima y golpeó la puerta con el puño. Una mujer palestina abrió un poco la puerta y atisbó en la oscuridad la cara agitada de José. "¿Quién eres tú? ¿Qué quieres?". "Soy José, un carpintero de las colinas de Hebrón. Mi mujer está a punto de dar a luz, necesito un refugio para proteger a María y al bebé". Señalando hacia María, que se había quedado en el carro, José suplicó en su extraña mezcla de hebreo y árabe. "Bien, hablas como un judío pero pareces árabe", dijo la mujer palestina riendo mientras volvía con él hacia el carro. El rostro de María estaba crispado de dolor y miedo: sus contracciones eran ya más frecuentes e intensas. La mujer ordenó a José que metiera el carro en un establo donde guardaban las ovejas y las gallinas. Tan pronto como entraron, María gritó de dolor y la mujer palestina, a la que se había unido ahora una partera de la vecindad, ayudó rápidamente a la joven madre a tumbarse en un lecho de paja. Así fue como el niño vino al mundo, mientras José lo observaba todo con el corazón encogido. Y sucedió después que los pastores, al regresar de sus campos, oyeron los gritos de alegría por el nacimiento y corrieron al establo con sus rifles y leche fresca de cabra sin saber si había amigos o enemigos, judíos o árabes. Cuando entraron en el establo y vieron a la madre con el bebé, dejaron a un lado sus armas y ofrecieron la leche a María que les dio las gracias en hebreo y en árabe. Los pastores estaban sorprendidos y maravillados: ¿quién era esa gente extraña, una pareja de judíos pobres que venían en paz con un burro y un carro con letras árabes? Las noticias sobre el extraño nacimiento de un niño judío justo fuera del Muro en un establo palestino corrieron veloces por doquier. Muchos vecinos entraron y contemplaron a María, el bebé y José. Mientras tanto, los soldados israelíes, equipados con lentes de visión nocturna informaron desde sus torres de vigilancia orientadas sobre la zona palestina: "Los árabes se están reuniendo justo fuera del Muro, en un establo, alumbrándose con velas". Las puertas que había en la parte baja de las torres de vigilancia se abrieron velozmente y varios vehículos blindados con luces brillantes, seguidos de soldados armados hasta los dientes, salieron y rodearon el establo, los aldeanos reunidos y la casa de la mujer palestina. Un altavoz aullaba: "Salgan fuera con las manos en alto o empezaremos a disparar". Todos salieron del establo junto con José, que se adelantó con las manos extendidas hacia el cielo diciendo: "Mi mujer, María, no puede cumplir vuestra orden. Está amamantando al pequeño Jesús".
AHORA QUE ESTAMOS CASI ESTABLECIDOS EN NUESTRA CASA
William Butler Yeats
Irlanda (1865-1939)
Ahora que estamos casi establecidos en nuestra casa, nombraré a esos amigos que ya no pueden cenar con nosotros. Junto al fuego en la antigua torre, conversando hasta muy tarde, subiendo al dormitorio por la angosta escalera de caracol... Descubridores de la olvidada verdad o simples compañeros de mi juventud, todos han muerto y esta noche están en mi pensamiento. Ellos fueron mis colegas íntimos muchos años, como si formaran parte de mi vida y mi mente, y sin embargo ahora sus rostros sin vida parecen contemplarnos desde el viejo grabado de algún libro. Estoy acostumbrado a su falta de vida.
EL IDIOTA
Gabriel Jiménez Emán
Venezuela (1950)
Cuando el sabio señaló la luna, el idiota se quedó mirando el dedo del sabio, y vio que se trataba del índice. Era un dedo arrugado, envuelto en una epidemis desgastada, cuyo tejido anterior se hacía tan fino que el espesor de la sangre, fragmentado en pequeños puntos rojos, se dividía a su vez en forma de tabique debido a las líneas irregulares que en grupos de cinco separaban a las falanginas de las falangetas. Por la parte posterior, en la superficie de los nudillos, estas líneas eran más numerosas y parecían nervaduras de hoja, pues el sabio era tan viejo que la piel del nudillo era un pellejo de consistencia inerte, y hasta tenía ciertas marcas de los mordiscos leves que el sabio le había dado en los momentos de reflexión. En los demás dedos del sabio había ciertos vellos que el idiota apenas conseguía registrar con el ojo, tal era su concentración en el índice, distintos de aquellos por ser lampiño, con los poros más grandes y de una uña más pronunciada, curva y de una pátina tenue de amarillo. Su superficie se adivinaba casi tan lisa como la de un cristal, y brillaba. El contorno de la cutícula estaba perfectamente dibujado; no había en su línea cóncava ni el más mínimo desprendimiento. El nacimiento de la próxima uña, blanco y puntiagudo, formaba con la cutícula un óvalo que el sabio miraba a veces, encontrando en él una especie de centro universal cuyo significado desconocía. Se detuvo por fin el idiota en la parte superior de la uña, que coincidía exactamente con el nivel de la yema y cuyo borde se inclinaba hacia abajo. Allí el idiota vio, perfectamente reflejada y redonda, a la luna.
LOUVRE
César Vallejo
Perú (1892-1938)
Un día que salía yo del Louvre, a un amigo que encontré en la puerta del mueso y que me preguntó adónde iba, le dije:
- Al museo del Louvre.
ESPIRAL
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)
Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro, Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca. Como en un espejo, uno de los dos era falaz. "¿Quién sueña a quién?", exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol. De un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.
DESNUDA, CON UN CUERVO
Miguel Angel de Rus
España (1963)
Me hizo posar desnuda, con un cuervo sobre uno de mis hombros. Hacía frio en su estudio y sentí mis senos duros y mis pezones erectos, la piel erizada. Me puso un collar de perlas al cuello. Quedó satisfecho de cómo estaba todo. Se alejó con paso indeciso hacia su cámara, se giró, se colocó tras el objetivo y me pidió con voz trémula que cerrara los ojos. Entre los disparos de su cámara fotográfica sentí sus jadeos. Sabía que estaba excitado y eso me hacía sentir poderosa. Sin moverme, sin hacer nada, sólo con mi belleza, el era un hombre convulso, un esclavo. Entreabrí los ojos y contemplé el efecto que hacía en mis pezones el bálsamo que me había frotado. ¡Creí que iban a reventar! En cierta forma, yo también estaba excitada. En ese momento escuché un golpe fuerte, pastoso, como de un saco de grasa, y un ruido metálico. Algunos papeles cayeron revoloteando lentos de la mesa que tenía a su lado. El cuervo aleteó asustado, saltó lejos de mí. Contemplé sobresaltada; aquel tipo estaba en el suelo, sin duda exánime.Me acerqué a él. Había dejado de respirar. Comprendí que tenía que actuar rápido. Extraje la cartera de su pantalón y saqué el dinero que me debía por mi trabajo de modelo. Era el segundo fotógrafo que se moría en lo que iba de año. Me repugna el modo en que son incapaces de controlar sus instintos. "Todos los hombres son unos simples mamiferos", dije despectiva. Me puse mi vestido de tirantes y salí dejando la puerta abierta. El aire tibio de la calle era agradable. Quiza debiera cambiar de profesión.
Aldo Pellegrini
Argentina (1903-1973)
EL GUARDA: ¿Adónde va usted?
EL CAZADOR: Allí. Al bosque.
EL GUARDA: Ese bosque es un coto de caza. ¿Qué va a hacer usted?
EL CAZADOR: Justamente voy a cazar.
EL GUARDA: ¿Tiene su licencia para cazar?
EL CAZADOR: No.
EL GUARDA: Allí, sentado a esa mesa, está el superintendente de caza. Debe usted cumplir los trámites de la licencia.
(El cazador se acerca a la mesa.)
EL SUPERINTENDENTE: ¿Qué caza usted?
EL CAZADOR: Unicornios.
EL SUPERINTENDENTE: (Levanta la cabeza fugazmente y lo mira). Muy bien. (Escribe:) U-ni-cor-nios. ¿Con qué objeto los caza?
EL CAZADOR: ¿Cómo, con qué objeto?
EL SUPERINTENDENTE: En esta planilla hay una línea que dice: "Objeto de la caza". Quiere decir con qué fin caza usted ese animal. Esta línea tiene que ser llenada, si no, no hay licencia. ¿Lo entiende usted?
EL CAZADOR: Objeto de la caza... objeto de la caza... ¿No se puede cazar sin objeto? ¿Cazar porque sí? ¿Cazar por cazar?
EL SUPERINTENDENTE: No, señor. Una caza sin objeto no está permitida. Demasiada gente hace cosas sin objeto en el mundo. Por esa razón nada tiene sentido. La caza es una cosa seria y debe tener un objeto.
EL CAZADOR: Con perdón de usted. Yo nunca he hecho nada que tuviera objeto, y hasta ahora me ha ido muy bien. Soy feliz y pienso seguir así.
EL SUPERINTENDENTE: Lo que haga usted de su vida no me importa, salvo en este problema de la caza. Su caza tiene que tener objeto. ¿Me entiende bien? Tiene que tener objeto.
(El cazador mira un poco desconcertado.)
EL GUARDA: Usted me resulta simpático. Quisiera solucionarle este problema. El superintendente le pregunta si caza para comer el animal, es decir, para aprovechar la carne, o quizás para aprovechar la piel, es decir, con objeto alimenticio o industrial.
EL CAZADOR: En realidad con ninguno de los dos objetos. Cazo unicornios por su espíritu.
EL GUARDA: Bueno, el espíritu no es una cosa útil. Usted en realidad hace lo que se llama "caza deportiva"; es decir que usted caza por el puro placer de cazar.
EL CAZADOR: No me produce ningún placer cazar espíritus. Más bien me produce cierto grado de tristeza.
EL GUARDA: ¿Y por qué los caza si le produce tristeza?
EL CAZADOR: ¿Cómo explicarle...? Para mí, cazar espíritus es una especie de necesidad.
EL GUARDA: ¿Qué clase de necesidad?
EL CAZADOR: Una necesidad... digamos... espiritual.
EL GUARDA: Pero, ¿por qué no caza espíritus de hombres? Son más frecuentes... a veces los encuentra a la vuelta de cualquier esquina.
EL CAZADOR: Sí; sé que cazar espíritus de hombres es lo normal, y lo hacen todos los que pueden, es decir, aquellos que tienen cierto grado de poder. Yo nunca he tenido poder... nunca... Pero todavía hay algo más...
EL GUARDA: ¿Qué más?
EL CAZADOR: Para conseguir espíritus de hombres hay que masacrar a los hombres... y yo... me avergüenza un poco decirlo... (Muy tímidamente) soy humanitario.
EL GUARDA: Pero no se avergüence... ¡es encantador! Ser humanitario... es encantador. ¿Por qué avergonzarse? Todavía no está penado por la ley.
EL CAZADOR: Sí, indudablemente... Pero esas inhibiciones lo vuelven a uno... ¿cómo decir? Le dan a uno un aspecto un poco estúpido.
EL GUARDA: Yo no lo creo así... no, no... Ahora bien, quisiera que me aclarara una duda. Usted debe saber mucho sobre el espíritu. Se habla tanto de él... yo mismo... lo menciono en mis conversaciones... pero, a decir verdad, no sé lo que es. Dígamelo usted. ¿Qué es en realidad el espíritu?
EL CAZADOR: Justamente por esa razón me dedico a la caza de espíritus. Yo tampoco sé lo que es.
(El superintendente, que ha estado escribiendo, levanta la cabeza y dice:)
EL SUPERINTENDENTE: Bien, señor, quedamos en que el objeto de su caza es el espíritu. Está bien, es admisible; es un objeto como cualquier otro... pero como no figura en la lista que tengo aquí de objetos probables, tendrá que esperar.
EL CAZADOR: ¿Qué tengo que esperar?
EL SUPERINTENDENTE: A que consulte al ministerio del ramo. Debo saber si el espíritu está incluido en la nómina de objetos útiles y honorables.
ALMAS PERDIDAS
Ricardo Sumalavia
Perú (1968)
Aquella vez, en la cantina de Don Claudio, perdí hasta el alma jugando a los dados. En una segunda oportunidad, no sólo la recuperé, sino que, incluso, regresé a casa con mucho dinero y otras tres almas que metí dentro de una caja de cartón y guardé en el compartimento superior del closet. Uno nunca sabe el valor que puede adquirir lo que no se ve.
EL CALLEJON DE LOS CIEGOS
Triunfo Arciniegas
Colombia (1957)
Una pareja de ciegos hace el amor de pie en el callejón. El hombre se afana detrás de la mujer, como si tratara de coronar una montaña, sus dedos resbalan en la tierra del deseo. Paso en silencio. Tropiezo con un bulto, tal vez su equipaje de vagabundos. Los ciegos se detienen un instante, giran la cabeza como pájaros y en mi delirio creo que sus ojos alumbran como tizones. Luego reanudan su asunto. Acosado por los gemidos, me alejo.
AÑOS
Cesare Pavese
Italia (1908-1950)
De lo que era yo entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:
- ¿Con qué finalidad? -Hablábamos en voz baja, a oscuras.
Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca. Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme. Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:
- Es bonito ser sinceros, como nosotros.
- ¡Oh, Silvia! -susurré-, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré?
Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica.
- Bobo -dijo-, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.
Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba paciente.
- Tú eres como una prostituta -le dije- y siempre lo has sido.
Silvia no abrió los ojos.
- ¿Estás mejor ahora que lo has dicho? -me dijo.
Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro. Luego Silvia me dijo:
- Ya basta. Tengo que levantarme.
Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, junto a la ventana, y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo. Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y, de repente, Silvia se puso de pie y corrió a apagar el café que se derramaba. Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla. Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.
MARIA Y JOSE EN PALESTINA 2010
James Petras
Estados Unidos (1937)
Los tiempos corrían duros para José y María. La burbuja inmobiliaria había explotado. El desempleo se había disparado entre los trabajadores de la construcción. No había forma de encontrar trabajo, ni siquiera para un hábil carpintero. Sin embargo, la construcción de asentamientos seguía adelante, mayoritariamente financiados por el dinero de los judíos estadounidenses, las contribuciones de los especuladores de Wall Street y los propietarios de los antros de juego. "Menos mal -pensó José- que tenemos unas cuantas ovejas y olivos y que María cría unos cuantos pollos". Pero José estaba preocupado: "Queso y aceitunas no bastan para alimentar a un niño que está creciendo. María va a dar a luz a nuestro hijo cualquier día de estos". En sus sueños anhelaba un muchacho robusto trabajando a su lado… multiplicando los panes y los peces. Los colonos menospreciaban a José. Rara vez asistía a la sinagoga y en las principales fiestas sagradas llegaba siempre tarde para evitar el pago del diezmo. Su sencilla casita estaba situada en una quebrada cercana a un manantial que fluía todo el año. Era el sitio ideal para cualquier expansión de asentamientos. Por eso cuando José se retrasó en el pago del impuesto sobre la propiedad, los colonos se apropiaron de su casa, desalojando por la fuerza a José y María y ofreciéndoles un billete de ida para el autobús que iba a Jerusalén. José, nacido y criado en las áridas colinas, se defendió y ensangrentó a no pocos colonos con sus puños endurecidos por el trabajo. Pero al final tuvo que sentarse magullado en su lecho nupcial bajo el olivo, con desesperación negra. María, mucho más joven, sentía ya los movimientos del bebé. Su hora estaba próxima. "Tenemos que encontrar un refugio, José, tenemos que marcharnos… no es momento para venganzas", suplicó. José, que creía en el "ojo por ojo y diente por diente" de los profetas del Antiguo Testamento, acabó aceptando de mala gana. Por tanto, tuvo que vender sus ovejas, pollos y otras pertenencias a un vecino árabe para comprar un carro con un burro. Lo cargó con el colchón, algunas ropas, queso, aceitunas, huevos y así se encaminaron hacia la Ciudad Santa. El camino que debía seguir el burro era pedregoso y lleno de baches. María hacía una mueca de dolor con cada sacudida; le preocupaba que el traqueteo pudiera dañar al bebé. Pero había algo aún peor, este era el camino que forzosamente debían seguir los palestinos, con controles militares situados a cada paso. Nadie le había dicho a José que, como judío, podría haber tomado una carretera suavemente pavimentada, prohibida para los árabes. En el primer bloqueo de carretera, José vio una larga fila de árabes esperando. Señalando a su embarazada mujer, José preguntó a los palestinos, medio en árabe, medio en hebreo, si podían adelantarles. Le abrieron paso y la pareja siguió adelante. Un joven soldado levantó su rifle y ordenó a José y María que bajaran del carro. José descendió e hizo un gesto hacia la barriga de su esposa. El soldado soltó una risita y se volvió hacia sus camaradas: "Ese árabe viejo le ha hecho un bombo a la chica que compró por una docena de ovejas y ahora quiere un pase libre". José, rojo de rabia, gritó en un ronco hebreo: "Soy judío. Pero, a diferencia de vosotros… respeto a las mujeres embarazadas". El soldado empujó a José con su rifle y le ordenó que retrocediera: "Eres peor que un árabe, eres un judío viejo que se folla a muchachas árabes". María, asustada por el intercambio de exabruptos, se volvió hacia su marido y gritó: "Basta José, o acabarán disparándote y nuestro niño se quedará huérfano". Con grandes dificultades, María descendió del carro. Desde la garita de guardia llegó un oficial que después llamó a una soldado: "Eh, Judi, ve a mirar qué tiene bajo el vestido, no sea que vaya cargada de bombas". "¿Qué pasa? ¿Ya no te gusta que te toquen?", ladró Judith en hebreo con acento de Brooklyn. Mientras los soldados discutían, María se inclinó hacia José buscando apoyo. Finalmente, los soldados llegaron a un acuerdo. "Súbete el vestido y ven aquí", ordenó Judith. María palideció de vergüenza. José se enfrentó desesperado a las pistolas. Los soldados se rieron y señalaron hacia los pechos hinchados de María, bromeando acerca de un terrorista no nato con manos árabes y cerebro judío. José y María continuaron su camino hacia la Ciudad Santa. A lo largo de todo el camino, tuvieron que ir parando con frecuencia a causa de los controles. En todas y cada una de las ocasiones tuvieron que sufrir más retrasos, más indignidades y más insultos gratuitos escupidos por sefardíes y asquenazíes, por hombres y mujeres, laicos y religiosos, todos ellos soldados del Pueblo Elegido. Atardecía ya cuando María y José llegaron finalmente hasta el Muro. Las puertas se cerraban por la noche. María gritó de dolor: "José, siento que el niño viene ya. Por favor, haz algo, rápido". A José le entró el pánico. Vio las luces de un pequeño pueblo cercano y, dejando a María en el carro, corrió hasta la casa más próxima y golpeó la puerta con el puño. Una mujer palestina abrió un poco la puerta y atisbó en la oscuridad la cara agitada de José. "¿Quién eres tú? ¿Qué quieres?". "Soy José, un carpintero de las colinas de Hebrón. Mi mujer está a punto de dar a luz, necesito un refugio para proteger a María y al bebé". Señalando hacia María, que se había quedado en el carro, José suplicó en su extraña mezcla de hebreo y árabe. "Bien, hablas como un judío pero pareces árabe", dijo la mujer palestina riendo mientras volvía con él hacia el carro. El rostro de María estaba crispado de dolor y miedo: sus contracciones eran ya más frecuentes e intensas. La mujer ordenó a José que metiera el carro en un establo donde guardaban las ovejas y las gallinas. Tan pronto como entraron, María gritó de dolor y la mujer palestina, a la que se había unido ahora una partera de la vecindad, ayudó rápidamente a la joven madre a tumbarse en un lecho de paja. Así fue como el niño vino al mundo, mientras José lo observaba todo con el corazón encogido. Y sucedió después que los pastores, al regresar de sus campos, oyeron los gritos de alegría por el nacimiento y corrieron al establo con sus rifles y leche fresca de cabra sin saber si había amigos o enemigos, judíos o árabes. Cuando entraron en el establo y vieron a la madre con el bebé, dejaron a un lado sus armas y ofrecieron la leche a María que les dio las gracias en hebreo y en árabe. Los pastores estaban sorprendidos y maravillados: ¿quién era esa gente extraña, una pareja de judíos pobres que venían en paz con un burro y un carro con letras árabes? Las noticias sobre el extraño nacimiento de un niño judío justo fuera del Muro en un establo palestino corrieron veloces por doquier. Muchos vecinos entraron y contemplaron a María, el bebé y José. Mientras tanto, los soldados israelíes, equipados con lentes de visión nocturna informaron desde sus torres de vigilancia orientadas sobre la zona palestina: "Los árabes se están reuniendo justo fuera del Muro, en un establo, alumbrándose con velas". Las puertas que había en la parte baja de las torres de vigilancia se abrieron velozmente y varios vehículos blindados con luces brillantes, seguidos de soldados armados hasta los dientes, salieron y rodearon el establo, los aldeanos reunidos y la casa de la mujer palestina. Un altavoz aullaba: "Salgan fuera con las manos en alto o empezaremos a disparar". Todos salieron del establo junto con José, que se adelantó con las manos extendidas hacia el cielo diciendo: "Mi mujer, María, no puede cumplir vuestra orden. Está amamantando al pequeño Jesús".
AHORA QUE ESTAMOS CASI ESTABLECIDOS EN NUESTRA CASA
William Butler Yeats
Irlanda (1865-1939)
Ahora que estamos casi establecidos en nuestra casa, nombraré a esos amigos que ya no pueden cenar con nosotros. Junto al fuego en la antigua torre, conversando hasta muy tarde, subiendo al dormitorio por la angosta escalera de caracol... Descubridores de la olvidada verdad o simples compañeros de mi juventud, todos han muerto y esta noche están en mi pensamiento. Ellos fueron mis colegas íntimos muchos años, como si formaran parte de mi vida y mi mente, y sin embargo ahora sus rostros sin vida parecen contemplarnos desde el viejo grabado de algún libro. Estoy acostumbrado a su falta de vida.
EL IDIOTA
Gabriel Jiménez Emán
Venezuela (1950)
Cuando el sabio señaló la luna, el idiota se quedó mirando el dedo del sabio, y vio que se trataba del índice. Era un dedo arrugado, envuelto en una epidemis desgastada, cuyo tejido anterior se hacía tan fino que el espesor de la sangre, fragmentado en pequeños puntos rojos, se dividía a su vez en forma de tabique debido a las líneas irregulares que en grupos de cinco separaban a las falanginas de las falangetas. Por la parte posterior, en la superficie de los nudillos, estas líneas eran más numerosas y parecían nervaduras de hoja, pues el sabio era tan viejo que la piel del nudillo era un pellejo de consistencia inerte, y hasta tenía ciertas marcas de los mordiscos leves que el sabio le había dado en los momentos de reflexión. En los demás dedos del sabio había ciertos vellos que el idiota apenas conseguía registrar con el ojo, tal era su concentración en el índice, distintos de aquellos por ser lampiño, con los poros más grandes y de una uña más pronunciada, curva y de una pátina tenue de amarillo. Su superficie se adivinaba casi tan lisa como la de un cristal, y brillaba. El contorno de la cutícula estaba perfectamente dibujado; no había en su línea cóncava ni el más mínimo desprendimiento. El nacimiento de la próxima uña, blanco y puntiagudo, formaba con la cutícula un óvalo que el sabio miraba a veces, encontrando en él una especie de centro universal cuyo significado desconocía. Se detuvo por fin el idiota en la parte superior de la uña, que coincidía exactamente con el nivel de la yema y cuyo borde se inclinaba hacia abajo. Allí el idiota vio, perfectamente reflejada y redonda, a la luna.
LOUVRE
César Vallejo
Perú (1892-1938)
Un día que salía yo del Louvre, a un amigo que encontré en la puerta del mueso y que me preguntó adónde iba, le dije:
- Al museo del Louvre.
ESPIRAL
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)
Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro, Para no despertar a nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escalón dudé de si ésa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Mientras subía temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o yo, todo iluminado de luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también me pesaba en la boca. Como en un espejo, uno de los dos era falaz. "¿Quién sueña a quién?", exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos en la escalera de caracol. De un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar al que venía subiendo, que era yo otra vez.
DESNUDA, CON UN CUERVO
Miguel Angel de Rus
España (1963)
Me hizo posar desnuda, con un cuervo sobre uno de mis hombros. Hacía frio en su estudio y sentí mis senos duros y mis pezones erectos, la piel erizada. Me puso un collar de perlas al cuello. Quedó satisfecho de cómo estaba todo. Se alejó con paso indeciso hacia su cámara, se giró, se colocó tras el objetivo y me pidió con voz trémula que cerrara los ojos. Entre los disparos de su cámara fotográfica sentí sus jadeos. Sabía que estaba excitado y eso me hacía sentir poderosa. Sin moverme, sin hacer nada, sólo con mi belleza, el era un hombre convulso, un esclavo. Entreabrí los ojos y contemplé el efecto que hacía en mis pezones el bálsamo que me había frotado. ¡Creí que iban a reventar! En cierta forma, yo también estaba excitada. En ese momento escuché un golpe fuerte, pastoso, como de un saco de grasa, y un ruido metálico. Algunos papeles cayeron revoloteando lentos de la mesa que tenía a su lado. El cuervo aleteó asustado, saltó lejos de mí. Contemplé sobresaltada; aquel tipo estaba en el suelo, sin duda exánime.Me acerqué a él. Había dejado de respirar. Comprendí que tenía que actuar rápido. Extraje la cartera de su pantalón y saqué el dinero que me debía por mi trabajo de modelo. Era el segundo fotógrafo que se moría en lo que iba de año. Me repugna el modo en que son incapaces de controlar sus instintos. "Todos los hombres son unos simples mamiferos", dije despectiva. Me puse mi vestido de tirantes y salí dejando la puerta abierta. El aire tibio de la calle era agradable. Quiza debiera cambiar de profesión.
GUILLERMO MAYR
Cuentos selectos (IV). Anton Chejov: "La muerte de un funcionario público"
El ensayista y crítico literario italiano Ettore Lo Gatto (1890-1982) cita en su "Storia della letteratura russa" (Historia de la literatura rusa) el juicio de Tolstoi acerca de la técnica en los cuentos de Anton Chejov (1860-1904): "Chejov, como artista, no puede parangonarse con los escritores rusos precedentes -con Turguenev, con Dostoievski o conmigo-. Chejov tiene su forma propia, como los impresionistas. Uno mira, el artista usa los colores como sin escogerlos, cual si las pinceladas carecieran de relación entre sí. Pero nos alejamos un poco, se contempla la tela, y el conjunto nos da una impresión extraordinaria: ante nosotros tenemos un cuadro claro, indiscutible". Este juicio, de los más agudos sobre la técnica chejoviana, ha servido a los críticos para poner de relieve como principal mérito de Chejov en la historia de la literatura rusa moderna, el haberse alejado definitivamente del estilo entonces clásico; así como Iván Goncharov (1812-1891), Fiódor Dostoievski 1821-1881), Iván Turguenev (1818-1883) o el antes mencionado León Tolstoi (1828-1910) caracterizaban a sus personajes por medio de largas descripciones, relatando minuciosamente todos sus antecedentes en la vida, Chejov eliminó de sus cuentos todo aquello que no interesase al momento de la acción. En sus relatos, el carácter del protagonista quedaba descrito únicamente -a través de la expresividad de sus frases- en base a las respectivas situaciones que afrontaba, haciendo gala de un laconismo estilístico incomparable. El autor de "La dama del perrito" solía decir que "la brevedad es hermana del genio", y a este principio se ajustó en todas sus obras.
Chejov empezó su carrera literaria escribiendo breves relatos humorísticos y caricaturescos
sobre pintorescos temas generales, los que publicaba en distintas revistas de actualidad como "Oskolki" y "Peterbúrgskaya gazeta" y, hacia 1888, ya se había consagrado en el mundo de los prosistas como cuentista de gran originalidad y escribía en uno de los periódicos más respetados de San Petersburgo, el "Nóvoye Vremia". Las cincuenta y ocho historias que escribió desde principios de ese año hasta su muerte lo situaron en una posición de privilegio dentro de la literatura rusa. Para la crítica especializada, como autor de cuentos cortos no existe ningún escritor ruso que se le pueda comparar. Incluso muchos críticos van más lejos todavía al afirmar que Chejov fue el escritor ruso más grande de todos los tiempos.
Lo Gatto, en la obra citada, sostiene que en sus cuentos "se advierte la huella del verdadero espíritu del autor; en ellos refleja su inmenso amor a las criaturas humanas, con todas sus debilidades y defectos. Retrata la realidad, todo lo que ha visto y observado, sin tomar postura; simplemente denuncia, no juzga. En sus obras aborda la realidad rusa, apática, grave, aburrida y casi desesperada". Y agrega más adelante: "En sus cuentos el ambiente está constituido por los gestos, palabras y actos de los personajes; son varios los estados de ánimo iniciales: debilitamiento de la personalidad frente al orgullo, timidez pasiva junto al énfasis, desesperanza frente a la realidad y al mismo tiempo sueños de redención, bien sea en el recuerdo del pasado, descrito siempre con colores suaves, o bien con aspiraciones para el porvenir". No menos enfático en sus apreciaciones fue Máximo Gorki (1868-1936), quien dijo que los cuentos de Chejov "encierran un valor profundo: la valentía y el amor a la vida. Lo desconcertante de su talento es que no inventa nada y no escribe sobre nada que no exista en el mundo. No nos hace ni más buenos ni más bellos de lo que somos, y precisamente por esto hay personas que no quieren a Chejov".
En 1883, mientras estaba estudiando Medicina en la Universidad Estatal de Moscú, escribió "La muerte de un funcionario público", un claro ejemplo de su maestría para retratar a oficinistas, gendarmes, comerciantes, esposas y viudas de terratenientes, escritores sin éxito, militares sin dotes de mando, criadas, maestros de escuela o cualquiera de sus habituales personajes. En este caso se trata de un funcionario público que, a partir de una situación de aparente cotidianeidad, carente de cualquier matiz extraordinario, se debate en medio de un conflicto ambiguo y para él opresivo que lo lleva inevitablemente a una verdadera tragedia personal.
LA MUERTE DE UN FUNCIONARIO PUBLICO
El gallardo alguacil Iván Dmitrich Cherviakov se hallaba en la segunda fila de butacas y veía a través de los gemelos "Las campanas de Corneville". El hombre miraba y se sentía del todo feliz... Pero, de pronto... -en los cuentos aparecen a menudo estos "pero, de pronto", y los autores tienen razón en usarlos: la vida está llena de imprevistos-, de pronto se le arrugó la cara, los ojos se le pusieron en blanco, se le detuvo la respiración... apartó los gemelos, se inclinó y... ¡¡achís!! estornudó. Como es sabido, a nadie en ningún lugar se le prohibe estornudar. Estornudan los mujiks, los jefes de policía y a veces incluso los consejeros privados. Todo el mundo estornuda. Y por eso Cherviakov no se turbó en lo más mínimo; secó su cara con el pañuelo y, como persona educada que era, miró a su alrededor para enterarse de si había molestado a alguien con su estornudo.
Pero entonces no tuvo más remedio que turbarse. Vio cómo un vejete sentado frente a él, en la primera fila de butacas, se limpiaba cuidadosamente el cuello y la calva con su guante y murmuraba algo. Cherviakov reconoció en el viejecito al general Brizhalov, alto funcionario del Ministerio de Comunicaciones. "Lo he salpicado probablemente -pensó Cherviakov-; no es mi jefe, pero de todos modos resulta un fastidio. Tengo que pedirle disculpas". Cherviakov carraspeó, se inclinó hacia el general y le susurró al oído:
- Le pido disculpas, excelencia, lo he salpicado... No era mi intención...
- No es nada, no es nada...
- Se lo ruego por favor, discúlpeme. Fue... fue sin querer.
- ¡Oh, por favor! ¡Cálmese y déjeme escuchar!
Cherviakov, avergonzado, sonrió estúpidamente y se dispuso a mirar la escena. Miraba, sí, pero ya no pudo recuperar la felicidad de antes. Comenzó a sentirse molesto e intranquilo. En el entreacto se acercó a Brizhalov, se paseó a su lado y dominando su timidez, murmuró:
- Lo he salpicado, excelencia... Discúlpeme... Ha sido... Es que...
- Oh, déjelo ya... ¡Ni me acordaba del asunto y usted sigue con lo mismo! -contestó el general moviendo con impaciencia los hombros.
"Dice que lo ha olvidado, pero en sus ojos se lee la molestia -pensó Cherviakov mirando al general con desconfianza-. No quiere ni hablarme. Tendría que explicarle que no fue mi intención... que fue por una ley de la naturaleza. Si no, pensará que lo he hecho a propósito, y si no lo piensa ahora, lo puede pensar algún día".
Al llegar a casa, Cherviakov le explicó a su esposa el percance. Pero le pareció que la mujer se tomaba el acontecimiento con demasiada ligereza. Se asustó algo, aunque, cuando se enteró de que Brizhalov era de otro departamento, se sintió más tranquila.
- De todos modos, ve a pedirle disculpas -le dijo-. Si no, pensará que no sabes comportarte en público.
- ¡Pues ahí está la cosa! Es que ya me he disculpado, pero él, no sé, estaba algo raro... No dijo ni una palabra sensata. Además, no hubo ni tiempo para hablar.
Al día siguiente Cherviakov se puso el uniforme nuevo, se fue a cortar el cabello y marchó al
despacho del general para darle una explicación. Al entrar en la sala de espera vio allí mucha gente esperando y también al propio general que ya había empezado a atender las solicitudes. Luego de haber despachado a varios de los visitantes, el general alzó la vista hacia Cherviakov.
- Usted recordará, excelencia, que ayer en el teatro de la Arcadia... -comenzó a decir el alguacil- yo estornudé y lo salpiqué involuntariamente. Le ruego...
- ¡Qué tonterías son éstas! ¡A quién se le ocurre!... ¿Qué se le ofrece? -preguntó el general volviéndose hacia el siguiente visitante.
"¡No quiere dirigirme la palabra! -pensó Cherviakov palideciendo-. O sea que está enfadado. No, esto no puede quedar así... Tengo que explicarle". Cuando el general terminó con el último de los que allí estaban y ya se dirigía hacia su gabinete, Cherviakov dió un paso hacia él y balbuceó:
- ¡Excelencia! Si me atrevo a importunarle es precisamente porque me siento arrepentido, puede creerme. No fue a propósito... permítame asegurárselo.
El general torció el gesto y con impaciencia añadió:
- ¡Me parece que usted se burla de mí, señor mío!- dijo, y desapareció tras la puerta.
"Pero, ¿de qué burlas habla? -pensó Cherviakov completamente aturdido-. ¿Cómo me voy a burlar yo? Parece mentira que siendo general no pueda entenderlo. Si se lo toma así, no le pediré más excusas a este fanfarrón. ¡Que se vaya al diablo! ¡Le escribiré una carta, pero no voy a venir más! ¡Palabra que no vengo!".
Así pensaba Cherviakov dirigiéndose a su casa. Pero no escribió la carta. Pensó una y otra vez en ella, pero no consiguió redactarla. Tuvo que volver al día siguiente a explicarse en persona.
- Ayer vine a importunar a su excelencia -balbuceó mientras el general dirigía hacia él una mirada interrogativa-, no para burlarme de usted, tal como usted tuvo a bien decirme. Le pedía disculpas porque cuando estornudé lo salpiqué... pero no tenía intención alguna de burlarme de usted. ¿Cómo me iba a atrever a burlarme? Si nos burlásemos los unos de los otros no habría entonces respeto a las personas de consideración... a las autoridades...
- ¡Fuera de aquí! -bramó el general, temblando de ira.
- ¿Cómo? -preguntó Cherviakov, aturdido de espanto.
- ¡Fuera de aquí! -volvió a aullar el general, pataleando.
Cherviakov notó que algo se le había roto en las entrañas. Sin ver nada y sin oir siquiera, retrocedió hacia la puerta, salió a la calle y echó a andar lentamente hacia su casa. Cuando llegó, entró maquinalmente a su cuarto, se tumbó en el diván sin quitarse el uniforme y... murió.
Chejov empezó su carrera literaria escribiendo breves relatos humorísticos y caricaturescos
sobre pintorescos temas generales, los que publicaba en distintas revistas de actualidad como "Oskolki" y "Peterbúrgskaya gazeta" y, hacia 1888, ya se había consagrado en el mundo de los prosistas como cuentista de gran originalidad y escribía en uno de los periódicos más respetados de San Petersburgo, el "Nóvoye Vremia". Las cincuenta y ocho historias que escribió desde principios de ese año hasta su muerte lo situaron en una posición de privilegio dentro de la literatura rusa. Para la crítica especializada, como autor de cuentos cortos no existe ningún escritor ruso que se le pueda comparar. Incluso muchos críticos van más lejos todavía al afirmar que Chejov fue el escritor ruso más grande de todos los tiempos.
Lo Gatto, en la obra citada, sostiene que en sus cuentos "se advierte la huella del verdadero espíritu del autor; en ellos refleja su inmenso amor a las criaturas humanas, con todas sus debilidades y defectos. Retrata la realidad, todo lo que ha visto y observado, sin tomar postura; simplemente denuncia, no juzga. En sus obras aborda la realidad rusa, apática, grave, aburrida y casi desesperada". Y agrega más adelante: "En sus cuentos el ambiente está constituido por los gestos, palabras y actos de los personajes; son varios los estados de ánimo iniciales: debilitamiento de la personalidad frente al orgullo, timidez pasiva junto al énfasis, desesperanza frente a la realidad y al mismo tiempo sueños de redención, bien sea en el recuerdo del pasado, descrito siempre con colores suaves, o bien con aspiraciones para el porvenir". No menos enfático en sus apreciaciones fue Máximo Gorki (1868-1936), quien dijo que los cuentos de Chejov "encierran un valor profundo: la valentía y el amor a la vida. Lo desconcertante de su talento es que no inventa nada y no escribe sobre nada que no exista en el mundo. No nos hace ni más buenos ni más bellos de lo que somos, y precisamente por esto hay personas que no quieren a Chejov".
En 1883, mientras estaba estudiando Medicina en la Universidad Estatal de Moscú, escribió "La muerte de un funcionario público", un claro ejemplo de su maestría para retratar a oficinistas, gendarmes, comerciantes, esposas y viudas de terratenientes, escritores sin éxito, militares sin dotes de mando, criadas, maestros de escuela o cualquiera de sus habituales personajes. En este caso se trata de un funcionario público que, a partir de una situación de aparente cotidianeidad, carente de cualquier matiz extraordinario, se debate en medio de un conflicto ambiguo y para él opresivo que lo lleva inevitablemente a una verdadera tragedia personal.
LA MUERTE DE UN FUNCIONARIO PUBLICO
El gallardo alguacil Iván Dmitrich Cherviakov se hallaba en la segunda fila de butacas y veía a través de los gemelos "Las campanas de Corneville". El hombre miraba y se sentía del todo feliz... Pero, de pronto... -en los cuentos aparecen a menudo estos "pero, de pronto", y los autores tienen razón en usarlos: la vida está llena de imprevistos-, de pronto se le arrugó la cara, los ojos se le pusieron en blanco, se le detuvo la respiración... apartó los gemelos, se inclinó y... ¡¡achís!! estornudó. Como es sabido, a nadie en ningún lugar se le prohibe estornudar. Estornudan los mujiks, los jefes de policía y a veces incluso los consejeros privados. Todo el mundo estornuda. Y por eso Cherviakov no se turbó en lo más mínimo; secó su cara con el pañuelo y, como persona educada que era, miró a su alrededor para enterarse de si había molestado a alguien con su estornudo.
Pero entonces no tuvo más remedio que turbarse. Vio cómo un vejete sentado frente a él, en la primera fila de butacas, se limpiaba cuidadosamente el cuello y la calva con su guante y murmuraba algo. Cherviakov reconoció en el viejecito al general Brizhalov, alto funcionario del Ministerio de Comunicaciones. "Lo he salpicado probablemente -pensó Cherviakov-; no es mi jefe, pero de todos modos resulta un fastidio. Tengo que pedirle disculpas". Cherviakov carraspeó, se inclinó hacia el general y le susurró al oído:
- Le pido disculpas, excelencia, lo he salpicado... No era mi intención...
- No es nada, no es nada...
- Se lo ruego por favor, discúlpeme. Fue... fue sin querer.
- ¡Oh, por favor! ¡Cálmese y déjeme escuchar!
Cherviakov, avergonzado, sonrió estúpidamente y se dispuso a mirar la escena. Miraba, sí, pero ya no pudo recuperar la felicidad de antes. Comenzó a sentirse molesto e intranquilo. En el entreacto se acercó a Brizhalov, se paseó a su lado y dominando su timidez, murmuró:
- Lo he salpicado, excelencia... Discúlpeme... Ha sido... Es que...
- Oh, déjelo ya... ¡Ni me acordaba del asunto y usted sigue con lo mismo! -contestó el general moviendo con impaciencia los hombros.
"Dice que lo ha olvidado, pero en sus ojos se lee la molestia -pensó Cherviakov mirando al general con desconfianza-. No quiere ni hablarme. Tendría que explicarle que no fue mi intención... que fue por una ley de la naturaleza. Si no, pensará que lo he hecho a propósito, y si no lo piensa ahora, lo puede pensar algún día".
Al llegar a casa, Cherviakov le explicó a su esposa el percance. Pero le pareció que la mujer se tomaba el acontecimiento con demasiada ligereza. Se asustó algo, aunque, cuando se enteró de que Brizhalov era de otro departamento, se sintió más tranquila.
- De todos modos, ve a pedirle disculpas -le dijo-. Si no, pensará que no sabes comportarte en público.
- ¡Pues ahí está la cosa! Es que ya me he disculpado, pero él, no sé, estaba algo raro... No dijo ni una palabra sensata. Además, no hubo ni tiempo para hablar.
Al día siguiente Cherviakov se puso el uniforme nuevo, se fue a cortar el cabello y marchó al
despacho del general para darle una explicación. Al entrar en la sala de espera vio allí mucha gente esperando y también al propio general que ya había empezado a atender las solicitudes. Luego de haber despachado a varios de los visitantes, el general alzó la vista hacia Cherviakov.
- Usted recordará, excelencia, que ayer en el teatro de la Arcadia... -comenzó a decir el alguacil- yo estornudé y lo salpiqué involuntariamente. Le ruego...
- ¡Qué tonterías son éstas! ¡A quién se le ocurre!... ¿Qué se le ofrece? -preguntó el general volviéndose hacia el siguiente visitante.
"¡No quiere dirigirme la palabra! -pensó Cherviakov palideciendo-. O sea que está enfadado. No, esto no puede quedar así... Tengo que explicarle". Cuando el general terminó con el último de los que allí estaban y ya se dirigía hacia su gabinete, Cherviakov dió un paso hacia él y balbuceó:
- ¡Excelencia! Si me atrevo a importunarle es precisamente porque me siento arrepentido, puede creerme. No fue a propósito... permítame asegurárselo.
El general torció el gesto y con impaciencia añadió:
- ¡Me parece que usted se burla de mí, señor mío!- dijo, y desapareció tras la puerta.
"Pero, ¿de qué burlas habla? -pensó Cherviakov completamente aturdido-. ¿Cómo me voy a burlar yo? Parece mentira que siendo general no pueda entenderlo. Si se lo toma así, no le pediré más excusas a este fanfarrón. ¡Que se vaya al diablo! ¡Le escribiré una carta, pero no voy a venir más! ¡Palabra que no vengo!".
Así pensaba Cherviakov dirigiéndose a su casa. Pero no escribió la carta. Pensó una y otra vez en ella, pero no consiguió redactarla. Tuvo que volver al día siguiente a explicarse en persona.
- Ayer vine a importunar a su excelencia -balbuceó mientras el general dirigía hacia él una mirada interrogativa-, no para burlarme de usted, tal como usted tuvo a bien decirme. Le pedía disculpas porque cuando estornudé lo salpiqué... pero no tenía intención alguna de burlarme de usted. ¿Cómo me iba a atrever a burlarme? Si nos burlásemos los unos de los otros no habría entonces respeto a las personas de consideración... a las autoridades...
- ¡Fuera de aquí! -bramó el general, temblando de ira.
- ¿Cómo? -preguntó Cherviakov, aturdido de espanto.
- ¡Fuera de aquí! -volvió a aullar el general, pataleando.
Cherviakov notó que algo se le había roto en las entrañas. Sin ver nada y sin oir siquiera, retrocedió hacia la puerta, salió a la calle y echó a andar lentamente hacia su casa. Cuando llegó, entró maquinalmente a su cuarto, se tumbó en el diván sin quitarse el uniforme y... murió.
GUILLERMO MAYR