Ana María Shua (1951) nació en Buenos Aires, Argentina. Se recibió de profesora en Letras en la UNBA y trabajó como publicitaria, periodista y guionista de cine. Publicó cinco novelas: "Soy paciente", "Los amores de Laurita", "El libro de los recuerdos", "La muerte como efecto secundario" y "El peso de la tentación". Sus publicaciones más recientes son "Cabras, mujeres y mulas", una antología de la misoginia en la literatura popular, y, en colaboración con la escritora y traductora argentina Alicia Steimberg (1933), "Antología del amor apasionado". Es autora de varios títulos infantiles entre los que se destacan "La fábrica del terror" y "Cuentos con fantasmas y demonios". Varios de sus libros han sido traducidos y publicados en varios países de Europa y en Estados Unidos. Entre sus nueve libros de cuentos, hay cinco que abordan el género de la microficción: "La sueñera", "Casa de geishas", "Botánica del caos", "Temporada de fantasmas" y "Cazadores de letras". Refiriéndose a los microrrelatos, género del que es una de las escritoras más importantes en Latinoamérica, Shua dice que "hace unos veinte años la crítica empezó a pensar qué hacer con estos cuentos tan cortitos a los que no podían aplicarse exactamente los mismos parámetros que se utilizaban para explicar, para analizar, para estudiar los cuentos comunes y corrientes. Los llamaron minificciones y decidieron que era un género aparte, un género distinto del cuento, no ya un subgénero del cuento, sino un género con sus características propias. La crítica se encontró con un terreno completamente virgen, un terreno desconocido, nuevo, en el que había muchísimo campo para trabajar. El género ha recibido diversos nombres: minificción, microrrelato, minicuento, microcuento. Para algunos críticos este es un subgénero dentro de la minificción, pues se considera que no todas las minificciones responden al género cuento. Pero las minificciones no constituyen un género nuevo: autores como Kafka, Calvino, Borges, Cortázar, Denevi, Bioy Casares; todos ellos escribieron minificciones". Prosigue la escritora argentina: "Una característica de la minificción y de la lectura de la minificción es que necesita aire, necesita espacio, necesita alta concentración de parte del lector y por eso es importante cuando se edita minificción que cada texto esté solo en una sola página. Cuando alguien lee minificción tiene también que separar los textos uno de otro de algún modo. Esa necesidad de concentración hace que esta no sea una lectura fácil. Un libro de minificción no es un libro para leer de un tirón. Es un poco como una caja de bombones". También comenta que "hay una especie de moda literaria en relación con las minificciones. En realidad la minificción, los minicuentos, han sido parte de la literatura popular a lo largo de toda la historia. En América Latina hubo dos grandes polos de difusión de la minificción -realmente en nuestro continente el género tomó un vuelo que no tuvo en ningún otro lado-. Estos dos grandes polos se ubicaron en Buenos Aires y México con el trabajo conjunto de Borges y Bioy Casares y Arreola y Monterroso respectivamente. En 1953 se editó la primera antología de minificción de América Latina, los 'Cuentos breves y extraordinarios' de Borges y Bioy Casares. Ahí aparecen una serie de características particulares del género. Borges y Bioy Casares utilizaron incrustaciones: pequeños textos que pueden leerse como microrrelatos. Los microrrelatos se pueden inventar pero también se pueden descubrir". Y finaliza: "Las minificciones, al volverse literarias, comenzaron a exigir una extrema precisión del lenguaje. Estas tienen relación con la poesía pues es muy importante el ritmo, no solo lo que dicen sino el juego musical; cada palabra tiene un peso particular y único. Como todo está abocado a producir esa brevedad la función del título es muy importante. Hay muchos textos que no se entienden sin el título". En el nº 400 de la revista "Ñ", aparecido el 28 de mayo de 2011, la escritora se extiende al respecto en un breve ensayo al que tituló "El misterio de la brevedad".
Técnica: la de los talladores de diamantes. Misterio: el de la exploración minera. Técnica: se trata de tallar la primera versión como una piedra en bruto, hasta obtener un diamante facetado. Como el material del que se parte es pequeño y frágil, hay riesgo de que se rompa en el proceso y, en ese caso, se hace necesario volver a empezar. Si no es posible librarse incluso de la más mínima imperfección, tirar la piedra a la basura, sin piedad. Dentro de ese mínimo guijarro, cada palabra tiene el peso de una roca. Goce del escritor: la posibilidad de llegar de una sola vez desde la torpe materia prima hasta una joya perfecta. El misterio de la exploración minera. Cómo y adónde reconocer esa piedra preciosa perdida en la montaña de piedrecitas falsas, esa veta en la pared de roca que llevará al oro o al diamante. Prueba de calidad: como las pirañas, las brevedades son pequeñas y feroces. Más peligrosas, quizás, porque no necesitan actuar en cardumen. Si se ha conseguido atrapar una, es que está muerta. Sal, tornasol y espuma es todo lo que nos quedará en las manos. Una minificción viva tiene una peligrosa autonomía, resulta tan inasible y resbaladiza como cualquier pez o cualquier buen testo literario. Y cuando es realmente buena, muerde.
El escritor de microrrelatos, como todos, tiene sus ilusiones. Cree que hay un detalle del universo que lo explica y lo contiene: con su red y su lazo sale a la caza de ese ínfimo detalle esquivo. El universo, sin embargo, no tiene explicación ni tiene límites. De ese fracaso nace el microrrelato. Pero, aunque el misterio sea infinito, la técnica exige límites. El microrrelato puede resumir en una sola línea la historia de la humanidad, pero tiene hasta veinticinco para demorarse en un instante ínfimo, único, clave o banal de una vida. Un sector acotado, artificialmente cósmico, de la caótica realidad. Eso sí: será un universo mínimo. Lo que determina la proporción de caos que uno toma para construirlo. Un cosmos de pocas líneas puede contenerlo todo, pero es preferible que los muebles sean pequeños. Veinticinco líneas, es el límite establecido por la crítica para definir al microrrelato. ¿Y si las excede, qué? Habrá que cortarle los primeros renglones, o los últimos, como a los pies de las hermanas de Cenicienta, y a no protestar después si la hoja se mancha de sangre. No las hubieran hecho tan blancas.
El territorio de la minificción tiene límites políticos bien definidos con los países que lo rodean. Al norte, el país del cuento breve. Al sur, el país del chiste. Al este, las vastas praderas un poco monótonas del aforismo, la reflexión y la sentencia moral, algunas con sus pozos de autoayuda espiritual. Al oeste, el paisaje bello y atroz, siempre cambiante, de la poesía. En el centro de cada país, nadie tiene dudas sobre su nacionalidad. El problema es que los límites políticos son convencionales, arbitrarios, borrosos. A veces uno se distrae siguiendo un río por la selva y de golpe se encuentra sin querer del otro lado. ¿Perú, Brasil, Ecuador, Colombia, Venezuela? Qué importa: todo es la selva del Amazonas. Brevedades: ni al autor ni al lector le preocupan demasiado las clasificaciones. El descubrimiento que la crítica ha hecho del género minificción en los últimos veinte años se parece muchísimo al de Colón. Es francamente geográfico.
En realidad, las minificciones son tan poco novedosas como lo era América para sus pueblos originarios. Nacieron, por buenas razones mnemotécnicas, como literatura oral. El cuento popular, en buena parte, fue espontáneamente brevísimo. Y si se trata de productos literarios, cuando mi generación despertó a la lectura, la minificción ya estaba allí. Por ejemplo, Aloysius Bertrand, con su "Gaspard de la nuit" (publicado en 1842). Por ejemplo Michaux, y antes todavía los franceses rebeldes (Bretón, Artaud, Schwob, Lautreamont, etc.). Por ejemplo, Ramón Gómez de la Serna, con sus "Greguerías". Por ejemplo, Kafka. En la Argentina, habían producidos ya sus obras más importantes en el género todos nuestros maestros del cuento: Borges, Bioy, Cortázar, Denevi... Y en México, Arreola y Monterroso.
Técnica de lectura: no leerás más brevedades que las que seas capaz de disfrutar de una sentada. Consejo: no leerás más de diez minificciones (o como quieras llamarlas) de una vez, a menos que estés muy acostumbrado y/o seas un adicto empedernido. Dificultad de lectura una y otra vez negada, despreciada, como es despreciado el género por muchos lectores y críticos, sólo por ser breve. Una literatura poco comercial, duramente maltratada por el mercado editorial, que los editores publican rara vez, sobre todo por razones de prestigio y que, sin embargo, atrae sobre sí el anatema de lo fácil, como si se condensaran contra de su brevedad las más severas críticas a la sociedad en la que sobrevivimos. El auge de las brevedades, se dice, tiene que ver con nuestro mundo fugaz donde todo se consume deprisa.
Se les asesta la palabra "posmoderno", esgrimida como un insulto, como un sinónimo de "light". Se habla de que responden a la necesidad de satisfacción inmediata de una sociedad que ya no aprecia los placeres de la anticipación y la espera, sin considerar que la velocidad y el consumismo han llevado, precisamente, al extremo opuesto. Es cierto que hay un auge de producción de minificciones, sostenido por su difusión en Internet, pero es un curioso fenómeno de autores sin lectores. Si se observan las listas de "best-sellers", es evidente que nuestro mundo fugaz, donde todo se consume deprisa, aprecia por sobre todo los novelones de quinientas páginas para arriba. Si se observan las cifras de venta de los libros de microrrelato, es evidente que a nuestro mundo fugaz le importan un pimiento.
La circunstancia de que se tenga poco tiempo para leer, más esa real necesidad de satisfacción inmediata provoca, decía, el efecto contrario: la elección de novelones larguísimos, de alta densidad. En buena parte, porque el lector consumista odia las sorpresas. La televisión lo ha acostumbrado a los placeres de la repetición. En un "best-seller" de construcción decimonónica nunca lo va a perturbar ningún hallazgo inesperado. Es un libro tranquilo, que no lo va a morder. Una vez que el lector entró en la novela, puede dejarla en cualquier momento y retomar sin esfuerzo, entrando y saliendo de un mundo que ya conoce. En cambio en un libro de microficciones, como en un libro de cuentos, cada pequeño texto le exige otra vez el esfuerzo de concentración de un pequeño mundo a descubrir.
Técnica: como en las artes marciales en las que se aprovecha la fuerza del adversario, utilizar los conocimientos de lector, que sabe más de lo que cree. Misterio: el punto secreto de donde brota la energía que inicia el movimiento. Para aprovechar los conocimientos del lector, todos los lugares comunes de la cultura son bienvenidos: la biblia, la mitología grecorromana, las canciones y cuentos populares, los refranes. Todos los restos, muebles, columnas, rituales y juegos que arrastra la brusca corriente de la lengua. Técnicas que, por supuesto, no develan el misterio de su eficacia. Es que en el centro de la creación, está el misterio. Y al misterio apenas es posible aproximarse. Sólo la poesía, retrato de lo inexpresable, da en el blanco. Se invita a la razón a dar un paseo por los alrededores.
31 de mayo de 2011
30 de mayo de 2011
Jürgen Habermas: "La libertad humana es vulnerada cuando alguien decide sobre el programa genético de otra persona"
Jürgen Habermas (1929), una de las más importantes figuras del pensamiento europeo contemporáneo, es el principal continuador -aunque con divergencias- de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt. Seguidor de Immanuel Kant (1724-1804) y Georg W.F. Hegel (1770-1831), es un filósofo con una enorme erudición que ha realizado importantes estudios sobre comunicación de masas y socialización política. En 1962 publicó sus primeras obras: "Student und politik" (Los estudiantes y la política) y "Strukturwandel der öffentlichkeit"
(Historia y crítica de la opinión pública). Otros títulos importantes de su obra son "Kultur und kritik" (Cultura y crítica), "Zur rekonstruktion des historischen materialismus" (La reconstrucción del materialismo histórico), "Legitimationsprobleme im spätkapitalismus" (Problemas de legitimación en el capitalismo tardío), "Technik und wissenschaft als ideologie" (Técnica y ciencia como ideología), "Theorie des kommunikativen handelns" (Teoría de la acción comunicativa) y "Der philosophische diskurs der moderne" (El discurso filosófico de la modernidad). En su edición del 20 de diciembre 2002, el diario "Le Monde" publicó la siguiente entrevista, realizada por Alexandra Laignel Lavastine, en la que Habermas aborda los desafíos éticos con que las biotecnologías confrontan con la moderna comprensión de la libertad, tema que desarrolló en tres artículos sobre bioética que publicó en 1998 y en su ensayo de 2001 "Die zukunft der menschlichen natur. Auf dem weg zu einer liberalen eugenik?" (El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?).
La preocupación por las biotecnologías es reciente en su obra. No aparece en absoluto antes de 1998. ¿Cómo se articula con su reflexión sobre la democracia?
Es verdad, no me he sentido particularmente interesado en cuestiones de ética aplicada. En ese dominio, los filósofos muchas veces ejercen un trabajo de expertos y se ven, además, obligados a adaptarse a formas burocráticas de organización y de decisión. Un pensamiento espontáneo, que no se deje circunscribir, difícilmente se pliega a esas exigencias. Hay que aspirar siempre a la claridad analítica y a la profesionalidad. Pero una cosa es, para un filósofo, hacer uso de su saber especializado en el cuadro de comisiones, y otra tomar partido en el espacio público, en tanto que intelectual, a propósito de cuestiones bioéticas. Las cuestiones de bioética que provocan los progresos médicos sobre temas de la procreación hace tiempo que llaman la atención del público. Sin embargo, sólo desde 1998 se ha desarrollado realmente la investigación sobre células madre extraídas de embriones humanos o de tejidos de fetos abortados. El desciframiento del genoma humano ha abierto enseguida la esperanza de ver desarrolladas a gran escala terapias genéticas, y ha provocado también el consiguiente interés económico en la explotación de estas tecnologías. Por lo que se refiere al debate público sobre los progresos de la neurología y las perspectivas de manipulación de las funciones cerebrales, tampoco es un tema mucho más antiguo. Se trata, seguramente, en todos estos casos, de especulaciones; y nadie puede decir con certeza lo que separa a la especulación de la predicción. Habida cuenta del ritmo de dichos progresos, teníamos interés, sin embargo, en anticiparnos a ciertas eventualidades formulando hipótesis. Me interesa, ante todo, la cuestión siguiente: ¿Cómo se transformará nuestra visión de nosotros mismos, en tanto que personas que dirigen su propia vida y son responsables de sus actos, si un día llegamos a acostumbrarnos a manipular nuestras disposiciones genéticas o nuestras funciones cerebrales? No temo especialmente la influencia de un naturalismo cientista sobre nuestra conciencia cotidiana; se trata de un tipo de determinismo equivocado. Pero si nos acostumbramos a usar tecnologías a través de las cuales intervenimos habitualmente en el contenido genético o en la base misma de las operaciones mentales de otras personas, entonces nuestra visión normativa no podría dejar de sufrir una transformación radical. Eso afectaría forzosamente a la propia autoconciencia previa que acompaña todas nuestras actividades, aquella según la cual nosotros somos sujetos actores. Uno de los elementos de dicha conciencia es la certeza de que nosotros somos capaces de actuar de tal manera que nuestras opiniones y nuestras actitudes sean sólo determinadas por razones. Si esa conciencia de la libertad fuese tácitamente saboteada por prácticas normalizadas de telecontrol, nuestras instituciones democráticas reposarían, ellas también, sobre pies de barro. Desde Rousseau, el ciudadano democrático se ha caracterizado por el hecho de poder considerarse no sólo el destinatario de las leyes, sino su autor.
Tal es, efectivamente, la inquietud central que atraviesa su último libro "El futuro de la naturaleza humana". Pero, ¿por qué, concretamente, la manipulación del genoma humano debería llevarnos a no considerarnos ya como los autores responsables de nuestra propia vida, o a desatender el mutuo respeto que se deben las personas entre ellas?
Debo insistir, de entrada, en que no soy biólogo y que ignoro si el escenario de un negocio en el "supermercado genético", que hoy se esboza, será alguna vez realidad. Se puede esperar que la idea de "bebés de diseño" permanecerá en el nivel de la pura y simple especulación. Dicho esto, el tema es demasiado serio como para no concebir, a título de hipótesis, que cualquier día podríamos estar en presencia de un eugenismo positivo más allá de la simple terapia preventiva. Al mismo tiempo, los padres tendrían la posibilidad y el derecho de actuar, antes del nacimiento de sus hijos -si es que siguen teniéndolos)-, sobre ciertas características, disposiciones o actitudes monogenéticas. En tal caso, preveo la posibilidad de que un adolescente, que tome conciencia de la manipulación prenatal de que ha sido objeto, se sienta limitado en su libertad ética. El adolescente podrá entonces pedir cuentas a sus padres, responsables de su perfil o diseño genético. Podrá, por ejemplo, reprocharles haberlo dotado de un talento matemático y no aptitudes atléticas o musicales, que le habrían sido más útiles para la carrera de atleta o de pianista con la que sueña. ¿Podrá considerarse todavía como el único autor de su propia biografía cuando llegue a conocer las intenciones que han guiado en su elección a los coautores de su perfil genético? Ciertamente, los padres desean lo mejor para sus hijos, pero no pueden saber cuál será "la mejor" dotación genética en el imprevisible contexto de una biografía que no es la suya. Me parece que la única manera de excluir el riesgo de un abusivo condicionamiento genético es actuar de tal manera que toda intervención tendiente a modificar características genéticas obedezca a un punto de vista "clínico": el que se adopta ante una segunda persona sobre la cual tenemos el derecho a suponer que pueda consentir. Pero una situación tal no se da más que en el caso de enfermedades hereditarias que entrañan una afección indudablemente extrema, y cuyo pronóstico se ha establecido con certeza. No podemos partir de la idea de un consenso amplio más que para el rechazo de grandes males porque, por regla general, nuestras orientaciones axiológicas son extremadamente divergentes. Además estamos particularmente orgullosos de este pluralismo.
A sus ideas ya conocidas sobre la moral, sobre el derecho y sobre la democracia, añade hoy nuevas tesis sobre una "ética de la especie humana". ¿Qué entiende usted por tal?
En las sociedades liberales, la Constitución garantiza a todo ciudadano la libertad "ética" de conducir su vida, en el marco de las leyes, como le parezca. Cada cual debe poder decidir lo que es bueno para él, para la persona que desea ser, y que los demás están llamados a reconocer en él. Presuponemos, por lo demás, que un acuerdo general no puede obtenerse, en el mejor de los casos, más que acerca de lo que vaya en interés de todos. Dicho de otra manera, más que sobre lo que sea "justo", mientras que las ideas sobre lo que sea "bueno", o sobre lo que no sea un revoltijo, difieren según las culturas, las formas de vida, las personas y las biografías. Por excelentes razones, tales proyectos de vida sólo se presentan en plural. Sin embargo las intervenciones biotecnológicas sobre las bases naturales de la vida del hombre nos confrontan al desafío de una necesidad de regulación a escala planetaria, incluyendo la relación con las cuestiones éticas. En efecto, ya no se trata de cuestiones de justicia, susceptibles de ser definidas sobre la base de los derechos humanos. La cuestión de saber si deseamos prohibir -en todo el mundo- la clonación, depende de la manera en que deseemos comprendernos, de una manera general, como miembros de la especie humana. Al mismo tiempo, la controversia por lo que respeta a las diferentes "visiones del hombre" que están en concurrencia adquiere una significación directamente política. Y el terreno en que se desarrolla esta controversia es el de la ética de la especie humana.
Usted insiste, por otra parte, en los contenidos religiosos que faltarían por traducir en el lenguaje moral de nuestra época. ¿Cómo se puede conciliar ese interés por la religión con una ética de la especie humana?
Las imágenes del hombre, como se ha visto, se presentan también en plural; concretamente como imágenes del mundo humanistas y antihumanistas, religiosas y laicas, de las cuales forman parte. Ahora bien, estamos obligados, incluso por razones políticas referidas a la substancia de la visión controvertida que nosotros tenemos sobre nosotros mismos, a una entente a escala mundial. En este debate, las visiones del mundo laicas no se benefician, a primera vista, de ningún estatus privilegiado. En el bien entendido de que, en nuestras sociedades postseculares, la ciencia institucionalizada detenta el monopolio del saber referente al mundo. Obviamente, el creacionismo que invoca fuentes bíblicas no puede pretender el mismo reconocimiento público que una teoría científica que asume el hecho de ser falsable. Para cuestiones empíricas nos fiamos de expertos científicos -y de su explicación mediante peritajes- para que establezcan lo que la sociedad -por ejemplo, ante la justicia- debe considerar como verdadero o falso. En cambio, en materia de ética, o de las cuestiones que dependen, en sentido amplio, de visiones del mundo, ninguna institución puede evitar que los ciudadanos se formen un juicio por sí mismos. Ahora bien, la visión del mundo del naturalismo cientista no tiene, por ella misma, el estatuto de ciencia. Se trata de una síntesis elaborada a partir de informaciones científicas que entran en concurrencia con otras visiones del mundo. Por lo que concierne a cuestiones fundamentales de ética política, las voces religiosas tienen como mínimo el mismo derecho a hacerse oír en el espacio público. Es verdad que las opiniones presentadas por medio de una retórica religiosa no pueden contar con el asentimiento democrático más que si están traducidas a un lenguaje universalmente accesible, por ejemplo, a un lenguaje filosófico. La dialéctica de la razón y la dinámica autodestructiva de una modernización acelerada no son descubrimientos recientes. Es en el contexto de una civilización que "descarrila" donde hay que situar mi interés por una aproximación respetuosa hacia tradiciones religiosas que se distinguen por la capacidad superior que poseen de articular nuestra sensibilidad moral. Emprendido en un espíritu que no pretende criticar las religiones, el trabajo que consista en traducir su mensaje a lenguajes públicos y universalmente accesibles, sería el ejemplo de una secularización que salva en vez de aniquilar.
Usted ha escrito en el verano de 2002 un artículo sobre el tabú del antisemitismo, que algunos, especialmente en Alemania, desearían poder transgredir. ¿Cómo interpreta este retorno, bastante general en Europa, que consiste en culpabilizar el deber de memoria como una especie de censura insoportable, y a defender el derecho a "mal pensar"?
Muchas veces se trata simplemente de un conflicto, muy comprensible, que opone a los jóvenes a una generación de mayores, cuya dominación de la vida intelectual es, favorecida por circunstancias históricas, inhabitualmente larga. En la medida en que dicho giro es, además, iniciado por ciertos renegados de la izquierda de 1968, la hostilidad visceral hacia todo cuanto es normativo parece, más bien, el síndrome de un agotamiento; una vez perdido el adversario que podría ser objeto de sus humoradas surrealistas, se vuelven contra los ideales que ellos mismos revocaron desde hace mucho. Dicho esto, en el contexto de la vida intelectual alemana, este cambio de mentalidad presenta también características nacionales muy específicas. Tras de la reunificación, los intelectuales se pusieron otra vez a expresar aspiraciones nacionales rechazadas durante mucho tiempo. Los estilos son diversos: más como siempre en Martin Walser, dotado de una coloración joven-conservadora en otro escritor como Botho Strauss, mezclada de aspectos liberales en quienes se denominan la Generación Berlinesa. El denominador común de todas esas tendencias es un deseo de normalidad y la celebración de un espíritu desacomplejado, respeto a las tradiciones propias de Alemania, que se rodean de un aura falaz y de las cuales se pretende que fueron proscritas. Se piensa entonces fácilmente en autores como Carl Schmitt que tras de la Segunda Guerra Mundial hizo creer que era un pensador perseguido, cuando la recepción de su obra presenta una continuidad ininterrumpida desde la década de 1930 hasta nuestros días.
(Historia y crítica de la opinión pública). Otros títulos importantes de su obra son "Kultur und kritik" (Cultura y crítica), "Zur rekonstruktion des historischen materialismus" (La reconstrucción del materialismo histórico), "Legitimationsprobleme im spätkapitalismus" (Problemas de legitimación en el capitalismo tardío), "Technik und wissenschaft als ideologie" (Técnica y ciencia como ideología), "Theorie des kommunikativen handelns" (Teoría de la acción comunicativa) y "Der philosophische diskurs der moderne" (El discurso filosófico de la modernidad). En su edición del 20 de diciembre 2002, el diario "Le Monde" publicó la siguiente entrevista, realizada por Alexandra Laignel Lavastine, en la que Habermas aborda los desafíos éticos con que las biotecnologías confrontan con la moderna comprensión de la libertad, tema que desarrolló en tres artículos sobre bioética que publicó en 1998 y en su ensayo de 2001 "Die zukunft der menschlichen natur. Auf dem weg zu einer liberalen eugenik?" (El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?).
La preocupación por las biotecnologías es reciente en su obra. No aparece en absoluto antes de 1998. ¿Cómo se articula con su reflexión sobre la democracia?
Es verdad, no me he sentido particularmente interesado en cuestiones de ética aplicada. En ese dominio, los filósofos muchas veces ejercen un trabajo de expertos y se ven, además, obligados a adaptarse a formas burocráticas de organización y de decisión. Un pensamiento espontáneo, que no se deje circunscribir, difícilmente se pliega a esas exigencias. Hay que aspirar siempre a la claridad analítica y a la profesionalidad. Pero una cosa es, para un filósofo, hacer uso de su saber especializado en el cuadro de comisiones, y otra tomar partido en el espacio público, en tanto que intelectual, a propósito de cuestiones bioéticas. Las cuestiones de bioética que provocan los progresos médicos sobre temas de la procreación hace tiempo que llaman la atención del público. Sin embargo, sólo desde 1998 se ha desarrollado realmente la investigación sobre células madre extraídas de embriones humanos o de tejidos de fetos abortados. El desciframiento del genoma humano ha abierto enseguida la esperanza de ver desarrolladas a gran escala terapias genéticas, y ha provocado también el consiguiente interés económico en la explotación de estas tecnologías. Por lo que se refiere al debate público sobre los progresos de la neurología y las perspectivas de manipulación de las funciones cerebrales, tampoco es un tema mucho más antiguo. Se trata, seguramente, en todos estos casos, de especulaciones; y nadie puede decir con certeza lo que separa a la especulación de la predicción. Habida cuenta del ritmo de dichos progresos, teníamos interés, sin embargo, en anticiparnos a ciertas eventualidades formulando hipótesis. Me interesa, ante todo, la cuestión siguiente: ¿Cómo se transformará nuestra visión de nosotros mismos, en tanto que personas que dirigen su propia vida y son responsables de sus actos, si un día llegamos a acostumbrarnos a manipular nuestras disposiciones genéticas o nuestras funciones cerebrales? No temo especialmente la influencia de un naturalismo cientista sobre nuestra conciencia cotidiana; se trata de un tipo de determinismo equivocado. Pero si nos acostumbramos a usar tecnologías a través de las cuales intervenimos habitualmente en el contenido genético o en la base misma de las operaciones mentales de otras personas, entonces nuestra visión normativa no podría dejar de sufrir una transformación radical. Eso afectaría forzosamente a la propia autoconciencia previa que acompaña todas nuestras actividades, aquella según la cual nosotros somos sujetos actores. Uno de los elementos de dicha conciencia es la certeza de que nosotros somos capaces de actuar de tal manera que nuestras opiniones y nuestras actitudes sean sólo determinadas por razones. Si esa conciencia de la libertad fuese tácitamente saboteada por prácticas normalizadas de telecontrol, nuestras instituciones democráticas reposarían, ellas también, sobre pies de barro. Desde Rousseau, el ciudadano democrático se ha caracterizado por el hecho de poder considerarse no sólo el destinatario de las leyes, sino su autor.
Tal es, efectivamente, la inquietud central que atraviesa su último libro "El futuro de la naturaleza humana". Pero, ¿por qué, concretamente, la manipulación del genoma humano debería llevarnos a no considerarnos ya como los autores responsables de nuestra propia vida, o a desatender el mutuo respeto que se deben las personas entre ellas?
Debo insistir, de entrada, en que no soy biólogo y que ignoro si el escenario de un negocio en el "supermercado genético", que hoy se esboza, será alguna vez realidad. Se puede esperar que la idea de "bebés de diseño" permanecerá en el nivel de la pura y simple especulación. Dicho esto, el tema es demasiado serio como para no concebir, a título de hipótesis, que cualquier día podríamos estar en presencia de un eugenismo positivo más allá de la simple terapia preventiva. Al mismo tiempo, los padres tendrían la posibilidad y el derecho de actuar, antes del nacimiento de sus hijos -si es que siguen teniéndolos)-, sobre ciertas características, disposiciones o actitudes monogenéticas. En tal caso, preveo la posibilidad de que un adolescente, que tome conciencia de la manipulación prenatal de que ha sido objeto, se sienta limitado en su libertad ética. El adolescente podrá entonces pedir cuentas a sus padres, responsables de su perfil o diseño genético. Podrá, por ejemplo, reprocharles haberlo dotado de un talento matemático y no aptitudes atléticas o musicales, que le habrían sido más útiles para la carrera de atleta o de pianista con la que sueña. ¿Podrá considerarse todavía como el único autor de su propia biografía cuando llegue a conocer las intenciones que han guiado en su elección a los coautores de su perfil genético? Ciertamente, los padres desean lo mejor para sus hijos, pero no pueden saber cuál será "la mejor" dotación genética en el imprevisible contexto de una biografía que no es la suya. Me parece que la única manera de excluir el riesgo de un abusivo condicionamiento genético es actuar de tal manera que toda intervención tendiente a modificar características genéticas obedezca a un punto de vista "clínico": el que se adopta ante una segunda persona sobre la cual tenemos el derecho a suponer que pueda consentir. Pero una situación tal no se da más que en el caso de enfermedades hereditarias que entrañan una afección indudablemente extrema, y cuyo pronóstico se ha establecido con certeza. No podemos partir de la idea de un consenso amplio más que para el rechazo de grandes males porque, por regla general, nuestras orientaciones axiológicas son extremadamente divergentes. Además estamos particularmente orgullosos de este pluralismo.
A sus ideas ya conocidas sobre la moral, sobre el derecho y sobre la democracia, añade hoy nuevas tesis sobre una "ética de la especie humana". ¿Qué entiende usted por tal?
En las sociedades liberales, la Constitución garantiza a todo ciudadano la libertad "ética" de conducir su vida, en el marco de las leyes, como le parezca. Cada cual debe poder decidir lo que es bueno para él, para la persona que desea ser, y que los demás están llamados a reconocer en él. Presuponemos, por lo demás, que un acuerdo general no puede obtenerse, en el mejor de los casos, más que acerca de lo que vaya en interés de todos. Dicho de otra manera, más que sobre lo que sea "justo", mientras que las ideas sobre lo que sea "bueno", o sobre lo que no sea un revoltijo, difieren según las culturas, las formas de vida, las personas y las biografías. Por excelentes razones, tales proyectos de vida sólo se presentan en plural. Sin embargo las intervenciones biotecnológicas sobre las bases naturales de la vida del hombre nos confrontan al desafío de una necesidad de regulación a escala planetaria, incluyendo la relación con las cuestiones éticas. En efecto, ya no se trata de cuestiones de justicia, susceptibles de ser definidas sobre la base de los derechos humanos. La cuestión de saber si deseamos prohibir -en todo el mundo- la clonación, depende de la manera en que deseemos comprendernos, de una manera general, como miembros de la especie humana. Al mismo tiempo, la controversia por lo que respeta a las diferentes "visiones del hombre" que están en concurrencia adquiere una significación directamente política. Y el terreno en que se desarrolla esta controversia es el de la ética de la especie humana.
Usted insiste, por otra parte, en los contenidos religiosos que faltarían por traducir en el lenguaje moral de nuestra época. ¿Cómo se puede conciliar ese interés por la religión con una ética de la especie humana?
Las imágenes del hombre, como se ha visto, se presentan también en plural; concretamente como imágenes del mundo humanistas y antihumanistas, religiosas y laicas, de las cuales forman parte. Ahora bien, estamos obligados, incluso por razones políticas referidas a la substancia de la visión controvertida que nosotros tenemos sobre nosotros mismos, a una entente a escala mundial. En este debate, las visiones del mundo laicas no se benefician, a primera vista, de ningún estatus privilegiado. En el bien entendido de que, en nuestras sociedades postseculares, la ciencia institucionalizada detenta el monopolio del saber referente al mundo. Obviamente, el creacionismo que invoca fuentes bíblicas no puede pretender el mismo reconocimiento público que una teoría científica que asume el hecho de ser falsable. Para cuestiones empíricas nos fiamos de expertos científicos -y de su explicación mediante peritajes- para que establezcan lo que la sociedad -por ejemplo, ante la justicia- debe considerar como verdadero o falso. En cambio, en materia de ética, o de las cuestiones que dependen, en sentido amplio, de visiones del mundo, ninguna institución puede evitar que los ciudadanos se formen un juicio por sí mismos. Ahora bien, la visión del mundo del naturalismo cientista no tiene, por ella misma, el estatuto de ciencia. Se trata de una síntesis elaborada a partir de informaciones científicas que entran en concurrencia con otras visiones del mundo. Por lo que concierne a cuestiones fundamentales de ética política, las voces religiosas tienen como mínimo el mismo derecho a hacerse oír en el espacio público. Es verdad que las opiniones presentadas por medio de una retórica religiosa no pueden contar con el asentimiento democrático más que si están traducidas a un lenguaje universalmente accesible, por ejemplo, a un lenguaje filosófico. La dialéctica de la razón y la dinámica autodestructiva de una modernización acelerada no son descubrimientos recientes. Es en el contexto de una civilización que "descarrila" donde hay que situar mi interés por una aproximación respetuosa hacia tradiciones religiosas que se distinguen por la capacidad superior que poseen de articular nuestra sensibilidad moral. Emprendido en un espíritu que no pretende criticar las religiones, el trabajo que consista en traducir su mensaje a lenguajes públicos y universalmente accesibles, sería el ejemplo de una secularización que salva en vez de aniquilar.
Usted ha escrito en el verano de 2002 un artículo sobre el tabú del antisemitismo, que algunos, especialmente en Alemania, desearían poder transgredir. ¿Cómo interpreta este retorno, bastante general en Europa, que consiste en culpabilizar el deber de memoria como una especie de censura insoportable, y a defender el derecho a "mal pensar"?
Muchas veces se trata simplemente de un conflicto, muy comprensible, que opone a los jóvenes a una generación de mayores, cuya dominación de la vida intelectual es, favorecida por circunstancias históricas, inhabitualmente larga. En la medida en que dicho giro es, además, iniciado por ciertos renegados de la izquierda de 1968, la hostilidad visceral hacia todo cuanto es normativo parece, más bien, el síndrome de un agotamiento; una vez perdido el adversario que podría ser objeto de sus humoradas surrealistas, se vuelven contra los ideales que ellos mismos revocaron desde hace mucho. Dicho esto, en el contexto de la vida intelectual alemana, este cambio de mentalidad presenta también características nacionales muy específicas. Tras de la reunificación, los intelectuales se pusieron otra vez a expresar aspiraciones nacionales rechazadas durante mucho tiempo. Los estilos son diversos: más como siempre en Martin Walser, dotado de una coloración joven-conservadora en otro escritor como Botho Strauss, mezclada de aspectos liberales en quienes se denominan la Generación Berlinesa. El denominador común de todas esas tendencias es un deseo de normalidad y la celebración de un espíritu desacomplejado, respeto a las tradiciones propias de Alemania, que se rodean de un aura falaz y de las cuales se pretende que fueron proscritas. Se piensa entonces fácilmente en autores como Carl Schmitt que tras de la Segunda Guerra Mundial hizo creer que era un pensador perseguido, cuando la recepción de su obra presenta una continuidad ininterrumpida desde la década de 1930 hasta nuestros días.
GUILLERMO MAYR
Jürgen Habermas: "Para formar democráticamente a la opinión pública, el espacio político de un país debe lograr integrar las voces marginales"
Nacido en Düsseldorf, Alemania, Jürgen Habermas (1929) realizó estudios de filosofía, historia, psicología, literatura alemana y economía en las universidades de Gotinga, Zürich y Bonn. Asistente de Theodor Adorno (1903-1969) en Frankfurt desde 1956 y sucesor de Max Horkheimer (1895-1973) en la cátedra de filosofía en 1964, encarna la "segunda generación" de la Escuela de Frankfurt y se distingue del conjunto de sus maestros por el rechazo al pesimismo y por su voluntad de inscribir en los hechos la renovación de la democracia. No ha dejado de ejercer, a la par, un trabajo de investigación y una actividad periodística que le ha llevado a múltiples tomas de posición públicas como su simpatía crítica por el movimiento estudiantil de finales de los años '60, su oposición vigorosa a los historiadores conservadores alemanes que pretendían reducir el nazismo a una especie de respuesta defensiva ante el comunismo y su intervención de forma crítica a propósito de la reunificación de Alemania y del papel de la Constitución. Su carrera universitaria le ha llevado a dar clases en Marburgo y Heidelberg, así como en Evanston y Nueva York. Dirigió entre 1971 y 1982 el Instituto Max Planck de Ciencias Sociales, para luego retornar a su puesto en la Universidad de Frankfurt que no abandonó hasta su jubilación en 1994. Autor de una obra considerable, sus investigaciones, en el curso de los últimos años, se han dirigido especialmente al tema de los fundamentos de la democracia contemporánea y a la relación entre el universalismo de los derechos humanos y el mundo actual, marcado por la globalización y el multiculturalismo. Jacques Poulain lo entrevistó para el nº 22 de la revista "L'Agora", editada en el invierno de 1997.
Una primera pregunta se dirige al autor de "Recht und Demokratie" (Derecho y Democracia) ¿Por qué volver sobre la idea de democracia? ¿No se trata de una noción suficientemente clara y bien establecida?
Por el contrario. Importa extraordinariamente saber como se puede conseguir que una sociedad, todavía hoy, actúe sobre sí misma de forma democrática. Sin duda, el núcleo de la idea democrática está perfectamente claro. Rousseau lo expresó nítidamente: la vida política común debe ser organizada de tal manera que los destinatarios del derecho en vigor puedan considerarse ellos mismos como sus autores. Exactamente sobre esa noción se funda el Estado constitucional moderno. Ese Estado se define a sus propios ojos como una asociación voluntaria de ciudadanos libres e iguales que quieren regular su vida en común de manera legítima y que recurren para hacerlo al derecho positivo. La cuestión que se impone hoy es la de saber si una idea tal no ha fracasado necesariamente ante la complejidad de nuestras sociedades, pues la idea democrática debe, evidentemente, permanecer en contacto con la realidad si quiere continuar inspirando la práctica de los ciudadanos y de los políticos, la de los jueces o de los funcionarios. Si esa idea ya no tuviese ninguna vinculación con la realidad, como muchos piensan hoy, existirían sólo individuos privados, o socios, pero, propiamente hablando, ya no habría ciudadanos. En tal caso ya no habría en la vida común, sino opciones individuales y no libertades de ciudadanos sometidos a una práctica común. Veríamos reconstruirse, bajo una nueva forma, el fatalismo que reinaba antaño en las viejas monarquías, con la diferencia de que ya no serían los dioses quienes regirían el destino. Serían los mercados quienes indicarían las posibilidades entre las que deberíamos decidirnos, cada cual por su lado, plegándose a la lógica empresarial de la economía y a sus exigencias de adaptabilidad.
¿Dónde encontrar otra manera de comprender la democracia, que de cuenta de la complejidad de las sociedades actuales?
La solución reside en buscar una nueva elaboración de la autodeterminación política. Debería corresponder a la realidad de la comunicación en el mundo contemporáneo, preservando la existencia efectiva de los ciudadanos y su papel activo. Por ello conviene pensar positivamente el papel de los medios de comunicación masivos en la era electrónica. Si estos medios ejercen un nuevo tipo de poder, que evidentemente exige ser controlado, tienen, al mismo tiempo, la ventaja de hacer posible la comunicación simultánea de un número infinito de personas que no se conocen entre ellas y que están muy alejadas unas de otras. Un espacio público de ese tipo es un ámbito de fronteras fluidas, en que algunos actores lanzan palabras clave, desarrollan temas y aportan su contribución, en tanto que un público disperso, compuesto de múltiples voces, puede instantáneamente tomar posición a favor o en contra de algo. Hoy el espacio público de un país se descompone en numerosos espacios públicos diferentes, en función de los medios de comunicación masivos, de los temas, de las personas y de los lugares. Para formar democráticamente a la opinión pública, este espacio político debe lograr integrar las voces marginales. Debe poder constituirse como una caja de resonancia de los problemas sociales globales, siendo receptiva a los impulsos que emanan de los mundos privados vividos. Porque nosotros, los ciudadanos medios, extraemos el balance de los problemas sociales en la moneda de nuestras experiencias vividas, sea como miembros de una comunidad, como clientes, como usuarios o como consumidores. La regulación del espacio político público no debe limitarse al cuadro clásicamente delimitado de los parlamentos, de los tribunales y de las administraciones. Se trata, en suma, de imaginar una apertura del espacio político a nuevas formas de expresión de las libertades cívicas. La influencia de opiniones públicas que se han constituido de manera informal debe poder transformarse en poder comunicacional y, a partir de ahí, en poder administrativo. Esa nueva versión de la autodeterminación democrática no es dependiente, como en la tradición republicana, de la orientación hacia el bien común adoptada por ciudadanos virtuosos, y tampoco se alinea con el modelo del mercado, como una agregación de decisiones adoptadas por consumidores.
De la misma manera que los mercados ya no se detienen ante las fronteras nacionales, las nuevas formas de ciudadanía han de extenderse y ejercerse más allá del cuadro de los Estados-Nación. Esta ciudadanía universal, concretamente puesta en práctica, ¿no es para el filósofo un elemento determinante, pues sin ella las fracturas entre países, y en el seno mismo de las sociedades nacionales, se multiplicarían imparablemente?
La ciudadanía democrática es el único cemento que puede mantener la cohesión entre sociedades que se alejan unas de otras. Y eso vale tanto entre sociedades como en el interior de ellas mismas. En efecto, como todo el mundo sabe, hoy tenemos experiencia, en el seno de las sociedades europeas, de una nueva escisión económica. Por un lado, sólidas elites se apoyan en una mayoría cada vez más estrecha que se siente amenazada por su propio declive. Por otra parte no dejan de crecer las minorías compuestas por desocupados, pobres, sin techo, inmigrantes y todos quienes socialmente no tienen suficiente fuerza como para cambiar de alguna manera su destino. En esas condiciones, las relaciones informales, que constituyen habitualmente una buena parte de los lazos sociales, acaban por disgregarse inevitablemente. Ya no subsiste la solidaridad entre los ciudadanos, como una especie de aseguramiento mutuo, que se había logrado construir por primera vez en los Estados-Nación de los siglos XIX y XX.
La forma histórica del Estado-Nación, ¿se encuentra hoy superada?
Su espacio de acción se ve restringido por los imperativos de los mercados financieros mundiales, por la aceleración de los movimientos de capitales, por la internacionalización de los mercados de trabajo, incluso por la dramatización de todas esas tendencias suscitadas por la ideología de la concurrencia vinculada a la implantación de las empresas. Los euroescépticos de derecha y de izquierda reaccionan ante esa situación pretendiendo volver a cerrar las puertas que la construcción de Europa ya ha abierto. Esa actitud defensiva constituye, a mi parecer, un error. Deberíamos, por el contrario, desarrollar enérgicamente las capacidades de acción política a nivel supranacional. Sólo así la política podrá crecer al mismo tiempo que los mercados y aprovisionar una economía globalizada, de manera que se salve el Estado social a escala europea ante un liberalismo que ha dimitido de la política, y un euroescepticismo que considero por mi parte perfectamente equivocado.
¿Cuál es el sentido de la legitimación de una nueva política democrática supranacional a través de existencia universal de los derechos del hombre?
El escrito de Kant "Zum ewigen frieden" (Sobre la paz perpetua) y su idea de una "condición cosmopolita" vuelve de nuevo hoy a llamar la atención, porque los Estados soberanos han perdido desde hace mucho esa especie de "inocencia" que les atribuye el derecho de gentes. Los crímenes más monstruosos cometidos en el siglo XX han sido perpetrados por gobiernos y por sus funcionarios. Cada gobierno que atenta contra los derechos humanos se encuentra, de hecho, en guerra con su propia población. Por eso los Estados que se reúnen en una organización mundial han de lograr un acuerdo acerca de la manera como quieren comprender eso que ellos han decidido en común que son los derechos del hombre.
Todo el mundo sabe que un acuerdo tal no es sencillo. ¿Se ha vuelto hoy indispensable y difícil a la vez por las discusiones que han puesto en cuestión el modelo universalista occidental?
Se ha abierto un animado debate intercultural a propósito de las diversas versiones de esos derechos que se hallan en concurrencia. Se ha llegado a reprochar a los derechos humanos no ser más que una expresión ideológica de la dominación occidental y un instrumento puesto a su servicio. Nosotros, los europeos, no deberíamos, sin embargo, negarnos a considerar cuanto pertenece a otras culturas y encerrarnos en la representación de un individualismo posesivo. Me parece que una versión "intersubjetiva" de los derechos del hombre, que me gustaría por mi parte proponer, está mejor preparada para evitar la sospecha de eurocentrismo.
Una primera pregunta se dirige al autor de "Recht und Demokratie" (Derecho y Democracia) ¿Por qué volver sobre la idea de democracia? ¿No se trata de una noción suficientemente clara y bien establecida?
Por el contrario. Importa extraordinariamente saber como se puede conseguir que una sociedad, todavía hoy, actúe sobre sí misma de forma democrática. Sin duda, el núcleo de la idea democrática está perfectamente claro. Rousseau lo expresó nítidamente: la vida política común debe ser organizada de tal manera que los destinatarios del derecho en vigor puedan considerarse ellos mismos como sus autores. Exactamente sobre esa noción se funda el Estado constitucional moderno. Ese Estado se define a sus propios ojos como una asociación voluntaria de ciudadanos libres e iguales que quieren regular su vida en común de manera legítima y que recurren para hacerlo al derecho positivo. La cuestión que se impone hoy es la de saber si una idea tal no ha fracasado necesariamente ante la complejidad de nuestras sociedades, pues la idea democrática debe, evidentemente, permanecer en contacto con la realidad si quiere continuar inspirando la práctica de los ciudadanos y de los políticos, la de los jueces o de los funcionarios. Si esa idea ya no tuviese ninguna vinculación con la realidad, como muchos piensan hoy, existirían sólo individuos privados, o socios, pero, propiamente hablando, ya no habría ciudadanos. En tal caso ya no habría en la vida común, sino opciones individuales y no libertades de ciudadanos sometidos a una práctica común. Veríamos reconstruirse, bajo una nueva forma, el fatalismo que reinaba antaño en las viejas monarquías, con la diferencia de que ya no serían los dioses quienes regirían el destino. Serían los mercados quienes indicarían las posibilidades entre las que deberíamos decidirnos, cada cual por su lado, plegándose a la lógica empresarial de la economía y a sus exigencias de adaptabilidad.
¿Dónde encontrar otra manera de comprender la democracia, que de cuenta de la complejidad de las sociedades actuales?
La solución reside en buscar una nueva elaboración de la autodeterminación política. Debería corresponder a la realidad de la comunicación en el mundo contemporáneo, preservando la existencia efectiva de los ciudadanos y su papel activo. Por ello conviene pensar positivamente el papel de los medios de comunicación masivos en la era electrónica. Si estos medios ejercen un nuevo tipo de poder, que evidentemente exige ser controlado, tienen, al mismo tiempo, la ventaja de hacer posible la comunicación simultánea de un número infinito de personas que no se conocen entre ellas y que están muy alejadas unas de otras. Un espacio público de ese tipo es un ámbito de fronteras fluidas, en que algunos actores lanzan palabras clave, desarrollan temas y aportan su contribución, en tanto que un público disperso, compuesto de múltiples voces, puede instantáneamente tomar posición a favor o en contra de algo. Hoy el espacio público de un país se descompone en numerosos espacios públicos diferentes, en función de los medios de comunicación masivos, de los temas, de las personas y de los lugares. Para formar democráticamente a la opinión pública, este espacio político debe lograr integrar las voces marginales. Debe poder constituirse como una caja de resonancia de los problemas sociales globales, siendo receptiva a los impulsos que emanan de los mundos privados vividos. Porque nosotros, los ciudadanos medios, extraemos el balance de los problemas sociales en la moneda de nuestras experiencias vividas, sea como miembros de una comunidad, como clientes, como usuarios o como consumidores. La regulación del espacio político público no debe limitarse al cuadro clásicamente delimitado de los parlamentos, de los tribunales y de las administraciones. Se trata, en suma, de imaginar una apertura del espacio político a nuevas formas de expresión de las libertades cívicas. La influencia de opiniones públicas que se han constituido de manera informal debe poder transformarse en poder comunicacional y, a partir de ahí, en poder administrativo. Esa nueva versión de la autodeterminación democrática no es dependiente, como en la tradición republicana, de la orientación hacia el bien común adoptada por ciudadanos virtuosos, y tampoco se alinea con el modelo del mercado, como una agregación de decisiones adoptadas por consumidores.
De la misma manera que los mercados ya no se detienen ante las fronteras nacionales, las nuevas formas de ciudadanía han de extenderse y ejercerse más allá del cuadro de los Estados-Nación. Esta ciudadanía universal, concretamente puesta en práctica, ¿no es para el filósofo un elemento determinante, pues sin ella las fracturas entre países, y en el seno mismo de las sociedades nacionales, se multiplicarían imparablemente?
La ciudadanía democrática es el único cemento que puede mantener la cohesión entre sociedades que se alejan unas de otras. Y eso vale tanto entre sociedades como en el interior de ellas mismas. En efecto, como todo el mundo sabe, hoy tenemos experiencia, en el seno de las sociedades europeas, de una nueva escisión económica. Por un lado, sólidas elites se apoyan en una mayoría cada vez más estrecha que se siente amenazada por su propio declive. Por otra parte no dejan de crecer las minorías compuestas por desocupados, pobres, sin techo, inmigrantes y todos quienes socialmente no tienen suficiente fuerza como para cambiar de alguna manera su destino. En esas condiciones, las relaciones informales, que constituyen habitualmente una buena parte de los lazos sociales, acaban por disgregarse inevitablemente. Ya no subsiste la solidaridad entre los ciudadanos, como una especie de aseguramiento mutuo, que se había logrado construir por primera vez en los Estados-Nación de los siglos XIX y XX.
La forma histórica del Estado-Nación, ¿se encuentra hoy superada?
Su espacio de acción se ve restringido por los imperativos de los mercados financieros mundiales, por la aceleración de los movimientos de capitales, por la internacionalización de los mercados de trabajo, incluso por la dramatización de todas esas tendencias suscitadas por la ideología de la concurrencia vinculada a la implantación de las empresas. Los euroescépticos de derecha y de izquierda reaccionan ante esa situación pretendiendo volver a cerrar las puertas que la construcción de Europa ya ha abierto. Esa actitud defensiva constituye, a mi parecer, un error. Deberíamos, por el contrario, desarrollar enérgicamente las capacidades de acción política a nivel supranacional. Sólo así la política podrá crecer al mismo tiempo que los mercados y aprovisionar una economía globalizada, de manera que se salve el Estado social a escala europea ante un liberalismo que ha dimitido de la política, y un euroescepticismo que considero por mi parte perfectamente equivocado.
¿Cuál es el sentido de la legitimación de una nueva política democrática supranacional a través de existencia universal de los derechos del hombre?
El escrito de Kant "Zum ewigen frieden" (Sobre la paz perpetua) y su idea de una "condición cosmopolita" vuelve de nuevo hoy a llamar la atención, porque los Estados soberanos han perdido desde hace mucho esa especie de "inocencia" que les atribuye el derecho de gentes. Los crímenes más monstruosos cometidos en el siglo XX han sido perpetrados por gobiernos y por sus funcionarios. Cada gobierno que atenta contra los derechos humanos se encuentra, de hecho, en guerra con su propia población. Por eso los Estados que se reúnen en una organización mundial han de lograr un acuerdo acerca de la manera como quieren comprender eso que ellos han decidido en común que son los derechos del hombre.
Todo el mundo sabe que un acuerdo tal no es sencillo. ¿Se ha vuelto hoy indispensable y difícil a la vez por las discusiones que han puesto en cuestión el modelo universalista occidental?
Se ha abierto un animado debate intercultural a propósito de las diversas versiones de esos derechos que se hallan en concurrencia. Se ha llegado a reprochar a los derechos humanos no ser más que una expresión ideológica de la dominación occidental y un instrumento puesto a su servicio. Nosotros, los europeos, no deberíamos, sin embargo, negarnos a considerar cuanto pertenece a otras culturas y encerrarnos en la representación de un individualismo posesivo. Me parece que una versión "intersubjetiva" de los derechos del hombre, que me gustaría por mi parte proponer, está mejor preparada para evitar la sospecha de eurocentrismo.
GUILLERMO MAYR
29 de mayo de 2011
Juan Gelman y la memoria de mañana en Idea Vilariño
Idea Vilariño (1920-2009) nació y falleció en Montevideo, Uruguay. Hija de un poeta anarquista, desde la publicación de su primer libro, "La suplicante", se convirtió en una de las voces más intensas de la literatura hispanoamericana y de la llamada Generación del '45. Traductora, ensayista y docente, fundó y dirigió las revistas "Clinamen" y "Número" junto a otros integrantes de ese movimiento literario como Manuel Claps (1920-1999), Emir Rodríguez Monegal (1921-1985) y Angel Rama (1926-1983). Su obra poética abarca, entre otros, "Poemas de amor", "Pobre mundo", "Nocturnos", "Paraíso perdido", "No" y "Por aire sucio", libros reeditados en América y en Europa. Publicó los ensayos "Grupos simétricos en poesía", "Las letras de tango", "Antología de la violencia", "Literatura bíblica", "El tango" y "El tango cantado".
Profundamente humana, profética y triste, su poesía se nutrió de un doble y complementario impulso de creación: el amor y la muerte. Su obra es un manifiesto testimonio de ese permanente vaivén entre ambos ímpetus. "Lo que siento por ti es tan difícil./ No es de rosas abriéndose en el aire,/ es de rosas abriéndose en el agua./...Lo que siento por ti, tan doloroso/ como pobre luz de las estrellas/ que llega dolorida y fatigada./ Lo que siento por ti, y que sin embargo/ anda tanto que a veces no te llega", escribió. Y también: "Nunca tan lejos de la vida. Nunca/ Nunca tan grande como hoy la muerte,/ sobre todo, ante todo, al fin de todo,/ y yo, sintiéndome ir trágicamente". O: "Si ahora/ entornando los ojos me muriera/ sintiera que ya está/ que ya el afán cesó/ y la luz ya no fuera un haz de espadas/ y el aire ya no fuera un haz de espadas/ y el dolor de los otros y el amor y vivir/ y todo ya no fuera una haz de espadas". "Escribir poesía es el acto más privado de mi vida -dijo-, realizado siempre en el colmo de la soledad y el ensimismamiento, realizado para nadie, para nada".Un año antes de la muerte de la poetisa uruguaya se editó en Montevideo "Idea Vilariño: la vida escrita". El libro reúne testimonios y valoraciones sobre su producción, entrevistas, fotografías de su álbum familiar, cartas y fragmentos de diarios, e incluye escritos de, entre otros, Juan Gelman (1930), Elena Poniatowska (1932), Eduardo Galeano (1940), Hugo Achugar (1944) y Antonio Muñoz Molina (1956). Gelman, probablemente el más importante poeta vivo de Argentina y ganador del Premio Cervantes 2007, escribió para el libro un conmovedor texto, al que tituló "Idea Vilariño o la memoria de mañana".
La poesía de Idea Vilarino es única en la lengua castellana por su temblor austero. Y mucho más. Hay quienes la dividen en etapas, pero su voz desde el inicio ha convocado a la memoria y la esperanza. Insiste en el arte de no dejarse morir, ese vértigo que sabe que va a morir. Ha vagado por los arrabales en ruinas del amor para encontrarlo en cada piedra. ¿Con qué comparar esa lealtad a lo que no se sabe y no se puede negar? Su poesía nos deja entrar, pero no salir. No hay trucos ni espejismos, hay espejos. Hace la memoria de mañana y funda un destino en la lengua. No informa, encuentra y logra que el otro participe en el encuentro. Internarse en ella es como tocar en vez de oír o ver "las materias desgarrantes". Más que comunicación, hay comunión. El otro descubre en ella un espacio ignorado de sí mismo, ya bautizado para siempre en las palabras de Idea que lo develaron. Despierta lo que dormía en cada quien, le abre tierras que no sabía que tenía y por eso no sabía tener. Las inunda empujada por un hambre feroz e inexplicable en movimiento perpetuo. Es decir, tiene confianza en avenidas posibles de infinito.
Buscar lo que ha muerto para que no se muera es una ética de la memoria. Es la ética de esta poesía. Es la estética de una escritura impecable que emociona y "hace brotar la fuente de la roca", como quería Reverdy. Una escritura que sueña y por eso está perfectamente despierta. En la búsqueda de sus vértigos busca a todos y a cada uno de nosotros. ¿Somos sus vértigos? ¿Así le somos? ¿Qué nos mueve esta poesía? No enseña, nos hace ver lo que no está allí. Así es esta poesía. Lleva las palabras a la verdad y nos arrastra a ver el mundo sin nosotros. El fulgor que nace de la cicatriz de sus palabras aleja la desdicha. Es una hazaña del dolor. El envés indeseado y terrible del amor, esa bestia negra que aparece en sus vacíos es derrotada en esta poesía. Mata a esa bestia una desesperación en estado de delirio. ¿No alumbra acaso el dolor del amor? ¿Y qué otro cielo que el amor tiene la poesía? Amor y poesía se dan mutuamente razón de su existencia.
¿Y ese extraño misterio de ser en la palabra y ser fuera de ella al mismo tiempo porque la realidad? ¿Sobre cuánto valor y dignidad esta poesía se levanta? Idea Vilariño da todo sin conservar nada. Esto que algunos llamarían martirio es heroísmo, no el heroico -más supuesto que real- de los campos de batalla, sino el humilde de un hacer que quien lo hace sabe inexpresable. Perseguir la palabra para dar sin pedir. Como toda gran poesía, ésta abre puertas nunca dichas. El poeta crea lo que no es, lo saca del vacío donde flota y así da forma a lo que no tiene voz. ¿Pero qué voz es la de Idea? No está rota: es una pese a todas las rupturas porque crea otras nuevas y les da palabra. "Nombrar alcanza", dice. Y nombra con rigor, con una difícil sencillez que entraña el despojo más extremo.
Esta poesía es una palabra de hueso a la intemperie, calcinada por los soles del amor y del dolor. ¿O es un único sol? Llama a la palabra más pobre, más escueta, más desprovista de peso material para convertirse en materia ella misma. Materia de belleza. Tiene un no que da fuerza al sí contra la precariedad de la vida y de lo vivo. Crea relaciones desconocidas antes, versos que no se habían escrito nunca. Da de nacer. ¿Sostener la palabra para atravesar el dolor? ¿Sostener el dolor para atravesar la palabra? "Verdad habla quien sombra habla", sabía Paul Celan. "Los abismos me nombran", dice Idea. Sí. Pero también siega "las mieses que el frío dejó intactas". "Haberse muerto tanto y que la boca/ quiera vivir un poco todavía", dice.
La palabra quiere a esa boca viva. "Este fardo sombrío/ que me he echado a la espalda", dice. ¿Será también la poesía, el demonio de las tradiciones árabes que monta al poeta para obligarlo a decir lo que en la lengua no existe? "El amor... ah, qué rosa, qué rosa verdadera".
Poesía lujosa de silencios cargados de sentido y de otro sentido, es decir, de más poesía. "Hoy me hundo en la nada", dice. Y de la nada, de lo más deshumano y del "aire más duro", extrae canto de la lengua para cerrarles el camino. Habla de la vida perdida en "tareas sin luz". Entonces desgarra las entrañas de la sombra para que la luz entre y las abrigue. Ha quemado "los candores más íntimos". Esta poesía calla sus palabras para que hablen y pone su cuerpo a lo que va a venir. No existe como territorio sino como tiempo interior y del deseo, atisbo de un mundo que hasta ahora han negado todos los sistemas. "Por qué soportamos esta historia", esta "basura acumulada de los días", dice.Los animales del amor tienen prohibido llorar. La poesía de Idea Vilariño da cuenta del enigma. Poesía que convierte a una pequeña habitación en todo el mundo. En este tiempo de la despasión muestra, clara, que sin pasión no hay palabra verdadera. Sólo la palabra sucia de pasión sabe vivir, puede vivir. "Soledad como una sopa amarga", dice, y se alza contra el discurso del Amo que decreta la inexistencia del Otro. Es un habla de alteridad posible en su imposible, llena de viajes y contradicciones, de ascensos y descensos al infierno personal, que sabe que el otro participa de uno sólo para diferenciarse. Posee tal deseo y fuego de diamante que su mensaje se torna en total ausencia de mensaje para dar en sustancia de palabra, ese lugar necesario para que la palabra nazca nuevamente. Cesa el lenguaje para darle paso otra vez. Trae visceras profundas de la lengua. Gaspara Stampa, la gran poeta italiana del Renacimiento, quería "vivir ardiendo sin sentir el mal". A Idea Vilariño sólo le fue concedido lo primero.
GUILLERMO MAYR
Vicente Battista: "Escribir un buen texto policial es todo un desafío, el mismo que escribir un buen cuento"
Vicente Battista (1940) formó parte de la redacción de la revista literaria "El Escarabajo de Oro", y fue fundador y codirector de la revista de ficción y pensamiento crítico "Nuevos Aires". Autor de varios libros de cuentos y novelas, en 2008 recibió el encargo de escribir una novela histórica sobre el mítico comisario de la década del '60 Evaristo Meneses (1907-1992). El resultado fue, un año después, "Cuaderno del ausente", una obra con poco de novela histórica y mucho de policial áspero -como los mejores del género- que transcurre en tiempo presente. La trama de la novela es la historia de un encargo que termina en una obsesión lindante con la locura. Raúl Benavides, un solitario periodista free-lance recién abandonado por su pareja, debe escribir una nota sobre Meneses. Cumple con el pedido, envía la nota y trata de olvidarse del asunto. Pero cuando conoce a Erika, una vieja prostituta que asegura haber sido amante de Meneses, comenzará a enredarse en la sutil telaraña que ella teje, dispuesta a seducirlo hasta las últimas consecuencias. Battista cuenta algunos pormenores de la escritura de "Cuaderno del ausente" y otros aspectos del género policial en la entrevista que sigue, una edición de la nota publicada en "Página/12" el 29 de mayo de 2009 sin mención del autor, y del diálogo mantenido con Sergio Varela para el nº 24 de la revista "Quid" correspondiente a octubre/noviembre de 2009.
¿Cómo surge "Cuaderno del ausente"?
No es que me senté y dije "voy a escribir". Fue una novela por encargo. Hace muchos años escribí una nota en la que planteaba que toda literatura era por encargo; que cuando alguien se acerca y te cuenta el sueño que tuvo y te pide que lo escribas, ya te están encargando algo. Yo no estoy en contra del encargo; en aquel momento recordaba que a Miguel Angel le encargaron que hiciera la Capilla Sixtina. Y la hizo de mala gana, pero le salió bien.
¿Por qué eligió contar la historia del comisario Meneses?
Meneses es un referente, el disparador que pone en marcha el relato, pero no se puede decir que "Cuaderno del ausente" cuente la historia del célebre comisario. En la novela esa historia se articula por medio de tres ejes: el relato de Erika, una ex prostituta que asegura haber sido su amante perpetua, la información de los diarios de la época y la pomposa biografía, "Meneses contra el hampa", escrita por una señora también de nombre pomposo: Yderla Anzoátegui. Un detalle a tener en cuenta: después de haber sostenido que el comisario era un paladín de la honradez y de la justicia, Yderla Anzoátegui inició una causa en contra de Meneses, en reclamo de derechos de autor. Nos enfrentamos a un deambular de verdades y mentiras, y eso fue lo que realmente me interesó a la hora de escribir la novela: la construcción de un texto formado con datos en donde lo verdadero y lo falso se confunden permanentemente.
¿Qué fue lo que le interesó de este personaje tan violento?
Por lo que dicen las crónicas y aseguran quienes lo conocieron, se trataba de un individuo especial. Es cierto que era un duro de verdad, con la violencia que eso implica, pero también es cierto que pintaba cuadros y tenía a Verlaine como su poeta favorito. ¿Paul Verlaine, el desesperado amante de Arthur Rimbaud, como favorito de un comisario de la Federal? Son puntas interesantes que tendrá en cuenta Raúl Benavides, el periodista al que le encargan una nota acerca de Meneses, porque se han cumplido quince años de la muerte del comisario. Como consecuencia de esa nota, Benavides conocerá a Erika, escuchará su relato y estará pendiente del cuaderno que según ella ha escrito Meneses y que le promete entregar. A medida que pasan los días y las páginas crecerá la intriga y Benavides, que parecía ajeno a todo, se verá involucrado en una historia de la que no quería ser parte.
Benavides, el periodista free-lance, especie de Quijote porteño empeñado en vivir las aventuras de Meneses, prácticamente no tiene amigos, excepto Eugenio, el responsable de haberlo llevado al prostíbulo decadente de Erika.
No es un solitario que elige su soledad, sino que está solo porque Laura lo "pateó", ni siquiera es un antihéroe. Marlowe elige ser solitario, en la última novela se termina casando y así le va. Siempre el detective privado, por lo general en la línea norteamericana, está solo. Y no hablemos de Sherlock Holmes, que es un solitario misógino.
Benavides, solitario "made in Buenos Aires", se enrolla con las mentiras de Erika...
Al principio, lo que ella le cuenta le parece ridículo, pero poco a poco lo va seduciendo con una oculta perversidad, pese a ser una mujer de casi ochenta años. Hay muchos policiales con tipos que enloquecen como "Farewell, my lovely" (Adiós muñeca). El famoso comisario Meneses era un duro de verdad. Este tipo de policía hoy no existe, como no existen los ladrones que perseguía Meneses. Esos ladrones tenían códigos; ninguno de ellos consumiría paco, quizá marihuana, heroína o coca. Esos ladrones valoraban mucho su propia vida y trataban de cometer los delitos sin matar. Hace unos años, si yo tenía enfrente de mi casa a un ladrón, estaba seguro de que no me iban a robar. La gente que hoy vive en una villa es asaltada por los propios ladrones villeros.
¿Podría considerarse a "Cuaderno del ausente" como un policial clásico?
Es un policial un tanto desviado o "anómalo", si se tiene en cuenta que al final de la novela hay un crimen perfecto que no tiene resolución. Y que deja abierto otro enigma: alguien le envía a Benavides un supuesto cuaderno que era de Meneses. Ese enigma no tiene resolución porque no tengo la menor idea quién hizo ese envío. Una vez a Beckett le preguntaron cómo era Godot. Beckett contestó que si supiera cómo era Godot lo hubiera hecho entrar. Hay un montón de cosas que no tienen por qué quedar claras.
¿Qué es lo que le atrae del formato del policial, que lo ha frecuentado con asiduidad y eficacia desde sus trabajos periodísticos?
Alguna vez Poe, que inventó el género policial y a sus lectores, dijo que, después de la poesía, el cuento es la forma literaria que más se acerca a la perfección. Años después Quiroga, admirador de Poe, señaló que el cuento es una novela sin ripios. Se trataba de una broma de Quiroga pero, como toda broma, no deja de tener algo de cierto. Tal vez por eso me gustan los buenos textos policiales, porque a la manera de los cuentos perfectos, carecen de ripios: no les sobra ni les falta nada. Y esto no es exclusivo de los relatos cortos, también lo encontraremos en las novelas. Me refiero a las novelas escritas por autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Jim Thompson o Georges Simenon; por suerte, hay muchos más. Pienso que escribir un buen texto policial es todo un desafío, el mismo que escribir un buen cuento.
¿Y cuáles serían sus ventajas?
Una de las ventajas del género policial es esa elasticidad que le ha permitido sobrevivir a todos los pronósticos sombríos. El policial tal como lo fundara Poe con los cuentos "The murders in the Rue Morgue" (Los crímenes de la calle Morgue) o "The purloined letter" (La carta robada), establecía un código y unas reglas a cumplirse, que tenían en cuenta el enigma y la inteligencia por sobre la fuerza bruta. Si se hubiese quedado en esas reglas, ahora no estaríamos hablando del género policial, o estaríamos hablando del género policial como hablamos del género epistolar. Hammett saca el policial del jarrón del living y lo pone en el barro, como cuenta Chandler, y el enigma deja de tener importancia y empieza a aparecer la violencia, la traición, la cosa mafiosa.
Un actor de reparto en esta novela, un viejo cronista de policiales, el Tete Arcidia, en un momento clave -en que Benavides un tanto impaciente lo acorrala y le pide que le cuente todo lo que recuerde- lanza la frase: "¿Qué apuro tenés? A la hora de narrar no se debe prescindir del suspenso, es un elemento clave. Creo que la falta de suspenso es el mayor defecto de nuestra actual narrativa". ¿A la literatura argentina le falta suspenso?
No a toda, pero es cierto que falta algo de suspenso, aunque el personaje es un poco exagerado. Hay una corriente bastante impuesta, que sospecho viene de Puán, de Letras, seguramente inaugurada por Beatriz Sarlo, una respetable profesora y una mujer inteligente, que no es narradora ni lo va a ser nunca. Es una mujer que piensa el texto de los otros. Actitud y profesión noble, pero no es narradora. Pareciera ser que todo este grupo está en contra de la narración y aparecen jóvenes y no tan jóvenes que cuestionan a Cortázar, pero no se meten con Borges porque es un personaje muy sagrado y nadie se atreve. Pero ignoran a Marechal y todo lo que sea narrativa. Y dicen que ya no se puede contar. Si no se puede contar más, diría Wittgenstein, callate, pero no pongas en un texto cosas que no tienen ningún sentido y que aburren al lector. Siempre aparecen grupos así, no es una novedad de nuestro presente. En algún momento se dijo que la novela había muerto y que venía otra forma; la novela había muerto con Flaubert, con "Bouvard e Pécuchet" (Bouvard y Pécuchet), esa era la última novela y todo lo que seguía ya no lo era. Y todo lo que seguía era nada menos que Thomas Mann, Joyce y Kafka. Este país, que es un país de cuentistas y de cuenteros, que tiene a sus mayores escritores que escribieron cuentos -como Borges-, empezó a negar el cuento y a preferir la novela. Acá te encontrás con gente que hasta repudia el término cuento. A mí me da risa, pero mucha gente te dice: "es un libro de relatos". ¿Qué tiene decir cuento?, ¿es una mala palabra?. Me acuerdo de que el viejo Marechal tenía una frase genial: "Me siento en la puerta de casa a ver pasar el cadáver de la última estética". A mí las modas me revientan. La gente que hace algo serio en literatura no está pensando qué es lo que le interesa ahora a los lectores.
¿Qué es lo que mueve a los personajes en las acciones y motivaciones de una novela policial en general?
Entiendo que es el deseo el que tiene un papel fundamental, esencial diría, en ese tipo de historias. Los conflictos policiales fatalmente se originan a partir de un deseo: el deseo de esa fortuna o de aquella herencia, el deseo hacia una mujer que rechaza a quien la desea o el deseo de vengarse de aquel que le ha jugado sucio. No creo que exista una novela policial en donde el deseo esté ausente.
¿Y en "Cuaderno del ausente" en particular?
A pesar del título, el deseo está presente de un modo singular. Benavides, el periodista que debe escribir acerca de Meneses, conoce a una ex prostituta, de casi ochenta años, que dice haber sido amante del comisario. Ahora es una mujer pintarrajeada y ridícula, pero cuando joven fue una mujer bellísima. Benavides lo advierte al ver una foto de Erika, de la época en que era una muchacha de casi veinte años, le impacta su figura y su belleza, la compara con una mujer pintada por Botticelli. También descubre que cuando era una prostituta no lo parecía y ahora, que por culpa de su edad no lo es, lo parece. Comienza a desear a aquella joven mujer que fuera la amante de Meneses cuando Benavides aún ni había nacido. Por supuesto, a medida que ella le cuenta sus historias con el comisario, él tiene celos de Meneses, lo envidia. Nos encontramos entonces con un modo singular del deseo, podríamos denominarlo "deseo retroactivo": desea a una mujer tal como era hace cuarenta años.
¿Las novelas policiales imitan a la realidad o hemos llegado a una etapa en que la realidad imita a las novelas policiales, tratando de replicar sus clisés, sus códigos, sus estilos?
Pienso que se trata de un viaje de ida y vuelta. A mí me interesan mucho las noticias policiales porque a partir de ellas surgen múltiples temas para desarrollar. Escribí más de un cuento gracias a esas noticias. Por otra parte, siempre estamos ante situaciones límites, en la mayoría de los casos son hechos trágicos, incluso tragicómicos. Recuerdo, por ejemplo, aquel comisario de la policía de la provincia que fue sorprendido en un local de Santa Fe y Coronel Díaz robando pantalones; por el solo hecho de ser policía debería saber que esos negocios tienen sofisticados sistemas de vigilancia. Es decir, se equivocó por partida doble: como ladrón y como policía. Sin duda, el error de ese comisario es una historia que está esperando ser contada.
Los periodistas, como el protagonista de su novela, ¿son los nuevos "detectives de serie negra"? ¿Cuál es el sentido de la literatura policial, en medio de la cultura "light" de la "vida-de-diseño"?
En los Estados Unidos de América hay una fuerte tradición de detectives privados. Un Spade o un Marlowe -los célebres personajes de Hammett y de Chandler- son leídos con naturalidad, resultan ciertos. No sucede lo mismo en nuestro país, los detectives aquí van detrás de los maridos o de las esposas infieles, y poco más que eso. No tienen suficiente prestigio como para ser personajes de una novela policial. Entonces a la hora de narrar un
"thriller", a falta de un investigador privado que sea verosímil, se hace necesario acudir a individuos que tengan profesiones vinculadas al crimen: abogados penalistas, médicos forenses y, sobre todo, periodistas. Esto es tal vez lo que sucede en "Cuaderno del ausente". Pero, claro, de aquellos tugurios de entonces, invadidos por el humo de los cigarrillos, a los ascéticos bares de hoy, en donde está prohibido fumar, ha pasado mucho tiempo y mucha tecnología. Pero aunque ya no haya ni barro ni luces de neón, la violencia sigue a flor de piel, incluso con códigos desconcertantes. No hay policías como Meneses ni delincuentes como los que Meneses combatía, pero no por eso las historias policiales han perdido vigencia: mientras haya una víctima y un victimario habrá un tercero que querrá saber cómo y por qué se cometió ese crimen. El asunto viene de tiempos anteriores a Caín y Abel y no parece que vaya a concluir.
¿Qué opina de las últimas novedades del género? Henning Mankell, por ejemplo, plantea un policial que sorprende, en principio, por su cantidad de páginas. La novela policial clásica, ya sea de enigma o la negra, se resuelve en 200 o 250 páginas, cuando Mankell anda por las 600 o 700. Stieg Larsson, el último fenómeno sueco con su trilogía "Millennium", escribió novelas de más de 700 páginas.
Tanto en el caso de Mankell como en el de Larsson volvemos a la narración dickensiana, al placer de leer. Creo que se está juntando el policial duro con la narración clásica. Volveríamos otra vez a lo que nunca deberíamos haber dejado, que es narrar. Se trata de narrar una historia; según como la narres, esta historia tendrá valor o no.
¿Cómo surge "Cuaderno del ausente"?
No es que me senté y dije "voy a escribir". Fue una novela por encargo. Hace muchos años escribí una nota en la que planteaba que toda literatura era por encargo; que cuando alguien se acerca y te cuenta el sueño que tuvo y te pide que lo escribas, ya te están encargando algo. Yo no estoy en contra del encargo; en aquel momento recordaba que a Miguel Angel le encargaron que hiciera la Capilla Sixtina. Y la hizo de mala gana, pero le salió bien.
¿Por qué eligió contar la historia del comisario Meneses?
Meneses es un referente, el disparador que pone en marcha el relato, pero no se puede decir que "Cuaderno del ausente" cuente la historia del célebre comisario. En la novela esa historia se articula por medio de tres ejes: el relato de Erika, una ex prostituta que asegura haber sido su amante perpetua, la información de los diarios de la época y la pomposa biografía, "Meneses contra el hampa", escrita por una señora también de nombre pomposo: Yderla Anzoátegui. Un detalle a tener en cuenta: después de haber sostenido que el comisario era un paladín de la honradez y de la justicia, Yderla Anzoátegui inició una causa en contra de Meneses, en reclamo de derechos de autor. Nos enfrentamos a un deambular de verdades y mentiras, y eso fue lo que realmente me interesó a la hora de escribir la novela: la construcción de un texto formado con datos en donde lo verdadero y lo falso se confunden permanentemente.
¿Qué fue lo que le interesó de este personaje tan violento?
Por lo que dicen las crónicas y aseguran quienes lo conocieron, se trataba de un individuo especial. Es cierto que era un duro de verdad, con la violencia que eso implica, pero también es cierto que pintaba cuadros y tenía a Verlaine como su poeta favorito. ¿Paul Verlaine, el desesperado amante de Arthur Rimbaud, como favorito de un comisario de la Federal? Son puntas interesantes que tendrá en cuenta Raúl Benavides, el periodista al que le encargan una nota acerca de Meneses, porque se han cumplido quince años de la muerte del comisario. Como consecuencia de esa nota, Benavides conocerá a Erika, escuchará su relato y estará pendiente del cuaderno que según ella ha escrito Meneses y que le promete entregar. A medida que pasan los días y las páginas crecerá la intriga y Benavides, que parecía ajeno a todo, se verá involucrado en una historia de la que no quería ser parte.
Benavides, el periodista free-lance, especie de Quijote porteño empeñado en vivir las aventuras de Meneses, prácticamente no tiene amigos, excepto Eugenio, el responsable de haberlo llevado al prostíbulo decadente de Erika.
No es un solitario que elige su soledad, sino que está solo porque Laura lo "pateó", ni siquiera es un antihéroe. Marlowe elige ser solitario, en la última novela se termina casando y así le va. Siempre el detective privado, por lo general en la línea norteamericana, está solo. Y no hablemos de Sherlock Holmes, que es un solitario misógino.
Benavides, solitario "made in Buenos Aires", se enrolla con las mentiras de Erika...
Al principio, lo que ella le cuenta le parece ridículo, pero poco a poco lo va seduciendo con una oculta perversidad, pese a ser una mujer de casi ochenta años. Hay muchos policiales con tipos que enloquecen como "Farewell, my lovely" (Adiós muñeca). El famoso comisario Meneses era un duro de verdad. Este tipo de policía hoy no existe, como no existen los ladrones que perseguía Meneses. Esos ladrones tenían códigos; ninguno de ellos consumiría paco, quizá marihuana, heroína o coca. Esos ladrones valoraban mucho su propia vida y trataban de cometer los delitos sin matar. Hace unos años, si yo tenía enfrente de mi casa a un ladrón, estaba seguro de que no me iban a robar. La gente que hoy vive en una villa es asaltada por los propios ladrones villeros.
¿Podría considerarse a "Cuaderno del ausente" como un policial clásico?
Es un policial un tanto desviado o "anómalo", si se tiene en cuenta que al final de la novela hay un crimen perfecto que no tiene resolución. Y que deja abierto otro enigma: alguien le envía a Benavides un supuesto cuaderno que era de Meneses. Ese enigma no tiene resolución porque no tengo la menor idea quién hizo ese envío. Una vez a Beckett le preguntaron cómo era Godot. Beckett contestó que si supiera cómo era Godot lo hubiera hecho entrar. Hay un montón de cosas que no tienen por qué quedar claras.
¿Qué es lo que le atrae del formato del policial, que lo ha frecuentado con asiduidad y eficacia desde sus trabajos periodísticos?
Alguna vez Poe, que inventó el género policial y a sus lectores, dijo que, después de la poesía, el cuento es la forma literaria que más se acerca a la perfección. Años después Quiroga, admirador de Poe, señaló que el cuento es una novela sin ripios. Se trataba de una broma de Quiroga pero, como toda broma, no deja de tener algo de cierto. Tal vez por eso me gustan los buenos textos policiales, porque a la manera de los cuentos perfectos, carecen de ripios: no les sobra ni les falta nada. Y esto no es exclusivo de los relatos cortos, también lo encontraremos en las novelas. Me refiero a las novelas escritas por autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Jim Thompson o Georges Simenon; por suerte, hay muchos más. Pienso que escribir un buen texto policial es todo un desafío, el mismo que escribir un buen cuento.
¿Y cuáles serían sus ventajas?
Una de las ventajas del género policial es esa elasticidad que le ha permitido sobrevivir a todos los pronósticos sombríos. El policial tal como lo fundara Poe con los cuentos "The murders in the Rue Morgue" (Los crímenes de la calle Morgue) o "The purloined letter" (La carta robada), establecía un código y unas reglas a cumplirse, que tenían en cuenta el enigma y la inteligencia por sobre la fuerza bruta. Si se hubiese quedado en esas reglas, ahora no estaríamos hablando del género policial, o estaríamos hablando del género policial como hablamos del género epistolar. Hammett saca el policial del jarrón del living y lo pone en el barro, como cuenta Chandler, y el enigma deja de tener importancia y empieza a aparecer la violencia, la traición, la cosa mafiosa.
Un actor de reparto en esta novela, un viejo cronista de policiales, el Tete Arcidia, en un momento clave -en que Benavides un tanto impaciente lo acorrala y le pide que le cuente todo lo que recuerde- lanza la frase: "¿Qué apuro tenés? A la hora de narrar no se debe prescindir del suspenso, es un elemento clave. Creo que la falta de suspenso es el mayor defecto de nuestra actual narrativa". ¿A la literatura argentina le falta suspenso?
No a toda, pero es cierto que falta algo de suspenso, aunque el personaje es un poco exagerado. Hay una corriente bastante impuesta, que sospecho viene de Puán, de Letras, seguramente inaugurada por Beatriz Sarlo, una respetable profesora y una mujer inteligente, que no es narradora ni lo va a ser nunca. Es una mujer que piensa el texto de los otros. Actitud y profesión noble, pero no es narradora. Pareciera ser que todo este grupo está en contra de la narración y aparecen jóvenes y no tan jóvenes que cuestionan a Cortázar, pero no se meten con Borges porque es un personaje muy sagrado y nadie se atreve. Pero ignoran a Marechal y todo lo que sea narrativa. Y dicen que ya no se puede contar. Si no se puede contar más, diría Wittgenstein, callate, pero no pongas en un texto cosas que no tienen ningún sentido y que aburren al lector. Siempre aparecen grupos así, no es una novedad de nuestro presente. En algún momento se dijo que la novela había muerto y que venía otra forma; la novela había muerto con Flaubert, con "Bouvard e Pécuchet" (Bouvard y Pécuchet), esa era la última novela y todo lo que seguía ya no lo era. Y todo lo que seguía era nada menos que Thomas Mann, Joyce y Kafka. Este país, que es un país de cuentistas y de cuenteros, que tiene a sus mayores escritores que escribieron cuentos -como Borges-, empezó a negar el cuento y a preferir la novela. Acá te encontrás con gente que hasta repudia el término cuento. A mí me da risa, pero mucha gente te dice: "es un libro de relatos". ¿Qué tiene decir cuento?, ¿es una mala palabra?. Me acuerdo de que el viejo Marechal tenía una frase genial: "Me siento en la puerta de casa a ver pasar el cadáver de la última estética". A mí las modas me revientan. La gente que hace algo serio en literatura no está pensando qué es lo que le interesa ahora a los lectores.
¿Qué es lo que mueve a los personajes en las acciones y motivaciones de una novela policial en general?
Entiendo que es el deseo el que tiene un papel fundamental, esencial diría, en ese tipo de historias. Los conflictos policiales fatalmente se originan a partir de un deseo: el deseo de esa fortuna o de aquella herencia, el deseo hacia una mujer que rechaza a quien la desea o el deseo de vengarse de aquel que le ha jugado sucio. No creo que exista una novela policial en donde el deseo esté ausente.
¿Y en "Cuaderno del ausente" en particular?
A pesar del título, el deseo está presente de un modo singular. Benavides, el periodista que debe escribir acerca de Meneses, conoce a una ex prostituta, de casi ochenta años, que dice haber sido amante del comisario. Ahora es una mujer pintarrajeada y ridícula, pero cuando joven fue una mujer bellísima. Benavides lo advierte al ver una foto de Erika, de la época en que era una muchacha de casi veinte años, le impacta su figura y su belleza, la compara con una mujer pintada por Botticelli. También descubre que cuando era una prostituta no lo parecía y ahora, que por culpa de su edad no lo es, lo parece. Comienza a desear a aquella joven mujer que fuera la amante de Meneses cuando Benavides aún ni había nacido. Por supuesto, a medida que ella le cuenta sus historias con el comisario, él tiene celos de Meneses, lo envidia. Nos encontramos entonces con un modo singular del deseo, podríamos denominarlo "deseo retroactivo": desea a una mujer tal como era hace cuarenta años.
¿Las novelas policiales imitan a la realidad o hemos llegado a una etapa en que la realidad imita a las novelas policiales, tratando de replicar sus clisés, sus códigos, sus estilos?
Pienso que se trata de un viaje de ida y vuelta. A mí me interesan mucho las noticias policiales porque a partir de ellas surgen múltiples temas para desarrollar. Escribí más de un cuento gracias a esas noticias. Por otra parte, siempre estamos ante situaciones límites, en la mayoría de los casos son hechos trágicos, incluso tragicómicos. Recuerdo, por ejemplo, aquel comisario de la policía de la provincia que fue sorprendido en un local de Santa Fe y Coronel Díaz robando pantalones; por el solo hecho de ser policía debería saber que esos negocios tienen sofisticados sistemas de vigilancia. Es decir, se equivocó por partida doble: como ladrón y como policía. Sin duda, el error de ese comisario es una historia que está esperando ser contada.
Los periodistas, como el protagonista de su novela, ¿son los nuevos "detectives de serie negra"? ¿Cuál es el sentido de la literatura policial, en medio de la cultura "light" de la "vida-de-diseño"?
En los Estados Unidos de América hay una fuerte tradición de detectives privados. Un Spade o un Marlowe -los célebres personajes de Hammett y de Chandler- son leídos con naturalidad, resultan ciertos. No sucede lo mismo en nuestro país, los detectives aquí van detrás de los maridos o de las esposas infieles, y poco más que eso. No tienen suficiente prestigio como para ser personajes de una novela policial. Entonces a la hora de narrar un
"thriller", a falta de un investigador privado que sea verosímil, se hace necesario acudir a individuos que tengan profesiones vinculadas al crimen: abogados penalistas, médicos forenses y, sobre todo, periodistas. Esto es tal vez lo que sucede en "Cuaderno del ausente". Pero, claro, de aquellos tugurios de entonces, invadidos por el humo de los cigarrillos, a los ascéticos bares de hoy, en donde está prohibido fumar, ha pasado mucho tiempo y mucha tecnología. Pero aunque ya no haya ni barro ni luces de neón, la violencia sigue a flor de piel, incluso con códigos desconcertantes. No hay policías como Meneses ni delincuentes como los que Meneses combatía, pero no por eso las historias policiales han perdido vigencia: mientras haya una víctima y un victimario habrá un tercero que querrá saber cómo y por qué se cometió ese crimen. El asunto viene de tiempos anteriores a Caín y Abel y no parece que vaya a concluir.
¿Qué opina de las últimas novedades del género? Henning Mankell, por ejemplo, plantea un policial que sorprende, en principio, por su cantidad de páginas. La novela policial clásica, ya sea de enigma o la negra, se resuelve en 200 o 250 páginas, cuando Mankell anda por las 600 o 700. Stieg Larsson, el último fenómeno sueco con su trilogía "Millennium", escribió novelas de más de 700 páginas.
Tanto en el caso de Mankell como en el de Larsson volvemos a la narración dickensiana, al placer de leer. Creo que se está juntando el policial duro con la narración clásica. Volveríamos otra vez a lo que nunca deberíamos haber dejado, que es narrar. Se trata de narrar una historia; según como la narres, esta historia tendrá valor o no.
GUILLERMO MAYR