21 de diciembre de 2011

Antonio Tabucchi. Las operaciones narrativas de Jorge L. Borges

Antonio Tabucchi se ha impuesto como el mejor escritor italiano de su generación y goza de un amplio prestigio internacional: un escritor -según la crítica literaria- "situado a la cabeza de la literatura europea" que ejerce "una fascinación sin par". Es autor entre otras obras de
"Piazza d'Italia" (Plaza de Italia), "Donna di Porto Pim e altre storie" (Dama de Porto Pim y otras historias), "Notturno indiano" (Nocturno hindú), "Piccoli equivoci senza importanza" (Pequeños equívocos sin importancia), "Il filo dell'orizzonte" (La línea del horizonte), "La gastrite di Platone" (La gastritis de Platón), "Gli ultimi tre giorni di Fernando Pessoa" (Los tres últimos días de Fernando Pessoa), "Tristano muore" (Tristano muere) e "Il tempo invecchia in fretta" (El tiempo envejece deprisa). Tabucchi siente una indisimulada admiración por Borges y ha reconocido frecuentemente las influencias que el autor de 
"Hombre de la esquina rosada" ejerció sobre su propia escritura. "Borges ha devuelto a la literatura su función de ficción -declaró-, liberándola de los pesados cometidos que le eran ajenos y que habían terminado por empobrecerla". Los exégetas de la obra borgeana insisten en afirmar que en su formación fue preponderante su conocimiento de la cultura anglosajona. Sin embargo, al revisar detenidamente su obra, puede apreciarse que Borges es también deudor de la cultura de origen italiano. Este proceso también se dio a la inversa: es notable la frecuencia con que muchos escritores italianos lo citan y se remiten a él, hasta el punto de transformarlo en un clásico. Italo Calvino (1923-1985), por ejemplo, dijo que "con Borges nació una literatura como extracción de la raíz cuadrada y al mismo tiempo una 'literatura potencial', para usar una expresión que se desarrollará más tarde en Francia", y reconoció en 1986 que "Borges ha influenciado la creación literaria italiana, el gusto y la idea misma de literatura: muchos de los que han escrito en los últimos veinte años, a partir de los mismos integrantes de su generación, han sido marcados profundamente por él". Por su parte, Leonardo Sciascia (1921-1989) lo definió como "el máximo teólogo de nuestro tiempo. Un teólogo ateo, es decir el signo más alto de la contradicción en la que vivimos. Son tres los escritores que han atravesado nuestro siglo, dando su nombre a nuestras inquietudes, ofuscaciones, aprensiones, aunque nos han permitido vivirlas con una ansiedad y una desesperación templadas, gracias a la catarsis o mesura de contemplación, propia de las revelaciones del arte. Esos tres escritores se llaman Pirandello, Kafka y Borges". Claudio Magris (1939) también escribió sobre Borges varias afirmaciones laudatorias: "Borges es el gran poeta de la melancolía del papel, consciente de la aridez oculta en la vanguardia de las palabras; no es el escritor de la mentira y el artificio, tan idolatrado por los mediocres literatos italianos que han difundido un culto trastornador". Alberto Moravia (1907-1990), que lo entrevistó en 1981, reconoció que "la América Latina empieza, con Borges, a influir sobre la cultura europea" y pronosticó que "los escritores que lo imiten están destinados al fracaso ya que no consiguen ser tan auténticamente alejandrinos y sincretistas como él". Umberto Eco (1932) en cambio, es ambivalente respecto de Borges, a quien considera un intelectual reaccionario junto a Dante, Spinoza, Nietzsche y Joyce. Sin embargo, son inocultables las repercusiones borgeanas en su novela "Il nome della rosa" (El nombre de la rosa) e, inclusive, en el posterior ensayo "Postille al Nome della rosa" (Apostillas al Nombre de la rosa), utiliza la problemática de Pierre Menard y de los laberintos. Borges, que solía practicar el humor con acidez, en ocasión de celebrar el que sería su último cumpleaños en 1985, al ser felicitado por una lectora agradecida le dijo: "No se preocupe por saludarme señora, no existo. No, no existo. Soy un fantasma". Diez meses después, tras la muerte de Borges en Ginebra, Suiza, Tabucchi escribió un artículo para el diario "La Répubblica" aparecido el 15 de junio de 1986. Titulado "Ma forse non esisteva" (Y quizás no existió), en él Tabucchi retoma a Sciascia (que había afirmado que la insistencia de Borges en el olvido, la inexistencia, el deseo de ser olvidado, el no querer ser ya Borges, de alguna manera no podía sino generar la noticia de que Borges no existe) y hace referencia a la disparatada noticia publicada en una revista argentina (luego levantada por medios internacionales) que aseguraba que Borges había sido creado por un grupo de escritores -Marechal, Bioy Casares y Mujica Lainez- quienes, para dar vida a su personaje, habían tomado a su servicio a un actor llamado, para algunos, Aquiles Scatamacchia, para otros, Aníbal D'Angelo Rodríguez. Esta impostura, descubierta por la Real Academia de las Ciencias de Suecia encargada de la concesión del Nobel, era la que había impedido que el falso Borges fuese premiado.

Y QUIZAS NO EXISTIO

Hace un tiempo, una revista francesa publicó una insólita noticia: que Jorge Luis Borges no existía. Su figura, divulgada con ese nombre, habría sido solo el invento de un grupito de intelectuales argentinos (entre ellos, naturalmente Bioy Casares) que simplemente habían publicado una obra colectiva detrás de la creación de un personaje ficticio. Y que la persona conocida como Borges, aquel viejo ciego con bastón y sonrisa árida, era un actor italiano de tercer orden (la revista mencionaba incluso el nombre, pero no lo recuerdo) contratado años antes para hacer una broma, y que había quedado cautivo dentro del personaje resignándose finalmente a ser Borges "de verdad". La noticia era tan borgeana que de por sí resultaba divertida; pese a que enseguida pensé que detrás de esa travesura no podía estar otro que el mismo Borges. Por lo demás, se trata de un discurso que se remonta a mucho tiempo atrás, cuando el "caso" Borges estalló en Europa. Quien lo hizo estallar fue, como es sabido, Roger Caillois, gran explorador de la literatura, quien finalmente había descubierto a un escritor exótico que, sin ser realmente exótico, podía proponer al lector francés algo muy distinto de los temas asfixiantes y provincianos en los que parecía haber caído por esos años la literatura francesa. El éxito decretado por Francia decretó inmediatamente el éxito europeo y Borges, con la ironía que siempre supo utilizar respecto de sí mismo, declaró ser "un invento de Caillois". El llamado "boom" de la literatura sudamericana hizo el resto: el mercado cultural confeccionó a Borges, insertó su narrativa en ese fantástico que fue adosado a la literatura latinoamericana como un emblema y Borges se encontró, probablemente a su pesar, representando el estilo de todo un continente.
Pero más allá de estas consideraciones, lo que quiero decir es sobre todo que el rechazo de la identidad personal por parte de Borges (ser Nadie) no es solo una irónica postura existencial sino justamente el motivo central de su narrativa, el núcleo a partir del cual parecen autogenerarse todos los grandes motivos que la caracterizan: el tiempo circular (por ejemplo, el cuento "El Aleph"), la indefectibilidad de la memoria ("Funes el memorioso"), el laberinto ("El inmortal"), el espejo ("La secta del Fénix"), el mundo como libro ("La biblioteca de Babel"), la imposibilidad de la delimitación entre el bien y el mal ("Tres versiones de Judas", "Tema del traidor y del héroe") y todas las demás metáforas de lo real que él inventó para ilustrar su representación del mundo o, para decirlo con "su" Schopenhauer, el mundo como voluntad de representación. En el cuento "La forma de la espada", Borges afirma por boca de su personaje a John Vincent Moon la siguiente convicción: "Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tenga razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon".


¿Jorge Luis Borges era ateo? Me inclino a creer que no (o, si se puede decir, no totalmente). Quizá más que Schopenhauer, a quien citan frecuentemente sus escritos, en su obra hay una gran alma spinoziana, una especie de ectoplasma colectivo que recoge a todo el género humano. Y que acoge, en literatura, a toda la literatura (o su "esencia"), más allá del orden diacrónico; un orden que puede posponer a Homero respecto de Leopardi o Proust.
La gran lección de ese Maestro, que siempre rechazó irónicamente "ser", deriva quizás esencialmente de esto: que también la literatura, como el género humano, es una idea colectiva, una especie de alma de la cual participan todos los que han escrito. Utilizar a Borges, plagiarlo -aun paródica o irónicamente-, es un derecho que él nos concede. Porque creo que Borges "es" justamente eso: una fe soberana en la literatura y al mismo tiempo, paradojalmente, su radical negación: una solemne lección de escepticismo. Tal vez por eso Borges tuvo detractores encarnizados tanto en la derecha como en la izquierda: porque dio a entender claramente, a través de sus metáforas literarias, su no adhesión a ninguna fe que no se basara ante todo en su escepticismo.
¿A qué adhirió realmente Borges? Me lo he preguntado a menudo más allá de sus circunstanciales elecciones políticas, muchas veces francamente irritantes. Borges adhirió solamente a su inteligencia. Aparte de esta, no veo, en profundidad, ninguna otra adhesión. Con frecuencia he pensado que era un ilustrado que vivió fuera del Siglo de las Luces y que ya conocía el Novecento, algo así como un ilustrado "para atrás". Me doy cuenta de que lo que digo puede parecer confuso y tal vez lo sea. Pero en la percepción que Borges tiene del mundo hay un sello, una nota que, en mi opinión, tiene justamente este significado: intentar la racionalización de la Babel de lo real sin la fe en la idea de progreso. Ubicarlo ideológicamente, pese a ciertas adhesiones de su vida, me parece por lo tanto estéril y quizá prematuro. Lo hará algún día la posteridad, si el mundo todavía puede disponer de semejantes valoraciones. Decir de él que es un escritor importante significa, sin duda, proclamar una obviedad y, críticamente, carece de valor. No obstante, su importancia no puede ser negada ni siquiera por quienes lo denigran (y no son pocos); y esto, desde el punto de vista crítico, significa algo. Su gusto por la invención y la paradoja, su capacidad para cuestionar lo que parecía definitivamente aceptado, su saber burlarse de las normas estéticas y morales son demostraciones de una agilidad intelectual indiscutible.


Una consideración aparte merece además su capacidad para indagar la zona de sombra de lo real, para transmitirnos la idea de que lo evidente, lo obvio -en otras palabras, lo efectivo- poseen lados oscuros e insospechados que pueden alterar lo efectivo, darlo vuelta, además de ponerlo en jaque. Este tipo de sutil operación, Borges la realizó sobre todo en sus cuentos llamados realistas (definición aceptada por él mismo), y entre los cuales me gusta citar por lo menos "Emma Zunz" (de "El aleph"), "Hombre de la esquina rosada" (de "Historia universal de la infamia") y "El Evangelio según Marcos" (de "El informe de Brodie"). Los cuentos realistas de Borges, muchos de los cuales salieron en la revista "Sur" de Buenos Aires, que él tomó en parte de hechos de la crónica (creo que es importante subrayar la atención que Borges dedicó a la crónica), para mi gusto personal son lo mejor que nos ha dado su narrativa: justamente porque, con el procedimiento de un extraño detective, transmitió, casi como un contagio, la duda sobre lo que es "verdadero", la desconfianza de la evidencia, la idea de la sustancia equívoca de la vida. Tomemos por ejemplo el cuento "Emma Zunz". Borges cuenta la historia (efectivamente ocurrida en Buenos Aires) de una chica judía de origen alemán que para vengar la muerte del padre se hace violar por un marinero desconocido para poder asesinar al hombre que había arruinado a su familia y darle a la policía una justificación válida. El cuento termina con estas palabras: "La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Igualmente verdadero era el ultraje que había padecido. Solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios".
Al indagar la paradoja de la vida y aplicarla a la literatura, creo que, esencialmente, Borges quiso significar que el escritor es, ante todo, un personaje en sí mismo. Si queremos creer en su paradoja y aceptar jugar su juego, tal vez nos esté permitido decir que Jorge Luis Borges, personaje de alguien que se llamaba como él, en cuanto tal no existió nunca. Es probable que su vida sea un libro.