2013 VELEZ SÁRSFIELD vs. Ñewell's Old Boys: 1-0
2014 RIVER PLATE vs. San Lorenzo: 1-0
30 de junio de 2013
Periodismo de autor (V). Rodolfo Rabanal: "Cenizas en el viento"
El escritor argentino Rodolfo
Rabanal (1940) declaró en una entrevista que, para él, el periodismo
no era importante. No obstante, su trabajo como periodista, corresponsal
extranjero y columnista fue lo que le permitió hacer literatura. Pasó
algún tiempo trabajando en el periodismo en diversos medios
argentinos y extranjeros, entre ellos las revistas "Panorama", "Primera Plana", "La
Semana" y "El Periodista"; en los diarios "Ambito
Financiero", "Clarín", "La Opinión" y
"La Nación", y en la agencia de noticias "France
Press". Entretanto ha publicado las novelas "El apartado",
"Un día perfecto", "En otra parte", "El
pasajero", "El factor sentimental", "La vida
brillante", "Cita en Marruecos", "La mujer
rusa", "El héroe sin nombre" y "La vida
privada". También escribió libros de cuentos, crónicas y
ensayos, y desde hace algunos años, se ha radicado en Uruguay, "en
un lugar muy agradable, pequeño, muy tranquilo" dado que
"Buenos Aires es una ciudad enorme y además, latina. Es intrusiva, muy
ruidosa, muy llena de litigios y de charla. Es una ciudad invasiva de la
privacidad". Desde ese ámbito tranquilo afirma: "Yo tengo un
público pequeño de lectores, pero por suerte tengo eso. No tengo nada más.
Ni fama ni cosa que se le parezca. Más bien hago mi carrera de forma silenciosa".
"Únicamente el ser humano, absuelto de
besos y contiendas, continúa andando sin extraviarse fijo sobre el eje del ego,
avanzando pero sin perderse jamás, fijo y sin embargo en movimiento, la clase
de infierno que es real, gris y horrible, sin pecado ni mácula dando vueltas y
más vueltas, la clase de infierno que el grisáceo Dante jamás divisó pero del
que tenía una pizca dentro de sí", escribía hace muchos años atrás el novelista
y poeta inglés David
Herbert Lawrence (1885-1930), una de las figuras literarias más influyentes y controvertidas del siglo XX. El autor de "Lady Chatterley's lover" (El
amante de lady Chatterley) y "Women in love" (Mujeres enamoradas), a lo largo de su intensa, tormentosa y nómada vida, ensalzó en sus más de cuarenta libros su visión de un ser humano completo y
natural, opuesto a la artificialidad de la moderna sociedad industrial por su
deshumanización de la vida y del amor.
Tal vez fuese esa concepción sobre la vida lo que llevó a Rabanal a escribir "Cenizas al viento", artículo que publicó el diario argentino "La Nación" en su edición del 24
de diciembre de 1997. En él, el autor de "La costa bárbara" cuenta la historia del extraño periplo final del célebre novelista inglés que falleciera a causa de una tuberculosis en un sanatorio de Vence, en la Provenza francesa.
CENIZAS EN EL VIENTO
CENIZAS EN EL VIENTO
Taos es ahora un pueblo pintoresco y
bastante comercial enclavado en el desierto de Nuevo México y famoso por su
leyenda libertaria. Sus habitantes actuales suelen practicar el culto de la New
Age, pero anteriores generaciones de artistas lo hicieron su meca desde antes
de los años '20. Entre muchos otros atractivos, Taos guarda una reliquia
célebre: los restos del poeta y novelista inglés D.H. Lawrence. Cada año,
decenas de visitantes se acercan a la precaria capilla que conserva la urna
funeraria y ni siquiera sospechan que allí posiblemente no haya nada. O bien
cenizas, sí, pero no humanas. Tampoco es improbable que, en efecto, esos
despojos correspondan al mismísimo Lawrence. La ambigüedad del hecho es tan
grande que, para confundir aún más el incierto dato, hay quienes aseguran que
los auténticos restos del autor de "Mujeres enamoradas" y
"El amante de lady Chatterley" siguen estando donde estuvieron
desde el principio, en el pequeño cementerio francés de Vence, sobre el Mediterráneo,
lugar donde murió Lawrence en marzo de 1930. La historia de esas cenizas
(honradas, trasladadas, olvidadas, litigadas) se parece demasiado a una farsa
urdida una noche de copas.
David Herbert Lawrence escribió el
primer borrador de su novela "El amante de lady Chatterley" en un par
de semanas febriles cuando ya no le faltaba tanto para morir. El libro sería,
en muchos sentidos, su verdadero testamento y el clamoroso heraldo de su fama
póstuma, aunque debido a esas crueles ironías del destino sus derechos de venta
terminarían protegiendo la vejez del que fuera amante de su mujer y más tarde
su tercer marido, el capitán italiano Angelo Ravagli. Por entonces, D.H.
Lawrence tenía cuarenta y dos años (había nacido en 1885) y la salud totalmente
minada, pero se destacaba como uno de los escritores ingleses más notables de
su generación y tanto su obra como su vida privada eran frecuente motivo de
agitadas polémicas y escandalosas habladurías.
Por distintas razones, a las que él no
era del todo ajeno, su persona suscitaba adhesiones espontáneas, sobre todo por
parte de las mujeres, o provocaba enemistades furiosas, tanto por parte de las
mujeres como por parte de los hombres. Del mismo modo, su obra era exaltada con
unción o denostada sin la menor piedad. Un tercer grupo la ignoraba como si
jamás hubiese existido, estrategia de todas maneras bastante inútil frente a
una suma de catorce novelas, más de una docena de libros de cuentos, un número
similar de volúmenes de viajes y ensayos, cientos de artículos periodísticos y
una colección de poemas que se encuentran entre los mejores de la lengua
inglesa de este siglo. Y todo eso cuando el autor no había cumplido todavía
cuarenta años.
Desde luego, pocas cosas hay más
malignas que la vida literaria y sus "sectas" de vanidades y
perfidias competitivas, tanto en Inglaterra como en Buenos Aires o en cualquier
otra parte, y seguramente en todas las épocas, pero es cierto también que
Lawrence contribuyó a atizar el fuego en su contra. Su originalidad trascendió
el ámbito exclusivo de la obra para marcar un comportamiento extravagante y
arbitrario y, en gran parte, "políticamente" antibritánico, si bien
sería un poco difícil encontrar una personalidad más típicamente británica que
la suya.
Pero hay que admitir que no era de
fácil trato y que solía difundir en torno suyo una atmósfera de crispación,
sobre todo cuando lo acompañaba su mujer, la no menos discutible Frieda von
Richthofen. Y ella rara vez dejaba de acompañarlo. Según testimonios de fuentes
diversas e incluso antagónicas, Frieda era sencillamente exasperante, salvo
cuando un hombre le llegaba al corazón (los hombres le llegaban al corazón con
extrema facilidad y frecuencia), pero entonces exasperaba a sus rivales, o
enloquecía directamente a su marido.
De un modo u otro, y aun en medio de
circunstancias "normales", el juego que ambos ponían a disposición
del público era lisa y llanamente lo que los franceses llaman "jeu de
massacre", comprometiendo a medio mundo en sus trifulcas matrimoniales.
Es preciso decir que a pesar de sus
numerosos arrebatos sexuales, Frieda jamás dejó de amar a Lawrence, por el que
había abandonado a su primer marido inglés y a sus tres hijos en 1912, cargando
con una reputación sumamente incómoda, por decir lo menos. Reputación que
empeoró peligrosamente cuando, durante la Primera Guerra Mundial, los servicios
de inteligencia británicos imaginaron que, siendo ella alemana como era, podía
no estar lejos de espiar a favor del Kaiser: imputación injusta que involucraba
automáticamente al propio Lawrence, el cual, entre otras cosas, hacía cuanto
estaba a su alcance para evitar que se pusiera en evidencia su tuberculosis,
una enfermedad satanizada en las primeras décadas de este siglo. En 1914, por
cierto, los Lawrence tenían suficientes motivos para comportarse como dos paranoicos
y para zarpar cuanto antes de Inglaterra.
El exilio definió la existencia y la
obra de D.H. Lawrence tanto como lo hicieron la tuberculosis, inútilmente
enmascarada y descuidada de todo tratamiento, y su propia mujer. La fatalidad,
en parte voluntaria, de vivir siempre mudándose, abandonando países y buscando
otros nuevos que convinieran a su salud y a su imaginación, dio a su vida una
sobrecarga de intensidad. Lawrence detestaba las grandes ciudades, "tan
poco naturales", y sólo toleró residir un breve período en Londres. Su
exilio no urbano, opuesto al exilio urbano de Joyce, por ejemplo, refleja su
ideológico apego a la naturaleza, exaltada en muchas de sus obras de forma
pánica y quizás un tanto roussoniana y candorosa.
Él y Frieda vivieron en la campiña
inglesa, en Italia, en Francia, en Mallorca, en Australia, en los Estados
Unidos, en Alemania, en Suiza y en México. México, precisamente, los acercó a
Taos, donde compraron una casa llamada El Rancho y planearon vivir allí hasta
el final de sus vidas. De hecho, Frieda murió no lejos de Taos en 1956, al lado
de su pintoresco marido italiano, el "capitano" Ravagli, que había sido su
amante desde 1927, tres años antes de la muerte de Lawrence.
Las circunstancias que rodean la muerte
de Lawrence y el destino final de sus restos, circunstancias en las que Ravagli
participa especialmente, no dejan de llamar la atención por su carácter
escandaloso y digno, si se quiere, de una comedia de humor negro hecha a la
medida no tanto de Lawrence como sí de Frieda y sus dislocadas pasiones.
Hasta ahora, nadie contó esos confusos
episodios mejor que Brenda Maddox, en su libro "The story of a marriage" (La historia de un matrimonio), editado en Nueva York en 1994, presumiblemente la más completa
y documentada biografía de D.H. Lawrence que se haya escrito hasta la fecha.
Según los testimonios recogidos por la
señora Maddox, D.H. Lawrence fue incinerado en Vence dos días después de su
muerte y sus cenizas se depositaron en una urna bajo una losa en el pequeño
cementerio de ese departamento de la Costa Azul francesa. Frieda había hecho
grabar en la piedra la figura del Ave Fénix, alegoría mitológica venerada por
Lawrence, y todo hubiera estado razonablemente bien si a ella no se le hubiese
ocurrido trasladar las cenizas a Taos, donde Ravagli, el amante italiano,
levantaría una tosca capilla cerca de El Rancho para que allí reposara "il
caro Lorenzo", como él lo llamaba.
A juicio de Dorothy Brett, excéntrica
amiga británica de los Lawrence, también establecida definitivamente en Taos, y
amiga a su vez de otra residente famosa, la pintora Georgia O'Keeffee, la
capilla levantada por Angelo Ravagli "es lo más parecido que te puedas
imaginar a un baño de estación ferroviaria rural, y lo menos merecedor de un
panteísta como fue el querido Lawrence".
Pero los equívocos previos a la
construcción de la infortunada capilla son mucho más considerables, y si bien
se corresponden con el famoso mausoleo criticado por Brett, vuelven trivial ese
comentario. Unos pocos meses después de la muerte de Lawrence, Frieda partió a Taos
a fin de organizar su existencia en El Rancho, mientras Ravagli quedaba a cargo
del traslado de las cenizas del difunto.
Ravagli estaba casado en Italia y era
padre de tres hijos, y no le resultaba sencillo ausentarse medio año y en otro
continente con otra mujer. Sin embargo lo hizo, sólo porque Frieda se lo pidió.
Nadie negó nunca el misterioso poder de seducción que Frieda ejerció sobre los
hombres a lo largo de su vida. Recuerdo que en 1970, en Califomia, tuve la
oportunidad de hablar con Emil White, un viejo amigo de Henry Miller que había
tratado a Frieda cuando ella estaba ya cerca de cumplir los sesenta años y él
era todavía un muchacho. White evocaba a aquella mujer como una auténtica "femme
fatale", "nacida exclusivamente para el amor". Huxley la definió
siempre como una mujer elemental, no en un tono peyorativo sino exaltando su
"radiante belleza" de naturaleza solar y el directo apetito de sus
sentidos. Curiosamente, las fotos de su madurez desmienten esa impresión que,
sin embargo, todos aquellos que la conocieron parecen compartir.
De manera que Ravagli, envuelto en la
almibarada red de la Abeja Reina, pasó primero por Vence (esta es, al menos, la
versión oficial), tomó las cenizas y las embarcó con él rumbo a Nueva York. En
Nueva York se demoró una semana atrapado, por lo que él mismo dijo, en trámites
de aduana y aventuras alcohólicas. Por último, abordó el tren hasta Nuevo
México, donde debían esperarlo Frieda y la comitiva de amigos para concluir el
funeral de Lawrence.
La descabellada idea de Frieda
consistía en montar una ceremonia piel roja, con indios pueblo o navajos
danzando alrededor de una hoguera y algunos mariachis mexicanos cantando
lamentaciones junto a la capilla. Nadie fue capaz de decirle que aquello era un
poco desopilante, quizá porque cuando ya estaban en Taos advirtieron que
faltaba la urna. Ravagli la había olvidado en la estación del ferrocarril, de
modo que la comitiva volvió a desandar el camino y al fin recuperaron la
bendita urna, pero como se hacía tarde, Frieda entendió que mal no les vendría
un refrigerio y organizó de inmediato un "tea party" que terminó en una
especie de borrachera general, y en la refriega volvió a extraviarse el motivo
de la celebración y debieron transcurrir horas antes de que un empleado del restaurante
la encontrara bajo un montón de ropa.
Treinta años más tarde, cuando ya
prácticamente no quedaban testigos ni protagonistas vivos de aquel estrambótico
cónclave, el anciano Ravagli, viudo de Frieda y vuelto a casar con su antigua
mujer italiana, confesó lo que muchos estudiosos de Lawrence consideran
una "boutade" o la divagación de una mente senil. Lo que hizo Ravagli
en Vence, en la primavera de 1930 (y ésta es la versión extraoficial), fue
echar las cenizas de Lawrence al viento y llenar la urna con otras obtenidas de
madera quemada. Una especie igualmente inverificable pero no desatinada imputa
a Ravagli la responsabilidad de haber perdido las cenizas en la semana que se
demoró en Nueva York antes de dirigirse a Taos. Sea como fuere, es poco probable
que la capilla de Taos guarde los auténticos restos del célebre difunto: el
lugar sigue siendo un santuario de peregrinos devotos del escritor inglés, y lo
fue sobre todo en los años '60, cuando los motivos poéticos y novelescos de D.H.
Lawrence y sus prédicas a favor de la independencia de la mujer, tanto como sus
avanzados criterios a favor de un erotismo sin barreras, parecían coincidir
espléndidamente con la época.
Pero no pocas personas -entre ellas,
la propia hija de Frieda, Barby Weekley Barr (alguna vez enamorada de Lawrence,
según su madre); la excéntrica Dorothy Brett; una de sus principales amigas,
como fue Mabel Luhan, e incluso la misma O'Keeffee- planearon
"asaltar" la capilla y poner en libertad las cenizas del pobre
Lawrence, echándolas al viento. No hay pruebas de que lo hicieran pero, de
manera enigmática, Dorothy Brett comentó, ya anciana, que hubo un momento en
que Lawrence estaba "de muerto como había estado en su vida: en todas
partes y en ninguna, en el aire mismo y en el viento". Lo cual
posiblemente sea cierto y nada antagónico con los auténticos deseos de
Lawrence.
GUILLERMO MAYR
28 de junio de 2013
Maristella Svampa: "En Argentina hay una exacerbación de la lógica nacional-popular nuevamente en clave peronista que coexiste de manera perversa con la dinámica de desposesión"
Maristella
Svampa (1961) es licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de
Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales (EHESS) de París. Actualmente se desempeña como catedrática de la
Universidad de la Plata e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Conferencista
internacional, es autora de varios libros en los que analiza diversas
realidades sociales, políticas y económicas en el ámbito latinoamericano, entre ellos "La brecha urbana. Countries y barrios privados en Argentina", "Minería
transnacional. Narrativas del desarrollo y resistencias sociales" y "El
dilema argentino: civilización o barbarie". En América Latina, explica la socióloga e investigadora argentina, se viene ejecutando una segunda fase del criminal
modelo neoliberal que tantos perjuicios económicos, sociales y políticos generó
a la región durante el último cuarto de siglo, mediante la puesta en marcha de
lo que se ha dado en
llamar la "locomotora minera" para significar unas supuestas ventajas y
oportunidades económicas. Este modelo conocido como extractivismo (explotación de los recursos naturales)
tiene en la minería de cielo abierto, "la actividad más perversa en la medida
en que muestra lo peor: desposesión y despojo descarnado, altos índices de
contaminación del medio ambiente, aprovechamiento al máximo de los territorios
objeto de explotación no dejando ganancias económicas para los países, y
amenaza a la democracia y a los derechos humanos". Uno de los argumentos centrales que suelen esgrimir los defensores de
esta actividad es asociar minería con creación de puestos de trabajo, señala
Svampa, frente a lo cual, agrega, "suele ocultarse que los proyectos mineros a
gran escala generan una demanda intensiva de trabajo en las fases iniciales que
crea la ilusión de trabajo permanente. En realidad, la minería de gran escala
se caracteriza por ser una de las actividades económicas más
capital-intensivas. Por cada millón de dólares invertido, se crean apenas
entre 0,5 y 2 empleos directos. Cuanto más capital-intensiva es una actividad menos empleo genera y menor es la participación del salario de los
trabajadores en el valor agregado total que ellos produjeron con su labor: la
mayor parte es ganancia del capital". En Argentina, por ejemplo, pese a las promesas de los megaemprendimientos mineros, la
minería representa menos del 0,7% del total de los asalariados registrados. El modelo minero a cielo abierto que han adoptado varios gobiernos
latinoamericanos en la última década "no solo
genera más conflicto social, sino que contribuye a la reprimerización de la economía, la desposesión social y amenaza a las democracias". Para Svampa, un nuevo consenso se ha extendido entre los gobiernos de la
región. La valorización financiera ha dado paso a economías basadas en la
exportación de bienes primarios a gran escala. Esto es, se ha pasado del Consenso de Washington, asentado sobre la valorización financiera (que conllevó políticas de ajustes y privatizaciones, lo cual redefinió al
Estado como un agente meramente regulador), al Consenso de los Commodities (entendiendo el concepto de "commodities" en un sentido amplio, como productos indiferenciados cuyos precios se fijan internacionalmente y no requieren tecnología avanzada para su fabricación y procesamiento), basado en la exportación de bienes primarios a gran escala, entre ellos,
hidrocarburos (gas y petróleo), metales y minerales (cobre, oro, plata, estaño,
bauxita, zinc, entre otros), productos alimenticios (maíz, soja y trigo) y
biocombustibles. Desde el punto de vista social, este proceso conlleva la profundización del despojo y la concentración de tierras, recursos y
territorios, que tienen a las grandes corporaciones, en alianza con los diferentes gobiernos, como actores principales. Para
analizar con detenimiento las consecuencias del modelo extractivista y uno de
sus principales componentes, la explotación de la minería metalífera, el
Observatorio Sociopolítico Latinoamericano dialogó en Buenos
Aires con esta destacada científica social. La entrevista, a cargo de Fernando Arellano Ortiz, fue publicada en "La Haine", portal de Internet de contrainformación de España, el 9 de mayo de 2013.
El modelo
extractivista en América Latina en el que sobresale la explotación de minas de
oro a cielo abierto tan funesto desde el punto de vista medioambiental, ¿corresponde como lo han señalado algunos investigadores sociales a una segunda
fase del esquema del neoliberalismo en el que paradójicamente están comprometidos
algunos gobiernos que se denominan progresistas?
En 2006 cuando comencé a escribir sobre estos temas yo planteaba que,
efectivamente, esta es la segunda fase del modelo neoliberal. La primera estaba
consagrada sobre todo a la privatización de los servicios públicos y de los
recursos naturales, y la segunda apunta a la ola de desposesión. Creo que este
análisis no es del todo representativo porque ello implicaría ver solo un
costado del problema. En los últimos tiempos he estado repensando el tema y
creo que el panorama es mucho más complejo hoy en día del que teníamos hace
diez años. Además han emergido gobiernos de izquierda o de centro izquierda, por
lo que ahora empleo una nueva categorización y es hablar del paso del Consenso
de Washington al Consenso de los Commodities que me parece que da cuenta mucho
mejor del cambio de escenario económico que implica que las economías
latinoamericanas que siempre han sido adaptativas al capitalismo dan un giro
importante a un nuevo marco de la nueva división del trabajo territorial y
global por el cual América Latina aparece exportando naturaleza una vez más. En
algunos casos acompañan la consolidación de una matriz neoliberal como pueden
ser los casos de Colombia, México, o Perú, y en otros casos viene acompañado de reformas, de procesos de
centroizquierda y de izquierda que aparecen en escenarios específicos como
Bolivia, Argentina, más allá de la diferencia que hay, caracterizados por lo
nacional-popular.
¿Se puede señalar que la privatización
de los recursos naturales a través del modelo extractivista es parte de la
consolidación del modelo neoliberal?
Cuando se habla de la mercantilización de los bienes de la naturaleza no hay
que olvidar que eso se hizo en la década de los '90 y lo que ha habido es la consolidación de ese modelo. En esa década lo que se hace es desarrollar el
marco jurídico a partir del cual se posibilita la comercialización de recursos
naturales, y sobre todo, se hace el ajuste sectorial en relación con la minería
a cielo abierto.
En el desarrollo de este proceso usted
habla de desposesión, ¿por qué?
En líneas generales el capitalismo hoy en día, como dice David Harvey, acentúa
más lo que es la acumulación por desposesión que la acumulación por
reproducción ampliada, retomando la concepción de Rosa Luxemburgo y otros
teóricos; en eso coincidimos todos. Pero lo que hay que leer es con qué está
coexistiendo esa dinámica de desposesión y hay que dar cuenta de los distintos
escenarios nacionales. Si hablamos sólo de lógica o dinámica de desposesión
estamos perdiendo de vista otros procesos políticos y simbólicos que son
importantes en América Latina. Digo esto tratando de subrayar esos procesos. En
Argentina, por ejemplo, veo que hay una exacerbación de la lógica
nacional-popular nuevamente en clave peronista que coexiste de manera perversa
con la dinámica de desposesión.
¿En qué sentido?
En el sentido de que coexisten varios modelos de desarrollo: hay un modelo
industrial relativamente reactivado que es defendido como el gran avance por
parte del gobierno, hay un modelo de agronegocios, otro de acaparamiento de
tierras que habla de la mercantilización de los recursos naturales y de los
megaemprendimientos turísticos y también está el de la minería a cielo abierto.
Esas tres cuestiones modales están lejos de ser un costado débil del gobierno
argentino, es en realidad parte del principio mismo del modelo de dominación. Por eso hay que analizar esa coexistencia dañina.
Hablemos del caso concreto de la
minería…
En el caso de la minería uno se encuentra con una suerte de figura extrema, porque la misma es un modelo que sintetiza devastación institucional dado que
tiene un marco jurídico que favorece ampliamente a las grandes empresas
transnacionales. Es un modelo de expoliación económica porque no deja ganancias
en el país, lo que crea son economías de enclave como espacios socioproductivos
absolutamente dependientes sin crear desarrollo endógeno, y además estimula y
genera depredación ambiental. Entre todas las actividades ligadas al extractivismo, la minería de cielo abierto es la más perversa en la medida en que muestra lo
peor.
Pero además, usted ha señalado que la
minería de cielo abierto atenta contra los derechos humanos. ¿Por qué?
Ese es un tema muy importante porque, a la hora de debatir si se hace minería a
cielo abierto, se tratan de involucrar por lo general en los distintos países
argumentos económicos ligados a la rentabilidad del sector o argumentos
sociales en el sentido de las ventajas que se obtienen de la explotación de los
recursos naturales. Se afirma que se pueden desarrollar políticas sociales
compensatorias y suele dejarse de lado todo lo que tiene que ver con la
efectiva violación de derechos humanos. El extractivismo abre un nuevo capítulo
en la violación de los derechos humanos porque, hablando de los contrastes y de
las grandes paradojas en América Latina, hoy en día lo que observamos es que
este modelo de desposesión viene acompañado de una expansión de la frontera de
los derechos: los derechos ambientales, los derechos territoriales de los
pueblos indígenas, los derechos fundamentales en general que aparecen en la
letra de nuestras constituciones y raras veces son cumplidos. Cuando hablamos
de extractivismo aludimos a "desarrollo" entre comillas a gran escala, lo que
supone decir una gran envergadura y por ende el impacto sobre la población va a
ser mayor. Con lo cual, esto coloca mucho más en el centro la necesidad de que
sean discutidos de manera participativa y democrática por aquellos que están
necesariamente involucrados como comunidad afectada. Es decir, que la cuestión
de la democracia es central para evitar el impacto que tienen estos modelos.
Entonces, uno de los elementos fundamentales a la hora de analizar el
extractivismo consiste en subrayar el déficit de democracia en el cual nos
instala porque no se consulta a las poblaciones y estos modelos avanzan sin el
consenso de las mismas. Por lo general se escamotean las consultas previas que
deben hacerse a los poblaciones indígenas o las consultas públicas que deben
hacerse a las poblaciones urbanas o rurales. Ahí radica uno de los grandes
peligros que, en nombre de las ventajas comparativas dado el alto precio de los "commodities", en nombre de políticas sociales compensatorias que se pueden
llevar a cabo con la rentabilidad que produce la explotación, se está violando
el derecho de las poblaciones a decir no a un tipo de emprendimiento o supuesto
modelo de desarrollo que afecta no sólo el estilo de vida, su presente, sino el
futuro de las generaciones. En el caso del modelo minero es un modelo de mal
desarrollo no solamente porque contamina y no deja ganancias económicas sino
porque amenaza la democracia, al menos la democracia bien entendida que implica
sostener una política de participación, de discusión y debate de los modelos o
supuestos modelos de desarrollo para la adopción de decisiones.
Usted también ha analizado
pormenorizadamente el grado de conflictividad social que generan los proyectos
de minería a cielo abierto. ¿Cuál es la situación de América Latina en ese
sentido?
En
la actualidad no hay país latinoamericano con proyectos de minería a gran
escala que no tenga conflictos sociales suscitados por las empresas mineras o
los gobiernos con las comunidades. Se pueden observar los casos de México,
varios países centroamericanos como Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa
Rica y Panamá, y en Sudamérica, Ecuador, Perú, Colombia, Brasil, Argentina y
Chile. Según el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina (OCMAL)
existen actualmente ciento viente conflictos activos que involucran a más de ciento cincuenta comunidades afectadas a lo largo de toda la región. En Perú, donde más
acelerada y descontroladamente se ha dado la expansión minera, los conflictos
por esta actividad concentran el 70% y éstos a su vez, representan el 50% del
total de conflictos sociales en ese país.
El impulso del modelo extractivista en
América Latina responde, ha dicho usted, no sólo a una decisión económica o
ambiental, sino política…
Efectivamente, porque de lo que se trata es de saber si queremos debatir lo que
entendemos por desarrollo sostenible si apostamos a que esa discusión sea
informada, participativa y democrática, o bien, aceptamos la imposición de
nuestros gobernantes locales y las grandes corporaciones en nombre de las "nuevas oportunidades económicas", el nuevo consenso de los "commodities", y de un
falso desarrollo. Infortunadamente no hay plan estratégico en los países de
América Latina para enfrentar la explotación de recursos naturales.
Tras este completo análisis y
desolador panorama, ¿cuál cree que es la alternativa política para contrarrestar
el modelo extractivista en América Latina?
El punto de partida para pensar en alternativas a este modelo radica en el
giro eco-territorial de las luchas que atraviesa la región y plantean una
redefinición de las reglas de juego, cuestionando el modelo de desarrollo y las
lógicas de acumulación. Por giro eco-territorial hay que entender la
potenciación de un lenguaje de valoración acerca de la territorialidad -que
expresa la convergencia entre visión ambientalista y revalorización de la
matriz comunitaria- no se halla restringido al ámbito rural, exclusivamente
referido a las resistencias campesinas e indígenas. También se expande al ámbito
urbano, sobre todo en pequeñas y medianas localidades, ampliando el registro
étnico y de clases y, por ende, el tipo de actores involucrados. Desde el punto
de vista económico se debe exigir altos impuestos a las actividades
extractivistas, así como a las sobreganancias de las transnacionales por la
explotación del sector energético.
GUILLERMO MAYR
25 de junio de 2013
Periodismo de autor (IV). Osvaldo Soriano: "Dinosaurios"
Comparado a menudo con Arlt y Cortázar por haber fundado un lenguaje propio y poseer una imaginación regia, Osvaldo
Soriano (1943-1997) fue un notable
novelista y periodista argentino. Pocos
narradores fueron tan famosos como él fuera de su país, no obstante el desdén con que muchas veces fue tratado por los académicos vernáculos de las letras. Autor de siete novelas, entre las que se destacan la inicial "Triste, solitario y final" y "No habrá más penas ni olvido", Soriano publicó varios libros en los que reunió ficciones y artículos periodísticos, libros que armó "como un rompecabezas", de modo "arbitrario y caótico", mezclando "cuentos con homenajes, evocaciones
con apuntes y narraciones con historias de fútbol", porque "así me gusta
leerlos a mi, y mientras los reviso y los corrijo pienso que son fragmentos de
los instantes más felices de mi vida", escribiría en el prólogo de uno de ellos.
Siguiendo los pasos de su familia, desde su infancia deambuló de pueblo en pueblo a partir de los diferentes destinos laborales que le eran encomendados a su padre, quien era inspector de Obras Sanitarias. A comienzos de los años '60 recaló en Tandil donde, tras ejercer varios oficios, comenzó a trabajar como periodista en "El Eco" y a escribir sus primeros cuentos. En 1969 se instaló en Buenos Aires y comenzó a trajinar las redacciones porteñas. Trabajaría en medios gráficos como las revistas "Primera Plana" y "Panorama", y en los diarios "La Opinión" y "El Cronista Comercial" hasta que, en 1976, se traslada a México, Bélgica y, más tarde, a Francia, en cuya capital vivirá hasta 1984. Allí fundó, junto a Cortázar y otros periodistas, el periódico "Sin Censura", desde cuyas páginas se denunciaban las aberraciones y los crímenes perpetrados por la dictadura militar que gobernaba la Argentina. También fue colaborador del periódico italiano "Il Manifesto" al tiempo que rechazaba ofrecimientos que le acercaban los diarios más importantes de Italia dada la popularidad de sus libros. Soriano desconfiaba de los grandes medios porque creía que su "grandeza es proporcional a la de los intereses que defienden", siendo, en consecuencia, "escasas las posibilidades de escribir con absoluta libertad de opinión". A su regreso a su país natal, participó en la fundación de dos proyectos que renovaron la prensa argentina en democracia: el semanario "El Periodista" en 1984 y el diario "Página/12" en 1987, medio en el que sería columnista hasta su prematura muerte.
Siguiendo los pasos de su familia, desde su infancia deambuló de pueblo en pueblo a partir de los diferentes destinos laborales que le eran encomendados a su padre, quien era inspector de Obras Sanitarias. A comienzos de los años '60 recaló en Tandil donde, tras ejercer varios oficios, comenzó a trabajar como periodista en "El Eco" y a escribir sus primeros cuentos. En 1969 se instaló en Buenos Aires y comenzó a trajinar las redacciones porteñas. Trabajaría en medios gráficos como las revistas "Primera Plana" y "Panorama", y en los diarios "La Opinión" y "El Cronista Comercial" hasta que, en 1976, se traslada a México, Bélgica y, más tarde, a Francia, en cuya capital vivirá hasta 1984. Allí fundó, junto a Cortázar y otros periodistas, el periódico "Sin Censura", desde cuyas páginas se denunciaban las aberraciones y los crímenes perpetrados por la dictadura militar que gobernaba la Argentina. También fue colaborador del periódico italiano "Il Manifesto" al tiempo que rechazaba ofrecimientos que le acercaban los diarios más importantes de Italia dada la popularidad de sus libros. Soriano desconfiaba de los grandes medios porque creía que su "grandeza es proporcional a la de los intereses que defienden", siendo, en consecuencia, "escasas las posibilidades de escribir con absoluta libertad de opinión". A su regreso a su país natal, participó en la fundación de dos proyectos que renovaron la prensa argentina en democracia: el semanario "El Periodista" en 1984 y el diario "Página/12" en 1987, medio en el que sería columnista hasta su prematura muerte.
A fines de julio de 1995, estando en París, le llegó la noticia del fallecimiento del economista e historiador belga Ernest Mandel (1923-1995) acaecida en Bruselas por esos días. Mandel, tenía en su haber una valiosísima obra teórica sobre cuestiones político-económicas que incluye títulos como "Traité
d'économie marxiste" (Tratado
de economía marxista), "Autogestion,
occupations d'usines et contrôle ouvrier" (Consejos
obreros, control obrero y autogestión), "Le
troisième âge du capitalisme" (El
capitalismo tardío) y "Le pouvoir et l'argent" (El
poder y el dinero) entre muchos otros. Pero además, en 1986, había escrito un ensayo sobre la novela policial, género por el que Soriano tenía una proverbial devoción. En el libro, titulado "Meurtres exquis. Histoire sociale du roman
policier" (Asesinatos exquisitos. Historia social de la novela policial), Mandel afirmaba: "Si se pregunta por qué la historia
de la sociedad burguesa debe reflejarse en la historia de un específico género
literario, la respuesta sería que la historia de la sociedad burguesa es
también la de la propiedad y la negación de la propiedad, en otras palabras,
del crimen; que la historia de la sociedad burguesa es también la creciente y
explosiva contradicción entre las necesidades individuales o pasiones y los
patrones mecánicamente impuestos de conformismo social; que la sociedad
burguesa en sí misma nutre el crimen, se origina en el crimen y conduce al
crimen. ¿Quizás porque la sociedad burguesa es, a fin de cuentas, una sociedad
criminal?".
Pocos días después de la muerte de Mandel, el diario "Página/12" publicó en su contratapa "Dinosaurios", artículo que llevaba la firma del recordado autor de "Rebeldes, soñadores y fugitivos" y "Piratas, fantasmas y dinosaurios", el formidable Osvaldo Soriano.
DINOSAURIOS
DINOSAURIOS
Hace un
par de semanas, cuando me enteré de la muerte de Ernest Mandel, el último gran
teórico del marxismo contestatario, no me sentí con suficiente autoridad para
escribir un artículo sobre él y su obra. Después, al ver que los diarios lo recordaban
como un dinosaurio enterrado hace millones de años, me dije que al menos debía
dar cuenta de la noche en que lo conocí en Ixelles, cerca de Bruselas, allá por
1977.
Mandel llegó a ser el trotskista más notorio del mundo, heredó la dirección de la IV Internacional y fue reconocido o negado por los suyos con la terrible virulencia con que suelen hacerlo los seguidores del creador del Ejército Rojo. A los dieciséis años se incorporó a la Resistencia contra los nazis, entró en el socialismo para crearle un ala izquierda y en 1940, el mismo año en que Trotsky fue asesinado en México por orden de Stalin, se incorporó a las filas del internacionalismo. En los años sesenta, publicó un libro de referencia para la discusión de la economía: "Tratado de economía marxista". Al poco tiempo lo pusieron preso por agitador y al salir de la cárcel era uno de los intelectuales rojos más temidos de la tierra. Pasó clandestinamente por decenas de países tratando de unir los desgajamientos trotskistas. Quería hacerles entender a sus camaradas que la revolución no estaba a la vuelta de la esquina, que Marx había incluso previsto la eventualidad de una tremenda derrota (pasarán cincuenta, cien, doscientos años antes de que la clase obrera tome conciencia de su explotación), y que el estalinismo era el principal enemigo del célebre "¡Trabajadores del mundo: únanse!".
Mandel llegó a ser el trotskista más notorio del mundo, heredó la dirección de la IV Internacional y fue reconocido o negado por los suyos con la terrible virulencia con que suelen hacerlo los seguidores del creador del Ejército Rojo. A los dieciséis años se incorporó a la Resistencia contra los nazis, entró en el socialismo para crearle un ala izquierda y en 1940, el mismo año en que Trotsky fue asesinado en México por orden de Stalin, se incorporó a las filas del internacionalismo. En los años sesenta, publicó un libro de referencia para la discusión de la economía: "Tratado de economía marxista". Al poco tiempo lo pusieron preso por agitador y al salir de la cárcel era uno de los intelectuales rojos más temidos de la tierra. Pasó clandestinamente por decenas de países tratando de unir los desgajamientos trotskistas. Quería hacerles entender a sus camaradas que la revolución no estaba a la vuelta de la esquina, que Marx había incluso previsto la eventualidad de una tremenda derrota (pasarán cincuenta, cien, doscientos años antes de que la clase obrera tome conciencia de su explotación), y que el estalinismo era el principal enemigo del célebre "¡Trabajadores del mundo: únanse!".
Su libro
más traducido, "La tercera edad del capitalismo" conocido a principios de los años
setenta, anticipa la euforia mercantilista del reaganismo, la tristeza del
menemismo y unas cuantas cosas más. En 1983, Mandel publicó en Inglaterra,
donde sus seguidores eran más numerosos que en otros países, "El poder y el dinero",
que muchos consideran su obra mayor. En 1987, ya profesor de Economía en la
Universidad Libre de Bruselas, se dio el gusto de escribir "Asesinatos exquisitos", un curioso ensayo sobre la novela negra.
Sus giras
clandestinas solían terminar en escándalos: expulsado de Australia, Francia,
Alemania, Suiza y naturalmente Estados Unidos, es posible que haya estado de
incógnito en la Argentina en tiempos de Frondizi, aunque él se negó a
confirmarlo aquella noche en que lo conocí. Eran los días de gloria del general
Bussi, del almirante Massera, del antisemita Ramón Camps, en los que mataban o
desaparecían gente en montes, ciudades y mares.
Y bien:
alguien le pidió a Mandel que explicara cómo podía ser que el Partido Comunista
Argentino diera a Videla un "apoyo crítico". Fijamos una fecha en Ixelles y
allí acudimos los acusados de montar una campaña antiargentina a escuchar lo
que decía Ernest Mandel, sucesor de Trotsky, enemigo de los capitalistas y
censor de todos los soviets.
Llegó solo a la reunión, sin custodia ni chicas que le hicieran la corte: dejó unos libros sobre la mesa, limpió los anteojos con un pañuelo de papel, se quitó el sobretodo lustroso, raído, y el echarpe marrón. Enseguida me hizo acordar al profesor socialista que Marcello Mastroianni interpreta en "Los compañeros", la película de Monicelli, el expulsado perpetuo, el predicador pesimista. Empezó a hablar y al rato ya se estaba peleando con todos. No decía una sola palabra de las que uno tenía ganas de escuchar, explicaba el mecanismo económico y social que había llevado a la Argentina al desastre desde Uriburu hasta Videla. Nos preguntó qué era de la vida de don Arturo Illia, al que consideraba un gran hombre; preguntó con ansiedad si se había plegado a la aprobación como Balbín y Frondizi o al silencio como tantos otros. Quiso saber de Agustín Tosco y también de los sindicalistas amarillos, que conocía uno por uno.
Llegó solo a la reunión, sin custodia ni chicas que le hicieran la corte: dejó unos libros sobre la mesa, limpió los anteojos con un pañuelo de papel, se quitó el sobretodo lustroso, raído, y el echarpe marrón. Enseguida me hizo acordar al profesor socialista que Marcello Mastroianni interpreta en "Los compañeros", la película de Monicelli, el expulsado perpetuo, el predicador pesimista. Empezó a hablar y al rato ya se estaba peleando con todos. No decía una sola palabra de las que uno tenía ganas de escuchar, explicaba el mecanismo económico y social que había llevado a la Argentina al desastre desde Uriburu hasta Videla. Nos preguntó qué era de la vida de don Arturo Illia, al que consideraba un gran hombre; preguntó con ansiedad si se había plegado a la aprobación como Balbín y Frondizi o al silencio como tantos otros. Quiso saber de Agustín Tosco y también de los sindicalistas amarillos, que conocía uno por uno.
Desmenuzó la lógica
del comunismo criollo que se plegaba a las sugerencias de Moscú y por primera
vez en mi vida oí a un marxista hablar de la revolución informática y de la
manera en que cambiaría al mundo. Dejó que lo insultaran y le dijeran que podía
meterse sus libros en el culo. Sonreía con ironía y a veces respondía golpeando
la mesa con un puño. Tenía la elegancia del despojamiento, las maneras corteses
y virulentas de los revolucionarios del siglo XIX. Aunque pocos como él
conocían la marcha del capitalismo posindustrial. La charla, convertida en
asamblea, terminó pasada la medianoche.
¿Por qué
recordar ahora a un tipo al que Menem le hubiera ganado diez elecciones
seguidas, a un profesor al que nadie escuchaba? Porque siempre decía algo que no
esperábamos que dijera. Esa noche, militantes uruguayos, alemanes, chilenos y
argentinos estaban furiosos contra él. La discusión siguió en los pasillos con
un frío inolvidable. Tanto que ni siquiera nevaba. El local, que debía
pertenecer a un sindicato, se fue vaciando. No había bares ni cervecerías
cerca. Igual, nadie tenía con qué pagarse una comida. Nos quedamos en la
vereda, ateridos, Mandel y unos pocos amigos. Recién al rato nos dimos cuenta
de que estaba a pie y había perdido el último tren. El autor de "El poder y el dinero" no tenía coche, custodia ni chofer. Lo que más le preocupaba era encontrar un lugar
donde seguir la discusión.
Habíamos llegado en un viejo Citroën con una imposible patente holandesa y nos ofrecimos a llevarlo. Aceptó y ahí nomás salimos a treinta por hora en la helada noche belga, con el profesor más perseguido del mundo sentado en las rodillas. Hablaba castellano con los latinoamericanos, alemán con el que manejaba y portugués con la chica que iba al lado. Ya en Bruselas nos invitó a subir a su departamento. Estaba lleno de libros, en las bibliotecas, en el suelo, sobre la mesa, en el baño, arriba de la heladera, debajo de la pileta y al lado de la cama.
Habíamos llegado en un viejo Citroën con una imposible patente holandesa y nos ofrecimos a llevarlo. Aceptó y ahí nomás salimos a treinta por hora en la helada noche belga, con el profesor más perseguido del mundo sentado en las rodillas. Hablaba castellano con los latinoamericanos, alemán con el que manejaba y portugués con la chica que iba al lado. Ya en Bruselas nos invitó a subir a su departamento. Estaba lleno de libros, en las bibliotecas, en el suelo, sobre la mesa, en el baño, arriba de la heladera, debajo de la pileta y al lado de la cama.
No nos
hicimos trotskistas por eso, pero el alemán, que ya lo era, le comió las
salchichas que tenía en la heladera y nosotros le tomamos la cerveza y acabamos
con el queso. Compré su libro sobre la novela negra en París y me pareció que
se le iba la mano con la ideología. Eso es todo. No volví a verlo. Murió en
Bruselas de un ataque al corazón a los setenta y tres años. Antes había refutado a los
liberales, demostrado las contradicciones de patrones y obreros, pronosticado
la caída del imperio soviético y adivinado el fin de la era del trabajo
asalariado. "Lo que cuenta -decía- es el conocimiento". Tal vez por eso los
medios hablan de él como de un dinosaurio.
GUILLERMO MAYR
22 de junio de 2013
Fellini, Buzzati & Manara. La historia de un viaje imaginario (3)
Al
principio pensó en el actor inglés Ronald Colman (1891-1958); más
tarde, que Mastroianni sería el intérprete ideal, pero ya lo había utilizado
como protagonista del “Viaje a Tulum”. Después de pensarlo y repensarlo, la
elección recayó en Paolo Villaggio (1932). Así, Mastorna tuvo las facciones de
ese rostro desmañado y melancólico del gran acto cómico italiano. Con el fin de
dar indicaciones más precisas a Manara, Fellini organizó una sesión fotográfica
en Cinecittá, en la que maquilló a Villaggio e intentó plasmar las expresiones
del actor que mejor representaban la idea que él tenía de aquel viejo personaje.
En otra oportunidad Fellini y Manara discutieron largo rato acerca del estilo
gráfico que convenía a la historia. Tras muchas vacilaciones eligieron la
aguada, sobre todo porque, como sostenía Manara, esta técnica presentaba
mayores posibilidades de trabajar la luz y los claroscuros. Y así fue. Fellini
utilizó el pincel de Manara exactamente como lo hacía con su director de
fotografía. Sólo que, en lugar de los focos del cine, tenía a su disposición le
gama completa de grises y un pote de agua. La guinda que coronó el postre fue
la decisión de alargar el título: “Il viaggio de G. Mastorna, detto Fernet” (El
viaje de G. Mastorna, llamado Fernet), que es un nombre típico de payaso.
“Desde que
tengo la suerte de colaborar con Federico Fellini, la pregunta que más me hago
a mí mismo es: si Fellini es el director de las mujeronas y tú eres el
dibujante de las mujercitas, ¿cómo logran conciliar vuestra imaginería erótica?”,
declaró en aquel momento Milo Manara. “Podría objetar que ante una historia
como ‘Mastorna’, reducirlo todo a una cuestión de mujercitas y mujeronas es un
poco simplista, del mismo modo que me resulta inaceptable recoger de todo el
universo femenino felliniano sólo la turbación que producen sus (raras) gigantas
(en lo que a mí respecta, me siento muy bien en compañía de mis mujercitas). En
realidad, no sólo en lo que respecta a los personajes femeninos sino también a
los masculinos, la ambientación y otros elementos de la historia, Fellini ha
tenido que contentarse con mi representación, así como en el cine me parece
correcto que se cuenten historias mediante la personalidad de los actores, de
los escenógrafos y de todo el ejército de colaboradores necesarios para
realizar una película”.
“¿Cuándo
pensé por primera vez en una historia para una película como la de ‘El viaje de
Mastorna’? Ya no lo recuerdo -diría el director de ‘Amarcord’-. Siempre estuve
convencido de que mis películas me esperaban bien hechas y acabadas, como las
estaciones esperan a los trenes que llegan. Uno, sin embargo, ha oído hablar de
ese pueblo, de esa ciudad que anuncian por los altavoces, pero no ha estado
nunca; no obstante, el pueblo con su plaza, sus casas, la iglesia y el
ayuntamiento existían vaya uno a saber desde hace cuánto tiempo. Pero, tarde o
temprano, para conocerlo, para saber cómo está hecho y quiénes lo habitan, es
necesario llegar. Precisamente, cogiendo un tren o conduciendo el propio automóvil.
Después hay que visitarlo con curiosidad, maravillándose y dejando que fluyan
los recuerdos más insospechados... Sólo entonces puede hablarse de él, contar
su historia, transmitir su atmósfera, comunicar los sentimientos que te
transmite. Así puedo hablar, como director, de las películas que he hecho”.
“Pero con ‘Mastorna’
-añadió- hay un inconveniente: jamás la hice. Se trata de una historia que me
ha acompañado durante casi treinta años y que, como he dicho en repetidas
ocasiones, sirvió de alimento, con sus propias sugerencias, a todas las
películas que realicé en su lugar. Era una presencia estimulante, fascinante,
que quizá nunca podré soslayar. Como una embarcación piloto que me llevaba
fuera del puerto y me obligaba a llevar a cabo distintos viajes y a afrontar
aventuras desconocidas. ¿Cómo, entonces, señor Fellini, ha decidido abandonar
definitivamente esa historia si es una fuente radiactiva tan preciosa? La
respuesta podría ser ésta: ‘El viaje de Mastorna, llamado Fernet’ sigue siendo
una película, sólo que en historietas. Con la apreciable ventaja de que quizá
cuesta un poco menos. Y a ustedes, queridos espectadores, que cada día van
menos al cine, les deseo una buena lectura y un feliz entretenimiento. Si
después se deciden -espero que así sea- a volver al cine, no excluyo que ‘Mastorna
Fernet’ aparezca en la pantalla”.
“Diría que
se trata de un viaje imaginario, soñado, un viaje por la memoria, por el
olvido, por un laberinto que tiene infinitas salidas pero una sola entrada, que
yo no sé resolver”, declaró Fellini en oportunidad de la aparición de la primera
entrega de la historieta en la revista “Il Grifo” en 1992, una sugerente pieza
de veintitrés páginas. Esta fue su última obra. Fellini murió al año siguiente y
la historieta quedó trunca. Once años después, en el marco del Festival del Mar
de Rímini, se estrenó “El viaje de Mastorna”, la filmación de las ilustraciones
de Manara que contó con relatos en off del propio dibujante. “Por más que yo
haya puesto lo mejor de mí mismo para conservar escrupulosamente sus
indicaciones -aclararía Manara-, este Mastorna no puede ser el que Fellini
pensó, imaginó y soñó. Mientras trabajaba en el Mastorna, mi temor permanente
era éste: ¿cómo reaccionaría mi querido amigo ante la representación de estos
sueños que él tenía tan claros en su mente hasta en los más mínimos detalles y
que encontraría inevitablemente cambiados, ajenos, empobrecidos? Es
precisamente por esto por lo que quiero darle las gracias. No lo he hecho
antes y quisiera hacerlo ahora. Le doy las gracias por haber tratado mi
trabajo, a pesar de todo, con un profundo respeto. Mujercitas incluidas”.
GUILLERMO MAYR
20 de junio de 2013
Fellini, Buzzati & Manara. La historia de un viaje imaginario (2)
En Dinocittá, Fellini había comenzado a construir
algunos sets donde había de realizarse el rodaje. Se encuentran rastros de
aquéllos en un documental que realizó para la cadena de televisión estadounidense
NBC titulado “Block-notes di un regista” (Apuntes de un director), en el que se
entrevén la fachada de la catedral de Colonia, la de algunos edificios y los
restos de un avión. Al comienzo del documental, Fellini se encuentra con un
grupo de hippies que han decidido vivir provisionalmente justo al lado de las
ruinas de Mastorna. Uno de ellos recita un poema titulado “Mastorna Blues”: “Vivo
en una ciudad llamada / Mastorna, el sueño de un / loco que ha cimentado sobre
la hierba / una ciudad inútil donde nadie / vive, donde nadie / ama trabaja
odia muere. / Hay un avión que no puede levantar el vuelo / y las tiendas
tienen puertas / de madera que jamás se abrirán. / Mastorna, ciudad triste y
bella, / con una belleza que amo por sobre / cualquier otra, porque se llama /
Demencia. / Ciudad de polvo y desechos, como / todo. / Quiero morir en
Mastorna, / ser sepultado en esa iglesia / de papel en la que no entran
sacerdotes”.
Tras la
lectura de este poema escrito por el guionista italiano Bernardino Zapponi (1927-2000)
-el director de una prueba de lo que habría de ser el comienzo de la película-
el cielo se vuelve amenazante, el viento arrecia y se desata una tempestad. Es
entonces cuando se ve el fuselaje de un DC 8 y se oye una voz de azafata que
dice: “Atención, por favor. Debido a dificultades técnicas nos vemos obligados
a efectuar un aterrizaje de emergencia”. Después aparece una figura de
espaldas, con una maleta en una mano, y en la otra un estuche de violonchelo,
que arriesga unos pasos vacilantes en medio de la tempestad; mientras se
escucha la voz de Fellini: “Éste es Mastorna, el héroe de mi película, un violonchelista...
Debía empezar así, con un aterrizaje forzoso... en una extraña plaza... de
sueño”. Una voz le pregunta: “Así pues, señor Fellini, ¿no volverá a hacer ‘El
viaje de Mastorna?’”. Fellini responde: “No, todavía no, pero lo haré, pues es
la película que más me interesa. Lo había preparado todo para que mi personaje
se materializara... A veces tenía la sensación de haber conocido realmente a
Mastorna... pero terminaba por escapárseme otra vez...”.
A lo largo
de los siguientes años y, puntualmente, al ser preguntado por sus proyectos
futuros, Fellini volvía a las huellas de Mastorna, quizá para exorcizarlo,
pero siempre entre los motivos en los que se ocupaba de corazón. En una
entrevista concedida a la RAI (Radiotelevisión italiana), al solicitársele
noticias sobre Mastorna, respondió: “Si por cortesía, cansancio o vanidad me
pusiese a charlar acerca de Mastorna, y dijese una vez más que se trata de un
viaje, imaginado, soñado, de un viaje por la memoria, por lo olvidado, por un
laberinto provisto de infinidad de salidas pero de una sola entrada y, por lo
tanto, con un problema real que es entrar y no salir, y si impúdicamente
continuase desgranando definiciones y proverbios, no creo que lograse sugerir
el sentido de la película, pues yo soy el primero en ignorarlo. Es como la
sospecha de una película, quizás incluso una película que no sé hacer”.
A mediados
de la década del ‘80, Fellini se trasladó a Yucatán, México, para reunirse con
Carlos Castaneda (1925-1998) y convencerlo de rehacer juntos, en un
largometraje, las peripecias que el etnólogo escritor peruano había retratado en
“Viaje a Ixtlan”, libro en el que narró sus vivencias junto a un brujo
mexicano, descubriendo y desnudando la pobreza de la cultura occidental. La
idea era recorrer con Castaneda y las cámaras el México profundo, pero el autor
de “Las enseñanzas de Don Juan” se opuso alegando signos adversos. Fellini
partió igual, con los datos para encontrar a Don Miguel, uno de los brujos
compadres de Don Juan. Si bien no logró su cometido, a su regreso a Italia
contó los pormenores de la trajinada y fallida excursión en el diario “Corriere
della Sera” entre 1986 y 1987. Apenas terminada la serialización del relato,
Manara le solicitó a Fellini adaptarlo a la historieta. Así nació “Viaggio a
Tulum” (Viaje a Tulum), una historia fascinante y una verdadera obra maestra de
la historieta. En una de sus primeras viñetas puede verse, hundido en el fondo
del estanque de Dinocittà, un avión que lleva grabado en el fuselaje la palabra
“Mastorna”.
El
personaje tomó los rasgos de un apuesto y juvenil Mastroianni, a quien Fellini
bautizó Snaporaz. “Me sentí en mi ambiente natural -diría-, el de los estudios
de cine, dejándome llevar por los cambios abruptos, el placer y la alegría de
un viaje maravilloso al relato, a la invención. Los lápices y pinceles del
amigo Manara son el equivalente de mi puesta en escena, el vestuario, los
rostros de los actores, los decorados y las luces que utilizo para contar mis
filmes”. Serializada en la revista italiana “Corto Maltese” durante 1989, la
historieta incorporó a su trama explícitos homenajes al noveno arte al mencionar
a Flash Gordon y a Mandrake. “Es una aventura fascinante y sugestiva,
justamente por lo que tenía de indescifrable”, apuntó Fellini en el prólogo de
la edición en libro.
Terminada
esta historia, y ante los buenos resultados de su colaboración con Manara,
Fellini continuó ligado al dibujante, encargándole los afiches de “Intervista” (Entrevista)
y “La voce della luna” (La voz de la luna), sus films de 1987 y 1990
respectivamente. Luego, tal como había sucedido en los albores de su carrera artística,
Fellini decidió un nuevo acercamiento a la historieta, pasión que nunca lo
había abandonado. En un primer momento pensó en historias breves, de una sola
entrega. Más tarde, sorpresivamente, decidió hacer “Mastorna”, que parecía
abandonado en los meandros de la memoria. Fellini decidió dividir la historia
en tres partes, pero sobre todo dar una forma adecuada a la historieta, al tema
y al guión. Tras llevar a cabo unas ligeras modificaciones, el director diseñó las
ilustraciones y redactó los apuntes, preciso en todos los detalles, para la
realización de la primera parte. Eligió los paisajes, los escenarios, las
características ambientales, el mobiliario, los trajes y los rostros de los
personajes, pero no había elegido todavía los rasgos de Mastorna...
GUILLERMO MAYR
18 de junio de 2013
Fellini, Buzzati & Manara. La historia de un viaje imaginario (1)
Entre abril
de 1937 y febrero de 1939 circuló en Italia la revista “Omnibus”. A lo largo de
los noventa y cinco números editados, el semanario dirigido por el periodista Leopoldo
Longanesi (1905-1957) se dedicó fundamentalmente a analizar temas políticos e
históricos, pero también a la publicación de cuentos y poemas. Con una gran
profusión de fotografías que la distinguió de otras publicaciones, la revista
alcanzó en 1938 una tirada de 100.000 ejemplares. Hasta el momento de su cierre
ordenado por el régimen fascista, en “Omnibus” aparecieron textos de grandes
escritores italianos como Buzzati, De Chirico, Montale, Moravia, Savinio y Zavattini,
y también de autores de otras nacionalidades con prestigio internacional como Cain,
Caldwell, Lawrence, Hammett, Hemingway y Steinbeck.
En el ejemplar de octubre de 1938 apareció un
cuento del genial Dino Buzzati (1906-1972) titulado “Lo strano viaggio di
Domenico Molo” (El extraño viaje de Domenico Nolo). Por ese entonces Federico
Fellini (1920-1993) contaba apenas con dieciocho años y trabajaba en Florencia
como corrector de pruebas de imprenta en la editorial Nerbini. Aficionado al “fumetto”
(tal como los italianos llaman a las historietas) desde su niñez, pronto pasó a
colaborar sucesivamente en los semanarios “La Domenica del Corriere”, “Il 420”
y “L’Avventuroso”, y en las revistas “Marc'Aurelio” y "Corriere dei
Piccoli", publicando viñetas y dibujos y escribiendo los guiones de la
historieta “Flash Gordon”. Cuando leyó la historia de Buzzati, Fellini quedó
fascinado. Pero habría que esperar hasta la primavera de 1965 para que ambos
artistas se reuniesen por primera vez.
Hacia mediados de la década del ’50, Fellini estaba
deprimido. Acababa de estrenar “La strada” con un resonante éxito en el extranjero,
pero en Italia las críticas llovieron. Por recomendación de su amiga la
escritora italiana Natalia Ginzburg (1916-1991) comenzó a tratarse con un psicoanalista
austríaco junguiano que le recomendó llevar un diario de sueños. Fellini, a lo
largo de los cuatro años que duró el tratamiento, lo hizo como mejor sabía: con
dibujos como en las historietas. Esa fascinación por las historietas lo llevó a
crear muchos de los personajes de sus películas inspirándose en protagonistas
de historietas. “Para mí -diría hacia el final de su vida-, las historietas son
un punto de referencia. Una visión desde donde desarrollar las situaciones,
como una fábula pero real”. Un día tuvo un sueño después de leer un cuento de
Buzzati en el “Corriere della Sera”, un sueño tan vívido que al despertar subió
a su auto y manejó hasta Milán para conocer al autor de “Il crollo della
Baliverna” (El derrumbe de la Baliverna) y proponerle trabajar juntos.
La idea era contar la historia de un hombre, violonchelista
de profesión, que parte en avión hacia un concierto en Florencia. Durante el
vuelo, el avión en el cual viaja, un DC-8, se ve forzado por causa de una
tormenta a realizar un aterrizaje de emergencia en la nieve, delante de la
catedral de Colonia. Los viajeros son evacuados y trasladados a un hotel en
autobuses, salvo el violonchelista que elige ser llevado por un trineo tirado
por perros de ojos demoníacos y conducido por una seductora azafata. Al llegar,
el personal lo recibe con velas y candelabros en la mano ya que, a causa de la
tormenta, se había cortado el suministro eléctrico. El lugar está colmado de enigmáticos
huéspedes: prostitutas, encantadores de serpientes, travestis y hasta el Sumo
Pontífice. Cuando sube a su habitación, la nº 51, vuelve la luz. El hombre enciende
el televisor justo en el momento en que dan la noticia de que el avión en el
que viajaba se había accidentado en las montañas sin dejar sobrevivientes. Pero
la locutora habla en un idioma que el hombre no entiende…
Comenzaron a escribir ese verano de 1965 en la
residencia del cineasta en Fregene, y continuaron con el proyecto durante un
año: Buzzati en Milán, escribiendo el guión, y Fellini en Roma, supervisando la
construcción de monumentales y costosos decorados, entre ellos una reproducción
de la catedral de Colonia. Colaboraba con ellos Brunello Rondi (1924-1989), guionista
de “La dolce vita”. Fellini contaba con la predisposición del productor Dino De
Laurentiis (1919-2010) y la película se llamaría “Il viaggio di G.
Mastorna” (El viaje de G. Mastorna). Pero Fellini, que desde que realizó “Giulietta
degli spiriti” (Julieta de los espíritus) consultaba videntes y espiritistas, decidió
llevar a Buzzati a ver a su consejero de cabecera, un individuo que restauraba
cuadros a oscuras y tenía poderes de telequinesia. Éste le recomendó a Fellini
que abandonara el film advirtiéndole que, si lo hacía, sería su última
película. Fellini, muy supersticioso, se tomó en serio el aviso y, a la luz de
esta revelación, recordó algunos sucesos que le habían ocurrido. En su primer
encuentro con Buzzati, tras cenar juntos, una intoxicación se había llevado al
hospital a varios comensales. Además, había soñado que la catedral de Colonia
se derrumbaba sobre su cabeza. Fue en ese momento en que decidió retrasar el
rodaje de la película.
De Laurentiis, para ese entonces, había
invertido varios millones de liras en decorados en Dinocittà, el estudio con
que pensaba superar a Cinecittà. Cuando recibió la noticia, puso en movimiento
a sus abogados para obligarlo a cumplir el contrato. La relación del productor
con el director, basada tanto en la admiración y el entusiasmo como en la
desconfianza y la sospecha, generó una verdadera guerra judicial que acabó con
el incómodo secuestro de los bienes de Fellini y su consiguiente colapso
nervioso, para pasar luego a la elección del intérprete. Se barajaron los
nombres de Marcelo Mastroianni (1924-1996), Steve McQueen (1930-1980), Paul
Newman (1925-2008), Lawrence Olivier (1907-1989) y Ugo Tognazzi (1922-1990), el
único de entre ellos que firmó un compromiso relativo a Mastorna. Sin embargo,
la película -que por sugerencia de Buzzati iba a titularse “La dolce morte”-
jamás llegaría a realizarse. De Laurentiis se fue a Hollywood y los decorados en
Dinocittà se convirtieron en una ciudad fantasma.
GUILLERMO MAYR
15 de junio de 2013
Periodismo de autor (III). Gabriel García Márquez: "Porque no había plata, De Sica se dedicó a descubrir actores"
Gabriel García
Márquez (1927) comenzó su carrera como periodista en 1948 escribiendo
para el diario "El Universal" de Cartagena. Pasó luego a "El
Heraldo" de Barranquilla como columnista hasta que, en 1954 ingresó a "El Espectador" de Bogotá como reportero y crítico de
cine. Al año siguiente es enviado a Europa como corresponsal extranjero,
viajando así por Francia, Italia, Suiza, Polonia, Hungría, la República
Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Pronto
descubrió el estrecho parentesco entre periodismo y literatura: "En los
dos casos -recordaría mucho tiempo después- se trataba de contar una historia y
atrapar al lector por las solapas sin dejarlo respirar hasta la última frase.
Sólo con una diferencia inviolable y sagrada: la novela y el cuento admiten la
fantasía sin límites. Pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última
coma. Aunque nadie lo sepa ni lo crea". "El reportaje me ha parecido siempre -añadía-
el costado más útil y natural del periodismo porque puede llegar a ser no sólo
igual a la vida, sino más aún, mejor que la vida misma".
En 1955 se
hallaba en Roma enviado por "El Espectador" a cubrir la información de la
enfermedad del Papa, ocasión que aprovechó para matricularse en el Centro Sperimentale
di Cinematografía para adentrarse en otra de sus pasiones: el cine. Por entonces,
en los estudios cinematográficos de Cinecittá el cine neorrealista italiano alcanzaba
las más altas cumbres del séptimo arte. García Márquez escribió varias
crónicas sobre el cine italiano. La que sigue a continuación nació en diciembre de ese año tras la
lectura en un periódico de Roma de un aviso en el que el director Vittorio De
Sica (1901-1974) buscaba a una muchacha sin antecedentes cinematográficos para
desempeñar el papel principal en un film. En el aviso se daba la dirección y
la hora precisa en que las aspirantes debían presentarse para la primera
prueba. En principio, aquel era un aviso dirigido exclusivamente a las jóvenes
de 16 años que quisieran ser actrices. Pero García Márquez llegó primero que
las aspirantes.
PORQUE
NO HABÍA PLATA, DE SICA SE DEDICÓ A DESCUBRIR ACTORES
A
las 10 de la mañana, el lugar de la cita era un mercado público. Más de ciento cincuenta muchachitas, entre los 15 y los 35 años,
se presentaron a la prueba. La mayoría se había disfrazado de Gina Lollobrigida
y de Sofía Loren, y esperaba impacientemente, en la sala de recibo, mirando
los relámpagos de los fotógrafos con falsificados ojos de mujer fatal. Una a
una fueron entrando a la prueba. Y una a una fueron saliendo
desilusionadas. Después se supo que no todas habían ido con la esperanza de
actuar en el filme: una joven alemana, que habita en Roma desde
hace un año, fue con el exclusivo objeto
de proponerle matrimonio a Vittorio De Sica. Otras dijeron con franqueza que
no tenían interés de ser actrices, sino que habían aprovechado la oportunidad para
conocer a su actor preferido. Los periodistas comprobaron que muy pocas de las muchachas
que concurrieron a la cita sabían que Vittorio De Sica es uno de los
mejores directores del mundo. Pero todas sabían que es un magnífico actor.
Dos días después, la hija menor de un
propietario de bar y una maestra de escuela, Gabriella Pallotta, recibió
una llamada telefónica de Vittorio De Sica. La muchacha había asistido a
la prueba sin hacerse muchas ilusiones -y, según ha dicho, por pura curiosidad-
y había regresado a su casa convencida de que era una de las ciento cincuenta rechazadas. Sin embargo, después de estudiar las pruebas fotográficas, De Sica
descubrió en ella a la romana que necesitaba para interpretar el papel de
Luisa en "Il tetto" (El techo), una nueva historia de Cesare Zavattini.
Precisamente esa semana, el protagonista masculino había sido localizado
en Trieste, cuando ya estaba arreglando maletas para largarse a buscar
trabajo en Australia.
En esa forma concluyó una minuciosa búsqueda que
se prolongó a lo largo de un año. Durante ese tiempo, mientras De Sica hacía de actor con Sofía Loren para reunir el dinero de su nueva película, tres hombres con instrucciones precisas buscaban un muchacho de 20 años a
través de las ciudades y los pueblos de las tres Venecias. Zavattini y De Sica
habían hecho una minuciosa descripción del personaje deseado, y los tres
hombres encargados de localizarlo -entre ellos el asistente de dirección de De
Sica, Piero Montemuro- habían retratado a dos mil seiscientos cincuenta y cinco venecianos antes que los
autores del filme se declararan satisfechos.
"Un día del mes pasado -ha contado a los periodistas Giorgio Listuzzi, el escogido triestino de 22 años-, me encontraba con otro grupo de muchachos desocupados en la puerta de la Oficina del Trabajo, en Trieste, cuando un hombre de aspecto distinguido se acercó a mí y me preguntó cuántos años tenía". El hombre le pidió el nombre y la dirección, y le dijo que esperara una sorpresa. Giorgio Listuzzi se olvidó ese mismo día del extraño encuentro y se inscribió en un grupo de inmigrantes que debe viajar a Australia el mes entrante. Mientras tanto, siguió jugando fútbol como simple aficionado pues tuvo que abandonar su puesto en el equipo Ponzano, de tercera categoría, después que se fracturó una pierna en un encontronazo con un compañero de escuadra. De manera que, no pudiendo jugar fútbol, resolvió embarcarse para Australia. Dos días después que le precisaron la fecha del viaje, recibió un telegrama de Vittorio De Sica. En el telegrama le decían, sencillamente, que se viniera para Roma.
Umberto D. es un personaje que nada tiene que ver con un profesor universitario. Pero, como en el caso actual, Vittorio De Sica y todos sus ayudantes estuvieron buscando durante casi un año un italiano que se pareciera físicamente al personaje concebido por Cesare Zavattini. Debía ser un personaje con un perrito. En esa ocasión, muy pocos italianos mayores de 50 años se quedaron sin retratar al lado de un perrito de estudio, para ver si alguno de ellos podía ser el intérprete del filme. De Sica estaba a punto de decidirse por cualquiera, cuando se encontró en la calle con el personaje de su historia. Preguntó quién era, y le respondieron: "Carlo Battisti, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Roma". Basta con verle la cara al profesor para imaginar cómo sería la que puso cuando De Sica, sin más vueltas, le propuso que se dejara retratar con un perrito. Parecía una burla pero era la cosa más seria del mundo. Se necesitaron tres meses para convencer al profesor Battisti de que se dejara retratar con el perrito.
Aquello fue todo un movimiento universitario destinado a convencer al profesor de que no existía ninguna incompatibilidad entre su severa profesión y su participación ocasional en un filme. Casi todos los días el profesor fue abordado por una comisión distinta. Todos los centros literarios, círculos cinematográficos y entidades culturales compuestas por jóvenes, le presentaron argumentos tendientes a provocar su aceptación. Ante la presión de la opinión pública, manifestada por todos los medios, el profesor se dejó retratar con el perrito y se hizo entonces una de las grandes películas de la historia del cine. Muy pocas personas saben, sin embargo, cuántos dolores de cabeza le costó a De Sica dirigir al severo y quisquilloso profesor, que en cada escena daba un paso atrás para decir que era una burla eso de poner a un profesor de Historia del Arte a pasearse por las calles de Roma con un perrito.
En realidad, el método de recoger actores callejeros se le ocurrió a De Sica porque su situación económica no le permitía hacer otra cosa. Cuando Cesare Zavattini escribió la historia de "Ladrones de bicicletas", De Sica se dispuso a realizarla recurriendo a sus ahorros y a los ahorros de sus amigos. La guerra había terminado tres años antes. En Italia no había nadie dispuesto a gastarse en películas el dinero que no tenía. Pero De Sica estaba dispuesto a hacer su película y ya tenía todo listo. Sólo le faltaba la aceptación del protagonista central: Henry Fonda. Según el director, ningún otro actor habría podido desempeñar ese papel mejor que el norteamericano. Y le escribió una carta. Pocas semanas después, cuando se adelantaban los preparativos de la película, se recibió la respuesta: Henry Fonda cobraba por su participación exactamente el doble del dinero que se tenía para hacer todo el filme.
"Un día del mes pasado -ha contado a los periodistas Giorgio Listuzzi, el escogido triestino de 22 años-, me encontraba con otro grupo de muchachos desocupados en la puerta de la Oficina del Trabajo, en Trieste, cuando un hombre de aspecto distinguido se acercó a mí y me preguntó cuántos años tenía". El hombre le pidió el nombre y la dirección, y le dijo que esperara una sorpresa. Giorgio Listuzzi se olvidó ese mismo día del extraño encuentro y se inscribió en un grupo de inmigrantes que debe viajar a Australia el mes entrante. Mientras tanto, siguió jugando fútbol como simple aficionado pues tuvo que abandonar su puesto en el equipo Ponzano, de tercera categoría, después que se fracturó una pierna en un encontronazo con un compañero de escuadra. De manera que, no pudiendo jugar fútbol, resolvió embarcarse para Australia. Dos días después que le precisaron la fecha del viaje, recibió un telegrama de Vittorio De Sica. En el telegrama le decían, sencillamente, que se viniera para Roma.
Umberto D. es un personaje que nada tiene que ver con un profesor universitario. Pero, como en el caso actual, Vittorio De Sica y todos sus ayudantes estuvieron buscando durante casi un año un italiano que se pareciera físicamente al personaje concebido por Cesare Zavattini. Debía ser un personaje con un perrito. En esa ocasión, muy pocos italianos mayores de 50 años se quedaron sin retratar al lado de un perrito de estudio, para ver si alguno de ellos podía ser el intérprete del filme. De Sica estaba a punto de decidirse por cualquiera, cuando se encontró en la calle con el personaje de su historia. Preguntó quién era, y le respondieron: "Carlo Battisti, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Roma". Basta con verle la cara al profesor para imaginar cómo sería la que puso cuando De Sica, sin más vueltas, le propuso que se dejara retratar con un perrito. Parecía una burla pero era la cosa más seria del mundo. Se necesitaron tres meses para convencer al profesor Battisti de que se dejara retratar con el perrito.
Aquello fue todo un movimiento universitario destinado a convencer al profesor de que no existía ninguna incompatibilidad entre su severa profesión y su participación ocasional en un filme. Casi todos los días el profesor fue abordado por una comisión distinta. Todos los centros literarios, círculos cinematográficos y entidades culturales compuestas por jóvenes, le presentaron argumentos tendientes a provocar su aceptación. Ante la presión de la opinión pública, manifestada por todos los medios, el profesor se dejó retratar con el perrito y se hizo entonces una de las grandes películas de la historia del cine. Muy pocas personas saben, sin embargo, cuántos dolores de cabeza le costó a De Sica dirigir al severo y quisquilloso profesor, que en cada escena daba un paso atrás para decir que era una burla eso de poner a un profesor de Historia del Arte a pasearse por las calles de Roma con un perrito.
En realidad, el método de recoger actores callejeros se le ocurrió a De Sica porque su situación económica no le permitía hacer otra cosa. Cuando Cesare Zavattini escribió la historia de "Ladrones de bicicletas", De Sica se dispuso a realizarla recurriendo a sus ahorros y a los ahorros de sus amigos. La guerra había terminado tres años antes. En Italia no había nadie dispuesto a gastarse en películas el dinero que no tenía. Pero De Sica estaba dispuesto a hacer su película y ya tenía todo listo. Sólo le faltaba la aceptación del protagonista central: Henry Fonda. Según el director, ningún otro actor habría podido desempeñar ese papel mejor que el norteamericano. Y le escribió una carta. Pocas semanas después, cuando se adelantaban los preparativos de la película, se recibió la respuesta: Henry Fonda cobraba por su participación exactamente el doble del dinero que se tenía para hacer todo el filme.
Asi empezaron las cosas. Entre los actores
italianos de esa época no se encontró ninguno apropiado. Pero como De Sica no
estaba dispuesto a archivar su proyecto por una cosa secundaria como lo era la
falta de actor, salió a buscar un hombre en la calle. Y lo encontró pegando
ladrillos en el sector de San Giovanni. Todo el mundo sabe lo que ese albañil
hizo en "Ladrones de bicicletas". Pero no todos saben que un empresario de
Hollywood se apresuró a contratarlo cuando vio el filme y el negocio le
resultó un clavo. Ya fuera de la influencia de De Sica, el albañil no sirvió
para interpretar ni un metro de película.
Debiendo atender al mismo tiempo la protesta de
los actores y los preparativos de su nuevo filme -que debe estar concluido en
enero- De Sica resolvió convocar a una rueda de prensa para contestarle al
sindicato de actores a través de los periodistas. Fue una conferencia muy breve y muy clara. "No son
muchos en un año -dijo De Sica- los filmes neorrealistas, para los cuales se
necesita un preciso criterio artístico en la escogencia del actor. A los
actores profesionales el cine italiano les ofrece infinitas posibilidades de trabajo
en películas que requieren una larga experiencia y una profunda cultura
cinematográfica o teatral".
Un periodista hizo la observación de que, según se
decía, la costumbre de recoger actores en la calle perseguía exclusivamente el
propósito de gastar menos dinero. "No es cierto", respondió De Sica.
Y explicó en seguida que para encontrar a Luisa y Natale, los protagonistas de
"El techo", se habían gastado durante un año casi 10.000.000 de
liras. "Por otra parte -agregó-, para girar con actores no profesionales
se gasta una gran cantidad de película pues casi todas las escenas deben ser
repetidas muchas veces, con increíble gasto de tiempo y de dinero".
En resumidas cuentas, De Sica no respondió nada concreto
a los actores. Pero la cosa se quedó de ese tamaño. "El techo" se está girando
desde la semana pasada en una aldea de pescadores cercana a Roma. Además de
los dos muchachos tan dispendiosamente encontrados, en la película intervienen
otros actores: los pescadores de la aldea.
GUILLERMO MAYR