“No hay
más que una manera de ser feliz: vivir para los demás”. Quién así se expresó
alguna vez fue el escritor ruso León Tolstoi (1828-1910), un autor comprometido
con la problemática de su época tomando partido contra todas las formas de
injusticia social, la hipocresía religiosa y la pésima condición de los
campesinos bajo el imperio del régimen zarista. Nacido en la finca rural
Yásnaia Poliana ubicada al suroeste de la ciudad de Tula, hijo de un rico
terrateniente miembro de la antigua nobleza rusa, quedó huérfano de madre a los
2 años y de padre a los 9, por lo que fue criado por un tío en la ciudad de
Kazán. Allí, tras recibir educación de parte de tutores alemanes y franceses,
en 1844 ingresó en la Qazan dəwlət universitetı (Universidad Federal de
Kazán) donde estudió Lenguas Orientales y Derecho, carreras que abandonaría
tres años más tarde. La lectura de las obras de los filósofos François Marie
Arouet, Voltaire (1694-1778) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778) fueron
fundamentales en sus estudios y pronto se interesó por la literatura.
Tras pasar
gran parte de su tiempo entre Moscú y San Petersburgo viviendo la disipada vida
de la alta sociedad aristocrática moscovita, en 1851 se reunió con su hermano
en el Cáucaso, donde su regimiento se encontraba acampado y, tras una breve
permanencia, decidió incorporarse también al ejército y combatir en la Guerra
de Crimea. Tras unos años, harto de la crueldad de la guerra, luego de solicitar
su retiro en 1856, volvió a su finca natal. Los recuerdos de sus primeros años
de vida los volcaría en la trilogía de novelas autobiográficas “Détstvo”
(Infancia), “Ótrochestvo” (Adolescencia) y “Yúnost'” (Juventud), mientras que
su experiencia en la guerra le serviría de inspiración para la novela “Kazakí”
(Los cosacos) y el tomo de cuentos “Sevastopolskiye rasskazy” (Relatos de
Sebastopol).
Durante
algún tiempo viajó a Europa recorriendo Alemania, Francia y Suiza, países en
los que visitó escuelas con el propósito de estudiar los métodos de enseñanza
basados en novedosas ideas pedagógicas, una experiencia que lo llevó a su
regreso a crear en Yásnaia Poliana una escuela rural ubicada en una casa
próxima a la finca donde vivía. Allí, convertido en maestro rural, dio clases a
los campesinos y a sus hijos e incluso escribió libros pedagógicos para su uso,
libros en los que promovió el respeto no sólo entre las personas sino también
hacia la naturaleza. La enseñanza en su institución era completamente gratuita,
los estudiantes podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún
motivo, se procedía al más mínimo castigo. Como él mismo reconocería, su
conciencia había sufrido una profunda conmoción al ver la miseria de los
campesinos. Fue por ello que concibió la idea de consagrarse al mejoramiento de
las deplorables condiciones de los pobres. La escuela de Yásnaia Poliana fue la
primera de sus actividades en ese sentido. Por entonces no sólo se empezó a
vestir como campesino sino que trabajó con los campesinos en su propiedad arando
los campos y reparando sus casas con sus propias manos.
En 1862 se
casó con Sophie Andréievna Behrs (1844-1919), una joven hija de un médico de
Moscú dieciséis años menor que él con la tuvo trece hijos, de los cuales
solamente ocho llegaron a la edad adulta. El matrimonio, que pasó algunos
períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo. Durante los siguientes
años escribió “Seméynoye schástiye” (Felicidad conyugal) y dos de sus novelas
más trascendentales: “Voyná i mir” (Guerra y paz) y “Анна Каренuна” (Ana Karenina),
las que primero fueron publicadas por entregas en la revista “Russki Viéstnik”
(El mensajero ruso). Ambas fueron muy bien recibidas tanto por la crítica
literaria como por los lectores y de algún modo promovieron la entrada triunfal
de la literatura rusa en la cultura europea. Acompañado por otros grandes
escritores como Aleksandr Pushkin (1799-1837), Nikolái Gógol (1809-1852),
Mijaíl Lérmontov (1814-1841), Iván Turguénev (1818-1883) y Fiódor Dostoyevski
(1821-1881), terminó de conformar lo que, desde el Romanticismo inicial hasta
el Realismo de fines del siglo XIX, entraría en la historia como el Siglo de
Oro de la literatura rusa.
Más tarde
escribiría varias novelas más, docenas de cuentos, obras de teatro y numerosos
ensayos filosóficos. De toda su vasta obra pueden mencionarse las novelas cortas
“Smert Ivana Ilyichá” (La muerte de Iván Ilich), “Kréitzerova sonata” (La
sonata a Kreutzer), “Voskresénie” (Resurrección) y “Falshivy kupón” (El cupón
falso); los cuentos “Nabeg” (La redada), “Otéts Sérguiy” (El padre Sergio), “Tri
voprosa” (Tres cuestiones), “Khozyain and rabotnik” (Amo y criado), “Nabeg” (La
redada), “Tri smerti” (Tres muertes) y “Kavkazskii plennik” (El prisionero del
Cáucaso); los dramas “Vlast' t'my” (El poder de las tinieblas), “Plody
prosvesheniya” (Los frutos de la cultura) y “Zhivoi trup” (El cadáver
viviente); y los ensayos “Íspovedʹ”
(Confesión),
“Čto takoe iskusstvo?” (¿Qué es el arte?) y “Krug chtenia” (El camino de la
vida) entre muchos otros.
Según
cuenta el periodista y escritor Guillermo Piro (1960) en un artículo publicado
en el diario “Perfil” el 30/10/2021, “a pesar de lo que parece inducir la
cantidad de hijos, la relación entre Tolstoi y su esposa nunca fue del todo
buena. Pero en los últimos años la cosa empeoró. El escritor se debate entre
contradicciones: Sofía ávida de dinero, él anhelando la pobreza franciscana. El
mundo campesino que ya no era el de su infancia y las ciudades fabriles que él
odia; su vida junto a los mujiks, salvaje, con largas caminatas en el barro, y
ahora una vida sentado frente a un escritorio, con una fama que le significa
miles de rublos al mes por derechos de autor”.
Sophie, además
de encargarse de la intendencia de la finca y la crianza de sus trece hijos, se
dedicaba a copiar sus manuscritos, traducirlos e interceder ante la censura.
Fue una suerte de editora cuyo talento influyó en las obras de su marido, para que sus personajes femeninos, según otros
afamados escritores como el francés Romain Rolland (1866-1944) o el ruso Máximo
Gorki (1868-1936), fueran tan profundos y conmovedores como resultaron ser. A
todo esto, para Tolstoi la pobreza era
objeto de profundas reflexiones. A través de sus escritos luchó contra ella
desde una perspectiva ética y humanística, buscando dar soluciones en vez de
mostrar su condolencia, lástima o sentimiento de caridad hacia los pobres. Un
ejemplo sustancial de esta postura fue “Rabstvo nashego vremeni” (La esclavitud
de nuestro tiempo), un ensayo publicado en 1900. En él, entre otras muchas
aserciones, escribió: “Una actividad directamente orientada hacia el servicio a
los sufrientes y hacia la eliminación de las causas comunes del sufrimiento es
el único trabajo feliz que espera al hombre y le da inalienable bienestar que
es pilar de su vida”.
Aseguró
más adelante: “Al aceptar los valores no materiales sino íntegros y justos de
la vida, el miedo a la muerte desaparece para siempre. La práctica de
adquisición de riqueza se ha acuñado por muchas generaciones y durante muchos
siglos. Lo importante es que paralelamente se crearon las ideas y las virtudes
de dignidad, honradez y conciencia”. “Según esta ética -agregó-, que integra
todas las culturas en una u otra forma, obtener los recursos con trabajo propio
es encomiable y meritorio, mientras que generar riquezas sin labor personal es
indecente y vergonzoso. De igual manera, cuando la riqueza surge sin el empeño
propio, la obtención de ésta es infame y conduce a la corrupción y confusión de
los conceptos básicos de la vida. Probablemente esos millones de rublos que
tiene un rico a su disposición los adquirió de un modo fácil, a diferencia de
los campesinos que con su trabajo duro y de gran esfuerzo jamás obtendrán
semejante cantidad. Es evidente que la pobreza del pueblo es la condición de
riqueza de las clases altas. Es muy fácil ver que el pueblo está hambriento
porque los grupos del poder están saciados. Todos los palacios, teatros,
museos, todas las riquezas están hechas con las manos de esta gente pobre que
construye lo que ella misma no necesita y lo hace solamente por salvarse del
hambre que le amenaza siempre. Esa es la situación”.
De manera
categórica afirmó: “El pueblo se mantiene hambriento perpetuamente. Es la forma
de dominarlo, de hacerlo trabajar para las clases altas. Está de moda profesar
amor al pueblo, sin embargo, ¿para qué nos engañamos si entre la gente rica y
la gente pobre se encuentra un abismo infranqueable? Aun cuando miles de
hombres mueren de hambre, ¿los mercaderes, los pudientes o los acomodados
dejaron de mandar al pueblo al trabajo difícil y pernicioso, dejaron de comer
la comida cara, dejaron de vivir lujosamente? ¿Acaso los burócratas y
funcionarios dejaron de recibir su sueldo y los intelectuales (en este caso,
los que no trabajan con las manos) viviendo en las ciudades, dejaron de
‘engullir’ los recursos por los cuales mueren los campesinos? ¿Para qué nos
engañamos a nosotros mismos? Al pueblo lo necesitamos únicamente como
instrumento, como caballo de fuerza. Si alguien de nuestro círculo verdaderamente
quiere servir al pueblo, lo primero que tiene que hacer es comprender y definir
de manera muy clara y concreta su relación con este pueblo: si verdaderamente
se compadece al caballo, uno debe bajarse y caminar con sus propios pies.
Además, se requiere devolver a los campesinos lo que se les quitó y destruir la
frontera que separa a un grupo de otro dentro de la sociedad”.
Por otro
lado, en el citado ensayo “El camino de la vida”, Tolstoi afirmó que las doctrinas
que aseguraban que la vida transcurre entre el nacimiento y la muerte eran erróneas.
Para él, la vida no era ese periodo de tiempo ubicado entre dos puntos: inicial
y final, sino que la verdadera vida era otra cosa. “La vida auténtica comienza
cuando la conciencia del hombre se despierta -escribió-. Antes de ese momento,
el ser humano resguarda la supervivencia salvaje y el comportamiento de las
bestias. La conciencia despierta del hombre conduce a una percepción muy
distinta, aunque el falso juicio inculcado de que la vida es un lapso entre su nacimiento
y su muerte, le impide pensar de este modo. El alma animada no sólo revela la
vida personal en su pasado, presente y futuro, también le abre al individuo la
vida de otros seres humanos y todo el acontecer relacionado con ellos. En la
condición de la conciencia despierta, el hombre no se percibe a sí mismo
sometido a las relaciones de tiempo-espacio sino que se piensa unido con otros
seres inteligentes y asociado recíprocamente con ellos. La vida verdadera se
encuentra en la confluencia y fusión con las conciencias razonables de otros”.
En un
artículo publicado en la revista “Veredas” nº 19 del año 2009, la profesora de
la Universidad Autónoma Metropolitana de México Tatiana Sorókina (1954)
puntualiza: “Tolstoi, que siempre mostró su postura activa en la vida, propone
una salida de la miseria. Dice que se debe dejar de despreciar e insultar al
pueblo. Hay que abrirle el acceso a la educación, darle la libertad de
traslado, de religión, etcétera. Se debe hacerlo sujeto de leyes comunes y no
de leyes especiales. Se eliminará la pobreza, asegura Tolstoi, porque el
verdadero conocimiento, la inteligencia, la razón y el talento que necesita el
hombre, se encuentran más fácil entre los campesinos que entre los burócratas. La
experiencia muestra que los campesinos que están bajo el control burocrático de
los centros, se empobrecen: cuanto menos se someten a su influencia -cuanto más
alejados de los centros administrativos viven-, están en mejores y más favorables
condiciones. Dice Tolstoi: si el pueblo no se fortalece de ánimo, si no eleva
su energía interna, si no se alienta, nada le podrá ayudar, ninguno de los
remedios”.
Y agrega
más adelante: “En la década de 1890 en Rusia, varias veces se presentó un grave
problema, la hambruna, que empeoró más por la pérdida de cosechas, consecuencia
de las severas condiciones climáticas. Tolstoi, quien conocía muy bien y de
cerca la vida de los campesinos, quien vivía su vida, se indignó y empezó a
crear fondos provenientes de donativos. Otra forma de su lucha contra esta
trágica situación, ahora personal, fueron los escritos sobre, en sus propias
palabras, ‘algo, que llegara al alma de los ricos’. En esos textos, igual que
en múltiples cartas y en sus diarios, el escritor manifestó su pensamiento
incisivo y su opinión acusadora sobre las miserables condiciones del
campesinado, que constituía la mayoría de la población rusa en aquella época.
Tolstoi criticó la actitud de la administración, que demostró su total y
absoluta indiferencia a la vida del pueblo. También acusó al zemstvo
(administración local y provincial dirigida por la nobleza y burguesía) por su
ineptitud, revelando -escribe- su arrogancia y estupidez en la solución de los
problemas de la miseria, el hambre y de las necesidades vitales de la
población”.