28 de mayo de 2024

Los avatares del fascismo en el siglo XXI

2) ¿Avanza la libertad en Argentina?
 
En un artículo publicado en la revista “Le Monde Diplomatique” en octubre de 2023, Daniel Feierstein (1967), Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales graduado en la Universidad de Buenos Aires, bajo el título “El fascismo del siglo XXI” afirma que “la definición del fascismo como práctica social, es decir, como la proyección de los odios como estrategia para destruir la organización popular, es la que mejor permite comprender las derechas actuales. La incapacidad de identificar sus manifestaciones en el presente nos impedirá aprovechar los aprendizajes del fascismo del siglo pasado”. El autor de, entre otros ensayos, “La construcción del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política en Argentina”, agrega luego que “este conjunto de prácticas sociales fascistas se suele articular en el contexto de frustraciones socioeconómicas que se derivan de las recurrentes crisis del capitalismo y de una brutal redistribución regresiva del ingreso -mucho más pronunciada donde había existido cierta integración social mediante la creación de sectores medios significativos-. El fascismo busca saldar estas frustraciones y descontentos en modalidades de proyección hacia determinados grupos (migrantes, beneficiarios de planes sociales, miembros de distintas minorías culturales o de identidad sexual, pueblos originarios) a quienes se transforma en responsables de los sufrimientos de las ‘mayorías’”.
Añade más adelante: “Este resurgimiento del fascismo en el mundo, la región y Argentina tiene causalidades profundas, entre las que se incluyen la desconexión de las izquierdas de su base social en los sectores populares y el abandono de un horizonte universalista, reemplazado por las ‘luchas de minorías’ y una construcción identitaria victimizante. Esto deja fuera de su discurso a sectores significativos de la población. A ello se suma la desconexión de problemas cotidianos de esas mayorías, como la inseguridad, el narcotráfico o las crisis identitarias”.
Y concluye: “Si tiene algún sentido observar los puntos en común entre las lógicas políticas de estas nuevas derechas contemporáneas y aquellas que dieron origen a las experiencias fascistas europeas es poder pensar tanto en sus consecuencias, como en los modos de confrontar con ellas. Porque su capacidad de interpelación es llamativamente parecida. Y también lo es el rol del fascismo como ‘realización de la victoria’ de los sectores dominantes, cuyo objetivo es barrer por varias generaciones la capacidad organizativa de los sectores populares y facilitar una profundización en la distribución regresiva de la riqueza. En este siglo XXI el fascismo se presenta de la mano del nihilismo, de la ironía, del desencanto y el desenfado. Se trata de un fascismo mucho menos serio que el del siglo XX (porque toda expresión política es hoy menos seria). Es así que puede aparecer en los eventos de música electrónica, sostener que una pandemia es una invención política para dominarnos, organizarse para quemar barbijos en las plazas públicas o atacar a epidemiólogos o sanitaristas. Eso no lo hace menos peligroso”.
Según cuenta el historiador italiano Enzo Traverso (1957) en “Las nuevas caras de la derecha”, el fascismo clásico “nació en un continente devastado por la guerra total y se desarrolló en una atmósfera de guerras civiles, dentro de Estados profundamente inestables y con mecanismos institucionales paralizados por agudos conflictos políticos. El fascismo consistía en una ideología y un imaginario utópicos, que crearon el mito del ‘hombre nuevo’ y la grandeza nacional. Los nuevos movimientos de extrema derecha carecen de todos esos pilares: son producto de una crisis de hegemonía que no puede compararse con el derrumbe europeo de la década de 1930; su radicalismo no incluye ni un asomo de revolucionario, y su conservadurismo -una defensa de los valores y las culturas tradicionales, las ‘identidades nacionales’ amenazadas y una respetabilidad burguesa opuesta a las ‘desviaciones’ sexuales- está desprovista de la idea de futuridad que modeló de manera tan profunda las ideologías y utopías fascistas”.


Añade luego: “¿Esto significa que no existe un peligro fascista? De ningún modo. A decir verdad, si observamos el presente a través de un prisma histórico, no podemos descartar esa posibilidad. El impresionante ascenso de los movimientos, partidos y gobiernos de extrema derecha muestra con claridad que el fascismo puede convertirse en una alternativa. En última instancia, el futuro de los movimientos de extrema derecha no dependerá exclusivamente de su evolución interna, su orientación ideológica y sus decisiones estratégicas, ni tampoco del apoyo que puedan obtener de las élites globales. A fin de cuentas, dependerá de qué capacidad tenga la izquierda para delinear una alternativa”.
En ese sentido, el antes mencionado Daniel Feierstein en el prólogo de “La extrema derecha en América Latina”, libro que reúne textos de, entre otros, Chantal Mouffe (1943), Nancy Fraser (1947), Branko Milanovic (1953) y Judith Butler (1956), afirma que “la pregunta más relevante sería si estas nuevas derechas vienen a resolver contradicciones y a utilizar herramientas estructurales homologables (movilización reaccionaria, estigmatización de las izquierdas en tanto ‘enemigos a aniquilar’, irradiación capilar del odio, entre otras) en tanto estrategias políticas de acumulación y consolidación. Esto constituye una señal de alerta para ejercer la capacidad humana de la memoria: utilizar los aprendizajes del pasado para lidiar con problemas del presente”.
Y finaliza: “Si las estrategias políticas de estas nuevas derechas pueden tener puntos de contacto con aquellas del siglo XX, puede que las estrategias de la lucha antifascista tengan algo que enseñarnos. Por el contrario, si se considera que se trata de estrategias completamente nuevas, también deberán ser nuevas las formas de confrontación. O si, como suele ocurrir en los procesos históricos, se trata de un fenómeno que articula de modos novedosos estrategias utilizadas previamente en el pasado, habrá que analizar y repensar las experiencias antifascistas para poder aprovechar aquello que dé cuenta de los desafíos del presente y ser capaz de inventar y apelar a la originalidad en todo aquello propio de las novedades del siglo XXI”.
Lo cierto es que la extrema derecha está creciendo en gran parte de Europa apoyándose en los más jóvenes. El auge ultraderechista amenaza ahora con reforzar su presencia en el Parlamento Europeo. Hasta treinta y cinco millones de jóvenes podrán votar este año. ¿Serán impulsores de la ultraderecha o contribuirán a frenar su avance? La respuesta es incierta. Los partidos ultraderechistas están acudiendo a las redes sociales para atraerlos mediante una estrategia de comunicación centrada en la llamada guerra cultural, propagando sus ideas en lugar de sus propuestas políticas. Ante el evento político organizado por VOX que conglomeró a los nostálgicos del fascismo, es sensato pensar que la política debería concentrarse en las tareas y en las necesidades de la economía y de la cultura, y no en la “política” en el sentido estrecho y particular del término.


Pero no sólo los ultraderechistas europeos que concurrieron a la reunión de Vox no ocultaron su amor por sus antepasados fascistas del siglo XX, aunque una gran parte de la ideología neoliberal ahora esté impregnando sus propuestas. También en América Latina este fenómeno se está dando. Desde hace varios años la extrema derecha se ha convertido en una tendencia que ha llegado a contar con una creciente masa de seguidores e incluso con buenos resultados electorales. Con sus posturas neoliberales y autoritarias, han generado una fragmentación en las sociedades al desafiar los componentes pluralistas básicos de la democracia. En la actualidad hay alrededor de una decena de países de la región con gobiernos regidos por los principales aspectos individuales y comunes de la derecha tradicional y de la ultraderecha. Es común escuchar a sus dirigentes exaltar a la libre empresa y el libre comercio ya que generan un crecimiento económico ilimitado; valorizar el individualismo, la competencia y la meritocracia ya que garantizan el éxito a largo plazo; asegurar que el gasto público atenta contra el superávit fiscal ya que la política lo utiliza indiscriminadamente; etc. etc.
En el caso específico de la Argentina, el presidente que se autodefine como “libertario” y “anarco-capitalista” tiene un ideario liberal que coincide con la legitimación, sin disfraces ni sutilezas retóricas, de las partes mórbidas del capitalismo. En ese sentido, en el artículo titulado “Libertarios: ¿Qué hay de nuevo viejo?” que el Profesor de Historia y Doctor en Ciencias Sociales argentino Miguel Mazzeo (1966) publicó en la página web de la “Agencia Paco Urondo”, se puede leer: “Nada nuevo bajo el sol: unas territorialidades antiguas, una expresión del clásico y grosero materialismo que considera a las relaciones sociales como ‘propiedades naturales’ de las cosas; una visión de la economía donde el único problema es el déficit fiscal y no existen monopolios, flujos especulativos, fraudes corporativos, desposesión de activos mediante el fraude y la manipulación, acumulación por desposesión, concentración de la renta, apropiación de la riqueza, fuga de capitales, condicionamientos estructurales históricos -incluyendo las estructuras de propiedad-, relaciones asimétricas, catástrofe ecológica, plusvalía, etcétera”.
Y más adelante: “En sus formulaciones más abstractas, estas ideas pueden parecer ingenuas y cándidas, fundadas en el desconocimiento del totalitarismo inherente al mercado capitalista, pero su sello más verdadero es el cinismo. Porque en el fondo, lo que los libertarios más valoran del mercado es su condición de dictador ‘orgánico’, ‘sistémico’ y ‘económico’; un dictador encubierto que no rinde cuentas, un genocida invisible, un tirano enmascarado. Ese aspecto específico de su valoración del mercado, es manantial de autoritarismo y es lo que los convierte en atractivos para distintas expresiones reaccionarias, ultra-conservadoras, neo-fascistas. Ahora bien, algunos datos del contexto histórico, ciertas predisposiciones apostólicas recientemente adquiridas, la conformación de un espacio político libertario, un celo sacerdotal en la prédica, la tendencia a revestir sus argumentos con la fuerza de la provocación y una táctica renovada orientada a la disputa ideológica y, sobre todo, la debilidad política de los potenciales contendientes sistémicos, instalaron a las nuevas versiones de los libertarios como un fenómeno actual y apremiante. Al margen de lo vetusto de sus ideas y propuestas, hay algo en los libertarios que no es del orden de lo arcaico. Algo que es sumamente perturbador”.



También el psicoanalista y escritor argentino Jorge Alemán (1951), radicado en Madrid desde el advenimiento de la dictadura cívico-militar-clerical en 1976, se expresó en un artículo titulado “Las adhesiones al fascista argentino” aparecido en el diario “Página/12” el 24 de mayo del corriente año. En él se puede leer: “El ultraderechista argentino ha inventado un histrionismo público que le permite afirmar sin tapujos lo que predomina en las sobremesas de las derechas actuales europeas. No se trata, en estos casos, de un delirio inconexo sino de un mensaje repetido de un modo unidireccional, que no necesita simular, como lo hacen los fascistas europeos, con una posición antiglobalización, impostada, la verdad que la misma esconde. La antiglobalización consiste en la deportación de los inmigrantes, y lo demás es pura pose. Sin duda, a medida en que se aleja la memoria de la Segunda Guerra Mundial, un nuevo fascismo, distinto en muchos aspectos a los históricos, nos va mostrando su ascenso. El supuesto anarco-capitalismo es el disfraz que oculta que sus aliados son las oligarquías, sus enemigos los de siempre y que como ocurre en el capitalismo actual, la democracia ya no está asegurada”.
El grotesco presidente argentino suele citar a Friedrich von Hayek (1899-1992), uno de los principales exponentes de la Escuela Austríaca que proponía que las decisiones económicas debían ser tomadas por los individuos y no por el Estado. El mandatario argentino, devoto de esa escuela económica, ha avalado esa ideología en numerosas ocasiones. Así, por ejemplo, ha declarado que “la democracia comete muchísimos errores”; que “la igualdad de oportunidades no las garantiza nadie, sólo el propio individuo puede garantizarse algo a sí mismo”; que “igualar las oportunidades parte de un error ideológico”; que “entre la mafia y el Estado prefiero a la mafia. La mafia tiene códigos, la mafia cumple, la mafia no miente, la mafia compite”; que “el que fuga dólares logró escaparse de las garras del Estado, es un héroe, no importa de dónde venga la plata”; que “el control de capitales es una aberración”; que “la era del supuesto ‘Estado presente’ se ha terminado, la salida vendrá de la mano del sector privado”; que “estoy haciendo el ajuste más grande de la historia de la humanidad”; etc. etc.
Se trata de una persona que ostenta un sadismo patológico muy peligroso, atacando a la cultura, a la salud pública, a las personas con discapacidad, al sistema de jubilaciones y pensiones, a los subsidios para los servicios públicos, a los planes sociales, a los comedores y merenderos comunitarios, al lenguaje inclusivo, a la diversidad de género… Es una figura que ha tenido una infancia y una adolescencia muy difíciles ya que fue víctima del desdén de su madre y del maltrato físico y psicológico de su padre, quien lo golpeaba frecuentemente y le decía que era una basura, que era un inútil que se iba a morir de hambre. Y en el colegio privado en el que cursó la secundaria fue víctima de agresiones físicas y verbales por parte de sus compañeros, por lo que su comportamiento disruptivo evidentemente es producto de esa infeliz infancia. Esto lo llevó al descontrol emocional en su comportamiento, algo reflejado en sus conductas violentas contra terceros, sus gritos desaforados en los discursos, sus amenazas a los opositores, sus ostensibles contradicciones y sus ensañamientos descontrolados.


Quien tiempo atrás contó que era “un hijo de Dios, cristiano y libertario” y que así como Dios había hecho antes con Moisés, le había dicho que tenía para él una misión: tenía que meterse en política y no parar hasta llegar a ser presidente, es quien asegura que “el capitalismo de libre empresa es la única herramienta para terminar con el hambre, la pobreza y la indigencia a lo largo y ancho de todo el planeta”, que “gracias a él, el mundo hoy se encuentra en su mejor momento, es más libre, más rico, más pacífico y más próspero que en cualquier otro momento de la historia”, que “es la codicia humana lo que impulsa el progreso”, que “el calentamiento global es una mentira”, una afirmación esta última que niega un consenso científico que está trabajando desde hace muchos años sobre el tema.
En ese sentido, tal vez debiera leer “Pour sauver la planète, sortez du capitalisme” (Para salvar el planeta, salir del capitalismo), obra en la que el periodista francés Hervé Kempf (1957) escribió: “Sin duda ustedes ya oyeron hablar de la rafflesia, la flor más grande del mundo, una especie que vive en la isla de Sumatra, en Indonesia. Esta flor mide hasta un metro de diámetro, tiene el aspecto y exhala el olor de la carne podrida y adoptó esa estrategia para atraer a ciertas moscas polinizadoras, especialistas en cadáveres frescos. La flor se abre durante muy poco tiempo, uno o dos días en el año y después desaparece. El capitalismo es así: muy grande, muy poderoso, sólo habrá representado un breve pasaje de la aventura humana, casi más de dos siglos, un dos por ciento de la historia que la revolución neolítica abrió hace diez milenios. En el apogeo de su florecimiento va a desvanecerse. Necesitamos imaginar su continuación y no esperar atontados a que, en el desastre que habrá creado, se convierta en despotismo”.
En síntesis, desde que la Argentina es gobernada por la extrema derecha libertaria, vive una de las más severas crisis socioeconómicas de su historia. Un bárbaro ajuste fiscal provocó la erosión de los ingresos reales, un 60% de la población ha caído en la pobreza, el número de desocupados y subocupados llegó al 30%, se registró la inflación más alta del mundo en términos anuales, las jubilaciones y pensiones se retrotrajeron despiadadamente, se paralizaron todas las obras públicas, se suspendió el envío de mercaderías a los comedores y merenderos comunitarios, la economía real entró en recesión, la venta de medicamentos y de alimentos cayó estrepitosamente, sólo en la Ciudad de Buenos Aires hay más de 12.000 personas en situación de calle, etc. etc.
Ante esta situación, según las diversas encuestas que se realizan cotidianamente, la mitad de la población, mayormente los jóvenes, aún respalda al gobierno. Su discurso antisistema prevalece por encima de sus propuestas concretas. Esto lleva a preguntarse ¿por qué la gente cree lo que cree? Es un interrogante cuya respuesta más usual es la incredulidad que impera sobre los partidos políticos tradicionales, lo que conduce a la gente a buscar “nuevas” respuestas. Pero, en medio de estas disconformidades, ¿no debería la toma de conciencia ocupar un lugar importante en los debates en el seno de la sociedad? ¿O lo que predomina en los jóvenes es una   rusticidad primitiva fomentada por las redes sociales? Todo esto no hace más que llevar a buena parte de los argentinos a rememorar aquel chascarrillo que decía que dos amigos se encontraban en la calle y mantenían una charla casual. Uno le preguntaba al otro: “¿Cómo te va con la crisis actual?”. La respuesta no se hacía esperar: “Bárbaro, duermo como un bebé”. Y ante la incredulidad de su amigo aclaraba: “¡Me despierto cada tres horas llorando!”.