17 de septiembre de 2024

Apreciaciones acerca de la obra de Clarice Lispector

Creadora de una obra literaria de una complejidad y una densidad peculiares que la situaron en las cumbres más altas de la lengua portuguesa y de la cultura brasileña en general, Clarice Lispector (1920-1977) nació en Tchechelnik, una pequeña aldea ucraniana, durante el trayecto que su familia realizó al huir de su país tras la Revolución Rusa. Existen dudas acerca de la fecha real de su nacimiento, algo que ella misma se encargó de fomentar, pero se supone que llegó a Recife, Brasil, con dos meses de vida. Tras la muerte de la madre, en 1930, la familia se trasladó a Río de Janeiro, donde ella completó su educación escolar, estudió Derecho y dio sus primeros pasos en el periodismo. Por esa época se convirtió en una lectora voraz, sobre todo de Hermann Hesse, Virginia Woolf, James Joyce, Katherine Mansfield, Eça de Queiroz, Jorge Amado, Fiódor Dostoievski y William Faulkner, autores que, de un modo u otro, influirían posteriormente en su obra.
En 1944 publicó su primera novela, “Perto do coração selvagem” (Cerca del corazón salvaje), un texto insólito construido sobre el monólogo interior y prácticamente sin trama que escapa a cualquier clasificación de género. Casada con un diplomático, se trasladó a Italia, luego a Suiza y posteriormente a Estados Unidos. Durante esos años escribió “O lustre” (El brillo), “A cidade sitiada” (La ciudad sitiada) y “Laços de familia” (Lazos de familia). De regreso en Brasil, ya divorciada de su marido, en 1961 publicó “A maçã no escuro” (La manzana en la oscuridad), obra que despertó el interés de la crítica literaria y que la situó, junto con João Guimarães Rosa (1908-1967), en el centro de la ficción de vanguardia.
Dentro del contexto de esa nueva literatura brasileña, su obra se destacó por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo psicológico a lo metafísico. Así se sucedieron, entre otras novelas y libros de cuentos, “A legião estrangeira” (La legión extranjera), “A paixão segundo G.H.” (La pasión según G.H.), “Uma aprendizagem ou o livro dos prazeres” (Aprendizaje o el libro de los placeres), “Felicidade clandestina” (Felicidad clandestina), “Onde estivestes de noite” (Silencio) y “A imitação da rosa” (La imitación de la rosa). Sin embargo, para sobrevivir debió echar mano al periodismo escribiendo columnas en el “Jornal do Brasil” y en otros medios, firmando sus artículos con diferentes seudónimos.
A principios de los años '70 publicó los libros infantiles “Quase de verdade” (Casi de verdad), “O mistério do coelho pensante” (El misterio del conejo que sabía pensar), “A mulher que matou os peixes” (La mujer que mató a los peces), “A vida íntima de Laura” (La vida íntima de Laura) y “Como nasceram as estrelas” (Como nacieron las estrellas). También realizó algo más de cuarenta traducciones y adaptaciones de obras de autores como Jonathan Swift, Walter Scott, Edgar Allan Poe, Julio Verne, Agatha Christie y Jorge Luis Borges, obteniendo un cierto reconocimiento que le permitió impartir charlas y conferencias en distintas universidades de Brasil.
Tras su muerte en Rio de Janeiro poco después de la aparición de su última novela, “A hora da estrela” (La hora de la estrella), la obra de Lispector -que abarcó el realismo, el naturalismo, la prosa poética, el romanticismo y el simbolismo- fue enormemente revalorizada y reeditada una y otra vez. Póstumamente se publicaron varios volúmenes conteniendo cuentos, crónicas, entrevistas y cartas, entre ellos, “A bela e a fera” (La bella y la bestia), “A descoberta do mundo” (El descubrimiento del mundo), “Aprendendo a viver” (Aprendiendo a vivir), “Correspondências” (Correspondencias), “Para não esquecer” (Para no olvidar), “Só para mulheres” (Sólo para mujeres) yUm sopro de vida” (Un soplo de vida).
La obra de Clarice Lispector -que partió siempre del presupuesto de que toda novela debía ser de educación existencial- fue una constante reflexión sobre el lenguaje y sobre todo, sobre los límites de la palabra. Según reflexionó la filósofa y periodista argentina Tamara Tenenbaum (1989) en un artículo publicado en el diario “Infobae” en ocasión de conmemorarse los cuarenta años de su fallecimiento, “su forma de escribir, calificada muchas veces directamente de vanguardista, torció los límites de los géneros, de lo que alcanza para contar una historia y lo que no e incluso de la gramática portuguesa. Lispector no se adaptó a ningún corset: inventó su propia concepción de lo que podía ser un cuento o una novela y de los límites poéticos de la prosa. Coqueteó con el misticismo, las experiencias trascendentes de lo físico y aquello que no se puede nombrar”.


Sus textos se destacaron por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo psicológico a lo metafísico. Fue una de las primeras escritoras en iniciar la tarea del desplazamiento del sujeto dentro de una perspectiva femenina. Sus personajes, mujeres mayoritariamente, se perfilaron dentro de mundos que las distinguían por su capacidad de observación y análisis, y solían exhibir las preocupaciones de su género al resaltar las diferencias entre la realidad que las circundaba y el discurso que las producía.
La ensayista argentina Florencia Abbate (1976) escribió en ocasión de la publicación de “A descoberta do mundo” (Revelación de un mundo), un libro que reúne las crónicas que la escritora brasileña publicó semanalmente en el “Jornal do Brasil” entre 1967 y 1974: “Lispector fuerza el género a su antojo, hasta transformarlo en un medio de plena expresión de su subjetividad. Un tono menor para una empresa mayor: la más absoluta libertad de temas y la omnipresencia de su yo conflictuado. Para Lispector, la descripción de sus mucamas merece la misma atención que una carta dirigida a un ministro. Condena la matanza de los indios y declara que las víctimas no deben perdonar a los verdugos sino ejercer su crueldad, al tiempo que celebra los pequeños placeres de la intimidad burguesa (la cama, la buena comida, el jardín). ¿Compromiso social?, ¿Frivolidades? No hay contradicción alguna, porque la fuerza de su estilo borra toda distinción”.
Evidentemente esta escritora renovó la literatura brasileña tal como se la conocía, renunciando a las ataduras genéricas e inventando un lenguaje propio que desacomodó a sus lectores. Mediante su narrativa intensa basada en historias mínimas, expresó su pasión por la vida y, al mismo tiempo, por la inminencia de la muerte, por la angustia y por la soledad. En el prólogo de la reedición de la novela “Cerca del corazón salvaje”, la ensayista y editora argentina Florencia Garramuño (1964) opinó que “tal vez la fascinación contemporánea por la literatura de Clarice Lispector pueda ser vista como síntoma de una insatisfacción de la literatura actual con géneros definidos y estructurados que se concentran en historias individuales; como síntomas -más bien- de una insatisfacción de la cultura contemporánea por las formas individualizantes y estables y un deseo -una pulsión- por formas más comunes e impersonales que logren narrar, contener e imaginar, más allá del individuo, la noción de una experiencia ajena y al mismo tiempo íntima a las que el mundo contemporáneo nos confronta”.
Sumamente interesantes y significativas resultan sus notas sobre el arte de escribir que aparecieron en “As palabras” (Las palabras) un libro publicado póstumamente bajo la curaduría del Licenciado en Letras y Doctor en Semiología brasileño Roberto Corrêa dos Santos (1949) quien reunió fragmentos de sus novelas, cuentos, crónicas, cartas y notas personales. En dicha obra pueden leerse buena parte de sus pensamientos, pareceres, reflexiones y opiniones  que formaron parte de su ideario. Hacia el final de la obra aparece una pesarosa sentencia: “¿La literatura compensa? De ninguna manera. Escribir es uno de los modos de fracasar. Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad. Digo, por ­si le interesa a alguien­, que estoy desilusionada. Escribir no me ha traído lo que yo quería, es decir, paz. Quién sepa la verdad que venga. Y que hable. Escucharemos afligidos. Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias”.


Si bien durante su existencia fue una figura enigmática en cuanto a su vida pública, bastante renuente a dar entrevistas, manteniendo una distancia deliberada de la atención mediática y cultivando una imagen de recato y discreción, hoy en día Clarice Lispector es una autora canonizada en la literatura y la cultura brasileña. En ese sentido el profesor de Literatura Brasileña y Portuguesa en la Universidad de Buenos Aires Gonzalo Aguilar (1964) manifestó alguna vez: “Clarice tenía una frase emblemática que decía que ‘entender es la prueba del error’. La frase es la base de lo que se ha llamado el misterio clariciano. Su literatura no brinda respuestas sino que inventó un espacio para que las preguntas tengan sentido”.
No fueron pocas las figuras vinculadas a la literatura que opinaron sobre su obra. En México, por ejemplo, la Doctora en Literatura y crítica literaria Lucía Melgar (1960), en uno de los tantos artículos que publicó en revistas literarias expresó: “Por la belleza de su lenguaje y su mirada singular sobre el mundo, la obra de Clarice Lispector ha ido ganando un público entusiasta en países con muy diversa tradición literaria. Ya sea en los cuentos de ‘Lazos de familia’ o en las novelas ‘La hora de la estrella’ o ‘La pasión según GH’, quien lee queda atrapado en los matices del relato, en la emoción que velan las apariencias cotidianas o en la pasión misma de la escritura”.
Y en otro artículo escribió: “Reconocida en su país como la gran escritora del siglo XX y de la lengua portuguesa, Lispector ha sido menos leída en castellano, en parte por la poca circulación de las traducciones, en parte por cierta tendencia hispanoamericana a considerar la literatura brasileña como ajena. Su obra, sin embargo, es cada vez más actual. Sin estridencias, cuestiona la idea de que el mundo está bien hecho, explora la condición de la mujer en una sociedad patriarcal y enajenada, se pregunta por el sentido de la vida, y despliega con maestría el arte narrativo”.
Por su parte el poeta y narrador mexicano Adán Echeverría García (1975), integrante del Centro Yucateco de Escritores y habitual colaborador de numerosas revistas y suplementos culturales de su país, apuntó: “Sabemos que cada escritor poco a poco se irá creando un mundo propio con sus palabras y temas recurrentes; que con el paso de los textos irá completando los espacios vacíos de su búsqueda lectora; y con el paso de los textos escritos irá creando leyes para ese mundo propio, que sólo sus lectores, poco a poco irán descubriendo. En la obra de Clarice Lispector uno puede ‘creer encontrar’ ese estilo de la autora, ese mundo propio que tanto la atormenta, que felizmente la atormenta, hasta volviéndola cínica en muchas ocasiones, y mediante el cual se propone descubrirnos sus historias de vida”.
En tanto en la península ibérica, la escritora española Eva Losada Casanova (1967), fundadora de los talleres de escritura de la Plaza de Poe en Madrid, opinó que “las obras de Clarice Lispector, en realidad, parecen construidas a partir de una frase, de una reflexión para luego ir tejiendo un tapiz alrededor. Es decir, a ella parece importarle el lenguaje que nos define, el misterio de la palabra encadenada, antes que la trama. Y esto, es precisamente lo que más admiro en esta escritora, su capacidad para hacer explosionar un puñado de palabras en una nebulosa. Algo que, desgraciadamente, ya no está de moda. Ahora parece que, las tramas trepidantes no dejan oxígeno a la palabra por la palabra, a esa capacidad que tiene la palabra escrita para subyugarnos, agitarnos y sentir. Nada más y nada menos”.
También en España, además de traducir dos libros de cuentos de Lispector (“Lazos de familia” y “Silencio”), la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi (1941) -que se exilió en Barcelona tras el advenimiento de la dictadura cívico-militar en su país-, expresó en su ensayo “Clarice Lispector o la introspección”: “Leí por primera vez los relatos de Clarice Lispector hace muchos años, en Montevideo, mi ciudad natal, en la primera traducción que cayó en mis manos: ‘Lazos  de  familia’.  Fue  una revelación. ¿Quién era esta escritora que rompía todas las convenciones del género, que declaraba: ‘digo lo que tengo que decir sin literatura’ y huía de  cualquier  clasificación, rechazaba ser una ‘intelectual’ y se negaba a conceder entrevistas? Lispector es la responsable de la modernización de la literatura de su país al introducir la ruptura del yo, la introspección, la sensación  como forma de identidad, la duda allí donde el cuento omnisciente proponía la certeza”.


Por otra parte, la escritora argentina Luisa Valenzuela (1938), autora de novelas, cuentos, microrrelatos y ensayos, puntualizó: “Tiempo atrás leí que un grupo de buceadores especialmente entrenados, entre los que había varias mujeres, logró por primera vez acercarse a los grandes peces de aguas profundas y nadar con ellos sin espantarlos, simplemente porque no llevaban equipo de oxígeno y parecían unos peces más. Esa es la sensación que se tiene leyendo a Lispector, como de alguien que en una hazaña casi inhumana -contener la respiración por largos minutos-, pudo nadar libremente allí donde otros se ahogan. Porque Lispector logró acercarse, temeraria, a los grandes peces ciegos del lenguaje, los muy escurridizos, espantadizos portadores del secreto”.
También la reconocida autora argentina Claudia Piñeiro (1960), autora de relevantes novelas como “Las viudas de los jueves”, “Elena sabe” y “Catedrales”, expresó: “Tiene una prosa muy virtuosa que recibimos gracias a muy buenas traducciones. Es de esas escritoras que escribía desde hace mucho sobre la mujer. No digo que sea una literatura feminista, pero sí se trata de una literatura en la que a las mujeres les pasan cosas. Y no sólo en la literatura: durante la pandemia al principio me costaba leer ficción, pero pude leer a Natalia Ginzburg y a Clarice Lispector, que tienen ellas dos textos autorreferenciales. Cualquier texto de Clarice que leía me remitía a algo que me estaba pasando, abría en cualquier página del libro de crónicas llamado ‘Descubrimientos’. Y allí habla sobre la mujer no con una mirada feminista, pero aun cuando hable sobre moda, toma a la mujer como seres que tienen una tristeza permanente. Y esto ocurre tanto en sus textos narrativos como en la crónica”.
Y la periodista argentina Silvina Friera (1974), autora de numerosos artículos publicados en distintos medios gráficos, exaltó a Lispector como “la escritora que revolucionó la literatura brasileña de la segunda mitad del siglo XX inventó una lengua propia que permanece y que logra conjurar el envejecimiento, aquello condenado a caducar por el paso del tiempo. Hay una singularidad salvaje, en estado puro, que irradió desde la lengua portuguesa al mundo. La audacia y la atención con la que iluminó los detalles sensoriales, la intensidad de los momentos mínimos, una escritura ‘desnuda y límpida’, tímida y osada al mismo tiempo, consciente de la delicada tensión entre lo dicho y la elipsis, entre lo que emerge y lo que está sumergido, podrían asomarse al fenómeno Clarice, a esa especie de felicidad clandestina que irrumpe, sin cesar, cada vez que se la lee”.
Sin dudas la narradora brasileña pasó de ser una “escritora de culto” a tener una influencia decisiva en la cultura popular contemporánea. En el año 2016, una estatua en su honor fue colocada en el barrio de Leme, donde vivió los últimos doce años de su vida, en el costado norte de la playa de Copacabana. Otra escultura se emplazó en la región de Boa Vista de Recife, la capital del estado de Pernambuco, frente a la casa donde vivió su infancia. También cada 10 de diciembre (fecha de su nacimiento) se celebra en distintas ciudades del mundo (Rio de Janeiro, San Pablo, Río Grande del Sur, Buenos Aires, Nueva York, Lisboa y París, entre otras), un homenaje llamado “La hora de Clarice”.

7 de septiembre de 2024

Frederico Commandino y Francesco Maurolico, dos matemáticos humanistas

Grandes historiadores de la literatura itálica como Girolamo Tiraboschi (1731-1794) y Salvatore Costanzo (1804-1869) atribuyeron a los escritores Dante Alighieri (1265-1321), Francesco Petrarca (1304-1374) y Giovanni Boccaccio (1313-1375) ser los pilares de la literatura italiana, autores de la “Divina Commedia” (Divina comedia), el “Canzoniere” (Cancionero) y el “Decamerone” (Decamer
ón) respectivamente. Gracias a estas grandes creaciones literarias la literatura y el idioma italianos comenzaron a difundirse por toda Italia y el resto de Europa. A ellos también se les atribuye ser los impulsores del movimiento intelectual, filosófico y cultural que retomó las ideas del antiguo humanismo grecorromano. Recién unos quinientos años después del nacimiento del Humanismo en Italia, tal término fue utilizado por primera vez por el filósofo y teólogo alemán Friedrich Niethammer (1766-1848) en su obra “Der streit des Philanthropismus und des Humanismus in der theorie des erziehungsunterrichs unserer zeit” (La controversia entre Filantropismo y Humanismo en la teoría de la educación de nuestro tiempo) de 1808.
En 1942, el profesor e historiador español Francisco Vera (1888-1967), a la sazón exiliado en Colombia tras abandonar su país natal en 1939 a raíz de la Guerra Civil, dio una serie de conferencias invitado por el Ministerio de Educación de ese país que buscaba “liquidar la etapa de la cultura esotérica y misteriosa”. Con ese propósito, y centrándose en las Matemáticas, el erudito español dictó en el teatro Colón de Bogotá el curso que luego sería recogido en un tomo titulado “Veinte matemáticos célebres”. En él, Vera afirmó que la posición geográfica de Italia -cerca del Imperio Bizantino- y el refinamiento de su cultura y su riqueza material a comienzos del siglo XIV, fueron algunas de las causas que contribuyeron a que allí (fundamentalmente en Florencia, Venecia y Roma) se iniciase el Humanismo, precursor de otro movimiento, el Renacimiento, ambos con límites lo suficientemente imprecisos como para que convivieran en armónica asociación. Los humanistas, imitando formalmente a los escritores de la antigüedad clásica, difundieron las ideas griegas y romanas e intentaron armonizar los conocimientos humanos con las creencias religiosas, tratando de humanizar las ciencias.
Si bien es cierto que fue un movimiento de recuperación del mundo clásico como modelo humano, aunque dentro de una dinámica social muy alejada de la firmeza del mundo antiguo, la apelación a la cultura clásica sirvió más que nada como un instrumento de legitimación de los poderosos que buscaban ennoblecerse apareciendo como mecenas e incluso como hombres refinados y cultos. La presencia de humanistas en los palacios garantizaba la continuidad con los clásicos, ya que hacían las veces de maestros teóricos y educadores que proveían de saberes para cualquier consulta a los integrantes de las nuevas clases dominantes. Probablemente de allí provenga ese tufillo conservador que impregna la obra de los impulsores del humanismo que, para el siglo XVI, había degenerado en una especie de “pedantismo”.
De todas maneras, es innegable que el Humanismo transformó el conjunto de la cultura europea. Como se dijo, ya en el siglo XIII Dante se había mostrado partidario del gusto clásico, un gusto que continuaría en Petrarca, precursor del Renacimiento literario, y en Boccaccio, erudito divulgador de las ideas humanistas. Ellos preanunciaron la aparición de escritores como Nicoló Maquiavelo (1469-1527), Ludovico Ariosto (1474-1533), Baltasar de Castiglione (1478-1529), Francesco Guicciardini (1483-1540), Pedro Aretino (1492-1556) y Torquato Tasso (1544-1595) entre muchísimos otros.
En el campo del arte, los hombres del “Quattrocento”, tal como se denominó a esa época que fue la primera etapa del Renacimiento, produjeron una revolución con la perspectiva lineal, la representación del desnudo y la tendencia realista. Filippo Brunelleschi (1377-1446), Donatello di Betto Bardi (1386-1466), Andrea del Verrochio (1435-1488) y Sandro Botticelli (1445-1510) prepararon el advenimiento de Miguel Angel Buonarroti (1475-1564), Rafael Sanzio (1483-1520) y de los pintores de la escuela veneciana Giorgione de Castelfranco (1477-1510), Tiziano Vecellio (1490-1576), Giacoppo Robusti, el Tintoretto (1518-1594) y Paolo Caliari, el Veronés (1528-1588).
Mientras tanto, en el norte de Europa sobresalía Erasmo de Rotterdam (1469-1536), “para quien el humanismo era la lucha contra los abusos del clero, la incultura monástica, la esterilidad del tomismo y las arbitrarias interpretaciones que de la Biblia daban los teólogos eclesiásticos, tendiendo hacia la exégesis de los primeros padres de la Iglesia”, escribió Vera en la obra citada. El humanismo francés por su parte, se caracterizó por una orientación erudita y crítica que culminó en Francois Rabelais (1494 -1553) y Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592), mientras que el alemán, con Johann Müller Regiomontano (1436-1476) y Rudolf Agricola (1444-1485), preparó el camino de la Reforma; el inglés, con Tomas Moro (1478-1535), adquirió un matiz socializante, y el español, con Francisco Ximénez de Cisneros (1436-1517), Antonio de Nebrija (1441-1522) y Juan Luis Vives (1494-1540), fue moralista y tendió a una síntesis científica.
El profesor Vera estimó que los humanistas del “Quattrocento” se apartaron de las ideas del medioevo para humanizar al arte y a la ciencia y, al idealizar el pensamiento de la antigüedad clásica, pusieron los cimientos de la civilización moderna. La matemática no fue ajena a aquel movimiento y siguió también la corriente humanística. Las obras “Stoicheia” (Elementos) de Euclides de Alejandría (325-265 a.C.), “Conicorum” (Sobre las secciones cónicas) de Apolonio de Perge (262-190 a.C.), “Hè megalè sintaxis” (Almagesto) de Claudio Ptolomeo (85-165), “Arithmeticorvm” (Aritmética) de Diofanto Alexandrini (214-298) y todas los trabajos de los grandes matemáticos de la antigua Grecia fueron difundidas por matemáticos humanistas como Bartolomeo Zamberti (1473-1505), Wilhelm Holzmann (1532-1576) y Francesco Barozzi (1537-1604).
Hasta entonces la matemática aceptada era la de Severino Boecio (480-524) y la de Isidoro de Sevilla (560-636). “De institutione arithmetica” (Aritmética) del romano y las “Etimologías” del sevillano eran las únicas fuentes de conocimientos matemáticos, superadas recién en el siglo XII por Abraham Savasorda (1065-1136) en España, Johannes de Sacrobosco (1195-1256) en Inglaterra y Albertus Coloniensis (1200-1280) en Alemania, aunque era una matemática contaminada por las supersticiones de los números mágicos. “Así, por ejemplo -afirmó Vera-, el número 3 representaba el alma con sus potencias y virtudes cardinales; el 5 era la representación del matrimonio porque estaba formado por el primer par: 2, y el primer impar: 3; el 7 era el hombre por contener las tres potencias del alma y los cuatro elementos del cuerpo, y el 11 era el número de letras de la palabra abracadabra que tenía la virtud de curar las fiebres intermitentes escribiéndola en un papel y colocándola sobre el estómago del enfermo”.
El poeta romano Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.), dijo en sus “Eclogae” (Eglogas) escritas cuarenta años antes del inicio de la Era Cristiana: “número deus impare gaudet” (los números impares son gratos a los dioses). En efecto, de todos los números impares, el preferido era el 7, ya que siete eran los días de la Creación, los dones del Espíritu Santo, las palabras que dijo Cristo en la Cruz, los brazos del Candelabro, los dolores de María, los actos del alma, los pecados capitales, las virtudes, los sacramentos y los planetas. En el islamismo, siete son las noches santas, las vueltas en torno del templo de la Meca, las veces deben saltarse las hogueras de Ansara, las clases de plantas que en ella se queman, las piedras que se tiran al Diablo en el valle de las peregrinaciones, el número de apoyos para hacer las genuflexiones y los grados de parentesco en que se prohibe el matrimonio. Los griegos tenían siete dioses mitológicos y siete sabios, y en otros aspectos, siete son las notas musicales, los días de la semana, los colores del arco iris, las maravillas del mundo y las plagas de Egipto.


“La serie de disparates medievales -continuó Vera- desapareció, afortunadamente, con las primeras ediciones de los clásicos griegos. Un mundo nuevo apareció ante los ojos atónitos de los hombres, preocupados hasta entonces en pueriles combinaciones numéricas y triviales figuras geométricas; y una sed de saber y un ansia de curiosidad se despertó en todos los espíritus”.
Entre los traductores de la matemática griega que, además, hicieron aportes de gran valor, figuran dos italianos: Francesco Maurolico (1494-1575) y Frederico Commandino (1509-1575), contemporáneos y amigos que sostuvieron larga correspondencia epistolar. Maurolico, un hombre de cultura enciclopédica, provenía de una familia de Constantinopla que huyó cuando los turcos se apoderaron de la capital del Imperio Bizantino. Enseñó la matemática entre 1528 y 1553 y, a partir de sus investigaciones, modificó y corrigió las pésimas traducciones que circulaban en Venecia de los “Elementos” de Euclides y de “Sobre las secciones cónicas” de Apolonio. Maurolico estudió estas obras dándoles un enfoque novedoso y provocando un enorme progreso en la historia de la matemática. También determinó los centros de gravedad de la pirámide, el hemisferio y el conoide parabólico, estudiados por Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C.), investigados por los árabes y desconocidos por entonces en Europa, y fue el iniciador del llamado método de inducción completa que el matemático holandés Daniel Bernoulli (1700-1782) perfeccionó en el siglo siguiente.
“Este método -explicó Vera- se funda en el hecho de que todo número natural se puede considerar como suma de unidades, ya que partiendo del cero se forman todos los números naturales por adiciones sucesivas de la unidad, de donde resulta que, comprobada una propiedad para el valor 1 y, si supuesta verdadera para un cierto valor, demostramos que lo es para el siguiente, la tendremos demostrada para todos los valores”. Maurolico dejó importantes tratados sobre sus razonamientos en “Cosmographia” (Cosmografía) en 1543, “Arithmeticorum” (Aritmética) en 1557 y “Opuscola mathematica” (Ensayo sobre matemática) en 1575.
Commandino, por su parte, estudió Medicina en Padua y en Ferrara y vivió algún tiempo en Roma, a la sombra protectora del papa Julio III (Giammaria Ciocchi del Monte, 1487-1555) quien, conocedor de su talento, lo distinguió con especiales atenciones. Commandino dominaba el griego, el latín y algo de la lengua árabe y, tras un tiempo de ejercer su profesión, se dedicó por completo a traducir las obras de los matemáticos griegos, con lo que llevo a cabo una notable labor de difusión y de clarificación de conceptos. Sus trabajos más importantes fueron la traducción al latín e italiano de obras del citado Euclides, del astrónomo y matemático griego Arquímedes de Siracusa (287-212 a. C.), del ingeniero griego Herón de Alejandría (10-70), y de Pappus de Alejandría (290-350), el último de los grandes geómetras griegos, y comentó con suma originalidad el “Geōgraphikhyphgēsis” (Planisferio) del mencionado Ptolomeo, encontrando un método para dibujar en perspectiva el círculo y la esfera, lo que sería tomado por el pintor renacentista alemán Albrecht Durero (1471-1528) para la publicación de sus “Vier bücher von menschlicher proportion” (Cuatro libros sobre las proporciones humanas), sobre la aplicación de la geometría en la representación del cuerpo humano.


La obra realizada por ambos matemáticos italianos fue sumamente relevante. “Sus traducciones y las ideas originales que intercalaron en ellas -finalizó Vera- despertaron el interés de sus sucesores inmediatos, llamados a determinar un progreso en los estudios científicos. Empapados del espíritu humanista de su época, lo llevaron al campo que cultivaban, contribuyendo grandemente a fijar el verdadero sentido de la geometría griega que no tenía nada que ver con las supersticiones que durante la Edad Media ocultaron su alcance y su trascendencia”.
Francesco Maurolico gozó de una gran estimación y una merecida fama durante su vida y fue honrado al fallecer con una fastuosa tumba sobre la que se grabó un epígrafe en el que se exaltó los méritos de quien era considerado el “único verdadero geómetra que ha tenido Sicilia después de Arquímedes”. Por su parte Frederico Commandino, al encontrar el método para dibujar en perspectiva el círculo y la esfera con suma originalidad, fue decisivo para darles una nueva perspectiva a pintores como los italianos Leonardo da Vinci (1452-1519) y Rafael Sanzio (1483-1520),​ y el alemán Alberto Durero (1471-1528). Ellos habían observado los defectos de perspectiva que tenían los paisajes en los lienzos pintados en aquel siglo y comenzaron a utilizar principios matemáticos para lograr una representación más realista de la perspectiva en sus obras, permitiéndoles así crear una ilusión tridimensional en sus pinturas.
Los estudios matemáticos de Maurolico y Commandino también influyeron en la arquitectura y en la música. Los arquitectos incorporaron principios matemáticos en el diseño de los templos, los edificios y las fincas. Por su parte los compositores utilizaron principios matemáticos en la composición de sus obras musicales relacionando las notas y los intervalos musicales basándose en proporciones matemáticas, creando de ese modo una estética musical equilibrada y armoniosa. En definitiva, el Humanismo fomentó el estudio de las artes y las ciencias y promovió un nuevo enfoque en el hombre y su capacidad para comprender y cambiar el mundo. En general, las matemáticas jugaron un papel importante en el desarrollo intelectual, científico y artístico de esa época, sentando las bases para los avances futuros en diversas disciplinas, y en ese sentido los trabajos de Maurolico y Commandino fueron fundamentales.