21 de abril de 2025

Cuentos selectos (XXXIII). José Donoso: “Una señora”

El escritor chileno Jos
é Donoso (1924-1996) está considerado como una de las figuras más importantes de la literatura de Chile. Su infancia transcurrió en Providencia, una de las comunas de Santiago, donde fue criado por una niñera que no sabía leer ni escribir pero que tenía una gran imaginación para contarle historias, las que años después, inspirarían muchos de sus relatos. Allí también cursó su educación primaria. Reconocería en sus memorias que, ante una madre y un padre bastante ausentes, fue la niñera quien lo educó junto con la escuela. Luego estudió en el colegio secundario The Grange School ubicado en la comuna santiagueña La Reina, donde una institutriz anglosajona le enseñó el idioma inglés.
Durante su juventud trabajó como operario y oficinista, y en 1947 inició sus estudios de Literatura Inglesa en la Universidad de Chile. Dos años después, gracias a una beca, pudo trasladarse a cursar Filología Inglesa en la Princeton University de Nueva Jersey, Estados Unidos, una experiencia que le sirvió para publicar en 1950 en la revista de dicha universidad sus dos primeros cuentos en lengua inglesa: “The blue woman” (La mujer azul) y “The poisoned pastries” (Los pasteles envenenados). En 1951 se graduó como Bachelor of Arts (Bachiller en Letras) con una tesis que tituló “The elegance of mind of Jane Austen. An interpretation of her novels through the attitudes of heroines” (La elegancia del pensamiento de Jane Austen. Una interpretación de sus novelas a través de las actitudes de sus heroínas).
Tras su regreso a Chile, en 1954 comenzó a enseñar inglés en la Pontificia Universidad Católica y, en 1957, apareció su primera novela: “Coronación”, obra en la cual realizó un amplio retrato de la decadencia de la clase alta chilena. Por entonces ya era considerado uno de los más destacados miembros de la llamada “Generación de los 50”, la que se caracterizó por una común intención de denunciar, a través de la ficción novelesca, la decadencia de las clases aristocráticas y la alta burguesía. A partir de allí inició una carrera literaria que se caracterizó por una incesante producción en la que alternó el cuento y la novela.
Entre 1960 y 1965 trabajó como redactor y crítico literario en la revista “Ercilla” y luego fue invitado para ser Lector Visitante en el Programa en Escritura Creativa de la University of Iowa, Estados Unidos, donde permaneció hasta 1967 dictando talleres en inglés. Por aquellos años también viajó a Buenos Aires y a México (donde colaboró en la revista “Siempre”), y luego se trasladó a España, donde vivió hasta 1981. En esa época su obra entró a formar parte del llamado “boom latinoamericano”, el fenómeno editorial que desde los años ‘60 dio proyección internacional a grandes narradores del continente.


En la mayoría de sus obras, traducidas a diecisiete idiomas, Donoso empleó personajes grotescos y marginales, moradores de espacios confinados y atmósferas agobiantes, mediante los cuales exploró los mecanismos de la violencia y los efectos del miedo y la culpa en la vida familiar. Publicó, entre otras, las novelas “Este domingo”, “El lugar sin límites”, “El obsceno pájaro de la noche”, “Casa de campo”, “El jardín de al lado”, “La desesperanza” y “Donde van a morir los elefantes”; algunos tomos de relatos y varias compilaciones de diarios personales, memorias, artículos, crónicas y entrevistas. A lo largo de su trayectoria literaria fue galardonado con números premios, tanto en Chile como en España, Francia, Italia y Estados Unidos. Tras su fallecimiento a causa de un c
áncer hepático, sus restos fueron inhumados en el cementerio de Zapallar, ubicado en la ciudad de Valparaíso.


El cuento “Una señora” formó parte de su primer libro: “Veraneo y otros cuentos”, publicado en 1955, con el cual ganó el Premio Municipal de Literatura de Santiago.
 
UNA SEÑORA
 
No recuerdo con certeza cuándo fue la primera vez que me di cuenta de su existencia. Pero si no me equivoco, fue cierta tarde de invierno en un tranvía que atravesaba un barrio popular. Cuando me aburro de mi pieza y de mis conversaciones habituales, suelo tomar algún tranvía cuyo recorrido desconozca y pasar así por la ciudad. Esa tarde llevaba un libro por si se me antojara leer, pero no lo abrí. Estaba lloviendo esporádicamente y el tranvía avanzaba casi vacío. Me senté junto a una ventana, limpiando un boquete en el vaho del vidrio para mirar las calles.
No recuerdo el momento exacto en que ella se sentó a mi lado. Pero cuando el tranvía hizo alto en una esquina, me invadió aquella sensación tan corriente y sin embargo misteriosa, que cuanto veía, el momento justo y sin importancia como era, lo había vivido antes o tal vez soñado. La escena me pareció la reproducción exacta de otra que me fuese conocida: delante de mí, un cuello rollizo vertía sus pliegues sobre una camisa deshilachada; tres o cuatro personas dispersas ocupaban los asientos del tranvía; en la esquina había una botica de barrio con su letrero luminoso y un carabinero bostezó junto al buzón rojo, en la oscuridad que cayó en pocos minutos. Además, vi una rodilla cubierta por un impermeable verde junto a mi rodilla.
Conocía la sensación, y más que turbarme me agradaba. Así, no me molesté en indagar dentro de mi mente dónde y cómo sucediera todo esto antes. Despaché la sensación con una irónica sonrisa interior, limitándome a volver la mirada para ver lo que seguía de esa rodilla cubierta con un impermeable verde. Era una señora. Una señora que llevaba un paraguas mojado en la mano y un sombrero funcional en la cabeza. Una de esas señoras cincuentonas, de las que hay por miles en esta ciudad: ni hermosa ni fea, ni pobre ni rica. Sus facciones regulares mostraban los restos de una belleza banal. Sus cejas se juntaban más de lo corriente sobre el arco de la nariz, lo que era el rasgo más distintivo de su rostro.
Hago esta descripción a la luz de hechos posteriores, porque fue poco lo que de la señora observé entonces. Sonó el timbre, el tranvía partió haciendo desvanecerse la escena conocida, y volví a mirar la calle por el boquete que limpiara en el vidrio. Los faroles se encendieron. Un chiquillo salió de un despacho con dos zanahorias y un pan en la mano. La hilera de casas bajas se prolongaba a lo largo de la acera: ventana, puerta, ventana, puerta, dos ventanas, mientras los zapateros, gasfíteres y verduleros cerraban sus comercios exiguos. Iba tan distraído que no noté el momento en que mi compañera de asiento se bajó del tranvía. ¿Cómo había de notarlo si después del instante en que la miré ya no volví a pensar en ella? No volví a pensar en ella hasta la noche siguiente.
Mi casa está situada en un barrio muy distinto a aquel por donde me llevara el tranvía la tarde anterior. Hay árboles en las aceras y las casas se ocultaban a medias detrás de rejas y matorrales. Era bastante tarde, y yo ya estaba cansado, ya que pasara gran parte de la noche charlando con amigos ante cervezas y tazas de café. Caminaba a mi casa con el cuello del abrigo muy subido. Antes de atravesar una calle divisé una figura que se me antojó familiar, alejándose bajo la oscuridad de las ramas. Me detuve observándola un instante. Sí, era la mujer que iba junto a mí en el tranvía de la tarde anterior. Cuando pasó bajo un farol reconocí inmediatamente su impermeable verde. Hay miles de impermeables verdes en esta ciudad, sin embargo no dudé de que se trataba del suyo, recordándola a pesar de haberla visto sólo unos segundos en que nada de ella me impresionó. Crucé a la otra acera. Esa noche me dormí sin pensar en la figura que se alejaba bajo los árboles por la calle solitaria.
Una mañana de sol, dos días después, vi a la señora en una calle céntrica. El movimiento de las doce estaba en su apogeo. Las mujeres se detenían en las vidrieras para discutir la posible adquisición de un vestido o de una tela. Los hombres salían de sus oficinas con documentos bajo el brazo. La reconocí de nuevo al verla pasar mezclada con todo esto, aunque no iba vestida como en las veces anteriores. Me cruzó una ligera extrañeza de por qué su identidad no se había borrado de mi mente, confundiéndola con el resto de los habitantes de la ciudad.
En adelante comencé a ver a la señora bastante seguido. La encontraba en todas partes y a toda hora. Pero a veces pasaba una semana o más sin que la viera. Me asaltó la idea melodramática de que quizás se ocupara en seguirme. Pero la deseché al constatar que ella, al contrario que yo, no me identificaba en medio de la multitud. A mí, en cambio, me gustaba percibir su identidad entre tanto rostro desconocido. Me sentaba en un parque y ella lo cruzaba llevando un bolsón con verduras. Me detenía a comprar cigarrillos, y estaba ella pagando los suyos. Iba al cine, y allí estaba la señora, dos butacas más allá. No me miraba, pero yo me entretenía observándola. Tenía la boca más bien gruesa. Usaba un anillo grande, bastante vulgar.
Poco a poco la comencé a buscar. El día no me parecía completo sin verla. Leyendo un libro, por ejemplo, me sorprendía haciendo conjeturas acerca de la señora en vez de concentrarme en lo escrito. La colocaba en situaciones imaginarias, en medio de objetos que yo desconocía. Principié a reunir datos acerca de su persona, todos carentes de importancia y significación. Le gustaba el color verde. Fumaba sólo cierta clase de cigarrillos. Ella hacía las compras para las comidas de su casa. A veces sentía tal necesidad de verla, que abandonaba cuanto me tenía atareado para salir en su busca. Y en algunas ocasiones la encontraba. Otras no, y volvía malhumorado a encerrarme en mi cuarto, no pudiendo pensar en otra cosa durante el resto de la noche.
Una tarde salí a caminar. Antes de volver a casa, cuando oscureció, me senté en el banco de una plaza. Sólo en esta ciudad existen plazas así. Pequeña y nueva, parecía un accidente en ese barrio utilitario, ni próspero ni miserable. Los árboles eran raquíticos, como si se hubieran negado a crecer, ofendidos al ser plantados en terreno tan pobre, en un sector tan opaco y anodino. En una esquina, una fuente de soda oscura aclaraba las figuras de tres muchachos que charlaban en medio del charco de luz. Dentro de una pileta seca, que al parecer nunca se terminó de construir, había ladrillos trizados, cáscaras de fruta, papeles. Las parejas apenas conversaban en los bancos, como si la fealdad de la plaza no propiciara mayor intimidad. Por uno de los senderos vi avanzar a la señora, del brazo de otra mujer. Hablaban con animación, caminando lentamente. Al pasar frente a mí, oí que la señora decía con tono acongojado:
“¡Imposible!”. La otra mujer pasó el brazo en torno a los hombros de la señora para consolarla. Circundando la pileta inconclusa se alejaron por otro sendero. Inquieto, me puse de pie y eché a andar con la esperanza de encontrarlas, para preguntar a la señora qué había sucedido. Pero desaparecieron por las calles en que unas cuantas personas transitaban en pos de los últimos menesteres del día.
No tuve paz la semana que siguió de este encuentro. Paseaba por la ciudad con la esperanza de que la señora se cruzara en mi camino, pero no la vi. Parecía haberse extinguido, y abandoné todos mis quehaceres porque ya no poseía la menor facultad de concentración. Necesitaba verla pasar, nada más, para saber si el dolor de aquella tarde en la plaza continuaba. Frecuenté los sitios en que soliera divisarla, pensando detener a algunas personas que se me antojaban sus parientes o amigos para preguntarles por la señora. Pero no hubiera sabido por quién preguntar y los dejaba seguir. No la vi en toda esa semana.
Las semanas siguientes fueron peores. Llegué a pretextar una enfermedad para quedarme en cama y así olvidar esa presencia que llenaba mis ideas. Quizás al cabo de varios días sin salir la encontrara de pronto el primer día y cuando menos lo esperara. Pero no logré resistirme y salí después de dos días en que la señora habitó mi cuarto en todo momento. Al levantarme, me sentí débil, físicamente mal. Aun así tomé tranvías, fui al cine, recorrí el mercado y asistí a una función de un circo de extramuros. La señora no apareció por parte alguna.
Pero después de algún tiempo la volví a ver. Me había inclinado para atar un cordón de mis zapatos y la vi pasar por la soleada acera de enfrente, llevando una gran sonrisa en la boca y un ramo de aromo en la mano, los primeros de la estación que comenzaba. Quise seguirla, pero se perdió en la confusión de las calles. Su imagen se desvaneció de mi mente después de perderle el rastro en aquella ocasión. Volví a mis amigos, conocí gente y paseé solo o acompañado por las calles. No es que la olvidara. Su presencia, más bien, parecía haberse fundido con el resto de las personas que habitan la ciudad.
Una mañana, tiempo después, desperté con la certeza de que la señora se estaba muriendo. Era domingo, y después del almuerzo salí a caminar bajo los árboles de mi barrio. En un balcón una anciana tomaba el sol con sus rodillas cubiertas por un chal peludo. Una muchacha, en un prado, pintaba de rojo los muebles del jardín, alistándolos para el verano. Había poca gente, y los objetos y los ruidos se dibujaban con precisión en el aire nítido. Pero en alguna parte de la misma ciudad por la que yo caminaba, la señora iba a morir. Regresé a casa y me instalé en mi cuarto a esperar.
Desde mi ventana vi cimbrarse en la brisa los alambres del alumbrado. La tarde fue madurando lentamente más allá de los techos, y más allá del cerro la luz fue gastándose más y más. Los alambres seguían vibrando, respirando. En el jardín alguien regaba el pasto con una manguera. Los pájaros se aprontaban para la noche, colmando de ruido y movimiento las copas de todos los árboles que veía desde mi ventana. Rió un niño en el jardín vecino. Un perro ladró. Instantáneamente después, cesaron todos los ruidos al mismo tiempo y se abrió un pozo de silencio en la tarde apacible. Los alambres no vibraban ya. En un barrio desconocido, la señora había muerto. Cierta casa entornaría su puerta esa noche, y arderían cirios en una habitación llena de voces quedas y de consuelos. La tarde se deslizó hacia un final imperceptible, apagándose todos mis pensamientos acerca de la señora. Después me debo de haber dormido, porque no recuerdo más de esa tarde.
Al día siguiente vi en el diario que los deudos de doña Ester de Arancibia anunciaban su muerte, dando la hora de los funerales. ¿Podría ser?… Sí. Sin duda era ella. Asistí al cementerio, siguiendo el cortejo lentamente por las avenidas largas, entre personas silenciosas que conocían los rasgos y la voz de la mujer por quien sentían dolor. Después caminé un rato bajo los árboles oscuros, porque esa tarde asoleada me trajo una tranquilidad especial.
Ahora pienso en la señora sólo muy de tarde en tarde. A veces me asalta la idea, en una esquina por ejemplo, que la escena presente no es más que reproducción de otra, vivida anteriormente. En esas ocasiones se me ocurre que voy a ver pasar a la señora, cejijunta y de impermeable verde. Pero me da un poco de risa, porque yo mismo vi depositar su ataúd en el nicho, en una pared con centenares de nichos todos iguales.

12 de abril de 2025

Hervé Kempf: “Bienes comunes como la educación, la salud y el medio ambiente, en este momento están siendo destruidos por el capitalismo” (2/2)

Para Hervé Kempf, la humanidad podría estar a las puertas del cambio de paradigma más importante desde la Revolución Francesa. En sus numerosos ensayos ha tratado la conexión entre la crisis ecológica y el aumento mundial de la pobreza, la proporción directa entre el daño ecológico que generan y la desigualdad que promueven las naciones más desarrolladas, y cómo el aumento de la brecha social disminuye las posibilidades de vida sobre el planeta. También ha denunciado la sobreexplotación pesquera, la degradación de los mares, la contaminación de las aguas subterráneas, las emisiones de gas de efecto invernadero, la producción de residuos domésticos, la difusión de productos químicos, la contaminación atmosférica causada por partículas finas, la erosión de las tierras y la producción de residuos radiactivos, trances todos ellos a los que define como saldos ambientales del sistema capitalista de producción.
También enumera en sus obras la desigualdad entre los países del primer mundo y los otros, la cual se mide por el uso de los recursos naturales que pueden hacer unos y otros, y cita como ejemplo a Estados Unidos, país que utiliza más recursos que todo el planeta unido. Tal como afirma una de sus entrevistadoras, la periodista y escritora argentina Soledad Barruti (1981) en su artículo “El planeta de los CEOs” -coincidiendo con Hervé Kempf-, el sistema capitalista “tiene un modo de ser, una personalidad individualista, competitiva, ambiciosa y perversa que no se limita a individuos, sino que se extiende al comportamiento de naciones enteras. Y lo peor de esa lógica de consumo eterno es que ya no hay modo de seguir abasteciéndolo sin severas consecuencias: no se puede seguir exprimiendo el planeta, estimulando el desarrollo y garantizar a la vez la supervivencia de la raza humana a corto plazo. En conclusión, ese desarrollo, lejos de mejorar las condiciones de vida sobre la Tierra, las empeora tanto para las sociedades que lo viven como para el resto”.
La fecunda obra del periodista y autor que se autodefine como no marxista y afirma que sus análisis no son clasistas, tipo proletariado por un lado y burguesía por el otro, incluye, entre otros ensayos, “L'économie à l'épreuve de l'écologie” (La economía puesta a prueba por la ecología), “Coup de chaud sur la planète. Les dérèglements climatiques” (Ola de calor en el planeta. La disrupción climática), “Pour sauver la planète, sortez du capitalisme” (Para salvar el planeta, salir del capitalismo), “L’oligarchie ça suffit, vive la démocratie” (Basta de oligarquía, viva la democracia), “Tout est prêt pour que tout empire. 12 leçons pour éviter la catastrophe” (Todo está preparado para que todo empeore. 12 lecciones para evitar la catástrofe), “Que crève le capitalisme. Ce sera lui ou nous” (Dejemos que muera el capitalismo. Será él o nosotros) y “Comment les riches détruisent la planète” (Cómo los ricos destruyen el planeta).


Lo que sigue es la segunda parte de la compilación de entrevistas a Hervé Kempf publicadas en el suplemento “Radar” del diario “Página/12”, en la revista “Ñ” y en la página web multilingüe “Voxeurop” en las cuales, entre otros temas, se refirió a como la actual estructura económica condiciona negativamente las metas de la ecología y sobre “Reporterre”, el medio digital de comunicación -por él creado- centrado en las cuestiones climáticas y ecológicas.

¿Cómo logra que sus ideas se implementen? ¿Le interesaría estar en política?
 
Yo hago política. Soy un ciudadano. Esta conversación es hacer política. La gente que lee esta nota está haciendo política, porque está haciendo esto en vez de mirar el futbol. Pensar en las preguntas que tenemos en común, sobre el destino de nuestra sociedad, pensar sobre lo que es bueno y lo que no es hacer política. Y, por supuesto, la de un periodista es una especie de actividad política porque nuestra regla es ser testigos sobre qué está pasando y contárselo a los demás ciudadanos. Pero, por otro lado, los libros, las ideas y los diarios son muy importantes. Y si podemos poner sobre la mesa la pregunta de interés público, cambiará la manera en la que los políticos toman sus decisiones. La tercera idea es que ser un político requiere habilidades específicas. Yo no estoy en contra de los políticos, sino en contra del hecho que ahora muchos políticos son parte de la oligarquía y defienden los intereses del capitalismo. Pero necesitamos a los políticos. Necesitamos hombres y mujeres que sean capaces de entender la sociedad y los problemas del futuro y hacer las negociaciones correctas para tomar las decisiones colectivas correctas. Poder hacer eso es una habilidad específica. Yo puedo ser periodista y puedo escribir libros, pero la política no es para todos.
 
“Reporterre” se creó por primera vez en 1989. ¿Qué le llevó a llevar a cabo el proyecto?
 
En 1986 se produjo la tragedia en Chernóbil. Lo cual me impactó muchísimo. Me dije que el medioambiente era muy importante y pude constatar que no existía periódico alguno no militante que se dedicara a este tema. Pensé en crear un diario con un dinero que había heredado. Pero de sobra sabía que no era suficiente. Hacía falta mucho presupuesto. El “Time”, que ya entonces era un gran diario, había decidido en enero de 1989 (fecha de nuestro lanzamiento) que el personaje del año sería… “El planeta Tierra”. Esto nos sirvió de ayuda, pues los medios y el público se habían dado cuenta de que el medioambiente era importante. La cosa arrancaba bien. Se vendían 26.000 ejemplares todos los meses, de media, y se alcanzaron los 4.600 suscriptores de pago. El problema fue su muy débil capitalización, su asfixiante falta de tesorería. Al cabo de un año, hubo que suspender el proyecto. El tiempo pasó y yo, después de trabajar como periodista en muchos medios de comunicación diferentes, acabé contratado por “Le Monde” en 1998 para cubrir el medioambiente.
 
“Reporterre” se relanzó en 2007. ¿Cómo ocurrió?
 
En 2007 yo había escrito “Cómo los ricos destruyen el planeta”. El libro explicaba la coyuntura de la cuestión social y la ecológica y hasta qué punto son indisociables. Para demostrar que esto no era solamente teórico, sino que podía ver en la actualidad diaria, creé un sitio web al que llamé “Reporterre”: ese fue el segundo nacimiento. Durante aquellos años, aun trabajando en “Le Monde” mantuve vivo el sitio como un hobby, aprendí a escribir en internet, me familiaricé con la herramienta. Y luego, en 2012-2013, cuando “Le Monde” me censuró y se enzarzó en una disputa conmigo, pasé -con ayuda de amigos- a “Reporterre” al ámbito profesional, con la idea de que llegara a ser un verdadero sitio de noticias y que pagáramos al personal para producir esta información. La ventaja de internet es que es más barato que imprimir y difundir un periódico en papel. En 2013, “Reporterre” no tenía empleados, tan sólo mi trabajo gratuito. Y luego, poco a poco, las donaciones empezaron a llegar, también di conferencias sobre mis libros y pedía que el público no me pagara a mí sino al sitio. Empezamos a recibir pequeñas subvenciones de fundaciones privadas. Pude poco después empezar a pagar a algunos periodistas independientes y firmar un contrato temporal con un periodista. El tráfico aumentó, las donaciones también, y en aquel momento se puso en marcha un círculo virtuoso.
 
Su ensayo “Cómo los ricos destruyen el planeta” se ha traducido a diez idiomas. Su versión cómic “Cómo los ricos se cargan el planeta”, publicado en invierno de 2024 en colaboración con el dibujante Juan Mendez, desentraña la relación entre las desigualdades sociales de nuestras sociedades y la crisis climática. ¿Cuál es la razón del libro?
 
Pues sí, ha sido todo un éxito, se vendieron rápidamente 30.000 ejemplares. Y a largo plazo se alcanzarán los 70.000, pues se sigue vendiendo bien; ahora está en su cuarta edición. El libro ha contribuido en gran medida a la comprensión de que la cuestión ecológica y la cuestión social son indisolubles. Simplificando, en aquella época la izquierda seguía considerando la ecología como una cuestión de “pajaritos” y los ecologistas ignoraban o subestimaban el problema de las desigualdades. En verdad, era necesario articular la relación entre las dos temáticas. Y ahora me alegro de que se haya convertido en un lugar común. Lo que hoy queda por explicar es que la cuestión de los ricos y de las desigualdades no concierne sólo a Musk y otros ultra ricos. Si lo analizamos a escala mundial, todas las clases medias europeas están implicadas. Entre el 40% y el 60% de la gente -incluso yo, por ejemplo- en los países europeos se encuentra entre el 10% más rico del mundo. No se trata, pues, de “machacar a los ricos”, sino de reducir las desigualdades en su conjunto en los países ricos, avanzando juntos, hacia una mayor sobriedad.
 
“Reporterre” tiene una línea editorial que se puede calificar de “fuerte”. ¿Diría usted que hay una posible relación entre el compromiso político y el oficio de periodista?
 
Bueno, son dos cosas totalmente diferentes. Un periodista es alguien que pretende contar el mundo a sus contemporáneos. Y lo hará con la mayor honradez posible, investigando, yendo a ver, verificando los hechos, buscando contradicciones. Después va a explicitar una actitud: “miro el mundo, pero no pretendo ser objetivo. Lo miro desde un determinado punto de vista”. Este punto de vista es la línea editorial. La mayoría de los periodistas y de los medios de comunicación no definen claramente su línea editorial. En “Reporterre” la definimos diciendo que la cuestión ecológica es la cuestión política esencial del siglo XXI. Y a partir de esta línea intentamos contar lo que pasa. Para que se entienda bien, suelo tomar el ejemplo de “The Economist”, que es un periódico muy bueno y que desde su nacimiento tiene una línea editorial clara: considera que el liberalismo es un modo de organización que permite que la sociedad viva en armonía, en paz y prosperidad, etc. A partir de este punto de vista, ellos cuentan lo que pasa en el mundo. Y lo hacen, por lo general, muy bien. Pero se sabe desde donde están hablando. La diferencia respecto a un compromiso político ocurre cuando asumo una visión del mundo y me identifico en una doctrina política o un partido político y que, desde entonces, actúo sobre la sociedad difundiendo las ideas de ese partido o de esa doctrina y trato de convencer a la gente… con la idea de llegar al poder. Nosotros, como periodistas, no pretendemos llegar al poder, y si los ecologistas hacen cosas que no nos convienen, lo contamos. Escribimos muy pocas columnas de opinión y yo escribo muy pocos editoriales. Nosotros informamos: tenemos una línea editorial y una visión del mundo que asumimos. En periodismo, también se le llama ángulo.
 
Y además está la cuestión de la independencia. ¿Cómo garantizarla?
 
Esta es una cuestión fundamental que garantiza la calidad de la información: “Reporterre” es independiente. Somos una asociación sin ánimo de lucro, no hay accionistas, el 98% de nuestros ingresos provienen de las lectoras y los lectores. En forma de pequeñas donaciones. No hay grandes donantes que den 10.000 o 5.000 euros.
 
¿Es el periodismo de alguna manera responsable de la crisis democrática que estamos viviendo?
 
El “periodismo” no es homogéneo. La responsabilidad de los periodistas es la de no haber luchado cuando los multimillonarios quisieron comprar sus medios, es la de no haber luchado lo suficiente por su independencia. Así pues, la responsabilidad de los periodistas es grande. Se les pide que respeten los principios fundamentales del periodismo. Para mí el primero de ellos es la libertad. Añado esto a la definición de periodismo: ser periodista es ser libre y trabajar por la libertad. Debemos ser libres. Es la libertad del periodista la que garantiza la calidad de la información que produce. Yo hablo del mundo, quizás no lo hago bien, pero ya sabéis desde qué posición hablo y sabéis que nadie me obliga a decir lo que os digo. Esta es la responsabilidad de los periodistas: luchar por la libertad en general y por la suya propia. El precio que uno debe pagar por el privilegio de desempeñar este apasionante oficio es luchar por la libertad. Por la nuestra y, de rebote, por la de la sociedad.
 
También existe un impasse estructural debido a la crisis de la prensa.
 
Es un sistema económico, sí. Pero hay gente valiente. Como Catherine André en “Voxeurop”, nosotros en “Reporterre”, nuestros colegas hombres y mujeres de “Arrêt sur Image”, “Mediapart” y toda la juventud del gremio que lucha por crear medios de comunicación independientes. La prensa independiente está creciendo. Podría inspirar a los periodistas de medios de comunicación subordinados al capital. Nos enfrentamos a cambios económicos constantes. Pero debemos seguir luchando por nuestra independencia respecto a los accionistas.
 
“Reporterre” tiene un modelo de funcionamiento bastante horizontal que no se suele encontrar en los medios de comunicación. ¿Cómo funciona?
 
Existe un consejo de administración que orienta el conjunto y vela por la independencia y el respeto de la línea de información sobre ecología. Soy el director editorial, con un asistente. Hay un director general. Y la jefatura de redacción es rotativa: cada quince días, uno o una de entre los cinco o seis periodistas más experimentados se turnan para asegurar la edición diaria, dirigir las conferencias editoriales, decidir sobre la organización de la portada, etc. Es un sistema original, que funciona muy bien y que nos ayuda a desarrollar una cultura de inteligencia colectiva. Al principio “Reporterre” era muy pequeño, así que hacía de todo. Y luego, poco a poco, fuimos creciendo. Yo también evolucioné, porque vengo de un universo, “Le Monde”, que era muy vertical. Tenemos una forma de funcionar mucho más horizontal, aunque a veces la verticalidad es necesaria para resolver dudas.
 
El contexto europeo sigue siendo importante. ¿Qué es Europa para usted hoy en día?
 
Sigo apegado a la idea de Europa. Más aún en estos momentos en que tenemos un ascenso de la extrema derecha -por no decir del fascismo- que quiere romper Europa y, en el proceso, recrear comunidades separadas entre sí, generando una visión fantasmagórica de Europa, que es racista y cerrada al mundo exterior. Considerando que, precisamente, el ideal europeo, en particular para Francia y Alemania (yo soy del este de Francia y muy sensible a las abominaciones que ocurrieron durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial) es poder vivir juntos sin necesidad de estar de acuerdo y siendo diferentes, pero en paz y haciendo algo juntos. Y lo necesitamos más que nunca, ahora que estamos viendo tantas tentativas de fragmentación, nacionalismo, repliegue... Sé que es un ideal, pero actuamos en función de un ideal. En “Reporterre” también trabajamos por el ideal de un mundo ecológico, justo y, si es posible, feliz. El problema es que Europa sigue inmersa en una lógica neoliberal. Existe el espíritu de Europa, pero luego está su traducción política, que es muy decepcionante.

11 de abril de 2025

Hervé Kempf: “Bienes comunes como la educación, la salud y el medio ambiente, en este momento están siendo destruidos por el capitalismo” (1/2)

El periodista y escritor francés Hervé Kempf (1957) nació en Amiens, cursó los estudios secundarios en el Lycée Henri IV de París y luego estudió ciencias económicas, historia y ciencias políticas en el Institut d'Études Politiques de París. Comenzó su carrera como periodista en la radio “Cocktail”, luego en la radio “Je t'aime” -ambas de París-, después en la radio “Alligator” de Montpellier, y más adelante lo hizo en la revista “Science et Vie Micro” y en el programa de televisión “Sauve qui Veut”. Su inclinación por la problemática medioambiental surgió a partir del accidente nuclear ocurrido en abril de 1986 en la central Chernóbil ubicada en el norte de Ucrania, una catástrofe que lo llevó a dedicarse a cuestiones ecológicas escribiendo artículos en distintas publicaciones científicas y económicas, entre ellas “Le magazine de l'environnement”, “Courrier International” y “La Recherche”.
En 1998 se incorporó al diario “Le Monde” donde cubrió el ámbito medioambiental, en particular las cuestiones relacionadas con las negociaciones sobre el clima y los organismos genéticamente modificados. En ese periódico vespertino creó y editó en enero de 2009 la columna semanal “Écologie” hasta que, en septiembre de 2013, decidió dejar el diario afirmando ser víctima de la censura y acusando a su dirección de estar alejada de los intereses del pueblo. En el año 1989 había fundado la revista “Reporterre”, la cual, a pesar de vender más de 25.000 ejemplares por mes, no logró el equilibrio financiero para sostenerse y dejó de publicarse poco después de un año. Años después, en 2007, Kempf creó un sitio web con el mismo nombre, un diario digital sin fines de lucro de libre acceso que no contiene publicidad y mayoritariamente se mantiene gracias a las donaciones de sus lectores.
En una entrevista detalló la línea editorial de este espacio de Internet, al cual definió como la articulación entre periodismo y compromiso político: “Tenemos una línea editorial muy clara, que está escrita en el sitio: consideramos que la cuestión ecológica es la principal cuestión histórica y política desde el comienzo del siglo XXI. La ecología es política y no se puede reducir a cuestiones de naturaleza y contaminación. La ecología afecta al destino común, afecta al futuro, y su situación se deriva en gran medida de las relaciones sociales: así pues, lo que ‘Reporterre’ presenta y discute es una ecología política. Estamos comprometidos y estamos librando una lucha contra la cosmovisión liderada por la economía”.


Lo que sigue a continuación es la primera parte del compendio de entrevistas que Hervé Kempf concediera a las periodistas Soledad Barruti y Francesca Barca en ocasión de su visita a la Argentina, y al periodista y escritor Andrés Hax publicadas en el suplemento “Radar” del diario “Página/12”, en la revista “Ñ” y en la página web multilingüe “Voxeurop” el 25 de septiembre de 2011, el 30 de septiembre de 2011 y el 5 de febrero de 2025 respectivamente.
 
 Según lo que puede leerse en sus libros, la humanidad en su economía expansiva camina hacia su propia destrucción. ¿Qué hay que hacer para evitar el colapso?
 
Lo que hace falta es que las personas retomen el control creativo de sus vidas. Que se den cuenta de que hay que salir del individualismo. Que el futuro no está en la industria, ni en la tecnología, sino en la agricultura campesina, en un nuevo sistema económico de responsabilidad social. Y que el cambio debe ser colectivo: exigiéndoles a los políticos para que legislen en esa dirección. ¿Un pedido demasiado idealista? Todo lo contrario, el adversario está desgastado. En el apogeo de su florecimiento, el capitalismo va a desvanecerse.
 
Entonces, en el fondo, ¿cree que vamos bien?
 
Creo que están pasando muchas cosas extraordinarias. Hay cada vez más interés mundial por la ecología, porque ésa es la cuestión más importante del tercer milenio. Hace veinte años, la ecología parecía muy teórica, pero ahora se ha vuelto algo cotidiano porque todos los días tenemos un signo nuevo de que algo está cambiando. Hace veinte años uno podía prestar menos atención a las cuestiones de desigualdad, pero hoy son muy visibles en todos los países del mundo. Hace veinte años uno podía no darse cuenta del poder de los bancos y del sistema financiero, pero hoy en día está muy claro que tienen un comportamiento antisocial. Eso hace que haya más gente intentando cambiarlas. Los periodistas, los intelectuales, los que relatan el mundo, tenemos que presentar las perspectivas de una manera muy clara para que la gente entienda qué es lo que está pasando.
 
En sus libros expone cómo la ecología ha puesto en jaque al sistema capitalista por ser un límite a la posibilidad de explotación expansiva. ¿Eso finalmente ha generado movimientos sociales?
 
El vínculo entre la ecología y lo social se ha vuelto cada vez más frecuente y observable, aunque muchos periódicos siguen dejando de lado la cuestión. Por ejemplo, el movimiento social que se desarrolló en Chile cuando visité ese país se originó como un movimiento en contra de las represas al sur del país. Y después pasó a transformarse en una cuestión social por la educación. Y en ambos casos las problemáticas que se plantean son las mismas: la concentración del poder por parte de las grandes corporaciones, la privatización de los recursos y la ausencia de democracia en la toma de decisiones.
 
Cuando terminó su libro sobre la necesidad de salir del capitalismo, esos movimientos recién empezaban a asomar. Hoy proliferan en el mundo y tienen a los jóvenes como protagonistas.
 
Sí, hay cada vez más partes de la población que se dan cuenta de que el sistema está bloqueado. Podríamos citar también lo que pasa en Grecia o en Francia, donde el año pasado hubo un movimiento social muy importante; en Túnez, en Egipto y en España.
 
¿Y bajo qué sistema se encuadran esos movimientos?
 
Es muy difícil encontrar un enlace político para esa expresión. Por ejemplo, los indignados de Madrid rechazaron a los partidos políticos. Porque la izquierda y la derecha están demasiado cerca. Una gran parte de lo que se llama la izquierda, como el Partido Socialista en Francia, Italia o España, los socialdemócratas en Alemania, los laboristas en Inglaterra, la Concertación en Chile, han aceptado la lógica neoliberal, por lo cual ahora tienen una gran dificultad para cuestionar esa lógica. Y lo que el pueblo está pidiendo es justamente salir de ese sistema neoliberal. El problema es que la oligarquía hoy en día es tan fuerte que controla tanto el sistema político como a los medios: las partes que se expresen de manera muy contundente contra ese poder tienen dificultades para encontrar su lugar.
 
Lo que nos lleva de vuelta a la importancia del rol de los intelectuales, de los comunicadores.
 
Los cambios de conciencia colectiva los promueven quienes relatan el mundo. Escribir libros y artículos genera cambios. Claro que yo respondo como alguien cuyo trabajo es escribir. Un abogado podría optar por no defender a las grandes empresas sino a la gente de una pequeña población que está siendo amenazada.
 
¿Y cuál sería el rol que deberían asumir los científicos? Porque entre la biotecnología y las investigaciones financiadas por las grandes corporaciones, los científicos tienen mucho poder en este momento.
 
En el caso de los científicos es más difícil porque su conocimiento es de naturaleza diferente. El conocimiento de los periodistas, los intelectuales o los políticos se refiere a la sociedad, y aunque pueden estar basados en datos muy concretos, siempre tienen elementos subjetivos y se prestan a diferentes análisis. El conocimiento científico avanza poniéndose de acuerdo en conocimientos objetivos, haciendo mediciones: su conocimiento está en la materia, no en la sociedad que lo utiliza. Pero eso no les quita su responsabilidad. En las últimas décadas se ha sometido a los científicos a intereses financieros. Aunque todavía puede haber quienes asuman riesgos para hablar y realizar investigaciones en ámbitos que los intereses financieros no quieren abordar. En Francia está Gilles Seralini, un biólogo que trabaja sobre los efectos que los transgénicos y el glifosato tienen sobre la salud (entre sus estudios se destaca el descubrimiento de que el glifosato es letal para los embriones y que contamina los alimentos genéticamente modificados para resistirlo). Seralini tuvo muchas dificultades en su carrera porque los organismos universitarios no querían que trabajara en ese ámbito. Es una prueba de que a veces los científicos no privilegian sus intereses o su carrera personal.
 
Profundizando en ese aspecto, ¿cree en la biotecnología aplicada al desarrollo agroindustrial?
 
Yo trabajé mucho sobre ese asunto. Incluso escribí un libro donde cuento la historia de los transgénicos. A priori no estoy en contra de los transgénicos, pero si uno mira la historia de su desarrollo se ve que, antes de aprobarlos en Estados Unidos, no se realizaron muchos estudios previos sobre sus efectos en la salud, ni de los efectos sobre la vida de los agricultores y los pequeños campesinos. En general se aprobaron de manera muy rápida para beneficio de las grandes empresas. Y por supuesto no se puede decir que los transgénicos aporten un beneficio en materia de alimentación. Entonces, yo estoy bastante de acuerdo con el movimiento ecologista europeo que impidió el desarrollo de transgénicos en ese continente, a diferencia del norteamericano que lo promueve en el mundo. Porque finalmente detrás de las cuestiones de la biotecnología vegetal está la discusión en torno del tipo de agricultura que se quiere en un país, y la agricultura remite a un sistema social siempre.
 
Usted asegura que el crecimiento del PBI va de la mano con la desigualdad social. ¿Podría desarrollar ese concepto?
 
Me parece que la obsesión de los gobiernos por el crecimiento también apunta a invisibilizar el crecimiento de las desigualdades. Y el ejemplo es sencillo: si hay un crecimiento global del PBI, los que están en la parte más baja de la pirámide van a ver un aumento proporcional de su nivel en un 1%, van a creer que su realidad va mejor y nadie se va a dar cuenta de que las condiciones de los que están en la parte de arriba de la pirámide aumentan en un 4%. Muchas veces el crecimiento es una manera de volver invisible la desigualdad en la distribución de la riqueza.
 
¿Qué sucede con la parte media de la pirámide, con esa clase que está adormecida en el consumo y sin ninguna ideología?
 
Las clases medias están atrapadas en una contradicción. Ven que el mundo cambia, que la cuestión ecológica se vuelve cada vez más apremiante, que el sistema capitalista no busca mejorar su situación. Al mismo tiempo se han acostumbrado a un alto nivel de confort y tienen dificultades en aceptar que sería necesario perder algo de ese confort, como dejar de cambiar el televisor o el celular a cada rato. En los países del Norte, las clases medias ya están tensionadas por esa contradicción. Eso explica que no encuentren una representación política: esas dos tendencias de la clase media no permiten definir de manera clara cuáles son sus objetivos. Tienen que entrar en una lógica de reducción del consumo material y a su vez entrar en el desafío de reconquistar bienes comunes -como la educación, la salud y el medio ambiente en general- que garanticen una mejor vida social y que en este momento están siendo destruidos por el capitalismo.
 
En sus libros expone que una de las decisiones más urgentes sería limitar la capacidad de ganancia de los ricos, establecer una Renta Máxima Obtenible. ¿Es un deseo personal o su propuesta ha tenido alguna precisión concreta?
 
Está avanzando. En Francia hay un debate actualmente sobre las ganancias máximas. La idea fue tomada por los partidos ecologistas y los partidos de izquierda, que representan cada uno el 8% del electorado. El Partido Socialista francés ha incorporado la idea de un salario máximo dentro de las empresas públicas. Y cada vez salen más proyectos de reforma fiscal para que los ricos paguen.
 
¿En ese sentido va el pedido de aumento de los impuestos que hicieron los ricos en Francia?
 
No fueron todos los ricos sino algunos de ellos. Pero sin dudas los ricos están sintiendo que viene mucha presión de abajo. Entonces hacen gestos de caridad: “este año les dejo mil millones”. Pero no hay que tomar esos gestos. Lo que se necesita es una reforma fiscal. Que la sociedad, que es la que elige a los representantes del pueblo, que a su vez votan los impuestos, exija que se modifique esa situación. Y en todos estos temas es igual: el nodo de la democracia es la representación del pueblo para que decidan acerca de las representaciones en común. Eso que era central en la Revolución Francesa vuelve a estar en el centro del debate.
 
Luchar contra el capitalismo suena como una tarea tan gigantesca... ¿Cuál sería una forma concreta de esta lucha?
 
Una cosa muy fácil de hacer -no es fácil en los primeros días, como dejar de fumar- pero una cosa muy buena y eficiente para ser libre es apagar la televisión, tirar la televisión a la calle y olvidarse de ella y comenzar de vivir sin televisión. Eso es una forma bien concreta y eficiente para que un individuo empezar a cambiar. Algo interesante es que el capitalismo en su última etapa, en los últimos treinta años, ha privatizado más y más áreas de actividad social. Privatizó el sexo, privatizó el deporte… Y usó la televisión para controlar las mentes de las personas y para empujar a la gente hacia este tipo de actividad. Y hacerles creer que la política y los temas técnicos no son muy interesantes. Está muy claro que la oligarquía dentro del capitalismo siempre ha intentado controlar la televisión. Saben que es la manera más eficiente de controlar la mente de las personas. Antes, la interacción social se realizaba en cafés, en familia, en la iglesia, en el sindicato, en la calle… Las cosas eran más vividas. Ahora estamos en una situación en la cual en todos los países la gente ve por lo menos tres horas y media de televisión por día. Esto quiere decir que todos nuestros hermanos y hermanas están siendo controlados por la televisión.
 
Hace una distinción entre el capitalismo y el libre mercado. ¿Puede explicar cómo es esta diferencia?
 
Baso mi argumento en historiadores como Fernand Braudel y Karl Polanyi. Ellos analizan el capitalismo como la extensión del principio del libre mercado hacia todas las facetas de la sociedad. No estoy en contra la economía de mercado. Creo que es útil para producir cucharas, relojes, papel, mesas, cámaras... muchas cosas. El comercio libre es algo útil, por más que las cooperativas también lo sean. Lo que digo es que, en los últimos treinta años del capitalismo, la economía de libre mercado se ha extendido a todos los campos de la actividad social. Y no creo que todas las actividades sociales deban ser regidas por el mercado. La ecología, por ejemplo, no puede ser dejada al mercado porque la tenemos que proteger. Los ecosistemas son un bien común. Lo mismo con la educación, que es tan importante para la sociedad que no la podemos dejar en las manos de los mercados; tiene que ser regido por el Estado. Y cuando digo Estado hablo de la expresión de la comunidad de ciudadanos en un sistema democrático. No estoy a favor de planificación estatal o que el Estado controle todo. Lo que sí quiero es que el mercado se limite a funcionar en los lugares donde es más eficiente.

2 de abril de 2025

Entremeses literarios (CCXVIII)

LA DESESPERACIÓN DE LAS LETRAS
Ginés S. Cutillas
España (1973)
 
Estaba viendo la tele cuando oí un fuerte estruendo detrás de mí, justo en la biblioteca. Me levanté extrañado y fui a comprobar qué era. Una masa inconsistente de papel agonizaba a los pies de la estantería. La cogí entre mis manos y desmembrando sus partes pude adivinar que aquello había sido un libro, Crimen y castigo para ser exactos. No supe encontrar una explicación lógica a tan extraño incidente.
A la noche siguiente, estando de nuevo delante de la televisión, el inquietante ruido. Esta vez, irónicamente, había sido Ana Karenina quien se había convertido en un manojo de papel deforme que yacía a los pies de sus compañeros.
Unas noches más tarde me di cuenta de lo que ocurría: los libros se estaban suicidando. Al principio fueron los clásicos. Cuanto más clásico, más alta la probabilidad de estamparse contra el suelo. Después comenzaron los de filosofía, un día moría Platón y al otro Sócrates. Luego les siguieron autores contemporáneos como Hemingway, Dos Passos, Nabokov…
Mi biblioteca estaba desapareciendo a pasos agigantados. Había noches de suicidios colectivos y yo, por más que me esforzaba, no conseguía encontrar un rasgo común entre las obras kamikazes que me permitiera saber cuál iba a ser la siguiente. Una noche decidí no encender la televisión para vigilar atentamente los libros. Aquella noche no se suicidó ninguno.
 
 
UNA CABRIOLA
Américo Barracha
Argentina (1929-2001)
 
Nunca fue supersticioso. Cuando se le cruzó el gato negro, en lugar de tomar una de las tantas actitudes anti agoreras, le tiró un furibundo puntapié que el gato esquivó con una cabriola.
El impulso lo hizo caer hacia atrás. Se desnucó.
 
 
INTERVALO DE CINCO MINUTOS
Francis Picabia
Francia (1879-1953)
 
Yo tenía un amigo suizo llamado Jacques Dingue que vivía en el Perú, a cuatro mil metros de altitud. Partió hace algunos años para explorar aquellas regiones, y allá sufrió el hechizo de una extraña india que lo enloqueció por completo y que se negó a él. Poco a poco fue debilitándose, y no salía siquiera de la cabaña en que se instalara. Un doctor peruano que lo había acompañado hasta allí le procuraba cuidados a fin de sanarlo de una demencia precoz que parecía incurable.
Una noche, la gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que habían acogido a Jacques Dingue. Todos, sin excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima… También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó.
Ahora bien, todos los indios tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado… Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa, pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas, tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro le acercaba la cabeza sosteniéndola por la nariz; pero a la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquélla no presentaba más que una sola circunvolución y parecía afectar la forma de un par de nalgas…
 
 
ME CAIGO Y ME LEVANTO
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
 
- Ella, tan famosa, se destacó sobre todo por sus célebres caídas.
- Cuente, cuente, eso va a enriquecer mucho la biografía que estoy escribiendo.
- Como no, por una módica suma se las cuento.
- Acá tiene cien dólares y dígame, ¿fueron caídas en el vicio, en la droga, en la concupiscencia?
- Muchas gracias, pero nada de eso. En el suelo: ¡se dio cada porrazo!
 
 
DETRÁS DE LO OBVIO
Idries Shah
India (1924-1996)
 
Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo con un burro que ofrecía en venta. El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor del animal. Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y venta de burros.
- No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio más bajo posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución alguna. Sin embargo, no puedo igualar sus precios.
- Muy sencillo -dijo Nasrudín-. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo burros.
 
 
SOMBRERO DE DOBLE COPA
Hugo López Araiza Bravo
México (1989)
 
El mago metió la mano en el sombrero para realizar su acto final. Pero no logró sacarla. Una fuerza descomunal tiró de él hasta succionarlo por completo. Del otro lado, un público de conejos aplaudió su aparición.
 
 
A ENREDAR LOS CUENTOS
Gianni Rodari
Italia (1920-1980)
 
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No, Roja!
- ¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”.
- ¡Que no, Roja!
- ¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata”.
- No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”.
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”.
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.
- ¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.
- Exacto. Y el caballo dijo…
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.
- Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno, toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.
 
 
EL POBRE COCCHINO
Ludovico Domenichi
Italia (1515-1564)
 
El pobre Cocchino vivía en un pequeño rancho con muy escasas pertenencias, y por lo tanto no se tomaba la molestia de poner llave por las noches. Una vez, en medio de la noche, entró un ladrón y fue derecho a la habitación donde Cocchino estaba durmiendo. El ladrón, en la oscuridad, se puso a tantear con las manos en busca de algo que robar. Al oírlo, Cocchino le dijo:
- Cuánto me alegraría que usted encontrara de noche lo que yo no logro encontrar de día.
 
 
VISÓN
Christiane Rochefort
Francia (1917-1998)
 
- Lo tendrás -le dice Julia-. Si comienzas a trabajar desde ahora, podrás tenerlo para la Navidad próxima. Con la posición que tiene Philippe, no puede llevar mucho tiempo a su mujer sin visón: daría de qué hablar.
- El visón me importa un comino, no lo quiero.
- Vamos, no digas eso; no seas injusta. El visón está lleno de cualidades: es caliente, es ligero, es bonito, le va a todo el mundo y, además, es sólido. Y, en ciertos casos, puede durar más que el matrimonio.
 
 
UN PROBLEMA FILOSÓFICO
Blas Sewald
Argentina (1954)
 
Hubo un lavado estomacal. Fue hace unos treinta años, creo. Abrí las ventanas del 5º piso en donde vivía, me paré en la ventana y miré las hortensias del jardín, allá abajo. Quise lanzarme al vacío, pero no lo logré. Luego vinieron las pastillas y el lavado estomacal en el Hospital Alemán. Y la crisis posterior. Y todo lo demás. Incluso el recuerdo de Hemingway. No hubo caso. El tiempo ha pasado, pero la angustia no. Hoy ya hace mucho tiempo de todo aquello, pero el sentimiento reaparece una y otra vez. Los días van pasando, bastante eufóricos por cierto, pero yo siempre estoy alerta, esperando que el momento llegue. No sé cuándo será, pero creo que está cada vez más cerca. El whisky no alcanza, los cigarrillos tampoco. Mi histriónica amabilidad hacia los demás sólo sirve para autoengañarme, para intentar autoconvencerme de que todos me aprecian, de que todos me necesitan, pero en el fondo, muy en el fondo, sé que esto no es cierto. Me cuesta dormir por las noches. Me despierto sobresaltado y apesadumbrado. Las preguntas retornan una y otra vez. Y no tengo las respuestas. Sobre todo a aquella de Camus en cuanto a cuál era el único problema filosófico verdaderamente serio. Y hasta pensé en persuadir a mi mejor amigo, médico él, de que se convirtiese para mí en el Max Schur de Freud, pero no me animé a transferirle tamaña responsabilidad. De modo que tomé las pastillas, alrededor de un centenar, y las desparramé sobre la mesa. La botella de JB está casi llena. Enciendo el televisor y miro una vieja película de Antonioni que sólo consigue deprimirme más. Y entonces comienzo el lento y sincopado movimiento de mi mano desde la mesa hasta mi boca. Una pastilla, un trago, una pastilla, un trago. No sé cuántas van, pero ya comienzo a sentir el sueño. Creo que esta vez, por fin, será el definitivo.