Cuando asumió el
presidente “liberal libertario” -tal como él mismo se define-, mucha gente se
sintió seducida por sus propuestas. Posiblemente a sus votantes no los unió el
amor sino el espanto -como decía Jorge Luis Borges (1899-1986) en su poema
“Buenos Aires”- ante el descrédito del sistema político tradicional y la
crítica situación socioeconómica resultado de las políticas aplicadas a lo
largo de los últimos años por gobiernos populistas, neoliberales y
desarrollistas por igual. Pero cuando el gobierno comenzó a aplicar un muy
fuerte ajuste ortodoxo para ordenar algunas variables macroeconómicas, lo que
afectó la realidad cotidiana de todos los habitantes, muchos de ellos se
sintieron defraudados y abandonados. Fue necesario que transcurrieran varios
meses para que advirtieran que el discurso presidencial se sustentaba en
falacias y argumentos engañosos y burdos, cuando no falsos. Así, mientras
algunos entendían que el sacrificio tenía sentido porque la orientación
político-económica era diferente, buena parte de la población -como ya se dijo-
empezó a mostrar claros signos de pesimismo y de agotamiento. Sin embargo, para
muchos de ellos era necesario tener paciencia. Pareciera ser que cuando alguien
demuestra gran resistencia frente a todo tipo de contrariedades o desazones,
suele decirse que tiene la “paciencia de Job”, una expresión que describe a
quienes perseveran con estoicismo ante las dificultades abrumadoras. Job era, según
se cuenta en uno de los libros del Antiguo Testamento de la Biblia, un hombre casado,
padre de diez hijos, próspero y rico ganadero, respetado por su generosidad con
los pobres y su protección a los indefensos, por lo que Dios lo había
bendecido.
Satanás, el “príncipe de
los demonios”, desconfiaba sobre la bondad de Job por lo que se presentó ante
Dios, quien decía que no había nadie en la tierra tan bueno como él, y le pidió
permiso para someterlo a todo tipo de desgracias para demostrarle lo contrario.
Autorizado por Dios, Satanás puso en marcha su cruel plan sometiendo a Job a
terribles tragedias: la pérdida de sus propiedades y ganado, la muerte de sus
siervos y de sus diez hijos, así como el repudio de su esposa, tras lo cual le
provocó una enfermedad. A pesar de estar completamente destruido por tantos
estragos, no culpó a Dios por sus desgracias, sino que pensó que, así como le
había dado todo lo que tenía, ahora se lo había quitado. Satisfecho con su
comportamiento y ante la desazón de Satanás, Dios lo bendijo y le concedió el doble
de bienes de los que antes había tenido. Volvió a casarse, tuvo diez hijos y
vivió hasta los ciento cuarenta años, lo que le permitió conocer a sus nietos,
biznietos y tataranietos, y morir feliz lleno de alegría y paz. Desde entonces,
para los creyentes, la paciencia de Job es también sinónimo de fortaleza. Dentro
de esa suposición,
habría que pensar si el presidente, un “predicador mesiánico” como se
autodefine, no está permitiendo la catástrofe que padecen los argentinos para
demostrarles la “satánica” actuación de lo que llama la “casta”, esto es,
ciertos políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas que suelen defender
sus propios intereses sin tener en cuenta la situación de la sociedad argentina
en general. O sea que, tal como hizo Job, “hay que tener paciencia y
perseverancia porque los procesos de convergencia llevan su tiempo”, según dijo
el “elegido de Dios”.
Lo cierto es que la convergencia
entre las personas se ha embarullado bastante. Las agresiones y los insultos se
multiplican día tras día en las redes sociales. En los tiempos que corren la
construcción de un enemigo funciona como la herramienta central de la narrativa
polarizadora de La Libertad Avanza, y el presidente es el principal impulsor de
ese modelo de violencia. Además, la situación económica de las familias se ha
complicado notoriamente. Basta ver las entrevistas que hacen los reporteros de
la televisión o charlar con algún vecino para encontrarse con un testimonio que
se repite de boca en boca: “no llego a fin de mes”. Ha crecido el nivel de
endeudamiento con las tarjetas de crédito, la cantidad de personas que
concurren a algún comedor comunitario que se mantiene en base a donaciones, el
número de jubilados que deben elegir entre comprar remedios o comida, la informalidad
laboral en detrimento de la creación de empleos formales, la multitud de niños que
se van a dormir sin cenar, el achicamiento de la clase media que históricamente
sostuvo al país, el cierre de comercios, etc. etc. A esto se le suma otro mal
que se repite en el tiempo: la corrupción. Una vez más, el poder se ha convertido
en un privilegio para unos pocos. En la mayoría de los hogares abundan la
angustia, la desilusión y la incertidumbre. Apenas un par de meses después de la
asunción del gobierno libertario, el periodista argentino Luis Bruschtein
(1954) publicaba en el diario “Página/12” el artículo “El límite de la
paciencia”, en el cual, entre otras cosas, afirmó que “este gobierno llevó a la
mayoría de los argentinos a la pobreza y los trató como vagos que no trabajan y
viven del Estado. Nadie puede predecir en qué momento el humor social llegará a
su punto de hervor. Pero este gobierno está haciendo todo lo posible para que
sea lo antes posible. La sociedad está sufriendo y la paciencia tiene un límite,
cualquiera lo sabe”. Y citó a la subdirectora gerente del Fondo Monetario
Internacional Gita Gopinath (1971) quien, en su visita al presidente en la Casa
Rosada, le expresó su preocupación por esa situación.
Unos meses después, la directora de comunicaciones del FMI Julie Kozack (1972), luego de los reiterados elogios que el organismo financiero internacional había expresado hacia las políticas económicas del gobierno argentino, declaró que la organización de la que era su portavoz seguía de cerca la “delicada situación social de Argentina” y enfatizó en la “necesidad de aumentar la asistencia social para apoyar a los pobres” y asegurar que “la carga del ajuste no recaiga de manera desproporcionada sobre las familias trabajadoras”. Por la misma época William Maloney (1959), economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, otro los grandes acreedores de la Argentina, en una conferencia advirtió por el deterioro de las condiciones sociales y que en el organismo “estamos muy preocupados con el hecho de que la pobreza creció vertiginosamente en la Argentina”. Y agregó: “en los últimos años, las economías más grandes de América Laina han experimentado un crecimiento débil del crédito. Todas las economías grandes, excepto Argentina, mostraron leves mejoras”. Ciertamente, cuando esas evaluaciones provienen de estas grandes instituciones financieras internacionales, deberían causar alguna preocupación en el gobierno. Sin embargo, el presidente agradeció durante un discurso transmitido en cadena nacional a todo el país los nuevos créditos recibidos diciendo que venían para “respaldar un plan económico que ya ha rendido sus frutos”. Parece que se olvidó de las declaraciones que hizo en 2019 en su propio programa de radio semanal llamado “Demoliendo mitos”, en el aseguró que “tomar deuda no sólo no es de liberal, sino que lo consideramos inmoral por implicar el robo a generaciones futuras”. Y poco después, quien sería su vocero presidencial cuestionaba a los gobiernos que pedían créditos diciendo que “tener que recurrir al FMI sólo deja en evidencia el rotundo fracaso del gobierno”. Otra de las tantas mentiras y contradicciones que propagan cotidianamente el presidente y sus funcionarios.
A todo esto, una reciente encuesta de la consultora Analogías confirmó lo que ya se percibe en las calles, los comercios y los barrios populares: la paciencia social con el experimento libertario está llegando a su fin. Aunque el gobierno insiste en mostrar como logros la inflación en baja o el dólar planchado, para la mayoría de la población la situación económica personal empeoró drásticamente en el último año. Otra realizada por la consultora Demokratia, dice que más de la mitad de los argentinos ha perdido la paciencia con el presidente. Y una hecha por la consultora Proyección Consultores afirma que seis de cada diez argentinos consideran que la situación del país es un “desastre” y que aumentó la cantidad de personas que manifiesta “no llegar a fin de mes”, que tienen que achicar los gastos y que creen que la economía de sus hogares en los próximos meses va a estar “peor” o “mucho peor”. La imagen del presidente atraviesa su peor momento desde el inicio de su gestión, con un 58% de rechazo a sus medidas, según los últimos relevamientos. Analistas políticos coinciden en que el escándalo cripto ligado a la moneda $LIBRA fue un golpe directo a la credibilidad del oficialismo, en un contexto donde la economía no mejora y la inseguridad sigue sin resolverse. Hoy en día, los argentinos sostienen que sus principales problemas son la corrupción, el desempleo y el aumento de los precios. Así, quien inició su carrera política prometiendo ser algo diferente, que iba hacer un verdadero cambio, que iba a terminar con los privilegios de los políticos, etc. etc., día tras día se está acercando en la opinión pública a ser más de lo mismo: un gobernante corrupto y sin capacidad para resolver los problemas de la gente. Como era de esperarse, el libertario salió a cuestionar esas encuestas diciendo “déjense de hablar pavadas y aguanten, las cosas van a mejorar, de hecho, ya están bien mejor, tengan paciencia”.
Hace unos pocos días, el presidente encabezó una cena de recaudación de fondos para la causa libertaria. La misma fue organizada por la Fundación Faro, una institución ultraliberal, ultraconservadora y de ultraderecha que busca formar cuadros técnicos y políticos para expandir la doctrina del gobierno. El evento, cerrado para la prensa y sólo para invitados de la élite acomodada, se realizó en el lujoso Yacht Club de Puerto Madero. Allí, el presidente habló sobre el “ajuste más grande de la historia” que está llevando a cabo, volvió a negar que los argentinos tengan problemas económicos y minimizó las quejas sobre la falta de ingresos. También defendió su veto al aumento de las jubilaciones y las pensiones por discapacidad, y volvió a pedir “paciencia” a los argentinos. En concreto, volvió a burlarse de la pobreza e hizo gala de su desprecio por los que menos tienen. Todos los funcionarios y los grandes empresarios concurrentes aplaudieron con entusiasmo estas afirmaciones sin tener en cuenta, porque no les interesa en absoluto, que quienes pagan ese ajuste son los jubilados, los docentes, los enfermeros, los trabajadores despedidos, los jóvenes sin futuro y las familias que no pueden pagar la canasta básica, esto es, cubrir los gastos necesarios para adquirir los alimentos y los bienes esenciales para su mantenimiento.
Ante esta situación cabe volverse a preguntar: ¿se puede seguir teniendo paciencia? A lo mejor tenía razón el científico estadounidense Benjamin Franklin (1706-1790) cuando aseguraba en su “Poor Richard’s almanac” (Almanaque del pobre Richard) que “el que tiene paciencia logrará lo que desea”. O el filósofo suizo francófono Jean Jacques Rousseau (1712-1778) quien afirmaba en su “Émile, ou De l’éducation” (Emilio, o De la educación) que “la paciencia es amarga pero su fruto es dulce”. ¿Tener paciencia será un talento?, como escribió el físico y matemático inglés Isaac Newton (1643-1727) en “The mathematical principles of natural philosophy” (Principios matemáticos de la filosofía natural). Vaya uno a saber. Y a todo esto, ¿es posible tener paciencia ante el alineamiento del presidente argentino con “Estados Unidos, Israel y las democracias del mundo libre” como declara sin ruborizarse? Está a punto de viajar a Estados Unidos para reforzar los frutos de su “amistad” con Donald Trump (1946), quien no hace mucho sugirió que había que hacer una limpieza étnica para convertir la Franja de Gaza en una especie de paraíso turístico. Y también invitó a Benjamín Netanyahu (1949) a que viaje a la Argentina para declararlo “residente de honor”. Admira a Trump y Netanyahu, dos personajes siniestros. Uno, el presidente de Estados Unidos que ha adoptado una serie de decisiones como la de abandonar la lucha global contra el calentamiento global, la de proponer la pena de muerte ya que es una “herramienta para disuadir los crímenes más atroces”, la de llevar adelante una deportación masiva de inmigrantes, la de prohibir la “ideología de género”, la de ejecutar un bombardeo sin precedentes contra tres sitios que se presumen claves para el programa nuclear de Irán, en fin, todas políticas basadas en la intolerancia y el odio. El otro, el primer ministro de Israel quien está provocando una catástrofe humanitaria sin precedentes contra el pueblo palestino al ejecutar una campaña militar genocida e imponer una hambruna generalizada que ha provocado la muerte de miles de niños y adultos por causas relacionadas con la desnutrición. En fin, una política basada en un racismo flagrante y discriminatorio.