La relación bilateral entre Estados Unidos y Argentina hacia mitad del siglo XX
A comienzos de 1939, el por
entonces Teniente Coronel Juan D. Perón (1895-1974) fue designado agregado
militar de Argentina en Italia, donde se desempeñó en el Comando de la División
Andina Tridentina, en la División de Infantería de Montaña de Piamonte y en la Escuela
de Alpinismo de Aosta. En las numerosas cartas que le envió a su cuñada, le
habló de los “grandes valores morales del nazismo” y del “gran movimiento
espiritual contemporáneo del fascismo”. Pocos años después, el 10 de marzo de
1943, se conformó una logia de tendencia nacionalista en el seno del Ejército
Argentino bajo el nombre de Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una organización
en la cual participó activamente Perón, quien jugó un rol clave en la
preparación de la llamada Revolución del ’43, el golpe de Estado que el 4 de
junio de ese año derrocó al presidente Ramón Castillo (1873-1944), el último de
la Década Infame.
La dictadura instaurada adoptó por decreto, entre otras medidas, la disolución de los partidos políticos, el establecimiento de la educación religiosa en las escuelas públicas y la imposición de un control rígido en la difusión de noticias. Los tres generales que gobernaron de facto con el título de presidente fueron Arturo Rawson (1885-1952), quien lo hizo tan sólo por tres días sin llegar a prestar juramento ya que debió renunciar debido a las presiones internas que tuvo tras nombrar en su gabinete a hombres enrolados en las filas del conservadurismo; luego lo sucedió Pedro Pablo Ramírez (1884-1962) entre el 7 de junio de 1943 y 9 de marzo de 1944; y después lo hizo Edelmiro J. Farrell (1887-1980) entre el 9 de marzo de 1944 y el 4 de junio de 1946. Éste, un año antes aprobó el Estatuto Orgánico de los Partidos Políticos con el objetivo de restaurar la democracia y convocó a elecciones, las cuales se celebraron el 24 de febrero de 1946 y fueron ganadas por Perón, quien venció a una alianza conformada por la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista.
Un año antes, el citado presidente norteamericano Franklin Roosevelt había nombrado como embajador en la Argentina a Spruille Braden (1894-1978), cuyo cargo fue confirmado por el presidente Harry S. Truman (1884-1972) tras la muerte de su antecesor, quien había fallecido poco después del nombramiento. Truman actuó como embajador en la Argentina entre 21 de mayo y el 23 de septiembre de 1945, un período en el que participó activamente en fomentar la oposición al por entonces Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo Juan D. Perón. En su discurso inaugural dado el 29 de mayo en el Club Americano de Buenos Aires, una entidad fundada en 1918 para promover las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Argentina, declaró sin rodeos que su misión “tenía por objeto proteger y promover todos los legítimos intereses de su país. Si una minoría de malintencionados intentara llegar a estas costas, la colectividad norteamericana y su embajada la rechazarán con más indignación que los propios argentinos”.
En varias ocasiones declaró que existía en la Argentina una clara evidencia de conceptos nazi-fascistas y militaristas en los “arbitrarios decretos que amenazan las inversiones extranjeras y que en grado variado ponen bajo control gubernamental al comercio, las finanzas, los partidos políticos e incluso el culto”. Mantuvo varias reuniones con Perón, las que oscilaron entre amables y hurañas. Durante su breve desempeño como embajador promovió el activismo de los partidos políticos, de la Sociedad Rural, de la Unión Industrial Argentina y de periódicos como “La Prensa”, “La Nación” y “El Mundo”, que informaban sobre los acontecimientos de esa época desde una perspectiva ultra conservadora muy crítica. Cuando a mediados de agosto el gobierno estadounidense le indicó que regresara al país para ocupar el cargo de Secretario de Estado para Asuntos Americanos, dio un discurso de despedida en el Plaza Hotel en el que afirmó: “Que nadie imagine que mi traslado a Washington significará el abandono de la tarea que estoy empeñando”. Se refería a su campaña en contra de la posible candidatura de Perón a la presidencia, algo que ya se rumoreaba en las calles de Buenos Aires.
La dictadura instaurada adoptó por decreto, entre otras medidas, la disolución de los partidos políticos, el establecimiento de la educación religiosa en las escuelas públicas y la imposición de un control rígido en la difusión de noticias. Los tres generales que gobernaron de facto con el título de presidente fueron Arturo Rawson (1885-1952), quien lo hizo tan sólo por tres días sin llegar a prestar juramento ya que debió renunciar debido a las presiones internas que tuvo tras nombrar en su gabinete a hombres enrolados en las filas del conservadurismo; luego lo sucedió Pedro Pablo Ramírez (1884-1962) entre el 7 de junio de 1943 y 9 de marzo de 1944; y después lo hizo Edelmiro J. Farrell (1887-1980) entre el 9 de marzo de 1944 y el 4 de junio de 1946. Éste, un año antes aprobó el Estatuto Orgánico de los Partidos Políticos con el objetivo de restaurar la democracia y convocó a elecciones, las cuales se celebraron el 24 de febrero de 1946 y fueron ganadas por Perón, quien venció a una alianza conformada por la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista.
Un año antes, el citado presidente norteamericano Franklin Roosevelt había nombrado como embajador en la Argentina a Spruille Braden (1894-1978), cuyo cargo fue confirmado por el presidente Harry S. Truman (1884-1972) tras la muerte de su antecesor, quien había fallecido poco después del nombramiento. Truman actuó como embajador en la Argentina entre 21 de mayo y el 23 de septiembre de 1945, un período en el que participó activamente en fomentar la oposición al por entonces Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo Juan D. Perón. En su discurso inaugural dado el 29 de mayo en el Club Americano de Buenos Aires, una entidad fundada en 1918 para promover las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Argentina, declaró sin rodeos que su misión “tenía por objeto proteger y promover todos los legítimos intereses de su país. Si una minoría de malintencionados intentara llegar a estas costas, la colectividad norteamericana y su embajada la rechazarán con más indignación que los propios argentinos”.
En varias ocasiones declaró que existía en la Argentina una clara evidencia de conceptos nazi-fascistas y militaristas en los “arbitrarios decretos que amenazan las inversiones extranjeras y que en grado variado ponen bajo control gubernamental al comercio, las finanzas, los partidos políticos e incluso el culto”. Mantuvo varias reuniones con Perón, las que oscilaron entre amables y hurañas. Durante su breve desempeño como embajador promovió el activismo de los partidos políticos, de la Sociedad Rural, de la Unión Industrial Argentina y de periódicos como “La Prensa”, “La Nación” y “El Mundo”, que informaban sobre los acontecimientos de esa época desde una perspectiva ultra conservadora muy crítica. Cuando a mediados de agosto el gobierno estadounidense le indicó que regresara al país para ocupar el cargo de Secretario de Estado para Asuntos Americanos, dio un discurso de despedida en el Plaza Hotel en el que afirmó: “Que nadie imagine que mi traslado a Washington significará el abandono de la tarea que estoy empeñando”. Se refería a su campaña en contra de la posible candidatura de Perón a la presidencia, algo que ya se rumoreaba en las calles de Buenos Aires.
Braden fue reemplazado por George
Messersmith (1883-1960), un veterano diplomático que mantuvo una relación algo
más amistosa con quien ganó las elecciones el 24 de febrero y asumió la
presidencia el 4 de junio de 1946. Desde un primer momento la intención del
nuevo embajador fue normalizar las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y
Argentina. Para él, no había peligro de un avance del nazismo sino de la
influencia de la Unión Soviética en América Latina, y consideraba a Perón como una
barrera infranqueable para esa contención. Esa posición no era bien vista en
Washington por Braden, quien desde su cargo de Secretario de Estado para
Asuntos Americanos, proponía que todos los bienes de las Potencias del Eje que
habían sido derrotas en la guerra pasaran a formar parte del patrimonio de
Estados Unidos. Rápidamente, Messersmith de envió una carta al Secretario de
Estado a cargo de la política exterior de Estados Unidos James Byrnes
(1882-1972) diciéndole: “Estaríamos cometiendo un grave error si alentáramos a
los argentinos a tomar medidas arbitrarias contra las propiedades del enemigo, y
al mismo tiempo correríamos el riesgo de crear precedentes que podrían afectar
desfavorablemente los intereses norteamericanos, británicos y de otros países
extranjeros”.
A todo esto, apenas dos días
después de asumir la presidencia, Perón inició vínculos diplomáticos con la
Unión Soviética, sin por ello dejar de intentar llevar adelante una política de
creciente acercamiento a los Estados Unidos. Nació así lo que denominó la “Tercera
Posición”, para generar vínculos con las dos potencias dominantes luego del
declive del Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial. Con la Unión Soviética firmó
convenios para suministrarle carne, lana, aceite de lino, cueros, tanino y
otros productos agropecuarios, mientras que ésta le vendía material
ferroviario, carbón, petróleo y materias primas industriales. En cuanto a
Estados Unidos, le exportaba principalmente productos agrícolas, ganaderos, lana
y minerales, mientras que Estados Unidos le exportaba a Argentina productos
manufacturados, maquinarias y equipamiento para la industria pesada.
En lo sucesivo, las relaciones
entre el gobierno de Perón y los presidentes Harry Truman (1884-1972) hasta 1953
y con su sucesor Dwight Eisenhower (1890-1969) fueron fluctuantes y controvertidas.
Los empresarios norteamericanos se quejaban por las dificultades que tenían sus
empresas para funcionar en la Argentina dado el nacionalismo económico llevado
adelante por Perón. En febrero de 1950 llegaron al país el embajador Stanton
Griffis (1887-1974) y el subsecretario de Estado para
Asuntos Interamericanos Edward Miller (1911-1968) quienes se ocuparon especialmente
de la situación de las empresas Swift & Company y Braniff International
Airways. Perón se comprometió a dictar las medidas necesarias para resolver las
quejas presentadas por los representantes de las compañías norteamericanas, sin
embargo, el embajador Griffis informó a Washington que persistía “una sensación
de incertidumbre” que generaba una “barrera psicológica para la inversión
norteamericana”.
Un par de años después, Perón intentó obtener créditos e inversiones desde Washington dado que la situación económica general del país había entrado en crisis, lo que llevó a acrecentar el malestar social. Aumentó la inflación, se congelaron los salarios, se restringió el gasto público, se redujeron las reservas y se produjeron las primeras huelgas de algunos sindicatos aliados. Eisenhower respondió cerrando un acuerdo con el gobierno argentino para que la compañía petrolera Standard Oil de California (de la que unos de sus directores era Spruille Braden) explorara y explotara los recursos petrolíferos del sur argentino. Este convenio le dio en cierto sentido un alivio económico a la Argentina, pero, dadas las enormes ventajas que implicaba para la economía norteamericana, para muchos sectores tanto civiles como militares significaba una gran declinación de la soberanía.
En simultáneo, Perón había
cambiado notoriamente su relación con la Iglesia Católica. Al comienzo de su
gobierno había declarado que los peronistas “no solamente hemos admirado y
admiramos la liturgia y los ritos católicos, sino que admiramos y tratamos de
cumplir esta doctrina”. Entre las medidas que tomó por entonces figura un
sustancial aumento de los salarios del personal eclesiástico tradicionalmente
pagados por el Estado. Pero la creación en 1954 del Partido Demócrata Cristiano,
apoyado por la Iglesia Católica, generó en Perón cierto rencor y desconfianza pues
se consideraba el único y legítimo representante de la doctrina cristiana en la
política argentina. Allí comenzó un conflicto que se incrementó cuando, como
respuesta, Perón decretó la prohibición de la realización de procesiones
religiosas y concentraciones católicas en lugares públicos, la supresión de la
enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas, la abolición de subsidios a
colegios católicos, la ley de divorcio, la apertura de prostíbulos, la
regulación de la prostitución estableciendo medidas de profilaxis y la igualdad
jurídica de los hijos legítimos y los nacidos fuera del matrimonio,
medidas todas ellas que causaron el rechazo de la jerarquía católica.
Ya en junio de 1955, en momentos en que la situación de las libertades y los derechos cívicos habían empeorado, aviones de la Marina Naval y de la Fuerza Aérea bombardearon la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército con el objetivo de asesinar a Perón. Si bien el intento fue frustrado, los bombardeos sobre edificios públicos provocaron la muerte de más de trescientas personas y cerca de dos mil resultaron heridas. En respuesta, grupos civiles peronistas quemaron numerosas iglesias y la curia arzobispal, lo que provocó la excomunión de Perón por parte del Vaticano. Los intentos de conciliación, bajo el apoyo de las Fuerzas Armadas, resultaron en vano; en todo caso, exacerbaron la oposición civil y militar.
Los historiadores argentinos Mario Rapoport (1942) y Claudio Spiguel (1953-2019) puntualizaron en “Relaciones tumultuosas. Estados Unidos y el primer peronismo”: “Finalmente, el 16 de septiembre de 1955, un golpe de Estado que se dio a llamar ‘Revolución Libertadora’ terminaría con el gobierno de Perón. La cambiante política del gobierno marcaba, según la oposición, grandes signos de debilidad. Por otra parte, la alta burguesía industrial y agropecuaria buscaba una mayor apertura del comercio exterior y a las inversiones extranjeras, así como el fin de los controles autoritarios del gobierno. Además, el gobierno confió demasiado en las Fuerzas Armadas para defenderlo, cuando un grupo dentro de éste impulsaba el golpe. Así es que, el 23 de septiembre, el general Lonardi juró como presidente provisional del país”. Eduardo Lonardi (1896-1956) gobernó poco menos de tres meses y fue sucedido por el general Pedro E. Aramburu (1903-1970), quien gobernó hasta mayo de 1958.
Si bien no hay evidencias de una participación explícita estadounidense en la Revolución Libertadora, sí las hay sobre su apoyo al golpe militar y la posterior proscripción a Perón. El presidente estadounidense Eisenhower ya desde su asunción en 1953 venía combatiendo al nacionalismo emergente en la región en el marco de la Guerra Fría, algo que ponía en peligro el “destino providencial” de su país. Llevando adelante una política económica entre liberal y conservadora, priorizó la construcción en masa de armas nucleares y se autoproclamó seguidor de la “Good neighbor policy” (Política de buen vecino), el principio de política exterior concebido por el presidente Franklin Roosevelt en 1933. Sin embargo, en esa materia, más que la política del buen vecino, su punto de referencia era la doctrina Monroe, un método que se utilizó como justificación a los golpes de Estado, a las dictaduras y a las represiones que se producirían en el continente en las siguientes tres décadas.
El gobierno de facto resultante fue bien recibido por Estados Unidos ya que produjo una mayor cooperación bilateral en los años posteriores, incluyendo el apoyo argentino a la política estadounidense durante la llamada “Crisis de los misiles” de 1962, cuando aviones espías estadounidenses descubrieron que se habían desplegado bases soviéticas de misiles en Cuba. Argentina fue el primer país en apoyar públicamente el bloqueo a la isla gobernada por Fidel Castro (1926-2016), lo que le sirvió para obtener el reconocimiento del presidente John F. Kennedy (1917-1963). Esas políticas de acercamiento también se dieron en materia de cooperación militar, tanto en la compra de uniformes y armamentos como en el dictado de cursos para los oficiales de la Escuela Superior de Guerra en la United States Military Academy (Academia Militar de los Estados Unidos), también conocida como West Point, y en el Western Hemisphere Institute for Security Cooperation (Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad), conocido como Escuela de las Américas.



