18 de agosto de 2024

La vejez según Georg Christoph Lichtenberg

El científico y escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) nació en Ober-Ramstadt, un municipio situado en el Estado Federado de Hesse. Hijo de un pastor protestante, fue educado por éste en la casa familiar hasta la edad de diez años y luego ingresó en la Lateinschule (Escuela Latina) de Darmstadt, una localidad cercana situada al sureste de su ciudad natal. En 1763 comenzó a estudiar matemáticas y astronomía en la Georg August Universität Göttingen (Universidad Georg August de Gotinga), donde permaneció como estudiante hasta 1766. Por entonces, a pesar de haberse criado en un ambiente en el que predominaba el movimiento reformista luterano, se había desencantado de la religión. Muchos años más tarde, con la aguda ironía que caracterizó a muchos de sus aforismos, escribiría: “Doy 
mil veces gracias a Dios por permitirme ser ateo”.
Durante toda su vida lo aquejaron dos enfermedades: la hipocondría -sobre la cual escribiría tiempo después: “Mi hipocondría es ciertamente la capacidad de extraer en cualquier suceso de la vida, llámese como se llame, la mayor cantidad de veneno en beneficio propio”- y la escoliosis, una malformación de la columna vertebral que lo convirtió en jorobado. Su discapacidad física, producto de esa enfermedad que le afectó las vértebras de la región dorsal de la espalda y le produjo una desviación de la espina vertebral, no le impidió ejercer la docencia en dicha universidad, primero como Asistente y desde 1775 como Profesor de Matemáticas, Astronomía y Física Experimental, puesto que conservaría hasta el final de sus días. Sobre dicho padecimiento en su salud escribiría también años después con cierto sentido del humor, otra de las características de sus apotegmas: “Mi cabeza está al menos un pie más cerca de mi corazón que en el caso de otros hombres: por eso soy tan razonable”.
Entre sus alumnos se destacaron el italiano Alessandro Volta (1745-1827), quien se distinguiría como el físico y químico que descubrió el metano, un gas natural, incoloro e inodoro muy inflamable, y que luego inventó el primer dispositivo que permitía transferir la electricidad a otros objetos: la pila eléctrica; el alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), un apasionado por la botánica, la geología y la mineralogía que se convertiría en el gran precursor de la ecología; el poeta y filósofo alemán Georg von Hardenberg, Novalis (1772-1801), uno de los representantes del Romanticismo alemán temprano; y el matemático alemán Karl Friedrich Gauss (1777-1855), relevante por sus aportaciones en la matemática, la geometría y la astronomía.
En la misma ciudad, Lichtenberg colaboró en publicaciones como el “Göttinger Taschenkalender (Almanaque de Bolsillo de Gotinga) y editó la “Göttingisches Magazin der Literatur und Wissenschaft” (Revista de Literatura y Ciencia de Gotinga), gacetas en las que dio a conocer artículos de divulgación científica y filosófica, ensayos de Historia y crítica literaria, y textos sarcásticos contra los escritores que adherían al “Sturm und Drang”, un movimiento literario que se constituyó en el precursor del romanticismo alemán. Por entonces también realizó observaciones astronómicas en el Observatorio de Gotinga y llevó a cabo investigaciones en materias como geofísica, vulcanología, meteorología y química.
Raramente abandonó su ciudad, pero sí residió en dos periodos en Inglaterra entre 1769 y 1770, y entre 1774 y 1775, donde frecuentó a la familia real y los ambientes científicos. Sus “Briefe aus England” (Cartas desde Inglaterra, 1776-1778) figuran entre los más atractivos de sus escritos. Allí conoció a los integrantes de la expedición que dio la segunda vuelta al mundo comandada por el explorador, cartógrafo y capitán de la Marina Real británica James Cook (1728-1779). También se relacionó con ingeniero mecánico y químico escocés James Watt (1736-1819) quien perfeccionaría la máquina de vapor inventada décadas antes y provocaría el desarrollo de la primera Revolución Industrial; y con el químico británico Joseph Priestley (1733-1804), quien realizó relevantes indagaciones en el campo de los fenómenos eléctricos, de los gases y de los procesos de calcinación, y logró aislar por primera vez el oxígeno.


A su regreso a Alemania introdujo a escritores como William Shakespeare (1565-1616), Jonathan Swift (1667-1745) y Laurence Sterne (1713-1768), autores que había leído perseverantemente durante su estadía en Londres. También comenzó a mantener correspondencia con el filósofo Immanuel Kant (1724-1804), quien le enviaba su obra para que se la examinara; con el escritor y crítico del arte alemán Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781); con el escritor, filósofo y teólogo protestante suizo Johann Kaspar Lavater (1741-1801), en aquella época el principal promotor de la fisiognomía, la ciencia que estudiaba el carácter de un individuo a través de su fisonomía; con el químico y físico italiano Alessandro Volta (1745-1827) conocido principalmente por el descubrimiento del metano; y con el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), autor de obras como la novela 
“Die leiden des jungen Werthers” (Las penas del joven Werther) y el drama “Faust” (Fausto).
A raíz de sus reproches al estilo de hacer filosofía en aquella época, a la cual oponía la necesidad de tener una mirada clarificadora mucho más crítica de la sociedad, la naturaleza, la literatura, el arte, esto es, la realidad que rodeaba a los seres humanos, años más tarde dos distinguidos filósofos lo citarían a menudo en sus obras. Uno de ellos fue el alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), quien es considerado como el máximo representante del pesimismo filosófico y autor de obras relevantes como “Die welt als wille und vorstellung” (El mundo como voluntad y representación) y “Die beiden grundprobleme der ethik” (Los dos problemas fundamentales de la ética). El otro fue el danés Søren Kierkegaard (1813-1855), quien es valorado como el padre del existencialismo y autor de ensayos trascendentales como “Begrebet angest” (El concepto de la angustia) y “Stadier paa livets vei” (Etapas del camino de la vida).
A partir de 1764 Lichtenberg comenzó a anotar en cuadernos -a los que llamaba “libros de desecho”- una gran cantidad de reflexiones, apuntes, citas, aforismos y observaciones sobre una amplia gama de temas, desde la ciencia hasta la filosofía, textos todos ellos sobre los cuales diría que había registrado “todo como lo veo o como me lo sugiere mi pensamiento”. Los mismos serían publicados póstumamente por primera vez entre 1800 y 1806 con el título “Notizbücher” (Cuadernos). De esos textos se extrajeron los “Aphorismen” (Aforismos), que serían publicados entre 1902 y 1908, obra que se convertiría en la más conocida por su contundente escepticismo y sus expresiones satíricas combinadas con un agudo sentido del humor e ironía.
La noción del humor que puede deducirse de sus aforismos nació de su agudo racionalismo y su razonamiento de que “nada es más insondable que el sistema de resortes que mueve nuestras acciones”. Y uno de los temas que trató varias veces puede descubrirse al leer sus interesantes citas sobre la vejez. Según la Real Academia Española, la vejez es el período de la vida de una persona en el que se es viejo, en el que se sufren achaques, manías y actitudes propias de esa edad. Y para algunas enciclopedias, si bien desde un punto de vista biológico y en el contexto de las etapas del desarrollo humano, la vejez es la última fase de la vida, aunque la vejez implica un deterioro orgánico gradual, son las condiciones de vida previas y los factores genéticos los que determinarán una evolución favorable o no de esta etapa.


No fueron pocas las personalidades de la cultura que alguna vez se expresaron sobre este tema. Para el escritor francés Anatole France (1844-1924) la vejez nos conducía a una tranquilidad indiferente que aseguraba la paz interior y exterior; para el escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942) la vejez no significaba nada más que dejar de sufrir por el pasado; y para el cineasta sueco Ingmar Bergman (1918-2007) envejecer era como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuían, pero la mirada era más libre, la vista más amplia y serena. En uno de sus aforismos Lichtenberg expresó que nada nos hacía envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacíamos viejos.
También escribió: “Cuando llega la vejez, el estar enfermo se transforma en una suerte de salud y no se advierte ya que se está enfermo. Si el recuerdo del pasado no subsistiera nos daríamos poca cuenta del cambio. Por lo tanto, creo que la vejez no existe para el animal, como no sea a nuestros ojos. Una ardilla que al llegar el día de su muerte lleva una vida de molusco, no es más desdichada que el molusco. Pero el hombre, que vive en tres lugares, en el pasado, en el presente y en el futuro, puede ser desdichado a partir del momento en que uno de los tres no vale nada. La religión hasta ha agregado un cuarto: la eternidad”.
Sobre quien años antes de su fallecimiento había sido nombrado miembro de la Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural), de la Rossískaya akadémiya naúk (Academia de Ciencias de San Petersburgo) y de la Koninklijke Hollandsche Maatschappij der Wetenschappen (Real Sociedad de Ciencias y Humanidades de Holanda) opinó el antes citado Johann W. von Goethe: “Podemos servirnos de sus escritos como de la más maravillosa de las varitas mágicas, cuando él hace una chanza, allí hay un problema”. Por su parte el ya mencionado filósofo alemán Arthur Schopenhauer lo valoraba como una gran autoridad filosófica, y para su discípulo Friedrich Nietzsche (1844-1900) era el único escritor alemán que valía la pena leer una y otra vez. Ya en el siglo XX el gran escritor ruso León Tolstói (1828-1910) admitió que sentía fascinado por los escritos de Lichtenberg, y también fue uno de los escritores favoritos del físico alemán Albert Einstein (1879-1955). Incluso el médico neurólogo austriaco y padre del psicoanálisis Sigmund Freud (1856-1939) lo consideró su predecesor en sus reflexiones sobre el inconsciente y los sueños. En definitiva, tal como manifestó alguna vez Lichtenberg, “los relojes de arena no sólo recuerdan la veloz huida del tiempo, sino también el polvo en el que alguna vez nos convertiremos”.