22 de junio de 2024

Liliana Heker: "Esta época necesita más que nunca de la palabra para contrarrestar tanto exabrupto oficial”.

La narradora y ensayista argentina Liliana Heker (1943) es una de las escritoras más reconocidas del país. Diligente participante en las emblemáticas revistas literarias “El grillo de papel”, “El escarabajo de oro” y “El ornitorrinco”, ha dictado numerosos talleres literarios en los que se formaron muchos de los nuevos escritores argentinos. Su obra literaria comprende los libros de cuentos “Los que vieron la zarza”, “Los bordes de lo real”, “Acuario”, “Las peras del mal”, “La crueldad de la vida” y “La muerte de Dios”; las novelas “Zona de clivaje”, “El fin de la historia” y “Noticias sobre el iceberg”; el tomo de novelas cortas “Un resplandor que se apagó en el mundo”; los ensayos “Las hermanas de Shakespeare” y “La trastienda de la escritura”; y el libro de entrevistas “Diálogos sobre la vida y la muerte”. Integrante de una generación que unió el compromiso social con la literatura, a los ochenta y un años sostiene que sus ideas no han cambiado, lo que sí ha cambiado son las circunstancias, y que hoy es necesario poner las palabras no sólo para crear novelas, cuentos y poesía, sino también para dar testimonio de la realidad cultural y política.
En abril del corriente año ocurrieron dos hechos trascendentales en su vida: la publicación de su última novela luego de algo más de una década sin publicar ficción, y su contundente alocución en la inauguración de la 48° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, un potente alegato social, político y cultural contra la arremetida hacia al arte, la educación, la cultura y las ciencias llevada adelante por el actual gobierno libertario, discurso que fue muy celebrado y ovacionado y que tuvo una amplia repercusión en los medios de prensa. En varias entrevistas aseveró que circunstancias como las que está viviendo hoy el país “revalorizan la palabra de los intelectuales. Ante esa devaluación de la cultura que se quiere hacer desde los medios oficiales, los intelectuales nos sentimos obligados a revalorizarla. No hablo sólo de escritores, sino también de artistas, politólogos, juristas, investigadores. En este momento esa palabra es importante. Esta época necesita más que nunca de la palabra para contrarrestar tanto exabrupto oficial”.


Lo que sigue a continuación es una compilación de fragmentos de las entrevistas que le hicieron a la escritora y que fueron publicadas en el suplemento “Radar Libros” del diario “Página/12” (14 de abril), en el periódico digital “elDiarioAR” (25 de abril) y en la revista “Letras Libres” (5 junio) a cargo de Sebastián Basualdo, Agustina Larrea y Violeta Gorodischer respectivamente.

El cuento que da título a su primer libro, “Los que vieron la zarza”, tematiza la vida de un boxeador y se publicó en una época de mucho machismo en la literatura local; era una temática inesperada para una escritora. ¿Cree que eso la ubicó en un lugar diferente?
 
Mi generación, Ricardo Piglia, Miguel Briante, Vicente Battista, era una generación potente, y de varones. Yo, a los veinte años, sentía que desdeñaban un poco mis temas, conflictivos pero dentro de ámbitos familiares; ellos, los varones, se sentían los portadores de la violencia. Un día se lo comenté a Abelardo Castillo y le dije que estaba harta de ese desdén, que quería escribir un cuento con tema bien fuerte. Me dijo: ¿por qué no escribís sobre un boxeador que siempre pierde?. Ahí me puse a investigar, a escuchar peleas por la radio, a meterme de cabeza en el mundo del boxeo. De ahí salió “Los que vieron la zarza”. No sé si mis compañeros de generación me miraron distinto desde entonces; lo que sé es que ya no me importó. Ese cuento, para mí, fue un salto; el descubrimiento de una nueva posibilidad.
 
Varias reseñas se detuvieron en las similitudes entre usted y Greta, la protagonista de la novela Noticias sobre el iceberg. ¿Cómo ve esa lectura?
 
Bueno, Greta es una escritora de una edad similar a la mía, tiene setenta y siete años en el presente de la novela. Es una persona que se parece mucho a mí, de hecho yo le cedo varias anécdotas puntuales de mi vida, pero al mismo tiempo tiene una trayectoria de vida muy diferente a la mía. Dos acontecimientos fundamentales para mí fueron, por un lado, haber tenido una hermana; y por el otro, haber sido parte de la revista literaria “El Grillo de Papel”, donde conocí a Abelardo Castillo, de quien me hice amiga, y luego haber sacado juntos “El Escarabajo de Oro” y “El Ornitorrinco” junto a él y su mujer, Sylvia Iparaguirre. Esos veintiséis años de revistas literarias son una parte ineludible de mi historia como escritora y de mi historia de vida. Esas son cosas que me constituyen y no la constituyeron a mi protagonista, que estaba mucho más desamparada. Ella tampoco tuvo una pareja como la que llevamos Ernesto Imas y yo desde hace más de cuarenta años, que para mí es fundamental. En el caso de Greta, aparece “el hombre de ojos azules”, pero ella no se anima a la convivencia.
 
¿Cree que un escritor debe detallar qué es verdad y qué no en su obra?
 
Lo que pasa es que todo es ficción. La metamorfosis seguro tiene que ver con cosas muy internas de Kafka: el cuento o la novela más fantásticos siempre tienen que ver con el autor. Y aún la novela que parece más autobiográfica tiene una cantidad de cambios significativos… El sólo hecho de recortar una realidad ya es una intervención de la realidad.
 
En otra época la cuestionaron por esos cruces, en especial con la novela “El fin de la historia”, donde cuenta cómo una ex integrante de la cúpula de Montoneros colaboró con los militares tras haber sido torturada.
 
Ante todo, esa novela no tiene una única protagonista: tiene dos, cuyos conflictos se van alternando. Una es militante, la otra quiere escribir su historia. Ninguna de las dos, sola, constituiría la novela que yo quería escribir. En cuanto a la militante, a quien narro desde sus primeros años, lo que me fascinó del personaje fue su capacidad para tener un rol protagónico siempre, en cada una de las instancias que vivió, todas bien distintas entre sí. Por la actuación jerárquica que tiene en Montoneros y por haber sido secuestrada, cuando se publicó la novela cierta crítica centró la atención en ella, la erigió como modelo y, en consecuencia, me cuestionó por no haber mostrado a una militante irreprochable. Lo que pasa es que a mí me interesaba justamente esa protagonista a causa de su singularidad: para expresar una verdad consensuada no me hacía falta escribir una ficción. Además, es de esa singularidad que surge el conflicto de la otra protagonista: ella quiere contar a una heroína sin mácula y se resiste a aceptar una realidad que sin duda le mueve el piso. Estos cruces de conflictos, y cierta pintura de época, constituyen “El fin de la historia”. Eso, al menos, es lo que quise narrar.
 
Y siguen firmes la paciencia y la vocación docente, luego de tantos años como tallerista…
 
A mí me gusta mucho analizar, no sólo mis procesos creadores sino los de los otros, me gusta meterme ahí. Aunque hace dos años dejé de dar los talleres, esa tarea me sigue fascinando; a eso no renuncié. Pero entendí que la energía creadora que tenía, la necesitaba para mí. Y así trabajé la novela durante la pandemia.
 
En “Noticias sobre el iceberg” se cuenta que a Greta le ocurrió “un cruce dichoso que ilumina lo por escribirse y abre puertas imprevistas” y que ese acontecimiento le ocurrió a los treinta años. También se menciona como motor de la escritura “la irrupción no prevista de un mundo inexplorado”. Quería preguntarle cuál fue la irrupción que la llevó específicamente a esta novela y a escribir en este género después de más de dos décadas.
 
Es bastante complejo el proceso de escritura de esta novela y creo que muy diferente del proceso de las otras novelas. “Zona de clivaje”, por ejemplo, empezó como una idea de un cuento cuando yo tenía veinte años y sabía a dónde iba a ir a parar. Pese a que con los años cambié totalmente el final porque ya no me representaba o porque cambié yo, pero siempre supe dónde iba a ir a parar. Siempre tenía una idea general. En “El fin de la historia” sin duda tenía una historia muy fuerte que era la columna vertebral de lo que quería contar. Con esta novela fue distinto. En el 2013, creo, escribí una escena de una mujer de ya muchos años tratando de hacer la vertical mientras suena el teléfono porque alguien la llama para pedirle una entrevista. Eso tenía y no tuve más que eso. Todavía no se llamaba Greta, se llamaba Vera, y trataba de hacer la vertical. Pero quedó ahí, como esas ideas que están ahí dije: algún día la voy a escribir. Antes de que empezara la pandemia yo había terminado y publicado “La trastienda de la escritura” y se había producido uno de esos blancos en que una dice: ¿y ahora qué? Se me cruzaron varios cuentos que quería escribir, algunos incluso que voy a escribir pronto. Y en un momento, fue exactamente el 25 de febrero del 2020, dije: no, voy a volver a Greta. Pero fue una decisión, no fue escritura. A partir de ahí tengo muy claro que fue un período de escritura muy incierto. No tenía del todo la trama. Sabía que el desencadenante iba a ser una entrevista que le quieren hacer. Y empecé a saber, sin tener idea del motivo, que Greta por alguna razón hacía muchos años que no contestaba entrevistas. Pero fijate el grado de incerteza que yo tendría, que todavía no había decidido a qué se iba a dedicar Greta. Podría parecer raro ahora, porque parece central que ella sea escritora, parece ineludible. Pero en ese momento le di vueltas hasta que decidí que iba a ser escritora. Así que es una novela que fui construyendo y modificando durante el proceso de escritura. Nunca me había pasado eso. Fue fascinante. También la idea de escribir o contar el proceso creador de novelas que no existen, como las que escribe Greta.
 
En este sentido, aparece en todo el libro una voz interior de Greta que es muy tremenda. Graciosa, porque la novela tiene mucho humor, pero también implacable con ella misma y con lo que la rodea. ¿Cómo nació esa voz?
 
Se me coló esa voz, esa conciencia no ortodoxa que tiene Greta. En algún momento inclusive salió el nombre de la Enana Jodida, que aparece en la novela. No fue al principio, pero apareció. Y se me siguió metiendo y después me gustó mucho hasta se me impuso esa voz y la acepté. Creo también que esta vez solté cierta zona mía, aunque no me lo había planteado mientras escribía. No me planteé que iba a tener mucho humor, pero en general el humor me constituye a mí. Entonces se ve que apareció con bastante naturalidad en esta novela pese a que lo que le pasa a Greta no necesariamente es divertido.
 
En el libro, Greta expone de sus dudas. Piensa que ninguna época es dorada del todo, pero que en su juventud estaba la idea de la revolución en el horizonte y eso hacía que no hubiera lugar para la desesperanza. ¿Coincide con esa mirada del personaje? 
 
Sí, también aparece esto en “El fin de la historia”, que transcurre durante la dictadura militar y sin embargo la protagonista dice que la esperanza la constituye, que no puede renunciar a la esperanza. Es que nos formamos en un tiempo de esperanza creyendo que estábamos muy cercanos a un cambio social. Un cambio que francamente nunca ocurrió. Creo que Greta no sé si tiene esperanza, tal vez tiene, y ella misma lo dice, cierta zonita inevitable de optimismo. No puede dejar de lado eso que tiene. Irene Gruss, mi gran amiga y gran poeta, una vez refiriéndose a mí decía que mis cuentos son muy terribles, pero que siempre hay en ellos una ventana. A mí me gustó mucho eso que observó Irene. Era sabia Irene. Una gran amiga. Eso también le pasa a Greta. Es decir, no puede renunciar a esa ventana en la que tal vez hay una posibilidad. No sé si llamarlo esperanza, pero es eso, una posibilidad. A mí también esto me constituye. No puedo renunciar a esa idea de que a lo mejor encontramos la manera de que esto que nos está pasando cambie. Y que cambie para mejor.
 
Hablaba de su sorpresa de verse a los ochenta y uno publicando una nueva novela. ¿Qué le pasa de verse también ahora marchando por la educación pública, como hizo en su adolescencia y narró en más de una ocasión?
 
Es una sensación extraña verme como aquella vez, con la lucha por la defensa de la ley 1.420, la de la enseñanza gratuita, laica y obligatoria, cuando irrumpimos como estudiantes secundarios. No me imaginé que a esta edad yo iba a estar de nuevo en la plaza o en las manifestaciones. Porque en algún momento pensás que la vida va a entrar en un cauce amable, deseado, y que ya no va a ser necesaria la lucha. Pero bueno, con ochenta me tocó dar esa clase abierta en la Plaza del Congreso y estos días estamos volviendo también. En los ‘60 se hablaba mucho de los intelectuales, de la función de los intelectuales. Intelectual es una palabra que se perdió. Los intelectuales tienen cada vez menos peso, esa es la verdad. Pero creo que en esta Argentina, sin dudas forzados por las circunstancias, salimos al ruedo de nuevo. Esa es mi sensación. Y no hablo sólo de escritores, hablo de gente que sale a manifestarse desde la ciencia, desde el derecho, desde la economía, desde la docencia, desde la actividad universitaria. Esta época necesita más que nunca de la palabra para contrarrestar tanto exabrupto oficial.
 
¿Fue casualidad que ahora coincidiera la publicación de la novela con el discurso de inauguración de la Feria?
 
Fueron dos hechos que coincidieron azarosamente. Porque a mí me convocaron en agosto o septiembre del año pasado para la apertura de la Feria.
 
Es decir, antes de que se supiera que Javier Milei sería el próximo presidente de la Argentina.
 
Sí. Por supuesto, nadie dudaba de que yo iba a hacer un discurso político. En ese momento no sabía que Milei sería electo presidente, pero sí sabía que lo que yo dijera en el acto de apertura de la Feria iba a tener alguna connotación ideológica; no iba a hablar del libro y de la cultura sin vincularlo a la situación social. Lo que nunca pensé es que sería en un momento tan crucial, tan crítico, como el que estamos viviendo ahora. Tampoco imaginaba para mi historia personal, porque tengo ochenta y un años, que a esta altura tendría una enorme capacidad de crear y poder terminar una novela.
 
¿De dónde viene esa capacidad? ¿Qué la activó?
 
Mirá, en enero, cuando empezaron estas declaraciones pavorosas contra la cultura, me invitaron a dar una clase abierta en la Plaza del Congreso. Y entonces yo me di cuenta de que era un momento en el que teníamos que empezar a actuar. Ahí mismo dije que estaba un poco sorprendida de encontrarme defendiendo a la cultura y a la educación pública en la Plaza del Congreso porque recordaba que había estado a los quince años, en esa misma plaza, explicándole a un grupo de gente por qué los estudiantes secundarios estábamos haciendo huelga, y la razón era que defendíamos la ley de enseñanza laica, gratuita y obligatoria. A los ochenta, estaba en esa misma plaza defendiendo lo mismo. Eso, por un lado, te alarma, y por el otro me reconforta pensar: bueno, sigo acá. Si me necesitan, sigo acá.