Antonio Skármeta: “Mi actitud como narrador no es seguir con encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente, distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz narrativa en primera persona”
El pasado 15
de octubre falleció el gran escritor chileno Antonio Skármeta (1940-2024), un
autor que, durante el último cuarto del siglo XX y lo que va del presente
siglo, junto a otras figuras como Isabel Allende (1942), Luis Sepúlveda
(1949-2020), Marcela Serrano (1951) y Roberto Bolaño (1953-2003), formó parte del
grupo de narradores chilenos que lograron con sus obras alcanzar el
reconocimiento internacional. Nacido en Antofagasta en el seno de una familia
procedente de Croacia, cursó sus estudios primarios en colegios de Santiago
hasta que la familia se trasladó a Buenos Aires en 1949. Allí completó los
estudios en una escuela pública y, tras regresar a Chile, cursó una parte de
los estudios secundarios en su ciudad natal y otra en la capital chilena, para
luego estudiar Filosofía en la Facultad de Filosofía y Educación de la
Universidad de Chile, a la vez que asistía a las clases de la Escuela Nocturna
de Teatro de la misma universidad. Luego de recibirse con un ensayo sobre la
obra del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset (1883-1955), en 1964
obtuvo una beca Fulbright para realizar estudios de posgrado en Estados Unidos,
donde obtuvo una maestría en la Columbia University de Nueva York con una tesis
sobre la ficción de Julio Cortázar (1914-1984). Estando allí y también algún
tiempo en México, tradujo para la editorial chilena Zig-Zag novelas de Hermann
Melville (1819-1891), Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), Jack Kerouac
(1922-1969) y
Norman Mailer (1923-2007) entre otros.
A su regreso
a Chile contribuyó a la fundación de la “Revista Chilena de Literatura”, una
publicación semestral de crítica literaria en la cual colaboró con varios
artículos, y de “La Quinta Rueda”, una revista mensual cuyo objetivo principal fue
abordar las iniciativas culturales propiciadas por el gobierno de Salvador
Allende (1908-1973). Además comenzó a trabajar como director de teatro en el
Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y como profesor de Filosofía en
el Instituto Nacional de la misma universidad, una actividad que mantuvo hasta
que el funesto golpe militar conducido por el general Augusto Pinochet (1915-2006)
lo llevó a exiliarse, primero en Argentina y Bolivia. y finalmente en Alemania.
En Berlín trabajó como profesor de Guion Cinematográfico en la Deutsche
Filmakademie (Academia Alemana de Cine).
Por
entonces ya había publicado los libros de cuentos “El entusiasmo”, “Desnudo en
el tejado de una casa en Barcelona”, “Tiro libre” y “Novios y solitarios”; las
novelas “Soñé que la nieve ardía”, “No pasó nada”, “La insurrección”, “Ardiente
paciencia” (reeditada años después como “El cartero de Neruda”) y “Matchball” (rebautizada
en ediciones posteriores como “La velocidad del amor”), y las obras teatrales “La
búsqueda”, “No pasó nada”, “La mancha” y “La composición”. Con
respecto a “El cartero de Neruda”, el propio Skármeta dirigió una versión
cinematográfica en 1983, y lo propio hicieron en 1994 el director inglés
Michael Radford (1946) y en 2022 el director chileno Rodrigo Sepúlveda (1959).
En 1989
regresó a Chile compaginando su labor literaria con la escritura de guiones cinematográficos
y la fundación el taller literario “Heinrich Böll” en el Instituto Goethe.
También creó y condujo el “Show de los libros”, un programa cultural de
televisión que era transmitido por la Televisión Nacional de Chile, en el cual entrevistó tanto a escritores como a críticos
y autores teatrales. Tras desempeñarse como embajador en Alemania entre los años
2000 y 2003, y como catedrático en la Washington
University de Saint Louis y en el Colorado College de Colorado Springs, ambas
de Estados Unidos, continuó con su labor literaria publicando el libro de
cuentos “Libertad de movimiento”, y las
novelas “La velocidad del amor”, “La boda del poeta”, “La chica del trombón”,
“El baile de la victoria”, “Un padre de película” y “Los días del arco iris”. Varias
de sus obras (además de la citada “El cartero de Neruda”) fueron traducidas a una
treintena de lenguas e incluso fueron adaptadas al cine y al teatro.
Lo que
sigue a continuación es una edición de fragmentos de algunas de las entrevistas
que Skármeta brindó en numerosas ocasiones, en las cuales expresó muchas de sus
ideas y principios sobre la cultura, la política, la vida cotidiana, su obra, sus
recuerdos, etc. Dichas entrevistas son las publicadas en julio de 2011 en el
diario digital venezolano “Analitica.com” (sin mención del autor), en agosto de
2011 en la revista chilena “Enfoque” (por Fernando Donoso), en febrero de 2016
en el diario argentino “La Nación” (por Silvina Premat), en mayo de 2019 en la revista
chilena “La Tercera” (por Javier García) y en diciembre de 2019 en la “Revista
Chilena de Literatura” (por Marcela Rosas).
En sus libros hay mucha ironía. ¿Qué peso tiene
el humor en la literatura?
Creo que
la autoironía es un vehículo expresivo de primer orden. Esto no significa que
uno frivolice algunas situaciones que son especialmente dolorosas. La ironía es
una suerte de desapego, de distanciamiento que no tiene por qué ser
indiferencia. Es un recurso que hace de un relato un objeto artístico y
comunicativo. Y en ese sentido la ironía es muy relevante.
¿Qué es la libertad para usted, sólo “libertad
de movimiento”?
Es algo
más que la mera variedad geográfica. En mis cuentos los personajes van
moviéndose porque quieren viajar, buscar aventuras, buscarse a sí mismos o huir
de algo. Son cuentos que tienen este movimiento de la plenitud en un mundo
donde todo es posible y donde la realidad está acotada por tantos vicios o
problemas que acosan a los hombres. Mi actitud como narrador no es seguir con
encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente,
distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz
narrativa en primera persona.
¿Es libertad su palabra favorita?
Desde
luego es una de ellas. La democracia no es algo que esté ahí desde siempre. La
libertad no es algo con lo que nacemos. El hecho de que seamos libres hoy es
algo que, en algún momento, a alguien le costó mucho. Me gusta que también la
ficción y, por supuesto, la no ficción nos hablen y nos cuenten la historia de
los orígenes de esta libertad que disfrutamos. Hay que recordar aquella frase
de Dante, que cita uno de los personajes de “Los días del arco iris”: “La
libertad, un bien tan preciado y precioso que por él hasta la vida diera”.
Sostiene que el arte, la escritura, la poesía y
la música no son sólo del autor…
He dicho,
a través de uno de los personajes de “El cartero de Pablo Neruda”, que la
poesía no es de quien la escribe, si no de quien la usa. Esa frase se hizo
popular hasta el punto de que incluso he visto en Italia camisetas con ese
lema. Una vez más hay que insistir en la necesidad de dar potencia a la cultura
que nos ha venido heredada de nuestros mayores. Eso tiene que formar parte de la
cotidianidad de los seres humanos.
¿Cómo se las arregla para sobrellevar tantas
disciplinas sobre sus hombros: músico, profesor de Filosofía, actor, director,
guionista, escritor, conferencista y político?
De una
manera muy fácil, habiendo tomado ya hace mucho tiempo una sola opción: ser
escritor. Y eso es lo que soy. A la vida del escritor pertenece escribir
guiones de cine, escribir obras para la radio, escribir artículos, escribir
ensayos, dar charlas y conversar con la prensa, y todo eso es parte de la
literatura. Es decir, sosteniendo alguna conversación con alguna sustancia.
¿Cuál es la fórmula para enfrentar la página en
blanco: la inspiración o el trabajo duro y constante.
Esta
pregunta me la habían hecho, así es que la tengo preparada. Lamento que no le
suene espontáneo. Creo en la inspiración, pero me preocupo de estar inspirado
todos los días a las 10 AM frente a mi computador.
Me gustaría preguntarle sobre el programa de
gobierno de Salvador Allende, en el cual la cultura era vista como un agente
revolucionario, como algo que se debía masificar para facilitar la vía de
acceso al socialismo, con lo cual se entiende que el programa allendista apostó
por la masificación de la cultura desde todo punto de vista. Dentro de esa
coyuntura aparece un grupo de intelectuales y artistas, entre los que estaba
usted, los que, si bien apoyaban al gobierno de Salvador Allende, plantearon algunos
debates culturales que tenían que ver con su verdadero rol. Este grupo de
intelectuales del que usted formaba parte, que era el Taller de Escritores de
Chile, sacaron una declaración en una revista que se llamaba “Cormorán” donde,
si bien manifestaron su adhesión al proyecto de la Unidad Popular, planteaban
que antes de masificar la cultura había que crear conciencia, había que
disminuir brechas educativas, que en Chile la educación no era lo mismo que en
Cuba, etc. ¿Cuál es su recuerdo y sus impresiones de aquello?
Sí, el
cambio de gobierno que hubo en la época, claro que sí influyó grandemente en la
reflexión que hicieron los artistas, intelectuales, acerca de si ellos podían
cumplir alguna función o podían ser parte de este proceso y cómo podrían
hacerlo. Recuerdo que hubo varias instancias, lo que no recuerdo es cuáles son
los años y las fechas… Recuerdo que fue muy, muy vivaz, por la manera cómo nos
vinculábamos y el espíritu que lo animó. Un taller de escritores que hubo se
llamó Taller de Escritores de la Universidad Católica. También funcionaba otro
taller que era el Taller de Escritores de la Universidad de Chile. Entonces
todo esto, la idea de los talleres de literatura y que se enseñara la creación
literaria a gente que quería expresarse y que los intelectuales asumíamos que
esa gente necesitaba una ayuda, un impulso para expresarse, técnicas de expresión,
estaba muy regada entre esa generación de escritores que pensaba que podíamos
echar una mano en eso. Ahora, claro, podría ser una mirada un poquito
paternalista también y, efectivamente, es un tipo de crítica que podríamos
hacernos. Pero, al mismo tiempo, sentíamos que dentro de la actividad política
que había entonces, había curiosidad, que no solamente los agentes políticos
que eran el pueblo organizado, el sindicato, poblaciones, etc., no solamente
hacían su trabajo político sino que también tenían un ansia de expresar. Había
una cierta imagen como de que lo que estaban haciendo era algo que tenía un
carácter épico. Tal vez por la misma idea flotante en el ambiente de que había
habido una revolución violenta en Cuba y que esta era una revolución pacífica,
pero que había fuerza y que era la hora de que el pueblo se pudiera expresar. Todo
esto era muy verdadero, entonces tenía manifestaciones públicas a las cuales
apeló muchas veces el gobierno de la Unidad Popular para sentar presencia y
desalentar a los opositores a que fueran más violentos. Era la expresión de las
masas, masas que marchaban, masas que cantaban, masas que decían “estamos acá
protegiendo a nuestro gobierno”, eso estaba muy, muy marcado, dentro de la
conducta que tenía la gente en ese momento y que también permeó a los
intelectuales. Esa era la situación anímica en la cual surgieron los talleres
literarios, por un lado como un trabajo de expresión de los intelectuales, del
grupo reducido de escritores, creadores ya aceptados digamos y, por otro lado,
estaba el “bichito” de cómo llevar la expresión hacia la gente.
Sin duda, lo que más llama la atención al
ponerse a reconstruir ese momento histórico y cultural es encontrarse con un
montón de debates y posturas.
Debate,
esa es la palabra exacta. Durante todo el tiempo se pasó en un debate y las
revistas que salieron, bueno, digamos la revista más expresiva de esto fue “La
Quinta Rueda” que era un debate permanente ya en el mismo consejo de redacción.
Ni hablar de los aportes que iba haciendo cada uno de cómo tenía que ser la
revista, esa revista no acabó de tener una personalidad cuando vino el golpe y
se terminó. Y en la “Revista Chilena de Literatura”, al ser una revista
universitaria y al estar representada en ella gente de distintas opiniones y
tendencias políticas, también había gente que no era de la Unidad Popular.
Entonces esa revista mantuvo un estatus académico “salpicado” por la inmediatez,
aunque yo creo que tuvo siempre un nivel académico.
Era una revista que desde Chile se propuso
abordar autores y literatura chilena y autores y literatura latinoamericana, o
sea, fue una revista ciento por ciento latinoamericana. Y ahí publicó usted
artículos en los que habló de la contingencia chilena, habló de las clases
conservadoras y de cómo infundían el miedo cuando se sentían amenazadas.
¿Estaba en usted la inquietud de hacer un análisis socio-histórico? ¿O había
variedad?, porque en sus análisis está muy clara la continuidad de la obra con
la contingencia que estaba viviendo usted en ese entonces.
Es que
leíamos obras que no tenían que ver con la crítica literaria en algunas
ocasiones. Podríamos estar leyendo y en nuestras críticas estar influenciados
por Gramsci, por ejemplo, o por Albert Camus, que siendo un escritor notable
era también un notable ensayista y ataríamos algunas de esas ideas. Era muy
variado, yo diría que lo que determinaba la aproximación a un texto o a algún
fenómeno cultural era la realidad misma que nos hablaba de una manera. Lo que
sucedía en Chile era atípico en muchos sentidos porque era un proceso que tenía
características de ser un proceso revolucionario y, al mismo tiempo, no era
exactamente un proceso revolucionario sino que era un proceso democrático en
donde partes distintas se habían puesto de acuerdo para lograr una mayoría y
lograr algo. Y cómo se aproximaban los distintos actores a lo que estaba
sucediendo y lo que se había prometido y lo que se hacía era lo que creaba el
conflicto. Así que era muy “sui generis”. Así que a nosotros no nos servía para
explicarnos nada, teníamos que ir “galopando” en un terreno desconocido.
¿Cuál fue la mejor etapa de su vida?
La mejor
edad desde el punto de vista profesional es ésta, con una obra traducida a
tantos idiomas, llevada al cine, transformada en ópera; el hecho de que puedo
vivir como un escritor independiente, que quise hacer desde niño. El momento
más feliz es cuando escribía mis primeros cuentos y andaba a la aventura
recorriendo Estados Unidos y México nada más que con ansias de escribir,
llenando papeles que no sabía qué sentido tenían. Esto ocurrió entre los
diecinueve y los veintidós años. Yo abandonaba la universidad y me iba a
viajar. Momentos muy plenos. Una historia de amor a esa edad, una noche de
fraternidad, de afecto, una sopa caliente bajo la nieve de Nueva York, el aroma
de las flores en un jardín de Virginia son situaciones muy penetrantes, de
mucha felicidad. Incluso también la nostalgia de volver a casa. Es una
intensidad que al escribir yo una y otra vez evoco y potencio en mi prosa.
¿Lee las críticas?
Sí, leo
las críticas, pero yo intento escribir lo mejor que puedo. Trato de ser muy
auténtico y de exponer en esa autenticidad toda la técnica literaria que me
podrían haber enseñado los años y la experiencia de ser escritor. Ahora
comprendo que con eso no me alcanza para satisfacer a algún crítico, pero son
gajes del oficio que alguien te demuela, el aporreo también es parte de la
vida.
¿A qué le teme? ¿A la nada, a la eternidad, a la
soledad o a la vejez?
A todas. Usted
me hizo un ramillete florido de opciones fatales. A la que más me cuesta
acostumbrarme es a la edad. Provengo de una cultura rock, me gusta mucho la
música popular, el cine, los viajes, la vinculación con la gente más joven;
tengo una disposición comunicativa y alegre hacia el universo. Soy profesor de
Filosofía y he leído con mucha atención a los escépticos, a los estoicos, y sé
que hay una escuela que te enseña a aceptar sabiamente la edad que vas teniendo
y disfrutándola. No me cuento entre los militantes de ese grupo. En mi familia
y entre mis amigos muchos están plenamente integrados anímicamente en la edad
que tienen. Yo no, yo siento un desajuste que me preocupa, una cierta nostalgia
insistente de juventud.
¿Ha pensado en escribir sus memorias?
He pensado
muchas veces en escribir mis memorias, pero en la alternativa de hacer algo de
creación en el sentido de creación ficticia. Cuando lo intento finalmente
termino optando por contar una historia que concluye en un cuento o una novela.
Al tratar de escribir una autobiografía no sé cómo evitar la ficción, verme a
mí mismo como un personaje de ficción. Creo que me estoy ahorrando esa mirada
un tanto despiadada que requiere la autobiografía. A lo mejor me faltan algunos
años más para incurrir en ese vicio mayor.
¿Cree que la vida es bella o es una mierda?
Usted es
muy partidario de hacer lo que Cortázar llamaba preguntas dicotómicas, esto o
lo otro. Todas las respuestas son correctas.