25 de octubre de 2024

Antonio Skármeta: “Mi actitud como narrador no es seguir con encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente, distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz narrativa en primera persona”

El pasado 15 de octubre falleció el gran escritor chileno Antonio Skármeta (1940-2024), un autor que, durante el último cuarto del siglo XX y lo que va del presente siglo, junto a otras figuras como Isabel Allende (1942), Luis Sepúlveda (1949-2020), Marcela Serrano (1951) y Roberto Bolaño (1953-2003), formó parte del grupo de narradores chilenos que lograron con sus obras alcanzar el reconocimiento internacional. Nacido en Antofagasta en el seno de una familia procedente de Croacia, cursó sus estudios primarios en colegios de Santiago hasta que la familia se trasladó a Buenos Aires en 1949. Allí completó los estudios en una escuela pública y, tras regresar a Chile, cursó una parte de los estudios secundarios en su ciudad natal y otra en la capital chilena, para luego estudiar Filosofía en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, a la vez que asistía a las clases de la Escuela Nocturna de Teatro de la misma universidad. Luego de recibirse con un ensayo sobre la obra del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset (1883-1955), en 1964 obtuvo una beca Fulbright para realizar estudios de posgrado en Estados Unidos, donde obtuvo una maestría en la Columbia University de Nueva York con una tesis sobre la ficción de Julio Cortázar (1914-1984). Estando allí y también algún tiempo en México, tradujo para la editorial chilena Zig-Zag novelas de Hermann Melville (1819-1891), Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), Jack Kerouac
(1922-1969) y Norman Mailer (1923-2007) entre otros.
A su regreso a Chile contribuyó a la fundación de la “Revista Chilena de Literatura”, una publicación semestral de crítica literaria en la cual colaboró con varios artículos, y de “La Quinta Rueda”, una revista mensual cuyo objetivo principal fue abordar las iniciativas culturales propiciadas por el gobierno de Salvador Allende (1908-1973). Además comenzó a trabajar como director de teatro en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y como profesor de Filosofía en el Instituto Nacional de la misma universidad, una actividad que mantuvo hasta que el funesto golpe militar conducido por el general Augusto Pinochet (1915-2006) lo llevó a exiliarse, primero en Argentina y Bolivia. y finalmente en Alemania. En Berlín trabajó como profesor de Guion Cinematográfico en la Deutsche Filmakademie (Academia Alemana de Cine).
Por entonces ya había publicado los libros de cuentos “El entusiasmo”, “Desnudo en el tejado de una casa en Barcelona”, “Tiro libre” y “Novios y solitarios”; las novelas “Soñé que la nieve ardía”, “No pasó nada”, “La insurrección”, “Ardiente paciencia” (reeditada años después como “El cartero de Neruda”) y “Matchball” (rebautizada en ediciones posteriores como “La velocidad del amor”), y las obras teatrales “La búsqueda”, “No pasó nada”, “La mancha” y “La composición”. Con respecto a “El cartero de Neruda”, el propio Skármeta dirigió una versión cinematográfica en 1983, y lo propio hicieron en 1994 el director inglés Michael Radford (1946) y en 2022 el director chileno Rodrigo Sepúlveda (1959).
En 1989 regresó a Chile compaginando su labor literaria con la escritura de guiones cinematográficos y la fundación el taller literario “Heinrich Böll” en el Instituto Goethe. También creó y condujo el “Show de los libros”, un programa cultural de televisión que era transmitido por la Televisión Nacional de Chile, en el cual  entrevistó tanto a escritores como a críticos y autores teatrales. Tras desempeñarse como embajador en Alemania entre los años 2000 y 2003, y como catedrático en la Washington University de Saint Louis y en el Colorado College de Colorado Springs, ambas de Estados Unidos, continuó con su labor literaria publicando el libro de cuentos “Libertad de movimiento”,  y las novelas “La velocidad del amor”, “La boda del poeta”, “La chica del trombón”, “El baile de la victoria”, “Un padre de película” y “Los días del arco iris”. Varias de sus obras (además de la citada “El cartero de Neruda”) fueron traducidas a una treintena de lenguas e incluso fueron adaptadas al cine y al teatro.


Lo que sigue a continuación es una edición de fragmentos de algunas de las entrevistas que Skármeta brindó en numerosas ocasiones, en las cuales expresó muchas de sus ideas y principios sobre la cultura, la política, la vida cotidiana, su obra, sus recuerdos, etc. Dichas entrevistas son las publicadas en julio de 2011 en el diario digital venezolano “Analitica.com” (sin mención del autor), en agosto de 2011 en la revista chilena “Enfoque” (por Fernando Donoso), en febrero de 2016 en el diario argentino “La Nación” (por Silvina Premat), en mayo de 2019 en la revista chilena “La Tercera” (por Javier García) y en diciembre de 2019 en la “Revista Chilena de Literatura” (por Marcela Rosas).
 
En sus libros hay mucha ironía. ¿Qué peso tiene el humor en la literatura?
 
Creo que la autoironía es un vehículo expresivo de primer orden. Esto no significa que uno frivolice algunas situaciones que son especialmente dolorosas. La ironía es una suerte de desapego, de distanciamiento que no tiene por qué ser indiferencia. Es un recurso que hace de un relato un objeto artístico y comunicativo. Y en ese sentido la ironía es muy relevante.
 
¿Qué es la libertad para usted, sólo “libertad de movimiento”?
 
Es algo más que la mera variedad geográfica. En mis cuentos los personajes van moviéndose porque quieren viajar, buscar aventuras, buscarse a sí mismos o huir de algo. Son cuentos que tienen este movimiento de la plenitud en un mundo donde todo es posible y donde la realidad está acotada por tantos vicios o problemas que acosan a los hombres. Mi actitud como narrador no es seguir con encanto la gracia de los personajes, sino mirarlos fríamente, clínicamente, distanciadamente, incluso en aquellas ocasiones en las que presto una voz narrativa en primera persona.
 
¿Es libertad su palabra favorita?
 
Desde luego es una de ellas. La democracia no es algo que esté ahí desde siempre. La libertad no es algo con lo que nacemos. El hecho de que seamos libres hoy es algo que, en algún momento, a alguien le costó mucho. Me gusta que también la ficción y, por supuesto, la no ficción nos hablen y nos cuenten la historia de los orígenes de esta libertad que disfrutamos. Hay que recordar aquella frase de Dante, que cita uno de los personajes de “Los días del arco iris”: “La libertad, un bien tan preciado y precioso que por él hasta la vida diera”.
 
Sostiene que el arte, la escritura, la poesía y la música no son sólo del autor…
 
He dicho, a través de uno de los personajes de “El cartero de Pablo Neruda”, que la poesía no es de quien la escribe, si no de quien la usa. Esa frase se hizo popular hasta el punto de que incluso he visto en Italia camisetas con ese lema. Una vez más hay que insistir en la necesidad de dar potencia a la cultura que nos ha venido heredada de nuestros mayores. Eso tiene que formar parte de la cotidianidad de los seres humanos.
 
¿Cómo se las arregla para sobrellevar tantas disciplinas sobre sus hombros: músico, profesor de Filosofía, actor, director, guionista, escritor, conferencista y político?
 
De una manera muy fácil, habiendo tomado ya hace mucho tiempo una sola opción: ser escritor. Y eso es lo que soy. A la vida del escritor pertenece escribir guiones de cine, escribir obras para la radio, escribir artículos, escribir ensayos, dar charlas y conversar con la prensa, y todo eso es parte de la literatura. Es decir, sosteniendo alguna conversación con alguna sustancia.
 
¿Cuál es la fórmula para enfrentar la página en blanco: la inspiración o el trabajo duro y constante.
 
Esta pregunta me la habían hecho, así es que la tengo preparada. Lamento que no le suene espontáneo. Creo en la inspiración, pero me preocupo de estar inspirado todos los días a las 10 AM frente a mi computador.
 
Me gustaría preguntarle sobre el programa de gobierno de Salvador Allende, en el cual la cultura era vista como un agente revolucionario, como algo que se debía masificar para facilitar la vía de acceso al socialismo, con lo cual se entiende que el programa allendista apostó por la masificación de la cultura desde todo punto de vista. Dentro de esa coyuntura aparece un grupo de intelectuales y artistas, entre los que estaba usted, los que, si bien apoyaban al gobierno de Salvador Allende, plantearon algunos debates culturales que tenían que ver con su verdadero rol. Este grupo de intelectuales del que usted formaba parte, que era el Taller de Escritores de Chile, sacaron una declaración en una revista que se llamaba “Cormorán” donde, si bien manifestaron su adhesión al proyecto de la Unidad Popular, planteaban que antes de masificar la cultura había que crear conciencia, había que disminuir brechas educativas, que en Chile la educación no era lo mismo que en Cuba, etc. ¿Cuál es su recuerdo y sus impresiones de aquello?
 
Sí, el cambio de gobierno que hubo en la época, claro que sí influyó grandemente en la reflexión que hicieron los artistas, intelectuales, acerca de si ellos podían cumplir alguna función o podían ser parte de este proceso y cómo podrían hacerlo. Recuerdo que hubo varias instancias, lo que no recuerdo es cuáles son los años y las fechas… Recuerdo que fue muy, muy vivaz, por la manera cómo nos vinculábamos y el espíritu que lo animó. Un taller de escritores que hubo se llamó Taller de Escritores de la Universidad Católica. También funcionaba otro taller que era el Taller de Escritores de la Universidad de Chile. Entonces todo esto, la idea de los talleres de literatura y que se enseñara la creación literaria a gente que quería expresarse y que los intelectuales asumíamos que esa gente necesitaba una ayuda, un impulso para expresarse, técnicas de expresión, estaba muy regada entre esa generación de escritores que pensaba que podíamos echar una mano en eso. Ahora, claro, podría ser una mirada un poquito paternalista también y, efectivamente, es un tipo de crítica que podríamos hacernos. Pero, al mismo tiempo, sentíamos que dentro de la actividad política que había entonces, había curiosidad, que no solamente los agentes políticos que eran el pueblo organizado, el sindicato, poblaciones, etc., no solamente hacían su trabajo político sino que también tenían un ansia de expresar. Había una cierta imagen como de que lo que estaban haciendo era algo que tenía un carácter épico. Tal vez por la misma idea flotante en el ambiente de que había habido una revolución violenta en Cuba y que esta era una revolución pacífica, pero que había fuerza y que era la hora de que el pueblo se pudiera expresar. Todo esto era muy verdadero, entonces tenía manifestaciones públicas a las cuales apeló muchas veces el gobierno de la Unidad Popular para sentar presencia y desalentar a los opositores a que fueran más violentos. Era la expresión de las masas, masas que marchaban, masas que cantaban, masas que decían “estamos acá protegiendo a nuestro gobierno”, eso estaba muy, muy marcado, dentro de la conducta que tenía la gente en ese momento y que también permeó a los intelectuales. Esa era la situación anímica en la cual surgieron los talleres literarios, por un lado como un trabajo de expresión de los intelectuales, del grupo reducido de escritores, creadores ya aceptados digamos y, por otro lado, estaba el “bichito” de cómo llevar la expresión hacia la gente.
 
Sin duda, lo que más llama la atención al ponerse a reconstruir ese momento histórico y cultural es encontrarse con un montón de debates y posturas.
 
Debate, esa es la palabra exacta. Durante todo el tiempo se pasó en un debate y las revistas que salieron, bueno, digamos la revista más expresiva de esto fue “La Quinta Rueda” que era un debate permanente ya en el mismo consejo de redacción. Ni hablar de los aportes que iba haciendo cada uno de cómo tenía que ser la revista, esa revista no acabó de tener una personalidad cuando vino el golpe y se terminó. Y en la “Revista Chilena de Literatura”, al ser una revista universitaria y al estar representada en ella gente de distintas opiniones y tendencias políticas, también había gente que no era de la Unidad Popular. Entonces esa revista mantuvo un estatus académico “salpicado” por la inmediatez, aunque yo creo que tuvo siempre un nivel académico.
 
Era una revista que desde Chile se propuso abordar autores y literatura chilena y autores y literatura latinoamericana, o sea, fue una revista ciento por ciento latinoamericana. Y ahí publicó usted artículos en los que habló de la contingencia chilena, habló de las clases conservadoras y de cómo infundían el miedo cuando se sentían amenazadas. ¿Estaba en usted la inquietud de hacer un análisis socio-histórico? ¿O había variedad?, porque en sus análisis está muy clara la continuidad de la obra con la contingencia que estaba viviendo usted en ese entonces.
 
Es que leíamos obras que no tenían que ver con la crítica literaria en algunas ocasiones. Podríamos estar leyendo y en nuestras críticas estar influenciados por Gramsci, por ejemplo, o por Albert Camus, que siendo un escritor notable era también un notable ensayista y ataríamos algunas de esas ideas. Era muy variado, yo diría que lo que determinaba la aproximación a un texto o a algún fenómeno cultural era la realidad misma que nos hablaba de una manera. Lo que sucedía en Chile era atípico en muchos sentidos porque era un proceso que tenía características de ser un proceso revolucionario y, al mismo tiempo, no era exactamente un proceso revolucionario sino que era un proceso democrático en donde partes distintas se habían puesto de acuerdo para lograr una mayoría y lograr algo. Y cómo se aproximaban los distintos actores a lo que estaba sucediendo y lo que se había prometido y lo que se hacía era lo que creaba el conflicto. Así que era muy “sui generis”. Así que a nosotros no nos servía para explicarnos nada, teníamos que ir “galopando” en un terreno desconocido.
 
¿Cuál fue la mejor etapa de su vida?
 
La mejor edad desde el punto de vista profesional es ésta, con una obra traducida a tantos idiomas, llevada al cine, transformada en ópera; el hecho de que puedo vivir como un escritor independiente, que quise hacer desde niño. El momento más feliz es cuando escribía mis primeros cuentos y andaba a la aventura recorriendo Estados Unidos y México nada más que con ansias de escribir, llenando papeles que no sabía qué sentido tenían. Esto ocurrió entre los diecinueve y los veintidós años. Yo abandonaba la universidad y me iba a viajar. Momentos muy plenos. Una historia de amor a esa edad, una noche de fraternidad, de afecto, una sopa caliente bajo la nieve de Nueva York, el aroma de las flores en un jardín de Virginia son situaciones muy penetrantes, de mucha felicidad. Incluso también la nostalgia de volver a casa. Es una intensidad que al escribir yo una y otra vez evoco y potencio en mi prosa.
 
¿Lee las críticas?
 
Sí, leo las críticas, pero yo intento escribir lo mejor que puedo. Trato de ser muy auténtico y de exponer en esa autenticidad toda la técnica literaria que me podrían haber enseñado los años y la experiencia de ser escritor. Ahora comprendo que con eso no me alcanza para satisfacer a algún crítico, pero son gajes del oficio que alguien te demuela, el aporreo también es parte de la vida.
 
¿A qué le teme? ¿A la nada, a la eternidad, a la soledad o a la vejez?
 
A todas. Usted me hizo un ramillete florido de opciones fatales. A la que más me cuesta acostumbrarme es a la edad. Provengo de una cultura rock, me gusta mucho la música popular, el cine, los viajes, la vinculación con la gente más joven; tengo una disposición comunicativa y alegre hacia el universo. Soy profesor de Filosofía y he leído con mucha atención a los escépticos, a los estoicos, y sé que hay una escuela que te enseña a aceptar sabiamente la edad que vas teniendo y disfrutándola. No me cuento entre los militantes de ese grupo. En mi familia y entre mis amigos muchos están plenamente integrados anímicamente en la edad que tienen. Yo no, yo siento un desajuste que me preocupa, una cierta nostalgia insistente de juventud.
 
¿Ha pensado en escribir sus memorias?
 
He pensado muchas veces en escribir mis memorias, pero en la alternativa de hacer algo de creación en el sentido de creación ficticia. Cuando lo intento finalmente termino optando por contar una historia que concluye en un cuento o una novela. Al tratar de escribir una autobiografía no sé cómo evitar la ficción, verme a mí mismo como un personaje de ficción. Creo que me estoy ahorrando esa mirada un tanto despiadada que requiere la autobiografía. A lo mejor me faltan algunos años más para incurrir en ese vicio mayor.
 
¿Cree que la vida es bella o es una mierda?
 
Usted es muy partidario de hacer lo que Cortázar llamaba preguntas dicotómicas, esto o lo otro. Todas las respuestas son correctas.