17 de septiembre de 2024

Apreciaciones acerca de la obra de Clarice Lispector

Creadora de una obra literaria de una complejidad y una densidad peculiares que la situaron en las cumbres más altas de la lengua portuguesa y de la cultura brasileña en general, Clarice Lispector (1920-1977) nació en Tchechelnik, una pequeña aldea ucraniana, durante el trayecto que su familia realizó al huir de su país tras la Revolución Rusa. Existen dudas acerca de la fecha real de su nacimiento, algo que ella misma se encargó de fomentar, pero se supone que llegó a Recife, Brasil, con dos meses de vida. Tras la muerte de la madre, en 1930, la familia se trasladó a Río de Janeiro, donde ella completó su educación escolar, estudió Derecho y dio sus primeros pasos en el periodismo. Por esa época se convirtió en una lectora voraz, sobre todo de Hermann Hesse, Virginia Woolf, James Joyce, Katherine Mansfield, Eça de Queiroz, Jorge Amado, Fiódor Dostoievski y William Faulkner, autores que, de un modo u otro, influirían posteriormente en su obra.
En 1944 publicó su primera novela, “Perto do coração selvagem” (Cerca del corazón salvaje), un texto insólito construido sobre el monólogo interior y prácticamente sin trama que escapa a cualquier clasificación de género. Casada con un diplomático, se trasladó a Italia, luego a Suiza y posteriormente a Estados Unidos. Durante esos años escribió “O lustre” (El brillo), “A cidade sitiada” (La ciudad sitiada) y “Laços de familia” (Lazos de familia). De regreso en Brasil, ya divorciada de su marido, en 1961 publicó “A maçã no escuro” (La manzana en la oscuridad), obra que despertó el interés de la crítica literaria y que la situó, junto con João Guimarães Rosa (1908-1967), en el centro de la ficción de vanguardia.
Dentro del contexto de esa nueva literatura brasileña, su obra se destacó por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo psicológico a lo metafísico. Así se sucedieron, entre otras novelas y libros de cuentos, “A legião estrangeira” (La legión extranjera), “A paixão segundo G.H.” (La pasión según G.H.), “Uma aprendizagem ou o livro dos prazeres” (Aprendizaje o el libro de los placeres), “Felicidade clandestina” (Felicidad clandestina), “Onde estivestes de noite” (Silencio) y “A imitação da rosa” (La imitación de la rosa). Sin embargo, para sobrevivir debió echar mano al periodismo escribiendo columnas en el “Jornal do Brasil” y en otros medios, firmando sus artículos con diferentes seudónimos.
A principios de los años '70 publicó los libros infantiles “Quase de verdade” (Casi de verdad), “O mistério do coelho pensante” (El misterio del conejo que sabía pensar), “A mulher que matou os peixes” (La mujer que mató a los peces), “A vida íntima de Laura” (La vida íntima de Laura) y “Como nasceram as estrelas” (Como nacieron las estrellas). También realizó algo más de cuarenta traducciones y adaptaciones de obras de autores como Jonathan Swift, Walter Scott, Edgar Allan Poe, Julio Verne, Agatha Christie y Jorge Luis Borges, obteniendo un cierto reconocimiento que le permitió impartir charlas y conferencias en distintas universidades de Brasil.
Tras su muerte en Rio de Janeiro poco después de la aparición de su última novela, “A hora da estrela” (La hora de la estrella), la obra de Lispector -que abarcó el realismo, el naturalismo, la prosa poética, el romanticismo y el simbolismo- fue enormemente revalorizada y reeditada una y otra vez. Póstumamente se publicaron varios volúmenes conteniendo cuentos, crónicas, entrevistas y cartas, entre ellos, “A bela e a fera” (La bella y la bestia), “A descoberta do mundo” (El descubrimiento del mundo), “Aprendendo a viver” (Aprendiendo a vivir), “Correspondências” (Correspondencias), “Para não esquecer” (Para no olvidar), “Só para mulheres” (Sólo para mujeres) yUm sopro de vida” (Un soplo de vida).
La obra de Clarice Lispector -que partió siempre del presupuesto de que toda novela debía ser de educación existencial- fue una constante reflexión sobre el lenguaje y sobre todo, sobre los límites de la palabra. Según reflexionó la filósofa y periodista argentina Tamara Tenenbaum (1989) en un artículo publicado en el diario “Infobae” en ocasión de conmemorarse los cuarenta años de su fallecimiento, “su forma de escribir, calificada muchas veces directamente de vanguardista, torció los límites de los géneros, de lo que alcanza para contar una historia y lo que no e incluso de la gramática portuguesa. Lispector no se adaptó a ningún corset: inventó su propia concepción de lo que podía ser un cuento o una novela y de los límites poéticos de la prosa. Coqueteó con el misticismo, las experiencias trascendentes de lo físico y aquello que no se puede nombrar”.


Sus textos se destacaron por la exaltación de la vivencia interior y por el salto de lo psicológico a lo metafísico. Fue una de las primeras escritoras en iniciar la tarea del desplazamiento del sujeto dentro de una perspectiva femenina. Sus personajes, mujeres mayoritariamente, se perfilaron dentro de mundos que las distinguían por su capacidad de observación y análisis, y solían exhibir las preocupaciones de su género al resaltar las diferencias entre la realidad que las circundaba y el discurso que las producía.
La ensayista argentina Florencia Abbate (1976) escribió en ocasión de la publicación de “A descoberta do mundo” (Revelación de un mundo), un libro que reúne las crónicas que la escritora brasileña publicó semanalmente en el “Jornal do Brasil” entre 1967 y 1974: “Lispector fuerza el género a su antojo, hasta transformarlo en un medio de plena expresión de su subjetividad. Un tono menor para una empresa mayor: la más absoluta libertad de temas y la omnipresencia de su yo conflictuado. Para Lispector, la descripción de sus mucamas merece la misma atención que una carta dirigida a un ministro. Condena la matanza de los indios y declara que las víctimas no deben perdonar a los verdugos sino ejercer su crueldad, al tiempo que celebra los pequeños placeres de la intimidad burguesa (la cama, la buena comida, el jardín). ¿Compromiso social?, ¿Frivolidades? No hay contradicción alguna, porque la fuerza de su estilo borra toda distinción”.
Evidentemente esta escritora renovó la literatura brasileña tal como se la conocía, renunciando a las ataduras genéricas e inventando un lenguaje propio que desacomodó a sus lectores. Mediante su narrativa intensa basada en historias mínimas, expresó su pasión por la vida y, al mismo tiempo, por la inminencia de la muerte, por la angustia y por la soledad. En el prólogo de la reedición de la novela “Cerca del corazón salvaje”, la ensayista y editora argentina Florencia Garramuño (1964) opinó que “tal vez la fascinación contemporánea por la literatura de Clarice Lispector pueda ser vista como síntoma de una insatisfacción de la literatura actual con géneros definidos y estructurados que se concentran en historias individuales; como síntomas -más bien- de una insatisfacción de la cultura contemporánea por las formas individualizantes y estables y un deseo -una pulsión- por formas más comunes e impersonales que logren narrar, contener e imaginar, más allá del individuo, la noción de una experiencia ajena y al mismo tiempo íntima a las que el mundo contemporáneo nos confronta”.
Sumamente interesantes y significativas resultan sus notas sobre el arte de escribir que aparecieron en “As palabras” (Las palabras) un libro publicado póstumamente bajo la curaduría del Licenciado en Letras y Doctor en Semiología brasileño Roberto Corrêa dos Santos (1949) quien reunió fragmentos de sus novelas, cuentos, crónicas, cartas y notas personales. En dicha obra pueden leerse buena parte de sus pensamientos, pareceres, reflexiones y opiniones  que formaron parte de su ideario. Hacia el final de la obra aparece una pesarosa sentencia: “¿La literatura compensa? De ninguna manera. Escribir es uno de los modos de fracasar. Estoy absolutamente cansada de la literatura; sólo la mudez me hace compañía. Si todavía escribo, es porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte. La búsqueda de la palabra en la oscuridad. Digo, por ­si le interesa a alguien­, que estoy desilusionada. Escribir no me ha traído lo que yo quería, es decir, paz. Quién sepa la verdad que venga. Y que hable. Escucharemos afligidos. Creo que ahora tendré que pedir permiso para morir un poco. Con permiso, ¿eh? No tardo. Gracias”.


Si bien durante su existencia fue una figura enigmática en cuanto a su vida pública, bastante renuente a dar entrevistas, manteniendo una distancia deliberada de la atención mediática y cultivando una imagen de recato y discreción, hoy en día Clarice Lispector es una autora canonizada en la literatura y la cultura brasileña. En ese sentido el profesor de Literatura Brasileña y Portuguesa en la Universidad de Buenos Aires Gonzalo Aguilar (1964) manifestó alguna vez: “Clarice tenía una frase emblemática que decía que ‘entender es la prueba del error’. La frase es la base de lo que se ha llamado el misterio clariciano. Su literatura no brinda respuestas sino que inventó un espacio para que las preguntas tengan sentido”.
No fueron pocas las figuras vinculadas a la literatura que opinaron sobre su obra. En México, por ejemplo, la Doctora en Literatura y crítica literaria Lucía Melgar (1960), en uno de los tantos artículos que publicó en revistas literarias expresó: “Por la belleza de su lenguaje y su mirada singular sobre el mundo, la obra de Clarice Lispector ha ido ganando un público entusiasta en países con muy diversa tradición literaria. Ya sea en los cuentos de ‘Lazos de familia’ o en las novelas ‘La hora de la estrella’ o ‘La pasión según GH’, quien lee queda atrapado en los matices del relato, en la emoción que velan las apariencias cotidianas o en la pasión misma de la escritura”.
Y en otro artículo escribió: “Reconocida en su país como la gran escritora del siglo XX y de la lengua portuguesa, Lispector ha sido menos leída en castellano, en parte por la poca circulación de las traducciones, en parte por cierta tendencia hispanoamericana a considerar la literatura brasileña como ajena. Su obra, sin embargo, es cada vez más actual. Sin estridencias, cuestiona la idea de que el mundo está bien hecho, explora la condición de la mujer en una sociedad patriarcal y enajenada, se pregunta por el sentido de la vida, y despliega con maestría el arte narrativo”.
Por su parte el poeta y narrador mexicano Adán Echeverría García (1975), integrante del Centro Yucateco de Escritores y habitual colaborador de numerosas revistas y suplementos culturales de su país, apuntó: “Sabemos que cada escritor poco a poco se irá creando un mundo propio con sus palabras y temas recurrentes; que con el paso de los textos irá completando los espacios vacíos de su búsqueda lectora; y con el paso de los textos escritos irá creando leyes para ese mundo propio, que sólo sus lectores, poco a poco irán descubriendo. En la obra de Clarice Lispector uno puede ‘creer encontrar’ ese estilo de la autora, ese mundo propio que tanto la atormenta, que felizmente la atormenta, hasta volviéndola cínica en muchas ocasiones, y mediante el cual se propone descubrirnos sus historias de vida”.
En tanto en la península ibérica, la escritora española Eva Losada Casanova (1967), fundadora de los talleres de escritura de la Plaza de Poe en Madrid, opinó que “las obras de Clarice Lispector, en realidad, parecen construidas a partir de una frase, de una reflexión para luego ir tejiendo un tapiz alrededor. Es decir, a ella parece importarle el lenguaje que nos define, el misterio de la palabra encadenada, antes que la trama. Y esto, es precisamente lo que más admiro en esta escritora, su capacidad para hacer explosionar un puñado de palabras en una nebulosa. Algo que, desgraciadamente, ya no está de moda. Ahora parece que, las tramas trepidantes no dejan oxígeno a la palabra por la palabra, a esa capacidad que tiene la palabra escrita para subyugarnos, agitarnos y sentir. Nada más y nada menos”.
También en España, además de traducir dos libros de cuentos de Lispector (“Lazos de familia” y “Silencio”), la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi (1941) -que se exilió en Barcelona tras el advenimiento de la dictadura cívico-militar en su país-, expresó en su ensayo “Clarice Lispector o la introspección”: “Leí por primera vez los relatos de Clarice Lispector hace muchos años, en Montevideo, mi ciudad natal, en la primera traducción que cayó en mis manos: ‘Lazos  de  familia’.  Fue  una revelación. ¿Quién era esta escritora que rompía todas las convenciones del género, que declaraba: ‘digo lo que tengo que decir sin literatura’ y huía de  cualquier  clasificación, rechazaba ser una ‘intelectual’ y se negaba a conceder entrevistas? Lispector es la responsable de la modernización de la literatura de su país al introducir la ruptura del yo, la introspección, la sensación  como forma de identidad, la duda allí donde el cuento omnisciente proponía la certeza”.


Por otra parte, la escritora argentina Luisa Valenzuela (1938), autora de novelas, cuentos, microrrelatos y ensayos, puntualizó: “Tiempo atrás leí que un grupo de buceadores especialmente entrenados, entre los que había varias mujeres, logró por primera vez acercarse a los grandes peces de aguas profundas y nadar con ellos sin espantarlos, simplemente porque no llevaban equipo de oxígeno y parecían unos peces más. Esa es la sensación que se tiene leyendo a Lispector, como de alguien que en una hazaña casi inhumana -contener la respiración por largos minutos-, pudo nadar libremente allí donde otros se ahogan. Porque Lispector logró acercarse, temeraria, a los grandes peces ciegos del lenguaje, los muy escurridizos, espantadizos portadores del secreto”.
También la reconocida autora argentina Claudia Piñeiro (1960), autora de relevantes novelas como “Las viudas de los jueves”, “Elena sabe” y “Catedrales”, expresó: “Tiene una prosa muy virtuosa que recibimos gracias a muy buenas traducciones. Es de esas escritoras que escribía desde hace mucho sobre la mujer. No digo que sea una literatura feminista, pero sí se trata de una literatura en la que a las mujeres les pasan cosas. Y no sólo en la literatura: durante la pandemia al principio me costaba leer ficción, pero pude leer a Natalia Ginzburg y a Clarice Lispector, que tienen ellas dos textos autorreferenciales. Cualquier texto de Clarice que leía me remitía a algo que me estaba pasando, abría en cualquier página del libro de crónicas llamado ‘Descubrimientos’. Y allí habla sobre la mujer no con una mirada feminista, pero aun cuando hable sobre moda, toma a la mujer como seres que tienen una tristeza permanente. Y esto ocurre tanto en sus textos narrativos como en la crónica”.
Y la periodista argentina Silvina Friera (1974), autora de numerosos artículos publicados en distintos medios gráficos, exaltó a Lispector como “la escritora que revolucionó la literatura brasileña de la segunda mitad del siglo XX inventó una lengua propia que permanece y que logra conjurar el envejecimiento, aquello condenado a caducar por el paso del tiempo. Hay una singularidad salvaje, en estado puro, que irradió desde la lengua portuguesa al mundo. La audacia y la atención con la que iluminó los detalles sensoriales, la intensidad de los momentos mínimos, una escritura ‘desnuda y límpida’, tímida y osada al mismo tiempo, consciente de la delicada tensión entre lo dicho y la elipsis, entre lo que emerge y lo que está sumergido, podrían asomarse al fenómeno Clarice, a esa especie de felicidad clandestina que irrumpe, sin cesar, cada vez que se la lee”.
Sin dudas la narradora brasileña pasó de ser una “escritora de culto” a tener una influencia decisiva en la cultura popular contemporánea. En el año 2016, una estatua en su honor fue colocada en el barrio de Leme, donde vivió los últimos doce años de su vida, en el costado norte de la playa de Copacabana. Otra escultura se emplazó en la región de Boa Vista de Recife, la capital del estado de Pernambuco, frente a la casa donde vivió su infancia. También cada 10 de diciembre (fecha de su nacimiento) se celebra en distintas ciudades del mundo (Rio de Janeiro, San Pablo, Río Grande del Sur, Buenos Aires, Nueva York, Lisboa y París, entre otras), un homenaje llamado “La hora de Clarice”.

7 de septiembre de 2024

Frederico Commandino y Francesco Maurolico, dos matemáticos humanistas

Grandes historiadores de la literatura itálica como Girolamo Tiraboschi (1731-1794) y Salvatore Costanzo (1804-1869) atribuyeron a los escritores Dante Alighieri (1265-1321), Francesco Petrarca (1304-1374) y Giovanni Boccaccio (1313-1375) ser los pilares de la literatura italiana, autores de la “Divina Commedia” (Divina comedia), el “Canzoniere” (Cancionero) y el “Decamerone” (Decamer
ón) respectivamente. Gracias a estas grandes creaciones literarias la literatura y el idioma italianos comenzaron a difundirse por toda Italia y el resto de Europa. A ellos también se les atribuye ser los impulsores del movimiento intelectual, filosófico y cultural que retomó las ideas del antiguo humanismo grecorromano. Recién unos quinientos años después del nacimiento del Humanismo en Italia, tal término fue utilizado por primera vez por el filósofo y teólogo alemán Friedrich Niethammer (1766-1848) en su obra “Der streit des Philanthropismus und des Humanismus in der theorie des erziehungsunterrichs unserer zeit” (La controversia entre Filantropismo y Humanismo en la teoría de la educación de nuestro tiempo) de 1808.
En 1942, el profesor e historiador español Francisco Vera (1888-1967), a la sazón exiliado en Colombia tras abandonar su país natal en 1939 a raíz de la Guerra Civil, dio una serie de conferencias invitado por el Ministerio de Educación de ese país que buscaba “liquidar la etapa de la cultura esotérica y misteriosa”. Con ese propósito, y centrándose en las Matemáticas, el erudito español dictó en el teatro Colón de Bogotá el curso que luego sería recogido en un tomo titulado “Veinte matemáticos célebres”. En él, Vera afirmó que la posición geográfica de Italia -cerca del Imperio Bizantino- y el refinamiento de su cultura y su riqueza material a comienzos del siglo XIV, fueron algunas de las causas que contribuyeron a que allí (fundamentalmente en Florencia, Venecia y Roma) se iniciase el Humanismo, precursor de otro movimiento, el Renacimiento, ambos con límites lo suficientemente imprecisos como para que convivieran en armónica asociación. Los humanistas, imitando formalmente a los escritores de la antigüedad clásica, difundieron las ideas griegas y romanas e intentaron armonizar los conocimientos humanos con las creencias religiosas, tratando de humanizar las ciencias.
Si bien es cierto que fue un movimiento de recuperación del mundo clásico como modelo humano, aunque dentro de una dinámica social muy alejada de la firmeza del mundo antiguo, la apelación a la cultura clásica sirvió más que nada como un instrumento de legitimación de los poderosos que buscaban ennoblecerse apareciendo como mecenas e incluso como hombres refinados y cultos. La presencia de humanistas en los palacios garantizaba la continuidad con los clásicos, ya que hacían las veces de maestros teóricos y educadores que proveían de saberes para cualquier consulta a los integrantes de las nuevas clases dominantes. Probablemente de allí provenga ese tufillo conservador que impregna la obra de los impulsores del humanismo que, para el siglo XVI, había degenerado en una especie de “pedantismo”.
De todas maneras, es innegable que el Humanismo transformó el conjunto de la cultura europea. Como se dijo, ya en el siglo XIII Dante se había mostrado partidario del gusto clásico, un gusto que continuaría en Petrarca, precursor del Renacimiento literario, y en Boccaccio, erudito divulgador de las ideas humanistas. Ellos preanunciaron la aparición de escritores como Nicoló Maquiavelo (1469-1527), Ludovico Ariosto (1474-1533), Baltasar de Castiglione (1478-1529), Francesco Guicciardini (1483-1540), Pedro Aretino (1492-1556) y Torquato Tasso (1544-1595) entre muchísimos otros.
En el campo del arte, los hombres del “Quattrocento”, tal como se denominó a esa época que fue la primera etapa del Renacimiento, produjeron una revolución con la perspectiva lineal, la representación del desnudo y la tendencia realista. Filippo Brunelleschi (1377-1446), Donatello di Betto Bardi (1386-1466), Andrea del Verrochio (1435-1488) y Sandro Botticelli (1445-1510) prepararon el advenimiento de Miguel Angel Buonarroti (1475-1564), Rafael Sanzio (1483-1520) y de los pintores de la escuela veneciana Giorgione de Castelfranco (1477-1510), Tiziano Vecellio (1490-1576), Giacoppo Robusti, el Tintoretto (1518-1594) y Paolo Caliari, el Veronés (1528-1588).
Mientras tanto, en el norte de Europa sobresalía Erasmo de Rotterdam (1469-1536), “para quien el humanismo era la lucha contra los abusos del clero, la incultura monástica, la esterilidad del tomismo y las arbitrarias interpretaciones que de la Biblia daban los teólogos eclesiásticos, tendiendo hacia la exégesis de los primeros padres de la Iglesia”, escribió Vera en la obra citada. El humanismo francés por su parte, se caracterizó por una orientación erudita y crítica que culminó en Francois Rabelais (1494 -1553) y Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592), mientras que el alemán, con Johann Müller Regiomontano (1436-1476) y Rudolf Agricola (1444-1485), preparó el camino de la Reforma; el inglés, con Tomas Moro (1478-1535), adquirió un matiz socializante, y el español, con Francisco Ximénez de Cisneros (1436-1517), Antonio de Nebrija (1441-1522) y Juan Luis Vives (1494-1540), fue moralista y tendió a una síntesis científica.
El profesor Vera estimó que los humanistas del “Quattrocento” se apartaron de las ideas del medioevo para humanizar al arte y a la ciencia y, al idealizar el pensamiento de la antigüedad clásica, pusieron los cimientos de la civilización moderna. La matemática no fue ajena a aquel movimiento y siguió también la corriente humanística. Las obras “Stoicheia” (Elementos) de Euclides de Alejandría (325-265 a.C.), “Conicorum” (Sobre las secciones cónicas) de Apolonio de Perge (262-190 a.C.), “Hè megalè sintaxis” (Almagesto) de Claudio Ptolomeo (85-165), “Arithmeticorvm” (Aritmética) de Diofanto Alexandrini (214-298) y todas los trabajos de los grandes matemáticos de la antigua Grecia fueron difundidas por matemáticos humanistas como Bartolomeo Zamberti (1473-1505), Wilhelm Holzmann (1532-1576) y Francesco Barozzi (1537-1604).
Hasta entonces la matemática aceptada era la de Severino Boecio (480-524) y la de Isidoro de Sevilla (560-636). “De institutione arithmetica” (Aritmética) del romano y las “Etimologías” del sevillano eran las únicas fuentes de conocimientos matemáticos, superadas recién en el siglo XII por Abraham Savasorda (1065-1136) en España, Johannes de Sacrobosco (1195-1256) en Inglaterra y Albertus Coloniensis (1200-1280) en Alemania, aunque era una matemática contaminada por las supersticiones de los números mágicos. “Así, por ejemplo -afirmó Vera-, el número 3 representaba el alma con sus potencias y virtudes cardinales; el 5 era la representación del matrimonio porque estaba formado por el primer par: 2, y el primer impar: 3; el 7 era el hombre por contener las tres potencias del alma y los cuatro elementos del cuerpo, y el 11 era el número de letras de la palabra abracadabra que tenía la virtud de curar las fiebres intermitentes escribiéndola en un papel y colocándola sobre el estómago del enfermo”.
El poeta romano Publio Virgilio Marón (70-19 a.C.), dijo en sus “Eclogae” (Eglogas) escritas cuarenta años antes del inicio de la Era Cristiana: “número deus impare gaudet” (los números impares son gratos a los dioses). En efecto, de todos los números impares, el preferido era el 7, ya que siete eran los días de la Creación, los dones del Espíritu Santo, las palabras que dijo Cristo en la Cruz, los brazos del Candelabro, los dolores de María, los actos del alma, los pecados capitales, las virtudes, los sacramentos y los planetas. En el islamismo, siete son las noches santas, las vueltas en torno del templo de la Meca, las veces deben saltarse las hogueras de Ansara, las clases de plantas que en ella se queman, las piedras que se tiran al Diablo en el valle de las peregrinaciones, el número de apoyos para hacer las genuflexiones y los grados de parentesco en que se prohibe el matrimonio. Los griegos tenían siete dioses mitológicos y siete sabios, y en otros aspectos, siete son las notas musicales, los días de la semana, los colores del arco iris, las maravillas del mundo y las plagas de Egipto.


“La serie de disparates medievales -continuó Vera- desapareció, afortunadamente, con las primeras ediciones de los clásicos griegos. Un mundo nuevo apareció ante los ojos atónitos de los hombres, preocupados hasta entonces en pueriles combinaciones numéricas y triviales figuras geométricas; y una sed de saber y un ansia de curiosidad se despertó en todos los espíritus”.
Entre los traductores de la matemática griega que, además, hicieron aportes de gran valor, figuran dos italianos: Francesco Maurolico (1494-1575) y Frederico Commandino (1509-1575), contemporáneos y amigos que sostuvieron larga correspondencia epistolar. Maurolico, un hombre de cultura enciclopédica, provenía de una familia de Constantinopla que huyó cuando los turcos se apoderaron de la capital del Imperio Bizantino. Enseñó la matemática entre 1528 y 1553 y, a partir de sus investigaciones, modificó y corrigió las pésimas traducciones que circulaban en Venecia de los “Elementos” de Euclides y de “Sobre las secciones cónicas” de Apolonio. Maurolico estudió estas obras dándoles un enfoque novedoso y provocando un enorme progreso en la historia de la matemática. También determinó los centros de gravedad de la pirámide, el hemisferio y el conoide parabólico, estudiados por Arquímedes de Siracusa (287-212 a.C.), investigados por los árabes y desconocidos por entonces en Europa, y fue el iniciador del llamado método de inducción completa que el matemático holandés Daniel Bernoulli (1700-1782) perfeccionó en el siglo siguiente.
“Este método -explicó Vera- se funda en el hecho de que todo número natural se puede considerar como suma de unidades, ya que partiendo del cero se forman todos los números naturales por adiciones sucesivas de la unidad, de donde resulta que, comprobada una propiedad para el valor 1 y, si supuesta verdadera para un cierto valor, demostramos que lo es para el siguiente, la tendremos demostrada para todos los valores”. Maurolico dejó importantes tratados sobre sus razonamientos en “Cosmographia” (Cosmografía) en 1543, “Arithmeticorum” (Aritmética) en 1557 y “Opuscola mathematica” (Ensayo sobre matemática) en 1575.
Commandino, por su parte, estudió Medicina en Padua y en Ferrara y vivió algún tiempo en Roma, a la sombra protectora del papa Julio III (Giammaria Ciocchi del Monte, 1487-1555) quien, conocedor de su talento, lo distinguió con especiales atenciones. Commandino dominaba el griego, el latín y algo de la lengua árabe y, tras un tiempo de ejercer su profesión, se dedicó por completo a traducir las obras de los matemáticos griegos, con lo que llevo a cabo una notable labor de difusión y de clarificación de conceptos. Sus trabajos más importantes fueron la traducción al latín e italiano de obras del citado Euclides, del astrónomo y matemático griego Arquímedes de Siracusa (287-212 a. C.), del ingeniero griego Herón de Alejandría (10-70), y de Pappus de Alejandría (290-350), el último de los grandes geómetras griegos, y comentó con suma originalidad el “Geōgraphikhyphgēsis” (Planisferio) del mencionado Ptolomeo, encontrando un método para dibujar en perspectiva el círculo y la esfera, lo que sería tomado por el pintor renacentista alemán Albrecht Durero (1471-1528) para la publicación de sus “Vier bücher von menschlicher proportion” (Cuatro libros sobre las proporciones humanas), sobre la aplicación de la geometría en la representación del cuerpo humano.


La obra realizada por ambos matemáticos italianos fue sumamente relevante. “Sus traducciones y las ideas originales que intercalaron en ellas -finalizó Vera- despertaron el interés de sus sucesores inmediatos, llamados a determinar un progreso en los estudios científicos. Empapados del espíritu humanista de su época, lo llevaron al campo que cultivaban, contribuyendo grandemente a fijar el verdadero sentido de la geometría griega que no tenía nada que ver con las supersticiones que durante la Edad Media ocultaron su alcance y su trascendencia”.
Francesco Maurolico gozó de una gran estimación y una merecida fama durante su vida y fue honrado al fallecer con una fastuosa tumba sobre la que se grabó un epígrafe en el que se exaltó los méritos de quien era considerado el “único verdadero geómetra que ha tenido Sicilia después de Arquímedes”. Por su parte Frederico Commandino, al encontrar el método para dibujar en perspectiva el círculo y la esfera con suma originalidad, fue decisivo para darles una nueva perspectiva a pintores como los italianos Leonardo da Vinci (1452-1519) y Rafael Sanzio (1483-1520),​ y el alemán Alberto Durero (1471-1528). Ellos habían observado los defectos de perspectiva que tenían los paisajes en los lienzos pintados en aquel siglo y comenzaron a utilizar principios matemáticos para lograr una representación más realista de la perspectiva en sus obras, permitiéndoles así crear una ilusión tridimensional en sus pinturas.
Los estudios matemáticos de Maurolico y Commandino también influyeron en la arquitectura y en la música. Los arquitectos incorporaron principios matemáticos en el diseño de los templos, los edificios y las fincas. Por su parte los compositores utilizaron principios matemáticos en la composición de sus obras musicales relacionando las notas y los intervalos musicales basándose en proporciones matemáticas, creando de ese modo una estética musical equilibrada y armoniosa. En definitiva, el Humanismo fomentó el estudio de las artes y las ciencias y promovió un nuevo enfoque en el hombre y su capacidad para comprender y cambiar el mundo. En general, las matemáticas jugaron un papel importante en el desarrollo intelectual, científico y artístico de esa época, sentando las bases para los avances futuros en diversas disciplinas, y en ese sentido los trabajos de Maurolico y Commandino fueron fundamentales.

27 de agosto de 2024

Nietzsche como presupuesto ideológico del nazismo: mitos y leyendas

Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) fue uno de los filósofos más polémicos del siglo XIX. Sobre todo a partir de que el nazismo buscó, en su momento, adueñarse de sus palabras para sustentar sus argumentos. El filósofo alemán destinó buena parte de su existencia a focalizar su pensamiento en el hombre, no desde el punto de vista estético o metafísico, sino desde el aspecto aquel por el cual, en el largo transcurso de la historia, ese hombre se había transformado en un sujeto sometido, gregario, inauténtico y resentido. Indagando sobre la causa de esa falta de autenticidad, Nietzsche dedujo que el origen se encontraba en la moral.
Para el autor de “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral), el hombre tenía la necesidad de sentirse protegido y amparado por un dios, por una imagen, por una institución, en fin, por una moral. Por esa razón dedicó su trabajo a la tarea de derribar, de desmitificar los iconos y los valores que la humanidad había idealizado. Según Nietzsche, el hombre -mezquino, superfluo e ingrato- había reemplazado a su Dios por el Estado. En “Also sprach Zarathustra” (Así habló Zaratustra) aseveró: “Dios ha muerto, su amor por los hombres lo ha matado”, idea que en cierto modo suscribió el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) cuando afirmó en 1969 en su ensayo “Logique du sens” (Lógica del sentido) que Dios había experimentó piedad por el hombre, y esa piedad fue la causa de su muerte.
Es decir que Nietzsche intuía ciertos peligros derivados de la acción de un Estado omnipresente, lo que lo llevó a anunciar que éste ocasionaría la muerte de los pueblos. En este contexto, resulta absurdo aceptar que su filosofía se haya circunscripto como el presupuesto ideológico del nazismo. El filósofo argentino y escritor argentino de origen rumano Tomás Abraham (1946) acotó además en 1996 en “El último oficio de Nietzsche y la polémica sobre el nacimiento de la tragedia”: “Nietzsche despreciaba a los antisemitas, ni siquiera estaba en contra de ellos. Veía el antisemitismo como una moda cultural empleada para tapar la propia pequeñez”. También, en el lejano año de 1893, la escritora y psicoanalista rusa Lou Andreas Salomé (1861-1937) consideró en su ensayo “Friedrich Nietzsche in seinen werken” (Friedrich Nietzsche en sus obras) publicado en Viena en 1894, que Nietzsche había sido el primer estilista de su tiempo, advirtiendo que el pensamiento del filósofo podría ser utilizado para desarrollar oportunistas fórmulas de difusión.
Pero no sólo algunas teorías filosóficas de Nietzsche fueron reinterpretadas por el nazismo. Adolf Hitler (1889-1945), uno de los fundadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (comúnmente conocido como Partido Nazi) y su máximo dirigente desde 1934 hasta su muerte, también hizo en su libro “Mein kampf” (Mi lucha) referencias a grandes filósofos como Immanuel Kant (1724-1804) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) e incluso al naturalista Charles Darwin (1809-1882). La primera parte de dicho libro fue escrito durante su permanencia en la cárcel de Landsberg, una penitenciaría ubicada en Baviera a la cual fue enviado tras su fallido intento de golpe de Estado organizado en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich.


En él, además de elementos autobiográficos, expuso sus futuros proyectos gubernamentales, definió a la raza aria o germánica como biológicamente superior utilizando el término “übermensch” (superhombre), vocablo que Nietzsche que había aplicado en su citada obra “Así habló Zaratustra”, y utilizó fragmentos de “Protokoly sionskij mudretsov” (Los protocolos de los sabios de Sion), un texto antisemita publicado por primera vez en 1902 en la Rusia gobernada por el zar Nikolái Aleksándrovich Románov (1868-1918), Nicolás II -probablemente escrito por miembros de la Ojrana, la policía secreta zarista-, para exponer un supuesto complot judío para controlar el mundo. También citó la obra del famoso empresario norteamericano Henry Ford (1863-1947), antisemita él, titulada “The international jew, the world's foremost problem” (El judío internacional, el mayor problema mundial).
Años más tarde, en medio de la gran inflación que siguió a la Primera Guerra Mundial y la enorme crisis económica producto de la quiebra del Creditanstalt, el mayor banco austriaco, en enero de 1933 Hitler fue nombrado Reichskanzler (Canciller imperial) y luego, en agosto de 1934 tras la muerte del presidente Paul von Hindenburg (1847-1934), se autoproclamó Führer (líder) y asumió el poder supremo del Estado germano, transformando la República de Weimar (el régimen político basado en una democracia parlamentaria creado tras la derrota del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial) en el Tercer Reich, un gobierno totalitario y dictatorial caracterizado por su ideología racista y ultranacionalista que suspendió los derechos civiles básicos, proscribió a todos los otros partidos políticos, ganó el apoyo de la mayoría de los clérigos católicos y protestantes, utilizó un gran despliegue de propaganda, alentó a las mujeres “de raza pura” a dar a luz tantos niños “arios” como les fuera posible y, como principio de “seguridad nacional”, impulsó la eliminación de los pueblos de “raza inferior” (los judíos), algo que se concretaría con la perpetración del Holocausto.
Aciagamente esa cosmovisión totalitaria elaborada por el nazismo influyó en filósofos de la talla de Carl Schmitt (1888-1985), autor de ensayos como “Politische theologie” (Teología política) y “Politische romantik” (Romanticismo político) en los que expresó sus teorías sobre la soberanía, el Estado, el Derecho y una enérgica crítica al liberalismo, y también en Martin Heidegger (1889-1976), autor de obras relevantes como “Aus der erfahrung des denkens” (De la experiencia de pensar), “Sein und zeit” (El ser y el tiempo) y “Kant und das problem der metaphysik” (Kant y el problema de la metafísica). El primero de ellos militó en el Partido Nacionalsocialista y ejerció diversos cargos bajo el régimen nazi entre 1933 y 1936 hasta que, debido a las amenazas recibidas por parte de las Schutzstaffel (SS), la organización paramilitar y policial del nazismo que lo consideraron un advenedizo, decidió dar un paso al costado. Mientras tanto el segundo se unió al partido nazi desde 1933 hasta su disolución en 1945 e influyó notablemente en el pensamiento filosófico del nazismo. Cuando fue elegido rector de la Universidad de Friburgo tres meses después de la llegada de Hitler a la cancillería del Reich, si bien prohibió los carteles antisemitas colocados por estudiantes nazis, permitió la quema de libros judíos y puso fin a los subsidios a estudiantes becados que no fuesen de origen ario.
La palabra ario, un vocablo proveniente del sánscrito, fue utilizada por Nietzsche en el sentido de un “origen noble o aristocrático”, queriendo hacer referencia a los pueblos con poder y cuyos valores eran la afirmación de la vida y de la fuerza vital, pero nunca la usó con la intención de justificar un pensamiento basado en el racismo biológico como hizo el nazismo.


Volviendo a Nietzsche, en su ensayo de 1886 “Jenseits von gut und böse” (Más allá del bien y del mal) empleó la expresión “der wille zur macht” (la voluntad de poder) como la aspiración principal de los seres humanos, como la ambición de lograr sus deseos y ubicarse en el lugar que sentían que le correspondía. Este concepto también fue apropiado por el nazismo y pasó a constituir uno de los pilares conceptuales de su relato asociado al de “superhombre”. Los nazis reformularon el concepto trocándolo en la dominación de los hombres superiores sobre los inferiores. La dominación de unos pueblos sobre otros se justificaba por una supuesta superioridad biológica; así como los seres del reino animal más “hábiles” eran los que prevalecían, las sociedades “superiores” debían imponerse, haciendo desaparecer al resto, una idea que acabó por convertirse en uno de los pilares del pensamiento filosófico nacionalsocialista.
Para muchos historiadores resultó indispensable internarse en la familia del autor de obras sustanciales como “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral) y “Götzen dämmerung, oder wie man mit dem hammer philosophirt” (El ocaso de los ídolos, o cómo se filosofa a martillazos) para entender la relación de su filosofía con el nazismo. Suele ponerse el foco en la figura de su hermana Therese Förster Nietzsche (1846-1935), creadora del “Nietzsche Archiv” (Archivo Nietzsche) en 1894 y, tan nacionalista alemana como antisemita, fervorosa partidaria del nazismo a partir de 1930 hasta el punto de que el propio Hitler asistió a su funeral. También en su marido Bernhard Förster (1843-1889), profesor de Latín, Griego e Historia en la escuela secundaria Friedrichs Gymnasium und Realschule de Berlín, quien en 1880 impulsó la llamada “Antisemitenpetition” (Petición antisemita) que exigía la eliminación de leyes esenciales de igualdad para los judíos y, un año después, fundó junto al político y editor Max Liebermann von Sonnenberg (1848-1911) la organización antisemita “Deutscher Volksverein” (Asociación del Pueblo Alemán).
El matrimonio viajó a Paraguay en 1887 acompañado por varias familias alemanas con la intención de fundar una colonia a la que denominaron Nueva Germania. La principal actividad de estos colonos fue la explotación de la yerba mate. Luego el matrimonio se trasladó a la localidad de San Bernardino y se instaló en el Hotel del Lago, lugar en el que Förster fallecería como producto de una sobredosis de morfina y estricnina. Poco más de cuatro décadas más tarde, en 1934, Hitler ordenó un servicio funerario en su memoria y envió tierra desde Alemania para que se esparciera alrededor de su tumba.


Si bien es cierto que el nazismo tomó fragmentos de la obra de Nietzsche para sostener su ideología, resulta claro que ignoró otros en los que el autor desacralizaba al nuevo ídolo, el Estado, de la misma manera que desacreditaba a toda doctrina que intentara imponerse por la fuerza. A pesar de ciertas afirmaciones confusas y discordantes que pueden encontrarse en su extensa obra, queda claro que el autor de “Menschliches, allzumenschliches. Ein buch für freie geister” (Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres), “Die fröhliche wissenschaft” (La gaya ciencia), “Der antichrist” (El anticristo) y “Morgenröthe. Gedanken über die moralischen vorurtheile” (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales), entre muchas otras obras, era enemigo de las teorías racistas, odiaba el nacionalismo alemán, criticaba el totalitarismo y se consideraba filosemita, el fenómeno cultural caracterizado por el interés y respeto hacia la cultura judía.
En las últimas décadas del siglo pasado, el filósofo y profesor universitario alemán Günter Wohlfart (1943) fue publicando varios tomos titulados “Posthume fragmentes” (Fragmentos póstumos) en los cuales recogió sentencias y apuntes manuscritos que Nietzsche escribió a lo largo de su vida, recorriendo así toda su obra filosófica abarcando todas las épocas y todos los grandes temas de su pensamiento. En ellos puede advertirse su pensamiento en cuanto a lo que en su época se escondía detrás del odio a los judíos y el peligro de caer en el discurso antisemita, algo que para él no era más que una manifestación de decadencia cultural y una estrategia sociopolítica para apropiarse del poder económico de la comunidad judía.
En esta obra pueden leerse numerosos textos que contradecían los preceptos del nazismo, como por ejemplo: “No frecuento a nadie que participe de la impostura mentirosa de las razas”, “La admiración narcisista de la conciencia de raza germana es casi criminal”, “Yo tengo una sencilla norma: no tener trato alguno con los falsos monederos del racismo” o “Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea”.  Tal como afirmó el filósofo israelí Jacob Golomb (1947-2023) en un artículo titulado “Friedrich Nietzsche y su actitud hacia el pueblo judío” aparecido en 1999 en el “Semanario Hebreo”, un órgano de prensa de la colectividad judía del Uruguay, “un entendimiento equilibrado de sus opiniones sobre cuestiones judías o sionistas (o de cualquier otro tópico de su pensamiento) sólo puede lograrse dentro del marco filosófico general de Nietzsche. Esto se aplica no sólo a quienes de manera maligna (y equivocada) consideran a Nietzsche como un proto-nazi sino también a algunos de sus apologistas que, en su lucha contra la nazificación de Nietzsche, tratan este tema desde la estrecha perspectiva de su teoría de las razas y de sus actitudes sociales. Esos comentaristas, a pesar de sus buenas intenciones, dejan de lado el punto esencial: las actitudes sociales y culturales de Nietzsche derivan de las intuiciones básicas de su filosofía general”.


Podría afirmarse que no son muchos los filósofos del siglo XIX cuyas ideas perduraron en el tiempo. Seguramente pueden citarse al gran filósofo idealista y dialéctico Georg W. F. Hegel (1770-1831), quien publicó obras esenciales como “Phänomenologie des geistes” (Fenomenología del espíritu), “Enzyklopädie der philosophischen wissenschaften” (Enciclopedia de las ciencias filosóficas) y “Wissenschaft der logik” (Ciencia de la lógica) en las primeras dos décadas de ese siglo; a Auguste Comte (1798-1857), cuyas ideas fueron fundamentales para el desarrollo de la sociología; a John Stuart Mill (1806-1873), uno de los pensadores más influyentes en la historia del liberalismo clásico; a Søren Kierkegaard (1813-1855), progenitor del existencialismo; a Karl Marx (1818-1883), padre del materialismo histórico y el socialismo científico, etc.
Pero probablemente los razonamientos de Friedrich Nietzsche pueden considerarse contemporáneos ante las vicisitudes y desavenencias que perturban a las sociedades actuales. Cuando afirmaba que los pensamientos y las ideas, las situaciones pasadas, los acontecimientos del mundo, una vez cumplido un ciclo volverían a ocurrir con algunas diferencias circunstanciales pero básicamente semejantes, o que los seres humanos eran un campo de batalla de pulsiones inconscientes que lo llevaban a una existencia alienada, basta con ver el presente para comprobar lo poco que ha envejecido su obra y como  pervive su lucidez en las múltiples polémicas que generó.
Por cierto no son pocos los que lo vituperan y lo desacreditan dado que su filosofía conlleva el riesgo del malentendido y la incomprensión, y genera una multiplicidad de interpretaciones. Los nazis tomaron su idea del superhombre para sustentar su ideología, cuando lo que planteaba Nietzsche era la idea de un hombre capaz de superarse a sí mismo y a su naturaleza. También los libertarios tergiversaron su concepción del Estado y aseguran que es una organización criminal a la que hay que destruir, mientras que para Nietzsche el Estado debía ser un medio para la creación de un ser humano y una cultura superiores. Tenía razón el autor de “Ecce homo. Wie man wird, was man ist” (Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es) cuando escribió en “Así habló Zaratustra”: “No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino también aquel que habla en contra de lo que no sabe”.

18 de agosto de 2024

La vejez según Georg Christoph Lichtenberg

El científico y escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) nació en Ober-Ramstadt, un municipio situado en el Estado Federado de Hesse. Hijo de un pastor protestante, fue educado por éste en la casa familiar hasta la edad de diez años y luego ingresó en la Lateinschule (Escuela Latina) de Darmstadt, una localidad cercana situada al sureste de su ciudad natal. En 1763 comenzó a estudiar matemáticas y astronomía en la Georg August Universität Göttingen (Universidad Georg August de Gotinga), donde permaneció como estudiante hasta 1766. Por entonces, a pesar de haberse criado en un ambiente en el que predominaba el movimiento reformista luterano, se había desencantado de la religión. Muchos años más tarde, con la aguda ironía que caracterizó a muchos de sus aforismos, escribiría: “Doy 
mil veces gracias a Dios por permitirme ser ateo”.
Durante toda su vida lo aquejaron dos enfermedades: la hipocondría -sobre la cual escribiría tiempo después: “Mi hipocondría es ciertamente la capacidad de extraer en cualquier suceso de la vida, llámese como se llame, la mayor cantidad de veneno en beneficio propio”- y la escoliosis, una malformación de la columna vertebral que lo convirtió en jorobado. Su discapacidad física, producto de esa enfermedad que le afectó las vértebras de la región dorsal de la espalda y le produjo una desviación de la espina vertebral, no le impidió ejercer la docencia en dicha universidad, primero como Asistente y desde 1775 como Profesor de Matemáticas, Astronomía y Física Experimental, puesto que conservaría hasta el final de sus días. Sobre dicho padecimiento en su salud escribiría también años después con cierto sentido del humor, otra de las características de sus apotegmas: “Mi cabeza está al menos un pie más cerca de mi corazón que en el caso de otros hombres: por eso soy tan razonable”.
Entre sus alumnos se destacaron el italiano Alessandro Volta (1745-1827), quien se distinguiría como el físico y químico que descubrió el metano, un gas natural, incoloro e inodoro muy inflamable, y que luego inventó el primer dispositivo que permitía transferir la electricidad a otros objetos: la pila eléctrica; el alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), un apasionado por la botánica, la geología y la mineralogía que se convertiría en el gran precursor de la ecología; el poeta y filósofo alemán Georg von Hardenberg, Novalis (1772-1801), uno de los representantes del Romanticismo alemán temprano; y el matemático alemán Karl Friedrich Gauss (1777-1855), relevante por sus aportaciones en la matemática, la geometría y la astronomía.
En la misma ciudad, Lichtenberg colaboró en publicaciones como el “Göttinger Taschenkalender (Almanaque de Bolsillo de Gotinga) y editó la “Göttingisches Magazin der Literatur und Wissenschaft” (Revista de Literatura y Ciencia de Gotinga), gacetas en las que dio a conocer artículos de divulgación científica y filosófica, ensayos de Historia y crítica literaria, y textos sarcásticos contra los escritores que adherían al “Sturm und Drang”, un movimiento literario que se constituyó en el precursor del romanticismo alemán. Por entonces también realizó observaciones astronómicas en el Observatorio de Gotinga y llevó a cabo investigaciones en materias como geofísica, vulcanología, meteorología y química.
Raramente abandonó su ciudad, pero sí residió en dos periodos en Inglaterra entre 1769 y 1770, y entre 1774 y 1775, donde frecuentó a la familia real y los ambientes científicos. Sus “Briefe aus England” (Cartas desde Inglaterra, 1776-1778) figuran entre los más atractivos de sus escritos. Allí conoció a los integrantes de la expedición que dio la segunda vuelta al mundo comandada por el explorador, cartógrafo y capitán de la Marina Real británica James Cook (1728-1779). También se relacionó con ingeniero mecánico y químico escocés James Watt (1736-1819) quien perfeccionaría la máquina de vapor inventada décadas antes y provocaría el desarrollo de la primera Revolución Industrial; y con el químico británico Joseph Priestley (1733-1804), quien realizó relevantes indagaciones en el campo de los fenómenos eléctricos, de los gases y de los procesos de calcinación, y logró aislar por primera vez el oxígeno.


A su regreso a Alemania introdujo a escritores como William Shakespeare (1565-1616), Jonathan Swift (1667-1745) y Laurence Sterne (1713-1768), autores que había leído perseverantemente durante su estadía en Londres. También comenzó a mantener correspondencia con el filósofo Immanuel Kant (1724-1804), quien le enviaba su obra para que se la examinara; con el escritor y crítico del arte alemán Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781); con el escritor, filósofo y teólogo protestante suizo Johann Kaspar Lavater (1741-1801), en aquella época el principal promotor de la fisiognomía, la ciencia que estudiaba el carácter de un individuo a través de su fisonomía; con el químico y físico italiano Alessandro Volta (1745-1827) conocido principalmente por el descubrimiento del metano; y con el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), autor de obras como la novela 
“Die leiden des jungen Werthers” (Las penas del joven Werther) y el drama “Faust” (Fausto).
A raíz de sus reproches al estilo de hacer filosofía en aquella época, a la cual oponía la necesidad de tener una mirada clarificadora mucho más crítica de la sociedad, la naturaleza, la literatura, el arte, esto es, la realidad que rodeaba a los seres humanos, años más tarde dos distinguidos filósofos lo citarían a menudo en sus obras. Uno de ellos fue el alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), quien es considerado como el máximo representante del pesimismo filosófico y autor de obras relevantes como “Die welt als wille und vorstellung” (El mundo como voluntad y representación) y “Die beiden grundprobleme der ethik” (Los dos problemas fundamentales de la ética). El otro fue el danés Søren Kierkegaard (1813-1855), quien es valorado como el padre del existencialismo y autor de ensayos trascendentales como “Begrebet angest” (El concepto de la angustia) y “Stadier paa livets vei” (Etapas del camino de la vida).
A partir de 1764 Lichtenberg comenzó a anotar en cuadernos -a los que llamaba “libros de desecho”- una gran cantidad de reflexiones, apuntes, citas, aforismos y observaciones sobre una amplia gama de temas, desde la ciencia hasta la filosofía, textos todos ellos sobre los cuales diría que había registrado “todo como lo veo o como me lo sugiere mi pensamiento”. Los mismos serían publicados póstumamente por primera vez entre 1800 y 1806 con el título “Notizbücher” (Cuadernos). De esos textos se extrajeron los “Aphorismen” (Aforismos), que serían publicados entre 1902 y 1908, obra que se convertiría en la más conocida por su contundente escepticismo y sus expresiones satíricas combinadas con un agudo sentido del humor e ironía.
La noción del humor que puede deducirse de sus aforismos nació de su agudo racionalismo y su razonamiento de que “nada es más insondable que el sistema de resortes que mueve nuestras acciones”. Y uno de los temas que trató varias veces puede descubrirse al leer sus interesantes citas sobre la vejez. Según la Real Academia Española, la vejez es el período de la vida de una persona en el que se es viejo, en el que se sufren achaques, manías y actitudes propias de esa edad. Y para algunas enciclopedias, si bien desde un punto de vista biológico y en el contexto de las etapas del desarrollo humano, la vejez es la última fase de la vida, aunque la vejez implica un deterioro orgánico gradual, son las condiciones de vida previas y los factores genéticos los que determinarán una evolución favorable o no de esta etapa.


No fueron pocas las personalidades de la cultura que alguna vez se expresaron sobre este tema. Para el escritor francés Anatole France (1844-1924) la vejez nos conducía a una tranquilidad indiferente que aseguraba la paz interior y exterior; para el escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942) la vejez no significaba nada más que dejar de sufrir por el pasado; y para el cineasta sueco Ingmar Bergman (1918-2007) envejecer era como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuían, pero la mirada era más libre, la vista más amplia y serena. En uno de sus aforismos Lichtenberg expresó que nada nos hacía envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacíamos viejos.
También escribió: “Cuando llega la vejez, el estar enfermo se transforma en una suerte de salud y no se advierte ya que se está enfermo. Si el recuerdo del pasado no subsistiera nos daríamos poca cuenta del cambio. Por lo tanto, creo que la vejez no existe para el animal, como no sea a nuestros ojos. Una ardilla que al llegar el día de su muerte lleva una vida de molusco, no es más desdichada que el molusco. Pero el hombre, que vive en tres lugares, en el pasado, en el presente y en el futuro, puede ser desdichado a partir del momento en que uno de los tres no vale nada. La religión hasta ha agregado un cuarto: la eternidad”.
Sobre quien años antes de su fallecimiento había sido nombrado miembro de la Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural), de la Rossískaya akadémiya naúk (Academia de Ciencias de San Petersburgo) y de la Koninklijke Hollandsche Maatschappij der Wetenschappen (Real Sociedad de Ciencias y Humanidades de Holanda) opinó el antes citado Johann W. von Goethe: “Podemos servirnos de sus escritos como de la más maravillosa de las varitas mágicas, cuando él hace una chanza, allí hay un problema”. Por su parte el ya mencionado filósofo alemán Arthur Schopenhauer lo valoraba como una gran autoridad filosófica, y para su discípulo Friedrich Nietzsche (1844-1900) era el único escritor alemán que valía la pena leer una y otra vez. Ya en el siglo XX el gran escritor ruso León Tolstói (1828-1910) admitió que sentía fascinado por los escritos de Lichtenberg, y también fue uno de los escritores favoritos del físico alemán Albert Einstein (1879-1955). Incluso el médico neurólogo austriaco y padre del psicoanálisis Sigmund Freud (1856-1939) lo consideró su predecesor en sus reflexiones sobre el inconsciente y los sueños. En definitiva, tal como manifestó alguna vez Lichtenberg, “los relojes de arena no sólo recuerdan la veloz huida del tiempo, sino también el polvo en el que alguna vez nos convertiremos”.

10 de agosto de 2024

Galileo y la Santa Inquisición. Ciencia versus oscurantismo

Además de contribuir enormemente al desarrollo de la física teórica y experimental, Galileo Galilei (1564-1642) también realizó notables aportes al progreso de la astronomía abriendo a la humanidad ilimitadas perspectivas del universo circundante. Fijó su atención en el cielo por primera vez en 1604, cuando una brillante estrella nueva (una nova) apareció una noche en el cielo de Padua, al norte de Italia. Galileo, que entonces contaba con cuarenta años, demostró que la nueva estrella era efectivamente una estrella y no alguna clase de meteoro de la atmósfera terrestre y predijo que se desvanecería gradualmente. La aparición de una estrella nueva en el cielo -que se suponía absolutamente inmutable de acuerdo con la filosofía de Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.) y las enseñanzas de la Iglesia-, significó para Galileo la enemistad y la antipatía de muchos de sus colegas científicos y del clero.
Apenas cinco años después de esta primera observación del cielo, Galileo revolucionó la
astronomía construyendo el primer anteojo astronómico que describió con las siguientes palabras: “Hace unos diez meses llegó a mis oídos el rumor de que había sido construido por un holandés un instrumento óptico con cuya ayuda objetos visibles, aunque muy distantes de los ojos del observador, se veían distintamente como a un palmo de la mano, con lo que se enlazaron algunas historias de este maravilloso efecto al cual algunos dan crédito y otros niegan. Lo mismo me fue confirmado pocos días después por una carta enviada desde París por el noble francés Jacob Badovere, que acabó por ser la razón de que me aplicara a indagar la teoría y descubrir los medios de que yo pudiera llegar a la invención de un instrumento análogo; una finalidad que conseguí más tarde por las consideraciones de la teoría de la refracción. Primero preparé un tubo de plomo a cuyos extremos fijé dos lentes de cristal, ambas planas por una cara, pero por la otra una era esférica convexa y otra cóncava”.
Con ese instrumento descubrió que “la superficie de la Luna no es perfectamente llana, exenta de desigualdades y exactamente esférica, como una extensa escuela de filósofos consideraba al mirar a la Luna y otros cuerpos celestes, sino, por el contrario, está llena de desigualdades, es irregular, llena de depresiones y protuberancias, lo mismo exactamente que la superficie de Tierra, que varía dondequiera por virtud de altísimas montañas y profundos valles”. Al mirar los planetas advirtió que “presentan sus discos perfectamente redondos, lo mismo que si hubieran sido trazados por un compás y aparecen como otras tantas pequeñas lunas completamente iluminadas y de forma globular; pero las estrellas fijas no parecen a los ojos desnudos como si estuvieran encerradas en una conferencia circular, sino más bien como llamaradas de luz que arrojan rayos hacia todos los lados y muy centelleantes, y con el telescopio parecen de la misma forma que cuando son contempladas a simple vista”.
El 7 de enero de 1610 orientó su instrumento hacia Júpiter observando que “había allí tres estrellas, pequeñas pero brillantes, cerca del planeta, y aunque creí que pertenecían al número de las estrellas fijas, sin embargo algo me sorprendió en ellas, a causa de que estaban dispuestas exactamente en una línea recta paralela a la eclíptica y eran más brillantes que el resto de las estrellas, iguales a ellas en magnitud... En el lado Este había dos estrellas y una sola al Oeste... Pero cuando el 8 de enero, llevado por una casualidad, volví a mirar la misma parte del cielo, encontré un estado muy diferente de cosas, porque había tres pequeñas estrellas todas al oeste de Júpiter y más cercanas unas de otras que en la noche anterior”. De este modo dedujo que “hay tres estrellas en el cielo moviéndose en torno a Júpiter como Venus y Mercurio en torno al Sol”.


También observó a estos planetas y descubrió que a veces tenían la forma de cuarto creciente y a veces la de cuarto menguante lo mismo que la Luna, de donde concluyó que: “Venus y Mercurio giran en torno al Sol como todos los demás planetas. Una verdad ya sostenida por la escuela pitagórica, por Copérnico y por Kepler, pero nunca probada por la evidencia de nuestros sentidos como queda probada ahora en el caso de Venus y Mercurio”. “No es otra cosa que una masa de innumerables estrellas situadas juntas, en racimos", escribió cuando examinó la Vía Láctea. Si bien hubo que esperar el enriquecimiento desde el punto de vista matemático proporcionado por Johannes Kepler (1571-1630), los descubrimientos de Galileo realizados mediante el uso del telescopio suministraron una valiosa prueba de la exactitud del sistema copernicano del mundo y él habló jubiloso de ello.
Pero esto fue mucho más de lo que podía permitir la Iglesia Católica. En 1616 el Papa Paulo V (Camillo Borghese, 1552-1621) se reunió con el autor de “Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo” (Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo) e intentó silenciarlo sin conseguirlo. También incluyó en el “Index librorum prohibitorum” (Índice de libros prohibidos) a la obra “De revolutionibus orbium coelestium” (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) del astrónomo prusiano Nicolás Copérnico (1473-1543) y ordenó a la Santa Inquisición el inicio del juicio a Galileo, quien fue detenido y sometido a un largo período de confinamiento solitario e interrogatorios que no cambiaron su espíritu de lucha. El 15 de enero de 1633, pocos meses antes de que fuera dictada la sentencia final, Galileo escribió a su amigo Elia Diodati (1576-1651): “Cuando yo pregunto de quién es la obra del Sol, la Luna, la Tierra, las estrellas, sus movimientos y disposiciones probablemente se me contestará que son la obra de Dios. Si continúo preguntando de quién es obra la Sagrada Escritura se me responderá seguramente que es la obra del Espíritu Santo, es decir, obra de Dios también. Si entonces pregunto si el Espíritu Santo usa palabras que son manifiestamente contradictorias con la verdad para satisfacer a la inteligencia de las masas, generalmente ineducadas, estoy convencido que se me contestará con muchas citas sacadas de todos los escritores santificados que esto es en efecto lo habitual en la Sagrada Escritura, que contiene cientos de pasajes que tomados al pie de la letra no serían más que herejía y blasfemia porque en ellos Dios aparece como un Ser lleno de odio, culpas y olvido. Si entonces pregunto si Dios, para ser comprendido por las masas, ha alterado siempre su obra o, de otro modo, si la Naturaleza inmutable e inaccesible como es para los deseos humanos, ha mantenido siempre el mismo género de movimiento, formas y divisiones del Universo, estoy seguro de que se me dirá que la Luna ha sido siempre esférica aunque durante mucho tiempo fue considerada como plana”.
Y agregó: “Para resumir todo esto en una frase: nadie sostendrá que la Naturaleza ha cambiado siempre para hacer aceptables sus obras a los hombres. Si es así, entonces yo pregunto por qué es así. A fin de conseguir una comprensión de las diferentes partes del mundo entonces debemos comenzar investigando las Palabras de Dios más bien que sus Obras. ¿Es, entonces, la Obra menos respetable que la Palabra? Si alguien sostiene que es herejía decir que la Tierra se mueve y si posteriores verificaciones y experimentos mostrasen que así es en realidad ¡qué dificultades no encontraría la Iglesia! Si, por el contrario, todas las veces que no se pueden acordar las Obras y la Palabra, consideramos la Sagrada Escritura como secundaria, no se le produce ningún daño, porque frecuentemente ha sido modificada para acomodarse a las masas y frecuentemente ha atribuido falsas cualidades a Dios. Por tanto, yo debo preguntar ¿por qué, insistimos, siempre que hablamos del Sol o de la Tierra, en que la Santa Escritura debe ser considerada como absolutamente infalible?”.


Cinco meses después, Galileo fue llevado ante los jueces de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición y arrodillado “confesó”: “Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto florentino Vicente Galilei, de setenta años de edad, comparecido personalmente en juicio ante este tribunal, y puesto de rodillas ante vosotros, los Eminentísimos y Reverendísimos señores Cardenales Inquisidores generales de la República cristiana universal, respecto de materias de herejía, con la vista fija en los Santos Evangelios, que tengo en mis manos, declaro, que yo siempre he creído y creo ahora y que con la ayuda de Dios continuaré creyendo en lo sucesivo, todo cuanto la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana cree, predica y enseña. Más, por cuanto este Santo Oficio ha mandado judicialmente, que abandone la falsa opinión que he sostenido, de que el Sol está en el centro del Universo e inmóvil; que no profese, defienda, ni de cualquier manera que sea, enseñe, ni de palabra ni por escrito, dicha doctrina, prohibida por ser contraria a las Sagradas Escrituras; por cuanto yo escribí y publiqué una obra, en la cual trato de la misma doctrina condenada, y aduzco con gran eficacia argumentos en favor de ella, sin resolverla; y atendido a que me he hecho vehementemente sospechoso de herejía por este motivo, o sea, porque he sostenido y creído que el Sol está en el centro del mundo e inmóvil y que la Tierra no está en el centro del Universo, y que se mueve”.
Y concluyó su declaración: “En consecuencia, deseando remover de la mente de Vuestras Eminencias y de todos los cristianos católicos esa vehemente sospecha legítimamente concebida contra mí, con sinceridad y de corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los arriba mencionados errores y herejías, y en general cualesquiera otros errores y sectas contrarios a la referida Santa Iglesia, y juro para lo sucesivo nunca más decir ni afirmar de palabra ni por escrito cosa alguna que pueda despertar semejante sospecha contra mí, antes por el contrario, juro denunciar cualquier hereje o persona sospechosa de herejía, de quien tenga yo noticia, a este Santo Oficio, o a los Inquisidores, o al juez eclesiástico del punto en que me halle. Juro además y prometo cumplir y observar exactamente todas las penitencias que se me han impuesto o que se me impusieren por este Santo Oficio. Mas en el caso de obrar yo en oposición con mis promesas, protestas y juramentos, lo que Dios no permita, me someto desde ahora a todas las penas y castigos decretados y promulgados contra los delincuentes de esta clase por los Sagrados Cánones y otras constituciones generales y disposiciones particulares. Así me ayude Dios y los Santos Evangelios sobre los cuales tengo extendidas las manos. Yo Galileo Galilei arriba mencionado, juro, prometo y me obligo en el modo y forma que acabo de decir, y en fe de estos mis compromisos, firmo de propio puño y letra esta mi abjuración, que he recitado palabra por palabra”.
Una vez condenado por herejía, Galileo fue confinado en su casa de Arcetri, cerca de Florencia, bajo el régimen que hoy se denomina “arresto domiciliario”. Así vivió los casi nueve últimos años de su existencia. El 8 de enero de 1642, murió venerado por los ciudadanos, completamente ciego y cansado de la vida. El Papa Urbano VIII (Maffeo Barberini, 1568-1644), negó el permiso para la realización de un funeral público y prohibió depositar el cuerpo en la sepultura familiar, en la iglesia de la Santa Cruz, en donde recién se construiría un mausoleo en su honor noventa y cuatro años más tarde con la inscripción “Sine honore no sine lacrimis” (Sin honor pero no sin lágrimas).


Trescientos cincuenta años después de su muerte, el Papa Juan Pablo II (Karol Wojtyla, 1920-2005) pidió perdón por los errores que pudieran haber cometido los hombres de la Iglesia en aquella oportunidad, algo que no fue bien visto por el cavernícola cardenal Joseph Ratzinger (1927-2022), quien tras la muerte de aquél asumiría la conducción de la Iglesia Católica bajo el nombre de Benedicto XVI. Siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nombre moderno de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición) y luego decano del Colegio Cardenalicio, Ratzinger declaró muy suelto de cuerpo que “el proceso contra Galileo fue una mentirosa imaginación para arrinconar al Estado Vaticano. Nunca hubo persecución contra Galileo y tampoco fue torturado. Si Galileo renegó de su descubrimiento, pidiendo disculpas después de un penoso proceso, fue por temor a ir al infierno”.
Aunque parezca inaudito, la Iglesia Católica Apostólica Romana, aún en los primeros años del siglo XXI, aborrece a la Ilustración y la ciencia libre, creyéndose con derecho a decidir sobre lo que es verdadero o falso recurriendo a un Dios imposible de consultar. Insistiendo en esa absurda argumentación, en agosto de 2003 un despacho de prensa emitido por el Vaticano titulado "La Iglesia nunca persiguió a Galileo" decía en uno de sus párrafos: "En la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo. Para algunos, todavía hoy, Galileo es sinónimo de libertad, modernidad y progreso, mientras que la Iglesia es dogmatismo, oscurantismo y estancamiento, pero la realidad es muy diferente de esta percepción surgida de la fantasía". La Iglesia siguió de este modo demostrando ser uno de los bastiones más antiguos de los sectores más conservadores y retrógrados que existen.
Cabe recordar que el actual Papa Francisco, el argentino Jorge Bergoglio (1936), quien fuera Arzobispo de Buenos Aires desde 1998 hasta 2013, en 2001 recibió el título cardenalicio “San Roberto Belarmino”, un título honorífico creado por el Papa Pablo VI (Giovanni Battista Montini, 1897-1978). ¿Quién fue Roberto Belarmino (1542-1621)? Nada menos que el Cardenal inquisidor que estuvo a cargo del juicio contra Galileo Galilei, algo que ya había hecho años antes con el astrónomo y teólogo italiano Giordano Bruno (1548-1600), quien tras casi ocho años de cautiverio fue quemado vivo en el Campo de' Fiori, en la ciudad de Roma. Apodado el “martillo de los herejes”, Belarmino fue considerado por el Papa Clemente VIII (Ippolito Aldobrandini, 1536-1605) como alguien a que “en la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber”, y en 1930 fue canonizado por el papa Pío XI (Achille Ratti, 1857-1939). No deja de ser llamativo que el actual Papa, a quien muchos califican de “progresista”,renovador” y “pastor de todos”, haya recibido complacido semejante distinción, la cual fue creada en homenaje al cruel y despiadado inquisidor. Y no sólo eso, en la Audiencia General del 23 de febrero de 2011 también celebró “la memoria de San Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia”, a quien “las gravosas funciones de gobierno no le impidieron, de hecho, aspirar diariamente a la santidad con la fidelidad a las exigencias de su estado de religioso, sacerdote y obispo”. ¿Una muestra más del fariseísmo de la Iglesia Católica Apostólica Romana? Solo Dios sabrá.