2 de abril de 2025

Entremeses literarios (CCXVIII)

LA DESESPERACIÓN DE LAS LETRAS
Ginés S. Cutillas
España (1973)
 
Estaba viendo la tele cuando oí un fuerte estruendo detrás de mí, justo en la biblioteca. Me levanté extrañado y fui a comprobar qué era. Una masa inconsistente de papel agonizaba a los pies de la estantería. La cogí entre mis manos y desmembrando sus partes pude adivinar que aquello había sido un libro, Crimen y castigo para ser exactos. No supe encontrar una explicación lógica a tan extraño incidente.
A la noche siguiente, estando de nuevo delante de la televisión, el inquietante ruido. Esta vez, irónicamente, había sido Ana Karenina quien se había convertido en un manojo de papel deforme que yacía a los pies de sus compañeros.
Unas noches más tarde me di cuenta de lo que ocurría: los libros se estaban suicidando. Al principio fueron los clásicos. Cuanto más clásico, más alta la probabilidad de estamparse contra el suelo. Después comenzaron los de filosofía, un día moría Platón y al otro Sócrates. Luego les siguieron autores contemporáneos como Hemingway, Dos Passos, Nabokov…
Mi biblioteca estaba desapareciendo a pasos agigantados. Había noches de suicidios colectivos y yo, por más que me esforzaba, no conseguía encontrar un rasgo común entre las obras kamikazes que me permitiera saber cuál iba a ser la siguiente. Una noche decidí no encender la televisión para vigilar atentamente los libros. Aquella noche no se suicidó ninguno.
 
 
UNA CABRIOLA
Américo Barracha
Argentina (1929-2001)
 
Nunca fue supersticioso. Cuando se le cruzó el gato negro, en lugar de tomar una de las tantas actitudes anti agoreras, le tiró un furibundo puntapié que el gato esquivó con una cabriola.
El impulso lo hizo caer hacia atrás. Se desnucó.
 
 
INTERVALO DE CINCO MINUTOS
Francis Picabia
Francia (1879-1953)
 
Yo tenía un amigo suizo llamado Jacques Dingue que vivía en el Perú, a cuatro mil metros de altitud. Partió hace algunos años para explorar aquellas regiones, y allá sufrió el hechizo de una extraña india que lo enloqueció por completo y que se negó a él. Poco a poco fue debilitándose, y no salía siquiera de la cabaña en que se instalara. Un doctor peruano que lo había acompañado hasta allí le procuraba cuidados a fin de sanarlo de una demencia precoz que parecía incurable.
Una noche, la gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que habían acogido a Jacques Dingue. Todos, sin excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima… También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó.
Ahora bien, todos los indios tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado… Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa, pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas, tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro le acercaba la cabeza sosteniéndola por la nariz; pero a la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquélla no presentaba más que una sola circunvolución y parecía afectar la forma de un par de nalgas…
 
 
ME CAIGO Y ME LEVANTO
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
 
- Ella, tan famosa, se destacó sobre todo por sus célebres caídas.
- Cuente, cuente, eso va a enriquecer mucho la biografía que estoy escribiendo.
- Como no, por una módica suma se las cuento.
- Acá tiene cien dólares y dígame, ¿fueron caídas en el vicio, en la droga, en la concupiscencia?
- Muchas gracias, pero nada de eso. En el suelo: ¡se dio cada porrazo!
 
 
DETRÁS DE LO OBVIO
Idries Shah
India (1924-1996)
 
Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo con un burro que ofrecía en venta. El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor del animal. Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y venta de burros.
- No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio más bajo posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución alguna. Sin embargo, no puedo igualar sus precios.
- Muy sencillo -dijo Nasrudín-. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo burros.
 
 
SOMBRERO DE DOBLE COPA
Hugo López Araiza Bravo
México (1989)
 
El mago metió la mano en el sombrero para realizar su acto final. Pero no logró sacarla. Una fuerza descomunal tiró de él hasta succionarlo por completo. Del otro lado, un público de conejos aplaudió su aparición.
 
 
A ENREDAR LOS CUENTOS
Gianni Rodari
Italia (1920-1980)
 
- Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
- ¡No, Roja!
- ¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”.
- ¡Que no, Roja!
- ¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de patata”.
- No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.
- Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.
- ¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.
- Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”.
- ¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”.
- Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…
- ¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
- Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.
- ¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.
- Exacto. Y el caballo dijo…
- ¿Qué caballo? Era un lobo
- Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.
- Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
- Bueno, toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico.
 
 
EL POBRE COCCHINO
Ludovico Domenichi
Italia (1515-1564)
 
El pobre Cocchino vivía en un pequeño rancho con muy escasas pertenencias, y por lo tanto no se tomaba la molestia de poner llave por las noches. Una vez, en medio de la noche, entró un ladrón y fue derecho a la habitación donde Cocchino estaba durmiendo. El ladrón, en la oscuridad, se puso a tantear con las manos en busca de algo que robar. Al oírlo, Cocchino le dijo:
- Cuánto me alegraría que usted encontrara de noche lo que yo no logro encontrar de día.
 
 
VISÓN
Christiane Rochefort
Francia (1917-1998)
 
- Lo tendrás -le dice Julia-. Si comienzas a trabajar desde ahora, podrás tenerlo para la Navidad próxima. Con la posición que tiene Philippe, no puede llevar mucho tiempo a su mujer sin visón: daría de qué hablar.
- El visón me importa un comino, no lo quiero.
- Vamos, no digas eso; no seas injusta. El visón está lleno de cualidades: es caliente, es ligero, es bonito, le va a todo el mundo y, además, es sólido. Y, en ciertos casos, puede durar más que el matrimonio.
 
 
UN PROBLEMA FILOSÓFICO
Blas Sewald
Argentina (1954)
 
Hubo un lavado estomacal. Fue hace unos treinta años, creo. Abrí las ventanas del 5º piso en donde vivía, me paré en la ventana y miré las hortensias del jardín, allá abajo. Quise lanzarme al vacío, pero no lo logré. Luego vinieron las pastillas y el lavado estomacal en el Hospital Alemán. Y la crisis posterior. Y todo lo demás. Incluso el recuerdo de Hemingway. No hubo caso. El tiempo ha pasado, pero la angustia no. Hoy ya hace mucho tiempo de todo aquello, pero el sentimiento reaparece una y otra vez. Los días van pasando, bastante eufóricos por cierto, pero yo siempre estoy alerta, esperando que el momento llegue. No sé cuándo será, pero creo que está cada vez más cerca. El whisky no alcanza, los cigarrillos tampoco. Mi histriónica amabilidad hacia los demás sólo sirve para autoengañarme, para intentar autoconvencerme de que todos me aprecian, de que todos me necesitan, pero en el fondo, muy en el fondo, sé que esto no es cierto. Me cuesta dormir por las noches. Me despierto sobresaltado y apesadumbrado. Las preguntas retornan una y otra vez. Y no tengo las respuestas. Sobre todo a aquella de Camus en cuanto a cuál era el único problema filosófico verdaderamente serio. Y hasta pensé en persuadir a mi mejor amigo, médico él, de que se convirtiese para mí en el Max Schur de Freud, pero no me animé a transferirle tamaña responsabilidad. De modo que tomé las pastillas, alrededor de un centenar, y las desparramé sobre la mesa. La botella de JB está casi llena. Enciendo el televisor y miro una vieja película de Antonioni que sólo consigue deprimirme más. Y entonces comienzo el lento y sincopado movimiento de mi mano desde la mesa hasta mi boca. Una pastilla, un trago, una pastilla, un trago. No sé cuántas van, pero ya comienzo a sentir el sueño. Creo que esta vez, por fin, será el definitivo.

24 de marzo de 2025

Daniel Feierstein: “Lo que busca y logra la nueva derecha, en esto que llama batalla cultural, es poner en cuestión los sentidos aceptados colectivamente” (3/3)

La prolífica obra ensayística de Daniel Feierstein comprende “El pasado en la batalla cultural. La disputa por el sentido de los genocidios”, “Pandemia. Un balance social y político de la crisis del covid-19”, “Nuevos estudios sobre genocidio”, “Los dos demonios (recargados)”, “Introducción a los estudios sobre genocidio”, “Memorias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio”, 
“Juicios. Sobre la elaboración del genocidio”, “El genocidio como práctica social (entre el nazismo y la experiencia argentina)”, “Seis estudios sobre genocidio. Análisis de las relaciones sociales: otredad, exclusión y exterminio” y “La construcción del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política en Argentina”.
También ha publicado en coautoría con otros sociólogos, filósofos, economistas y profesores los ensayos “Memoria y Derechos Humanos”, “Violencia estatal y genocidio en América Latina”, “La discriminación en Argentina. Diagnósticos y propuestas”, “Hasta que la muerte nos separe. Poder y prácticas sociales genocidas en América Latina”, “Tinieblas del crisol de razas”, “Ensayos urgentes para pensar la Argentina que asoma”, “Terrorismo de Estado y genocidio en América Latina”, “Nombrar la dictadura” y “Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad”. Además, ha prologado “La extrema derecha en América Latina”, un volumen que contiene ensayos de autores y autoras reconocidos internacionalmente como Tariq Ali (1943), Chantal Mouffe (1943), Ignacio Ramonet (1943), Wolfgang Streeck (1946), Nancy Fraser (1947), Rita Segato (1951), Branko Milanovic (1953), Judith Butler (1956), Enzo Traverso (1957) y Pablo Stefanoni (1972).
En el día de hoy se cumple el cuadragésimo noveno aniversario de la instalación en la Argentina de la genocida dictadura cívico-eclesiástica-militar conocida como “Proceso de Reorganización Nacional”, sobre la cual Feierstein precisó que “a partir del ejercicio de tareas de inteligencia sobre el conjunto de la población y de la creación de fuerzas estatales y paraestatales encargadas de la intimidación, secuestro, tortura y en muchos casos posterior asesinato de los opositores políticos, la ‘desaparición forzada’ constituyó una de las modalidades más comunes para, simultáneamente, eliminar las pruebas de los asesinatos, instalar el terror en las comunidades e impedir el duelo a los familiares de los asesinados. En Argentina los asesinatos se cuentan por miles o decenas de miles, atravesando todo el espectro de la población y revelando que la sistematicidad de las prácticas, en estos casos, no se vinculaba sólo a los modos de ejercicio represivo, sino también a una decisión de producir dichas transformaciones sociales a través del aniquilamiento sistemático de grupos de población ‘en tanto tales’”.


A continuación, la tercera y última parte del compilado de las entrevistas que fueron publicadas en los diarios argentinos “Página/12” y “Clarín” el 10/4/2023, el 6/9/2024 y el 10/4/2025 a cargo de María Daniela Yaccar, Bibiana Ruiz y Martín Porto respectivamente.
 
¿Cuáles son esas construcciones y relaciones que el fascismo busca construir?
 
Se dan tres elementos: la búsqueda de una movilización reaccionaria, movilizar a la población, pero en un sentido regresivo. No es para conquistar derechos sino para recortarlos. Podemos verlo en la estigmatización de los beneficiarios de planes sociales. Un segundo eje tiene que ver con la irradiación capilar del odio, el mecanismo de la proyección: esa movilización busca encontrar algún grupo o algunos para dirigir toda nuestra frustración y enojo por la situación de nuestra vida, responsabilizándolos en lugar de enfrentar las condiciones que hacen que estemos en esta situación. Por último, la realización de la victoria del capital. Lo que busca esa movilización reaccionaria es consolidar una redistribución regresiva del ingreso.
 
¿Cuáles son los riesgos?
 
Esto lleva a la posibilidad de un profundo incremento de la violencia, a la ruptura de los pactos políticos democráticos. Porque el eje del fascismo es que la vía de salida de los enojos y frustraciones, que genera un empeoramiento permanente de las condiciones de vida de las grandes mayorías, sea la agresión hacia el grupo que es visto como responsable de nuestro sufrimiento. Al no ser direccionada, conducida, desde el aparato del monopolio de la violencia legítima que es el Estado, genera una situación de irradiación capilar del odio y la violencia. Es lo que estamos comenzando a ver: episodios crecientes de justicia por mano propia, llamados a la agresión de determinados grupos, recorte de derechos para legitimar formas de agresión. Lo que es novedoso para nosotros es que esa agresión, en la mayoría de los casos, aparece como espontánea. No lo es realmente; está generada por distintas usinas de promoción y difusión. Pero la lleva a cabo cualquiera: un grupo de vecinos, una persona que fue agredida... Puede ocurrir en un hecho de criminalidad común, un evento de tránsito, eventos políticos donde, de la mano de la antipolítica, el fascismo también busca la imposibilidad de circulación de distintas figuras por la vida cotidiana.
 
El asesinato del colectivero Daniel Barrientos y todo lo que ocurrió alrededor del crimen condensa mucho de lo que está diciendo.
 
Es un hecho muy complejo y contradictorio. Lo que yo veía hace cuatro años, que se ha potenciado, es que cualquier hecho o sufrimiento encendía la mecha. Es lo que se ve en el crimen del colectivero. Es realmente un sufrimiento, una persona que estaba al borde de la jubilación, ya cerrando su vida laboral, lo que pueden sentir sus compañeros... un caso que se viene repitiendo con esa línea y en esa región. Hace estallar la mecha. Pero lo preocupante es cómo. No es que la hace estallar para la organización de los colectiveros en función de enfrentar las causas que están generando esta situación, sino que viene de la mano de comenzar a plantear estigmatizaciones y acusaciones hacia grupos de población que no tienen nada que ver con ese hecho de inseguridad. Que aparezca, por ejemplo, un discurso frente a los planes sociales no tiene ninguna vinculación; hasta podríamos decir que es absolutamente contrario a la lógica que se está queriendo plantear. Si desaparecieran los subsidios y planes tendrías mayores situaciones de inseguridad, más allá de que las grandes mayorías de los sectores populares que sufren consecuencias económicas no caen en la delincuencia común. Es un hecho contradictorio porque el que sufre la agresión de los colectiveros es Berni, una de las figuras que viene atizando este tipo de discursos, planteando hace años la estigmatización de los inmigrantes, los planes sociales...
 
Por eso en Twitter algunes festejaban la agresión...
 
Exactamente. Es como decir “ha recibido su propia medicina”. Esto es muy importante en el fascismo. Cuando uno atiza los odios de esta manera no tiene un manejo de cómo van a expresarse. Berni va muy tranquilo a esa manifestación porque siendo una de las personas que atiza esos odios cree que puede encontrar apoyo en esta postura de salir con una ametralladora y plantear que la solución al problema social es meter bala. Y se encuentra con el resultado de lo mismo que él ha ido atizando junto a Bullrich, Milei y otra cantidad de figuras, sufriéndolo en carne propia. Más allá de que la agresión haya sido más organizada o más espontánea, me parece que da cuenta del peligro al que se expone la antipolítica. Se lleva puestos también a aquellos funcionarios que la atizan y puede dar lugar a figuras que parecen excluidas del mundo de la política, como Milei. Figuras que pueden correr el límite de lo aceptable porque no participan de una construcción que debiera tener algún nivel de responsabilidad por las consecuencias de acciones, discursos y prácticas.
 
Varios filósofos extranjeros vienen hablando de la ruptura de lo común. En la Argentina pareciera que la grieta -mencionada en tu libro más de una vez- llegó a un punto de no retorno. ¿Se perdió toda posibilidad de diálogo entre los que piensan distinto, que, encima, piensan cada vez más distinto?
 
Hay un quiebre en las formas de subjetividad que es un salto por sobre las experiencias fascistas previas. Tiene que ver con la articulación del fascismo con algunas consecuencias del neoliberalismo. El fascismo del siglo XX, europeo, plantea que hay grupos que no son parte de la comunidad. Todavía hay alguna noción de comunidad. En este neofascismo del siglo XXI no se recorta la noción de comunidad, sino que se busca hacerla implosionar directamente. Es la desaparición de la posibilidad de pensarse como parte de una comunidad. También está la pérdida del arte del diálogo con el que es distinto. Y esto va mucho más allá de la nueva derecha, atraviesa también a todo el campo popular y todas las representaciones de la izquierda, los sectores de centro. Es producto de la desaparición o destrucción progresiva de los espacios de encuentro de lo diverso, que en nuestro país fueron históricamente la escuela y la salud públicas, el barrio, la calle, instancias donde uno se encontraba con gente muy distinta a uno, social, económica, cultural y políticamente, y era capaz de construir herramientas para dialogar. Eso, producto también de una serie de transformaciones subjetivas de este momento neoliberal se ha ido destruyendo, entonces cada uno no sabe cómo hablarle a alguien que piensa distinto. Esto también está muy potenciado por las redes sociales, que nos ofrecen un filtro burbuja: potencian lo que pensamos y nos hacen desaparecer del entorno toda disonancia cognitiva. Entonces todos los que no piensan como nosotros son imbéciles, y son tratados como imbéciles. Eso impide cualquier diálogo porque nadie puede dialogar sobre la base de que el otro lo trata como un imbécil que no entiende. Esto se puede ver también en el campo del periodismo. Los medios tienen un alineamiento que hace que solamente publiquen noticias en un sentido y dirección, con una imposibilidad de incorporación de cualquier información disonante.
 
El enano fascista del que habla el libro, o el odio... ¿en qué proporción están en nosotros y en qué proporción son construidos por los medios?
 
Son las dos cosas. Todos nacemos con todo el acervo de emociones. Por supuesto que tenemos muchísimo odio dentro nuestro. La pregunta es qué hacemos con eso. La transformación en la sociedad se vincula a transformaciones en el periodismo y los medios, que atraviesan todo el espinel político y potencian lo peor de nosotros. En los últimos años de los '90 y a comienzos del siglo XXI, el Grupo Hadad encaró una transformación que liberó la lógica de legitimar el insulto, la descalificación, las formas soeces y la denigración como parte de algo aceptable y festejado dentro del medio. Como este estilo logró escucha y rating, irradió hacia otro montón de periodistas y medios. También hacia su escucha. El periodismo tenía un modo de hablar mucho más profesionalizado, un cuidado en el lenguaje, las formas, el modo de plantear que también irradiaba hacia el oyente. Un respeto hacia la opinión del otro que incluso uno podía encontrar en los periodistas de la derecha más dura. La transformación impulsada por Hadad se volvió hegemónica. Si somos formados en un espacio donde se nos muestra que la forma no es esa, nos la guardamos. Si participamos de un espacio donde se nos muestra que todos la dejan salir y eso está bárbaro, nosotros también la dejamos salir y así es como crece.
 
¿Qué escenario electoral imagina?
 
Profunda fragmentación de todos los campos, no sólo del partido de gobierno. El problema es que en esas situaciones puede pasar cualquier cosa. Esta nueva derecha constituye uno de esos sectores fragmentados, si no más de uno. Es muy relevante para el conjunto de los movimientos sociales entender la necesidad de crear lazos entre todas las fuerzas que no están dispuestas a avalar estas modalidades neofascistas para poder cerrarle el camino a aquellas figuras que lo plantean. Hoy el mayor peligro es la posibilidad de que alguna de estas expresiones pueda acceder al gobierno. Hay que pensar en cómo blindar al resto del sistema político ante este peligro. No parece ser lo que prima. Pareciera que hay una confusión, en la que cada uno está muy centrado en sus objetivos, enemigos y propias lógicas internas. Y esas son las circunstancias en las cuales no se observa cómo va creciendo ese huevo de la serpiente. Cuando uno lo deja crecer después se vuelve mucho más difícil de confrontar.
 
¿Cuáles son los límites del peronismo y de la izquierda? ¿En qué están fallando?
 
Mucho del crecimiento de las nuevas derechas se basa en la incapacidad de escucha de las distintas formaciones políticas del campo popular, que no puede hacer lugar a la palabra del otro, la estigmatiza, mientras que la nueva derecha ofrece una respuesta espantosa, pero lo está escuchando. ¿Qué escucha se tiene ante el nivel de sufrimiento y transformación de la vida que genera el aumento sostenido de la inseguridad a lo largo del tiempo, desde el fin de la dictadura hasta hoy? La mayoría de las respuestas del garantismo hacen una negación: “esto no es tan grave” o “no existe”. Este tipo de transformación de la vida que afecta sobre todo a los barrios populares se encuentra entonces, de un lado con la negación, del otro con la propuesta del “meta bala” que termina siendo la única que reconoce el problema. Un segundo nivel es el rol del narcotráfico en la transformación de los lazos sociales en los barrios populares. Un tema absolutamente ignorado por la mayoría del campo popular, y escuchado y utilizado como caballito de batalla por las nuevas derechas que ofrecen una salida absolutamente inefectiva, que es la intervención de las fuerzas armadas como estrategia de represión. Por último, lo que explica la adhesión de tantos varones jóvenes a las nuevas derechas es el efecto que ha generado un conjunto de injusticias y sufrimientos de varones muy jóvenes en relación a la marea verde y el avance del feminismo. Su impacto es tremendamente positivo en la mayoría de los planos, pero ha implicado situaciones concretas de problemáticas, sufrimientos e implementaciones discutibles de muchas lógicas, sobre todo la del escrache entre pares en el ámbito escolar. Esto también es ignorado y estigmatizado por distintos espacios del campo popular, y escuchado y aprovechado por las nuevas derechas, que montan sobre eso una salida terrible: la estigmatización de las luchas de género.
 
¿Nos debemos un debate acerca de la libertad expresión? ¿Debería haber cambios en la legislación para hacerle frente al fascismo?
 
Estoy bastante en desacuerdo con esa línea. ¿Esto se resuelve con una intervención legal o con una de carácter sociopolítico? Ahí es donde está un nudo importante. Los intentos de legislación sobre el negacionismo en general le han dado estatus de contrahegemónico. Han terminado siendo muy contraproducentes. La confrontación se tiene que dar en nuestra intervención en cualquier instancia. Preguntarnos qué hacemos en los medios, con la estructura política, cómo recomponer ciertos principios fundamentales del funcionamiento de la institucionalidad política. Tiene más que ver con acuerdos, diálogos, formas de reducir al mínimo a estos grupos. Plantear un rechazo generalizado que con formas de intervención legal que implicarían darle demasiada importancia a la formalización jurídica de algo que no se resuelve jurídicamente. Si tomamos esto como aceptable va a seguir creciendo, haya o no una condena. El derecho penal está para condenar acciones, no opiniones ni formas de opinión.

23 de marzo de 2025

Daniel Feierstein: “Lo que busca y logra la nueva derecha, en esto que llama batalla cultural, es poner en cuestión los sentidos aceptados colectivamente” (2/3)

En la introducción de uno de sus ensayos, Daniel Feierstein comenta que los asesinatos masivos han existido desde que el hombre habita la Tierra, algo que puede observarse tanto en fuentes de las distintas religiones como en diversos estudios sobre la prehistoria y la historia antigua. Si bien los seres humanos han confrontado desde tiempos inmemorables por los recursos y los territorios utilizado muchas veces el asesinato de los grupos enemigos como modo de resolución de esas confrontaciones, el término genocidio fue acuñado recién en 1943 por el jurista polaco Rafał Lemkin (1900-1959) en su libro “Axis rule in occupied Europe” (El dominio del Eje en la Europa ocupada). Combinando la palabra griega “genos” (raza, nación, pueblo) con el sufijo latino “cidium” (crimen, asesinato), analizó las atrocidades que los nazis infligieron a los judíos europeos. Dicha palabra comenzó a formar parte del Derecho Internacional cinco años más tarde para especificar el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivos de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.
Con posterioridad a la obra de Lemkin, otros sociólogos y politólogos analizaron las consecuencias de estos procesos al interior de los Estados nacionales, diferenciando los genocidios perpetrados en tiempos pasados de los que se desarrollaron a partir del siglo XX. Algunos denominaron este procedimiento como “genocidio ideológico”, en el que los abusos se cometen en la propia sociedad del perpetrador con claros objetivos políticos. Por su parte Feierstein definió como “genocidio reorganizador” al procedimiento cuyo objetivo principal no es la destrucción física de un determinado grupo de la sociedad, sino la destrucción de los lazos sociales a partir de la instalación del terror. En esa dirección, ha publicado numerosos artículos académicos en castellano, francés, inglés, alemán, italiano, hebreo y coreano, entre otras lenguas.


En su extensa carrera pedagógica se ha desempeñado como Profesor Invitado en universidades como las estadounidenses Rutgers University of New Jersey, la City University of New York y la Northeastern University de Boston; las alemanas Humboldt Universität zu Berlin, la Universität Heidelberg y la Universität Marburg; las españolas Universidad del País Vasco, la Universidad de Deusto y la Universidad Pompeu Fabra; la británica Queen Mary University, y en varias otras de Argentina, Chile, Colombia, México y Uruguay.
A renglón seguido se reproduce la segunda parte de la combinación de las entrevistas que fueron publicadas en los diarios argentinos “Página/12” y “Clarín” el 10/4/2023, el 6/9/2024 y el 10/4/2025 a cargo de María Daniela Yaccar, Bibiana Ruiz y Martín Porto respectivamente.
 
¿La falta de reactualización de consensos de la que usted habla se inscribe en lo que en su libro “Los dos demonios (recargados)” define como los “errores no forzados” del campo popular que dieron lugar a la instalación de este tipo de narrativas?
 
Cometimos mucho de lo que llamo “errores no forzados”. Primero, el quiebre del pluralismo político que tanto había enriquecido al movimiento de Derechos Humanos se transformó en la idea de “los organismos como una rama del kirchnerismo”, algo que le hizo un daño enorme tanto a los organismos como al propio kirchnerismo. Segundo: el abandono de la discusión franca y abierta, que había permitido, con mucho debate, forjar consignas como “aparición con vida” hacia el fin de la dictadura. Por el contrario, conceptos como “terrorismo de Estado” o “dictadura cívico-militar”, entre otros, se adoptaron sin un debate real y generaron consecuencias muy contraproducentes en las disputas por la memora. Por último, pero no menos importante, las lógicas cancelatorias clásicas del movimiento “woke” impidieron, como en otros temas, pensar críticamente. Si yo debo repetir las “verdades” de los derechos humanos, si la política hacia cualquier cuestionamiento, incluso negacionista, es una ley que les impida hablar, si ya tengo que pensar sobre todo… ¿Cuál creés que será el resultado? El que tenemos: que todo aquel que pregunta tiene dudas, que es curioso, y en especial si es joven, se volverá negacionista porque parece la única manera de poder pensar o discutir abiertamente, porque ahora resulta que para “apoyar la causa de los derechos humanos” sólo hay que repetir las “verdades” ya instaladas. Ninguna disputa por las representaciones se gana de ese modo. La cultura cancelatoria solo nos daña y nos hunde más.
 
Por el contrario, el negacionismo parece mostrar cierto grado de readaptación en su discurso. Usted le reconoce cierta “potencia, lucidez y originalidad” en la disputa por la creación de sentido. ¿En qué se identifican estos rasgos?
 
En la capacidad de cambiar. Los cómplices de los genocidas revindicaron su accionar durante veinte años y fueron marginales en la sociedad argentina, su escucha cada vez era menor. Hacia 2006 aproximadamente, empiezan a percibir que no es el camino. ¿Qué hicieron? Aprender de lo que los organismos de derechos humanos habían hecho bien y hacerlo en espejo, justo cuando los organismos comenzaban a dejar de hacerlo. Primero: dejaron de revindicar la dictadura y, por el contrario, recuperaron la visión de los dos demonios, pero ahora con una direccionalidad opuesta, lo que he llamado la versión “recargada”. Si los dos demonios decían “bueno, ya sabemos que la guerrilla cometió un montón de crímenes, pero el Estado actuó todavía peor y tenemos que centrarnos en eso”, la versión recargada dirá “bueno ya sabemos que el Estado cometió un montón de crímenes, pero acá nadie está hablando de los crímenes de la guerrilla”. Parece lo mismo, pero no, es bastante distinto. La direccionalidad es la opuesta, ahora se trata de iluminar “los crímenes de la guerrilla” cuando en la versión original se iluminaban los del Estado. Segundo: así como los organismos en el primero momento oscurecieron el carácter político de muchas de las víctimas del genocidio y las “angelizaron”, iluminando el rol de las madres, de los bebés secuestrados, de los estudiantes que alfabetizaban, entre otros; ahora los negacionistas hacen lo mismo en espejo. No se centran en el atentado al torturador comisario Alberto Villar, sino en las acciones más cuestionables de las organizaciones armadas, sea el asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci o algún niño que murió producto de una bomba que tenía otro objetivo, etc. Tercero: crean un organismo cuya base es la asesoría jurídica, el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), de donde surge la militancia de la actual vicepresidenta de la Nación Victoria Villaruel, que se configura hasta en su nombre como un espejo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Y, cuarto y principal: comprenden que la memoria colectiva se construye de abajo hacia arriba y de modo plural. Por lo tanto, en vez de buscar imponer una verdad “desde el aparato estatal”, salen a disputarla en las calles, en las escuelas, en los medios, en las redes sociales, particularmente entre los jóvenes y en todos los lugares donde se disputan las representaciones colectivas. Entonces, mientras el campo popular iba reforzando sus errores no forzados, el movimiento negacionista iba recuperando y reproduciendo en espejo lo mejor que había hecho el movimiento de derechos humanos en esos veinte años entre el fin de la dictadura y los primeros 2000.
 
En estos cuarenta años de democracia se pueden identificar tres momentos políticos en los que, con mayor o menor intensidad, desde el Estado se intentó un retroceso en términos de memoria colectiva (en los gobiernos de Menem, Macri y ahora Milei). ¿Cuál es la funcionalidad del discurso negacionista en la instalación de proyectos de corte neoliberal?
 
Bueno, es parte de lo que venía diciendo. Menem intentó instalar una política de “reconciliación” pero, paradójicamente, durante su gobierno avanzaron en la sociedad posturas muy interesantes. Fue uno de los momentos más lúcidos del movimiento de derechos humanos, que luego eclosionaron políticamente a partir de 1996 y son los que explican haber podido derrotar las políticas de impunidad con una originalidad y una potencia que se estudia en el mundo entero. Por otra parte, cuando Macri denuncia “el curro de los derechos humanos”, logra un éxito rotundo, pero porque había habido algunos casos de colusiones problemáticas entre organismos de derechos humanos y el aparato estatal. Entonces, Macri (todavía en la oposición) aprovecha eso para deslegitimar a los organismos completamente. Pero la confusión entre la militancia en un organismo de derechos humanos y la función estatal no la inventa Macri. Es un problema serio en el debate de los propios organismos y explica algunos de los errores no forzados de los que hablábamos. El tema es si queremos realmente poner estos temas sobre la mesa o sí, por el contrario, queremos hacer como si nada de esto existiera y seguir pensando que todo se explica por el que gana o pierde las elecciones. Las elecciones son el punto de llegada, no el punto de partida de estas disputas por las representaciones. Hay que recuperar la capacidad del pensamiento crítico.
 
¿Se puede pensar al negacionismo como un mecanismo habilitante del accionar represivo?
 
Es que sí. Jamás la discusión sobre el pasado remite al pasado. Cuando se busca condenar al accionar represivo pasado se pone límites al accionar represivo en el presente. Cuando se ponen peros, se avala la impunidad o se “relativizan” los crímenes del pasado; en verdad se está buscando relegitimar esas acciones en el presente. Todo el sentido de la ofensiva negacionista pasa por avalar el “protocolo” para relegitimar la representación a la protesta, algo que había quedado cuestionado a partir de las políticas de memoria. Y, además, homologar la protesta al delito común, dos prácticas totalmente opuestas ya que la protesta es una acción colectiva que busca reforzar el lazo social comunitario, y el delito común es una acción egoísta que quiebra lazos afectando a otros que también sufren. Creo que la derecha aprovechó muy bien esta confusión y que el movimiento de derechos humanos -en su comprensible deriva “garantista”- no supo distinguirlas. En esa homologación es que apareció esta idea de “los organismos defienden los derechos de los delincuentes y no los de la gente común”. Necesitamos volver a distinguir esas dos prácticas. Yo puedo defender los derechos de ambos, pero a la vez debo señalar con mucha claridad que cuando se reprime al que protesta se reprime a alguien que está haciendo algo bueno y útil para la sociedad, en tanto que cuando se reprime al que delinque se reprime a alguien que está haciendo algo dañino. Si no logramos volver a distinguir estos elementos, será muy difícil disputar las representaciones sobre la realidad.
 
En los últimos días se agudizaron rasgos preocupantes en el accionar del gobierno en términos institucionales: el nombramiento por decreto de dos jueces en la Corte Suprema, la apertura de sesiones ordinarias con un Congreso fuertemente custodiado y sin el ingreso de la prensa al recinto, el ataque a un diputado nacional en el marco de la asamblea, y la amenaza de intervención a la provincia de Buenos Aires, son algunos ejemplos. ¿Observa en esto un riesgo para la institucionalidad democrática?
 
Bueno, esto se vincula a otro debate que vengo intentando abrir ya hace más de un lustro, con muchos enojos en gran parte de la comunidad académica de Historia y Ciencias Sociales, que es el debate no sólo sobre la institucionalidad democrática, sino sobre el posible carácter fascista o neofascista de este momento histórico, algo que va bastante más allá de un gobierno determinado, porque de hecho cuando inicié el debate, Milei ni siquiera era candidato a nada. Pero sí, efectivamente cada día este gobierno da un paso más en el quiebre de la institucionalidad y el diálogo político: los ataques y agresiones diarios en las declaraciones presidenciales o particularmente en sus expresiones en redes sociales, desde “tiemblen zurdos” hasta “ratas K” o “cucarachas K”, entre otras; la represión de la protesta, en particular cuando es desarrollada por sectores populares, las causas judiciales contra organizaciones de base, los arrestos en la vía pública de manifestantes y el armado de causas judiciales contra los mismos, la revelación intencional y pública de información personal sobre un individuo u organización en las redes sociales, y las constantes amenazas por parte de las “milicias digitales” y las provocaciones en las movilizaciones masivas. Y sumemos en estos días la designación por decreto de dos miembros de la Corte Suprema que no cuentan con el apoyo parlamentario y la agresión física, que no es la primera, a diputados nacionales… Pero todo esto, como planteo en “La construcción del enano fascista” se venía incubando ya desde la respuesta oficial ante la desaparición de Santiago Maldonado, en la segunda mitad de 2017 e incluso la persecución y hostigamiento a su familia, muy en especial a su hermano Sergio… ¿Qué necesitamos para identificar los riesgos? Creo que el momento para actuar es cuando estas prácticas están en sus primeras etapas. Una vez que se permiten estas acciones… ¿cómo poner un límite? No hemos vivido, desde el fin de la dictadura, nada parecido a lo que estamos viviendo desde 2017. Pero mucho menos desde la asunción de este gobierno. Por eso esto no nace con Milei, porque Bullrich ya fue ministra de Seguridad y ya había comenzado estas prácticas que ahora se vuelven más graves. Creo que, al conectarse con un fenómeno que no es sólo argentino sino internacional, introduce un riesgo mayor. Ese desafío nos interpela a todos, pero el momento de actuar es ahora. Podemos recobrar la institucionalidad democrática o avanzar en una deriva cuyo final desconocemos, pero que no augura nada bueno para la mayoría del pueblo argentino.
 
¿Cuál debería ser la respuesta ante ese escenario?
 
La respuesta debe ser a varios niveles: recuperar la calle como espacio de protesta, restaurar el diálogo político para crear un cordón que impida el avance fascista y ser capaces de revisar los errores propios para recuperar la capacidad de interpelación de las mayorías y muy en especial de los jóvenes. No es sencillo, pero sí indispensable.
 
¿Por qué es importante retomar el concepto de fascismo?
Es un término súper interesante y actual. Da cuenta de la especificidad de una forma política que en nuestra región en general no conocimos antes de este momento. Es una experiencia eminentemente europea, de mediados del siglo XX, y las expresiones que tuvo en América Latina tendieron a ser bastante marginales. La percepción que por lo general tenemos es la de las dictaduras autoritarias, que han sido en algunos casos genocidas pero que sin embargo no han sido fascistas, en tanto no han logrado -ni siquiera han buscado- una capacidad de movilización reaccionaria. Su poder se basaba en la intervención de las fuerzas armadas y de seguridad, y la búsqueda, a través del terror, de paralizar a la sociedad, mientras que el fascismo busca movilizarla y que la violencia sea ejercida por distintos sectores sociales. Diferencia tres maneras de ver el fascismo y plantea que la definición adecuada para entender este tiempo es la de “práctica social”. Hay tres grandes grupos de trabajos sobre el tema. El primero plantea la idea del fascismo como ideología. Es relativa en el momento actual: la ideología fascista de la Europa del siglo XX está presente en algunas cosas, pero en otras no en los movimientos que vemos ahora. Ese fascismo venía de la mano de un nacionalismo expansionista, por ejemplo, que ahora no se ve. Una segunda perspectiva, más clásica de las ciencias políticas, es la del fascismo como sistema de gobierno, un sistema de dominación con una alianza de corporaciones que implica al poder empresarial, los militares, la Iglesia, los sindicatos. Esto está absolutamente ausente en el presente. Lo que tiene más potencia es la mirada del fascismo como práctica social, que prioriza qué tipos de construcciones y relaciones sociales busca construir.

22 de marzo de 2025

Daniel Feierstein: “Lo que busca y logra la nueva derecha, en esto que llama batalla cultural, es poner en cuestión los sentidos aceptados colectivamente” (1/3)

Daniel Eduardo Feierstein (1967) es un sociólogo e investigador argentino, especialista en el estudio de las prácticas sociales genocidas, los procesos de memorias y representaciones del pasado y su incidencia en las disputas políticas del presente. Nacido en el barrio de Villa Pueyrredón en la ciudad de Buenos Aires, estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, donde obtuvo los títulos de Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales. Actualmente se desempeña como profesor titular de la cátedra Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas en dicha Facultad, en la cual también ejerce como director del Observatorio de Crímenes de Estado. Asimismo, es director del Centro de Estudios sobre Genocidio y de la Maestría en Diversidad Cultural, ambos en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y miembro del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) y del Comité Nacional de Ética en la Ciencia y la Tecnología (CECTE).
Durante varios años de la década pasada se desempeñó como Profesor Titular del seminario de Maestría y Doctorado “La cuestión del genocidio y el derecho penal internacional desde la crítica criminológica” en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, y presidió la International Association of Genocide Scholars (Asociación Internacional de Académicos del Genocidio) durante el período 2013-2015. Como consultor independiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en temas como genocidio, derechos humanos y discriminación, ha trabajado en la elaboración de las Bases de un Plan Nacional de Derechos Humanos argentino.


Lo que sigue a continuación es un compilado de las entrevistas que concediera a las periodistas María Daniela Yaccar (“Página/12”-10 de abril de 2023) y Bibiana Ruiz (“Clarín”-6 de septiembre de 2024), y al periodista Martín Porto (“Página/12”-10 de marzo de 2025), en las cuales se refirió a la transformación del mapa político argentino, a cómo la historia condiciona los modos en que se percibe la realidad, al genocidio como práctica social y la necesidad de construir una memoria colectiva en una era atravesada por el negacionismo y las posturas neofascistas.
 
¿Cuál es el sentido de los genocidios y por qué es un absurdo pensarlos en categorías?
 
El tema es la mirada más clásica sobre los genocidios: gente malvada que decide matar gente. Y eso es banalizar el proceso genocida. Lo que hay que entender es que es una tecnología de poder. ¿Qué quiere decir eso? Que la forma de aplicar el terror en una sociedad es una herramienta que permite una serie de transformaciones sociales. Y es común, porque es una tecnología de poder tremenda pero exitosa. Y no deriva de la maldad, más allá de que se pueda mezclar con la maldad de quienes lo ejecutan, sino que deriva de la decisión de transformar a la sociedad, utilizando el terror masivo, que es un poco el eje de las políticas genocidas.
 
¿Cómo es que la memoria del pasado reciente también está en disputa?
 
Es interesante entender cómo funciona la memoria. En verdad es una capacidad que tenemos para usar el pasado en el presente. No es una caja donde guardamos cosas y las vamos a buscar. No funciona de esa manera. La memoria siempre se proyecta al presente, al pasado, y se resignifica desde el presente. Entonces, como funciona así, como capacidad, el pasado siempre juega un rol para definir qué queremos en el presente. Y hay muchas formas de contar el pasado, no infinitas, pero uno puede interpretar lo que pasó de distintas maneras. Por darte un ejemplo argentino, la forma mentirosa sería que en Argentina no hubo un aniquilamiento de personas durante los años ‘70. Pero dentro de las verdaderas, vos podés interpretar ese proceso de persecución estatal de muchas maneras. Podés verlo como una guerra entre dos facciones donde una terminó triunfando; podés verlo como un estado que se desborda y decide empezar a limitar los derechos de los ciudadanos. Esas han sido las miradas más clásicas en la Argentina, y son muy distintas. No es lo mismo pensar y analizar y recordar una experiencia afectando al conjunto social porque busca que todos se aterroricen y cambiar cómo nos relacionamos a partir del terror, que pensar que es un estado que tomó el poder, se desbordó y empezó a perseguir gente, donde básicamente lo que está en juego es este tema de la maldad en manos del aparato estatal. Entonces ese pasado siempre es producto de disputa. Y la idea de mi último libro es ver cómo tanto en el caso del nazismo, en el primer capítulo y parte del segundo, como en el caso argentino, se llevó a cabo esa disputa y cómo se juega hoy. Porque además va cambiando con el tiempo, hay distintos objetivos: como el presente va cambiando, ese pasado también va jugando cada vez un papel distinto.
 
Si la forma gramsciana clásica de “disputas por el sentido” es más preciso, ¿qué busca la nueva derecha instalando el concepto de “batalla cultural”? ¿Cómo se explica esta realidad hoy, con un “objeto de la batalla”?
 
Lo que busca y logra la nueva derecha en esto que llama batalla cultural es poner en cuestión los sentidos aceptados colectivamente, te diría en el último medio siglo -en algunos casos en el último siglo-. Entonces, algunos de los valores aceptados tenían que ver con el rol del Estado, el hacerse cargo de todos los miembros de una sociedad, el entender que yo tengo responsabilidades con todos aquellos que conviven conmigo en el mismo territorio. La nueva derecha trata de poner en cuestión esto. Y aprovechando algunas cuestiones de los cambios de los últimos treinta años, donde ese progresismo que había sido resultado de estas valoraciones de lo comunitario empezó a entrar en problemas, en una serie de confusiones, en ese discurso victimista, entró en esta lógica de construir siempre al otro como enemigo, de modo esencialista, incluso. Y lo podemos ver en las lógicas de género, en las lógicas étnicas. Esto es aprovechado por la nueva derecha para interpelar a los sectores que están sufriendo, pero que quedan afuera de esta visión del mundo del progresismo, como suponer que alguien, por ser hombre, ya automáticamente es el mal y no sufre, que por ser blanco u occidental automáticamente es el mal y no sufre, que sólo corresponde reparar a determinados miembros de determinados colectivos, no dinámicamente como se hacía hasta hace treinta o cuarenta años, sino de modo esencial. Porque una cosa es decir el Estado tiene que reparar a los que más están sufriendo hoy y otra cosa es decir el Estado tiene que reparar a las mujeres o a los indígenas o a los afrodescendientes. La lógica esencialista divide el mundo de modo binario y asigna el bien y el mal a esas lógicas binarias. Ese es el rol de esa disputa por el sentido que está ganando la nueva derecha en esa batalla cultural.
 
Si la nueva derecha reivindica figuras como la de Alberdi o Roca y a la vez cuestiona los sentidos construidos en relación a la última dictadura, ¿cómo es leído esto por las generaciones más jóvenes? A la vez, ¿existe la voluntad de incidir en el debate político, y en qué se parecen los intelectuales de la nueva derecha a los de las décadas del ‘50, ‘60, ‘70, ‘80?
 
Una de las cosas que pasó para entender por qué se quiebran los consensos en Argentina es también que pasó el tiempo y esos consensos tenían que ver sobre todo con generaciones que vivieron esos hechos. Pero lo real es que para los jóvenes de hoy esos hechos están muy lejos. No es que están un poco lejos, están muy lejos. Entonces, no sólo que ellos no participaron, sino que en algunos casos ni siquiera sus padres participaron, son hechos que hacen referencia a sus abuelos. Eso es lo que lleva a que haya que repensar esos usos del pasado también desde nuestras perspectivas. No sólo mirar cómo ha aprovechado este quiebre la nueva derecha para poder decir cosas que no se podían decir, sino cómo hay que construir otras aproximaciones a ese pasado que puedan interpelar a gente que pueda entender por qué ese pasado le sigue influyendo en su vida, aunque haya pasado hace tanto tiempo. O sea, que pueda entender que hay una vinculación entre la realidad que tiene hoy y la realidad que se vivió en los años ‘70, pero que esa vinculación no es automática, porque justamente no lo vivieron ellos, no lo vivieron sus padres. Es una vinculación que tiene que ver con cómo ese terror siguió irradiando a lo largo del tiempo y qué consecuencias trae hasta hoy. Y por qué es importante esa discusión. Así como uno podría plantear por qué es importante la discusión tanto del genocidio en la Argentina del siglo XIX como de las ideas de Alberti, o de Roca, o de Sarmiento, o de cualquiera de los líderes políticos de ese momento en Argentina. Pero otra vez, esos usos del pasado siempre van cambiando con el tiempo. Y hay que ver cómo uno puede conectar esos problemas del pasado con los problemas del presente, porque eso es lo que va a dar la clave para que uno pueda interpelar a nuevas generaciones.
 
¿Cómo incide la cultura de la cancelación en la reflexión actual sobre el pasado?
 
Creo que la cultura de la cancelación es un problema enorme del progresismo, uno de los más grandes, porque impide pensar. O sea, pensamos las identidades de modo esencial y pensamos la realidad con algunas consignas que tenemos que repetir y no permitimos que nadie se mueva de esas consignas. Y esto es el antipensamiento, y le ha dado mucha fuerza a la nueva derecha cuando de pronto dice “tenemos que animarnos a decir algunas cosas”. El problema es que a uno le puede parecer espantoso eso que dicen, pero lo real es que hay que ponerlas sobre la mesa y explicar por qué. No es que alcanza con decir son espantosas, no las pueden decir. Porque el proceso de pensamiento requiere la crítica y para la crítica tenemos que ser capaces de poder decir cualquier cosa y poder ponerlo en cuestión, y poder hacernos responsables de lo que decimos. Y entonces, si decimos una barbaridad, después tenemos que hacernos cargo de la barbaridad que decimos. Pero el problema no es que directamente quedamos cancelados. Y además ¿quién evalúa qué es una barbaridad? ¿Quién evalúa qué se puede decir y qué no? Eso nos lleva a un territorio muy peligroso.
 
¿Por qué se abandona la crítica, una herramienta fundamental del campo popular y el progresismo?
 
Creo que es un clima de época que tiene que ver con estas derivas del progresismo que decíamos, con el rol de las redes sociales que dificultan el pensamiento crítico. Si vos tenés que tomar una posición en 256 caracteres, es difícil que puedas darle complejidad a esa posición. Eso ha facilitado la división binaria, estas grietas de las que hablamos en la Argentina, pero que no existen sólo en la Argentina, son internacionales, que es o estás del lado del bien o estás del lado del mal. Y esto impide que pensemos, pero además impide que hablemos. Es muy interesante cómo se han quebrado parejas, familias, núcleos de amigos por no poder aceptar la diferencia en la evaluación de la realidad. Digamos que es algo que te enriquece. Podemos tener visiones distintas y podemos aprender de la visión del otro si dejamos de lado esa cultura de la cancelación, si podemos aceptar escuchar otra posición, aunque no nos guste y aunque no nos convenza, pero hay un 10 % que reconocemos que puede tener algo de verdad. Así como el otro, a partir de ese reconocimiento nuestro, puede reconocer que hay una parte de nuestro planteo que también tiene algo de verdad. Y ahí es donde se permite la reconstrucción del lazo social. Es una herramienta central incluso para poder pensar cómo librar esas disputas por el pasado que tienen que librarse escuchando las otras visiones, incorporándolas en un sentido crítico, pudiendo, en vez de cancelarlas, explicar por qué son problemáticas, por qué podrían incluso ser peligrosas, por qué pueden ser erróneas, por qué son distorsionadas.
 
En su estudio comparado sobre genocidios, usted plantea el concepto del genocidio como un proceso, una tecnología de poder que busca incidir en el sistema de representación y transformar la identidad de un pueblo a través del terror. ¿Qué huellas dejó en la sociedad argentina la violencia estatal de los ’70?
 
El genocidio argentino, como la mayoría de los genocidios, fue bastante exitoso en la transformación de los lazos sociales. Los niveles de solidaridad, la construcción de una “comunidad”, valores como la indignación ante la injusticia o la profundización de la miseria, se vieron profundamente afectador, no solo por los miles de compañeros que nos faltan sino por el efecto del terror y de las respuestas ante el terror en quienes quedamos vivos y en las generaciones que continúan. Zygmunt Bauman retomó un concepto de los griegos, “adiaforización”, que traduce como “invisibilidad moral”. El genocidio profundizó nuestra invisibilidad moral, logró aumentar nuestra incapacidad de rebelión ante el mal, nos habituó a poder ver gente durmiendo en la calle, sufriendo frío o hambre y pasar caminando como si no existieran. Si bien este individualismo extremo, el cinismo o el nihilismo son parte de un clima de época que cobra fuerza con el fin de la Guerra Fría, en el caso argentino es imposible explicarlo sin tomar en cuenta las consecuencias del genocidio. La lucha contra la impunidad y la posibilidad de juzgar y condenar a muchos responsables permitió algunos niveles de reconstrucción en Argentina, sobre todo si comparamos con Brasil o España, por ejemplo, que no vivieron nada parecido a eso, pero no implica que haya permitido reconstruir una visión más cooperativa del lazo social. Gran parte del movimiento de derechos humanos -con todo el valor que ha tenido- se estructuró a fines de la dictadura en base a la defensa de derechos individuales. El concepto de derechos colectivos o derechos de los pueblos quedó mucho más oscurecido y en general no hemos sido capaces de recuperarlo como sociedad.
 
¿Qué factores hicieron posible la expansión de la narrativa negacionista en una Argentina cuyo contrato democrático parecía construido sobre sólidos consensos respecto de los crímenes de la última dictadura militar?
 
Varias cosas. Debemos comprender que el tiempo pasa. Los consensos construidos en 1983 no podían durar por siempre. Hoy tenemos millones de personas que nacieron después de esa fecha. Esos consensos necesitaban reactualizarse en cada generación. Y eso no ocurrió, particularmente en los últimos veinte años. 

16 de marzo de 2025

Samanta Schweblin: “Soy lectora de cuentos. Me atrae el género por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector” (2/2)

Samanta Schweblin piensa que la literatura está muerta si no hay quien la lea: “La literatura sucede a un ritmo de baile de a dos, un paso el escritor, otro paso el lector. Y la principal regla del baile es la misma que en la escritura: se baila de a dos pero sin pisarse”. Considerada una de las escritoras contemporáneas más destacadas de la literatura argentina y latinoamericana, sobre ella ha dicho la novelista, ensayista y poeta estadounidense Siri Hustvedt (1955): “Schweblin combina el impulso urgente que caracteriza a toda gran narrativa con precisas, aunque inquietantes, descripciones de sentimientos humanos que a menudo no tienen nombre, esas zonas ambiguas de la realidad humana donde se entremezclan el asombro, el temor y el deseo”. En el mismo sentido se expresó la escritora estadounidense Lorrie Moore (1957): “Nadie escribe como Samanta Schweblin. Sus historias son únicas, maravillosamente impredecibles y cautivadoramente extrañas”. Otro tanto ha hecho el escritor español Enrique Vila Matas (1948): “El asombro nos deja desarmados ante algo que creíamos familiar y que en un instante se nos muestra como absolutamente nuevo. En la experiencia de leer a la gran Schweblin se produce ese movimiento. Hay un antes y un después y el recuerdo de algo que no va a dejarnos nunca”.
En las entrevistas que ha concedido a raíz de la publicación de “El buen mal”, además de referirse a sus características y a su concepción de la literatura en general, ha manifestado su inquietud con respecto a la situación que vive la Argentina donde, según sus palabras, “se está librando una batalla cultural que es muy fuerte. Hay una cultura que trata de aniquilar a otra. Tratar de anular la cultura en un país en el que la misma cultura ha sido un lugar de resguardo y de brutal resistencia no es nada inteligente. Hemos pasado por estos ciclos antes, muchas veces -agregó-. Y como la mujer de este libro, nos volvemos a poner de pie. Depende con qué regla se mida esto: si realmente estamos sucumbiendo o si estamos pasando por un pésimo momento”.


Lo que sigue es la segunda parte de la compilación de fragmentos de las entrevistas aparecidas en las revistas “Vice”, “Cabal” y “Letras Libres”, y en los diarios “Infobae” y “Clarín” en los años 2013, 2019, 2022 y 2025.
 
¿Cómo comenzó todo esto? ¿De dónde proviene tu vocación?
 
Creo que es algo que siempre estuvo ahí. No hubo un momento mágico de revelación, es algo que hice desde que tengo memoria. Cuando no sabía escribir le dictaba las historias a mi mamá. Lo que si tuve fue una infancia muy estimulante. Mis papás me leían muchísimo. Y mis abuelos maternos, los dos artistas plásticos, tuvieron una presencia muy fuerte también en mi formación.
 
¿Qué es lo que más te divierte, en lo personal, del proceso de planificación y armado de un libro?
 
La escritura. El momento en el que al fin sé más o menos qué es lo que quiero contar, y empiezo a trabajar en una historia. Antes podía hacer una distinción entre la etapa de escritura y la de reescritura, o corrección. Ahora prácticamente se dan juntas, hace tiempo que reescribir y corregir dejó de ser un ejercicio de recorte para convertirse en uno de amplitud, en parte de la propia escritura.
 
¿Qué tipo de lecturas son las que más te movilizan o conmueven?
 
Las que me ayudan a descubrir o entender algo nuevo, aunque solo se trate de un detalle en el que no había pensado antes.
 
¿Las ficciones revelan de manera inevitable algo de la psicología de su autor, o es posible escribir sobre lo que no se es o no se comprende?
 
Un lector atento puede deducir mucho de un escritor, más de lo que al escritor le gustaría. Cuando uno lee, lee la historia, pero lee también al autor. Es incómodo, pero finalmente el lector sigue las huellas de un recorrido que siempre es personal, incluso cuando no es autobiográfico.
 
¿Trabajas los cuentos en función del final o podés partir de una idea sin tener claro dónde te lleva? ¿Qué podés contar acerca de tu método de trabajo?
 
Puedo jugar un rato con algo que no sé qué forma tendrá, a modo de prueba o de ejercicio. Pero para meterme más en la historia y ponerme realmente a trabajar necesito entender un poco más el final, hacia dónde voy. A veces esto puede ser descubrir la imagen final con mucha nitidez, otras, apenas tener una idea de clima, o una sensación, pero avanzar a ciegas me trae muchos problemas. Si no sé hacia dónde voy prefiero leer, caminar, pensar, rondar la idea sin las fatalidades de tener un lápiz a mano, que fija y concreta las palabras más rápido de lo que puedo elegirlas.
 
¿Le das más importancia a la trama, a la atmósfera, a la construcción de los personajes, o el relato es una unidad en la que cada uno de esos elementos debe tener peso propio?
 
Es una unidad. A veces tengo claras las ideas, pero no puedo avanzar hasta no encontrar al personaje, a veces veo con claridad el personaje, pero sin una idea que lo empuje a moverse es imposible ponerlo en acción. A veces tengo ambas cosas, pero ni el clima ni el tono parecen acompañarlos. Pero con el tiempo también fui descubriendo que hay que prestarle mucha atención a la primera impresión que uno tiene de una idea. Todo está ahí, la extensión, el género, el personaje, la cadencia del narrador. El germen más auténtico de una idea tiene a veces todas las pistas que se necesitan para avanzar.
 
¿Reconoces características comunes a los escritores de tu generación, hay algo que los distancie de la tradición y los distinga de algún modo?
 
No puedo identificar nada en particular, pero quizá sea porque justamente pertenezco a esa generación, quizá se necesite un poco más de distancia para contestar esto. Sí creo que nos leemos mucho más entre nosotros. No porque las generaciones anteriores no se leyeran entre sí, sino porque los tiempos entre los que un uruguayo terminaba un libro y en los que ese libro llegaba finalmente a manos de un colombiano eran mucho más largos. Hoy nos leemos prácticamente en vivo, nos influenciamos más, discutimos o nos entendemos a través de los libros de una forma más inmediata, y seguramente eso tendrá su impacto sobre lo que escribimos.
 
¿Cómo llegaste a esa idea de que la literatura está muerta si no hay quien la lea?
 
Supongo que en mi propia experiencia como lectora. Siempre tuve una suerte de atención muy curiosa de lo que me pasa a mí como lectora cuando leo o escucho una historia. Si me distraigo, intento entender por qué, dónde exactamente un texto me soltó, si no puedo parar de leer, intento dilucidar cuáles son las herramientas, las promesas y los contenidos que me hacen conectar con un texto de una forma tan potente. Como lectora, no me gusta que me digan qué está saliendo de la galera del mago, me gusta que me den el espacio para meter yo misma la mano y descubrir y nombrar yo misma las cosas que voy sacando, me gusta que me tomen en serio, que el escritor cuente con que voy a ser capaz de seguirle los pasos.
 
¿Y recordás lecturas que te hayan revolucionado, transformado?
 
Por supuesto que recuerdo muchos de esos saltos, de esos descubrimientos vitales después de cerrar un libro. Como lo fue leer a Kafka o a Boris Vian a mis trece o catorce, los cuentos de Di Benedetto en la secundaria, o como lo fue cuando descubrí la obra de Vivian Gornick y los ensayos de Ursula Le Guin. Pensar sólo es como caminar por ahí, parando cada tanto para tomar nota. Pensar con el otro es como si un amigo pasara con el coche y te ofreciera llevarte. Imaginate si encima pudieras elegir en qué dirección querés ir, y quién querés que maneje. No entiendo realmente por qué no nos pasamos el día entero leyendo.
 
Si la magia ocurre cuando el lector o la lectora se hacen preguntas ¿cómo interviene esa idea, pero ya no como lectora sino cuando escribís?
 
Gran parte de mi escritura es en realidad reescritura, y tiene mucho que ver con ese ejercicio de distancia, con intentar leerme como lectora. Es muy difícil pensar que uno es capaz de tomar esa distancia, es casi una ingenuidad, pero es parte del ejercicio de la escritura. Casi diría que una de las partes más importantes. Pensando en mi experiencia como tallerista, enseñando escritura creativa y viendo cómo crecen los autores que recién empiezan, diría que aprender a leer lo que dice un texto que acabamos de escribir, leer realmente eso que el texto está diciendo y no lo que nos gustaría que diga, es una de las cosas que más cuesta aprender.
 
¿Qué motiva a una escritora a escribir cuentos en un momento en que el mercado editorial exige novelas casi como requisito para ser publicada?
 
Supongo que lo mismo que motiva a muchísimos lectores a seguir leyendo cuentos, a pesar de las tendencias del mercado editorial. Soy lectora de cuentos. La mitad de mi biblioteca es de cuentos y si alguien me recomienda un nuevo autor lo primero que intento es buscar a ver si tiene un libro de cuentos. Me atrae el género por su inminencia, por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector.
 
¿Qué te motiva a escribir en ocasiones cuentos fantásticos o bien, cuentos realistas que incluyen anormalidades en su trama?
 
A veces me asusta la etiqueta de “género fantástico”; el lector que busque fantasmas, brujas y mundos paralelos va a llevarse una desilusión. Mi fascinación por el género fantástico nació de mis lecturas de Adolfo Bioy Casares, Antonio de Benedetto, Julio Cortázar, donde todo sucede en un plano realista, pero hay algo: un detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a la posibilidad de otra cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando escribo es lograr correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y otra vez que lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un espacio cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo desconocido. Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor!
 
Las últimas ocasiones en que hemos hablado has estado en otros países, no en tu natal Argentina. ¿Ya vives el desarraigo de muchos de tus personajes? ¿Qué haces en Berlín, tan lejos de las deliciosas facturas argentinas?
 
Ay, qué buenas son las medialunas de Buenos Aires. Buenos Aires es mi ciudad, me encanta, y ahí es donde me imagino viviendo a largo plazo. Pero surgieron algunas invitaciones interesantes y la idea de vivir un período en Europa me entusiasma. Ahora por ejemplo estoy por cumplir un año en Berlín, y acaban de invitarme unos meses a Shanghái. Me parece un destino tan insólito que hasta me cuesta imaginarme en un lugar así, pero estoy muy entusiasmada, por supuesto. Ya me lo decía Liliana Heker: con la literatura no se gana dinero, es verdad, pero puede conocerse todo el mundo sin gastar un solo centavo. Y yo, agradecida.
 
Ya que es claro que no eliges escribir este tipo de historias por ganar dinero, ¿qué te lleva por esos temas poco ortodoxos a la hora de escribir?
 
Siempre me impresionó el trabajo de mi abuelo paterno durante la Segunda Guerra Mundial. Hacía la “avanzada” para el ejército francés. Es decir, intentando no ser visto, iba en bicicleta varios kilómetros por delante de su batallón, para acercarse lo más posible al enemigo y regresar constantemente con información. Creo que la literatura tiene mucho de esto. De acercarse al abismo, a los miedos y los odios más profundos que no reconoceríamos ni en nosotros mismos; de la posibilidad inaceptable de la muerte, y regresar a la vida diaria lo más ilesos posibles.
 
Aunque no hay una prohibición escrita para que las mujeres se dediquen a la literatura, es curioso notar que en los catálogos de las editoriales (grandes y pequeñas) haya muchas menos mujeres que hombres. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Te ha limitado en el desarrollo de tu carrera el hecho de ser mujer?
 
Una vez un crítico dijo, intentando ser halagador, que mis cuentos parecían escritos por un hombre. Supongo que un comentario como este delata claramente qué tipo de autoras leía este señor. También suele pasarme que, cuando digo que escribo “cuentos”, los menos lectores sonríen condescendientemente y preguntan: “¿Para chicos?” Supongo que a un hombre no le preguntarían esto. Pero más allá de este tipo de anécdotas, ser mujer nunca fue un problema, creo que eso ya está bastante resuelto en nuestra generación. De hecho, propongo olvidarnos de esto como un problema. Si no, suceden cosas que terminan jugando en contra, como encapricharse en que la mitad de los autores de una antología sean mujeres, cuando lo único que debería importar es la calidad de los textos. Creo que el terreno ya está ganado, ahora hay que ocuparse de escribir bien, y poco a poco la balanza se irá compensando.
 
He leído varias entrevistas en las que mencionas a los escritores que de alguna manera han influido en tu escritura, pero ahora mismo no recuerdo la mención de alguna mujer latinoamericana; mencionas a Patricia Highsmith, a Grace Paley… ¿Será que no te venían a la mente en esas entrevistas que respondiste o no te gusta la escritura de ninguna mujer de América Latina?
 
Ah, muy buena pregunta. Tenés toda la razón. Lo que pasa es que ese tipo de respuestas suelen estar relacionadas con los grandes maestros que nos influenciaron, y la verdad es que uno de mis grandes amores fue la literatura norteamericana, y fueron un par de generaciones en donde no hubo muchas Flannery O’Connor o Patricia Higshmith. Pero claro que hubo lecturas de escritoras de América Latina fundamentales. Para empezar, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, fueron libros de cabecera en mi infancia: mi abuelo me los leía de pie, casi a los gritos por la pasión que sentía por ellos, así que aprendí a adorarlas desde chiquita. Después vino María Luisa Bombal, Silvina Ocampo por supuesto, la genial Hebe Uhart, Liliana Heker, Luisa Valenzuela. Y haciendo un salto a la literatura contemporánea tengo el lujo de compartir generación con autoras como Mariana Enríquez, Guadalupe Nettel, Lina Meruane y todas las que me debo estar olvidando.