27 de agosto de 2024

Nietzsche como presupuesto ideológico del nazismo: mitos y leyendas

Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) fue uno de los filósofos más polémicos del siglo XIX. Sobre todo a partir de que el nazismo buscó, en su momento, adueñarse de sus palabras para sustentar sus argumentos. El filósofo alemán destinó buena parte de su existencia a focalizar su pensamiento en el hombre, no desde el punto de vista estético o metafísico, sino desde el aspecto aquel por el cual, en el largo transcurso de la historia, ese hombre se había transformado en un sujeto sometido, gregario, inauténtico y resentido. Indagando sobre la causa de esa falta de autenticidad, Nietzsche dedujo que el origen se encontraba en la moral.
Para el autor de “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral), el hombre tenía la necesidad de sentirse protegido y amparado por un dios, por una imagen, por una institución, en fin, por una moral. Por esa razón dedicó su trabajo a la tarea de derribar, de desmitificar los iconos y los valores que la humanidad había idealizado. Según Nietzsche, el hombre -mezquino, superfluo e ingrato- había reemplazado a su Dios por el Estado. En “Also sprach Zarathustra” (Así habló Zaratustra) aseveró: “Dios ha muerto, su amor por los hombres lo ha matado”, idea que en cierto modo suscribió el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) cuando afirmó en 1969 en su ensayo “Logique du sens” (Lógica del sentido) que Dios había experimentó piedad por el hombre, y esa piedad fue la causa de su muerte.
Es decir que Nietzsche intuía ciertos peligros derivados de la acción de un Estado omnipresente, lo que lo llevó a anunciar que éste ocasionaría la muerte de los pueblos. En este contexto, resulta absurdo aceptar que su filosofía se haya circunscripto como el presupuesto ideológico del nazismo. El filósofo argentino y escritor argentino de origen rumano Tomás Abraham (1946) acotó además en 1996 en “El último oficio de Nietzsche y la polémica sobre el nacimiento de la tragedia”: “Nietzsche despreciaba a los antisemitas, ni siquiera estaba en contra de ellos. Veía el antisemitismo como una moda cultural empleada para tapar la propia pequeñez”. También, en el lejano año de 1893, la escritora y psicoanalista rusa Lou Andreas Salomé (1861-1937) consideró en su ensayo “Friedrich Nietzsche in seinen werken” (Friedrich Nietzsche en sus obras) publicado en Viena en 1894, que Nietzsche había sido el primer estilista de su tiempo, advirtiendo que el pensamiento del filósofo podría ser utilizado para desarrollar oportunistas fórmulas de difusión.
Pero no sólo algunas teorías filosóficas de Nietzsche fueron reinterpretadas por el nazismo. Adolf Hitler (1889-1945), uno de los fundadores del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (comúnmente conocido como Partido Nazi) y su máximo dirigente desde 1934 hasta su muerte, también hizo en su libro “Mein kampf” (Mi lucha) referencias a grandes filósofos como Immanuel Kant (1724-1804) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) e incluso al naturalista Charles Darwin (1809-1882). La primera parte de dicho libro fue escrito durante su permanencia en la cárcel de Landsberg, una penitenciaría ubicada en Baviera a la cual fue enviado tras su fallido intento de golpe de Estado organizado en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich.


En él, además de elementos autobiográficos, expuso sus futuros proyectos gubernamentales, definió a la raza aria o germánica como biológicamente superior utilizando el término “übermensch” (superhombre), vocablo que Nietzsche que había aplicado en su citada obra “Así habló Zaratustra”, y utilizó fragmentos de “Protokoly sionskij mudretsov” (Los protocolos de los sabios de Sion), un texto antisemita publicado por primera vez en 1902 en la Rusia gobernada por el zar Nikolái Aleksándrovich Románov (1868-1918), Nicolás II -probablemente escrito por miembros de la Ojrana, la policía secreta zarista-, para exponer un supuesto complot judío para controlar el mundo. También citó la obra del famoso empresario norteamericano Henry Ford (1863-1947), antisemita él, titulada “The international jew, the world's foremost problem” (El judío internacional, el mayor problema mundial).
Años más tarde, en medio de la gran inflación que siguió a la Primera Guerra Mundial y la enorme crisis económica producto de la quiebra del Creditanstalt, el mayor banco austriaco, en enero de 1933 Hitler fue nombrado Reichskanzler (Canciller imperial) y luego, en agosto de 1934 tras la muerte del presidente Paul von Hindenburg (1847-1934), se autoproclamó Führer (líder) y asumió el poder supremo del Estado germano, transformando la República de Weimar (el régimen político basado en una democracia parlamentaria creado tras la derrota del Imperio alemán en la Primera Guerra Mundial) en el Tercer Reich, un gobierno totalitario y dictatorial caracterizado por su ideología racista y ultranacionalista que suspendió los derechos civiles básicos, proscribió a todos los otros partidos políticos, ganó el apoyo de la mayoría de los clérigos católicos y protestantes, utilizó un gran despliegue de propaganda, alentó a las mujeres “de raza pura” a dar a luz tantos niños “arios” como les fuera posible y, como principio de “seguridad nacional”, impulsó la eliminación de los pueblos de “raza inferior” (los judíos), algo que se concretaría con la perpetración del Holocausto.
Aciagamente esa cosmovisión totalitaria elaborada por el nazismo influyó en filósofos de la talla de Carl Schmitt (1888-1985), autor de ensayos como “Politische theologie” (Teología política) y “Politische romantik” (Romanticismo político) en los que expresó sus teorías sobre la soberanía, el Estado, el Derecho y una enérgica crítica al liberalismo, y también en Martin Heidegger (1889-1976), autor de obras relevantes como “Aus der erfahrung des denkens” (De la experiencia de pensar), “Sein und zeit” (El ser y el tiempo) y “Kant und das problem der metaphysik” (Kant y el problema de la metafísica). El primero de ellos militó en el Partido Nacionalsocialista y ejerció diversos cargos bajo el régimen nazi entre 1933 y 1936 hasta que, debido a las amenazas recibidas por parte de las Schutzstaffel (SS), la organización paramilitar y policial del nazismo que lo consideraron un advenedizo, decidió dar un paso al costado. Mientras tanto el segundo se unió al partido nazi desde 1933 hasta su disolución en 1945 e influyó notablemente en el pensamiento filosófico del nazismo. Cuando fue elegido rector de la Universidad de Friburgo tres meses después de la llegada de Hitler a la cancillería del Reich, si bien prohibió los carteles antisemitas colocados por estudiantes nazis, permitió la quema de libros judíos y puso fin a los subsidios a estudiantes becados que no fuesen de origen ario.
La palabra ario, un vocablo proveniente del sánscrito, fue utilizada por Nietzsche en el sentido de un “origen noble o aristocrático”, queriendo hacer referencia a los pueblos con poder y cuyos valores eran la afirmación de la vida y de la fuerza vital, pero nunca la usó con la intención de justificar un pensamiento basado en el racismo biológico como hizo el nazismo.


Volviendo a Nietzsche, en su ensayo de 1886 “Jenseits von gut und böse” (Más allá del bien y del mal) empleó la expresión “der wille zur macht” (la voluntad de poder) como la aspiración principal de los seres humanos, como la ambición de lograr sus deseos y ubicarse en el lugar que sentían que le correspondía. Este concepto también fue apropiado por el nazismo y pasó a constituir uno de los pilares conceptuales de su relato asociado al de “superhombre”. Los nazis reformularon el concepto trocándolo en la dominación de los hombres superiores sobre los inferiores. La dominación de unos pueblos sobre otros se justificaba por una supuesta superioridad biológica; así como los seres del reino animal más “hábiles” eran los que prevalecían, las sociedades “superiores” debían imponerse, haciendo desaparecer al resto, una idea que acabó por convertirse en uno de los pilares del pensamiento filosófico nacionalsocialista.
Para muchos historiadores resultó indispensable internarse en la familia del autor de obras sustanciales como “Zur genealogie der moral” (La genealogía de la moral) y “Götzen dämmerung, oder wie man mit dem hammer philosophirt” (El ocaso de los ídolos, o cómo se filosofa a martillazos) para entender la relación de su filosofía con el nazismo. Suele ponerse el foco en la figura de su hermana Therese Förster Nietzsche (1846-1935), creadora del “Nietzsche Archiv” (Archivo Nietzsche) en 1894 y, tan nacionalista alemana como antisemita, fervorosa partidaria del nazismo a partir de 1930 hasta el punto de que el propio Hitler asistió a su funeral. También en su marido Bernhard Förster (1843-1889), profesor de Latín, Griego e Historia en la escuela secundaria Friedrichs Gymnasium und Realschule de Berlín, quien en 1880 impulsó la llamada “Antisemitenpetition” (Petición antisemita) que exigía la eliminación de leyes esenciales de igualdad para los judíos y, un año después, fundó junto al político y editor Max Liebermann von Sonnenberg (1848-1911) la organización antisemita “Deutscher Volksverein” (Asociación del Pueblo Alemán).
El matrimonio viajó a Paraguay en 1887 acompañado por varias familias alemanas con la intención de fundar una colonia a la que denominaron Nueva Germania. La principal actividad de estos colonos fue la explotación de la yerba mate. Luego el matrimonio se trasladó a la localidad de San Bernardino y se instaló en el Hotel del Lago, lugar en el que Förster fallecería como producto de una sobredosis de morfina y estricnina. Poco más de cuatro décadas más tarde, en 1934, Hitler ordenó un servicio funerario en su memoria y envió tierra desde Alemania para que se esparciera alrededor de su tumba.


Si bien es cierto que el nazismo tomó fragmentos de la obra de Nietzsche para sostener su ideología, resulta claro que ignoró otros en los que el autor desacralizaba al nuevo ídolo, el Estado, de la misma manera que desacreditaba a toda doctrina que intentara imponerse por la fuerza. A pesar de ciertas afirmaciones confusas y discordantes que pueden encontrarse en su extensa obra, queda claro que el autor de “Menschliches, allzumenschliches. Ein buch für freie geister” (Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres), “Die fröhliche wissenschaft” (La gaya ciencia), “Der antichrist” (El anticristo) y “Morgenröthe. Gedanken über die moralischen vorurtheile” (Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales), entre muchas otras obras, era enemigo de las teorías racistas, odiaba el nacionalismo alemán, criticaba el totalitarismo y se consideraba filosemita, el fenómeno cultural caracterizado por el interés y respeto hacia la cultura judía.
En las últimas décadas del siglo pasado, el filósofo y profesor universitario alemán Günter Wohlfart (1943) fue publicando varios tomos titulados “Posthume fragmentes” (Fragmentos póstumos) en los cuales recogió sentencias y apuntes manuscritos que Nietzsche escribió a lo largo de su vida, recorriendo así toda su obra filosófica abarcando todas las épocas y todos los grandes temas de su pensamiento. En ellos puede advertirse su pensamiento en cuanto a lo que en su época se escondía detrás del odio a los judíos y el peligro de caer en el discurso antisemita, algo que para él no era más que una manifestación de decadencia cultural y una estrategia sociopolítica para apropiarse del poder económico de la comunidad judía.
En esta obra pueden leerse numerosos textos que contradecían los preceptos del nazismo, como por ejemplo: “No frecuento a nadie que participe de la impostura mentirosa de las razas”, “La admiración narcisista de la conciencia de raza germana es casi criminal”, “Yo tengo una sencilla norma: no tener trato alguno con los falsos monederos del racismo” o “Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea”.  Tal como afirmó el filósofo israelí Jacob Golomb (1947-2023) en un artículo titulado “Friedrich Nietzsche y su actitud hacia el pueblo judío” aparecido en 1999 en el “Semanario Hebreo”, un órgano de prensa de la colectividad judía del Uruguay, “un entendimiento equilibrado de sus opiniones sobre cuestiones judías o sionistas (o de cualquier otro tópico de su pensamiento) sólo puede lograrse dentro del marco filosófico general de Nietzsche. Esto se aplica no sólo a quienes de manera maligna (y equivocada) consideran a Nietzsche como un proto-nazi sino también a algunos de sus apologistas que, en su lucha contra la nazificación de Nietzsche, tratan este tema desde la estrecha perspectiva de su teoría de las razas y de sus actitudes sociales. Esos comentaristas, a pesar de sus buenas intenciones, dejan de lado el punto esencial: las actitudes sociales y culturales de Nietzsche derivan de las intuiciones básicas de su filosofía general”.


Podría afirmarse que no son muchos los filósofos del siglo XIX cuyas ideas perduraron en el tiempo. Seguramente pueden citarse al gran filósofo idealista y dialéctico Georg W. F. Hegel (1770-1831), quien publicó obras esenciales como “Phänomenologie des geistes” (Fenomenología del espíritu), “Enzyklopädie der philosophischen wissenschaften” (Enciclopedia de las ciencias filosóficas) y “Wissenschaft der logik” (Ciencia de la lógica) en las primeras dos décadas de ese siglo; a Auguste Comte (1798-1857), cuyas ideas fueron fundamentales para el desarrollo de la sociología; a John Stuart Mill (1806-1873), uno de los pensadores más influyentes en la historia del liberalismo clásico; a Søren Kierkegaard (1813-1855), progenitor del existencialismo; a Karl Marx (1818-1883), padre del materialismo histórico y el socialismo científico, etc.
Pero probablemente los razonamientos de Friedrich Nietzsche pueden considerarse contemporáneos ante las vicisitudes y desavenencias que perturban a las sociedades actuales. Cuando afirmaba que los pensamientos y las ideas, las situaciones pasadas, los acontecimientos del mundo, una vez cumplido un ciclo volverían a ocurrir con algunas diferencias circunstanciales pero básicamente semejantes, o que los seres humanos eran un campo de batalla de pulsiones inconscientes que lo llevaban a una existencia alienada, basta con ver el presente para comprobar lo poco que ha envejecido su obra y como  pervive su lucidez en las múltiples polémicas que generó.
Por cierto no son pocos los que lo vituperan y lo desacreditan dado que su filosofía conlleva el riesgo del malentendido y la incomprensión, y genera una multiplicidad de interpretaciones. Los nazis tomaron su idea del superhombre para sustentar su ideología, cuando lo que planteaba Nietzsche era la idea de un hombre capaz de superarse a sí mismo y a su naturaleza. También los libertarios tergiversaron su concepción del Estado y aseguran que es una organización criminal a la que hay que destruir, mientras que para Nietzsche el Estado debía ser un medio para la creación de un ser humano y una cultura superiores. Tenía razón el autor de “Ecce homo. Wie man wird, was man ist” (Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es) cuando escribió en “Así habló Zaratustra”: “No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino también aquel que habla en contra de lo que no sabe”.

18 de agosto de 2024

La vejez según Georg Christoph Lichtenberg

El científico y escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) nació en Ober-Ramstadt, un municipio situado en el Estado Federado de Hesse. Hijo de un pastor protestante, fue educado por éste en la casa familiar hasta la edad de diez años y luego ingresó en la Lateinschule (Escuela Latina) de Darmstadt, una localidad cercana situada al sureste de su ciudad natal. En 1763 comenzó a estudiar matemáticas y astronomía en la Georg August Universität Göttingen (Universidad Georg August de Gotinga), donde permaneció como estudiante hasta 1766. Por entonces, a pesar de haberse criado en un ambiente en el que predominaba el movimiento reformista luterano, se había desencantado de la religión. Muchos años más tarde, con la aguda ironía que caracterizó a muchos de sus aforismos, escribiría: “Doy 
mil veces gracias a Dios por permitirme ser ateo”.
Durante toda su vida lo aquejaron dos enfermedades: la hipocondría -sobre la cual escribiría tiempo después: “Mi hipocondría es ciertamente la capacidad de extraer en cualquier suceso de la vida, llámese como se llame, la mayor cantidad de veneno en beneficio propio”- y la escoliosis, una malformación de la columna vertebral que lo convirtió en jorobado. Su discapacidad física, producto de esa enfermedad que le afectó las vértebras de la región dorsal de la espalda y le produjo una desviación de la espina vertebral, no le impidió ejercer la docencia en dicha universidad, primero como Asistente y desde 1775 como Profesor de Matemáticas, Astronomía y Física Experimental, puesto que conservaría hasta el final de sus días. Sobre dicho padecimiento en su salud escribiría también años después con cierto sentido del humor, otra de las características de sus apotegmas: “Mi cabeza está al menos un pie más cerca de mi corazón que en el caso de otros hombres: por eso soy tan razonable”.
Entre sus alumnos se destacaron el italiano Alessandro Volta (1745-1827), quien se distinguiría como el físico y químico que descubrió el metano, un gas natural, incoloro e inodoro muy inflamable, y que luego inventó el primer dispositivo que permitía transferir la electricidad a otros objetos: la pila eléctrica; el alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), un apasionado por la botánica, la geología y la mineralogía que se convertiría en el gran precursor de la ecología; el poeta y filósofo alemán Georg von Hardenberg, Novalis (1772-1801), uno de los representantes del Romanticismo alemán temprano; y el matemático alemán Karl Friedrich Gauss (1777-1855), relevante por sus aportaciones en la matemática, la geometría y la astronomía.
En la misma ciudad, Lichtenberg colaboró en publicaciones como el “Göttinger Taschenkalender (Almanaque de Bolsillo de Gotinga) y editó la “Göttingisches Magazin der Literatur und Wissenschaft” (Revista de Literatura y Ciencia de Gotinga), gacetas en las que dio a conocer artículos de divulgación científica y filosófica, ensayos de Historia y crítica literaria, y textos sarcásticos contra los escritores que adherían al “Sturm und Drang”, un movimiento literario que se constituyó en el precursor del romanticismo alemán. Por entonces también realizó observaciones astronómicas en el Observatorio de Gotinga y llevó a cabo investigaciones en materias como geofísica, vulcanología, meteorología y química.
Raramente abandonó su ciudad, pero sí residió en dos periodos en Inglaterra entre 1769 y 1770, y entre 1774 y 1775, donde frecuentó a la familia real y los ambientes científicos. Sus “Briefe aus England” (Cartas desde Inglaterra, 1776-1778) figuran entre los más atractivos de sus escritos. Allí conoció a los integrantes de la expedición que dio la segunda vuelta al mundo comandada por el explorador, cartógrafo y capitán de la Marina Real británica James Cook (1728-1779). También se relacionó con ingeniero mecánico y químico escocés James Watt (1736-1819) quien perfeccionaría la máquina de vapor inventada décadas antes y provocaría el desarrollo de la primera Revolución Industrial; y con el químico británico Joseph Priestley (1733-1804), quien realizó relevantes indagaciones en el campo de los fenómenos eléctricos, de los gases y de los procesos de calcinación, y logró aislar por primera vez el oxígeno.


A su regreso a Alemania introdujo a escritores como William Shakespeare (1565-1616), Jonathan Swift (1667-1745) y Laurence Sterne (1713-1768), autores que había leído perseverantemente durante su estadía en Londres. También comenzó a mantener correspondencia con el filósofo Immanuel Kant (1724-1804), quien le enviaba su obra para que se la examinara; con el escritor y crítico del arte alemán Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781); con el escritor, filósofo y teólogo protestante suizo Johann Kaspar Lavater (1741-1801), en aquella época el principal promotor de la fisiognomía, la ciencia que estudiaba el carácter de un individuo a través de su fisonomía; con el químico y físico italiano Alessandro Volta (1745-1827) conocido principalmente por el descubrimiento del metano; y con el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), autor de obras como la novela 
“Die leiden des jungen Werthers” (Las penas del joven Werther) y el drama “Faust” (Fausto).
A raíz de sus reproches al estilo de hacer filosofía en aquella época, a la cual oponía la necesidad de tener una mirada clarificadora mucho más crítica de la sociedad, la naturaleza, la literatura, el arte, esto es, la realidad que rodeaba a los seres humanos, años más tarde dos distinguidos filósofos lo citarían a menudo en sus obras. Uno de ellos fue el alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860), quien es considerado como el máximo representante del pesimismo filosófico y autor de obras relevantes como “Die welt als wille und vorstellung” (El mundo como voluntad y representación) y “Die beiden grundprobleme der ethik” (Los dos problemas fundamentales de la ética). El otro fue el danés Søren Kierkegaard (1813-1855), quien es valorado como el padre del existencialismo y autor de ensayos trascendentales como “Begrebet angest” (El concepto de la angustia) y “Stadier paa livets vei” (Etapas del camino de la vida).
A partir de 1764 Lichtenberg comenzó a anotar en cuadernos -a los que llamaba “libros de desecho”- una gran cantidad de reflexiones, apuntes, citas, aforismos y observaciones sobre una amplia gama de temas, desde la ciencia hasta la filosofía, textos todos ellos sobre los cuales diría que había registrado “todo como lo veo o como me lo sugiere mi pensamiento”. Los mismos serían publicados póstumamente por primera vez entre 1800 y 1806 con el título “Notizbücher” (Cuadernos). De esos textos se extrajeron los “Aphorismen” (Aforismos), que serían publicados entre 1902 y 1908, obra que se convertiría en la más conocida por su contundente escepticismo y sus expresiones satíricas combinadas con un agudo sentido del humor e ironía.
La noción del humor que puede deducirse de sus aforismos nació de su agudo racionalismo y su razonamiento de que “nada es más insondable que el sistema de resortes que mueve nuestras acciones”. Y uno de los temas que trató varias veces puede descubrirse al leer sus interesantes citas sobre la vejez. Según la Real Academia Española, la vejez es el período de la vida de una persona en el que se es viejo, en el que se sufren achaques, manías y actitudes propias de esa edad. Y para algunas enciclopedias, si bien desde un punto de vista biológico y en el contexto de las etapas del desarrollo humano, la vejez es la última fase de la vida, aunque la vejez implica un deterioro orgánico gradual, son las condiciones de vida previas y los factores genéticos los que determinarán una evolución favorable o no de esta etapa.


No fueron pocas las personalidades de la cultura que alguna vez se expresaron sobre este tema. Para el escritor francés Anatole France (1844-1924) la vejez nos conducía a una tranquilidad indiferente que aseguraba la paz interior y exterior; para el escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942) la vejez no significaba nada más que dejar de sufrir por el pasado; y para el cineasta sueco Ingmar Bergman (1918-2007) envejecer era como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuían, pero la mirada era más libre, la vista más amplia y serena. En uno de sus aforismos Lichtenberg expresó que nada nos hacía envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacíamos viejos.
También escribió: “Cuando llega la vejez, el estar enfermo se transforma en una suerte de salud y no se advierte ya que se está enfermo. Si el recuerdo del pasado no subsistiera nos daríamos poca cuenta del cambio. Por lo tanto, creo que la vejez no existe para el animal, como no sea a nuestros ojos. Una ardilla que al llegar el día de su muerte lleva una vida de molusco, no es más desdichada que el molusco. Pero el hombre, que vive en tres lugares, en el pasado, en el presente y en el futuro, puede ser desdichado a partir del momento en que uno de los tres no vale nada. La religión hasta ha agregado un cuarto: la eternidad”.
Sobre quien años antes de su fallecimiento había sido nombrado miembro de la Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural), de la Rossískaya akadémiya naúk (Academia de Ciencias de San Petersburgo) y de la Koninklijke Hollandsche Maatschappij der Wetenschappen (Real Sociedad de Ciencias y Humanidades de Holanda) opinó el antes citado Johann W. von Goethe: “Podemos servirnos de sus escritos como de la más maravillosa de las varitas mágicas, cuando él hace una chanza, allí hay un problema”. Por su parte el ya mencionado filósofo alemán Arthur Schopenhauer lo valoraba como una gran autoridad filosófica, y para su discípulo Friedrich Nietzsche (1844-1900) era el único escritor alemán que valía la pena leer una y otra vez. Ya en el siglo XX el gran escritor ruso León Tolstói (1828-1910) admitió que sentía fascinado por los escritos de Lichtenberg, y también fue uno de los escritores favoritos del físico alemán Albert Einstein (1879-1955). Incluso el médico neurólogo austriaco y padre del psicoanálisis Sigmund Freud (1856-1939) lo consideró su predecesor en sus reflexiones sobre el inconsciente y los sueños. En definitiva, tal como manifestó alguna vez Lichtenberg, “los relojes de arena no sólo recuerdan la veloz huida del tiempo, sino también el polvo en el que alguna vez nos convertiremos”.

10 de agosto de 2024

Galileo y la Santa Inquisición. Ciencia versus oscurantismo

Además de contribuir enormemente al desarrollo de la física teórica y experimental, Galileo Galilei (1564-1642) también realizó notables aportes al progreso de la astronomía abriendo a la humanidad ilimitadas perspectivas del universo circundante. Fijó su atención en el cielo por primera vez en 1604, cuando una brillante estrella nueva (una nova) apareció una noche en el cielo de Padua, al norte de Italia. Galileo, que entonces contaba con cuarenta años, demostró que la nueva estrella era efectivamente una estrella y no alguna clase de meteoro de la atmósfera terrestre y predijo que se desvanecería gradualmente. La aparición de una estrella nueva en el cielo -que se suponía absolutamente inmutable de acuerdo con la filosofía de Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.) y las enseñanzas de la Iglesia-, significó para Galileo la enemistad y la antipatía de muchos de sus colegas científicos y del clero.
Apenas cinco años después de esta primera observación del cielo, Galileo revolucionó la
astronomía construyendo el primer anteojo astronómico que describió con las siguientes palabras: “Hace unos diez meses llegó a mis oídos el rumor de que había sido construido por un holandés un instrumento óptico con cuya ayuda objetos visibles, aunque muy distantes de los ojos del observador, se veían distintamente como a un palmo de la mano, con lo que se enlazaron algunas historias de este maravilloso efecto al cual algunos dan crédito y otros niegan. Lo mismo me fue confirmado pocos días después por una carta enviada desde París por el noble francés Jacob Badovere, que acabó por ser la razón de que me aplicara a indagar la teoría y descubrir los medios de que yo pudiera llegar a la invención de un instrumento análogo; una finalidad que conseguí más tarde por las consideraciones de la teoría de la refracción. Primero preparé un tubo de plomo a cuyos extremos fijé dos lentes de cristal, ambas planas por una cara, pero por la otra una era esférica convexa y otra cóncava”.
Con ese instrumento descubrió que “la superficie de la Luna no es perfectamente llana, exenta de desigualdades y exactamente esférica, como una extensa escuela de filósofos consideraba al mirar a la Luna y otros cuerpos celestes, sino, por el contrario, está llena de desigualdades, es irregular, llena de depresiones y protuberancias, lo mismo exactamente que la superficie de Tierra, que varía dondequiera por virtud de altísimas montañas y profundos valles”. Al mirar los planetas advirtió que “presentan sus discos perfectamente redondos, lo mismo que si hubieran sido trazados por un compás y aparecen como otras tantas pequeñas lunas completamente iluminadas y de forma globular; pero las estrellas fijas no parecen a los ojos desnudos como si estuvieran encerradas en una conferencia circular, sino más bien como llamaradas de luz que arrojan rayos hacia todos los lados y muy centelleantes, y con el telescopio parecen de la misma forma que cuando son contempladas a simple vista”.
El 7 de enero de 1610 orientó su instrumento hacia Júpiter observando que “había allí tres estrellas, pequeñas pero brillantes, cerca del planeta, y aunque creí que pertenecían al número de las estrellas fijas, sin embargo algo me sorprendió en ellas, a causa de que estaban dispuestas exactamente en una línea recta paralela a la eclíptica y eran más brillantes que el resto de las estrellas, iguales a ellas en magnitud... En el lado Este había dos estrellas y una sola al Oeste... Pero cuando el 8 de enero, llevado por una casualidad, volví a mirar la misma parte del cielo, encontré un estado muy diferente de cosas, porque había tres pequeñas estrellas todas al oeste de Júpiter y más cercanas unas de otras que en la noche anterior”. De este modo dedujo que “hay tres estrellas en el cielo moviéndose en torno a Júpiter como Venus y Mercurio en torno al Sol”.


También observó a estos planetas y descubrió que a veces tenían la forma de cuarto creciente y a veces la de cuarto menguante lo mismo que la Luna, de donde concluyó que: “Venus y Mercurio giran en torno al Sol como todos los demás planetas. Una verdad ya sostenida por la escuela pitagórica, por Copérnico y por Kepler, pero nunca probada por la evidencia de nuestros sentidos como queda probada ahora en el caso de Venus y Mercurio”. “No es otra cosa que una masa de innumerables estrellas situadas juntas, en racimos", escribió cuando examinó la Vía Láctea. Si bien hubo que esperar el enriquecimiento desde el punto de vista matemático proporcionado por Johannes Kepler (1571-1630), los descubrimientos de Galileo realizados mediante el uso del telescopio suministraron una valiosa prueba de la exactitud del sistema copernicano del mundo y él habló jubiloso de ello.
Pero esto fue mucho más de lo que podía permitir la Iglesia Católica. En 1616 el Papa Paulo V (Camillo Borghese, 1552-1621) se reunió con el autor de “Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo” (Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo) e intentó silenciarlo sin conseguirlo. También incluyó en el “Index librorum prohibitorum” (Índice de libros prohibidos) a la obra “De revolutionibus orbium coelestium” (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) del astrónomo prusiano Nicolás Copérnico (1473-1543) y ordenó a la Santa Inquisición el inicio del juicio a Galileo, quien fue detenido y sometido a un largo período de confinamiento solitario e interrogatorios que no cambiaron su espíritu de lucha. El 15 de enero de 1633, pocos meses antes de que fuera dictada la sentencia final, Galileo escribió a su amigo Elia Diodati (1576-1651): “Cuando yo pregunto de quién es la obra del Sol, la Luna, la Tierra, las estrellas, sus movimientos y disposiciones probablemente se me contestará que son la obra de Dios. Si continúo preguntando de quién es obra la Sagrada Escritura se me responderá seguramente que es la obra del Espíritu Santo, es decir, obra de Dios también. Si entonces pregunto si el Espíritu Santo usa palabras que son manifiestamente contradictorias con la verdad para satisfacer a la inteligencia de las masas, generalmente ineducadas, estoy convencido que se me contestará con muchas citas sacadas de todos los escritores santificados que esto es en efecto lo habitual en la Sagrada Escritura, que contiene cientos de pasajes que tomados al pie de la letra no serían más que herejía y blasfemia porque en ellos Dios aparece como un Ser lleno de odio, culpas y olvido. Si entonces pregunto si Dios, para ser comprendido por las masas, ha alterado siempre su obra o, de otro modo, si la Naturaleza inmutable e inaccesible como es para los deseos humanos, ha mantenido siempre el mismo género de movimiento, formas y divisiones del Universo, estoy seguro de que se me dirá que la Luna ha sido siempre esférica aunque durante mucho tiempo fue considerada como plana”.
Y agregó: “Para resumir todo esto en una frase: nadie sostendrá que la Naturaleza ha cambiado siempre para hacer aceptables sus obras a los hombres. Si es así, entonces yo pregunto por qué es así. A fin de conseguir una comprensión de las diferentes partes del mundo entonces debemos comenzar investigando las Palabras de Dios más bien que sus Obras. ¿Es, entonces, la Obra menos respetable que la Palabra? Si alguien sostiene que es herejía decir que la Tierra se mueve y si posteriores verificaciones y experimentos mostrasen que así es en realidad ¡qué dificultades no encontraría la Iglesia! Si, por el contrario, todas las veces que no se pueden acordar las Obras y la Palabra, consideramos la Sagrada Escritura como secundaria, no se le produce ningún daño, porque frecuentemente ha sido modificada para acomodarse a las masas y frecuentemente ha atribuido falsas cualidades a Dios. Por tanto, yo debo preguntar ¿por qué, insistimos, siempre que hablamos del Sol o de la Tierra, en que la Santa Escritura debe ser considerada como absolutamente infalible?”.


Cinco meses después, Galileo fue llevado ante los jueces de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición y arrodillado “confesó”: “Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto florentino Vicente Galilei, de setenta años de edad, comparecido personalmente en juicio ante este tribunal, y puesto de rodillas ante vosotros, los Eminentísimos y Reverendísimos señores Cardenales Inquisidores generales de la República cristiana universal, respecto de materias de herejía, con la vista fija en los Santos Evangelios, que tengo en mis manos, declaro, que yo siempre he creído y creo ahora y que con la ayuda de Dios continuaré creyendo en lo sucesivo, todo cuanto la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana cree, predica y enseña. Más, por cuanto este Santo Oficio ha mandado judicialmente, que abandone la falsa opinión que he sostenido, de que el Sol está en el centro del Universo e inmóvil; que no profese, defienda, ni de cualquier manera que sea, enseñe, ni de palabra ni por escrito, dicha doctrina, prohibida por ser contraria a las Sagradas Escrituras; por cuanto yo escribí y publiqué una obra, en la cual trato de la misma doctrina condenada, y aduzco con gran eficacia argumentos en favor de ella, sin resolverla; y atendido a que me he hecho vehementemente sospechoso de herejía por este motivo, o sea, porque he sostenido y creído que el Sol está en el centro del mundo e inmóvil y que la Tierra no está en el centro del Universo, y que se mueve”.
Y concluyó su declaración: “En consecuencia, deseando remover de la mente de Vuestras Eminencias y de todos los cristianos católicos esa vehemente sospecha legítimamente concebida contra mí, con sinceridad y de corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los arriba mencionados errores y herejías, y en general cualesquiera otros errores y sectas contrarios a la referida Santa Iglesia, y juro para lo sucesivo nunca más decir ni afirmar de palabra ni por escrito cosa alguna que pueda despertar semejante sospecha contra mí, antes por el contrario, juro denunciar cualquier hereje o persona sospechosa de herejía, de quien tenga yo noticia, a este Santo Oficio, o a los Inquisidores, o al juez eclesiástico del punto en que me halle. Juro además y prometo cumplir y observar exactamente todas las penitencias que se me han impuesto o que se me impusieren por este Santo Oficio. Mas en el caso de obrar yo en oposición con mis promesas, protestas y juramentos, lo que Dios no permita, me someto desde ahora a todas las penas y castigos decretados y promulgados contra los delincuentes de esta clase por los Sagrados Cánones y otras constituciones generales y disposiciones particulares. Así me ayude Dios y los Santos Evangelios sobre los cuales tengo extendidas las manos. Yo Galileo Galilei arriba mencionado, juro, prometo y me obligo en el modo y forma que acabo de decir, y en fe de estos mis compromisos, firmo de propio puño y letra esta mi abjuración, que he recitado palabra por palabra”.
Una vez condenado por herejía, Galileo fue confinado en su casa de Arcetri, cerca de Florencia, bajo el régimen que hoy se denomina “arresto domiciliario”. Así vivió los casi nueve últimos años de su existencia. El 8 de enero de 1642, murió venerado por los ciudadanos, completamente ciego y cansado de la vida. El Papa Urbano VIII (Maffeo Barberini, 1568-1644), negó el permiso para la realización de un funeral público y prohibió depositar el cuerpo en la sepultura familiar, en la iglesia de la Santa Cruz, en donde recién se construiría un mausoleo en su honor noventa y cuatro años más tarde con la inscripción “Sine honore no sine lacrimis” (Sin honor pero no sin lágrimas).


Trescientos cincuenta años después de su muerte, el Papa Juan Pablo II (Karol Wojtyla, 1920-2005) pidió perdón por los errores que pudieran haber cometido los hombres de la Iglesia en aquella oportunidad, algo que no fue bien visto por el cavernícola cardenal Joseph Ratzinger (1927-2022), quien tras la muerte de aquél asumiría la conducción de la Iglesia Católica bajo el nombre de Benedicto XVI. Siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (nombre moderno de la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición) y luego decano del Colegio Cardenalicio, Ratzinger declaró muy suelto de cuerpo que “el proceso contra Galileo fue una mentirosa imaginación para arrinconar al Estado Vaticano. Nunca hubo persecución contra Galileo y tampoco fue torturado. Si Galileo renegó de su descubrimiento, pidiendo disculpas después de un penoso proceso, fue por temor a ir al infierno”.
Aunque parezca inaudito, la Iglesia Católica Apostólica Romana, aún en los primeros años del siglo XXI, aborrece a la Ilustración y la ciencia libre, creyéndose con derecho a decidir sobre lo que es verdadero o falso recurriendo a un Dios imposible de consultar. Insistiendo en esa absurda argumentación, en agosto de 2003 un despacho de prensa emitido por el Vaticano titulado "La Iglesia nunca persiguió a Galileo" decía en uno de sus párrafos: "En la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que el propio Galileo. El proceso contra Galileo fue razonable y justo. Para algunos, todavía hoy, Galileo es sinónimo de libertad, modernidad y progreso, mientras que la Iglesia es dogmatismo, oscurantismo y estancamiento, pero la realidad es muy diferente de esta percepción surgida de la fantasía". La Iglesia siguió de este modo demostrando ser uno de los bastiones más antiguos de los sectores más conservadores y retrógrados que existen.
Cabe recordar que el actual Papa Francisco, el argentino Jorge Bergoglio (1936), quien fuera Arzobispo de Buenos Aires desde 1998 hasta 2013, en 2001 recibió el título cardenalicio “San Roberto Belarmino”, un título honorífico creado por el Papa Pablo VI (Giovanni Battista Montini, 1897-1978). ¿Quién fue Roberto Belarmino (1542-1621)? Nada menos que el Cardenal inquisidor que estuvo a cargo del juicio contra Galileo Galilei, algo que ya había hecho años antes con el astrónomo y teólogo italiano Giordano Bruno (1548-1600), quien tras casi ocho años de cautiverio fue quemado vivo en el Campo de' Fiori, en la ciudad de Roma. Apodado el “martillo de los herejes”, Belarmino fue considerado por el Papa Clemente VIII (Ippolito Aldobrandini, 1536-1605) como alguien a que “en la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber”, y en 1930 fue canonizado por el papa Pío XI (Achille Ratti, 1857-1939). No deja de ser llamativo que el actual Papa, a quien muchos califican de “progresista”,renovador” y “pastor de todos”, haya recibido complacido semejante distinción, la cual fue creada en homenaje al cruel y despiadado inquisidor. Y no sólo eso, en la Audiencia General del 23 de febrero de 2011 también celebró “la memoria de San Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia”, a quien “las gravosas funciones de gobierno no le impidieron, de hecho, aspirar diariamente a la santidad con la fidelidad a las exigencias de su estado de religioso, sacerdote y obispo”. ¿Una muestra más del fariseísmo de la Iglesia Católica Apostólica Romana? Solo Dios sabrá.