Opinan muchos estudiosos
quichuistas que el quichua tuvo su origen en la región de Cuzco, sede de la
antigua civilización incaica. El historiador peruano Raúl Porras Barrenechea
(1897-1960) en su obra “El legado quechua” de 1952, aseguró que el religioso
sevillano Fray Domingo de Santo Tomás (1499-1570) no sólo fue el primero en
hacer una gramática y un vocabulario de la lengua general de los indios, sino
que también fue él quien la bautizó con el nombre de “quechua”. Lo hizo en su
tratado “Gramática o arte de la lengua general de los indios de los reinos del
Perú” publicado en Valladolid, España, en 1560. El origen quechua de los
incas habría hecho pensar a Fray Domingo que fueron ellos los creadores de la
lengua que se hablaba en todos los territorios conquistados, por lo que también
debería ser denominada quechua, quichua y kichwa (denominaciones usuales en los
dialectos cusqueño, ancashino y huancaino, respectivamente).
Actualmente, el lenguaje
quechua (o “quichua” o “runasimi”, una derivación lingüística de la cultura
quechua) se habla en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile, y se
estudia en universidades de esos países y en las de Israel, Rusia, Ucrania,
España, Italia, Francia, Alemania, Japón, Estados Unidos y algunos países
árabes. Uno de los máximos especialistas en la Argentina, Juan Víctor Barraza
(1957), profesor de esa lengua en la Universidad de Buenos Aires explicó que: “el
quichua es una lengua aglutinante, que en un sólo vocablo concentra más de un
significado; sufijadora, porque usa partículas posteriores que se adhieren a
los vocablos para modificarlos; y grave, porque se acentúa, muchas veces, en
sílabas anteriores a la que termina un vocablo”.
Según comenta el
periodista argentino Andrés Bufali (1943) en su artículo “Sorprendente vigencia
del lenguaje quichua”, publicado en 2007, “fue luego del cataclismo denominado
glaciación que, en la zona andina sudamericana, sus pobladores comenzaron un
lento proceso de sedentarización que fue acelerándose con la estabilización del
clima. Esto ocurrió entre los años 2.700 y 200 a.C. Durante este período
surgieron aldeas y las primeras formas de organización político-social. Posteriormente,
en el denominado período Clásico (200 a.C.-900 d.C.), cada región tuvo pequeñas
entidades políticas con patrones culturales autónomos que abrieron sus
fronteras sólo al comercio. Entre las principales estaban las culturas mochica,
recuay, lima, nazca, tiwanaku y wari. En este período se derrumbó la
civilización wari y se consolidaron estados regionales que buscaron el dominio
político sobre sus vecinos. Entre ellos se destacaron los reinos de las
culturas chimú, chanca, chincha e inca. Al respecto, desde 830 d.C. existió un
imperio, el incaico, que se extendía desde lo que hoy es el sur de Colombia
hasta la Argentina y Chile. Tal imperio tenía un extenso sistema de
comunicación, creciendo mucho económicamente gracias a la profusión de sus
caminos”.
En su momento, el profesor
Barraza contó que “aunque los incas no tenían un sistema de escritura, les
bastaba con el lenguaje quichua, y tenían un complejo método de cuentas y
archivo llamado ‘quipu’, un sistema para grabar datos usando cordones con nudos.
Los nudos indicaban las unidades de diez. La piedra, a su vez, era el material
más importante. Según los incas, dentro de la piedra vivía el espíritu que
tenía la capacidad de convertirse en hombre o viceversa. Por eso los incas
adoraban las piedras, valoraban lo que se podía construir con ellas y alisaban
sus superficies sin ángulos rectos para que parecieran que estaban vivas. Esto
se puede ver muy bien en Machu Picchu y en el Cuzco”.
Por su parte el escritor e
historiador argentino Ricardo Rojas (1882-1957) explicó en su ensayo “Eurindia”
como llegó el lenguaje quichua a la provincia argentina de Santiago del Estero:
“Cuando el virrey del Perú Francisco de Toledo (1515-1584), obligó en todo el
Virreinato a proscribir toda lengua tribal o dialecto, pretendiendo integrar a
la diversidad de etnias, hizo desaparecer casi todo vestigio del chanca, del
moche y del wari. Pero quedaron vivos el quechua y el aimara, por ser lenguajes
más expresivos que el mismo idioma castellano. Se intentó limitar el quichua al
uso de sólo tres vocales, pero no se tuvo éxito gracias a los jesuitas, que se
interesaron en los secretos lingüísticos de los incas y revelaron que la
simplificación que se intentaba tenía un objetivo: lograr que la inculta soldadesca
hispana -la mayoría proveniente de las prisiones del Viejo Mundo-, pudiera
entender lo que hablaban los vencidos y humillados seres que habían nacido en
Sudamérica. Soslayando esto, los jesuitas llevaron el quichua, una derivación
del quechua original, a Santiago del Estero, donde la lengua no es nativa en el
sentido estricto”.
Desde 1542, con la llegada
de las tropas del conquistador español Diego de Rojas (1499-1544), los
pobladores de lo que hoy es la provincia de Santiago del Estero escucharon
hablar en quechua. Y cuatro siglos y medio después, este lenguaje sigue vigente
en quince de los veintisiete municipios de esa provincia argentina. Algo
similar a lo que ocurre con otras lenguas indígenas como el pilagá, el wichí,
el guaraní, el toba y el mocoví, que se hablan en el Chaco meridional y la
Mesopotamia; y el mapuche y el tehuelche en la Patagonia.