10 de diciembre de 2007

El quichua: la voz de la naturaleza hecha lenguaje

Opinan muchos estudiosos quichuistas que el quichua tuvo su origen en la región de Cuzco, sede de la antigua civilización incaica. El historiador peruano Raúl Porras Barrenechea (1897-1960) en su obra “El legado quechua” de 1952, aseguró que el religioso sevillano Fray Domingo de Santo Tomás (1499-1570) no sólo fue el primero en hacer una gramática y un vocabulario de la lengua general de los indios, sino que también fue él quien la bautizó con el nombre de “quechua”. Lo hizo en su tratado “Gramática o arte de la lengua general de los indios de los reinos del Perú” publicado en Valladolid, España, en 1560. El origen quechua de los incas habría hecho pensar a Fray Domingo que fueron ellos los creadores de la lengua que se hablaba en todos los territorios conquistados, por lo que también debería ser denominada quechua, quichua y kichwa (denominaciones usuales en los dialectos cusqueño, ancashino y huancaino, respectivamente).


Un año antes, el cronista, encomendero y funcionario virreinal español Juan Polo de Ondegardo y Zárate (1500-1575) había escrito el “Tratado y averiguación sobre los errores y supersticiones de los indios”, una obra en la que estudió las creencias y costumbres de los indios de la región cuzqueña. La raza quichua, posiblemente sea originaria de la altiplanicie boliviana, la parte más oriental de la cordillera de los Andes, ya que allí se encontraron asentamientos en las costas del lago Titicaca. El pueblo que allí habitaba estaba formado por dos grupos, el quechua y el aymara, llamados así por el parentesco de las lenguas que respectivamente hablaban, aunque en realidad, son variantes del mismo idioma. El aymara se extendió desde el nacimiento del rio Amazonas hasta las regiones más elevadas de la cordillera andina y el quechua, por su parte, ocupaba los valles templados más allá del rio Apurímac. Se ignora cuál era el idioma originario de los incas, pero a partir de 1450, el Inca Pachacútec (1400-1471) impuso la lengua quechua como lengua oficial.


En su extensa investigación, Porras Barrenechea descubrió que fue el religioso criollo Alonso de Huerta (1585-1640) quien en su “Arte de la lengua general de los indios de este reino del Perú” modificó el nombre al caer en la confusión fonética de la “e” y la “i”, llamándolo quechua en vez de quichua. Después de Huerta, otros religiosos que aprendieron quechua en la región central del Imperio, como Juan Pérez Bocanegra (1590-1631) y Fray Andrés de Olmos (1480-1571) proclamaron la propiedad y la pureza de la lengua. Sin embargo, otros historiadores, como el peruano Manuel González de la Rosa
(1841-1912), sostuvieron que el quechua procedía de la costa central del Perú.
Actualmente, el lenguaje quechua (o “quichua” o “runasimi”, una derivación lingüística de la cultura quechua) se habla en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y Chile, y se estudia en universidades de esos países y en las de Israel, Rusia, Ucrania, España, Italia, Francia, Alemania, Japón, Estados Unidos y algunos países árabes. Uno de los máximos especialistas en la Argentina, Juan Víctor Barraza (1957), profesor de esa lengua en la Universidad de Buenos Aires explicó que: “el quichua es una lengua aglutinante, que en un sólo vocablo concentra más de un significado; sufijadora, porque usa partículas posteriores que se adhieren a los vocablos para modificarlos; y grave, porque se acentúa, muchas veces, en sílabas anteriores a la que termina un vocablo”.


Los conquistadores españoles la escucharon por primera vez en 1532, cuando 
el expedicionario español Francisco Pizarro (1478-1541) y sus hombres, que llegaron desde el Istmo de Panamá durante la época de la guerra civil entre los incas, aprovecharon la oportunidad y, tras asesinar al emperador Atahualpa (1502-1533), al que habían capturado durante una emboscada en Cajamarca, acabaron con el imperio incaico estableciendo un nuevo orden político y religioso.
Según comenta el periodista argentino Andrés Bufali (1943) en su artículo “Sorprendente vigencia del lenguaje quichua”, publicado en 2007, “fue luego del cataclismo denominado glaciación que, en la zona andina sudamericana, sus pobladores comenzaron un lento proceso de sedentarización que fue acelerándose con la estabilización del clima. Esto ocurrió entre los años 2.700 y 200 a.C. Durante este período surgieron aldeas y las primeras formas de organización político-social. Posteriormente, en el denominado período Clásico (200 a.C.-900 d.C.), cada región tuvo pequeñas entidades políticas con patrones culturales autónomos que abrieron sus fronteras sólo al comercio. Entre las principales estaban las culturas mochica, recuay, lima, nazca, tiwanaku y wari. En este período se derrumbó la civilización wari y se consolidaron estados regionales que buscaron el dominio político sobre sus vecinos. Entre ellos se destacaron los reinos de las culturas chimú, chanca, chincha e inca. Al respecto, desde 830 d.C. existió un imperio, el incaico, que se extendía desde lo que hoy es el sur de Colombia hasta la Argentina y Chile. Tal imperio tenía un extenso sistema de comunicación, creciendo mucho económicamente gracias a la profusión de sus caminos”.
En su momento, el profesor Barraza contó que “aunque los incas no tenían un sistema de escritura, les bastaba con el lenguaje quichua, y tenían un complejo método de cuentas y archivo llamado ‘quipu’, un sistema para grabar datos usando cordones con nudos. Los nudos indicaban las unidades de diez. La piedra, a su vez, era el material más importante. Según los incas, dentro de la piedra vivía el espíritu que tenía la capacidad de convertirse en hombre o viceversa. Por eso los incas adoraban las piedras, valoraban lo que se podía construir con ellas y alisaban sus superficies sin ángulos rectos para que parecieran que estaban vivas. Esto se puede ver muy bien en Machu Picchu y en el Cuzco”.
Por su parte el escritor e historiador argentino Ricardo Rojas (1882-1957) explicó en su ensayo “Eurindia” como llegó el lenguaje quichua a la provincia argentina de Santiago del Estero: “Cuando el virrey del Perú Francisco de Toledo (1515-1584), obligó en todo el Virreinato a proscribir toda lengua tribal o dialecto, pretendiendo integrar a la diversidad de etnias, hizo desaparecer casi todo vestigio del chanca, del moche y del wari. Pero quedaron vivos el quechua y el aimara, por ser lenguajes más expresivos que el mismo idioma castellano. Se intentó limitar el quichua al uso de sólo tres vocales, pero no se tuvo éxito gracias a los jesuitas, que se interesaron en los secretos lingüísticos de los incas y revelaron que la simplificación que se intentaba tenía un objetivo: lograr que la inculta soldadesca hispana -la mayoría proveniente de las prisiones del Viejo Mundo-, pudiera entender lo que hablaban los vencidos y humillados seres que habían nacido en Sudamérica. Soslayando esto, los jesuitas llevaron el quichua, una derivación del quechua original, a Santiago del Estero, donde la lengua no es nativa en el sentido estricto”.
Desde 1542, con la llegada de las tropas del conquistador español Diego de Rojas (1499-1544), los pobladores de lo que hoy es la provincia de Santiago del Estero escucharon hablar en quechua. Y cuatro siglos y medio después, este lenguaje sigue vigente en quince de los veintisiete municipios de esa provincia argentina. Algo similar a lo que ocurre con otras lenguas indígenas como el pilagá, el wichí, el guaraní, el toba y el mocoví, que se hablan en el Chaco meridional y la Mesopotamia; y el mapuche y el tehuelche en la Patagonia.