La crisis
económica que se produjo en los Estados Unidos en el año 1929 dio lugar al
resquebrajamiento de los valores tradicionales de la sociedad burguesa. Esta
crisis originó respuestas no sólo en el terreno económico, sino también en
todas las manifestaciones de la cultura. Así, por ejemplo, el arte tendió hacia
un racionalismo apartado de la emoción como un intento de equilibrar una
sociedad que se tambaleaba. En este marco socioeconómico surgió la ciencia ficción
como un deseo de superar la incertidumbre de ese momento en dirección al
futuro.
Para la
ciencia ficción, tal como se la concibe actualmente, no sólo no existen
estructuras sociales inmutables, ni poderes sociales eternos, sino que, para
ella, también el hombre debe estar en constante evolución. El término ciencia
ficción propiamente dicho apareció en el año 1926 cuando el escritor -nacido en
Luxemburgo y nacionalizado norteamericano- Hugo Gernsback (1884-1967) creó la
primera revista de este género en New York y escribió una novela precursora:
"Ralph 124 C 41", en la que el protagonista hacía desaparecer un peligro
que se cernía sobre la heroína a 5.000 kilómetros de distancia y la resucitaba
después de muerta por medio de un extraño mecanismo de congelación y
transfusión de sangre.
El crítico
e historiador del tema, Sam Moscowitz (1920-1997), definió así a este género
literario: "La ciencia ficción es una rama de la fantasía identificable
por el hecho de que facilita la deliberada suspensión de la incredulidad por
parte de los lectores a través de una insistencia en crear una atmósfera de
credibilidad científica hacia unas especulaciones imaginarias sobre la ciencia,
el espacio, el tiempo, la sociología y la filosofía".
Desde esta
perspectiva de la ciencia ficción como "especulación imaginaria"
sobre la ciencia, la filosofía, etc., numerosos críticos la han valorado
fundamentalmente como sociológica. En realidad, la preocupación fundamental de
la ciencia ficción contemporánea, una vez superada la posibilidad de asombro
ante los adelantos de la ciencia, se centra en el destino que aguarda a la
humanidad si las grandes conquistas científico-técnicas y las estructuras
sociales siguen, en el primer caso, siendo empleadas como hasta ahora y, en el
segundo, si estos esquemas sociales continúan propiciando la desigualdad entre
los seres humanos. Esta incertidumbre hace que los relatos de este género
encierren una fuerte dosis de mensaje, predicción o vaticinio, optimista o
pesimista, sobre el futuro del mundo, con la característica específica de la
generalización de los problemas; es decir, que si el héroe de la novela
fracasa, arrastra tras de sí a toda la humanidad, y a la inversa, si se salva,
todo el género humano saldrá victorioso.
El
porvenir aparece en la ciencia ficción como una representación venidera en la
que se puede agudizar o no la problemática del presente, al que, en la mayoría
de los casos, se critica con dureza. "Por primera vez en un género
novelesco -dice Moscowitz-, la visión del mundo del autor (o de un grupo que se
expresa a través del autor) es capaz de enfrentarse rupturalmente con el propio
universo (sociedad), prejuzgándolo a partir de los resultados, aún visibles, de
unas contradicciones de nuestra sociedad".
Respecto a
los antepasados de la ciencia ficción se ha hablado mucho. Después de numerosos
estudios, se ha llegado a encontrar tres influencias fundamentales: la novela
de terror, la novela romántica y la literatura fantástica (el
"Frankenstein" de Mary Shelley (1797-1851), creador de un hombre
nuevo con absoluta fe en la ciencia, parece sacado de una novela de ciencia
ficción y puede ser quizá el precursor del robot y de la novela de anticipación
científica del siglo XIX).
La novela
científica, madre de la ciencia ficción moderna, tomó como núcleo todas las
especialidades de la ciencia y se convirtió en una de las más altas expresiones
del desarrollo que conocieron las ciencias y la técnica después de la estabilización
de la clase triunfadora de la Revolución Francesa: la burguesía. La técnica, en
este caso, apareció como el descubrimiento salvador del hombre, como un medio
para la obtención de su utopía optimista. De este modo, las máquinas se
convirtieron en las auténticas protagonistas, como se puede constatar en la
producción literaria de sus dos máximos exponentes: Julio Verne (1828-1905) y
Herbert G. Wells (1866-1946). Este
interés por la ciencia y por la técnica, y la posibilidad de novelar y
especular con el futuro constituyeron las dos principales aportaciones de la
novela de anticipación científica a la ciencia ficción.
Pero tendría que llegar
al crac económico del ‘29 para que la ciencia ficción fuese configurándose como
un género aparte, independiente de la literatura fantástica y científica, y
adquiriendo una amplia difusión. Más tarde, en los años ‘40, se forjaron sus
grandes autores al amparo del gran auge científico que trajo consigo la Segunda
Guerra Mundial.
Con
respecto a los temas desarrollados en esta etapa, el elemento humano fue desplazando
a las máquinas, aunque el héroe no se enfrentaba nunca individualmente al mundo
y pasó a ser un elemento más del universo. La fundamentación en el experimento
real de la primera época cedió el paso a las invenciones ficticias y realmente
fantásticas, pero nunca desprovistas de una remota credibilidad científica.
La
estrecha relación de la literatura de ciencia ficción con la ciencia la indica
su propio nombre. Los temas de sus novelas evolucionaron a la par de ésta. Esto
se observa claramente en el caso del desarrollo de la Física: una parte de ella
rechazó la teoría newtoniana del tiempo absoluto, y a partir de allí comenzó a
surgir la idea del movimiento en el tiempo y la probabilidad de trasladarse a
través de él. A finales del siglo XIX, un científico alemán Arnold Sommerfeld
(1868-1951) presentó pruebas de que hay regiones en el universo en las que el
tiempo se mueve en dirección contraria a la nuestra y, a mediados del siglo XX,
en ese mismo sentido, un físico norteamericano, Paul Dirac (1902-1984) articuló
la teoría del positrón, en la que estableció que éste es un electrón que se
desplaza del ayer al hoy siguiendo una dirección en el tiempo opuesta a la que
nosotros gozamos.
Existen
además numerosas teorías científicas sobre la posibilidad de viajar en el
tiempo. Aprovechándose de esto, una multitud de autores de ciencia ficción
tuvieron un pretexto para establecer unas bases casi científicas, en lo que se
refiere a los viajes al pasado y al futuro de sus personajes, así como la
posibilidad de éstos de detener el tiempo o adelantarlo. Uno de los grandes protagonistas
de las novelas de ciencia ficción es "la máquina del tiempo", cuyo
creador, H.G. Wells, la concibió como "un extraño vehículo con asientos de
bicicleta y varias palancas y esferas hechas de níquel, marfil y cristal de
roca".
Esta
máquina fue perfeccionándose hasta alcanzar niveles técnicos fantásticos, como
el obtenido en un cuento del científico y escritor ruso Yakov Perelman
(1882-1942), en el cual un ingeniero idea uno de estos complicados artefactos
en cuyo interior se meten por error sus hijos, siendo transportados a tiempos
remotos. El ingeniero, en su desesperación, fabrica un imán potentísimo para
atraer a la máquina hasta que lo consigue y ve aparecer a uno de sus hijos,
adulto y vestido de guerrero romano.
Partiendo
de este pequeño ejemplo de la íntima relación entre la ciencia ficción y la
ciencia, no resultará extraño encontrar entre los científicos los mejores
autores de este género. Siendo la revolución científico-técnica el principal
agente provocador del florecimiento y la difusión de la ciencia ficción, es
lógico que en ella hayan encontrado numerosos investigadores un cauce de expresión
que el desarrollo científico de sus especialidades no les permitía, a la vez
que un medio más fácil para comunicar al resto de la humanidad una visión del
futuro que ellos podían intuir gracias a sus conocimientos.
Para
algunos estudiosos del tema, también se puede ver al auge de la ciencia ficción
escrita por científicos como la propia necesidad de desenmascarar el uso que
los gobiernos hacen de sus descubrimientos y de prevenir al resto de los
hombres de lo que puede ocurrir si la ciencia sigue siendo empleada como hasta
ahora. El matemático estadounidense Norbert Wiener (1894-1964), fundador de la
cibernética y autor de ciencia ficción, proclamó en 1946: "Les hemos dado
un depósito infinito de poder y han hecho Hiroshima". En ese mismo año
publicó también un folleto con la colaboración del escritor y filósofo británico
Aldous Huxley (1894-1963) y del escritor y filósofo francés Albert Camus
(1913-1960), en el que criticaba a sabios, militares y políticos, y pedía un
"proceso de Nuremberg para todos los técnicos de la destrucción".
La ciencia
ficción se opuso siempre a este uso de la ciencia y así, el comunicado final
del Primer Simposio Internacional sobre ciencia ficción celebrado en Japón en
1970, dice: "Estamos convencidos de que la literatura fantástica
contribuirá a desarrollar cada vez una mayor comprensión mutua en nombre de la
paz de todo el mundo, en interés del futuro, en interés del hombre, y la fuente
de esta fe es para nosotros el humanismo".
Entre los
científicos que compartieron su actividades de investigación con la literatura
encontramos, además del ya citado Wiener, a John Taine (1883-1960), excelente
matemático escocés cuyo verdadero nombre era Eric Temple Bell, autor de
dieciseis novelas de ciencia ficción, entre las que figuran "The iron
star" (La estrella de hierro, 1930), "Seeds of life" (Gérmenes
de vida, 1931) y "The time stream" (La marea del tiempo, 1931); al
genetista británico John B.S. Haldane (1892-1964), coautor con Aldous Huxley
del ensayo "Possible worlds" (Mundos posibles, 1928); y a Ivan
Yefremov (1907-1972), paleontólogo ruso que alcanzó una notable perfección en
su relato "Andromeda Nebula" (La nebulosa de Andrómeda, 1957)
considerada como una obra maestra de la ciencia ficción. Efremov es uno de los
escritores rusos que más difusión han tenido en Occidente y uno de los
continuadores más fieles de la novela científica.
También se
puede citar al físico atómico húngaro Leo Szilard (1898-1964) que escribió
"The voice of the dolphins" (La voz de los delfines, 1961), una narración
cargada de ironía crítica; y al inglés Arthur C. Clarke (1917-2008), astrónomo
y conocidísimo escritor que desempeñó el cargo de presidente de la Asociación
Interplanetaria de Gran Bretaña. Entre sus obras se destaca en primer lugar "2001:
A space odyssey" (2001, una odisea del espacio, 1968) y, además, numerosas
narraciones del espacio como "The sands of Mars" (Las arenas de
Marte, 1951), "Prelude to space" (Preludio al espacio, 1951),
"Islands in the sky" (Islas en el cielo, 1952) y "The city and
the stars" (La ciudad y las estrellas, 1956) que son consideradas como
novelas proféticas en cuanto a la descripción de estaciones satélite en órbita
alrededor de la Tierra, todas ellas escritas antes del lanzamiento de la
primera nave espacial.
Como
científicos-escritores aparecen también el antropólogo estadounidense Chad
Oliver (1928-1993) autor de "Unearthly neighbors" (Los vecinos no
terrenales, 1960) y "The shores of another sea" (Las orillas de otro
mar, 1971); el físico estadounidense Poul Anderson (1926-2001), autor de
"No world of their own" (Sin mundo propio, 1955) y "The
corridors of time" (Los corredores del tiempo, 1965); el médico austríaco Kurt
Steiner (1912-2003), autor de "The sound of silence" (El sonido del
silencio, 1955) y "The oceans of the sky" (Los océanos del cielo,
1967); y, sobre todo, el bioquímico ruso-estadounidense Isaac Asimov
(1920-1992), uno de los autores más universalmente conocidos, creador de
novelas de aventuras galácticas basadas en argumentaciones casi científicas,
como "Pebble in the sky" (Piedra en el cielo, 1950), "I,
robot" (Yo, robot, 1950), "The naked sun" (El sol desnudo, 1957)
y "The Gods themselves" (Los propios dioses, 1972).
Gracias a
sus conocimientos en este terreno Asimov hizo verosímiles una serie de hechos
que presintió se descubrirían en el futuro. En su novela "The stars like
dust" (En la arena estelar, 1951) escribió: "Habla el capitán.
Estamos preparados para nuestro primer salto. Saldremos temporalmente de la
estructura espacio-tiempo para entrar en el reino poco conocido del
hiperespacio, donde el tiempo y la distancia no tienen significado".
Asimov habló del hiperespacio mucho antes de que los cosmólogos se pusieran a
investigarlo e incluso antes de que hubiese algunos convencidos de su
existencia.
La ciencia
ficción, como tantas otras cosas, nació con la literatura. Y sigue teniendo sus
mejores obras en la narrativa literaria en donde se puede atender mejor al
desarrollo de los personajes y la trama. Tal como decía Asimov, "la
ciencia ficción es la rama de la literatura que trata de la respuesta humana a
los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Y en efecto así
es, ya que la ciencia ficción nos hace reflexionar sobre los efectos y el
impacto social que la ciencia y la tecnología tienen sobre la sociedad que las
genera y utiliza.