En la mañana del 2 de octubre de 1924 estalló en el puerto de Veracruz, México, una de las huelgas más importantes en la historia del movimiento obrero de los años veinte. El Sindicato de Electricistas y Tranviarios decidió suspender sus labores en tanto no se satisficieran sus demandas de incremento salarial y otros beneficios laborales. Con el estallido de la huelga el tránsito se paralizó y se suspendió el servicio de energía eléctrica. El Sindicato de Oficios Varios Veracruzano acordó secundar el movimiento, considerado por los electricistas del puerto como un acto de solidaridad. La huelga afectó los trabajos de reparación de la zona marítima, de pavimentación de calles y otros servicios que se estaban llevando a cabo en oficinas federales.
Ese mismo día, un poco más al sur, el Secretario de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores de la República de Guatemala y el Ministro de Residente de la República de Nicaragua firmaban un acuerdo por el cual "los Gobiernos de las Repúblicas de Guatemala y Nicaragua animados del deseo de facilitar el libre cambio de productos entre los dos países, han convenido en celebrar una Convención Comercial que establezca cláusulas adecuadas y amplias para favorecer las transacciones con mutuo beneficio".
No muy lejos de allí, en la República Dominicana, se produjo la primera transmisión radial en el territorio nacional de un partido de béisbol, la que no incluyó equipos ni jugadores dominicanos: el periodista Frank Hatton (1897-1985) hizo una emisión de prueba con la emisora HIN, transmitiendo un juego entre los Yanquis de Nueva York y los Cardenales de San Luis.
Mientras tanto, en España se refrendaba la decisión de otorgar el voto a la mujer. Completado el censo -y a pesar de las exclusiones- éste arrojaba un total de 6.783.629 votantes de los que 1.729.793 eran mujeres, según consta en el Legajo 69 del Archivo del Congreso de los Diputados, Sección de Varios, Serie de la Junta Central del Censo o Junta Electoral Central.
En Saint Etienne, Francia, nacía Gilbert Simondon (1924-1989), un filósofo por largo tiempo ignorado que con el correr de los años fue adquiriendo una importancia mayor. Fue profesor de Letras, Ciencias Humanas y Psicología y autor de "Deux leçons sur l'animal et l'homme" (Dos lecciones sobre el animal y el hombre), "L'individuation à la lumière des notions de forme et d'information" (El individuo a la luz de la información) y "Cours sur la perception"
(Curso sobre la percepción) entre otros.
A miles de kilómetros de allí, en Evanston, Illinois, Estados Unidos, nacía Charlton Heston (1924-2008), el actor de "Ben Hur", "The ten commandments" (Los diez mandamientos), "55 days at Peking" (55 días en Pekín) y "Planet of the apes" (El planeta de los simios) entre muchas otras. También fue presidente del Sindicato de Actores (1966/1971), asesor cultural de Ronald Reagan (1981/1988) y presidente de la Asociación Nacional del Rifle (1998/2003) desde la que defendió ardientemente el derecho a la libre posesión de armas de fuego.
Y en la Argentina, ese día sucedió un hecho que se transformó en un hito del fútbol argentino y mundial: la conversión del primer gol olímpico, una rareza que tiene lugar en muy pocas ocasiones dadas las dificultades que ofrece. En efecto, el hecho de que la línea de los postes corra rectamente hasta el extremo desde el cual se ejecuta el córner, obliga a imprimirle a la pelota un giro parabólico -un "efecto"- semejante al de la bola de billar en ciertos tiros.
Hasta setiembre de 1924, la reglamentación internacional vigente en la Argentina no reconocía validez al gol efectivizado desde el ángulo formado por las líneas de meta y de banda. En la práctica, el córner era un lanzamiento indirecto que se traducía en un tiro al área, esperando la entrada del atacante o el yerro del defensor. Pero en ese mes y año, la reglamentación fue modificada en el sentido de reconocer como válido el tiro directo. Esa modificación, como otras de aquel entonces, no tuvo en su momento la trascendencia que le darían los hechos sucedidos con posterioridad. Eran tiempos de comunicación lenta, realizada por vía de cartas que tenían que ser traducidas y a su vez transmitidas a las ligas, para que éstas las dieran a conocer a los clubes y éstos a los jugadores. O sea que en la rueda burocrática bien podía darse que tal o cual cambio en el reglamento pasara inadvertido. Esto fue lo que sucedió aquél día de octubre de 1924 en la cancha de Sportivo Barracas en el Parque Pereyra sobre la actual avenida Vélez Sársfield: casi todos los presentes ignoraban la nueva reglamentación, salvo el árbitro uruguayo Ricardo Vallarino (1893-1967), quien otorgó el tanto en medio de la sorpresa general.
En la tarde de aquel jueves, la Selección de Argentina se midió con la de Uruguay, reciente campeón olímpico en un partido amistoso. Cesáreo Onzari, puntero izquierdo argentino que jugaba en Huracán, ejecutó un córner y la pelota entró en el arco. Fue un triunfo memorable de los argentinos por 2-1 sobre los campeones olímpicos. Más de 30.000 personas fueron testigos de aquel hecho memorable. La novedosa conquista dejó huella y, desde entonces, cada gol convertido como "Onzari a los olímpicos" pasó a denominarse en toda América y en algunos países de Europa gol olímpico.
El periodista Oscar Barnade cuenta en su artículo "El gol olímpico cumple 80" publicado en el diario "Clarín" en 2004: "El clásico rioplatense acrecentó su fama luego de la consagración de Uruguay en los Juegos Olímpicos de París. Apenas llegaron los olímpicos a Montevideo, se organizaron dos amistosos con Argentina. El primero se jugó el 21 de setiembre en Montevideo y finalizó 1-1. Una semana después se disputó la revancha en Buenos Aires".
"La cancha de Sportivo Barracas -continúa Barnade- tenía capacidad para 40.000 espectadores. Pero la expectativa del encuentro superó todos los cálculos: se vendieron 42.000 entradas (35.000 populares a $ 1.- y 7.000 plateas a $ 3.-)". Sumando los invitados, los socios y los "colados", ese día hubo 52.000 personas para el diario "La Nación" y casi 60.000 para "La Razón". El partido se inició con mucho público al borde de la línea lateral y, cuando apenas iban cuatro minutos de juego, el árbitro Vallarino decidió suspender el partido. Hubo varios incidentes y algunos heridos.
Se organizó entonces la continuación del encuentro para el jueves 2 de octubre y se tomaron varias medidas, entre ellas la de cercar el campo de juego con un alambrado de un metro y medio de alto. Si bien ya existían varias canchas alambradas en Buenos Aires y en Montevideo, desde entonces pasó a llamarse alambrado olímpico. También se restringió la cantidad de entradas a la venta y se aumentó su precio: se vendieron 15.000 populares a $ 2.- y 5.000 plateas a $ 5.-. De ese modo, con el agragado de invitados, los espectadores llegaron sólo a 30.000.
Para la ocasión, los equipos formaron de la siguiente manera: Uruguay con Mazzali; Nasazzi y Uriarte; Andrade, Zibecchi y Zingone; Urdinarán, Scarone, Petrone, Cea y Romano. Por su parte, la Argentina lo hizo con Tesorieri; Adolfo Celli y Bearzotti; Médice, Fortunato y Solari; Tarascone, Ernesto Celli, Sosa, Seoane y Onzari.
A los 15 minutos del primer tiempo, en un córner desde la izquierda, Onzari cacheteó la pelota que describió una curva y se metió junto al primer palo, superando el esfuerzo del arquero Mazzali para sacudir la red. Los uruguayos pensaron, en un primer momento, que correspondía una nueva ejecución puesto que ese gol no estaba en los libros, pero allí surgió el árbitro -que tenía conocimiento de la modificación reglamentaria- marcando el centro de la cancha y dictaminando la incuestionable existencia del tanto. Cea conquistó el empate para Uruguay a los 29 minutos y Tarasconi aumentó a los ocho del segundo tiempo para Argentina, que terminó ganando 2-1 a pesar de que el partido no finalizó porque el equipo uruguayo se retiró faltando cuatro minutos. Los argentinos acusaron a los uruguayos por el juego brusco, del que fue víctima Adolfo Celli, quien sufrió fractura de tibia y peroné y debió ser reemplazado por Ludovico Bidoglio. Los uruguayos también se quejaron de la incultura del público argentino, que agredió a los jugadores con piedras y botellas. Héctor Scarone le pegó una patada a un policía y terminó en la comisaría. Más allá de los incidentes, todos destacaron el gol de Onzari.
"Tengo la seguridad de haber actuado a conciencia -dijo el árbitro uruguayo al diario 'La Nación' del día siguiente-, en ningún momento dejé de cumplir mi misión en la forma en que entendía debía hacerlo. Prueba de ello, los goles que sancioné, el primero de los cuales directamente de un córner, aún cuando esa nueva disposición del reglamento oficial no nos ha sido comunicada a los referees de la Asociación Uruguaya de Football". Por su parte, el diario "La Razón" le dedicó un párrafo especial asegurando que hacía quince días se sabía de la nueva reglamentación y que "esta sanción se ha producido en una oportunidad propicia y que será recordada siempre".
El historiador del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF) Jorge Gallego aclara que "la regla fue modificada por la International Board el 14 de junio de 1924 y el primer gol directo de córner se produjo el 21 de agosto en un partido de la Segunda División de Escocia. Su autor fue Billy Alston". Por alguna razón, el gol del escocés jamás logró la trascendencia del de Cesáreo Onzari, quien nació el 22 de febrero de 1903 y sus primeros pasos en el fútbol los realizó en el Club Almagro de su barrio natal. Luego siguió en el Club Mitre, una institución de efímera existencia en los albores del fútbol argentino, para pasar luego a Huracán en 1921, en donde se quedó para siempre. Allí consiguió cuatro títulos (1921, 1922, 1925 y 1928) y jugó hasta 1933. En la Selección Argentina disputó quince partidos e hizo cuatro goles. Un sector de plates del estadio Tomás Adolfo Ducó del Club Huracán lleva su nombre. Abandonó la práctica deportiva con apenas veintiocho años de edad y falleció en Buenos Aires el 6 de enero de 1964.
Como si no fuera suficiente, aquél día también se realizó la primera transmisión de fútbol en el Río de la Plata, inaugurando una costumbre argentina: la de escuchar fútbol por la radio. Horacio Martínez Seeber, un inquieto radioaficionado interesado en el periodismo y Atilio Casime, jefe de Deportes del diario "Crítica", transmitieron el primer partido de la historia por LOR Radio Argentina.
Esta radio -la emisora pionera del país que había iniciado sus emisiones en 1920- narró los tumultos e incidentes del comienzo del encuentro el domingo 28 de septiembre con las voces de Martínez Seeber y Casime, y retornó a la cancha el jueves 2 de octubre para contar los 86 minutos restantes. No se trató de un relato clásico, del tipo de los que en hoy en día se escuchan, sino de una simple descripción de las incidencias del juego. Martínez Seeber, un profundo conocedor de los aspectos técnicos de la radiotelefonía, tenía la licencia oficial de radioaficionado número 1, otorgada por el Ministerio de Marina y esa tarde hizo a la vez de relator, comentarista y técnico. Instaló tres micrófonos en el puesto al borde del campo de juego: uno para él, otro para Casime y el tercero de ambiente, para registrar el enorme bullicio del partido internacional.