6 de septiembre de 2020

José Gervasio Artigas: buscado vivo o muerto


El 11 de febrero de 1814, el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio Posadas (1757-1833), expidió un insólito bando: se ofrecían 6.000 pesos a quien entregara la cabeza de José Artigas, al que se declaraba “enemigo de la Patria”. El decreto decía textualmente: “Art. 1 - Se declara a don José Artigas infame, privado de sus empleos, fuera de la Ley y enemigo de la Patria. Art. 2 - Como traidor a la Patria será perseguido y muerto en caso de resistencia. Art. 3 - Es un deber de todos los pueblos y las justicias, de los comandantes militares y de los ciudadanos de las Provincias Unidas perseguir al traidor por todos los medios posibles. Cualquier auxilio que se le dé voluntariamente será considerado como crimen de alta traición. Se recompensará con seis mil pesos a los que entreguen la persona de don José Artigas vivo o muerto”.
¿Por qué el teólogo y filósofo Posadas echaba mano a ese recurso bárbaro? La respuesta hay que buscarla en el efecto de demostración provocado por el jefe oriental en las masas del antiguo virreinato. En su libro “Revolución y guerra” (1972), el historiador argentino Tulio Halperín Donghi (1926-2014) señalaba agudamente que los efectos sociales de la Revolución de Mayo fueron diferentes según las regiones donde se proyectaron los ejércitos patrios: “En el Alto Perú las expediciones enviadas por Buenos Aires exhibieron una actitud indigenista que pudo ser de consecuencias explosivas en la estratificada sociedad del altiplano. En el interior del actual territorio argentino, en cambio, el efecto de la presencia patriota fue consolidar el orden social preexistente”. En la Banda Oriental, el proceso fue muy distinto.
El antiguo estanciero y capitán del Cuerpo de Blandengues José Gervasio Artigas, nacido en Montevideo el 19 de junio de 1764, tenía en ese entonces una dilatada campaña en favor de la independencia de los pueblos americanos. Ya en 1797 combatía contra el robo de ganado y el contrabando en la Banda Oriental y para proteger la frontera con Brasil de las pretensiones de los portugueses. En 1806, durante las invasiones inglesas, participó en la reconquista de Buenos Aires y en la defensa de Montevideo a las órdenes de Santiago de Liniers (1753-1810).


En febrero de 1811, cuando el Gobernador español de Montevideo, Javier de Elío (1767-1822) -nombrado Virrey del Río de la Plata por el Consejo de Regencia español- le declaró la guerra a la Junta revolucionaria creada en Buenos Aires en mayo de 1810, Artigas desertó de la guarnición de Colonia y se puso a disposición del gobierno porteño, quien le dio el grado de Teniente Coronel, ciento cincuenta hombres y doscientos pesos para iniciar el levantamiento de la Banda Oriental contra el poder español.
Artigas fue reclutando un verdadero ejército popular formado por andrajosos gauchos orientales empobrecidos y repartió entre sus paisanos las tierras y los ganados que les iba tomando a los españoles. Con estas fuerzas, el 18 de mayo de 1811 derrotó a los realistas en el combate de Las Piedras y puso sitio a Montevideo hasta que, sorpresivamente y sin consultarlo, el Primer Triunvirato que gobernaba Buenos Aires, firmó el 20 de octubre un armisticio con el virrey de Elío por el cual se comprometía a retirar las tropas patriotas.
Cuando se concretó el armisticio entre el triunvirato porteño y los realistas, que se habían hecho fuertes en Montevideo, Artigas se sintió traicionado. Entonces emprendió una suerte de “larga marcha” para alejarse del territorio que la autoridad porteña abandonaba a los españoles (y también a los portugueses). El éxodo encabezado por Artigas -conocido como el Éxodo Oriental- fue un fenómeno que reconoce pocos precedentes: miles y miles de orientales, rurales y urbanos; hombres, mujeres, viejos y chicos lo siguieron en su retirada, una muda y conmovedora protesta civil. Consta que la marcha popular fue voluntaria -al menos mayoritariamente- y que acompañaban a Artigas tanto estancieros como peones, comerciantes de buen pasar y simples pobladores de la ciudad y el campo.


Ese pueblo en marcha cruzó el río Uruguay con 1.000 carretas y unas 16.000 personas con sus ganados y pertenencias en la primera semana de enero de 1812, y se radicó en el Ayuí, en la orilla occidental del río, pocos kilómetros al norte de la actual ciudad entrerriana de Concordia, entonces perteneciente a la provincia de Misiones.
De allí en adelante, Artigas instauró en los territorios bajo su influencia una democracia elemental pero auténtica: igualitaria, austera y representativa. Hizo una reforma agraria en 1815, disponiendo que “los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia”, con tierras confiscadas a los “emigrados, malos europeos y peores americanos”. También le dio personería activa a los indios de las antiguas misiones y luchó contra la aristocracia de Montevideo para desplazar el poder de la Banda Oriental a la campaña.
Para el grupo que, bajo diferentes formas, había detentado la autoridad en Buenos Aires desde 1810, Artigas resultaba demasiado peligroso. Los dirigentes porteños llevaban con circunspección su guerra contra España; habían mandado emisarios al rey Fernando VII (cuando éste retornó al trono) para ratificarle su sumisión; solicitaron por intermedio del Director Supremo Carlos María de Alvear (1789-1852) el protectorado británico; se negaron a enarbolar la bandera de Manuel Belgrano (1770-1820) por temor a desencadenar incontrolablemente el proceso emancipador; buscaban príncipes e infantes desesperadamente y estaban dispuestos a entregar la Banda Oriental a los portugueses a cambio de su neutralidad. Y sobre todo ejercían un claro “gatopardismo”: nada debía cambiar, aunque todo pareciera estar cambiando y sólo la “parte más sana y principal” debía gobernar.


En este contexto es donde aparece Artigas, rodeado de gauchos e indios, pidiendo la declaración de la independencia en 1813, llevando de manera intransigente la guerra contra españoles y portugueses, exigiendo que las regiones del antiguo virreinato se vincularan libremente en una Confederación y que la capital de ésta estuviera en cualquier ciudad menos en Buenos Aires, postulando un puerto libre en Maldonado, proclamando su republicanismo y repartiendo tierras a los pobres.
De aquí la guerra total que se le libró desde Buenos Aires a partir de 1812 y hasta 1820, con breves intervalos de armisticios incumplidos o promesas desvanecidas. Juntas, triunviratos y directorios pasaron por el fuerte de Buenos Aires, pero aunque estas variantes pudieran estar enfrentadas en otros aspectos, todas coincidieron en su odio a Artigas, ese caudillo federal que, entre 1815 y 1816, llegó a tener bajo su órbita a las actuales provincias de Misiones, Chaco, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Córdoba.
Un formidable alivio debió haber sentido la burguesía mercantil porteña cuando, en ese año terrible de 1820, se supo que el caudillo oriental había sido destrozado (primero, por los portugueses al mando del general Carlos Federico Lecor (1767-1836) y luego por su antiguo aliado, el caudillo entrerriano Francisco “Pancho” Ramírez (1786-1821) en la decisiva batalla de Tacuarembó.
Luego de esta derrota, Artigas se perdió para siempre en las selvas paraguayas, en donde se dedicó a la agricultura en una modesta chacra rodeado de indios y campesinos guaraníes que lo llamaban “caraí marangatú” (padre de los pobres). Había desaparecido de escena el republicano más radical de la década. El camino llevado adelante por Bernardino Rivadavia (1780-1845) durante el período transcurrido entre 1821 y 1824 como ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Martín Rodríguez (1771-1845) y como presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata entre febrero de 1826 y junio de 1827, etapa que denominó “feliz experiencia” -aquella de establecer una cultura política afín a las nuevas concepciones liberales de la época- quedaba ahora expedito.
El largo exilio del Protector de los Pueblos Libres finalizó el día de su muerte en Ibiray, cerca de Asunción, Paraguay -país en el que su presidente José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco (1766-1840) le había concedido el asilo-, el 23 de septiembre de 1850 a los 86 años de edad.
Los restos del precursor del federalismo en el Río de la Plata, aquel que en su adolescencia se había relacionado de manera intensa con los indios charrúas llegando incluso a convivir con ellos, y cuyo ideario se había formado en su juventud con la lectura de obras como “Du contrat social” (El contrato social) y “Common sense” (Sentido común) de los filósofos Jean Jacques Rousseau (1712-1778) y Thomas Paine (1737-1809) respectivamente, fueron repatriados al Uruguay en 1855.