Hervé Kempf: “Bienes comunes como la educación, la salud y el medio ambiente, en este momento están siendo destruidos por el capitalismo” (1/2)
El periodista y escritor
francés Hervé Kempf (1957) nació en Amiens, cursó los estudios secundarios en
el Lycée Henri IV de París y luego estudió ciencias económicas, historia y
ciencias políticas en el Institut d'Études Politiques de París. Comenzó su
carrera como periodista en la radio “Cocktail”, luego en la radio “Je t'aime”
-ambas de París-, después en la radio “Alligator” de Montpellier, y más
adelante lo hizo en la revista “Science et Vie Micro” y en el programa de
televisión “Sauve qui Veut”. Su inclinación por la problemática medioambiental
surgió a partir del accidente nuclear ocurrido en abril de 1986 en la central Chernóbil
ubicada en el norte de Ucrania, una catástrofe que lo llevó a dedicarse a
cuestiones ecológicas escribiendo artículos en distintas publicaciones
científicas y económicas, entre ellas “Le magazine de l'environnement”, “Courrier
International” y “La Recherche”. En 1998 se incorporó al
diario “Le Monde” donde cubrió el ámbito medioambiental, en particular las
cuestiones relacionadas con las negociaciones sobre el clima y los organismos
genéticamente modificados. En ese periódico vespertino creó y editó en enero de
2009 la columna semanal “Écologie” hasta que, en septiembre de 2013, decidió
dejar el diario afirmando ser víctima de la censura y acusando a su dirección
de estar alejada de los intereses del pueblo. En el año 1989 había fundado la revista
“Reporterre”, la cual, a pesar de vender más de 25.000 ejemplares por mes, no
logró el equilibrio financiero para sostenerse y dejó de publicarse poco
después de un año. Años después, en 2007, Kempf creó un sitio web con el mismo
nombre, un diario digital sin fines de lucro de libre acceso que no contiene
publicidad y mayoritariamente se mantiene gracias a las donaciones de sus
lectores. En una entrevista detalló
la línea editorial de este espacio de Internet, al cual definió como la
articulación entre periodismo y compromiso político: “Tenemos una línea
editorial muy clara, que está escrita en el sitio: consideramos que la cuestión
ecológica es la principal cuestión histórica y política desde el comienzo del
siglo XXI. La ecología es política y no se puede reducir a cuestiones de
naturaleza y contaminación. La ecología afecta al destino común, afecta al
futuro, y su situación se deriva en gran medida de las relaciones sociales: así
pues, lo que ‘Reporterre’ presenta y discute es una ecología política. Estamos
comprometidos y estamos librando una lucha contra la cosmovisión liderada por
la economía”.
Lo que sigue a
continuación es la primera parte del compendio de entrevistas que Hervé Kempf
concediera a las periodistas Soledad Barruti y Francesca Barca en ocasión de su
visita a la Argentina, y al periodista y escritor Andrés Hax publicadas en el
suplemento “Radar” del diario “Página/12”, en la revista “Ñ” y en la página web
multilingüe “Voxeurop” el 25 de septiembre de 2011, el 30 de septiembre de 2011
y el 5 de febrero de 2025 respectivamente. Según lo que puede leerse
en sus libros, la humanidad en su economía expansiva camina hacia su propia
destrucción. ¿Qué hay que hacer para evitar el colapso? Lo que hace falta es que
las personas retomen el control creativo de sus vidas. Que se den cuenta de que
hay que salir del individualismo. Que el futuro no está en la industria, ni en
la tecnología, sino en la agricultura campesina, en un nuevo sistema económico
de responsabilidad social. Y que el cambio debe ser colectivo: exigiéndoles a
los políticos para que legislen en esa dirección. ¿Un pedido demasiado
idealista? Todo lo contrario, el adversario está desgastado. En el apogeo de su
florecimiento, el capitalismo va a desvanecerse. Entonces, en el fondo,
¿cree que vamos bien? Creo que están pasando
muchas cosas extraordinarias. Hay cada vez más interés mundial por la ecología,
porque ésa es la cuestión más importante del tercer milenio. Hace veinte años,
la ecología parecía muy teórica, pero ahora se ha vuelto algo cotidiano porque
todos los días tenemos un signo nuevo de que algo está cambiando. Hace veinte
años uno podía prestar menos atención a las cuestiones de desigualdad, pero hoy
son muy visibles en todos los países del mundo. Hace veinte años uno podía no
darse cuenta del poder de los bancos y del sistema financiero, pero hoy en día
está muy claro que tienen un comportamiento antisocial. Eso hace que haya más
gente intentando cambiarlas. Los periodistas, los intelectuales, los que
relatan el mundo, tenemos que presentar las perspectivas de una manera muy
clara para que la gente entienda qué es lo que está pasando. En sus libros expone cómo
la ecología ha puesto en jaque al sistema capitalista por ser un límite a la
posibilidad de explotación expansiva. ¿Eso finalmente ha generado movimientos
sociales? El vínculo entre la
ecología y lo social se ha vuelto cada vez más frecuente y observable, aunque
muchos periódicos siguen dejando de lado la cuestión. Por ejemplo, el
movimiento social que se desarrolló en Chile cuando visité ese país se originó
como un movimiento en contra de las represas al sur del país. Y después pasó a
transformarse en una cuestión social por la educación. Y en ambos casos las
problemáticas que se plantean son las mismas: la concentración del poder por
parte de las grandes corporaciones, la privatización de los recursos y la
ausencia de democracia en la toma de decisiones. Cuando terminó su libro
sobre la necesidad de salir del capitalismo, esos movimientos recién empezaban
a asomar. Hoy proliferan en el mundo y tienen a los jóvenes como protagonistas. Sí, hay cada vez más
partes de la población que se dan cuenta de que el sistema está bloqueado.
Podríamos citar también lo que pasa en Grecia o en Francia, donde el año pasado
hubo un movimiento social muy importante; en Túnez, en Egipto y en España. ¿Y bajo qué sistema se
encuadran esos movimientos? Es muy difícil encontrar
un enlace político para esa expresión. Por ejemplo, los indignados de Madrid
rechazaron a los partidos políticos. Porque la izquierda y la derecha están
demasiado cerca. Una gran parte de lo que se llama la izquierda, como el
Partido Socialista en Francia, Italia o España, los socialdemócratas en
Alemania, los laboristas en Inglaterra, la Concertación en Chile, han aceptado
la lógica neoliberal, por lo cual ahora tienen una gran dificultad para
cuestionar esa lógica. Y lo que el pueblo está pidiendo es justamente salir de
ese sistema neoliberal. El problema es que la oligarquía hoy en día es tan
fuerte que controla tanto el sistema político como a los medios: las partes que
se expresen de manera muy contundente contra ese poder tienen dificultades para
encontrar su lugar. Lo que nos lleva de vuelta
a la importancia del rol de los intelectuales, de los comunicadores. Los cambios de conciencia
colectiva los promueven quienes relatan el mundo. Escribir libros y artículos
genera cambios. Claro que yo respondo como alguien cuyo trabajo es escribir. Un
abogado podría optar por no defender a las grandes empresas sino a la gente de
una pequeña población que está siendo amenazada. ¿Y cuál sería el rol que
deberían asumir los científicos? Porque entre la biotecnología y las
investigaciones financiadas por las grandes corporaciones, los científicos
tienen mucho poder en este momento. En el caso de los
científicos es más difícil porque su conocimiento es de naturaleza diferente.
El conocimiento de los periodistas, los intelectuales o los políticos se
refiere a la sociedad, y aunque pueden estar basados en datos muy concretos,
siempre tienen elementos subjetivos y se prestan a diferentes análisis. El
conocimiento científico avanza poniéndose de acuerdo en conocimientos objetivos,
haciendo mediciones: su conocimiento está en la materia, no en la sociedad que
lo utiliza. Pero eso no les quita su responsabilidad. En las últimas décadas se
ha sometido a los científicos a intereses financieros. Aunque todavía puede
haber quienes asuman riesgos para hablar y realizar investigaciones en ámbitos
que los intereses financieros no quieren abordar. En Francia está Gilles
Seralini, un biólogo que trabaja sobre los efectos que los transgénicos y el
glifosato tienen sobre la salud (entre sus estudios se destaca el
descubrimiento de que el glifosato es letal para los embriones y que contamina
los alimentos genéticamente modificados para resistirlo). Seralini tuvo muchas
dificultades en su carrera porque los organismos universitarios no querían que
trabajara en ese ámbito. Es una prueba de que a veces los científicos no
privilegian sus intereses o su carrera personal. Profundizando en ese
aspecto, ¿cree en la biotecnología aplicada al desarrollo agroindustrial? Yo trabajé mucho sobre ese
asunto. Incluso escribí un libro donde cuento la historia de los transgénicos.
A priori no estoy en contra de los transgénicos, pero si uno mira la historia
de su desarrollo se ve que, antes de aprobarlos en Estados Unidos, no se
realizaron muchos estudios previos sobre sus efectos en la salud, ni de los
efectos sobre la vida de los agricultores y los pequeños campesinos. En general
se aprobaron de manera muy rápida para beneficio de las grandes empresas. Y por
supuesto no se puede decir que los transgénicos aporten un beneficio en materia
de alimentación. Entonces, yo estoy bastante de acuerdo con el movimiento
ecologista europeo que impidió el desarrollo de transgénicos en ese continente,
a diferencia del norteamericano que lo promueve en el mundo. Porque finalmente
detrás de las cuestiones de la biotecnología vegetal está la discusión en torno
del tipo de agricultura que se quiere en un país, y la agricultura remite a un
sistema social siempre. Usted asegura que el
crecimiento del PBI va de la mano con la desigualdad social. ¿Podría
desarrollar ese concepto? Me parece que la obsesión
de los gobiernos por el crecimiento también apunta a invisibilizar el
crecimiento de las desigualdades. Y el ejemplo es sencillo: si hay un
crecimiento global del PBI, los que están en la parte más baja de la pirámide
van a ver un aumento proporcional de su nivel en un 1%, van a creer que su
realidad va mejor y nadie se va a dar cuenta de que las condiciones de los que
están en la parte de arriba de la pirámide aumentan en un 4%. Muchas veces el
crecimiento es una manera de volver invisible la desigualdad en la distribución
de la riqueza. ¿Qué sucede con la parte
media de la pirámide, con esa clase que está adormecida en el consumo y sin
ninguna ideología? Las clases medias están
atrapadas en una contradicción. Ven que el mundo cambia, que la cuestión
ecológica se vuelve cada vez más apremiante, que el sistema capitalista no
busca mejorar su situación. Al mismo tiempo se han acostumbrado a un alto nivel
de confort y tienen dificultades en aceptar que sería necesario perder algo de
ese confort, como dejar de cambiar el televisor o el celular a cada rato. En
los países del Norte, las clases medias ya están tensionadas por esa
contradicción. Eso explica que no encuentren una representación política: esas
dos tendencias de la clase media no permiten definir de manera clara cuáles son
sus objetivos. Tienen que entrar en una lógica de reducción del consumo
material y a su vez entrar en el desafío de reconquistar bienes
comunes -como la educación, la salud y el medio ambiente en general- que
garanticen una mejor vida social y que en este momento están siendo destruidos
por el capitalismo. En sus libros expone que
una de las decisiones más urgentes sería limitar la capacidad de ganancia de
los ricos, establecer una Renta Máxima Obtenible. ¿Es un deseo personal o su
propuesta ha tenido alguna precisión concreta? Está avanzando. En Francia
hay un debate actualmente sobre las ganancias máximas. La idea fue tomada por
los partidos ecologistas y los partidos de izquierda, que representan cada uno
el 8% del electorado. El Partido Socialista francés ha incorporado la idea de
un salario máximo dentro de las empresas públicas. Y cada vez salen más
proyectos de reforma fiscal para que los ricos paguen. ¿En ese sentido va el
pedido de aumento de los impuestos que hicieron los ricos en Francia? No fueron todos los ricos
sino algunos de ellos. Pero sin dudas los ricos están sintiendo que viene mucha
presión de abajo. Entonces hacen gestos de caridad: “este año les dejo mil
millones”. Pero no hay que tomar esos gestos. Lo que se necesita es una reforma
fiscal. Que la sociedad, que es la que elige a los representantes del pueblo,
que a su vez votan los impuestos, exija que se modifique esa situación. Y en
todos estos temas es igual: el nodo de la democracia es la representación del
pueblo para que decidan acerca de las representaciones en común. Eso que era
central en la Revolución Francesa vuelve a estar en el centro del debate. Luchar contra el
capitalismo suena como una tarea tan gigantesca... ¿Cuál sería una forma
concreta de esta lucha? Una cosa muy fácil de
hacer -no es fácil en los primeros días, como dejar de fumar- pero una cosa muy
buena y eficiente para ser libre es apagar la televisión, tirar la televisión a
la calle y olvidarse de ella y comenzar de vivir sin televisión. Eso es una
forma bien concreta y eficiente para que un individuo empezar a cambiar. Algo
interesante es que el capitalismo en su última etapa, en los últimos treinta
años, ha privatizado más y más áreas de actividad social. Privatizó el sexo,
privatizó el deporte… Y usó la televisión para controlar las mentes de las
personas y para empujar a la gente hacia este tipo de actividad. Y hacerles
creer que la política y los temas técnicos no son muy interesantes. Está muy
claro que la oligarquía dentro del capitalismo siempre ha intentado controlar
la televisión. Saben que es la manera más eficiente de controlar la mente de
las personas. Antes, la interacción social se realizaba en cafés, en familia,
en la iglesia, en el sindicato, en la calle… Las cosas eran más vividas. Ahora
estamos en una situación en la cual en todos los países la gente ve por lo
menos tres horas y media de televisión por día. Esto quiere decir que todos
nuestros hermanos y hermanas están siendo controlados por la televisión. Hace una distinción entre
el capitalismo y el libre mercado. ¿Puede explicar cómo es esta diferencia? Baso mi argumento en
historiadores como Fernand Braudel y Karl Polanyi. Ellos analizan el
capitalismo como la extensión del principio del libre mercado hacia todas las
facetas de la sociedad. No estoy en contra la economía de mercado. Creo que es
útil para producir cucharas, relojes, papel, mesas, cámaras... muchas cosas. El
comercio libre es algo útil, por más que las cooperativas también lo sean. Lo
que digo es que, en los últimos treinta años del capitalismo, la economía de
libre mercado se ha extendido a todos los campos de la actividad social. Y no
creo que todas las actividades sociales deban ser regidas por el mercado. La
ecología, por ejemplo, no puede ser dejada al mercado porque la tenemos que
proteger. Los ecosistemas son un bien común. Lo mismo con la educación, que es
tan importante para la sociedad que no la podemos dejar en las manos de los
mercados; tiene que ser regido por el Estado. Y cuando digo Estado hablo de la
expresión de la comunidad de ciudadanos en un sistema democrático. No estoy a
favor de planificación estatal o que el Estado controle todo. Lo que sí quiero
es que el mercado se limite a funcionar en los lugares donde es más eficiente.