11 de abril de 2025

Hervé Kempf: “Bienes comunes como la educación, la salud y el medio ambiente, en este momento están siendo destruidos por el capitalismo” (1/2)

El periodista y escritor francés Hervé Kempf (1957) nació en Amiens, cursó los estudios secundarios en el Lycée Henri IV de París y luego estudió ciencias económicas, historia y ciencias políticas en el Institut d'Études Politiques de París. Comenzó su carrera como periodista en la radio “Cocktail”, luego en la radio “Je t'aime” -ambas de París-, después en la radio “Alligator” de Montpellier, y más adelante lo hizo en la revista “Science et Vie Micro” y en el programa de televisión “Sauve qui Veut”. Su inclinación por la problemática medioambiental surgió a partir del accidente nuclear ocurrido en abril de 1986 en la central Chernóbil ubicada en el norte de Ucrania, una catástrofe que lo llevó a dedicarse a cuestiones ecológicas escribiendo artículos en distintas publicaciones científicas y económicas, entre ellas “Le magazine de l'environnement”, “Courrier International” y “La Recherche”.
En 1998 se incorporó al diario “Le Monde” donde cubrió el ámbito medioambiental, en particular las cuestiones relacionadas con las negociaciones sobre el clima y los organismos genéticamente modificados. En ese periódico vespertino creó y editó en enero de 2009 la columna semanal “Écologie” hasta que, en septiembre de 2013, decidió dejar el diario afirmando ser víctima de la censura y acusando a su dirección de estar alejada de los intereses del pueblo. En el año 1989 había fundado la revista “Reporterre”, la cual, a pesar de vender más de 25.000 ejemplares por mes, no logró el equilibrio financiero para sostenerse y dejó de publicarse poco después de un año. Años después, en 2007, Kempf creó un sitio web con el mismo nombre, un diario digital sin fines de lucro de libre acceso que no contiene publicidad y mayoritariamente se mantiene gracias a las donaciones de sus lectores.
En una entrevista detalló la línea editorial de este espacio de Internet, al cual definió como la articulación entre periodismo y compromiso político: “Tenemos una línea editorial muy clara, que está escrita en el sitio: consideramos que la cuestión ecológica es la principal cuestión histórica y política desde el comienzo del siglo XXI. La ecología es política y no se puede reducir a cuestiones de naturaleza y contaminación. La ecología afecta al destino común, afecta al futuro, y su situación se deriva en gran medida de las relaciones sociales: así pues, lo que ‘Reporterre’ presenta y discute es una ecología política. Estamos comprometidos y estamos librando una lucha contra la cosmovisión liderada por la economía”.


Lo que sigue a continuación es la primera parte del compendio de entrevistas que Hervé Kempf concediera a las periodistas Soledad Barruti y Francesca Barca en ocasión de su visita a la Argentina, y al periodista y escritor Andrés Hax publicadas en el suplemento “Radar” del diario “Página/12”, en la revista “Ñ” y en la página web multilingüe “Voxeurop” el 25 de septiembre de 2011, el 30 de septiembre de 2011 y el 5 de febrero de 2025 respectivamente.
 
 Según lo que puede leerse en sus libros, la humanidad en su economía expansiva camina hacia su propia destrucción. ¿Qué hay que hacer para evitar el colapso?
 
Lo que hace falta es que las personas retomen el control creativo de sus vidas. Que se den cuenta de que hay que salir del individualismo. Que el futuro no está en la industria, ni en la tecnología, sino en la agricultura campesina, en un nuevo sistema económico de responsabilidad social. Y que el cambio debe ser colectivo: exigiéndoles a los políticos para que legislen en esa dirección. ¿Un pedido demasiado idealista? Todo lo contrario, el adversario está desgastado. En el apogeo de su florecimiento, el capitalismo va a desvanecerse.
 
Entonces, en el fondo, ¿cree que vamos bien?
 
Creo que están pasando muchas cosas extraordinarias. Hay cada vez más interés mundial por la ecología, porque ésa es la cuestión más importante del tercer milenio. Hace veinte años, la ecología parecía muy teórica, pero ahora se ha vuelto algo cotidiano porque todos los días tenemos un signo nuevo de que algo está cambiando. Hace veinte años uno podía prestar menos atención a las cuestiones de desigualdad, pero hoy son muy visibles en todos los países del mundo. Hace veinte años uno podía no darse cuenta del poder de los bancos y del sistema financiero, pero hoy en día está muy claro que tienen un comportamiento antisocial. Eso hace que haya más gente intentando cambiarlas. Los periodistas, los intelectuales, los que relatan el mundo, tenemos que presentar las perspectivas de una manera muy clara para que la gente entienda qué es lo que está pasando.
 
En sus libros expone cómo la ecología ha puesto en jaque al sistema capitalista por ser un límite a la posibilidad de explotación expansiva. ¿Eso finalmente ha generado movimientos sociales?
 
El vínculo entre la ecología y lo social se ha vuelto cada vez más frecuente y observable, aunque muchos periódicos siguen dejando de lado la cuestión. Por ejemplo, el movimiento social que se desarrolló en Chile cuando visité ese país se originó como un movimiento en contra de las represas al sur del país. Y después pasó a transformarse en una cuestión social por la educación. Y en ambos casos las problemáticas que se plantean son las mismas: la concentración del poder por parte de las grandes corporaciones, la privatización de los recursos y la ausencia de democracia en la toma de decisiones.
 
Cuando terminó su libro sobre la necesidad de salir del capitalismo, esos movimientos recién empezaban a asomar. Hoy proliferan en el mundo y tienen a los jóvenes como protagonistas.
 
Sí, hay cada vez más partes de la población que se dan cuenta de que el sistema está bloqueado. Podríamos citar también lo que pasa en Grecia o en Francia, donde el año pasado hubo un movimiento social muy importante; en Túnez, en Egipto y en España.
 
¿Y bajo qué sistema se encuadran esos movimientos?
 
Es muy difícil encontrar un enlace político para esa expresión. Por ejemplo, los indignados de Madrid rechazaron a los partidos políticos. Porque la izquierda y la derecha están demasiado cerca. Una gran parte de lo que se llama la izquierda, como el Partido Socialista en Francia, Italia o España, los socialdemócratas en Alemania, los laboristas en Inglaterra, la Concertación en Chile, han aceptado la lógica neoliberal, por lo cual ahora tienen una gran dificultad para cuestionar esa lógica. Y lo que el pueblo está pidiendo es justamente salir de ese sistema neoliberal. El problema es que la oligarquía hoy en día es tan fuerte que controla tanto el sistema político como a los medios: las partes que se expresen de manera muy contundente contra ese poder tienen dificultades para encontrar su lugar.
 
Lo que nos lleva de vuelta a la importancia del rol de los intelectuales, de los comunicadores.
 
Los cambios de conciencia colectiva los promueven quienes relatan el mundo. Escribir libros y artículos genera cambios. Claro que yo respondo como alguien cuyo trabajo es escribir. Un abogado podría optar por no defender a las grandes empresas sino a la gente de una pequeña población que está siendo amenazada.
 
¿Y cuál sería el rol que deberían asumir los científicos? Porque entre la biotecnología y las investigaciones financiadas por las grandes corporaciones, los científicos tienen mucho poder en este momento.
 
En el caso de los científicos es más difícil porque su conocimiento es de naturaleza diferente. El conocimiento de los periodistas, los intelectuales o los políticos se refiere a la sociedad, y aunque pueden estar basados en datos muy concretos, siempre tienen elementos subjetivos y se prestan a diferentes análisis. El conocimiento científico avanza poniéndose de acuerdo en conocimientos objetivos, haciendo mediciones: su conocimiento está en la materia, no en la sociedad que lo utiliza. Pero eso no les quita su responsabilidad. En las últimas décadas se ha sometido a los científicos a intereses financieros. Aunque todavía puede haber quienes asuman riesgos para hablar y realizar investigaciones en ámbitos que los intereses financieros no quieren abordar. En Francia está Gilles Seralini, un biólogo que trabaja sobre los efectos que los transgénicos y el glifosato tienen sobre la salud (entre sus estudios se destaca el descubrimiento de que el glifosato es letal para los embriones y que contamina los alimentos genéticamente modificados para resistirlo). Seralini tuvo muchas dificultades en su carrera porque los organismos universitarios no querían que trabajara en ese ámbito. Es una prueba de que a veces los científicos no privilegian sus intereses o su carrera personal.
 
Profundizando en ese aspecto, ¿cree en la biotecnología aplicada al desarrollo agroindustrial?
 
Yo trabajé mucho sobre ese asunto. Incluso escribí un libro donde cuento la historia de los transgénicos. A priori no estoy en contra de los transgénicos, pero si uno mira la historia de su desarrollo se ve que, antes de aprobarlos en Estados Unidos, no se realizaron muchos estudios previos sobre sus efectos en la salud, ni de los efectos sobre la vida de los agricultores y los pequeños campesinos. En general se aprobaron de manera muy rápida para beneficio de las grandes empresas. Y por supuesto no se puede decir que los transgénicos aporten un beneficio en materia de alimentación. Entonces, yo estoy bastante de acuerdo con el movimiento ecologista europeo que impidió el desarrollo de transgénicos en ese continente, a diferencia del norteamericano que lo promueve en el mundo. Porque finalmente detrás de las cuestiones de la biotecnología vegetal está la discusión en torno del tipo de agricultura que se quiere en un país, y la agricultura remite a un sistema social siempre.
 
Usted asegura que el crecimiento del PBI va de la mano con la desigualdad social. ¿Podría desarrollar ese concepto?
 
Me parece que la obsesión de los gobiernos por el crecimiento también apunta a invisibilizar el crecimiento de las desigualdades. Y el ejemplo es sencillo: si hay un crecimiento global del PBI, los que están en la parte más baja de la pirámide van a ver un aumento proporcional de su nivel en un 1%, van a creer que su realidad va mejor y nadie se va a dar cuenta de que las condiciones de los que están en la parte de arriba de la pirámide aumentan en un 4%. Muchas veces el crecimiento es una manera de volver invisible la desigualdad en la distribución de la riqueza.
 
¿Qué sucede con la parte media de la pirámide, con esa clase que está adormecida en el consumo y sin ninguna ideología?
 
Las clases medias están atrapadas en una contradicción. Ven que el mundo cambia, que la cuestión ecológica se vuelve cada vez más apremiante, que el sistema capitalista no busca mejorar su situación. Al mismo tiempo se han acostumbrado a un alto nivel de confort y tienen dificultades en aceptar que sería necesario perder algo de ese confort, como dejar de cambiar el televisor o el celular a cada rato. En los países del Norte, las clases medias ya están tensionadas por esa contradicción. Eso explica que no encuentren una representación política: esas dos tendencias de la clase media no permiten definir de manera clara cuáles son sus objetivos. Tienen que entrar en una lógica de reducción del consumo material y a su vez entrar en el desafío de reconquistar bienes comunes -como la educación, la salud y el medio ambiente en general- que garanticen una mejor vida social y que en este momento están siendo destruidos por el capitalismo.
 
En sus libros expone que una de las decisiones más urgentes sería limitar la capacidad de ganancia de los ricos, establecer una Renta Máxima Obtenible. ¿Es un deseo personal o su propuesta ha tenido alguna precisión concreta?
 
Está avanzando. En Francia hay un debate actualmente sobre las ganancias máximas. La idea fue tomada por los partidos ecologistas y los partidos de izquierda, que representan cada uno el 8% del electorado. El Partido Socialista francés ha incorporado la idea de un salario máximo dentro de las empresas públicas. Y cada vez salen más proyectos de reforma fiscal para que los ricos paguen.
 
¿En ese sentido va el pedido de aumento de los impuestos que hicieron los ricos en Francia?
 
No fueron todos los ricos sino algunos de ellos. Pero sin dudas los ricos están sintiendo que viene mucha presión de abajo. Entonces hacen gestos de caridad: “este año les dejo mil millones”. Pero no hay que tomar esos gestos. Lo que se necesita es una reforma fiscal. Que la sociedad, que es la que elige a los representantes del pueblo, que a su vez votan los impuestos, exija que se modifique esa situación. Y en todos estos temas es igual: el nodo de la democracia es la representación del pueblo para que decidan acerca de las representaciones en común. Eso que era central en la Revolución Francesa vuelve a estar en el centro del debate.
 
Luchar contra el capitalismo suena como una tarea tan gigantesca... ¿Cuál sería una forma concreta de esta lucha?
 
Una cosa muy fácil de hacer -no es fácil en los primeros días, como dejar de fumar- pero una cosa muy buena y eficiente para ser libre es apagar la televisión, tirar la televisión a la calle y olvidarse de ella y comenzar de vivir sin televisión. Eso es una forma bien concreta y eficiente para que un individuo empezar a cambiar. Algo interesante es que el capitalismo en su última etapa, en los últimos treinta años, ha privatizado más y más áreas de actividad social. Privatizó el sexo, privatizó el deporte… Y usó la televisión para controlar las mentes de las personas y para empujar a la gente hacia este tipo de actividad. Y hacerles creer que la política y los temas técnicos no son muy interesantes. Está muy claro que la oligarquía dentro del capitalismo siempre ha intentado controlar la televisión. Saben que es la manera más eficiente de controlar la mente de las personas. Antes, la interacción social se realizaba en cafés, en familia, en la iglesia, en el sindicato, en la calle… Las cosas eran más vividas. Ahora estamos en una situación en la cual en todos los países la gente ve por lo menos tres horas y media de televisión por día. Esto quiere decir que todos nuestros hermanos y hermanas están siendo controlados por la televisión.
 
Hace una distinción entre el capitalismo y el libre mercado. ¿Puede explicar cómo es esta diferencia?
 
Baso mi argumento en historiadores como Fernand Braudel y Karl Polanyi. Ellos analizan el capitalismo como la extensión del principio del libre mercado hacia todas las facetas de la sociedad. No estoy en contra la economía de mercado. Creo que es útil para producir cucharas, relojes, papel, mesas, cámaras... muchas cosas. El comercio libre es algo útil, por más que las cooperativas también lo sean. Lo que digo es que, en los últimos treinta años del capitalismo, la economía de libre mercado se ha extendido a todos los campos de la actividad social. Y no creo que todas las actividades sociales deban ser regidas por el mercado. La ecología, por ejemplo, no puede ser dejada al mercado porque la tenemos que proteger. Los ecosistemas son un bien común. Lo mismo con la educación, que es tan importante para la sociedad que no la podemos dejar en las manos de los mercados; tiene que ser regido por el Estado. Y cuando digo Estado hablo de la expresión de la comunidad de ciudadanos en un sistema democrático. No estoy a favor de planificación estatal o que el Estado controle todo. Lo que sí quiero es que el mercado se limite a funcionar en los lugares donde es más eficiente.