Atardece. Nuestro hombre
está apoltronado en uno de los sillones de la sala de estar con un libro
cerrado entre las manos. Se trata de “Todos los nombres” de su admirado José
Saramago. Acaba de leerlo y se pregunta por qué le costó tanto terminarlo.
Recuerda otras obras del escritor portugués por las que se sintió embelesado:
“El hombre duplicado”, “El año de la muerte de Ricardo Reis”, “La balsa de
piedra”, “La caverna”, “Casi un objeto”, “Caín”… Ese modo tan particular de
utilizar los signos de puntuación, lo que para algunos críticos literarios
constituye una “dificultad sintáctica del texto”, a él le encantó. Por eso
sobrevuela en su mente el interrogante sobre el desgano, la displicencia con
que leyó esa obra. No debe ser Saramago, se dijo, debo ser yo. Evidentemente no
estoy bien, pensó. Pero, ¿por qué? Será por observar e intentar aquilatar
diariamente la situación social que se vive no sólo en Argentina sino también
en Latinoamérica y en buena parte del mundo, pensó. Las pésimas perspectivas
para un futuro no muy lejano, la hipocresía, la corrupción, el nepotismo de las
clases dirigentes, en fin, todo lo que directa o indirectamente perjudica a los
seres humanos comunes y corrientes. ¿Será por eso? volvió a preguntarse.
Que él recuerde, fueron varias las veces en su vida que se sintió tan pero tan lejos de ese estado de ánimo caracterizado por la tranquilidad y la ausencia de temores que los antiguos griegos llamaban ataraxia. En repetidas ocasiones estuvo intranquilo y temeroso, es cierto, pero del modo en que lo está ahora no. Algunos filósofos griegos aseguraban que para llegar a ese estado de sosiego anímico era necesario liberar las inquietudes, superar los miedos. Otros, en cambio, sostenían que se alcanzaba absteniéndose de enjuiciar las cosas, manteniéndose indiferente a lo que acontecía. Pero él, por esas vueltas de la vida, nunca pudo mantener una actitud contemplativa frente a las cosas que sucedían cotidianamente, siempre se sintió urgido a comprometerse con las circunstancias que lo rodeaban e intentar corregirlas si lo consideraba necesario. La sombra militar de sus familiares, sus amigos de la infancia, sus profesores y compañeros de estudios en la facultad, todos ellos muertos bajo la siniestra hegemonía de la dictadura de los años ’70, fue tal vez el motivo por el cual él contuvo su impetuosa rebeldía.
Indudablemente muchas cosas le pasaron durante su tránsito por la vida y ahora, ya en la etapa de la adultez madura, advertía que llevaba montones dentro de sí, lo que a veces le hacía pensar que era un cargamento muy pesado. Afectos, errores, historias, confusiones, secretos, torpezas, intuiciones, lecturas… Leer, pensó, su sempiterna obsesión desde que tenía uso de razón y aún conservaba. Ya no sólo leía ficciones como cuando era un niño o un adolescente, sino que las alternaba con ensayos sobre filosofía, sociología, economía, psicología, historia, politología… En fin, de todo un poco. Una práctica que le había proporcionado una gran estima por las letras y una vaga erudición. ¿Sería por eso que ahora era tan sensible ante todo lo que estaba ocurriendo? Pero, ¿estaba mal ser sensible? No, se dijo, la sensibilidad es una suerte de moneda de oro en medio de la miseria de este mundo insensibilizado en el que prevalecen el individualismo, la mezquindad, la ingratitud, la codicia, la desconsideración, la chabacanería, la… Basta, basta, pensó, ya es suficiente.
Que él recuerde, fueron varias las veces en su vida que se sintió tan pero tan lejos de ese estado de ánimo caracterizado por la tranquilidad y la ausencia de temores que los antiguos griegos llamaban ataraxia. En repetidas ocasiones estuvo intranquilo y temeroso, es cierto, pero del modo en que lo está ahora no. Algunos filósofos griegos aseguraban que para llegar a ese estado de sosiego anímico era necesario liberar las inquietudes, superar los miedos. Otros, en cambio, sostenían que se alcanzaba absteniéndose de enjuiciar las cosas, manteniéndose indiferente a lo que acontecía. Pero él, por esas vueltas de la vida, nunca pudo mantener una actitud contemplativa frente a las cosas que sucedían cotidianamente, siempre se sintió urgido a comprometerse con las circunstancias que lo rodeaban e intentar corregirlas si lo consideraba necesario. La sombra militar de sus familiares, sus amigos de la infancia, sus profesores y compañeros de estudios en la facultad, todos ellos muertos bajo la siniestra hegemonía de la dictadura de los años ’70, fue tal vez el motivo por el cual él contuvo su impetuosa rebeldía.
Indudablemente muchas cosas le pasaron durante su tránsito por la vida y ahora, ya en la etapa de la adultez madura, advertía que llevaba montones dentro de sí, lo que a veces le hacía pensar que era un cargamento muy pesado. Afectos, errores, historias, confusiones, secretos, torpezas, intuiciones, lecturas… Leer, pensó, su sempiterna obsesión desde que tenía uso de razón y aún conservaba. Ya no sólo leía ficciones como cuando era un niño o un adolescente, sino que las alternaba con ensayos sobre filosofía, sociología, economía, psicología, historia, politología… En fin, de todo un poco. Una práctica que le había proporcionado una gran estima por las letras y una vaga erudición. ¿Sería por eso que ahora era tan sensible ante todo lo que estaba ocurriendo? Pero, ¿estaba mal ser sensible? No, se dijo, la sensibilidad es una suerte de moneda de oro en medio de la miseria de este mundo insensibilizado en el que prevalecen el individualismo, la mezquindad, la ingratitud, la codicia, la desconsideración, la chabacanería, la… Basta, basta, pensó, ya es suficiente.
Había pasado la mañana
mirando viejas fotos, recordando gratos momentos vividos y a los seres queridos
que ya no estaban. Eso lo sumió en un profundo estado de… ¿nostalgia?,
¿melancolía? Obsesivo por la semántica (como por tantas otras cosas), buscó en
el diccionario. Para la Real Academia Española la nostalgia era una tristeza
originada por el recuerdo de una dicha perdida, y la melancolía una tristeza
vaga, profunda y sosegada que surgía por causas físicas o morales. No conforme,
buscó también la interpretación psicológica. Según Freud, para que hubiese
nostalgia tenía que haber un trauma que impusiese una quiebra entre un estado
anterior, presuntamente paradisíaco, y un estado posterior de añoranza. Y la
melancolía era un estado de depresión que se presentaba como una inhibición,
una queja o bajo la forma de angustia. Bueno, se dijo, como no pienso volver a
psicoanalizarme, no sé si estoy nostálgico o melancólico, de lo que sí estoy
seguro es que estoy triste, y como observó un viejo poeta latino -¿cómo se
llamaba?- es muy difícil disimular la tristeza del corazón.
Pero, ¿acaso no me había despertado de buen humor? ¿Tomar mi habitual capuchino no me había resultado placentero como siempre? ¿Qué es lo que me está pasando? pensó. Fue tal vez por esa introspección que recordó esa tarde aquella sentencia de Borges en la que afirmaba que, en todos los días, había un momento celestial y otro infernal. Bueno, se dijo, estaré oscilando entre el uno y el otro. También se acordó del Freud que aseveraba que la felicidad era episódica y parcial, nunca continua; que era transitoria como la vida misma. ¿Tenía razón Tolstoi cuando decía que el secreto de la felicidad no era hacer siempre lo que se quería sino querer siempre lo que se hacía? Sí, se dijo, es una buena sentencia, pero… Encontró un hueco en su nutrida biblioteca para guardar el libro de Saramago y no tuvo mejor idea que buscar en Internet los diarios en su versión digital para, como hacía seguido, leer los titulares tan sólo para irritarse e insultar mentalmente a medida que los iba leyendo. Todo ello a pesar de tener siempre presente aquella sentencia de Pascal que aseguraba que la gran tragedia del ser humano era que no podía estarse quieto sin hacer nada. ¿No puedo quedarme quieto sin hacer nada?, pensó. No, evidentemente no. ¡Ufa, qué tragedia!
Fue entonces cuando, pasando de una página web a otra, pudo leer: “Rusia exhibe sus armas y dice que puede destruir a todos los países de la OTAN en media hora”. “En sólo diecisiete años desde que declaró su independencia en 1776, Estados Unidos no estuvo en un enfrentamiento bélico”. “El conflicto Rusia-Ucrania impacta en la economía global”. “En todos los países centroeuropeos hay residuos del nazismo”. “Las sociedades contemporáneas asisten en las últimas décadas al auge de la extrema derecha”. “La ONU prevé un 2022 marcado por un menor crecimiento y un aumento de las desigualdades”. “La Organización Meteorológica Mundial señaló que el mundo avanza con los ojos cerrados hacia la catástrofe climática”. “La pandemia de coronavirus ha destruido a países de América Latina y el Caribe con un elevado costo de vidas humanas y una recesión económica de proporciones históricas”. “En Estados Unidos muere una media de 92 personas al día por armas de fuego. Son 1,45 millones de muertes desde 1970, esto es, una persona cada 16 minutos”.
Pero, ¿acaso no me había despertado de buen humor? ¿Tomar mi habitual capuchino no me había resultado placentero como siempre? ¿Qué es lo que me está pasando? pensó. Fue tal vez por esa introspección que recordó esa tarde aquella sentencia de Borges en la que afirmaba que, en todos los días, había un momento celestial y otro infernal. Bueno, se dijo, estaré oscilando entre el uno y el otro. También se acordó del Freud que aseveraba que la felicidad era episódica y parcial, nunca continua; que era transitoria como la vida misma. ¿Tenía razón Tolstoi cuando decía que el secreto de la felicidad no era hacer siempre lo que se quería sino querer siempre lo que se hacía? Sí, se dijo, es una buena sentencia, pero… Encontró un hueco en su nutrida biblioteca para guardar el libro de Saramago y no tuvo mejor idea que buscar en Internet los diarios en su versión digital para, como hacía seguido, leer los titulares tan sólo para irritarse e insultar mentalmente a medida que los iba leyendo. Todo ello a pesar de tener siempre presente aquella sentencia de Pascal que aseguraba que la gran tragedia del ser humano era que no podía estarse quieto sin hacer nada. ¿No puedo quedarme quieto sin hacer nada?, pensó. No, evidentemente no. ¡Ufa, qué tragedia!
Fue entonces cuando, pasando de una página web a otra, pudo leer: “Rusia exhibe sus armas y dice que puede destruir a todos los países de la OTAN en media hora”. “En sólo diecisiete años desde que declaró su independencia en 1776, Estados Unidos no estuvo en un enfrentamiento bélico”. “El conflicto Rusia-Ucrania impacta en la economía global”. “En todos los países centroeuropeos hay residuos del nazismo”. “Las sociedades contemporáneas asisten en las últimas décadas al auge de la extrema derecha”. “La ONU prevé un 2022 marcado por un menor crecimiento y un aumento de las desigualdades”. “La Organización Meteorológica Mundial señaló que el mundo avanza con los ojos cerrados hacia la catástrofe climática”. “La pandemia de coronavirus ha destruido a países de América Latina y el Caribe con un elevado costo de vidas humanas y una recesión económica de proporciones históricas”. “En Estados Unidos muere una media de 92 personas al día por armas de fuego. Son 1,45 millones de muertes desde 1970, esto es, una persona cada 16 minutos”.
También pudo leer
declaraciones tales como: “El principal asesor de seguridad del presidente
estadounidense dijo que Rusia enfrentará una respuesta de la OTAN si alguno de
sus ataques en Ucrania cruza fronteras y alcanza el territorio de algún país de
la alianza atlántica”. “Un diputado liberal argentino, tras avalar la compra
libre de armas asegurando que los Estados que tienen libre portación de armas
tienen muchos menos delitos, ahora calificó la venta de órganos como un mercado
más”. “Ex gobernadora bonaerense declaró que hay dos realidades muy distintas:
una cosa es fumarse un porro en Palermo un sábado a la noche con amigos,
relajado, con tu pareja o solo, y otra cosa es vivir en una villa rodeado de
narcos y que te ofrezcan un porro”. “¿Por qué hay tantos libros en el mundo si
casi nadie los lee? Yo creo que lo mejor sería que se hicieran películas, así
la gente las ve y en dos horas ya saben lo que hay en el libro y pueden emplear
el resto del tiempo en cosas más productivas que leer libros”. “En la apertura
de la Asamblea General de la ONU el presidente brasileño declaró que es una
falacia decir que la Amazonia es patrimonio de la humanidad y es un error, como
atestiguan los científicos, decir que es el pulmón del mundo. Así mismo
atribuyó los incendios al clima seco y los vientos, y a las poblaciones indígenas
que también usan el fuego como parte de su cultura”.
Basta, basta, ya es suficiente, volvió a pensar. Estaba en lo cierto Tolstoi cuando decía que no había que tomar en cuenta ninguna opinión pública no basada en la razón, aunque también dijo que debía valorarse la opinión de los estúpidos porque eran mayoría. Afligido, pensó que la actual sociedad no era una sociedad, era un territorio poblado de animales salvajes. Y no salvajes en el sentido que le daba Rousseau cuando hablaba del hombre primitivo, el “buen salvaje” que no necesitaba de sus semejantes ni experimenta el deseo de perjudicarlos; un ser pasivo que únicamente desarrollaba las facultades que le resultaban imprescindibles para garantizar su subsistencia. No, parecería que el hombre actual es cruel e inhumano. Hace algo más de dos milenios Aristóteles decía que el hombre es un animal racional. ¿Tenía razón al definirlo así? Hummm…, dudó, una definición más acertada me parece la de animal enfermo de Nietzsche, o la de animal alienado de Althusser o la de animal lastimoso de Badiou. Sí, sí, se dijo, hay muchos que piensan que no es así, que no es natural, pero ¿es natural la existencia de millones de personas desesperadas de hambre y miseria mientras una pequeña cantidad de multimillonarios dispone de una abundancia exagerada de bienes? ¿No es esto acaso enfermizo, alienante o lastimoso?
Basta, basta, ya es suficiente, volvió a pensar. Estaba en lo cierto Tolstoi cuando decía que no había que tomar en cuenta ninguna opinión pública no basada en la razón, aunque también dijo que debía valorarse la opinión de los estúpidos porque eran mayoría. Afligido, pensó que la actual sociedad no era una sociedad, era un territorio poblado de animales salvajes. Y no salvajes en el sentido que le daba Rousseau cuando hablaba del hombre primitivo, el “buen salvaje” que no necesitaba de sus semejantes ni experimenta el deseo de perjudicarlos; un ser pasivo que únicamente desarrollaba las facultades que le resultaban imprescindibles para garantizar su subsistencia. No, parecería que el hombre actual es cruel e inhumano. Hace algo más de dos milenios Aristóteles decía que el hombre es un animal racional. ¿Tenía razón al definirlo así? Hummm…, dudó, una definición más acertada me parece la de animal enfermo de Nietzsche, o la de animal alienado de Althusser o la de animal lastimoso de Badiou. Sí, sí, se dijo, hay muchos que piensan que no es así, que no es natural, pero ¿es natural la existencia de millones de personas desesperadas de hambre y miseria mientras una pequeña cantidad de multimillonarios dispone de una abundancia exagerada de bienes? ¿No es esto acaso enfermizo, alienante o lastimoso?
¿No es desconsolador que
existan seres humanos que se horrorizan cuando ven a un chico inmigrante muerto
en una playa, o cuando se enteran de que una nena de catorce años fue violada
por su profesor, o cuando una viejita descalza y vestida con harapos se les
acerca a pedirles una moneda, o cuando un adolescente asesina a su abuela de un
disparo en la cara y luego mata a tiros a diecinueve niños y dos maestras en
una escuela, pero no se escandalizan cuando saben que un centenar de personas
detentan la misma riqueza que todas las poblaciones del mundo? Y son justamente
esas personas las que sustentan hoy más que nunca una supuesta democracia
dirigida por políticos, jueces, legisladores y funcionarios pervertidos,
depravados, putrefactos, etc. etc. ¿Será el odio lo que envilece a la población
común y corriente y no le permite ver este estado de cosas? Fue cuando recordó
aquel refrán que decía que el amor ayudaba a leer lo escrito en la estrella más
remota. Lamentablemente, pensó, tanto nuestra sociedad como muchas otras del mundo
están tiranizadas por el odio y no tienen tiempo para mirar las estrellas.
Tenía razón Schopenhauer
cuando consideraba que el hombre era esclavo de sus deseos, que sus
pretensiones eran ilimitadas, sus anhelos inagotables; un apetito irrefrenable
que no hacía más que causarle desasosiego y más dolores que alegrías hasta el
instante en que la vida se le derrumbaba. Y era en ese momento, cuando le
llegaba la muerte, en que se convencía de que todas sus aspiraciones y todos
sus deseos no eran más que error y locura. En fin, pensó, como decía
Shakespeare, la vida no es más que una sombra, una historia llena de sonido y
de furia contada por un necio que nada significa. ¿Será realmente así? ¿Será
por eso que no estaba ni nostálgico ni melancólico sino sensible y triste?
Difícil, muy difícil de precisar sin caer en paradojas irracionales. A lo mejor
me afecta el hecho de ser demasiado sensible como para dimensionar
objetivamente las cosas que percibo, se dijo. Tendré que leer más a Kant, a lo
mejor consigo armonizar el escepticismo con el racionalismo. Digo, no sé, tal
vez.
Tras una frugal cena, nuestro hombre se fue a acostar. Al igual que todas las noches, antes de dormir leía. Ahora comenzó la lectura de “Catedrales”, la última novela de Claudia Piñeiro, una de sus autoras favoritas. Al igual que todas las noches desde hacía más de quince años, su problema neurológico periférico le dificultó encontrar la posición adecuada para acomodarse en la cama. En un par de semanas tenía turno para la consulta con su neurólogo. ¿Volvería a cambiarle la medicación? ¿Insistiría con que se sometiese a una nueva cirugía? Vaya uno a saber. Mejor no pensar en eso ahora. Tras leer unas quince o veinte páginas, al igual que todas las noches el sueño lo asaltó férreamente por lo que, al igual que todas las noches, buscó la posición más adecuada para dormir. Ya acomodado, todavía pasaron por su cabeza pensamientos nefastos sobre el caótico estado de su país en particular y del mundo en general. En fin, pensó, mañana será otro día. Y se durmió.
Tras una frugal cena, nuestro hombre se fue a acostar. Al igual que todas las noches, antes de dormir leía. Ahora comenzó la lectura de “Catedrales”, la última novela de Claudia Piñeiro, una de sus autoras favoritas. Al igual que todas las noches desde hacía más de quince años, su problema neurológico periférico le dificultó encontrar la posición adecuada para acomodarse en la cama. En un par de semanas tenía turno para la consulta con su neurólogo. ¿Volvería a cambiarle la medicación? ¿Insistiría con que se sometiese a una nueva cirugía? Vaya uno a saber. Mejor no pensar en eso ahora. Tras leer unas quince o veinte páginas, al igual que todas las noches el sueño lo asaltó férreamente por lo que, al igual que todas las noches, buscó la posición más adecuada para dormir. Ya acomodado, todavía pasaron por su cabeza pensamientos nefastos sobre el caótico estado de su país en particular y del mundo en general. En fin, pensó, mañana será otro día. Y se durmió.
Al día siguiente se
despertó con un amargo pensamiento. No será mucho el tiempo que pase y no seré
más que un fantasma, pensó. Sus cada vez más frecuentes y lacerantes dolores en
el pecho lo llevaron a pensar si no había llegado el momento de hacer un
testamento ológrafo como acto de última voluntad. Dos isquemias cerebrales, un
síncope cardíaco, varias internaciones y el categórico diagnóstico del
cardiólogo: prolapso mitral y una progresiva estenosis aórtica, lo cual lo
llevó a pensar así. Mientras se cepillaba los dientes recordó el video que le
envió un amigo por whatsapp titulado “Algún día todos seremos palabras”. En él,
la narradora oral Victoria Siedlecki hablaba sobre la cuarta edad, una etapa
posterior a la tercera edad que, tras la inevitable muerte, era el tiempo en
que se seguía viviendo en la memoria de todos aquellos que a uno lo recuerden,
que lo hayan querido, que les cuenten a otras personas los sueños que uno ha
tenido, las historias que uno ha contado. De esa manera se seguiría viviendo.
Una hermosa narración que le hizo brotar las lágrimas. ¿Alguien me recordará a
mí?, pensó mientras se dirigía a la cocina.
Mate en mano, se acomodó en el comedor y encendió el televisor. Su idea era conocer la temperatura y enterarse de las últimas noticias. Tras observar que la ola de frío polar continuaba pudo saber que los tiroteos masivos no daban tregua en Estados Unidos. Desde fiestas de graduación a un funeral y un centro comercial, trece tiroteos masivos hubo este fin de semana, dijo el periodista, y agregó que las cifras de violencia habían alcanzado niveles impactantes incluso teniendo en cuenta el usual número diario de asesinatos e incidentes con armas de fuego. No pudo menos que recordar los dichos de la ex ministra de Seguridad de la Nación y actual candidata a la presidencia en 2023 quien, unos meses atrás había declarado que el que quiera estar armado que ande armado; el que no quiera estar armado que no ande armado. La Argentina es un país libre. Venta libre de armas, sería lo único que nos falta pensó mientras, control remoto en mano, cambiaba de canal.
Mate en mano, se acomodó en el comedor y encendió el televisor. Su idea era conocer la temperatura y enterarse de las últimas noticias. Tras observar que la ola de frío polar continuaba pudo saber que los tiroteos masivos no daban tregua en Estados Unidos. Desde fiestas de graduación a un funeral y un centro comercial, trece tiroteos masivos hubo este fin de semana, dijo el periodista, y agregó que las cifras de violencia habían alcanzado niveles impactantes incluso teniendo en cuenta el usual número diario de asesinatos e incidentes con armas de fuego. No pudo menos que recordar los dichos de la ex ministra de Seguridad de la Nación y actual candidata a la presidencia en 2023 quien, unos meses atrás había declarado que el que quiera estar armado que ande armado; el que no quiera estar armado que no ande armado. La Argentina es un país libre. Venta libre de armas, sería lo único que nos falta pensó mientras, control remoto en mano, cambiaba de canal.
Un cocinero preparando
ravioles de espinaca y ricota, no. Un video de un divo haciendo morisquetas
mientras desentonaba una cantinela llamada trap, no. Dos rubias teñidas
comentando el romance de una modelo con un famoso futbolista, no. Un periodista
que le pregunta al dueño de una de las cadenas de supermercados más grande del
país sobre la política que llevaba a cabo frente a la inflación y recibe como
respuesta entre risas que remarcaba precios todos los días, no. Harto y con el
control remoto en la mano a punto de apagar el televisor, todavía pasó por otro
canal. Noticiero. Un periodista con cara muy seria informa que la pandemia ha
generado un nuevo multimillonario cada 30 horas, y agrega que un informe
sostiene que 537 personas se han convertido en multimillonarios en todo el
mundo desde que comenzó la crisis sanitaria del COVID-19 mientras que más de
260 millones de personas caerán este año en la pobreza extrema en el mundo.
En otro orden de cosas, agrega la periodista que está a su lado, en la Cumbre de las Américas el presidente norteamericano alertó que el conflicto en Ucrania podría terminar en una Tercera Guerra Mundial. Por otra parte, la guerra entre Rusia y Ucrania ha acelerado la inflación en el mundo con un aumento en los precios de la energía, los materiales y los alimentos que no se veía desde hace décadas. La desaceleración del crecimiento y la alta inflación están afectando a la economía mundial este año, lo que influye negativamente en la recuperación de la pandemia de coronavirus. Los coletazos económicos de lo que pasa en Europa repercuten en Estados Unidos y el resto del mundo. ¿Qué pasará con la inflación argentina?, preguntó mirando circunspectamente hacia la cámara. Ya hay preocupación por la escasez de alimentos y combustibles, alcanzó a decir antes de que nuestro hombre apagase el televisor.
En otro orden de cosas, agrega la periodista que está a su lado, en la Cumbre de las Américas el presidente norteamericano alertó que el conflicto en Ucrania podría terminar en una Tercera Guerra Mundial. Por otra parte, la guerra entre Rusia y Ucrania ha acelerado la inflación en el mundo con un aumento en los precios de la energía, los materiales y los alimentos que no se veía desde hace décadas. La desaceleración del crecimiento y la alta inflación están afectando a la economía mundial este año, lo que influye negativamente en la recuperación de la pandemia de coronavirus. Los coletazos económicos de lo que pasa en Europa repercuten en Estados Unidos y el resto del mundo. ¿Qué pasará con la inflación argentina?, preguntó mirando circunspectamente hacia la cámara. Ya hay preocupación por la escasez de alimentos y combustibles, alcanzó a decir antes de que nuestro hombre apagase el televisor.