¿Panfleto?, si llamamos así a la memoria de un país, estamos fritos. En este cómic, hay recuerdos, un montón de memorias nuestras, está la revolución del 4 de junio de 1955, el gran ombú frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) -el mismo que Marechal señaló como la puerta del infierno-, está el miedo, las desapariciones, los milicos. Es un registro de lo que nos pasó.
Desde tu nacimiento en el barrio de Saavedra, pasando Alto Xingu en el Matto Grosso, Venezuela, Paraguay, Roma, París, Marruecos, Lisboa... ¿encontraste tus propias fronteras?
¿Viste cuando estás en la cama y no hay forma de acomodarse, cuando sentís que la noche está maldita...? Toda una noche maldita que me llevó muchos años... Bueno, por eso estoy acá, no aguanté más... un poco para apoyar la edición de "La raíz del ombú" y otro poco porque extrañaba el humor argentino, la luz de esta ciudad... ¿sabés qué distinta es la lluvia allá?
¿Cómo surgió la idea para "La raíz del ombú"?
La verdad de esta historieta empieza con una muchacha argentina de apellido Araceli que trabajaba en la UNESCO. Yo estaba en un bar luego de una exposición muy grande, cerca del cementerio de Montparnasse y le dije a esa chica por qué en lugar de hacer una exposición no hago un libro y hago dibujos para que los vea mucha gente, porque en realidad de esta manera la obra queda en manos de un solo tipo. Pero a la idea le faltaba alguien que la escribiera y entonces la muchacha argentina mencionó a Julio Cortázar. "No, estás loca, ¡que me va a dar bola!", le dije y ella me llevó a hablar por teléfono. Después de escucharme Cortázar me preguntó: "¿podés estar mañana a las diez en mi casa?". Y cuando nos vimos me salió con: "Vos hacé los dibujos que yo después escribo". Agarré el auto y no paré hasta llegar a mi tablero de dibujo. "¿Y ahora qué hago?", pensé.
¿Qué pasó después?
Era el año 1977. El genocidio argentino estaba en carne viva. Podría haber hecho cualquier historia, pero me puse a pensar en cómo estaban todos acá, en mis hermanos, en mis amigos y me dije: "Yo esta chaucha no me la puedo comer solo". Entonces me acordé de una película de Gardel en la que se le rompía el auto. A partir de ahí fue como un autoanálisis, me acordé del ombú frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, el mismo ombú que Marechal eligió como entrada al infierno en la Cacodelphia de "Adán Buenosayres". Dibujé mucho, pero llegó un punto en que no daba más y no sabía como seguir la historia.
¿Te reuniste con Cortázar?
Sí. Durante una semana nos reunimos en París y ajustamos la trama de la historieta. Un mes después Cortázar me convocó otra vez y me dice: "Vos cambiaste los nombres, acá hay que poner la realidad". Y hasta me metió a mí y encima me hizo dibujar muerto. Durante un año trabajé en la historieta, aunque desconocía el género. Yo nunca estudié nada. Un día mi maestro de dibujo, en quinto grado, me dijo: "Hacé una raya, y después hacela más larga" y a la tercera vez, seguí con la tiza hasta la puerta de la escuela y no volví nunca mas. Trabajo con mi instinto, con el olfato que da la calle.
La primera edición de la historieta se hizo en Venezuela.
Sí. En Venezuela arreglé con una compañía de electricidad la publicación del cómic. Fue una edición trucha, de mala impresión. Cortázar les había mandado una carta dando indicaciones con su generosidad de siempre: que su nombre no fuera más grande que el mío y que tenían que devolver los originales. En realidad los tipos querían que Cortázar fuera a Venezuela y como él les dijo que no... Además coincidió con un "afano" terrible de las empresas de electricidad y yo creo que ellos hicieron la historieta para lavar el dinero. Por eso tampoco me dejaron entrar después a Venezuela. Pasaron muchos años, murió Cortázar y alguien que no recuerdo me dio dos ejemplares de esa publicación. Ahí quedaron durante veintisiete años. A pesar de la insistencia de muchos amigos, yo nunca volví sobre ellos.
Cuando se organizó el Año Internacional Julio Cortázar, Facundo de Almeida -director de la Fundación Internacional Argentina- comenzó a recolectar material y se contactó con vos.
Felipe Noé siempre me decía: '"Tenés que editar ese libro" y yo le decía: "Esperá, cuando las cosas se tienen que juntar, se juntan". Y así pasó. Un día me avisaron de esta muestra itinerante, me preguntaron si yo quería reeditar la historieta y les dije que sí, sentí que era el momento. Además nadie me lo había pedido antes. Me vine a Buenos Aires, les traje un ejemplar y nos pusimos a trabajar.
Por otro lado estás exponiendo en Europa.
Sí. Quedaron algunas en Portugal, Alemania y otras vendrán en Buenos Aires. Quiero hacer algo con carteles, esas inscripciones "ratas", muy pobres, que vi en Paraguay o en Marruecos.
¿Pensás armar un taller para trabajar otra vez en Buenos Aires?
Es una idea. Hasta que te avivás pasa mucho tiempo, cuando eras pibe te decían: "Dibujá un caballo" y vos agarrabas el carbón y lo hacías, eras como una maquinita, porque vos te creías en serio que eso era un caballo. Pero después tomás conciencia de que eso no es realmente un caballo, que nada de eso existe. Porque, la verdad, el dibujo es sólo un soporte para que aterrice el alma.