ABECEDARIO
Juan Armando Epple
Chile (1946)
El Coronel rasga el sobre y lee, con su habitual gesto inexpresivo. Se pone de pie, va hacia la ventana, y rompe la nota en pedacitos, mientras se hace oír por el soldado:
- En tiempo de los romanos, cuando un mensajero traía malas noticias, era costumbre pasarlo por las armas. ¿Usted ha leído algo de historia?
Se vuelve hacia el soldado, con una sonrisa interrogante.
- No, mi coronel, pero sé leer cartas -responde el mensajero, sacando su pistola.
LO QUE NADIE SABE
John Jairo Junieles
Colombia (1970)
Mi madre aseguraba que una taza de ruibarbo podía curarlo todo, hasta los males del amor.
Mi padre pensaba que un poco de dinero era mejor que el ruibarbo y el amor (además, podía comprar mucho más que eso).
Cuando yo tenía fiebre o estaba triste ella me daba ruibarbo.
Mi padre me dejaba algunas monedas.
Cuando ella murió él se metió en su cuarto, apagó la luz y sentí que lloraba bajito. Jamás lo había visto hacer esas cosas y el aire empezó a faltarme.
Toqué la puerta y cuando me abrió dejé en su mano una moneda.
DE LA LITERATURA NIPONA
Roberto Fontanarrosa
Argentina (1944-2007)
Tsé-Hu-Tchen, mandarín de Kiusiu, se hallaba reposando en los jardines de su palacio. De repente, apareció un caballo y le mordió una rodilla.
Min-Tsú, esposa de Tsé-Hu-Tchen, acudió presurosa, dispuesta a espantar al corcel con una palmeta.
- Déjalo. Déjalo -le dijo Tsé-Hu-Tchen. Poco después el animal se marchó tan sigiloso como había llegado.
- Debiste haberme permitido que lo asustase -reprochó Min-Tsú a su marido.
- Bien sabes -dijo entonces Tsé-Hu-Tchen -que ese caballo puede ser la reencarnación de nuestro amado hijo Ho-Knien-Tsí, muerto en el combate naval de Ngen-Lasha.
- ¡Sigue, sigue! -se quejó la mujer-, ¡Sigue malcriándolo!
SALVO EXCEPCIONES
Mario Benedetti
Uruguay (1920)
En la sala repleta circuló un aire helado cuando don Luciano, con todo el peso de su prestigio y de su insobornable capacidad de juicio, al promediar su conferencia tomó aliento para decir: "Como siempre, quiero ser franco con ustedes. En este país, y salvo excepciones, mi profesión está en manos de oportunistas, de frivolos, de ineptos, de venales".
A la mañana siguiente, su secretaria le telefoneó a las ocho: "Don Luciano, lamento molestarlo tan temprano, pero acaban de avisarme que, frente a su casa, hay como quinientas personas esperándolo". "¿Ah, sí?", dijo el profesor, de buen ánimo. "¿Y qué quieren?". "Según dicen, se proponen expresarle su saludo y su admiración". "Pero, ¿quiénes son?". "No lo sé con certeza, don Luciano. Ellos dicen que son las excepciones".
DUPLICADO
Santiago Pedro Ruiz
Argentina (1937)
Cuando el repartidor del tiempo nos trajo la semana, firmé el recibo pero no lo revisé. A mí me faltó el domingo 18 y no pude ver el partido que mi equipo ganó por 4 a 0. A mi mujer, el jueves 22 le llegó repetido, y ése fue justamente el día de su primer parto.
En el Sanatorio nos cobraron un sólo alumbramiento, sin embargo tenemos dos nenas.
ROSENDO WILSON
Ricardo Héctor Petrelli
Argentina (1950)
Seré breve. Por más prolongado y exitoso que fuere, ningún intento humano podrá superar la creación de todo lo conocido y desconocido, realizada en seis días. Se llamaba Rosendo Wilson. Lo conocí en Pergamino, y era un típico gaucho rastreador y arriero de ese mar verde y sin bajeles llamado pampa. Afirmaban de él que podía oír pasar por el firmamento las nubes rosas, al atardecer, y olfatear a varias leguas de distancia las rosas blancas, al alba.
Se acercó a mí con la excusa de preguntarme la hora. Mi respuesta fue corta, y emocionada. Por mi vestimenta y entonación al hablar dedujo que yo era porteño, un hombre de la gran ciudad. Entonces compartió conmigo su inquietud: siempre había observado que la luz del sol naciente era más agresiva e irritante a la vista que la de sol poniente, mas desconocía la causa.
Le hablé de la velocidad de la luz, de su medición realizada por los griegos muchos años antes de Cristo, de la distancia existente entre el astro rey y nuestro planeta, y de otras cosas más, siempre de manera sencilla. Y rematé diciéndole que, en realidad, cuando el sol sale, hace ocho minutos que ya lo hizo, y cuando se pone, ocho que se ocultó.
Sentí que se maravillaba. Después, hubo una corta e interminable pausa. Sentí que se desangraba. Me contó que jamás había conocido a su padre, y que había perdido a su madre cuando tenía diez años. Me contó también que había sido adoptado por una familia inglesa, de antiguo arraigo en la zona. Me contó, además, que la luz mala era la fuente de todo su conocimiento; que se puede hacer fuego con el agua utilizando un trozo de hielo como una lente de aumento; que colocar una tijera en cruz en el techo de un rancho desvía el vuelo de las brujas; que la sombra de un ombú alivia el cuerpo, la de una palabra la mente, la de una mariposa el espíritu, la de un ave el alma, y la de una mujer la existencia; que antes de emprender una venganza hay que cavar previamente dos fosas; que la victoria no tiene substitutos; que nadie roba nada, todo se paga; que las heridas de la víctima siempre sangran frente a la presencia del asesino; que el suicida nunca oye el disparo mortal; que el único laberinto imposible de transitar es el que carece de entrada; que nadie puede solucionar un problema que no tiene; que la información es más importante que cualquier bien material; que había visto pasar una lágrima de su madre cinco veces distintas debajo de un mismo puente; que nadie puede refutar el silencio; y que el amor y las matemáticas forman parte del universo y están fuera del hombre, y muy poco dentro de él.
NECROFILIA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)
Cuenta el mitólogo Patulio: "Al regreso de la guerra contra los mirmidones, Barión sorprendió a su mujer, Casiomea, en brazos de un mozalbete llamado Cástor. Ahí mismo estranguló al intruso y luego arrojó el cadáver al mar. Noches después, estando Barión deleitándose con Casiomea, se le apareció en la alcoba Cástor, pálido como lo que era, un muerto, y lo conminó a ir al templo de Plutón en Trézene y sacrificarle dos machos cabríos para expiar su crimen. Barión, aterrado y no menos pálido, obedeció. Mientras tanto el fantasma de Cástor reanudaba sus amores con Casiomea, quien no se atrevió a negarle nada a un ser venido del otro mundo. Varias veces Barión debió ceder su lecho al cuerpo astral de Cástor sin una protesta, porque el joven lo amenazaba, si se resistía, con llevarlo con él a la tenebrosa región del Infierno". El mitólogo Patulio agrega que Cástor tenía un hermano gemelo, de nombre Pólux, pero de este Pólux nada dice.
PARA LA SOPA
Bertolt Brecht
Alemania (1898-1956)
En la aldea Mija, los fascistas habían incendiado una de cada cinco casas y habían detenido con ametralladoras a los aldeanos que intentaban combatir el fuego. Cuando atravesó el pueblo el primer regimiento proletario, de un establo salió una aldeana con tres niñitos. No le quedaba otra cosa que un ternero y lo entregó a los guerrilleros. Cuando el regimiento se puso nuevamente en marcha, la mujer los siguió un trecho y, procurando que los niños no la vieran, sacó del corpiño un puñado de harina atado en un pañuelo y se lo entregó a los guerrilleros.
- Consérvalo -dijeron los hombres-. Tus hijos también tienen hambre.
- Tómenlo -insistió ella-. Les servirá para espesar la sopa. Tienen que derrotar al enemigo.
LA BUSQUEDA
Oscar Acosta
Honduras (1933)
Adolfo Gannet, famoso médico inglés del siglo pasado, tuvo una revelación maravillosa en su clínica de Londres: un enfermo le comunicó que había averiguado, en un sueño azul, que la muerte era solamente una galería de retratos.
- Quien encuentre el suyo entre los millones de rostros desaparecidos -agregó el confidente-, podrá reencarnar.
Gannet murió en 1895, en Escocia. En su lecho final, el rostro le sonreía con el dulce misterio de quien espera emprender una gratísima búsqueda.
LA CONFESION
Manuel Peyrou
Argentina (1902-1974)
En la primavera de 1232, cerca de Avignon, el caballero Gontran D'Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer en la celda.
- ¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D'Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
- Porque soy débil -repuso-. De este modo me cortarán la cabeza, simplemente. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.