Pasé mi infancia en Lautaro, la adolescencia en Chillán y a los diecisiete años tomé el tren para venirme a Santiago. Me bajé del andén con cinco pesos y una maleta prestada. En el bolsillo de la camisa llevaba la tarjeta de un profesor primario al que había conocido en el sur y planeaba ir a tocarle la puerta. El me había dicho: "Cuando vayas a Santiago no te olvides de pasar a verme". Dicho y hecho. Gonzalo Latorre se llamaba y le debo mucho. El me explicó que existía el Internado Barros Arana y me llevó allá, donde me dieron desde los libros, hasta la ropa y el colchón. Fue la salvación. Si no, no sé qué hubiera pasado. Aquí, en el Barros Arana, los que mandaban eran los deportistas. No estábamos en Atenas, sino en Esparta. En Chillán era distinto, ahí yo estaba en mi Atenas y era siempre Parra el que hacía las composiciones. Acá mandaban ellos con sus apotegmas. Literatura y filosofía: cero. Chistes: sí. De ahí vienen los artefactos; de tener que estar todo el día contestando las tallas, porque sólo el que podía contestar sobrevivía.
Pensaba que lo chistoso venía de su padre.
También. Aunque tenía un humor difícil. Era estilo Quevedo, del Quevedo pesado de sangre que tiene este chiste: dos doncellas se detienen ante un personaje y le preguntan la hora y él, Quevedo, les dice que tiene el puntero parado entre la una y las dos. Ese era el humor de Nicanor Parra padre y yo lo rechazaba porque me parecía muy porno, aunque después me di cuenta de que es también una rama del espectro.
¿El internado era más exigente que el liceo de Chillán?
Muy rápido me di cuenta de que no tenía pito que tocar, a pesar de que yo había sido uno de los mejores alumnos. El primer bimestre me saqué rojos, pero después me repuse. La venganza total fue entrar en el bachillerato, primer ciclo de estudios universitarios. Los mejores alumnos del internado habían sido rechazados y yo obtuve uno de los más altos puntajes de todo el país. Cierto. A partir de ese momento yo quedé de dueño del internado y ahí hicimos la "Revista Nueva". Después entré a estudiar física y matemática a la Universidad de Chile, pero me quedé viviendo en el Barros Arana trabajando como inspector. Junto a Carlos Pedraza y Jorge Millas fundamos la "Revista Nueva", en la que publiqué "El gato en el camino".
En la antología de Galaxia Gutenberg, ¿publicarán ese mítico relato?
¡Qué bueno que toque ese tema!. Tome el primer tomo de "Harry Potter". No creo que lo quiera leer ahora, pero es importante que lo lea.
Lo leí, y efectivamente, reconozco que el inicio de la serie del niño mago tiene mucho de su anticuento y de gatos que son otra cosa. En alguna parte leí que plantó un árbol en la cancha de tenis del internado.
Ese es uno de los artefactos precolombinos, así los llamé después, porque son de esa época y también porque son anteriores a la Colombina Parra. El primero era construir un árbol con ascensor para subir a ver los pájaros; el segundo, un abismo con escalera para ver a los cocodrilos; el tercero, cisnes de cuello negro que hacen un camino a pie entre Santiago y Valparaíso, y el cuarto, expulsado del Barros Arana por plantar un árbol en una cancha de tenis.
¿Lo realizó o fue sólo un proyecto?
Son sólo ideas y funcionan como tales. Con eso basta.
Antes de ser antipoeta, usted fue un poeta a secas.
En 1937 publiqué un libro titulado "Cancionero sin nombre" que reaparecerá en mis "Obras completas". Fue un pe(s)cado de juventud.
Casi veinte años más tarde publicó otro que gustó a muchos escritores y teóricos del mundo entero y, con el tiempo, lo llevó a ser un sempiterno candidato al Nobel: "Poemas y antipoemas". Ese libro lo escribió mientras estudiaba matemática en Londres, ¿no?
Cosmología. Se suponía que yo iba a ser cosmólogo. Pero ahí pasó algo curioso. Estaba leyendo algo y vi esta frase: "Death be not proud". Me pareció el acabóse. Nunca se había dicho algo así: "Muerte, no seas orgullosa". Ahí entendí qué es lo que busca la poesía y me puse a escribir los antipoemas. Veinte años más tarde me encontré de nuevo con esa frase, ¿sabe dónde?, en Hamlet, hacia el final. Ahora yo estaba en condiciones porque conocía más el inglés y me di cuenta de que era un malentendido. Quería decir: "Muerte, no seas soberbia" y eso ya se había dicho. Todo había salido de un malentendido.
Y llega a publicarlo a Chile.
Eran tres libros y los mandé a un concurso y los tres ganaron, entonces los publiqué como uno solo.
Los mandó al concurso con otro nombre.
Sí, les puse el nombre de Rodrigo Flores, que era el campeón de ajedrez de la época. Los comunistas nunca habrían dejado que yo ganara.
¿Cuánto va a Santiago?
Cada vez menos. ¿Para qué?
¿Cuál es la importancia de Duchamp para los artefactos visuales?
Fue importante, aunque él no fue un poeta, no trabajó con el lenguaje y para mí lo fundamental es la configuración lingüística de estas frases.
Ahora presentará antipoemas audiovisuales como uno en que se quemará un neumático dentro de una casa. ¿Es un poema ecológico?
Sí. Es a puertas y ventanas cerradas, ¡ja, ja, ja! Esa es otra característica que no está en Duchamp, los artefactos son críticos. Los dadaístas son todavía esclavos de la imagen, aunque ellos son estupendos, porque sin dadaísmo no hay surrealismo y sin surrealismo no hay poesía.
Pero en los artefactos hay un discurso anarquista que también es algo dadaísta.
En última instancia es un discurso ecológico. Porque los discursos tradicionales han muerto y hay que buscar el protoplasma en otra parte.
¿Y de dónde viene este discurso ecológico?
De que tuve que contestarme la pregunta de por qué escribo, para qué y la respuesta es que es para buscar el equilibrio personal. La poesía es como una caja negra donde se reproducen los conceptos cibernéticos de "input" y "output". Si no fuera por esta caja negra, estaríamos frente a un sistema que necesitaría de un ingeniero que estuviera observando la máquina para que no explote, ni se congele. Son mecanismos de autorregulación y pensé el trabajo en esos términos. Tiene que ver con la catarsis griega, aunque está desarrollado y teorizado en forma, ¿ah?