Hace poco estuve en una actividad en el Instituto Cervantes de Nueva York con Enrique Vila Matas.
Es uno de los que vale la pena conocer.
Pasamos un maravilloso momento juntos, de conversación interesante y una doble lectura: él leyó en castellano y yo en inglés. Vila Matas tiene cincuenta y nueve años, más o menos mi edad, no sé cuántos libros ha publicado, pero me imagino que entre diez y veinte, y sólo ahora sale su segunda traducción al inglés. Es una situación idiota, que no habla muy bien de nuestros editores. ¿Has leído a Roberto Bolaño?
He leído por lo menos cinco de sus novelas. Tiene muchas más. A Jorge Herralde, tu editor español, lo apasiona. Y aquí, en los Estados Unidos, está llamando la atención, ¿no? Se han publicado largos artículos sobre él en el "New Yorker" y en el suplemento de libros del "New York Times".
Ha sido algo sobrevalorado, ¿no creés? Lo que conozco de él es irregular. A veces te quedas con la sensación de que, reducidas a la mitad, sus novelas habrían sido mejores.
Bolaño tiene lectores fanáticos en los países de habla hispana. Debo confesar que yo no soy uno de ellos. Dos de sus primeros libros me gustaron tanto que recuerdo haberme dicho: "¿Bolaño? ¿No será un seudónimo de Vila Matas?".
¿Qué libros eran?
"La literatura nazi en América", una colección de crónicas sobre escritores ficticios que recuerdan a "Doskonala próznia" (Vacío perpetuo) de Stanislav Lem. El otro es "Estrella distante", una joya narrativa sobre un piloto que escribe versículos de la Biblia con humo. Evoca sin decirlo a Raúl Zurita, un poeta chileno que gastó el dinero de su beca Guggenheim escribiendo con humo en el cielo de Nueva York versos que parecían bíblicos. Con una diferencia: el poeta de Bolaño era un sicario del general Augusto Pinochet, Zurita fue una víctima.
Hay que reconocer un mérito en Bolaño. Nos está haciendo hablar de la literatura latinoamericana.
Más de lo que se habla de ella en América Latina. También nosotros estamos encerrándonos. Años atrás, se discutía con pasión en los cafés sobre Franz Kafka o Samuel Beckett, sobre el "nouveau roman" y, por supuesto, sobre J.D. Salinger y Norman Mailer. Pero hoy son escasos los escritores norteamericanos de tu edad que causan pasión. A tu amigo Don DeLillo, por ejemplo, se lo conoce muy poco.
Mi esposa y yo estábamos aquí, lo escuchamos en la sala. Fue extraordinario.
Cuando estuve en Londres, su editor inglés, Jamie Byng, de Cannongate, estaba tan feliz con "Lion's honey" (La miel del león) -el ensayo de Grossman sobre Sansón- que me leyó un fragmento, y lo admiré instantáneamente.
Sí, es un libro maravilloso. Por un lado, muy talmúdico en su aproximación: revisa una y otra y otra vez los mismos pasajes del Antiguo Testamento y halla nuevos pensamientos para expresar sobre ellos. Por otro, al mismo tiempo es realmente muy moderno: tiene psicoanálisis, sociología, historia. Me parece un notable librito, breve y a la vez grande. Pero aún en los Estados Unidos las cosas son muy duras. Cuando era un autor inédito e intentaba que me publicaran, me rechazaron muchas editoriales. Nadie quería publicar mis primeros libros. Recuerdo que cuando terminé "City of glass" (La ciudad de cristal), el primer volumen de la Trilogía de Nueva York, mi agente de entonces lo hizo circular y fue rechazado por diecisiete o dieciocho editoriales. A algunos les había gustado mucho y llamaban para decirlo: "Realmente nos encantó, pero no creemos que sea comercial. No creemos que vaya a vender, aunque si le cambiara el final, tal vez ayudaría...". Lo lamenté mucho pero no iba a cambiar el final.
Me sucedió lo mismo con "El vuelo de la reina" en los Estados Unidos. Me dijeron que si cambiaba el final, demasiado amargo, podrían publicarlo. Les gustaba, decían, pero sin ese final. Yo tampoco tenía la menor intención de cambiar nada. Supongo que se aferraban a una interpretación negativa del libro, que lo veían como un texto machista, cuando mi intención, y la interpretación de los editores que lo publicaron en otras lenguas, es que se trata de un libro para mujeres. La protagonista rechaza los abusos del autoritario director de su periódico, porque intenta preservar su dignidad y prefiere que la maten antes que rendirse.
Los editores deberían dejar que juzguen los lectores.
Cuanto más envejezco, más delgada me parece. Y creo que ahora cruzo todo el tiempo de un lado al otro. Es algo muy misterioso, un tema muy difícil para que la mente logre siquiera asirlo. Si somos parte del mundo real, cualquier cosa que nos alcance es parte del mundo real. Si puedo imaginar otro mundo dentro de mi cabeza, ¿acaso ese mundo no existe de alguna manera? ¿Y la ficción no es eso, en el fondo: inventar otros mundos, otras realidades, que resulten verosímiles?
Ese es el quid del asunto y la tarea más compleja del novelista: impregnar de verosimilitud una realidad que sólo existe porque la imagina y permitir que los lectores sientan esa realidad imaginada como verdadera. Cuando escribo ficciones, tiendo a creer que todo lo que imagino es real. O tal vez no sólo lo creo: lo deseo. ¿Recordás "Die erzählerin" (El narrador), ese ensayo breve de Walter Benjamin que está en la última parte de sus "Illuminations" (Iluminaciones)?
Lo leí hace demasiado tiempo.
En algún fragmento de ese ensayo, Benjamin señala que en el núcleo de toda novela está la búsqueda del sentido de la vida. La vida del personaje, la del narrador, la de la especie humana. La vida sólo cobra un sentido pleno en el momento de la muerte, pero mientras recorre ese camino, necesita alimentarse de sueños. Lo que confiere valor a las novelas, dice más o menos Benjamin, no es el relato de un destino ajeno e instructivo. No hay materia tan hostil a la novela como la construcción de moralejas, porque el alimento primordial de la novela es la libertad. Y la duda. Y el riesgo, todos valores distantes del afán pedagógico de las moralejas. Lo que importa, entonces, no es el acto de leer un destino ajeno e instructivo, sino lograr que las llamas que consumen ese destino ajeno transfieran calor a nuestro destino. Las novelas nos permiten ser ese otro que no nos atrevemos a ser en la realidad. ¿Qué es la especie humana, al fin de cuentas, sino la imaginación de Dios?
¿Y qué es Dios sino la suma de los deseos de la especie humana?
Y a medida que envejecemos, la realidad se nos desvanece más y más. De pronto tenemos ya todo el cuerpo sumido en la ficción. Nos volvemos ficciones. Los personajes de tus últimas novelas han ido avanzando en edad al mismo tiempo que vos. Algunos van más lejos. Son moribundos, como el cineasta de "The book of illusions" (El libro de las ilusiones).
Creo que eso se debe a que algunas cosas del cuerpo comienzan a descomponerse y a que se acentúa la conciencia de la propia mortalidad. Pero lo que te digo es sólo una conjetura, no podría explicarlo. Poco antes de cumplir sesenta años, mi cuerpo empezó a cambiar. Pequeñas cosas. En el fondo se trata del gran drama de estar vivo: el hecho de que dejaremos de estarlo en algún momento.
Pienso lo mismo. La primera vez que caí enfermo, muy enfermo, me pregunté obsesivamente "¿Por qué yo, por qué ahora? ¿No podría el derrumbe esperar un poco?". Y después, cuando sobreviví a otra enfermedad grave, me dije: "¿Por qué yo? ¿Por qué se me concede una gracia que se les niega a tantos?". Lo peor es que nos iremos de este mundo sin tener respuesta para esas preguntas esenciales.
Por eso escribimos ficciones: para entender. En las novelas podemos rehacernos, empezar desde cero en cada libro nuevo. De algún modo, trabajo contra todo lo que hice antes. Esa es la aventura de escribir: la novedad. Nunca has escrito este libro antes, en consecuencia tenés que enseñarte cómo hacerlo a medida que avanzás. Siempre me siento un principiante. Y el pasado no afecta en absoluto. El hecho de que haya escrito otros libros no significa nada. Cada vez que comienzo algo, soy nuevo. Si sintiera que estoy escribiendo de algún modo el mismo libro que he escrito antes, sin darme cuenta, sería terrorífico. Realmente aterrador. ¿No te pasa lo mismo?
Sí. En cada libro somos otros. Mis ficciones han nacido casi todas de un sueño. Pero en la vigilia sé que cada una de ellas necesita tener un tono y una arquitectura diferentes de todo lo que escribí antes. Cuando siento que me repito, siento a la vez que mi trabajo es inútil y que debo abandonarlo. Cuando te conocí, escribías en tu oficina a tres cuadras de tu casa, desde las 9 hasta las 4 de la tarde. ¿Seguís haciéndolo?
Más o menos. Ahora estoy comenzando un poco más tarde, a las 10, y terminando también más tarde, a las 5 o las 6.
Con una interrupción para el almuerzo.
Muy pequeña. Tengo una nueva rutina. Camino desde esta casa hasta el otro departamento. Son pocas cuadras. En el quiosco de la esquina compro un sandwich. Lo pongo en la heladera y a la hora del almuerzo lo como, pero sin sentarme. Me quedo de pie, caminando por el departamento, comiendo el sandwich, tomando agua, y luego vuelvo a mi escritorio. Antes solía salir una hora, pero ahora estoy tan envuelto en esta novela que no quiero interrupciones. Pero cada libro es diferente. A veces voy lento, otras voy rápido. El tono y la estructura son los elementos fundamentales y me lleva meses pensar en ellos y en hacer pequeños experimentos hasta que doy en el blanco y sé que estoy en el camino correcto. Me pasa siempre. A veces puedo juguetear con algo por un año, o dos, o tres, antes de comprender realmente cómo hacerlo. "Brooklyn follies" (Locuras de Brooklyn), por ejemplo, era un proyecto antiguo; me llevó muchos años saber cómo llevarlo adelante.
¿Reescribís hasta encontrar estructura y tono?
No, en general dejo el texto a un lado y luego lo comienzo completamente otra vez.
Yo comienzo una historia y cuando me doy cuenta de que he tomado un desvío falso, tengo que volver atrás. Por lo general empiezo todo desde cero. No sé si te ha sucedido alguna vez.
Más de una vez. Cuando escribí "El libro de las ilusiones", un día me di cuenta de que había trabajado durante dos o tres semanas en la dirección equivocada, y rastreé el texto hacia atrás hasta la misma oración donde había hecho el giro incorrecto. Quité todo lo que había escrito desde allí y volví a empezar con esa oración como punto de partida.
Yo he tenido que escribir todas mis novelas por lo menos dos veces. La excepción es "El cantor de tango", que sin embargo es la que más les ha gustado a los críticos anglosajones. Terminé dos versiones completas de "Santa Evita" y tres de "La novela de Perón". Lo curioso es que son muy diferentes entre sí. Nunca he publicado las que me salieron mal y no pienso hacerlo. ¿Qué estás escribiendo ahora?
Ay, ay. En tu país han sucedido tantas historias que parecen irreales.
En los Estados Unidos, si bien no hemos tenido una dictadura, vivimos desde hace mucho tiempo en estado de desinformación. No conocemos la verdad de lo que está sucediendo. La prensa juega en esto un papel muy importante, porque ha improvisado su agenda al ritmo de las políticas del gobierno. Hace poco, por ejemplo, "The Washington Post" publicó un artículo extenso, en varias partes, sobre el vicepresidente Dick Cheney y todas sus manipulaciones y sus actividades ilegales, y un lector envió una carta al diario diciendo: "Bueno, estoy muy contento por haber leído este informe sobre el vicepresidente pero, ¿no llega unos seis años tarde? ¿Dónde estaban los periodistas mientras esto sucedía?". La prensa ha seguido la corriente del gobierno y es una de las razones por las cuales estamos en problemas hoy. No sabemos nada, excepto lo que leemos en la prensa.
A la gente se la manipula con la desinformación. O con informaciones movidas por cierto interés político. Algunos grandes periodistas han perdido independencia y se han convertido en simples voceros de determinados intereses.
Por eso debemos seguir escribiendo novelas. La administración Bush nos ha empujado a un lugar en el que nunca, nunca debimos haber estado como país. Tenemos que ser mucho mejores que eso. Tenemos que respetar las leyes o no habrá más país. Esta es una nación de inmigrantes; lo que nos mantiene juntos es la igualdad ante la ley. Si comenzamos a hacer excepciones, no somos más los Estados Unidos sino cualquier otra cosa.
Habían encontrado la unidad en la diversidad, y ahora la diversidad es un terreno de caza para políticos en busca de votantes indecisos.
Mi país tiene, sí, un pasado manchado. Los norteamericanos hemos cometido crímenes a lo largo de años en distintos lugares del mundo, por no hablar de los de aquí dentro: la esclavitud, la masacre de la población indígena. Pero ahora nos hemos vuelto monstruosos ante los ojos de todo el mundo.
Cuando en América Latina vivimos bajo una tempestad de dictadores, en las décadas del '6o y '70, advertimos que era preciso escribir la historia desde otro lugar. Lo que no podía hacer la historia, lo hacía la novela. Los dictadores escribían su propio discurso de la historia, pero las novelas podían reflejar la cara del poder tal como ese poder se vería después. Roberto Arlt ya había escrito entre nosotros novelas proféticas. Pero el gran modelo de esa respuesta al poder en la literatura argentina es un clásico de mediados del siglo XIX, "Facundo", de Domingo Faustino Sarmiento. "Facundo" atraviesa todos los géneros con una libertad que sigue siendo infrecuente. Es una biografía ficticia, un tratado sociológico, un panfleto político, un estudio de tipos y costumbres. Yo siempre lo he leído como una novela épica. Al modificar la realidad histórica, crea otra realidad más fuerte. El "Facundo" de Sarmiento se ha instalado en la imaginación nacional con más verdad que el Facundo de los documentos. Los libros también pueden crear la realidad.
Pasa en todos lados. También aquí. Ciertos libros, ciertas novelas, han tenido un enorme impacto. A veces no son los mejores, como es el caso de "Facundo", pero sí son muy leídos e influyen mucho sobre la gente. Es el caso de "Uncle Tom's cabin" (La cabaña del tío Tom), la novela de H. Beecher Stowe sobre la esclavitud que cambió la visión de millones de personas sobre qué sucedía, y fue un gran paso hacia el fin de la esclavitud. Un libro. Solo un libro. Interesante, ¿no? ¿Hablás de eso con tus amigos escritores? Con García Márquez, por ejemplo.
Hablamos de literatura, de los autores que nos gustan. Pero sobre todo hablamos de los hijos, del amor, de la vida. ¿Y vos?
Con Don DeLillo tampoco hablamos de nuestros libros. Solo un poco. Nuestros diálogos son del tipo: "¿Estás trabajando?". "Sí. ¿Y vos?". "Sí".
¿Y cuando terminan los libros, se leen el uno al otro?
Siempre cambiamos cartas, faxes o llamados telefónicos con los comentarios. A veces nos enviamos los originales, otras veces las pruebas de página de la editorial. Siempre nos respondemos. Cierta vez, cuando uno de sus libros recibió una reseña negativa, le escribí para decirle "Esta gente es estúpida, no te preocupes por lo que han publicado".
No se trata de "Underworld" (Submundo), ¿verdad? Pocas veces he leído opiniones tan elogiosas como las que se escribieron sobre esa novela hará unos ocho años, tal vez menos.
Siempre me interesaron los orígenes de los Estados Unidos, quién estuvo aquí... Es muy probable que haya venido gente antes de Cristóbal Colón. Tal vez los fenicios. Los vikingos estuvieron aquí. En Michigan se encontraron túmulos que no pudieron haber sido construidos por los indios, y se cree que los fenicios navegaron hasta allí alguna vez y los hicieron. Todas estas especulaciones me fascinan. Nadie sabe realmente nunca qué es lo cierto.
Como en la obra de Kafka, como en la de Beckett. La verdadera literatura se alimenta de las incertidumbres. En aquel primer encuentro de 1991 me dijiste que tus autores favoritos eran Charles Dickens y Kafka.
¿No mencioné a Miguel de Cervantes? ¿Ni a Beckett?
No que yo recuerde.
Cervantes ha sido siempre uno de mis escritores favoritos. Lo ha sido desde el momento en que comencé a leerlo. Si tuviera que elegir un libro para llevar a una isla desierta, sería "Don Quijote". Todo está ahí. Todo sobre el mundo y todo sobre la escritura de ficción está ahí. Lo he leído unas cuatro veces. Me resulta curioso que la primera parte sea delirante, fantástica, y la segunda totalmente moderna: su tema es el propio libro, el "Quijote..." que otros están leyendo y criticando, completando con historias que el autor parece haber dejado atrás. No sé cómo a Cervantes se le ocurrieron esas ideas. Todas las ramificaciones, todas las posibilidades, todas las permutaciones de la novela moderna están prefiguradas ahí. Además, creó personajes memorables, que siguen vivos.
"Don Quijote..." es inagotable. Podríamos hablar días y días de ese libro que las imperfecciones convierten en perfecto. Siempre me ha sorprendido que Cervantes haya tratado de convencer al lector de que el "Quijote..." era una traducción. Lo hizo para desaparecer como autor. No hay autor, el autor es otro, un árabe desconocido, no un novelista sino un historiador, Cide Hamete. La gran novela de la lengua castellana -y acaso la Gran Novela, a secas- se presenta, así, como una novela traducida. Esa observación permite varias hipótesis de lectura. La primera, ajena por completo a las intenciones de Cervantes, incorporaría el "Quijote..." a un corpus de obras detrás de cuya voz original hay, se supone, otra voz. Es lo que pasa con los cinco primeros libros de la Biblia y con el Corán, porque traducen la voz de Dios. Sin embargo, Cervantes elimina todo asomo de autoridad y mantiene siempre la voz del autor -su voz- en estado de indecisión. La idea tradicional de autor suponía que éste se ubicaba siempre en el pasado de su propio libro. Cervantes, sin embargo, sobre todo en la segunda parte, publica los hechos antes, durante o después de que sucedan, dejando la impresión de que hay siempre un ojo que lee los pensamientos, los deseos y los actos más secretos de los personajes. Los personajes viven por su cuenta.
Esa fue la idea de la que nació "Viajes por el Scriptorium". Los personajes sobreviven a los libros, en la ficción y en la vida real. Hamlet tenía razón, Don Quijote vive aún, y los autores hace rato que se han ido.
Lo conocí en los años '50, es verdad. Intercambiamos cartas por un tiempo y fue muy amable conmigo, aunque yo era entonces un aprendiz de escritor. Después, a comienzos de los años '80, cuandoorganicé mi enorme antología de la poesía francesa del siglo XX, me cedió muchas de las traducciones que había hecho. El año pasado, 2006, fue el centenario de su nacimiento. Toda su obra ha sido publicada en los Estados Unidos por Grove Press. Conozco al director de Grove Press, Morgan Entrekin. Una noche estábamos comiendo, probablemente un año y medio antes del aniversario de Beckett, y le pregunté si estaba preparando algo. Me dijo que no, que no habían pensado nada todavía. Me dije: "Ah, esta es la oportunidad". Me ofrecí a hacer una edición nueva de su obra completa, cuatro volúmenes. Releí todo Beckett, tomé notas, trabajé con el diseñador para corregir todos los errores tipográficos, consulté con académicos sobre todo el material. Y al releer su obra entera llegué a la conclusión de que es un gran escritor pero no siempre. Tiene sus altos y sus bajos. Algunos textos son mejores que otros. Lo mejor de Beckett es sublime, pero también hay mucho que no resulta tan atractivo.
Estás apuntando algo muy interesante: los grandes escritores tienen sus altos y sus bajos. Pienso en Borges, por ejemplo. O en Melville.
¿Mientras editabas la obra completa de Beckett escribías "Viajes por el Scriptorium"? Cuánta envidiable energía.
No sé cómo hice. Se lo debía a Beckett. Si nadie más lo iba a hacer, lo haría yo. Me dijeron que su sobrino, que es su heredero y encargado de su obra, está muy contento con el resultado. Tanto él como los editores fueron de gran ayuda.
Advierto que incluiste los textos en francés que el propio Beckett tradujo al inglés. Se traducía a sí mismo, como Vladimir Nabokov desde el original ruso.
Sí. Pero si prestás atención al original y a la traducción de Beckett, vas a ver que cambia muchas cosas.
Es el único escritor que transforma el texto cuando se traduce. Una completa reescritura. Escribe otro libro, uno distinto en cada lengua. Volviendo a los autores favoritos, recuerdo que me dijiste que tu novela más admirada en la literatura norteamericana era "The great Gatsby" (El gran Gatsby).
Del siglo XX, sí. Y todavía siento lo mismo. Y ahora que el siglo XX ha terminado, creo que es el perfecto libro norteamericano. Me encanta, me encanta. Es curioso que no haya sido un éxito cuando fue publicado, creo que se retrasó. Diría que "Moby Dick" es mi novela favorita del siglo XIX y "El gran Gatsby" del siglo XX. Es demasiado temprano para hablar del siglo XXI. No creo haber hecho demasiados descubrimientos desde nuestra conversación de 1991. Admiré algunas cosas que leí, pero nada que haya cambiado mi vida.
Es difícil encontrar un escritor capaz de cambiarnos la vida. En mi adolescencia creí que Borges me iba a cambiar la vida, pero no fue así. Admiro a Borges inmensamente, pero lo siento distante. Quizá porque hay en él un conflicto no resuelto entre lo que escribía y lo que sentía o se permitía sentir. Escribía -y en algún lugar lo dijo- lo que se debía escribir, lo que se acepta como literatura. De esa manera le ata las manos a su literatura, la priva de libertad. Con esa libertad quién sabe dónde habría llegado. Lo admiro muchísimo y sin él no sería el escritor que soy, bueno o malo. Pero no me ha cambiado la vida.
Borges es... no sé cómo decirlo... un escritor menor genial. Sí, es eso: un escritor menor genial. Creo que su mayor fuerza radicaba en el hecho de que conocía sus límites. Ni siquiera intentó escribir novelas, no podía hacerlo. En cambio, perfeccionó aquello que sí podía hacer.
Siento que estoy ante un gran escritor cuando me parece que expande los límites de la literatura. Algo que no sucede muy a menudo. Como Kafka. Hay una literatura antes de Kafka y otra distinta después. Nada puede ser leído de la misma manera. Cuando leo a un autor que abre puertas nuevas, como el japonés Haruki Murakami, siento que Kafka lo ha transfigurado. De hecho, su última novela es, desde el título, un homenaje a Kafka, "Umibe no Kafuka" (Kafka en la orilla). Kafka creó una literatura mayor a la que existía antes de él.
Estoy de acuerdo, de acuerdo. De los gigantes de la literatura del siglo XX, los tres nombres que siempre se mencionan, Marcel Proust, James Joyce y Kafka, creo que Kafka es mi preferido. Amo a Proust y a Joyce, pero creo que Kafka va más profundo que ellos. Proust, tan electrizante, articuló los sentimientos humanos como ningún escritor había podido hacerlo antes. Tuvo la paciencia y la perspicacia para ir hasta el fondo y explorar estas emociones, estos pensamientos que todos tenemos. Eso lo hace grande. En el caso de Joyce, creo que es la música. No sé si hubo alguien, en inglés, que tuviera un oído mejor que ese hombre. Para mí, los cuatro grandes oídos son William Shakespeare, Dickens, Joyce y Beckett. Sólo por la música de sus lenguajes. Hay otros grandes prosistas en inglés, como Sir Thomas Browne en el siglo XVII; también el poeta John Milton fue un gran prosista: algunos de sus ensayos son extraordinarios. Milton escribió en su ensayo "Areopagítica": "Y fue del sabor de una cáscara de manzana que el conocimienlo del bien y del mal, unidos como dos gemelos, entraron al mundo".
La gran lileratura en castellano está hecha de música. No solo la poesía. Francisco de Quevedo, los cronistas de Indias, Rulfo, García Márquez y, por supuesto, Borges están llenos de música. No se entiende a Borges por completo si no se advierte que su lenguaje es música. Escribía siguiendo el hilo de música de las frases, quizá porque era ciego.
Verdad. Joyce también era ciego. Y Milton.
Aunque no puedo leer en alemán, y esa es una de mis grandes asignaturas pendientes, ya para siempre, siento que hay una oscura música en Kafka. Por ejemplo, en la primera frase de "Der prozess" (El proceso): "Alguien, sin duda, había calumniado a Josef K, porque una mañana, sin que hubiera hecho nada malo, fueron a detenerlo".
Un gran comienzo. La novela entera está ahí.
Cuando yo tenía quince o dieciséis años empecé a sufrir de insomnio, no sé por qué. Un día le hablé de eso a la bibliotecaria que me prestaba libros en Tucumán, y ella me dijo: "Esta novela va a resolver tu problema. Antes de terminar el primer capítulo te vas a quedar dormido". Era "El proceso". Pasé la noche en vela leyéndolo y el insomnio se me volvió crónico. Ahí tenés un libro que me ha cambiado la vida. Siempre he pensando que la música de Kafka ejerce un poder hipnótico sobre mí. No puedo oír música cuando escribo ficciones. Leo poemas, que son otra forma de la música.
Yo también. Leo poesía e historia. Nunca ficciones. ¿Sabías que Joyce era un gran cantante? Se lo consideraba el segundo mejor tenor de Irlanda, luego de John McCormack, que era famoso. Joyce pudo haber sido un cantante profesional. No sé si alguna vez lo escuchasle leyendo; hay una grabación de él leyendo del "Finnegans Wake" (El despertar de Finnegan), dura sólo diez minutos pero te cambia la visión de las cosas.
No, no lo he oído. Todos los grandes autores que nombraste pertenecen a tus lecturas de formación. Decís que ya no has encontrado nuevos autores que te cambien la vida. ¿Será que cuando comenzaste a escribir también comenzaste a leer de otro modo, sin inocencia?
No, qué interesante. Cuando era joven, y vivía en París, conocí a muchos poetas y narradores, muchos bástante más grandes que yo, como Beckett, o Edmond Jabés. Eramos muy cercanos con Jabés. Lo vi una o dos veces a la semana durante años. Iba a su departamento, me servía té y nos sentábamos y charlábamos. El debía tener unos sesenta años; yo, unos veintitrés o veinticuatro, y siempre me asombraba confirmar qué poco interés tenía en los escritores nuevos. Y también Beckett, a quien parecía no importarle en lo más mínimo lo que sucedía alrededor. Yo le decía: "¿Edmond, no te interesa...?". Y ahora yo me he vuelto así. Me di cuenta de que una vez que uno encuentra su camino, sea cual fuere, bueno o malo, nada más lo va a cambiar. Cuando leo libros nuevos es por curiosidad, pero no por el hambre que sentía cuando era joven.
Me pasa lo mismo. Trato de mantener viva la capacidad de asombro, pero ya no es lo mismo. Antes me parecía que era imposible alcanzar la grandeza de autores como César Vallejo o Pablo Neruda o León Tolstoi o Gustave Flaubert o Borges. Estaban en un lugar inaccesible, allá lejos. Yo deseaba ser como ellos, pero no se podía. Era triste, pero había que resignarse. ¿Porqué tenemos que ser como somos y no como quisiéramos ser? Un buen día acepté que mi voz, insignificante o valiosa, era diferente pero era mía. Jamás tendría la voz de los que admiraba, pero tenía mi voz, y eso debía bastarme. La tarea de cada escritor es salir en busca de su propia voz. Y luego decirse: "¿A quién podrá interesarle mi voz? Quizás a nadie. Pero es mi voz y trataré de soltarla". Vivía en una pequeña ciudad en el norte de Argentina, un país al fin del mundo. ¿Quién podía interesarse en lo que yo escribía? Quizás alguien algún día; nunca se puede saber, pensé. Fui escritor por azar.
Creo que todos los escritores lo somos por azar. Es algo con lo que nos tropezamos. Creo que probablemente comienza cuando uno es pequeño y comienza a leer. Ese es el comienzo: la pasión por los libros. Y luego uno empieza a decirse a sí mismo: "Mmm, creo que a mí también me gustaría hacer esto de escribir". También creo que todos los escritores están un poquito locos, un poquito enfermos, un poquito dañados, porque el mundo no es suficiente para nosotros y tenemos que hacer mundos diferentes. Una persona realmente sana estaría feliz con la realidad, con la vida cotidiana. Pero nosotros no lo estamos. Andrei Tarkovsky, el cineasta ruso, dijo: "Los hombres son artistas porque la vida no es perfecta".