Fue magnífica porque pude conocer el interior de este país y tuve ocasión de leer más de setenta obras. Aparte de la que premiamos, una estupenda novela de Reina Roffé, titulada "La rompiente", y de las varias menciones que dimos, me llamó mucho la atención percibir una necesidad muy grande en muchos escritores por recapitular las experiencias de la dantesca dictadura que padecieron. Es notable la necesidad de analizar y cuestionar incluso lo que está ocurriendo ahora. Me parece que esto es muy importante. Por otra parte, el nivel de los participantes, en términos generales, fue estimable. Pero no me sorprende tanto, ya que en Argentina cuentan con una sólida tradición literaria.
Mi sensación, por haber vivido en México muchos años, es la de que en tu país han ocurrido cosas muy importantes en la literatura de, digamos, los últimos veinte años.
Sí, veinte años por lo menos, quizá más. Han ocurrido cosas fundamentales. Se ha ampliado notablemente la influencia de la cultura en toda la nación, han surgido muchos escritores muy valiosos, como Jaime del Palacio, Ignacio Solares, María Luisa Puga, Juan Villero, Agustín Ramos, Angeles Mastretta y varios más. Se ha consolidado definitivamente la obra de Fernando del Paso, de José Emilio Pacheco, de Elena Poniatowska, de Juan García Ponce, de Gustavo Sainz y Sergio Pitol. Te podría decir que nuestra narrativa se ha enriquecido y ha ido penetrando en el pueblo. Como ejemplo interesante se puede mencionar que los jóvenes tienen el espacio abierto; las editoriales suelen publicar obras de gente hasta de veinte años de edad. Ha surgido un fenómeno que se le conoce como "literatura lumpen": son muchachos de zonas muy pobres y marginadas que están escribiendo y publicando, algunos de ellos con muy estimable nivel. En realidad hay una gran pluralidad, se tratan todo tipo de temas y hay una amplia gama de concepciones, estilos y recursos. Quizá podría destacarse un acercamiento cada vez mayor a cuestiones populares desde una perspectiva de rigor literario y una legitimación irreversible e importantísima del lenguaje coloquial elaborado artísticamente. Creo que en México la cultura está en franco ascenso, de hecho diría que desde los acontecimientos de 1968 se generó una revolución cultural profunda que en estos momentos de crisis ha sido importantísima. No creo exagerar al decir que en la cultura, la literatura constituye la avanzada.
Pero en este momento, México vive una crisis que podríamos calificar de brutal. La cultura no puede sobrevivir desligada de semejante realidad. ¿De qué manera dirías que afecta la crisis mexicana a la literatura en particular y a la cultura en general? Y lo pregunto, entre otras cosas, porque es sorprendente la respuesta del público a tus libros.
Bueno, la crisis afecta, sin duda, y yo diría que en un doble sentido: por una parte, el encarecimiento de la vida ha dificultado las condiciones de vida de los escritores, que de por sí suelen ser precarias. Las editoriales pequeñas se han visto en serios problemas, y esto hay que tomarlo en cuenta porque ellas suelen abrirse más a los nuevos escritores. Las grandes editoriales, por su parte, han estrechado sus puertas y procuran publicar grandes nombres que les aseguren su inversión y les permitan continuar con sus grandes ganancias, de las cuales los escritores vemos una parte ínfima, ridicula. Los libros se han encarecido notablemente, y los lectores de pocos recursos se ven obligados a discriminar mucho más sus compras. Los estudiantes suelen hacer "vacas": entre varios juntan dinero, compran el libro, se turnan para leerlo y después lo sortean para ver quién se queda con él. Pero, de cualquier manera, se sigue leyendo mucho. Existe un nuevo público lector que ya no puede dejar de consumir libros. Por otra parte, muchos escritores, ante el impacto terrible de la realidad, han optado por la política del avestruz: esconder la cabeza y empinar el culo. Su producción cada vez se vuelve más subjetiva y cínicamente plantean que la narrativa debe despojarse de todo contenido social, incluso llegan a afirmar que debe ser enajenante. Otros, sin embargo, tratan de encarar el problema y lo reflejan en sus obras. La crisis en México ha dado a mucha gente, especialmente a los jóvenes, la impresión de que no hay salidas, de que la atmósfera opresiva es invencible y esto se traduce en una desilución tremenda. Ven copado el futuro. Todos los mitos del progreso se han esfumado y el pesimismo campea. Por eso han surgido algunas obras a las que ahora se les suele llamar "literatura del desencanto", y puedo citar novelas como "Falco", de Humberto Rivas, y "Calles como incendios", de José Joaquín Blanco. En ellas se reflejan esas condiciones. Yo creo que estas obras tienen su importancia porque, aunque no hagan proposiciones de cómo salir de la condición oscura y depresiva, enfrentan el problema y obligan al lector a que también lo vea.
Tu última novela, "Cerca del fuego", ¿se inscribe en este tipo de literatura? ¿Significa para ti un cambio respecto de tu obra anterior?
No, creo que no cabe en este tipo de cosas, pues si bien mi novela presenta con toda severidad el horror de la crisis que se vive en mi país y adelanta incluso lo que puede pasar si no se la encara, también presenta un llamado a la acción. Yo trato de decirle al lector que no se deje abrumar por los problemas, que los enfrente sin falsas ilusiones ni falsas depresiones. A la larga, lo que mi novela propone es que tenemos que meternos en el fuego.
Antes de seguir adelante con la crisis sociopolítica y económica de México, quisiera que charláramos un poco de tu formación literaria. Sé que fue bastante atípica.
Bueno, sí, yo no empecé leyendo a Salgari, Dumas y los clásicos juveniles. Yo empecé por Mark Twain y de ahí salté a "Le mur" (El muro), de Sartre, cuando estaba en quinto de primaria. Y no es cuento, lo que pasa es que era lo que leían mis hermanos. Eran los libros que había en la casa. Y así le entré a "La Ilíada" y "La Odisea". Enseguida me sacudió el teatro, y así empecé con Ionesco a los doce años, algo que fue maravilloso porque me desató un montón de tendencias al desmadre, como decimos en México, al absurdo, al relajo. Después seguí con Scott Fitzgerald; a mí "Tender is the night" (Suave es la noche) me volvió loco, me marcó muchísimo. Y el otro escritor que me dejó huella fue Nabokov. Leí "Lolita" a los trece años y ahí sí se me abrió el mundo.
Al comienzo de tu carrera la crítica te trató bastante mal, e incluso a tu generación se la llamó "el grupo de la Onda", lo cual era algo despectivo, marginador.
Sí, fue muy curioso, en aquella época la literatura mexicana estaba muy amafiada y era muy difícil entrar. Nosotros éramos un grupo de gente joven, Gustavo Sainz y yo éramos los más conocidos. Mis primeros cuatro libros se vendieron muchísimo, fue algo increíble. Yo tenía veintiuno, veintidós años, y mis libros causaban revuelo. Pero cuando salieron nuestros libros, no existía nada de la tal onda. A nosotros el primer membrete que nos pusieron fue "los antisolemnes". Eramos la antisolemnidad en la literatura. Gustavo andaba por los veintiséis años, yo veintidós, igual que René Avilés Fabila. También estaban Gerardo de la Torre, Jorge Arturo Ojeda, Juan Tovar, Ignacio Solares, todos menores de treinta años. La precocidad era inherente a esa generación. Y por supuesto provocamos resistencias. E incluso irrumpieron algunos autores un poco mayores, como Fernando del Paso y Salvador Elizondo.
Evidentemente, por esa precocidad, a ustedes les tocó ser protagonistas de ese hecho traumático de México: el movimiento del '68. Sin embargo, alguna vez tú mismo dijiste que tu participación fue menor. ¿Cómo fue tu vinculación con aquellos hechos? ¿Significó algo especial para tí, para tu literatura?
Ah, por supuesto, claro que sí. Es más, yo creo que hubo una retroalimentación. El '68 me marcó a mí, y en cierto modo también a Sainz, a Elizondo, a Del Paso; pero nosotros también marcamos un poco al '68. O sea, nosotros empezamos a publicar desde antes, y fuimos generando un gusto, una sensibilidad, una actitud ante la vida que tuvo mucho que ver con la forma como se comportó el movimiento estudiantil del '68. No fuimos un factor esencial ni mucho menos, pero sí influimos. La conducta que planteaban libros como "Gazapo" de Sainz, como mi "De perfil", como el "Farabeuf" de Elizondo, y en cierto modo el "José Trigo" de Del Paso, mostraban la necesidad de un cambio. Enfatizaban el poder de la juventud. Del Paso un poco menos, pero los demás éramos chavos, y como chavos vivíamos, y como chavos llegamos a tener un enorme peso. Aparte, moldeamos gente: a mí hoy una de las cosas que me da más gusto es encontrarme con gente que me dice que creció leyendo mis libros, que nuestros libros le enseñaron a leer, a escribir, a vivir de otra manera, a pelearse con sus papás, a usar ropa de otra forma, a hablar en otro lenguaje, a soltarse ante las groserías, a tener otra actitud ante el sexo. Decirnos "La Onda" era una manera de subestimarnos, de desprestigiarnos.
Ese movimiento, como el '68, tuvo un lenguaje particular, propio. ¿Puedes definirlo?
Con el lenguaje de la llamada Onda, pasa como en el '68. Nosotros tuvimos algo que ver, porque escribíamos desde antes. Particularmente Sainz y yo indujimos un lenguaje coloquial, muy inventivo, con una liga muy fuerte con los estratos populares, y eso es algo que no han querido reconocer, pero que es nuestra ligazón de veras con el pueblo. Recogimos no sólo el lenguaje coloquial, juvenil, sino el popular y lo tratamos de transmutar literariamente con juegos que aprendimos de Joyce, de Nabokov, de Cabrera Infante, de Lewis Carroll, de medio mundo. Ahora, cuando vino el movimiento, se hermetizó más el lenguaje, hacia el lenguaje carcelario. La gran matriz de ese hablar de la llamada Onda, fue la cárcel. Y de ahí su carga subversiva, en el sentido de resistencia al poder cultural, y también al político.
¿Cómo se ha hecho presente la política en tu actividad literaria? ¿De qué manera conviven en tí el escritor y el ciudadano preocupado por lo que pasa en su sociedad?
Mira, no sé, pero desde un principio, desde chavito, me tocó muy de cerca la realidad política. Leí a Marx, como todo el mundo, a Engels, a Kautzky, a Hegel. Bueno, a Hegel hasta donde pude. Siempre me he sentido una persona de izquierda, firme, honrada, sincera. Pero también desde que escribo, primero intuitivamene, y luego con más conciencia, hice claramente una distinción, la misma que has hecho tú y una cantidad de gente: que los preceptos políticos no te pueden imponer una línea literaria. Porque se dificulta la creatividad, se hace panfletaria la obra y eso porque los preceptos te constriñen, te limitan, te esterilizan. Podrás hacer textos de alguna importancia política, pero de nulo valor literario. Y yo siempre trato de escribir mi literatura lo mejor posible, en mis propias características y con la legalidad interna de ellas. Al mismo tiempo, trato de mantener una actitud coherente en lo político, como ser humano. Pero no milito en partidos. Lo cual no obsta para que yo me considere una persona preocupada por la profundización de la crisis en México.
Me decías que la situación ha empeorado muchísimo. ¿Podrías explicarlo, pensando en un lector argentino? Desdichadamente, una de las consecuencias de nuestras dictaduras ha sido una cierta forma de alienación; hay como un extrañamiento respecto de lo que sucede en otras sociedades. Y a la vez, lo positivo es que el interés existe.
Bueno, yo creo que nuestra crisis se hace profunda no sólo por una cuestión de deuda externa, inflación y pauperización de capas cada vez más amplias de la sociedad, mientras la alta burguesía y la cúpula burocrática se siguen enriqueciendo. En México tenemos un sistema que aún presume de revolucionario y que se ha enquistado en el poder desde hace setenta años. La Revolución Mexicana murió desde los años cuarenta, pero la gente sólo empezó a ser consciente de ello desde 1968. De 1982 a la fecha la cuestión sólo se ha agudizado, hasta llegar a lo que vivimos ahora. Hemos tenido un sistema de vida que ya está totalmente corrupto, pero al cual la gente se aferra por miedo a los cambios, por estupidez, por los traumas de la Revolución de 1910 y del movimiento estudiantil de 1968. El gobierno se ha derechizado y ha entregado la nación a Estados Unidos y a los empresarios y grandes comerciantes. Los partidos de izquierda ya no sirven para nada, y los de la derecha actúan a sus anchas, casi impunemente. El PAN, Partido de Acción Nacional, parecía estar capitalizando el descontento, el descrédito y la desconfianza, pero igualmente, en este año, ha empezado a perder crédito por su servilismo hacia Estados Unidos y por su labor de agitación cacerolista. La gente en México está desencantada, pero no es estúpida. Del '68 a la fecha la conciencia crítica ha ido en aumento y sólo los más inanes de los ricos y de la alta clase media idiota cree que darle las nalgas a Reagan puede servir de algo. Por eso, a partir del desmadre electoral de Chihuahua, a mediados de este año, el PAN y la derecha también han visto que pierden la aparente ventaja que tenían. El desencanto es total, abarca al gobierno, a la burguesía, a la izquierda y a los modos de vida. Por eso creo que vivimos en medio de una nueva transformación dolorosísima, claramente transitoria, que va a cambiar las cosas en una gran proporción en un corto y mediano plazo. En lo inmediato la derechización va a proseguir, pero estamos al borde del fin del sexenio de Miguel de la Madrid y la sucesión presidencial ya desde ahora es detonador de condiciones absolutamente nuevas en México. Las cosas se han agudizado tanto que las componendas son muy difíciles; quizá logren transar los grandes intereses económicos y políticos, pero la crisis se ahondará aún más en los próximos años. Las cosas están tocando fondo, y cada vez más es evidente el envilecimiento y la seducción a la degradación política, económica y moral de casi toda la sociedad. Pero al mismo tiempo, estos problemas candentes e insoslayables son demasiado visibles. Ya no es posible seguir con el doble pensar, fingiendo inconsciencia por mucho tiempo. Por eso creo que la profundidad de la crisis va a ir modificando las maneras de ser, los modos de comportamiento individual y social, y que esto paulatinamente se manifestará en el aspecto político y económico. Quizá peque de ingenuidad y de optimismo irredimible, pero en verdad creo que en México se están generando las condiciones para una transformación que será decisiva no sólo para nuestro país, sino para toda América Latina. Se están forjando, con terribles dolores de parto, los rasgos del próximo milenio.
Teniendo México, como tiene, un movimiento intelectual tan importante, con la cantidad de medios de comunicación y aún con la inserción social y la presencia a nivel popular de muchos de ellos, ¿cómo dirías que vive la intelectualidad esta crisis? ¿Cuál sería, a grandes rasgos, su reacción y su propuesta?
Creo que es visible cómo los intelectuales han sido rebasados. En el mejor de los casos se llevan a cabo obras de investigación que permiten encarar mejor la naturaleza de lo que vivimos. Otras veces se producen obras artísticas que reflejan sin ilusiones el contexto que se vive. O simplemente se trata de escribir bien, que ya es bastante. Pero los intelectuales más prestigiados, con excepciones brillantísimas como José Emilio Pacheco han dado muestras o de ceguera o de confusión extrema. Por una parte se halla Octavio Paz, que con su grupo de la revista "Vuelta", se ha desempeñado en una derechización extraordinaria. Es increíble cómo Paz, Krauze y Zaid por entercarse en lo que en un principio eran discusiones de intelectuales, ahora se han convertido en portavoces de la iniciativa privada y del pensamiento imperial de Ronald Reagan. A veces no se sabe si habla Paz o habla Shultz. Hace poco en México una espléndida revista, "El Buscón", hizo una encuesta entre los grandes dirigentes del PAN y todos estuvieron muy contentos porque Octavio Paz y los suyos habían llegado a las posiciones de ese partido. Ni siquiera los veían como sus líderes espirituales sino que dejaban implícito que Paz y Enrique Krauze iban detrás de ellos. Esto es tristemente cierto. Ni siquiera se han constituido como los grandes guías de la reacción, sino en dóciles servidores. Ya conté cómo otro grupo importante de intelectuales hablan de hacer una literatura "enajenante" y supuestamente "fantástica". Ni siquiera tratan de ir al fondo de la subjetividad. Por otra parte, el otro gran grupo de poder intelectual, el comandado por Carlos Monsiváis y Héctor Aguilar Camín, que controla el diario "La Jornada", la revista "Nexos" y varias publicaciones más, se ha ido acercando al gobierno. Es curioso cómo pueden oficializarse cuando estamos viviendo el gobierno, el de Miguel de la Madrid, más entreguista y débil de la historia. Es cierto que el gobierno mexicano es muy heterogéneo y que hay sectores relativamente progresistas, pero, a fin de cuentas, forman parte del PRI, el oficial Partido Revolucionario Institucional, que es el más viciado, corrupto y deteriorado de todos. Al PRI no lo salva nada, ni corrientes "democratizadoras" ni el apoyo solapado de intelectuales que presumen de izquierda. Hace poco Octavio Paz y los suyos hicieron ver que los planteamientos del "gang" monsivaísta "sonaban mucho a PRI". Por supuesto que tenían razón, pero eso no quitaba que los de "Vuelta" apestaran a PAN. Estas posiciones de ambos grupos han hecho que mucha gente ya esté hastiada de ellos, porque los dos comparten, entre sus diferencias ideológicas, concepciones mafiosas, autoritarias, uniformantes, y compiten por el poder cultural. Por eso la gente anda a la caza de nuevos héroes, y esto ha beneficiado a poetas talentosos y honestos como Jaime Sabines y a viejos escritores que fueron marginados, como José Revueltas y Rubén Salazar Mallén. Los puntos de contacto entre las dos mafias coexisten con sus diferencias, y por eso hace unos meses ambos coincidieron al firmar varias cartas públicas en las que pedían la anulación de los comicios en Chihuahua, que después, para desazón de Monsiváis, fueron utilizadas en Washington por la ultraderecha para seguir la campaña que Estados Unidos sostiene contra México. De más está decir, por supuesto, que tanto Octavio Paz, Enrique Krauze, Gabriel Zaid, como Carlos Monsiváis, Héctor Aguilar Camín, Miguel Angel Granados Chapa son intelectuales de una gran inteligencia, brillantes, que han dado obras fundamentales, importantes para la cultura nacional. Pero tantos años de ejercer sus tiranías intelectuales, sus caprichos y ninguneos, los han atrofiado cuando más hace falta su lucidez. Ojalá cambiaran, dejaran de ser un estorbo y reconquistaran las posiciones que en un momento, y con mucha razón, los hicieron verdaderos héroes populares.