25 de mayo de 2025

Sergio Olguín: “Hay algo que aprendí del periodismo y me sirvió para la prosa literaria: buscar la limpieza. Una lengua clara, entradora, atractiva, concreta”

Sergio Olguín (1967) es un escritor y periodista argentino. Nacido en Buenos Aires, pasó su infancia y su adolescencia en la localidad del conurbano bonaerense Lanús. Estudi
ó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y concurrió al taller literario de la escritora y profesora universitaria argentina Gloria Pampillo (1938-2013). En 1990 fundó la revista cultural “V de Vian” y, al año siguiente, cofundó junto al periodista argentino Eduardo Antín (1951) la revista de crítica cinematográfica “El Amante”. Años después fue jefe de redacción de la revista cultural “Lamujerdemivida” y editor de la sección cultura de la revista “El Guardián”. Dedicado al periodismo desde los diecisiete años, comenzó publicando notas en la revista “Familia Cristiana” por unos pocos años y luego fue columnista en los diarios argentinos “Crítica de la Argentina”, “La Nación”, “Tiempo Argentino” y “Página/12”, y en el uruguayo “El País”.
En 1998 publicó el libro de cuentos “Las griegas” y en 2002 “Lanús”, su primera novela, a la que le siguieron “Filo” y las narraciones juveniles “El equipo de los sueños”, “Springfield” y “Cómo cocinar un plato volador”. Más adelante publicó las novelas “Oscura monótona sangre”, “Boris y las mascotas mutantes”, “1982” y “Los últimos días de Julio Verne”, y el libro de cuentos “Los hombres son todos iguales”. Intercaladas con estas obras, publicó cinco novelas enmarcadas en el género policial, cuya protagonista es la periodista e investigadora Verónica Rosenthal. Se trata de “La fragilidad de los cuerpos”, “Las extranjeras”, “No hay amores felices”, “La mejor enemiga” y la recientemente publicada “Media Verónica”.
También ha editado y prologado, entre otras, las antologías “Los mejores cuentos argentinos”, “La selección argentina”, “Cross a la mandíbula” y “Escritos con sangre”, compilaciones en las que reunió narraciones de, entre muchos otros, prestigiosos autores como Bernardo Kordon (1915-2002), Rodolfo Walsh (1927-1977), Angélica Gorodischer (1928-2022), Juan José Saer (1937-2005), Vicente Battista (1940), Rodolfo Fogwill (1941-2010), Liliana Heker (1943), Roberto Fontanarrosa (1944-2007), Juan Sasturain (1945) y Federico Andahazi (1963). Además, junto a la poeta, editora y docente universitaria Gabriela Franco (1970), bajo el título “Perón vuelve” compiló cuentos de autores argentinos como Tomás Eloy Martínez (1934-2010)​, Abelardo Castillo (1935-2017), Ricardo Piglia (1941-2017), Osvaldo Soriano (1943-1997), Ana María Shua (1951), Ángela Pradelli (1959) y Esther Cross (1961), por citar sólo algunos.


En la última novela de la saga protagonizada por Verónica Rosenthal -una periodista de investigación que se lleva mal con la realidad argentina y es anarquista alejada de partidos políticos, según la define el autor- ella llega a conocer la historia de amor de su padre con Cecilia, una militante montonera hija de un militar. Precisamente sobre esta novela y sobre algunos aspectos de la situación socio-cultural de la actual Argentina se refirió Sergio Olguín en las entrevistas que concediera a Walter Lezcano publicada en la revista “Malas Palabras” que edita el Instituto por la Igualdad y la Democracia (IPID), y a Silvina Friera del diario “Página/12”, publicadas el 15 y el 20 de mayo de 2025 respectivamente, de las cuales se puede leer un compendio compaginado a continuación.

¿Cómo es sostener un personaje como Verónica Rosenthal a lo largo de cinco novelas?

Me cuesta terminar de escribir una novela porque tengo la sensación de que quiero seguir con ese personaje. Y nunca encontraba excusas para continuar, porque las novelas muchas veces se cierran sobre sí mismas. Con “La fragilidad en los cuerpos” me di cuenta que tenía un personaje adaptable a lo que el policial permite. Eso es algo que sucede tanto en la novela negra como en la novela policial tradicional. Todas pueden tener un personaje que se traslada de una historia a otra. Lo que encontré con Verónica y su entorno es que podían evolucionar. Mi intención es escribir diez novelas, y que Verónica supere los cincuenta años en la historia. Me interesa ver cómo reacciona un personaje femenino a esa edad.

El lugar del periodismo es importante en la saga.

Me interesa el periodismo tanto a nivel de discusión teórica como práctica. Saber qué es hacer buen o mal periodismo me interesa especialmente. Y decidí trasladar ese pensamiento a Verónica Rosenthal. Es mi alter ego, al menos en temas periodísticos, porque hay toda una serie de cambios que se dieron en los medios de prensa escrita, que es la que yo más conozco. Ni hablar del mundo digital, marcado por la precarización laboral. Ahora Verónica trabaja en un medio digital. Y ella se resiste, por su manera de ser y porque viene de una familia burguesa.
 
La novela empieza en el ‘75 y me preguntaba si había un gesto tuyo de pensar la dictadura todavía en presente.
 
Me interesan mucho los ‘70, la militancia, lo que significó la dictadura como corte de esas ilusiones o sueños de esa generación. Esos sueños evolucionan de forma terrorífica con el terrorismo de Estado, los desaparecidos, el exilio, la muerte, la traición. Es un material riquísimo para cualquier escritor al que le interese la tragedia como género. Ese período me interesa mucho. Pero, no tenía ganas de escribir una novela sobre la dictadura, sino sobre el momento anterior: el año ‘75. Ese año tiene una particularidad en la provincia de Córdoba, que funcionó como un laboratorio sobre lo que iba a pasar a partir de marzo del ‘76. Y también ésta es la historia de un hombre con valores muy ligados a la vida burguesa, preparado para triunfar, que arriesga todo -su éxito social, personal, familiar- por algo que nadie consideraría racional: el amor. El amor es trágico, te ataca por emboscada. Te pasa algo y no entendés qué fue. A él le pasa eso: le desarma todo.
 
Manejás esas dos cosas. Por un lado, el género policial, y por otro, lo cargás de emotividad. ¿Cómo nivelás esos materiales?
 
Para mí el género romántico es lo más. Si pudiera, me dedicaría más a escribir novelas románticas que policiales. Siempre estoy más preocupado por los afectos y las pasiones que por el caso policial. Yo resolvería el caso en el primer capítulo, diría quién es el culpable y listo, pasemos a lo importante: ¿de quién se va a enamorar Verónica en esta novela? Eso, casi diría, es lo más importante.
 
¿Cómo trabajás para que cada una de las novelas parezca nueva?
 
Lo que no quiero es que las novelas tengan una estructura predeterminada. No hay fórmula. No es que en el primer capítulo matamos a alguien, en el segundo aparece Verónica y en el tercero tiene sexo con alguien. No. Cada historia te exige su estructura. Una vez que tengo una historia en la cabeza, pienso: ¿cómo puedo contarla?
 
¿Cuáles son tus insumos al momento de construir una buena prosa?
 
Hay algo que aprendí del periodismo y me sirvió para la prosa literaria: buscar la limpieza. Una lengua clara, entradora, atractiva, concreta. Eso que uno también encuentra en la buena literatura, pero que es propio de una prosa periodística. Yo trato de imitar, de emular esa prosa periodística. Y eso me obliga a trabajar mucho para poder llegar a ese lenguaje, que para mí es claro.
 
¿Cómo es convivir con un personaje?
 
Verónica aparece todo el tiempo. Está latente, como un estado de mi cerebro que se cruza con otras historias que quiero escribir. Desde que empecé con Verónica, escribí otros libros que no tenían que ver con su universo. Pero, la idea de volver al universo de Verónica es volver a un lugar en el que la paso muy bien. Disfruto mucho de escribir. Si esa felicidad es reencontrarme con Verónica a mí me encanta. No me resulta un sufrimiento.
 
Cecilia es una víctima de la violencia política y familiar. ¿Esta cuestión estaba desde el inicio, cuando empezaste a escribir la novela, o el clima de época, la reivindicación de la dictadura que hace la vicepresidenta Victoria Villarruel, se metió en la novela?
 
Una parte de la novela transcurre a fines del ‘75, cuando todavía había democracia. Yo quería tomar ese momento especial, fin del ‘75 en Córdoba, cuando ya se realizaban en la provincia los mismos métodos de secuestros y torturas que en dictadura; es como si te dijera que Córdoba fue el laboratorio de prueba para lo que se iba a aplicar a partir de marzo del ‘76. Me interesaba ese momento porque quería vincular la violencia intrafamiliar (Cecilia es víctima de esa violencia) con la violencia política. Aunque la escribí en los primeros meses del gobierno de Milei, trato conscientemente de que la realidad no se cuele en las novelas. Intento trabajar con mi propia agenda, no con la agenda política del momento; un autor de ficción tiene que ir más allá de la coyuntura, porque si no terminás convirtiendo un texto literario en un panfleto. Vengo del periodismo y si tengo algo que decir políticamente lo escribo en un artículo, en una contratapa. No necesito trasladar eso a las novelas. Lo que pasa es que la realidad se le cuela por todos lados. Uno no se da cuenta, pero vive tomando decisiones políticas todo el tiempo. En el momento en que en todas mis novelas policiales la que investiga es una periodista y no un policía, es una decisión política también. Lo que no me gusta es traficar mi propio pensamiento de manera burda en una novela.
 
¿Cómo se resignifica ahora Verónica Rosenthal como periodista e investigadora en un contexto donde el presidente Javier Milei ataca sistemáticamente a los periodistas y los acusa de “ensobrados” o “pauteros”?
 
Hay un ataque hacia el periodismo bastante inusual desde el poder, que no lo vimos nunca en la Argentina con ningún signo político. Siempre los gobiernos han presionado para sacar periodistas de los medios o para contar con el favor de algún periodista, eso ha funcionado y te diría que es parte del juego democrático. Lo que nunca se había visto es que este es un presidente que trata de tensar la cuerda para ver hasta dónde puede llegar en su autoritarismo. Primero empieza con una frase, que incluso puede resultar divertida, avanza con una frase más agresiva, después dice algo más particular y da nombres y apellidos de periodistas y los enjuicia. Si todo esto la sociedad lo va dejando pasar, va a llegar un momento en donde habrá periodistas presos y atacados físicamente. Milei está moviendo el límite de lo democráticamente aceptable. No se puede aceptar lo que está haciendo el presidente con la prensa y con muchas otras cosas, me parece que se ha salido del sistema democrático, aunque todavía entendemos que está dentro de él. Nunca hay retroceso; él avanza siempre en su autoritarismo. No es menos autoritario ahora que hace un año; al contrario, lo es mucho más. Este es un gobierno que se dirige sin ningún límite hacia el fascismo con la ayuda de un equipo que no le interesa la democracia; gente como Patricia Bullrich, como Luis Petri, como Santiago y Luis Caputo hacen que este gobierno vaya hacia un camino más autoritario. El periodismo también vive otro tipo de crisis, que tiene que ver con pasar del mundo analógico al digital, y que significó la pérdida del concepto de trabajo en equipo. Pero lo más grave es la precarización laboral que se vive desde los años ‘90 para acá, que es cada vez más alarmante porque las empresas periodísticas no se están haciendo cargo de la situación.
 
Verónica sería una periodista analógica, ¿no?
 
Sí. Verónica es un personaje que me sirve para decir lo que pienso sobre el periodismo. Yo tenía la fantasía de ser periodista de investigación, pero siempre fui periodista cultural, que es la rama en donde no hay mucho para investigar. Cuando era joven, quería ser un periodista de esos que descubren grandes verdades, pero en un momento me encontré hablando de escritores franceses (risas). Entonces me hace muy feliz trabajar el personaje de Verónica, que es una periodista que investiga, y convertirla en una persona muy anacrónica que odia la idea de tener redes sociales (no tiene ninguna). Me gusta esa cosa de poder meter en el pensamiento de Verónica no solo lo que pienso, sino lo que piensan mis maestros en el periodismo, como el propio Carlos Ulanovsky, a quien está dedicada la novela.
 
En la novela se evidencia la connivencia entre los abogados y el poder político. En el estudio Rosenthal, hay un abogado que fue colaboracionista con la dictadura. ¿Qué te interesaba explorar de esta figura?
 
En todas las novelas, el estudio Rosenthal está conectado con el poder, un poder vinculado con los sectores más reaccionarios del país. Lo que nadie sospechaba es el pasado distinto de Aarón, un personaje que para definirlo suavemente es un conservador. Los sectores civiles fueron cómplices y promotores de la dictadura; empresarios, abogados como Iñíguez en la novela, sindicalistas e incluso políticos, han continuado indemnes en democracia. En los años ‘80 y ‘90 hemos seguido conviviendo con gente que ha sido muy importante para la dictadura y que por lo tanto tendrían que haber sido castigados por la justicia. Pero no ha ocurrido ni va a ocurrir.
 
¿Por qué aparece con mucha fuerza en la novela que el poder militar, además de secuestrar, torturar y matar, robó bienes y propiedades de sus víctimas?
 
El robo económico es un tema importante; pero ante la cantidad de atrocidades cometidas por los militares y sus cómplices durante la dictadura que se hayan quedado con el dinero que tenía guardado como ahorro en su casa una víctima o lo que fuera parece menor. La dictadura también era una forma de robo de la manera más vulgar y torpe que uno puede imaginar. Me pareció que estaba bueno que eso se reflejara porque también ahí, en esa cosa tan pequeña, es donde se ve el grado de salvajismo que significa una dictadura. Que no va solo por los cuerpos y las mentes de las personas, sino que también va por sus bienes más pequeños; una cosa que iguala a las dictaduras con los ejércitos de ocupación, que cuando llegan a un país se roban todo lo que hay adentro de un museo. Algo parecido a lo que quiere hacer este gobierno, que todo el tiempo está tratándonos como si fuera un ejército de ocupación y busca quedarse con lo que puede de los argentinos. Ahora están yendo por los dólares que están en los colchones; cambian los métodos, cambian las formas, pero el fin es el mismo: quedarse con todo lo que tiene la gente.
 
En “Media Verónica” emerge la cuestión de la muerte digna, un debate que nos debemos como sociedad porque, aunque no está permitida, muchas veces en los hechos funciona, ¿no?
 
En el momento en que decidí que Aarón iba a morir, pensé que él elegiría cómo hacerlo por el tipo de personalidad que tenía. El fin de la vida muchas veces es terrible, incluso para gente muy poderosa. Una persona como Aarón Rosenthal, con un alto sentido de la dignidad, elegiría una muerte digna; otros personajes muchos más jóvenes, en situaciones de una degradación del cuerpo, también aceptarían una muerte digna. Siempre que un médico dice sobre un paciente “no pasa de mañana” es porque no quiere que pase de mañana, porque le cambia la medicación que lo mantiene con vida. Por lo que me contó un amigo médico, lo que hacen es subirle un poco la dosis de morfina, que da una sensación de tranquilidad y de saciedad, pero que en realidad provoca deshidratación... La gente tiene que poder decidir cómo morir.
 
¿Cómo ves estos dos años de gobierno?
 
Me parece que han demostrado una inteligencia muy maligna, y es que lograron dividir la lucha. Entonces, todos están preocupados básicamente por lo suyo.