ELSA
Felisberto Hernández
Uruguay (1902-1963)
Yo no quiero decir cómo es ella. Si digo que es rubia se imaginarán una mujer rubia, pero no será ella. Ocurrirá como con el nombre: si digo que se llama Elsa se imaginarán cómo es el nombre Elsa; pero el nombre Elsa de ella es otro nombre Elsa. Ni siquiera podrían imaginarse cómo es una peinilla que ella se olvidó en mi casa; aunque yo dijera que tiene veintiséis dientes, el color, más aún, aunque hubieran visto otra igual, no podrían imaginarse cómo es precisamente, la peinilla que ella se olvidó en mi casa. Yo quiero decir lo que me pasa a mí. ¿Y saben para qué?, pues, para ver si diciendo lo que me pasa, deja de pasarme. Pero entiéndase bien; me pasa una cosa mala, horrible: ya lo verán. Sé que por más bien que yo llegara a decirla, ocurrirá como con la peinilla y lo demás; no se imaginarán exactamente, cómo es lo malo que me pasa; pero el interés que yo tengo es ver si deja de pasarme tanto lo malo que se imaginarán, lo malo que en realidad me pasa. Elsa no es precisamente, una de las tantas muchachas que no me aman: ella no me amará dentro de poco tiempo, porque ahora ella me ama. Nos hemos visto muy pocas veces; ella está muy lejos; nuestro amor se mantiene por correspondencia; pero yo tengo la convicción, yo afirmo categóricamente, yo creo absolutamente -ya explicaré ampliamente por qué tengo esta fiebre de afirmar- yo vuelvo a afirmar que dada la manera de ser de ella, dejará muy pronto de amarme, porque ella no podrá resistir el amor por correspondencia. Yo sí, pero ella no. De lo que ya no existe, se habla con indiferencia o con frialdad; pero yo hablo con dolor, porque hablo antes de que deje de existir y sabiendo que dejará de existir: recuérdese cómo lo afirmé. Cuando espero algo, siento como si alguien -llámese Dios, destino o como quiera- tratara de demostrarme que la cosa que espero no llega o no ocurre como yo esperaba. Entonces, cuando yo tengo interés en que una cosa no ocurra, empiezo a pensar que ocurrirá, para burlarme de ese alguien si la cosa llega u ocurre, para hacerle ver que yo la preveía; y él por no dar su brazo a torcer no me da ese gusto y la cosa ocurre; pero he aquí que al final triunfo yo, porque precisamente lo que más deseaba era que no ocurriera. También debo decir que ese alguien suele sorprenderme dejándose burlar, y que yo triunfe aparentemente y quede derrotado íntimamente: pero esto ocurre las menos de las veces. Para ser franco, diré que yo no creo en ese alguien, que a ese alguien lo creamos, y para crearlo lo suponemos al revés y al derecho. Pero cuando nos encontramos frente a un gran dolor, volvemos a pensar al revés y al derecho por si llega a ser cierto que existe. Ahora yo pienso que a lo mejor existe, y que a lo mejor no da su brazo a torcer, y por llevarme la contra hace que no ocurra lo de que ella deje de amarme, puesto que yo afirmo que ocurrirá. Así mismo tengo temor de que ese alguien se deje vencer y la cosa ocurra como en las menos veces: pero yo tengo más esperanza del otro modo: al revés que al derecho. Tendría esperanza aun cuando viera que estoy a punto de que ella no me ame; pues con más razón tengo esperanza ahora que ella me ama normalmente. Bueno, en total quiero dejar constancia de que tengo la convicción, de que afirmo categóricamente, y que creo absolutamente, que Elsa se diferencia de las demás muchachas, en que ninguna de las otras me ama, y que ella dejará muy pronto de amarme.
SOBRE EL ANTICRISTO
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)
Es otra patraña del Diablo. El Diablo sabía que algún hombre, el más audaz y el más malvado, y también el más ambicioso, querría reivindicar para sí el papel del Anticristo y, para que nadie dudase de que lo era, multiplicaría los vejámenes, las profanaciones y las catástrofes más despiadadamente de lo que lo habría hecho el mismo Diablo. Sabía que los Anticristos humanos añadirían a su malignidad la vanidad y la chapucería. Y que encontrarían precursores y apóstoles, profetas y discípulos que, para estar a la altura del Maestro, se mostrarían fanáticos, legalistas, puros en el mal. Plagiarle a Dios la estratagema de canjearse por un hombre ha sido otra jugada maestra del Diablo.
CAMELIDOS
Juan José Arreola
México (1918-2001)
El pelo de la llama es de impalpable suavidad, pero sus tenues guedejas están cinceladas por el duro viento de las montañas, donde ella se pasea con arrogancia, levantando el cuello esbelto para que sus ojos se llenen de lejanía, para que su fina nariz absorba todavía más alto la destilación suprema del aire enrarecido. Al nivel del mar, apegado a una superficie ardorosa, el camello parece una pequeña góndola de asbesto que rema lentamente y a cuatro patas el oleaje de la arena, mientras el viento desértico golpea el macizo velamen de sus jorobas. Para el que tiene sed, el camello guarda en sus entrañas rocosas la última veta de humedad; para el solitario, la llama afelpada, redonda y femenina, finge los andares y la gracia de una mujer ilusoria.
MANO DURA
Raúl Leis
Panamá (1947)
Desde el momento que Medardo Pérez cayó preso, empezó a maquinar como haría para salir del hueco. Tenía que hacerlo rápido pues lo tenían provisionalmente en la PTJ y cuando lo pasaran a la cárcel la huída sería mucho más difícil. La verdad que no había hecho nada, sino que la furia de la batida lo tomó desprevenido y como tenía antecedentes de delitos menores en su juventud, nadie creería en su inocencia. El apuro por salir era su hija Madyuelygiselle que ese día daría a luz por cesára a su primer nieto y para él no era posible que ello ocurriese con el abuelo preso. Una idea lo asaltó a mano armada y él la asumió. Pidió permiso para ir al servicio aduciendo urgencia digestiva. Se lo permitieron mientras lo vigilaban desde el buró. En el baño se desnudó y tal como vino al mundo salió del servicio y se dirigió a la puerta principal. El vigilante volteó la cara pues por machismo no podía mirar a un hombre en cuero y además pensó que Medardo se dirigía a su lugar de detención. Medardo tuvo suerte de no encontrarse con ningún otro agente en su trayectoria y corrió tan pronto se vio en la calle. Sabía que debería atravesar la ciudad y que nadie lo llevaría en esas condiciones. Se hizo el loco desnudo en medio de las avenidas, hacía carantoñas y muecas a tutiplén, y cuando un par de veces un policía quiso detenerlo se hizo el loco furioso. La extraña sensación del nudismo lo embriagó y casi se pasa el hospital. Lo cierto es que en la misma sala de maternidad la pequeña Madyuelygiselle -que tiene el mismo nombre que su madre- fue recibida por un abuelo igual que ella, en pelotas.
DOS AUTOS
Ricardo Piglia
Argentina (1941)
Mi madre fue la primera mujer que manejó un auto en el estado de Tennessee. Durante años guardó un recorte de diario donde se la ve con una capelina blanca, la cara cubierta con un tul, manejando un Ford A. Tiempo después perdió la virginidad en un coche cerrado que ya en ese entonces eran conocidos como los prostíbulos ambulantes. Mi madre estaba orgullosa de haberse iniciado en ese ámbito. Según ella la expansión de los autos cerrados había hecho más por la liberación sexual que ninguna otra cosa en la historia de los Estados Unidos.
ANTES DE IR A DORMIR
Jordi Cebrián
España (1964)
Su padre intenta convencerla de que no hay monstruos en el armario, y ella le hace creer que lo comprende, que ya es mayor, que si su padre le muestra que tras las puertas no hay cosas con dientes ni ventosas, dormirá tranquila por la noche, soñando esos sueños inocentes que los adultos creen que las niñas sueñan, y su padre la tapa y le da un beso, y ella espera un poco para levantarse y abrir de nuevo el armario, pues claro que hay monstruos, y debe alimentarlos, pues hambrientos podrían devorar a su padre, que no les ve.
EL SABIO
David Lagmanovich
Argentina (1927)
Vivía solo. Murió súbitamente, rodeado de miles de libros, papeles, cuadros y testimonios de gratitud de instituciones científicas. Cuando revisaron todo aquello encontraron un papel azul con el comienzo de una confesión: "Yo hubiera querido ser actor".
EL EXILIADO
Cristina Peri Rossi
Uruguay (1941)
Su acento lo delata: arrastra un poco las eses y pronuncia de igual manera las b y las v. Entonces se produce cierto silencio a su alrededor. No es un gran silencio, pero él percibe alguna curiosidad en las miradas y un pequeño reajuste en los gestos, que se vuelven más enfáticos (cambios imperceptibles para un observador común, pero el exilio es una lente de aumento). A partir de ese instante (y también otros) él se siente en la necesidad de compensar a los demás. Oh, es cierto que él es un extranjero y debe hacerse perdonar. Agradece la buena voluntad ajena, ésa que consiste en no preguntarle jamás de donde viene, ni que hacía antes, si ha solucionado o no los problemas de los papeles, cómo era el lugar donde vivía, si perdió algo en el camino, si se siente solo. Todos están dispuestos a disimular esa pequeña anomalía, a tomarlo en cuenta, pese a todo, a no hacerle preguntas y especialmente: a no demostrar ninguna clase de curiosidad por su vida. Para corresponder a tanta amabilidad, él se obstina en ignorar su pasado (hace como si no lo tuviera), reprime cualquier malestar y demuestra gran conocimiento de las plazas de la ciudad, los monumentos, el nombre y la ubicación de las calles, los servicios públicos y la escasa flora del lugar. Puede indicar con precisión la ruta de los autobuses y de los metros y la composición de la Alcaldía, pero precisamente, el hecho de conocer todos estos datos (en especial: el nombre de los árboles del ornato público y el emplazamiento de los principales monumentos) crea cierta desconfianza a su alrededor y confirma que en efecto, se trata de un extranjero que vive entre nosotros. Evita muy cuidadosamente el uso de la primera persona del plural, para no sembrar dudas a su paso, porque los individuos suelen ser muy celosos en cuanto a la comunidad a la que pertenecen y él no desea ofender a nadie. Está muy agradecido al sol, que también lo calienta a él, y por un ingenioso mecanismo sortea las trampas que se le tienden para intimidarlo: cuando alguien habla de un defecto nacional, él lo convierte de inmediato en una virtud. Por ejemplo, cuando su interlocutor, sin mirarlo especialmente fijo, menciona la mezquindad de los habitantes de la ciudad, él afirma que se trata del sano sentido del ahorro que ha permitido prosperar a las familias; si se habla de la rudeza y falta de urbanidad de los transeúntes, él asegura que es espontaneidad y falta de inhibiciones; si alguien comenta que en esa ciudad hay poca imaginación y sus habitantes son aburridos, él sugiere que en realidad, se trata del sentido común de la raza, poco dada -gracias a Dios - al delirio y a la aventura. Si el interlocutor persiste en enumerar los vicios y defectos del país, él da por terminada la conversación con un enfático "¡Ustedes no saben lo que tienen!", y el ciudadano se interrumpe, mira alrededor, algo confuso, convencido de que el exiliado ama más el lugar que él. Pero de inmediato se recupera: no está dispuesto que nadie hable de su patria superlativamente, si no nació allí. Es entonces cuando el Exiliado comprende que ha cometido una falta irreparable y que por más esfuerzo que haga, siempre será un extranjero.
RIO DE LOS SUEÑOS
Gustavo Sainz
México (1940)
Yo, por ejemplo, misántropo, hosco, jorobado, pudrible, inocuo exhibicionista, inmodesto, siempre desabrido o descortés o gris o tímido según lo torpe de la metáfora, a veces erotómano, y por si fuera poco, mexicano, duermo poco y mal desde hace muchos meses, en posiciones fetales, bajo gruesas cobijas, sábanas blancas o listadas, una manta eléctrica o al aire libre, según el clima, pero eso sí, ferozmente abrazado a mi esposa, a flote sobre el río de los sueños.
LA SUAVIDAD DEL ANGEL DE LA MUERTE
Miguel Ibáñez de la Cuesta
España (1960)
¿No has oído un aleteo?, preguntó ella. El la miró con incredulidad. No hay ningún pájaro aquí, respondió. Me pareció oír un ruido de alas, insistió ella. No hay ningún pájaro, volvió a responder él. Ella sonrió con delicadeza. El desvió la mirada hacia la calle y se puso a hablar, por distraerla, del trabajo, de los niños, del futuro. Ni siquiera sé en qué momento, pensaría él después, ya estaba hablando solo.