¿Cuándo,
cómo y por qué el neoliberalismo se convirtió en una obviedad? ¿Cuáles son sus
consecuencias hoy en día? En los años ‘80, la Primera Ministra del Reino Unido Margaret
Thatcher (1925-2013) popularizó la frase “No hay alternativa” para clausurar
cualquier opción que no fuera la aplicación de un programa de globalización
neoliberal. Según esa doctrina -impulsada en la década anterior por el
presidente estadounidense Ronald Reagan (1911-2004)- las sociedades de
entonces no tenían otra alternativa que aplicar el sistema neoliberal de
desregulación del mercado si es que se querían ingresar en la “modernidad”. A
algo más de tres décadas de su aplicación, sus efectos están a la vista: en
todos los países que se aplicaron esas medidas las consecuencias fueron nefastas.
No sólo en los países periféricos: también en las naciones más desarrolladas se
produjo una radical transformación en la relación entre el sistema financiero y
el sistema productivo. Esto trajo aparejado importantes consecuencias en todos
los planos del sistema económico capitalista. Desde el punto de vista
financiero, el colapso de varios bancos estadounidenses y su posterior serie de
millonarios rescates -un fenómeno que también ocurriría en Europa y Asia-
produjo una estrepitosa crisis bursátil mundial y, en conjunto, una crisis
económica a escala internacional. Desde el punto de vista social, sus efectos
más notables fueron el incremento de la crisis alimentaria global, el
desmantelamiento de los servicios públicos, la subida de precios en los
productos básicos, la disminución del consumo, la pérdida de empleos y el aumento
de la inflación. Bajo los efectos del shock producido por esa crisis
económica, Mark Fisher (1968-2017), profesor en la Goldsmiths University
de Londres, crítico musical y cultural conocido por su blog de cultura popular
y política “K-punk”, escribió “Capitalist realism. Is there no alternative?”
(Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?), obra en la indaga de forma
sistemática y rigurosa en los perversos y devastadores efectos de la ideología
del libre mercado sobre la esfera social. Fisher, que llevaba años escribiendo
en la revista musical “The Wire” y en su
propio blog sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con la política, la
cultura popular y las múltiples conexiones entre ambas, registró en su libro al
menos dos dificultades lógicas insuperables. Una se relaciona con la salud
mental: mientras el neoliberalismo se vanagloria de una libertad de mercado que
permitiría el desarrollo de los individuos, en realidad produce sujetos en
estado de perpetua ansiedad. En esas circunstancias proliferan una serie de
afecciones psicológicas como la depresión, la euforia consumista incapaz de
“hacer cualquier cosa que no sea buscar placer” y la bipolaridad, paralela a
los ciclos de auge y depresión del propio sistema. La otra se relaciona con la
burocracia: mientras el neoliberalismo gusta presentarse como antiburocrático
en oposición a los “socialismos reales” así como a los remanentes del Estado de
Bienestar, en realidad lo que ha proliferado es una burocracia descentralizada
que funciona como una forma de vigilancia que opera en distintos frentes
simultáneos tales como la producción de cultura, la regulación del trabajo y la
educación, quehaceres todos ellos condicionados de manera notoria y ominosa por
el modo propagandístico en el que funciona la publicidad. Lo que sigue a
continuación es una recopilación editada y resumida de las entrevistas que el
intelectual británico recientemente fallecido concediera a Amadeo Gandolfo y
Darío Zapata para la revista “Crisis”, a Peio Aguirre para la revista “El Estado Mental” y a Natali Schejtman
para el suplemento “Radar Libros” del diario “Página/12”, aparecidas el del 3
de mayo, el 7 de agosto y el 2 de octubre de 2016 respectivamente.
¿Cómo
llegó a escribir “Realismo capitalista”? ¿Cuál es su tesis?
El libro reunió y enfocó algunos de los
pensamientos sobre la situación política que había estado desarrollando en mi
blog a lo largo de una cantidad de años. Los posts en el blog eran parcialmente
un intento de dar sentido a lo que era vivir y trabajar en la Inglaterra de
Blair. Yo trabajaba como un profesor, dándoles clases a chicos de entre dieciséis
y diecinueve años, y estuve en la primera línea de la neoliberalización de los
servicios públicos en el Reino Unido. Se les pedía a los profesores realizar
cada vez más prácticas de auto-observación que habían sido importadas del mundo
de los negocios. En principio, los libros de registro y reseñas de performance
eran simplemente una pérdida de tiempo, pero me impresionaron un par de cosas
acerca de ellos. En primer lugar, ¿por qué los profesores estaban tan inactivos
frente a esos nuevos y absurdos reclamos de su tiempo? En segundo lugar, ¿cómo
coincidía esta creciente cantidad de tiempo gastado en burocracia con la idea
neoliberal de que la burocracia era un artefacto de una gobernanza de
izquierda? Gradualmente me di cuenta que éste tipo de actividades no eran
solamente un gasto de tiempo, su aceptación cumplía una función ritualista.
Hacer las cosas mecánicamente y sin interés, hablar con la retórica de los negocios
incluso a pesar de que uno no crea en ella, todo esto era crucial para imponer
un marco ideológico. Así que llamé a este marco ideológico “realismo
capitalista”, en parte porque el argumento para hacer estas cosas desde el
nivel de la administración era que resistirlas no tenía sentido: la única cosa
“realista” que se podía hacer, si uno quería mantener su trabajo, era seguirles
la corriente. Pero luego comencé a ver los efectos del realismo capitalista en
todos lados: no solamente en el trabajo o en la política, sino también en el
clima afectivo de las sociedades neoliberales, a las cuales vi caracterizadas
por una depresión hedónica. Había muchas nuevas posibilidades de placer pero,
en vez de ser una alternativa a la melancolía, alimentaban una especie de
abatimiento nuevo y completamente ubicuo. Todo lo cual estaba relacionado a una
ranciedad, un agotamiento de la misma cultura, una sensación de que todo ya
había sucedido; había infinitas nuevas formas de consumir, pero lo que
consumíamos era de manera creciente versiones pastiche de vieja cultura.
Habló
muchas veces de la crisis del 2008 y el hecho de que el capitalismo de alguna
manera ya está muerto pero sigue andando. ¿Podría explicarnos un poco sobre
eso? ¿Cuál cree que es su status hoy? ¿Cuáles podrían ser los efectos a largo
plazo de esa crisis?
No es que el capitalismo esté muerto, pero sigue
adelante; es el neoliberalismo el que está en ese estado zombie. El neoliberalismo
dependía de la idea de que el así llamado “mercado” podía administrar las cosas
mejor que cualquier tipo de cuerpo público. Por supuesto, a lo largo de su
período de dominación, el neoliberalismo ha dependido del Estado en muchas
maneras, pero ha logrado mantener esa dependencia sin que se notara. Sin
embargo, fue imposible no darse cuenta luego de que los Estados del mundo se
enfrentaran a los planes de salvataje masivos. Los efectos a largo plazo de la
crisis no son claros; lo que es seguro es que no hay retorno a la situación
previa al 2008. El capital no tiene una solución a los problemas que llevaron a
la crisis; las medidas que llevaron a la crisis -niveles de crédito
insostenibles- eran ellas mismas intentos de resolver problemas previos. Pareciera
que el capital se ha quedado sin ideas. Esto podría no ser tan bueno; el genio
del capitalismo es que no está comprometido con ningún modo particular de
gobierno. El capitalismo neoliberal puede estar terminado, pero es posible
imaginar muchas diferentes formas de capitalismo, incluyendo un capitalismo
autoritario. El autoritarismo con frecuencia aumenta en popularidad en tiempos
de crisis, y hay evidencia de que eso está sucediendo de nuevo. Al mismo
tiempo, también hay una creciente militancia global, la cual hemos visto hacer
erupción en el Medio Oriente e incluso en el corazón del realismo capitalista,
como en el Reino Unido y los Estados Unidos.
La reciente traducción al español de “Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?” (libro
publicado originalmente en 2009) se produce en un clima político global de
extrema confusión. ¿Cómo ha cambiado el mundo en este lapso de tiempo? O mejor
todavía, ¿cómo definir sintéticamente al lector en lengua española que es el
realismo capitalista?
Siempre digo que el realismo capitalista es más
fácil de identificar que de definir. La manera más sencilla de definirlo es la
creencia de que no hay alternativa al capitalismo. Pero el problema de
definirlo de ese modo está en que no es (no al menos en lo principal)
una creencia que los individuos sostienen conscientemente. Es más como
un campo ideológico transpersonal, quizás más claramente manifiesto en la
forma de un tipo de aceptación fatalista en el dominio capitalista,
una aceptación de que las demandas del capitalismo neoliberal son “realistas”
y, a la inversa, una idea de que cualquier alternativa a esta forma de
capitalismo es inviable o impensable. Otro modo de pensarlo tiene
que ver con un tipo de deflación de la conciencia. El realismo
capitalista es sólo posible una vez que varios grupos de conciencia (la
conciencia de clase; la conciencia socialista-feminista y también la conciencia
psicodélica de la provisional y plástica naturaleza de cualquier cosa
experimentada como “realista”) hayan sido suprimidos. Escribí el libro cuando una
forma de realismo capitalista (el modo Clinton-Blair, establecido en los
noventa y consolidado en los dos mil) entraba en una crisis masiva. Desde
entonces, hemos visto un modo más agresivo de realismo capitalista,
manifestado en los programas de austeridad impuestos en el despertar de la
crisis del crédito. Ahora hay signos de que esta segunda fase de realismo
capitalista se está ejecutando con problemas. Estas dos fases del realismo
capitalista dependían del posicionamiento de una “zona central”, un sentido común
alineado con los instintos de la élite corporativa y los “expertos”
financieros. La anterior zona central ya no se sostiene, se está agrietando
bajo la presión de la izquierda y la derecha. Los experimentos de izquierda
en Europa (de Syriza a Podemos a Jeremy Corbyn en el Reino Unido)
están soportando una presión extrema, y esto ha servido para subrayar el enorme
poder institucional que ha sostenido al realismo capitalista.
La
educación y la burocracia son dos de los temas que aborda en su libro,
ambos amparados en su experiencia como profesor de instituto. Lo que en el
fondo se trasluce es una completa conquista de la salud mental por
el capitalismo, de los cuales la ansiedad y la depresión parecen sus
síntomas más visibles. ¿Hay alguna alternativa a sus efectos más inmediatos?
La primera cosa a destacar aquí es que la
ansiedad y la depresión no son efectos accidentales o laterales del actual
sistema. Un cierto nivel de ansiedad, un cierto nivel de depresión; estos
son altamente funcionales para la forma dominante de capitalismo. La ansiedad
es la inevitable respuesta a una precariedad generalizada. Es tanto un arma del
realismo capitalista y un fin en sí mismo. La ansiedad es en sí misma descapacitante:
individualiza y responsabiliza, precisamente tal y como el neoliberalismo en
general lo hace. A fin de contemplar una alternativa a esto, creo que
necesitaríamos cuatro transformaciones fundamentales. La primera es un cambio
de la precariedad a la seguridad: una renta básica podría jugar un papel al
generar este nuevo sentido de seguridad, pero requeriría de cambios existenciales,
un rechazo a la ética del trabajo y un diferente ritmo de vida de aquella impuesta
por el ciberespacio capitalista. El segundo cambio es un rechazo de
los valores neoliberales predeterminados. Como argumento en mi libro, el
realismo capitalista se impuso a través de lenguajes y comportamientos que se
convirtieron en una segunda naturaleza, prácticas y discursos aparentemente vacíos
y lleno de lugares comunes que sirvieron para normalizar los valores de la
empresa capitalista, y para hacer que cualquier alternativa a ellos -por
ejemplo los servicios públicos- parezcan pintorescos y anticuados. Desafiar y
desarraigar estos valores dados será fundamental si queremos salir de realismo
capitalista. La tercera cosa es la producción de un nuevo sentido de la
pertenencia. La izquierda habla de solidaridad pero la derecha ha sido mejor en
la producción de un sentido de pertenencia para sus seguidores, porque hace un llamamiento
a las formas confeccionadas de pertenencia (por lo general
nacionalismos reaccionarios) que se mantienen unidos por el
odio hacia un otro racializado. Tenemos que articular un sentido
diferente, no identitario de pertenencia, un sentido de pertenencia que tiene
que ver con estar en un movimiento. La cuarta cosa, y de ninguna manera la más insignificante,
es un movimiento hacia la democracia en el trabajo. Muchas personas sienten una
profunda sensación de privación e impotencia bajo el control de los gobiernos
neoliberales. Es crucial que sigamos apuntando a las fuentes reales de esta
impotencia: no son los extranjeros sino el capital global. Es igualmente
crucial que articulemos la manera de poner las cosas bien, a través del
desarrollo de la conciencia grupal y la agencia colectiva.
¿Por qué
la educación le pareció un contexto significativo para analizar?
La educación parece estar en el frente del
realismo capitalista por la presión puesta sobre ella, así como sobre cualquier
servicio público que está reduciendo efectivamente su concepto de bien público.
Un bien público es lo que quiera el mercado. La sociedad no existe realmente,
solamente consumidores interactuando en el mercado y el mercado sabe mejor que
cualquier grupo de individuos lo que es mejor para todos. Parte de las razones
de hablar de educación en el libro es que en 2009 podías sentir el efecto de
ese tipo de filosofía en cada uno de los niveles del proceso educativo. Parecía
que podías adoptar este tipo de lenguaje: mercados, consumidores, etcétera. Una
vez que ese lenguaje es adoptado, se hace corrosivo y lleva a esta situación de
crisis inmensa. Uno de los ejemplos de eso en nuestra educación son los
problemas de ansiedad que tienen los estudiantes. Se volvió muy serio y
sistémico. La atmósfera existencial de las instituciones ha cambiado en los
últimos años.
Cuando
empezó a expandirse internet, hubo un optimismo en función de la
democratización que iba a permitir. Sin embargo, en “Realismo capitalista”, la
sociedad digitalizada es puesta en cuestión en su relación con lo corporativo,
el control, el estrés…
Es importante ser polémicamente negativo sobre
eso. No es que no haya potencial ahí, pero creo que ha sido exagerado y es hora
de contrarrestarlo. La ideología alrededor de Google y Apple, por ejemplo. Hay
gente que se piensa a sí misma como realmente anticapitalista y no ven ningún
problema en aceptar esta especie de “ideología Apple”. Y yo siento que hay un
problema con eso. Un límite mayor son los teléfonos móviles. Han alcanzado a un
punto de invasión extremo, realmente. Los celulares proveen muchísimas oportunidades
al capitalismo de controlar la conciencia, los hábitos y los
microcomportamientos de un modo que era inconcebible hace una década. ¿Cómo
podría el capital ganar acceso a tu mente? La televisión ya lo tenía, pero no
siento que la televisión sea lo mismo que un celular, no es un tiempo de
calidad tan íntimo y permanente. Hoy se ve eso, en cualquier tipo de medio de transporte,
en hora pico, podés ver a toda la población envuelta en este enganche intenso
con sus pantallas. Es el veneno y la cura. La cura para la desocialización y la
soledad, y también su causa. Creo que es fundamentalmente una máquina
compulsiva.
En
general, este es un punto bastante discutido: no negarse a la tecnología,
aceptar partes de lo considerado “mainstream”.
Permanentemente se ve esto como positivo, por
eso pienso que es más importante hacer un contracaso, incluso si es exagerado.
Al menos paradójicamente para liberar el potencial de esa tecnología, que está
embebida en este ambiente y entonces nunca va a ser liberada porque está en un
loop compulsivo. Estamos invitados a confundir compulsión con libertad. La idea
principal es que esta tecnología suplementa y mejora y hace más accesible lo
que tenés. Pero podemos ver ahora simplemente que eso no es verdad: que algo que
parecía suplementario termina siendo lo principal. La ilusión detrás de eso es
ganar una cantidad infinita de tiempo y energía, porque vos podés hacer otras
cosas y también esto. Pero en realidad no. Creo que los “smartphones” tienen
muchas formas de exacerbar esta crisis temporal y esta pobreza de tiempo. Estás
en esta temporalidad reactiva constante. Ese es el tema con la ansiedad: el
tema en el que estás en un momento es lo único que importa y te consume toda tu
existencia, y después rápidamente eso no te importa más. ¿Y qué conecta esas
dos cosas? ¡Nada! Porque solamente te moviste de una cosa a la otra. Creo que
mucho de nuestro día a día es una especie de sueño diseñado de ansiedad.
Durante la
década pasada, su blog “k-punk” fue la punta de lanza para una comunidad
crítica que discutía sobre música, teoría y también política. Hace poco
escuchaba a alguien decir que los blogs han sido un fracaso tan grande como los
zepelines. ¿En qué lugares se produce ahora mismo el disenso y la crítica,
y cuáles son las posibilidades de los llamados nuevos medios?
¿Han sido los blogs un fracaso tan grande
como los zepelines? Eso parece un poco hiperbólico para mí sobre todo porque,
como dices, gran parte de mi influencia y reputación se construyó en
la blogosfera. Solo podría decirse que los blogs fueron un fracaso
tan grande como los zepelines teniendo en primer lugar unas expectativas
exageradas de los blogs. Hay que reconocer que muchas de las novedades más
interesantes en la teoría y la filosofía de la última década -desde el realismo
especulativo al aceleracionismo- no habrían ocurrido sin los blogs. En un
momento determinado, los blogs proporcionan una velocidad de discurso que no
puede ser igualada por ninguna otra red de discurso. Al mismo tiempo,
las solicitudes de nuevos medios de comunicación se han vuelto
desproporcionadas. A menudo comparo la relación entre los nuevos y los viejos
medios de comunicación con la edad de un bebé que se aferra a un anciano
artrítico, pues no puede sostenerse sobre sus propios pies. En su mayor parte,
sin embargo, si las ideas desean tener mucha más tracción hegemónica, deben
pasar a través de los medios de comunicación “viejos”. Es obvio que
sin duda ahora la hegemonía implica claramente un mosaico de medios
impresos, difusión-transmisión y medios online, con las diferentes
velocidades y capacidades con las que cada una opera.
Su libro
ha sido colocado en la sección de “economía” en librerías
“especializadas” en pensamiento y cultura. Su bagaje es principalmente
cultural, en concreto, es crítico musical. ¿Piensa que se está produciendo una
culturización de la política a la par que una politización de la cultura?
Espero que no. No hace falta decir que la
cultura es importante, pero gran parte de la oposición organizada todavía pasa
por alto el poder de la cultura, la forma en que las luchas hegemónicas no sólo
pueden ser combatidas en una arena política estrecha sino en términos de
lo que la gente consume, lo que escucha, las identificaciones que hacen y
demás. Pero también hay que decir que una lucha que se lleve a cabo sólo en
el ámbito cultural no obtendrá mucha tracción. Al mismo tiempo, sin
embargo, la misma oposición entre la cultura y la política no es
especialmente útil. Es mejor decir que la cultura empapa la política: ¿qué
política podría decirse que tiene lugar fuera de la cultura?