16 de marzo de 2025

Samanta Schweblin: “Soy lectora de cuentos. Me atrae el género por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector” (2/2)

Samanta Schweblin piensa que la literatura está muerta si no hay quien la lea: “La literatura sucede a un ritmo de baile de a dos, un paso el escritor, otro paso el lector. Y la principal regla del baile es la misma que en la escritura: se baila de a dos pero sin pisarse”. Considerada una de las escritoras contemporáneas más destacadas de la literatura argentina y latinoamericana, sobre ella ha dicho la novelista, ensayista y poeta estadounidense Siri Hustvedt (1955): “Schweblin combina el impulso urgente que caracteriza a toda gran narrativa con precisas, aunque inquietantes, descripciones de sentimientos humanos que a menudo no tienen nombre, esas zonas ambiguas de la realidad humana donde se entremezclan el asombro, el temor y el deseo”. En el mismo sentido se expresó la escritora estadounidense Lorrie Moore (1957): “Nadie escribe como Samanta Schweblin. Sus historias son únicas, maravillosamente impredecibles y cautivadoramente extrañas”. Otro tanto ha hecho el escritor español Enrique Vila Matas (1948): “El asombro nos deja desarmados ante algo que creíamos familiar y que en un instante se nos muestra como absolutamente nuevo. En la experiencia de leer a la gran Schweblin se produce ese movimiento. Hay un antes y un después y el recuerdo de algo que no va a dejarnos nunca”.
En las entrevistas que ha concedido a raíz de la publicación de “El buen mal”, además de referirse a sus características y a su concepción de la literatura en general, ha manifestado su inquietud con respecto a la situación que vive la Argentina donde, según sus palabras, “se está librando una batalla cultural que es muy fuerte. Hay una cultura que trata de aniquilar a otra. Tratar de anular la cultura en un país en el que la misma cultura ha sido un lugar de resguardo y de brutal resistencia no es nada inteligente. Hemos pasado por estos ciclos antes, muchas veces -agregó-. Y como la mujer de este libro, nos volvemos a poner de pie. Depende con qué regla se mida esto: si realmente estamos sucumbiendo o si estamos pasando por un pésimo momento”.


Lo que sigue es la segunda parte de la compilación de fragmentos de las entrevistas aparecidas en las revistas “Vice”, “Cabal” y “Letras Libres”, y en los diarios “Infobae” y “Clarín” en los años 2013, 2019, 2022 y 2025.
 
¿Cómo comenzó todo esto? ¿De dónde proviene tu vocación?
 
Creo que es algo que siempre estuvo ahí. No hubo un momento mágico de revelación, es algo que hice desde que tengo memoria. Cuando no sabía escribir le dictaba las historias a mi mamá. Lo que si tuve fue una infancia muy estimulante. Mis papás me leían muchísimo. Y mis abuelos maternos, los dos artistas plásticos, tuvieron una presencia muy fuerte también en mi formación.
 
¿Qué es lo que más te divierte, en lo personal, del proceso de planificación y armado de un libro?
 
La escritura. El momento en el que al fin sé más o menos qué es lo que quiero contar, y empiezo a trabajar en una historia. Antes podía hacer una distinción entre la etapa de escritura y la de reescritura, o corrección. Ahora prácticamente se dan juntas, hace tiempo que reescribir y corregir dejó de ser un ejercicio de recorte para convertirse en uno de amplitud, en parte de la propia escritura.
 
¿Qué tipo de lecturas son las que más te movilizan o conmueven?
 
Las que me ayudan a descubrir o entender algo nuevo, aunque solo se trate de un detalle en el que no había pensado antes.
 
¿Las ficciones revelan de manera inevitable algo de la psicología de su autor, o es posible escribir sobre lo que no se es o no se comprende?
 
Un lector atento puede deducir mucho de un escritor, más de lo que al escritor le gustaría. Cuando uno lee, lee la historia, pero lee también al autor. Es incómodo, pero finalmente el lector sigue las huellas de un recorrido que siempre es personal, incluso cuando no es autobiográfico.
 
¿Trabajas los cuentos en función del final o podés partir de una idea sin tener claro dónde te lleva? ¿Qué podés contar acerca de tu método de trabajo?
 
Puedo jugar un rato con algo que no sé qué forma tendrá, a modo de prueba o de ejercicio. Pero para meterme más en la historia y ponerme realmente a trabajar necesito entender un poco más el final, hacia dónde voy. A veces esto puede ser descubrir la imagen final con mucha nitidez, otras, apenas tener una idea de clima, o una sensación, pero avanzar a ciegas me trae muchos problemas. Si no sé hacia dónde voy prefiero leer, caminar, pensar, rondar la idea sin las fatalidades de tener un lápiz a mano, que fija y concreta las palabras más rápido de lo que puedo elegirlas.
 
¿Le das más importancia a la trama, a la atmósfera, a la construcción de los personajes, o el relato es una unidad en la que cada uno de esos elementos debe tener peso propio?
 
Es una unidad. A veces tengo claras las ideas, pero no puedo avanzar hasta no encontrar al personaje, a veces veo con claridad el personaje, pero sin una idea que lo empuje a moverse es imposible ponerlo en acción. A veces tengo ambas cosas, pero ni el clima ni el tono parecen acompañarlos. Pero con el tiempo también fui descubriendo que hay que prestarle mucha atención a la primera impresión que uno tiene de una idea. Todo está ahí, la extensión, el género, el personaje, la cadencia del narrador. El germen más auténtico de una idea tiene a veces todas las pistas que se necesitan para avanzar.
 
¿Reconoces características comunes a los escritores de tu generación, hay algo que los distancie de la tradición y los distinga de algún modo?
 
No puedo identificar nada en particular, pero quizá sea porque justamente pertenezco a esa generación, quizá se necesite un poco más de distancia para contestar esto. Sí creo que nos leemos mucho más entre nosotros. No porque las generaciones anteriores no se leyeran entre sí, sino porque los tiempos entre los que un uruguayo terminaba un libro y en los que ese libro llegaba finalmente a manos de un colombiano eran mucho más largos. Hoy nos leemos prácticamente en vivo, nos influenciamos más, discutimos o nos entendemos a través de los libros de una forma más inmediata, y seguramente eso tendrá su impacto sobre lo que escribimos.
 
¿Cómo llegaste a esa idea de que la literatura está muerta si no hay quien la lea?
 
Supongo que en mi propia experiencia como lectora. Siempre tuve una suerte de atención muy curiosa de lo que me pasa a mí como lectora cuando leo o escucho una historia. Si me distraigo, intento entender por qué, dónde exactamente un texto me soltó, si no puedo parar de leer, intento dilucidar cuáles son las herramientas, las promesas y los contenidos que me hacen conectar con un texto de una forma tan potente. Como lectora, no me gusta que me digan qué está saliendo de la galera del mago, me gusta que me den el espacio para meter yo misma la mano y descubrir y nombrar yo misma las cosas que voy sacando, me gusta que me tomen en serio, que el escritor cuente con que voy a ser capaz de seguirle los pasos.
 
¿Y recordás lecturas que te hayan revolucionado, transformado?
 
Por supuesto que recuerdo muchos de esos saltos, de esos descubrimientos vitales después de cerrar un libro. Como lo fue leer a Kafka o a Boris Vian a mis trece o catorce, los cuentos de Di Benedetto en la secundaria, o como lo fue cuando descubrí la obra de Vivian Gornick y los ensayos de Ursula Le Guin. Pensar sólo es como caminar por ahí, parando cada tanto para tomar nota. Pensar con el otro es como si un amigo pasara con el coche y te ofreciera llevarte. Imaginate si encima pudieras elegir en qué dirección querés ir, y quién querés que maneje. No entiendo realmente por qué no nos pasamos el día entero leyendo.
 
Si la magia ocurre cuando el lector o la lectora se hacen preguntas ¿cómo interviene esa idea, pero ya no como lectora sino cuando escribís?
 
Gran parte de mi escritura es en realidad reescritura, y tiene mucho que ver con ese ejercicio de distancia, con intentar leerme como lectora. Es muy difícil pensar que uno es capaz de tomar esa distancia, es casi una ingenuidad, pero es parte del ejercicio de la escritura. Casi diría que una de las partes más importantes. Pensando en mi experiencia como tallerista, enseñando escritura creativa y viendo cómo crecen los autores que recién empiezan, diría que aprender a leer lo que dice un texto que acabamos de escribir, leer realmente eso que el texto está diciendo y no lo que nos gustaría que diga, es una de las cosas que más cuesta aprender.
 
¿Qué motiva a una escritora a escribir cuentos en un momento en que el mercado editorial exige novelas casi como requisito para ser publicada?
 
Supongo que lo mismo que motiva a muchísimos lectores a seguir leyendo cuentos, a pesar de las tendencias del mercado editorial. Soy lectora de cuentos. La mitad de mi biblioteca es de cuentos y si alguien me recomienda un nuevo autor lo primero que intento es buscar a ver si tiene un libro de cuentos. Me atrae el género por su inminencia, por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector.
 
¿Qué te motiva a escribir en ocasiones cuentos fantásticos o bien, cuentos realistas que incluyen anormalidades en su trama?
 
A veces me asusta la etiqueta de “género fantástico”; el lector que busque fantasmas, brujas y mundos paralelos va a llevarse una desilusión. Mi fascinación por el género fantástico nació de mis lecturas de Adolfo Bioy Casares, Antonio de Benedetto, Julio Cortázar, donde todo sucede en un plano realista, pero hay algo: un detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a la posibilidad de otra cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando escribo es lograr correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y otra vez que lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un espacio cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo desconocido. Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor!
 
Las últimas ocasiones en que hemos hablado has estado en otros países, no en tu natal Argentina. ¿Ya vives el desarraigo de muchos de tus personajes? ¿Qué haces en Berlín, tan lejos de las deliciosas facturas argentinas?
 
Ay, qué buenas son las medialunas de Buenos Aires. Buenos Aires es mi ciudad, me encanta, y ahí es donde me imagino viviendo a largo plazo. Pero surgieron algunas invitaciones interesantes y la idea de vivir un período en Europa me entusiasma. Ahora por ejemplo estoy por cumplir un año en Berlín, y acaban de invitarme unos meses a Shanghái. Me parece un destino tan insólito que hasta me cuesta imaginarme en un lugar así, pero estoy muy entusiasmada, por supuesto. Ya me lo decía Liliana Heker: con la literatura no se gana dinero, es verdad, pero puede conocerse todo el mundo sin gastar un solo centavo. Y yo, agradecida.
 
Ya que es claro que no eliges escribir este tipo de historias por ganar dinero, ¿qué te lleva por esos temas poco ortodoxos a la hora de escribir?
 
Siempre me impresionó el trabajo de mi abuelo paterno durante la Segunda Guerra Mundial. Hacía la “avanzada” para el ejército francés. Es decir, intentando no ser visto, iba en bicicleta varios kilómetros por delante de su batallón, para acercarse lo más posible al enemigo y regresar constantemente con información. Creo que la literatura tiene mucho de esto. De acercarse al abismo, a los miedos y los odios más profundos que no reconoceríamos ni en nosotros mismos; de la posibilidad inaceptable de la muerte, y regresar a la vida diaria lo más ilesos posibles.
 
Aunque no hay una prohibición escrita para que las mujeres se dediquen a la literatura, es curioso notar que en los catálogos de las editoriales (grandes y pequeñas) haya muchas menos mujeres que hombres. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Te ha limitado en el desarrollo de tu carrera el hecho de ser mujer?
 
Una vez un crítico dijo, intentando ser halagador, que mis cuentos parecían escritos por un hombre. Supongo que un comentario como este delata claramente qué tipo de autoras leía este señor. También suele pasarme que, cuando digo que escribo “cuentos”, los menos lectores sonríen condescendientemente y preguntan: “¿Para chicos?” Supongo que a un hombre no le preguntarían esto. Pero más allá de este tipo de anécdotas, ser mujer nunca fue un problema, creo que eso ya está bastante resuelto en nuestra generación. De hecho, propongo olvidarnos de esto como un problema. Si no, suceden cosas que terminan jugando en contra, como encapricharse en que la mitad de los autores de una antología sean mujeres, cuando lo único que debería importar es la calidad de los textos. Creo que el terreno ya está ganado, ahora hay que ocuparse de escribir bien, y poco a poco la balanza se irá compensando.
 
He leído varias entrevistas en las que mencionas a los escritores que de alguna manera han influido en tu escritura, pero ahora mismo no recuerdo la mención de alguna mujer latinoamericana; mencionas a Patricia Highsmith, a Grace Paley… ¿Será que no te venían a la mente en esas entrevistas que respondiste o no te gusta la escritura de ninguna mujer de América Latina?
 
Ah, muy buena pregunta. Tenés toda la razón. Lo que pasa es que ese tipo de respuestas suelen estar relacionadas con los grandes maestros que nos influenciaron, y la verdad es que uno de mis grandes amores fue la literatura norteamericana, y fueron un par de generaciones en donde no hubo muchas Flannery O’Connor o Patricia Higshmith. Pero claro que hubo lecturas de escritoras de América Latina fundamentales. Para empezar, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, fueron libros de cabecera en mi infancia: mi abuelo me los leía de pie, casi a los gritos por la pasión que sentía por ellos, así que aprendí a adorarlas desde chiquita. Después vino María Luisa Bombal, Silvina Ocampo por supuesto, la genial Hebe Uhart, Liliana Heker, Luisa Valenzuela. Y haciendo un salto a la literatura contemporánea tengo el lujo de compartir generación con autoras como Mariana Enríquez, Guadalupe Nettel, Lina Meruane y todas las que me debo estar olvidando.

15 de marzo de 2025

Samanta Schweblin: “Soy lectora de cuentos. Me atrae el género por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector” (1/2)

La escritora argentina Samanta Schweblin (1978) acaba de publicar “El buen mal”, su cuarto libro de cuentos cuyas historias escribió desde finales de 2021 hasta principios de 2024 entre Berlín, Barcelona y Lago Puelo. Nacida en el partido bonaerense de Hurlingham y radicada en Berl
ín desde 2012 -donde dicta talleres literarios-, su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas y ha recibido numerosos premios internacionales. Participó en el taller literario de Liliana Heker (1943), una escritora argentina a la cual le prologó en 2016 “Cuentos reunidos”, una recopilación de sus cuentos. Autora de los libros de cuentos “El núcleo del disturbio”, “Pájaros en la boca” y “Siete casas vacías”, y de las novelas “Distancia de rescate” y “Kentukis”, asegura que cuando escribe una historia, jamás piensa en su extensión. “El cuento es muy exigente -dice-; debes empezar una y otra vez. Se escribe acaso en una semana, pero trabajas durante tres o cuatro meses con algo que lleva años en tu cabeza”, y admite que para ella “una coma puede ser una noche de insomnio. Escribir es un ensayo mental y físico”. “Un buen libro es un corazón que late en el pecho de otro”, sostiene la narradora para quien “las emociones perturbadoras son las que merecen la pena ser escritas”.
Schweblin afirma que aprendió a escribir leyendo a escritores y escritoras estadounidenses como John Cheever (1912-1982), J. D. Salinger (1919-2010)​ y Flannery O’Connor (1925-1964), entre otros, y asegura que sus mayores referentes son el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) y los argentinos Jorge L. Borges (1899-1986), Adolfo Bioy Casares (1914-1999) y Antonio Di Benedetto (1922-1986). A ellos, en los últimos años, ha agregado a varias autoras que tardó más tiempo en descubrir, como las argentinas Silvina Ocampo (1903-1993) y Sara Gallardo (1931-1988), la chilena María Luisa Bombal (1910-1980)​ y la mexicana Elena Garro (1916-1998).


Lo que sigue es la primera parte de la compilación de fragmentos de las entrevistas que concediera a Grey Hutton y Paola Tinoco (revista “Vice”, 18/jul/2013), a Verónica Abdala (revista “Cabal”, junio de 2019), a Milena Heinrich (diario “Infobae”, 26/ago/2022), a Melina Balcázar (revista “Letras Libres”, 1/feb/2025) y a Daniela Pasik (diario “Clarín”, 22/feb/2025).
 
Este libro es tu regreso al relato. ¿Qué tiene que tener un material para que sea cuento o novela?
 
Yo siempre estoy escribiendo cuentos, es mi espacio natural para pensar historias. Las novelas están ahí también, van surgiendo, pero en realidad para mí funciona al revés; es el espacio de la novela el que siento como una excursión excepcional. Cuál va a ser la extensión, qué tan largo o corto va a ser, es una pregunta que el material contesta por sí mismo. Pensarlo de antemano pondría forzar algo que me sale mejor si lo decido sobre la marcha. La extensión no es más que el resultado final, el tiempo que costó contar esa historia particular. Al menos en mi propia escritura me cuesta pensar en términos de género y tomar decisiones distintas porque algo es una novela o un cuento. No los siento tan diferentes.
 
Aunque no es del todo exacto, a tu obra se la cataloga en género terror. ¿Por qué creés que sucede?
 
Aun siendo consciente de otras tantas etiquetas que a veces se suman y acepto encantada, como “literatura de lo extraño”, “de lo incómodo” o, incluso, en mis primeros libros, “de lo fantástico” y “lo onírico”, yo me considero siempre alguien que escribe desde el realismo. O sea, aclaremos esto ya: ¿Hay algo más artificial en la ficción que la pretensión del realismo? Creo que no hay nada en mis últimos tres libros que no pueda suceder, que quede fuera del orden de lo posible. Habría que pensar un rótulo para todos los que escribimos habitando abiertamente el género de lo insólito, pero somos tan ingenuos, o tanto más abiertos en nuestras percepciones del mundo, que nos autopercibimos realistas. Y supongo que yo podría ser parte de ese club de despistados.
 
Si jugáramos a las casillas, ¿cuál dirías que es tu género?
 
¿Vale elegir más de una casilla? Pienso en mis autores favoritos y son muy irreverentes con estos límites. A veces se me asocia con el terror, aunque no hay en mis textos nada que pertenezca explícitamente a ese género, quizá sólo sea por un estado de alarma en el que podrían leerse algunas historias. Quizá lo que pasa es que en mis textos suele haber bastante miedo. Pero, ¿por qué enmarcamos el miedo en los géneros de terror, o a veces incluso del fantástico, cuando no hay nada más real, físico y tangible que el miedo? ¿Tanto nos asusta el miedo que necesitamos sacarlo del espacio del realismo?
 
Los premios y la cantidad de lectores que tuviste a lo largo de tu carrera no sólo se sostiene, crece. ¿Es una presión o lográs olvidarte a la hora de escribir?
 
Lo bueno de todo eso es que, aunque llegan siempre como mimos y reconocimiento, no son cosas que dependan de mí. De hecho, es algo que les pasa a los libros, y repercute sobre todo ahí. Está el problema de las expectativas, eso sí puede apabullar. Pero llega un momento en la escritura en el que estás tan compenetrado con lo que intentás contar, que todo lo demás queda afuera. Te quedás solo, en el mejor de los sentidos. Hay que confiar en ese estado. Algo que aún me cuesta es la exposición, hay algo ahí que sí me incomoda. No tiene tanto que ver con el éxito, sino con una cuestión de cuidado personal, para mí y para los que me rodean. Intento que el mundo de lo privado siga siendo privado. Cuidarse en las redes sociales, tratar, siempre que se pueda, de desaparecer.
 
En “El buen mal” hay algo más íntimo que en tus otros libros. Lo mostrás, incluso, en el apéndice que titulás “Sobre los cuentos”, donde contás de dónde vienen, si pasó en verdad y a quién se refieren. ¿Es un juego de exposición?
 
Sería demasiado hablar de exposición, porque lo personal acá es realmente de un modo muy tangencial. Son disparadores nomás, espacios en los que estuve, personajes delineados con algunos otros “personajes” que conocí estos años, ciudades en las que viví. Lo que es realmente personal, y muy íntimo, son determinados sentimientos que fueron marcándome estos años, preguntas, ideas sobre cómo pensar algunas cosas. Ahí sí hay un espejo más fuerte con estas historias. Creo que escribo un poco para sacármelos finalmente de encima, para exorcizarlos. A veces estas historias no son más que puentes entre mi emoción y la emoción del lector. Tengo la idea de que, compartida esta emoción con alguien más, hay algo que se cura en los dos lados.
 
Has contado muchas veces que tu disparador creativo comienza en una imagen. ¿Cómo fue el proceso para este último libro?
 
La primera imagen que apareció es la escena con la que larga el primer cuento, “Bienvenida a la comunidad”, la de esa mujer que aterriza en el fondo del mar como una astronauta en la luna, por el peso de las piedras que lleva en los bolsillos, y eso tan insólito que sucede a continuación, pero prefiero no adelantar acá. Luego apareció la del caballo desmayado en una calle de Hurlingham, para “Un animal fabuloso”. Después la de las protagonistas de “La mujer de Atlántida” cruzando el pueblo en la noche, aunque esa escena no terminó en el cuento porque ya no era necesaria, pero de ahí nació toda la historia. En “El ojo en la garganta” vi a esos padres atravesando el desierto pampeano con la ausencia de su hijo pequeño en el asiento trasero del auto, y la extrañeza, casi el imposible, de que sea el mismo niño el que los esté narrando. ¿Cómo puede un personaje narrar con precisión una escena en la que en realidad no está presente? A veces lo que me pone a escribir no es tanto lo que soy capaz de ver; sí lo que aún no termino de entender del todo.
 
Además de buscar tu mesa de trabajo ideal, ¿tenés otros rituales para escribir?
 
A pesar de que soy una gran consumidora de otras disciplinas, cuando finalmente conecto con un proyecto y ya estoy en pleno corazón de la escritura, me cierro. Casi que habito sólo mi escritura. Y no me refiero únicamente al cine y a la música, hasta diría incluso que leo menos, o incluso con menos atención, así que no tengo asociaciones fuertes en ese sentido. Cuando el manuscrito empieza a tomar forma y ya logra pararse por sí mismo, ahí me abro un poco más y me importa darlo a leer a algunos lectores a quienes les tengo confianza.
 
¿Y en “El buen mal” cómo fue?
 
El resto de las artes, la música, el cine, el teatro, tienen cerca al espectador. Un cantante puede dar su show mirando a su audiencia a la cara. Pero el escritor trabaja solo, y la gran mayoría de las veces, incluso un autor leído por mucha gente, no está nunca la oportunidad, casi mágica, de ver en vivo a alguien circular por su texto. Eso es lo que me da la lectura de alguien de confianza. La oportunidad de entender cómo un lector atraviesa mi texto. Ver, sobre todo. lo que no funciona, o no funciona todavía como yo quisiera. Dónde se tropiezan, dónde se paran a pensar y qué piensan. Le agradezco a Vera Giaconi en este libro en particular, pero nosotras venimos leyéndonos mutuamente desde hace ya doce años. Es mi gran compañera de escritura y siento hacia ella un gran agradecimiento.
 
En Europa existen ciertas expectativas respecto a lo que un escritor o una escritora latinoamericana debe escribir, entre una reproducción del boom, del realismo mágico y la estética ultraviolenta con la que se asocia el continente… Pero, en tu escritura, si bien la violencia está muy presente, no se vuelve sangre, es más bien silencio. ¿Cómo te posicionas respecto a esas expectativas?
 
Después de muchos años en Alemania y de estar en contacto con los lectores europeos, me doy cuenta de que eso existe, de que no es un mito. Realmente se espera que tres generaciones después del boom latinoamericano sigamos escribiendo como ellos, cuando somos todo lo contrario. Uno siempre se construye luchando contra los padres, contra todo lo que te ata, aunque nunca escapemos del todo. Para mí, lo mejor que se escribe ahora en Latinoamérica no tiene que ver ni con el realismo mágico ni con las literaturas violentas. Si hay algo que me encanta de la literatura latinoamericana, no solo la argentina, es que somos sumamente irrespetuosos con los géneros que en nuestras literaturas están muy difuminados. Somos muy irreverentes con los límites que nos ponen desde afuera. Es una de nuestras grandes virtudes. La literatura en sí es un juego contra los límites.
 
¿Por qué ese apego tan tuyo al cuento?
 
Me considero sobre todo una cuentista que cada tanto falla y no le queda sino escribir doscientas páginas más para decir lo que debería haber escrito en diez. Hay algo en la intensidad del cuento que me fascina como lectora. Por eso voy a ese lugar como escritora. Es alucinante que en solo veinte minutos un cuento pueda cambiar mi manera de pensar el mundo, de entenderme a mí misma o incluso pueda incidir en mis decisiones. Pero quien no está acostumbrado al género tiene una idea muy diferente y percibe la historia como un recorte de una historia más extensa, que lo deja con ganas de saber qué pasó. Como si leyera un material que no alcanzó para una novela y se quedó en un cuento, cuando es lo contrario. Es un recorrido emocional muy intenso, la evolución de una emoción que se produce en apenas unas páginas. Lo demás me parece circunstancial, contingente, y en todo caso debe estar al servicio de esa emoción, de lo que tenga que pasarle a esa emoción. De ninguna manera pienso que un lector que acaba de terminar una novela recibió más que el que terminó un cuento. Los textos que me han cambiado la vida, que me han dejado patas para arriba, que me han hecho caer en epifanías, son cuentos más que novelas.
 
Hay algo ultracontemporáneo en la manera en la que escribes la ansiedad y el miedo. ¿Qué es lo que te lleva a escribir sobre eso? ¿Se trata de una forma de desmontar los mecanismos de nuestras emociones?
 
Me fascina la tensión, que es en realidad un estado de atención del lector. Para mí es el momento más sagrado de la lectura. Porque cuando leemos, lo hacemos con todos nuestros prejuicios, que no solo son negativos. Cuando uno lee, todo el tiempo se interroga, o por lo menos yo como lectora: ¿qué pienso de esto?, ¿cómo sentí esto? Acá me aburrí, ¿por qué? Acá no enganché, me distraje, ¿por qué? No es que haya pasado algo afuera, más bien algo dejó de pasar en el libro. Quizás es una deformación profesional, pero todo el tiempo trato no sólo de leer el texto, sino de leerme a mí misma como lectora, aunque es una misión casi imposible, porque en el momento en que estás conectado con el texto, no estás conectado con vos. Pero a la vez hay algo ahí, hay una verdad que uno puede ir descubriendo acerca de qué es lo que realmente funciona en un texto y te das cuenta de que se debe a algo muy distinto de lo que pensabas. No es lo poético, no es algo abstracto, es algo mucho más material, físico, más presencial. Es estar ahí. Después hay un momento mágico en el que desaparecés como lector, porque lo que pasa en el texto te demanda tanto que necesitas toda tu atención ahí. Es algo mucho más existencial: cuando empezás a leer algo y decís: esto habla de mí, sólo de mí y de lo que me pasa ahora, ahí uno se dice: ¿qué haría yo en un momento así? Se enciende una pregunta existencial y un deseo de obtener esa información para uno mismo.
 
Hay como un quiebre en la identidad social de los personajes, dejan de funcionar socialmente.
 
Estoy muy peleada con la idea de lo normal. ¿Qué es lo normal, lo establecido? ¿Qué es lo posible versus lo imposible? La normalidad es tal vez la mayor ficción en la que vivimos. Mis personajes justamente quiebran ese espacio y se dan cuenta de que era posible cruzar el espejo, sin romperlo, situarse fuera de lo establecido, en ese espacio que se parece un poco a la locura si lo mirás desde afuera, pero donde de pronto se encuentra la solución a lo que buscamos, donde tal vez resida la felicidad. Estamos todo el tiempo tratando de pertenecer, de ser normales, de estar a la altura. Me da risa pensar que todas nuestras sociedades se basan en la idea de la normalidad, que es más ridícula quizás que la idea de Dios.
 
También está la cuestión de la muerte, o más bien de su inminencia. Me preguntaba si la muerte sería ritmo, escansión, en tu escritura.
 
Mi respuesta será muy obvia, pero sincera. La muerte sigue siendo nuestro gran tabú, como ese horror que nos esforzamos por no recordar. Cada día es un esfuerzo gigante por no recordar que nos dirigimos hacia ella, pero también cada momento es muerte o sea nuestra conversación es muerte, estamos muriendo un poco. Ese sería el lugar común para decirlo. Hay como un equívoco muy grande en cómo se piensa la muerte y hay una curiosidad enorme por tratar de entender lo que pasa ahí. Pero la literatura lo permite. La literatura es la mejor tecnología y sucede en nuestros cuerpos, en nuestra cabeza, pero no puede suceder cuando estamos solos, sólo sucede con otro, en esa cofradía entre quien escribe pensando en el lector y quien lee sabiendo que hay un escritor. La literatura sucede en un presente absoluto que es cuando ambos están juntos. Entonces, envuelta en esa tecnología, para mí, no hay tema más atractivo que el de la muerte, es del que más quiero saber.

12 de marzo de 2025

Exabruptos, confidencias y revelaciones (XXXIV)

JAVIER MILEI
Presidente de Argentina (2024)
 
“Los afectados por la criptomoneda $LIBRA son hiperespecialistas que sabían muy bien a lo que estaban entrando. Son operadores de volatilidad, ninguno ignoraba lo que estaba pasando. Si vas al casino y perdés plata, ¿cuál es el reclamo? (…) Si alguien perdió plata apostando a $Libra está ante un problema entre privados. Yo no lo promocioné, solo lo difundí. Soy un tecnofanático y ese proyecto era para financiar a aquellos que son emprendedores y que no tienen acceso al mercado formal. Me pareció una herramienta interesante. Cuando se hace público el proyecto de Libra le doy difusión. (…) Yo no soy un experto en criptomonedas, mi especialidad es el crecimiento económico. No tengo nada que ocultar. Lo mío fue puro ímpetu”.
 
 
CARLOS MENEM
Presidente de Argentina (1994)
 
“Sólo puedo ofrecerle a mi pueblo sacrificio, trabajo y esperanza. (...) Sólo puedo asegurarles que seré el primer argentino a la hora de la austeridad, del esfuerzo, de poner el hombro, de apretar los dientes. (…) Hemos dispuesto una economía popular de mercado y la vamos a seguir hasta las últimas consecuencias. (…) En todos los gobiernos hubo corrupción, salvo en el mío. (…) En Argentina no hay discriminación porque no hay negros. En Argentina no existen los negros, ese problema lo tiene Brasil”. (…) Mi obra de cabecera son las obras completas de Sócrates”
 
 
WINSTON CHURCHILL
Ex Canciller de Hacienda y futuro Primer Ministro del Reino Unido (1937)
 
“No admito que se haya cometido un gran daño contra los indios pieles rojas de América o contra los negros de Australia. No admito que se haya cometido un gran daño contra estos pueblos por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de mayor calidad, una raza más sabia en términos mundanos, por decirlo de alguna manera, haya llegado y ocupado su lugar. (…) Mahatma Gandhi es un fanático subversivo maligno y un abogado sedicioso del Colegios de Abogados Middle Temple, que ahora se hace pasar por un faquir de un tipo bien conocido en Oriente, subiendo semidesnudo las escaleras del palacio virreinal. (…) Odio a los hindúes. Son un pueblo bestial con una religión bestial. El hambre fue su propia culpa por criarse como conejos”.
 
 
AUGUSTO PINOCHET
Presidente de la Junta Militar de Gobierno de Chile (1981)
 
“Me considero un ángel. Reflexionando y meditando, soy bueno. No tengo resentimientos, tengo bondad. No me considero un dictador, sino un ángel patriótico que no tiene que pedir perdón a nadie. (…) Esto no es una dictadura. Le digo que esto es una dictablanda. (…) Soy democrático, pero a mi manera. (…) No se mueve ninguna hoja en este país si yo no la estoy moviendo. ¡Quiero que quede claro! (…) La única solución que existe para el problema de los derechos humanos es el olvido. (…) Yo no conozco eso de los derechos humanos. ¿Qué es eso? (…) Dos mil desaparecidos no es nada. (…) Tratamos de hacer de Chile un país de propietarios y no de proletarios. (…) Hay que cuidar a los ricos para que den más”.
 
 
GEORGE W. BUSH
Presidente de Estados Unidos (2004)
 
“Si esto fuera una dictadura, todo sería mucho más fácil, por supuesto siempre y cuando yo fuera el dictador. (…) Nuestros enemigos son innovadores e ingeniosos, pero nosotros también. No cesan nunca de pensar en cómo dañar a nuestro país y a nuestro pueblo. Nosotros tampoco. (…) Estoy atento no sólo a preservar el poder ejecutivo para mí, sino también para mis predecesores. (…) Es importante entender que hay más intercambios comerciales que comercio. (…) La gran mayoría de nuestras importaciones vienen de fuera del país. (…) No es la contaminación la que amenaza el medio ambiente, sino la impureza del aire y del agua. (…) Un número bajo de votantes es una indicación de que menos personas están yendo a votar. (…) Es tiempo para la raza humana de entrar en el sistema solar. (…) Todos somos capaces de errar, pero yo no estoy preocupado en esclarecer los errores que puedo haber cometido o no”.
 
 
FRANCISCO FRANCO
Presidente del Gobierno de España (1938)
 
“Ahora se habla de democracia. Nosotros, los españoles, ya la hemos conocido. Y no nos dio resultado. Cuando otros van hacia la democracia, nosotros ya estamos de vuelta. Estamos dispuestos a sentarnos en la meta y esperar a que los otros regresen también. Un estado totalitario armonizará en España el funcionamiento de todas las capacidades y energías del país, en el que, dentro de la Unidad Nacional, el trabajo, estimado como el más ineludible de los deberes, será el único exponente de la voluntad popular. Y merced a él, podrá manifestarse el auténtico sentir del pueblo español a través de aquellos órganos naturales que, como la familia, el municipio, la asociación y la corporación, harán cristalizar en realidades nuestro ideal supremo”.
 
 
DIANA MONDINO
Canciller de la República Argentina (2024)
 
“Como liberal estoy de acuerdo con el proyecto de vida de cada uno. Es mucho más amplio que el matrimonio igualitario. Déjame exagerar: si vos preferís no bañarte y estar lleno de piojos y es tu elección, listo, después no te quejes si hay alguien que no le gusta que tengas piojos. (…) El mercado de órganos es fantástico, pero todo el mundo cree que te van a agarrar en la calle y cortar en pedacitos para sacarte un riñón. Mercado quiere decir transacción. (…) Los créditos para jubilados es algo absurdo porque todos por definición, todos nos vamos a morir, y si sos un jubilado arriba de no sé cuántos años es casi seguro que te vas a morir”.
 
 
JORGE BERGOGLIO
Papa Francisco (2013)
 
“Las mujeres son naturalmente ineptas para ejercer cargos políticos. El orden natural y los hechos nos enseñan que el hombre es el ser político por excelencia; las escrituras nos demuestran que la mujer es siempre el apoyo del hombre pensador y hacedor, pero nada más que eso. (…) La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza es el centro del Evangelio. (…) Los pobres son personas a las que hay que encontrar, que tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. (…) Veinte siglos después de la escritura del Evangelio, cuando los comunistas hablan de los pobres, nosotros podríamos decirles: ¡Pero son cristianos!”.
 
 
LENÍN MORENO
Presidente de Ecuador (2020)
 
“Los hombres estamos sometidos permanentemente al peligro de que nos acusen de acoso. Yo veo que las mujeres muchas veces denuncian los acosos, es verdad, y está bien que lo hagan. Pero a veces veo que se ensañan con aquellas personas feas en el acoso. Es decir que el acoso es cuando viene de una persona fea, pero si la persona es bien presentada de acuerdo a los cánones, suelen no pensar necesariamente en que es un acoso”.
 
 
MARIO VARGAS LLOSA
Escritor peruano-español (2018)
 
“El feminismo es hoy el más resuelto enemigo de la literatura. (…) El feminismo radical se vuelve peligroso en la medida que pretende descontaminar la literatura de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades. (…) Las feministas apoyan abiertamente una ofensiva antiliteraria y anticultural. (…) Es interesante lo que está ocurriendo en América Latina, hay un creciente movimiento a favor de una economía de mercado. Hay una mayoría de latinoamericanos que aceptan con entusiasmo o resignación ese modelo, que permite quemar etapas, que humaniza a la sociedad, que es la receta del verdadero progreso. (…) El liberalismo representa la forma más radical de democracia”.

8 de marzo de 2025

Franco Berardi: "Hoy, el fascismo del que hablamos es el fascismo de los impotentes" (2/2)

Franco “Bifo” Berardi debutó como ensayista en 1970 con “Contro il lavoro” (Contra el trabajo), y desde entonces ha publicado medio centenar de ensayos entre los que pueden citarse “La fabbrica dell'infelicità” (La fábrica de la infelicidad), “Fenomenologia della fine” (Fenomenología del fin), “L'anima al lavoro” Dall'alienazione all'autonomia” (Almas al trabajo. De la alienación a la autonomía), “Heroes. Suicidio e omicidi di massa” (Héroes. Asesinato masivo y suicidio), “Futurabilità” (Futurabilidad), “Dopo il future. Dal futurismo al cyberpunk. L'esaurimento della modernità” (Después del futuro. Del futurismo al cyberpunk. El agotamiento de la modernidad), “La sollevazione” (La sublevación), “Cronaca della psicodeflazione” (Crónica de la psicodeflación), “La nonna di Schäuble. Come il colonialismo finanziario ha distrutto il progetto europeo” (La abuela de Schäuble. Cómo el colonialismo financiero destruyó el proyecto europeo).
En sus ensayos ha explorado, recurriendo habitualmente a la teoría de la comunicación, el psicoanálisis y el materialismo histórico, el papel que juegan los medios y la tecnología en el actual capitalismo postindustrial, examinando cuestiones como la conectividad digital, la alienación, la sobreestimulación y la automatización. Muchos de los escritos que el pensador y activista italiano elaboró entre los años ‘70 y la actualidad fueron recopilados en “Quarant’anni contro il lavoro” (Medio siglo contra el trabajo), el cual fue publicado en la Argentina en 2023. Al ser consultado sobre la actual situación política argentina, opinó que “junto a la inteligencia artificial, la demencia se expande por el mundo: no son las máquinas las que se alinean a valores humanos; nuestros cerebros toman sus lógicas”. “Hablan mucho de libertad -agregó-, pero lo que hacen concretamente es destruir las reglas que la modernidad ha creado para proteger de una cierta manera la vida y la libertad misma de las personas frente a la agresividad del capitalismo. ¿Esa es la libertad de la que hablan los nazistas liberales de hoy?”.


También aseguró que la “libertad” que difunde el presidente libertario es la de “los mercantes de esclavos”. A renglón seguido puede leerse la segunda parte de los fragmentos seleccionados de la video entrevista difundida en el programa de televisión “Periodismo Puro” el 28 de diciembre de 2024 y del 4 de enero de 2025.
 
¿Las categorías políticas izquierda o derecha quedaron obsoletas hoy en día?, ¿sirven para algo?

Tengo que dar dos diferentes respuestas a esta pregunta. Una es una respuesta política, un poco pasatista. La política de la izquierda italiana o europea o norteamericana es un poco diferente en el mundo español, en España, Argentina, etcétera. Pero en Europa la política de la izquierda ha sido indistinguible de la política de la derecha. La izquierda europea ha preparado el neoliberalismo, la privatización, la destrucción del sistema público de la sanidad, la destrucción del sistema público de la educación, etcétera. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre los democráticos europeos y los fascistas europeos? No la veo en el fondo. Es un escándalo lo que los fascistas italianos están haciendo contra los migrantes, la deportación, etcétera. Pero la mente que ha pensado la política de Meloni se llama Marco Minniti, era ministro del Interior del Partido Democrático. Un asesino, un racista como lo es Meloni. Entonces, no hay derecha, no hay izquierda en la historia reciente de Europa. Pero hay otra respuesta que tengo que dar. Me parece que todo el sistema categorial de la modernidad, todo el sistema conceptual de la política, no tiene sentido hoy. Porque es la voluntad humana lo que no tiene ninguna potencia. Y cuando la voluntad no tiene potencia, la política no significa nada. Claro que hay personajes como Donald Trump o como en el señor Javier Milei, que aparecen y que son diferentes de la izquierda a muchos niveles, antes que nada, en su gesticulación, en su verborragia, etcétera, son diferentes. Pero al final, por qué tengo que preferir a Joe Biden o Kamala Harris a Donald Trump, no lo puedo entender muy bien. Barack Obama es el presidente norteamericano que ha expulsado más migrantes, más que Donald Trump. Sé que ahora Donald Trump se está preparando a hacer cosas inimaginables, pero son desde un punto de vista substancial, las mismas cosas que han hecho los demócratas. Entonces, izquierda, derecha, por muchas razones, no son categorías interesantes hoy. Me parece mucho más interesante la dicotomía entre humanos e inhumanos, humano y poshumano, humano y transhumano, esa es la problemática del tiempo que viene.

¿Cuál cree usted que es el lugar que ocupará China en este auge de las extremas derechas y en un orden mundial disputado entre capitalistas, globalistas y capitalistas nacionalistas?

Como no soy un chinólogo y culpablemente no hablo el idioma chino, no me permito decir cosas que no conozco lo suficiente. Lo que puedo hacer es observar una diferencia que, en mi sentido, por lo poco que puedo conocer, no es una diferencia política, es mucho más profunda que la política. Es decir, es una diferencia antropológica y cognitiva. Yo creo que el pueblo chino, en su larga historia, ha sido capaz de mantener una condición de colectivismo natural, de colectivismo antropológico que no pertenece al orden de la decisión política. Pertenece mucho más al orden de la diferencia antropológica y también, quiero subrayarlo, al orden de la diferencia cognitiva en la relación entre escritura e idioma. China es totalmente diferente, es una civilización que ha producido una forma de comunicación escrita, que no es solo diferente a nivel lingüístico, es diferente también a nivel cognitivo. Esta especificidad, esta diferencia específica de la cultura china puede jugar un papel fundamental en este período. Nunca he sido maoísta, pero reconozco que hoy la experiencia de Mao Tse-Tung, que no era un comunista, era un chino, fue un gran pensador chino, un gran político chino que se refirió al marxismo de manera muy metafórica, pero esa experiencia hoy podría devenir importante para resistir a los efectos catastróficos del declive occidental que los occidentales no pueden aceptar. Los occidentales están listos para destrozarlo todo para evitar su propio declive. Espero que el pueblo chino, como las mujeres del mundo hispánico, puedan salvar algo de la buena herencia de la modernidad.

¿Usted percibe algo como un goce de la crueldad en estas nuevas formas políticas de la extrema derecha?

Gracias por preguntarme esto, porque es un tema que me concierne mucho, que estoy interrogando mucho. Estoy terminando de escribir un libro que aparecerá en Italia al comienzo del año próximo, que se llama Pensar después de Gaza, y está dedicado a la ferocidad, no a la crueldad. ¿Qué es la ferocidad? Un personaje de la trilogía de ciencia ficción distópica china que se llama El problema de los tres cuerpos de un escritor chino que se llama Liu Cixin, este personaje dice en cierto punto: “Si perdemos nuestra humanidad, perdemos mucho; si perdemos nuestra animalidad, nuestra ferocidad, lo perdemos todo”. Es una frase muy contundente, terrible. Porque nos explica por qué la violencia feroz, en el sentido etimológico de la palabra que significa animal, no humana. ¿Por qué la ferocidad ha vuelto en la historia del mundo? Israel es una prueba evidente de eso. El pueblo judío ha sufrido la violencia extrema de un genocidio que ha producido un trauma que hoy se manifiesta de manera pervertida. Hoy el trauma del Holocausto se manifiesta como conciencia del hecho de que o somos racistas o morimos. Ser racistas, esa es la única manera de sobrevivir al nazismo. Y como el nazismo sigue existiendo, tengo que ser racista. Eso se llama ferocidad. Claro que hay también crueldad. La crueldad es diferente de la ferocidad. La ferocidad es una reacción animal del instinto de conservación; la crueldad es algo humano, elaborado, cultural, es el deseo de producir sufrimiento. ¿Es un efecto de la ferocidad? Lo es parcialmente. Pero hay algo más sádico, más perverso, más doloroso en la crueldad. La crueldad no es necesaria ni a los animales. Los humanos hoy son feroces y también crueles.

Usted dijo que el capitalismo financiero no nos domina a través de la imposición política, sino a través de automatismos técnico-lingüísticos. ¿Podría ampliar esa idea con nuestra audiencia?

En el pasado el capitalismo dominaba la vida de los humanos a través de decisiones políticas, imposiciones políticas. A un cierto punto, el dominio económico del capitalismo se ha transformado en automatismos financieros que implican el hecho de que, si no haces las cosas así, no perteneces al juego. Hay juegos libres en que se pueden cambiar las reglas. Hay juegos en que, si cambias las reglas, estás afuera. Bueno, el dominio financiero es de este tipo. Lo hemos descubierto en 2015, cuando Grecia decidió no aplicar la imposición financiera europea, pero fue obligada, contra su misma voluntad democrática, a aceptarla, porque no había una manera técnica de seguir existiendo. Pero, hay otro aspecto del dominio tecno-lingüístico, la introducción en la mente humana de reglas automáticas. La nueva generación creo que vivirá en condiciones de compatibilización, de adecuación al dominio técnico.

La palabra libertad, desde el confinamiento durante la pandemia, ha sido utilizada por políticos de todos los colores, y al mismo tiempo usted en “El tercer inconsciente” habla de libertad y potencia, ¿qué ocurre con la voluntad y la autonomía respecto de la libertad, y por qué cree que la libertad es una palabra que ha sido tan usada en los últimos años después de la pandemia?

Me acuerdo de una frase del ensayista británico Samuel Johnson, que a mediados del siglo XVIII decía: escucho la palabra libertad sobre todo por los mercantes de esclavos. Son los mercantes de esclavos que gritan ¡Libertad, Libertad! ¿De qué libertad están hablando estos señores mercantes de esclavos como Javier Milei? Están hablando de la libertad de explotación completa, total, definitiva, del tiempo de la vida humana. De hecho, hablan mucho de libertad, pero lo que hacen concretamente es la destrucción de las reglas que la modernidad ha creado para proteger de una cierta manera la vida y la libertad misma de las personas frente a la agresividad del capitalismo. ¿Esa es la libertad de la que hablan los nazistas liberales de hoy? Pero hay un otro aspecto de la palabra libertad, es un aspecto filosófico que me interesa muchísimo, porque hay toda una mitología de la libertad en la época moderna y olvida la verdadera relación entre libertad y potencia. Es decir, yo puedo decir que soy libre de abrir la ventana y de lanzarme desde el quinto piso. Sí, soy libre, pero me mato porque no tengo la potencia para volar. Entonces, el concepto de libertad que ha nacido al comienzo de la modernidad con el humanismo italiano... hay un pensador italiano que se llama Pico della Mirandola, que concibió la libertad como la condición de los hombres y de las mujeres, cuando no se encontraban bajo la decisión divina. En cierto punto, cuando Dios decide que los hombres y las mujeres, sobre todo las mujeres, tienen que salir del paraíso terrestre, ¿qué dice Dios? Ahora ustedes tienen que decidir libremente, es el libre albedrío del que se habla en este momento. Pero el libre albedrío no significa que podemos hacer todo lo queremos, podemos hacer todo lo que podemos. Entonces la potencia es el verdadero momento de fundación de la libertad misma. No hay libertad sin potencia.

Trump y Milei, llaman comunistas a todos los opositores. ¿Usted cree que se refieren a una forma de marxismo cultural? ¿Existe un marxismo cultural que esté más vivo que nunca?

La pregunta me hace un poco reír. No es la pregunta que me hace reír. Me hace reír la retórica de la derecha, que considera hasta a la señora Kamala Harris como una peligrosa comunista. Me parece que hay un volver al macartismo, la necesidad de identificar un enemigo absoluto, etcétera, todo eso hace parte de la dinámica política. Pero me parece que hay también una mala fe profunda, un desprecio de los electores derechistas mismos. Es decir, los electores derechistas que son personas como yo, como usted más o menos, son obreros, son estudiantes, pero se encuentran en una condición de ser completamente despreciados por sus líderes, como el señor Trump y el señor Milei. Milei piensa que sus electores son idiotas, y tiene un poco de razón, porque el efecto de su relación con sus electores es transformarlos en idiotas. El uso de la palabra comunista de manera totalmente falsa desde un punto de vista histórico, ideológico, teórico, etcétera, es la demostración evidente que considera a sus electores como personas que no saben nada de la historia real, que no saben que el comunismo ha sido una experiencia extraordinaria de organización de los trabajadores industriales. Este proyecto fracasó. Como comunista, porque soy comunista, pero soy un comunista que reconoce el fracaso de su proyecto, ahora tengo que analizar una realidad que se ha producido después del fracaso del comunismo, después del fracaso del internacionalismo. Esa es la realidad. Y hay también la fabulación idiotizante de los líderes de la derecha.

Milei utiliza la palabra “casta” y con casta resume todo aquello que sería el sistema, los dirigentes, la política, los que están siempre. En Italia se utilizó la palabra casta también, Milei la tomó de allí. Y usted mencionaba el fracaso del comunismo como sistema político y quiero llevarlo al planteo de Pareto 80-20 más usado para el marketing, que se lo puede llevar a la política: ¿no importa qué sistema haya, siempre va a haber un 20% que conduzca a un 80% porque el sistema piramidal es inmanente a la organización?

La palabra casta sería una palabra muy importante si queremos analizar, por ejemplo, la sociedad mundial. Si queremos analizar sociedades donde la casta existe verdaderamente, es algo muy serio, no solo a nivel social, también a nivel sexual, a nivel psíquico, etcétera, etcétera. El uso de la palabra casta por algunos bienintencionados periodistas italianos en los años 80 ha sido una catástrofe conceptual completa. Porque en estos periodistas, he olvidado el nombre, el uso de la palabra casta es la demostración de ignorancia y de cinismo. Cuando hablamos de clases sociales, de la estratificación social, estamos hablando de algo científicamente fundado. Cuando los marxistas hablamos de clase, hablamos de una figura social determinada al interior de la relación productiva, de la distribución de la riqueza, etcétera, etcétera. Los que hablan de casta toman la palabra india para traducirla en algo que significa prácticamente nada. La élite, los que tienen el poder, pero los que tienen el poder no es una definición científica porque cambian. A partir de esta definición ignorante, definición que desde el punto de vista social y económico no significa nada, han producido un efecto de cinismo generalizado. El problema es eliminar la casta política, la derecha, la izquierda, los comunistas, los democristianos, la casta política, no importa quién. A partir de eso, se ha abierto la puerta a una ficción de gobierno de los que representan a la sociedad real. Por ejemplo, Donald Trump, que es un tipo que con la sociedad real no tiene ninguna relación hasta el punto que no le gusta tocar la piel de los otros, no da la mano a las personas, etc. Y la palabra casta es una regresión cultural espantosa que ha producido lo que estamos verificando hoy.

7 de marzo de 2025

Franco Berardi: "Hoy, el fascismo del que hablamos es el fascismo de los impotentes" (1/2)

El filósofo, escritor y activista italiano Franco Berardi (1949) se graduó en Estética en la Università di Bologna y ha trabajado como profesor de Historia Social de los Medios en la Accademia di Belle Arti di Brera en Milán, y como maestro en el Istituti di Istruzione Superiore Aldini Valeriani en Bolonia. En los años ’70, 
Bifo -el seudónimo con el que se lo conoce popularmente- participó de la creación de Radio Alice, una de las más famosas experiencias europeas de comunicación cooperativa en la que se difundía una gran variedad de temas: protestas laborales, lecciones de yoga, análisis políticos, recetas de cocina, etc. También se leían textos de filósofos, sociólogos, psicólogos y escritores, y se reproducían áreas de Ludwig van Beethoven (1770-1827) y rocks de la banda estadounidense Jefferson Airplane.
Tal como contó el propio Bifo en 2002 en “Alice è il diavolo. Storia di una radio sovversiva” (Alice es el diablo. Historia de una radio subversiva), “Radio Alice fue una de las primeras experiencias de empresa social, en la cual se crearon las condiciones para construir una audiencia, un mercado, si se quiere usar esta expresión. Ella constituyó el primer paso consciente hacia la formación de un proceso de organización autónoma del trabajo social”. No fue necesario que pasara mucho tiempo para que, en el contexto de las persecuciones contra militantes de la autonomía obrera implementadas por el gobierno demócrata cristiano encabezado por el corrupto Giovanni Leone (1908-2001), la emisora ​​fuera clausurada por los carabineros el 12 de marzo de 1977.
Tras ser arrestado, consiguió exiliarse en París, donde se vinculó con el filósofo Michel Foucault (1926-1984) y el psicoanalista Félix Guattari (1930-1992). También vivió un tiempo en Nueva York y San Francisco y, desde su regreso a Italia, desarrolló una prolífica obra crítica en la que estudió las transformaciones del trabajo y de la sociedad producidas por la globalización, especialmente en cuanto al rol de los medios de comunicación en las sociedades postindustriales, una tarea que inició con la fundación de la revista “A/Traverso” y continuó a lo largo de los años colaborando en las revistas “Chimeres” (París), “Semiotexte” (Nueva York), “Metropoli” (Roma), “Alfabeta2” (Milán) y “Derive Approdi” (Bolonia).


Berardi concedió una extensa video entrevista al periodista Jorge Fontevecchia, la cual se difundió en el programa de televisión “Periodismo Puro” el 28 de diciembre de 2024 y el 4 de enero de 2025. La primera parte de algunos fragmentos de ella se reproducen a continuación.

Usted dijo en una entrevista en el año 2019, antes de la llegada de la pandemia, “lo más preocupante hoy es la muerte del pensamiento crítico”. ¿Ve posible con la muerte del pensamiento crítico salvar al humanismo?

La muerte del pensamiento crítico no es un peligro, es algo a lo que ya asistimos. ¿Qué significa pensamiento crítico? Significa la capacidad del pensamiento humano de discriminar entre verdadero y falso, entre bueno y malo, en los enunciados que enfrentamos durante el discurso, durante la existencia. La aceleración extrema del flujo de información ha puesto la mente humana, no solo la mente en sentido psicológico sino también en un sentido neurológico, en una condición en que la discriminación secuencial entre bueno y malo, verdadero y falso, se ha hecho imposible. Este año, hace algunos días, el Oxford Dictionary ha decidido que la palabra más significante, más importante, más veces repetida del año pasado, es la expresión “brain rot”, que significa cerebro incapaz de funcionar. Parece que los jóvenes, los usuarios de los medios de comunicación han utilizado esta palabra un 230% más que el año pasado. Es decir, es una palabra muy popular. Los psiquiatras hablan de trastornos de la atención. No se trata de un trastorno de la atención, se trata del hecho muy sencillo de que la atención humana ha sido totalmente sobrecargada por una masa innumerable de información. Entonces el pensamiento crítico se queda como algo muy marginal. Algunos pueden seguir pensando críticamente, para la gran mayoría eso se ha vuelto imposible, el “brain rot” es la condición real de una humanidad que tiene y sigue siendo humana sólo en algunos aspectos, pero no lo es desde el punto de vista de la posibilidad de entender críticamente lo que pasa.

En su libro “Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad” ya usted hablaba de un presente en el que se desarrollaba la era de la impotencia caracterizada por el retorno del fascismo, la apoteosis de las políticas neoliberales, el imperio de las leyes financieras y la guerra civil global fragmentaria. Lo publicó en 2019, cuando todavía Rusia no había invadido Ucrania ni había ocurrido el 7 de octubre en Israel, con las consecuencias que trajo en toda la zona de Medio Oriente. ¿Qué reflexión hace sobre estos dos conflictos bélicos que están poniendo al mismo tiempo en jaque a Occidente?

Antes que nada, ¿qué significa impotencia? Eso es lo que tenemos que entender. Impotencia significa la incapacidad de determinar nuestro futuro, de determinarlo políticamente. La política ha sido, durante la era moderna, una técnica, un arte que nos ha permitido decidir de manera consciente, crítica, si quiere, y realizar transformaciones de manera consciente, voluntaria. La voluntad es la facultad cognitiva que nos permite decidir en la historia del mundo. Yo creo que la voluntad política se ha vuelto incapaz de decidir algo. Lo hemos descubierto paulatinamente en las últimas décadas, cuando los ciudadanos se han enfrentado con la fuerza imparable del poder financiero o del poder militar. Entonces, la impotencia política es algo muy claro en la percepción espontánea de la sociedad contemporánea. Todo eso nos dice mucho de lo que llamamos fascismo. ¿Es fascismo lo de Javier Milei, de Donald Trump, de Giorgia Meloni? No sé si es fascismo. Históricamente hablando, el fascismo fue un fenómeno de jóvenes. Fue un fenómeno esencialmente juvenil, de una población que al comienzo o a la mitad del siglo XX podía determinar cosas, expandirse. Los italianos que seguían a Mussolini querían expandirse, conquistar África para someter a las poblaciones civiles, civilizar, bla, bla, bla, bla, eso es el fascismo. Hoy, el fascismo del que hablamos es un fascismo de los impotentes. Sé que muchos jóvenes que votan para Milei o para Meloni son jóvenes que no tienen ningún futuro y lo saben. Son jóvenes que viven en condiciones de impotencia política y también, si puedo decirlo, de impotencia psíquica que se manifiesta, por ejemplo, a través de una epidemia de depresión. Entonces no es fascismo, es algo, si se puede, peor que el fascismo, porque sigue siendo violento y racista como fue el fascismo del siglo pasado, pero es una violencia que no puede lograr obtener sus objetivos. Es una impotencia que sigue reproduciendo las condiciones de la impotencia misma. Por eso, no creo que el siglo XX vaya a repetirse. No creo que abramos una resistencia antifascista que combatirá y ganará. No lo creo. Si queremos llamarlo fascismo, este fascismo de la impotencia va a producir una tragedia que ni podemos imaginar las dimensiones. El fascismo siempre produce tragedia. Pero ahora estamos al borde de una tragedia peor que la tragedia que ya hemos conocido.

Usted habla de “desertar”, la palabra desertar, desertar de las guerras, desertar del trabajo, desertar de la reproducción de la especie. Me gustaría que nos hablase un poco de esa idea o concepto de desertar de todo y cómo sería en el futuro si desertáramos de todo.

Usted insiste en la idea de que tenemos que pensar el futuro. ¿Por qué insistir en esta idea? No hay un futuro humano, no lo podemos imaginar de ninguna manera. Empezamos con el colapso climático. Ahora sabemos que el colapso climático no pertenece al campo de las decisiones políticas. Las bromas sobre el “green deal”, mentiras. La guerra es el futuro, no el “green deal”. Entonces, si el futuro es la guerra, ¿qué podemos hacer? Antes que nada, tenemos que hacer como hacen miles y miles de jóvenes rusos y de jóvenes ucranianos, escapamos. Cuando hay guerra, cuando te imponen matar o ser matado, hay una sola elección ética, esta elección es escapar. Desertar. Pero el problema es que la deserción hoy no es una elección solo militar. La misma elección tenemos que hacer cuando pensamos el futuro. Cómo generar hoy significa generar víctimas. Víctimas del cambio climático, antes que nada, de un mundo de sofocamiento, invivible. Significa generar las víctimas de una guerra que se va generalizando y que se acerca cada día a la guerra nuclear. En Europa, la palabra guerra nuclear parecía una cosa muy lejana, hoy sabemos que la solución nuclear es muy probable a la frontera oriental. ¿Por qué generar las víctimas de la infelicidad? Seguramente de la infelicidad. Lo digo también cuando me doy cuenta de que en la Franja de Gaza hay niños recién nacidos que mueren. Esta noche ha muerto una niña de tres semanas. ¿Se puede generar una niña en un lugar que parece Auschwitz? Me doy cuenta de que estoy diciendo cosas horribles, porque no tengo el derecho de discutir las elecciones de una pareja de palestinos. No es mi derecho. Pero no puedo impedir pensar cómo se puede generar una niña en estas condiciones. ¿Coraje? No. No es un signo de coraje. Es un signo de violencia al final. Bueno, las mujeres de todo el mundo están decidiendo de manera consciente o inconsciente, cada vez más, generar víctimas. No es bueno generar personas que serán seguramente infelices, no es bueno. Esa es la decepción sobre la cual pienso.

Usted habla del futuro como una categoría cultural. ¿Cuál es la relación de la idea del futuro con la cultura? La idea del futuro, por ejemplo, impuesta por Silicon Valley con esas ideas de colonizar Marte.

Qué significa que el futuro es una categoría cultural. Significa que, claro, desde un punto de vista físico el futuro no puede terminar, no hay un fin del futuro como dimensión física. Pero cuando en la modernidad hemos pensado el concepto de futuro, hemos pensado en un proceso más o menos lineal de progreso, de mejora de las condiciones económicas, sociales, etcétera, esto ha sido eficaz, verdadero. En los últimos dos siglos las condiciones de vida de la población occidental, y en cierta medida también de las poblaciones del mundo han mejorado. Pero sabemos muy bien que esta mejora se paró, se ha parado a partir de los años ‘60, ‘70, ‘80 del siglo pasado. Por qué se ha parado esta posibilidad de expansión que está vinculada al concepto de futuro, porque es un discurso complicado. Hay una responsabilidad del neoliberalismo en esto, yo creo que sí, pero no es suficiente hablar de la forma económica o política para entender el hecho de que un planeta limitado no puede vivir un crecimiento sin límites. Eso lo decía el Club de Roma en 1970 en su reporte sobre los límites del crecimiento, la idea de un crecimiento infinito es una idea falsa. Ahora lo sabemos. El crecimiento que pretende ser infinito ha producido una condición de catástrofe ambiental, climática, de catástrofe económica y social, pero sobre todo de catástrofe psíquica. Lo que estamos viviendo hoy. Entonces, ¿el futuro se acabó? No lo sé. Está Elon Musk, que nos permitirá continuar el futuro más allá del fin del género humano. Porque las cosas que estamos descubriendo es que dos fenómenos se verifican, dos procesos se están verificando al mismo tiempo. De un lado, la sociedad humana entra en una condición de caos creciente, de creciente devastación ambiental, psíquica y geopolítica. Pero, del otro lado seguimos creando tecnologías que nos permiten reemplazar el humano a través de máquinas. Es una manera paradójica y perversa de realizar lo que Karl Marx ha previsto en Fragmentos sobre las máquinas, donde dice, las máquinas harán lo que los hombres han hecho, trabajar, y los hombres serán libres, serán poetas, pescadores, etcétera, etcétera. Era una ilusión, porque lo que hoy estamos constatando es que de un lado los hombres se vuelven incapaces de vivir, de pensar, de ser hombres. Pero del otro lado, está la máquina automática, el autómata y el caos. La perspectiva me parece definirse a través de estas dos figuras que no están integrándose como pensaba Marx. Están reemplazando la una a la otra, el autómata está reemplazando al humano que entra en una dimensión de caos mortal.

Usted dijo textualmente: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. ¿Es lo contrario al fin de la historia de Fukuyama?

Antes que nada, esta frase no es mía, es de Slavoj Zizek, me parece, pero no lo sé. Estoy de acuerdo, sí. Sabemos que el fin del mundo es perfectamente imaginable. Diría que mucho más que imaginable, es muy realista, muy probable. El fin del capitalismo ha desaparecido en un pasado de posibilidades perdidas. Pero significa fin del mundo, naturalmente. Es una expresión fuerte, muy fuerte. Hay un antropólogo italiano que se llama Ernesto de Martino, que escribió un libro titulado “El fin del mundo” en el año 1977. Mi visión, en mi cabeza, es el año en que descubrimos esta posibilidad de un fracaso del futuro humano mismo. De Martino, en su libro sobre el fin del mundo, dice que el fin del mundo es una experiencia que los hombres ya han hecho muchas veces. Los indígenas del mundo precolombino han conocido el fin del mundo. Los indígenas de Norteamérica han conocido el fin del mundo. Porque el mundo no es un planeta. El mundo es un ambiente de valores compartidos, de experiencias, de expectativas compartidas, de imaginaciones compartidas. Todo eso está desapareciendo claramente. La imaginación que se está formando es la imaginación de la mente que está atravesando la experiencia de una mutación cognitiva profunda. La mutación cognitiva es el tema fundamental para entender lo que estamos pasando. ¿Qué es la mutación cognitiva? Es el hecho de que durante un millón de años los humanos han aprendido las palabras por la voz de su madre, hoy hay una generación que ha aprendido más palabras por una máquina que por la voz de un ser humano. Mutación cognitiva es la hiperaceleración de la circulación informacional, que no es solo información, es una esfera de estimulaciones infoneurales. Cuando el cerebro puede conocer los signos de manera secuencial, podemos decir “conocimos”. Cuando el cerebro está expuesto a una velocidad infinita del ambiente infoneural, algo muy profundo se verifica en la mente. La mente no puede estar en condiciones de controlar emotiva y cognitivamente su entorno. La mente está sumergida en esta aceleración y por esta inflación semiótica. Por todo eso, el fin del mundo es aquí, ya lo estamos viviendo. Puede ser que la bomba nuclear va a transformar el fin del mundo en algo más visible, pero a un nivel no totalmente visible pero parcialmente sí, el fin del mundo ya está aquí.