26 de mayo de 2023

Los pueblos originarios de América como sostén del "Primer Mundo" (y los contemporáneos también)

En un congreso organizado por el Centro de Estudios Avanzados de América Latina (CALAS), llevado adelante en la Universidad de Guadalajara, México, en abril de 2018, la académica de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, y doctorada en Sociología por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París Maristella Svampa (1961) explicó que, desde la llegada de los europeos y a lo largo de un proceso de colonización que se extendió por siglos hasta el momento presente, América Latina fue siempre vista por las grandes potencias como el reservorio de recursos naturales para ser explotados. Expoliación y extractivismo de sus recursos naturales, agregó, son dos de las constantes que como una aparente condena se han impuesto, mediante el imperio de la fuerza, sobre los territorios de América Latina.
El extractivismo, añadió luego, que durante la colonia se centró básicamente en la obtención de minerales como el oro y la plata, extendió sus fronteras bajo el modelo capitalista que hermanó a esa actividad con el concepto de desarrollo, apropiándose luego del caucho y del guano, hasta llegar al petróleo, al gas y al litio en nuestros días. Incluso destacó como paradójico, el hecho de que el avance de este modelo, no encontrara resistencias de parte de los gobiernos progresistas que gobernaron en la región en los años recientes. Para la doctora Svampa, el extractivismo extremo debe leerse relacionado con la emergencia de China como potencia económica por encima de los Estados Unidos, cuyas necesidades de crecimiento profundizan la reprimerización de la economía, esto es, un modelo de política económica que busca privilegiar el capital financiero.
En ese sentido, el sociólogo, catedrático y escritor argentino Atilio Borón (1943), doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard y profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, expresó en “Breve reflexión sobre la declinación estadounidense y sus probables consecuencias”, un artículo aparecido en la revista “Voces en el Fénix” en mayo de 2015, que “el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado del Atlántico Norte hacia el Asia Pacífico, y junto con él se ha producido un desplazamiento, si bien menos marcado, del centro de gravedad del poder político y militar mundial. Se reconfiguran alianzas y coaliciones que reemplazan, en parte, a Estados Unidos como líder global. Washington debe vérselas con rivales más numerosos y poderosos con China y Rusia a la cabeza de un listado cada vez más extenso de rebeldes. Las devastadoras consecuencias de la actual crisis civilizatoria del capitalismo y sus impactos sobre el medioambiente, la integración social y la estabilidad del orden político, todo ha contribuido a debilitar la primacía estadounidense”.


Y en su ensayo “América Latina en la geopolítica del imperialismo”, se explayó sobre los debates y las investigaciones concretas sobre temas tan cruciales como las nuevas formas de acumulación por despojo o desposesión y su relación con la contraofensiva extractivista lanzada al calor de la nueva crisis general del capitalismo; la megaminería y sus desastrosos impactos ambientales y sociales; las guerras del agua; la reinstalación del monocultivo, en especial el caso de la soja y, por supuesto, de los hidrocarburos. Y agregó que Estados Unidos ya no tenía el poderío que tuvo después de la Segunda Guerra Mundial, y que el avance sostenido del desarrollo económico y la tecnología en países como Rusia y China, han generado que hoy se esté produciendo una guerra comercial por la tecnología de punta debido a las políticas a largo plazo y las buenas relaciones comerciales que tienen con países claves en producción alrededor del globo.
Por su parte, el profesor de Sociología en la Universidad de Oregón y editor de la revista “Monthly Review” John Bellamy Foster (1953) enfatizó en "Late imperialism and the expropriation of the earth” (El imperialismo tardío y la expropiación de la tierra), un artículo publicado a mediados de 2022 en la revista “Science for the People”, volúmen 25, nº. 2, que la explotación de clase, el imperialismo, la guerra y la devastación ecológica no son, cada una por separado, meros accidentes de la historia, sino características intrínsecas e interrelacionadas del desarrollo capitalista. En el caso específico de América Latina, la era de la industrialización por sustitución de importaciones de los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que promovió la manufactura, “fue reemplazada por una nueva era de extracción acelerada de recursos y por una nueva dependencia de los productos primarios, incluidos tanto los agrícolas como combustibles y minerales”.
En el mismo artículo agregó: “La naturaleza del extractivismo se nos revela como un modo de dominación inscrito en la geografía, basado en la división jerárquica de unos territorios mineros al servicio de otros, concebidos como centros de destino y centros de realización. Por eso, el extractivismo no es sólo esa economía de rapiña que se practica en las zonas coloniales y neocoloniales, sino que es la práctica económico-política, cultural y militar, que une ambas zonas; el modo de relaciones que hace posible el crecimiento insustentable de una a costa de los subsidios ecológicos y la degradación biopolítica de la otra. En ese sentido, el extractivismo constituye una función geometabólica del capital: un efecto y una condición necesaria para la realización de la acumulación a escala global. El extractivismo, por lo tanto, es indisociable del capitalismo, así como este lo es de la organización neocolonial del mundo”.


Pero es necesario, para comprender esta situación, retrotraerse un par de siglos atrás cuando el economista y estadístico alemán Adolf Soetbeer (1814-1892) se dedicaba preferentemente al estudio de los problemas empíricos. Organizó un instituto de estadística en Hamburgo, cuyo boletín fue una de las primeras publicaciones periódicas dedicadas a las estadísticas, cotizaciones y mercados de Alemania. La reputación internacional de Soetbeer se debió a su profusa investigación estadística de la producción y utilización de metales preciosos después del descubrimiento de América, basada, en parte, en los datos que proporcionó Alexander von Humboldt (1769-1859). También Wilhelm Lexis (1837-1914), otro economista alemán que durante toda su vida mostró en sus trabajos una profunda desconfianza hacia la “economía pura” y la aplicación de modelos matemáticos supuestamente descriptivos sin relación con datos económicos reales, se ocupó del mismo tema.
Según constancias documentadas en Sevilla y Madrid, alrededor de 200 toneladas de oro y 17 mil toneladas de plata salieron desde tierras americanas hacia España entre 1530 y 1660. Según Soetbeer esto equivalió a 173 millones de ducados; según Lexis a unos 150 millones. Valuados a precios actuales, estas cifras rondarían los 28 mil millones de dólares. Otras estimaciones mensuran en unas 90 mil toneladas de plata fueron extraídas de las entrañas americanas en el lapso comprendido entre 1500 y 1800, y su valuación se elevaría a unos 120 mil millones de dólares actuales.


Para contar con una aproximación del formidable impacto que generó este envío de riquezas a territorio europeo, basta con tomar como referencia que la totalidad del oro existente para esa época en el “viejo mundo” se estimó en unos 1.000 millones de dólares y la plata en unos 1.500 millones de dólares actuales. Las cifras del saqueo, con seguridad, deberían elevarse notablemente si se considerasen la cantidad de navíos hundidos, que son numerosos, en las aguas del mar Caribe, en las costas chilenas y en la confluencia austral de los océanos Pacífico y Atlántico. Por otro lado, habría que considerar la carga secuestrada por piratas y corsarios que fueron a parar a otras potencias europeas.
El pillaje obtenido por el capitán Francis Drake (1543-1596), por ejemplo, puede ser considerado como la fuente y el origen de la inversión externa británica. Con él, la reina Isabel I de Inglaterra (Isabel Tudor, 1533-1603), pagó la totalidad de su deuda externa e invirtió una parte del remanente en la Compañía de Indias Orientales, cuyos beneficios representaron, durante los siglos XVII y XVIII, la base principal de la riqueza del imperio inglés. En España, por su parte, durante los reinados de Carlos I y Felipe II -Carlos de Habsburgo (1500-1558) y Felipe de Borbón (1527-1598) respectivamente-, se forjó un Imperio que no nació a raíz de las conquistas o del envío de soldados a otros territorios para ocuparlos, sino de la fuente continua de riquezas procedentes de las ricas minas de América. La mayor parte del oro y la plata que sustrajeron, sirvió para financiar las guerras de los monarcas, debidas a intereses dinásticos.
Vale la pena recordar un párrafo del “Diario de a bordo” que Cristóbal Colón (1451-1506) escribió durante su primer viaje a América realizado entre agosto de 1492 y marzo de 1493: “Yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos dellos traían un pedazuelo colgando en un agujero que tenían a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos dello, y tenía muy mucho… del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso”. Al respecto de estas andanzas, años después, más precisamente en 1776, el economista escocés Adam Smith (1723-1790) escribió en su ensayo “The wealth of nations” (La riqueza de las naciones) algunas opiniones.


“No encontrando en los países descubiertos -expresó el considerado precursor del capitalismo y del libre mercado como el sistema económico ideal-, tanto entre animales como entre vegetales, cosa grande que pudiese justificar una pintura digna de tan admirable descubrimiento, dirigió Colón su mirada hacia la parte mineral, y en la riqueza de este tercer reino del mundo se lisonjeó de haber hallado una completa compensación… Los pedacitos de oro puro con que sus habitantes adornaban sus vestiduras fueron causa bastante para que se representara la isla de Santo Domingo como una tierra abundante en oro. A consecuencia pues de las representaciones de Colón, determinaron los Reyes de Castilla tomar posesión de aquellos países, no dudando que sus habitantes no dificultarían en reconocerles por dueños, cuando, por otra parte, se hallaban incapaces de defenderse”.
Ciertamente los colonizadores  de aquella época contribuyeron mucho en el campo de la agricultura al traer cultivos como el arroz, la caña de azúcar, la cebada, el olivo, tabaco, el trigo y la vid. También introdujeron una nueva forma de vestimenta y una nueva religión. La colonización de América Latina, sin embargo, afectó también a los sectores culturales: la memoria histórica fue objeto de manipulación, fuego, robo y censura. El proceso fue lento y sistemático, feroz e implacable: hoy se conoce que el 60% de toda la memoria escrita de la región desapareció. Más de 500 lenguas se extinguieron para siempre. Y no sólo eso. Los colonizadores navegaron el Atlántico llevando consigo epidemias como la gripe, la peste bubónica, el sarampión y la viruela, enfermedades todas ellas que ocasionaron consecuencias devastadoras para las poblaciones indígenas.
Hoy en día, resulta más que evidente que los imperios europeos encontraron en América importantes riquezas naturales, las cuales fueron saqueadas profusamente, primero por España, Francia, Portugal e Inglaterra, más tarde por Estados Unidos y, en la actualidad, por los grandes monopolios transnacionales cuyo principal objetivo es preservar la dominación imperialista sobre los recursos naturales de Latinoamérica, algo que hoy se da principalmente con el litio, un mineral del que la región, principalmente Argentina, Bolivia y Chile, posee el 61% de las reservas mundiales, por lo que algunos analistas ya pronostican futuras guerras entre los grandes oligopolios como en su momento ocurrió con el petróleo en varios países de la región. La extracción indiscriminada de estos recursos constituye, sin duda alguna, una puerta abierta a la colonización con el aval de los gobiernos de turno, ya sean progresistas, desarrollistas, populistas o abiertamente nepotistas.


A partir del siglo XVI, Latinoamérica, que subsidió a las grandes potencias por turnos con la complicidad de clases dirigentes dóciles y corrompidas, ha sido una vasta fábrica de pobreza y de hambre: entre 1600 y 1800 sólo un 2% de la población poseía la riqueza; en la actualidad hay 660 millones de habitantes, de los cuales 230 millones son pobres y 90 millones son indigentes. Cada año mueren algo más 130.000 niños de hambre y hay un 80% de pobreza en los sectores indígenas según datos proporcionados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Los pueblos de la América Latina habitan un territorio que guarda en sus entrañas, con respecto a las reservas mundiales, el 39% del cobre, el 32% del níquel, el 32% de la plata, el 27 % del carbón, el 25% del estaño, el 24% del petróleo, el 23% del zinc, el 18% de la bauxita, el 15% del hierro, el 15% del plomo, el 11% del oro, el 8% del gas y el 5% del uranio además del ya mencionado litio.
Todas estas riquezas constituyen un gran tesoro para los intereses de los grandes consorcios internacionales, el gran capital imperialista y sus aliados. Hoy por hoy, los regímenes democráticos no son más que una formalidad en los cuales la expresión “sálvese quien pueda” es moneda corriente y abre las puertas a toda clase de comportamientos aberrantes. Las luchas por una auténtica democracia en América Latina, es decir, la conquista de la igualdad, la libertad y la participación ciudadana, es estéril ante el despotismo del capital. Jamás hubo una oportunidad tan prolongada y tan rica para el hombre de negocios y el especulador. En todos estos años de conquista y saqueo, nació el capitalismo moderno. Por eso es bueno recordar aquella sentencia del dramaturgo y poeta alemán Berthold Brecht (1898-1956): “No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar”.

16 de mayo de 2023

Cuentos selectos (XXIX). Angélica Gorodischer: "Cruz"

La galardonada escritora Angélica Gorodischer (1928-2022) es reconocida como una de las más grandes escritoras argentinas. Pionera en el género de ciencia ficción, criada en un hogar rodeada de libros, a los que consideraba sus primeros juguetes, desde pequeña sintió una gran afición por la literatura, comenzó a leer desde muy chica y a escribir sus primeros cuentos antes de acabar la escuela primaria. Con un lenguaje coloquial, priorizó en sus relatos el protagonismo de las mujeres, mostrando una mirada feminista del mundo y resaltando el papel de la mujer en la historia de la humanidad. Contó alguna vez que en su infancia siempre prefirió los libros más que las muñecas, y en su adolescencia leía con ahínco a Victoria Ocampo (1890-1979), fundadora de las emblemáticas revista y editorial “Sur”, y a su hermana Silvina Ocampo (1903-1993), a quienes consideraba sus escritoras favoritas.
Nacida en Buenos Aires, vivió desde los siete años en Rosario. Allí estudió en la Escuela Normal de Profesoras y luego en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral, carrera que abandonó para dedicarse a su familia y a escribir narrativa mientras trabajaba de bibliotecaria en una editorial médica. En 1965 publicó su primer libro, “Cuentos con soldados”, al que seguirían los tomos de cuentos y relatos “Las pelucas”, “Técnicas de supervivencia”, “Como triunfar en la vida”, “Querido amigo”, “Otras vidas” y “Las nenas”; y las novelas “Opus dos”, “Fábula de la virgen y el bombero”, “La noche del inocente”, “Tumba de jaguares”, “Las señoras de la calle Brenner”, “La cámara oscura” y “Tirabuzón”, por citar sólo algunas de sus más cuarenta obras, muchas de ellas traducidas a varios idiomas.
El reconocimiento internacional le llegó cuando en 2003 se publicó en Estados Unidos su libro de relatos “Kalpa imperial” bajo el título “The greatest empire that never was”, traducido nada menos que por Ursula K. Le Guin (1929-2018) la autora estadounidense célebre por sus obras de literatura fantástica y ciencia ficción, escritora con la que Angélica Gorodischer declaró en una entrevista sentirse hermanada, lo mismo que con Virginia Woolf (1882-1941), Armonía Somers (1914-1994) y Clarice Lispector (1920-1977). La escritora polifacética que ha incursionado tanto en la narrativa fantástica como en el género policial sostenía que en todas partes, cuando caminaba por las calles, encontraba un cuento y que el “había una vez” era fundamental ya que “la gente quiere un techo sobre sus cabezas, abrigarse en invierno, ir a la playa en verano, ir los sábados al cine, tener para comer y que le cuenten un cuento. Todo es un gran cuento”. “Cruz”, el relato que se reproduce a continuación, forma parte de su última obra: “Coro”, publicada en 2017. En él hace gala de un
léxico inusual y una compleja sintaxis.

CRUZ

El odio no tiene límites; como el universo, según dice el enano Acosta Cara de Langosta cuando nos da geografía y se pone poético el muy idiota, no tiene límites; no, no tiene límites. El odio digo. El universo tampoco y además no tiene extremos ni centro ni espesor ni medida ni nada y una se pregunta entonces cómo es que es. El universo, digo. Pero si piensa en el odio ya está, ya sabe. Que es lo que nos pasa con la perra. Hacemos mal en decirle perra, les digo a las chicas. Digámosle gata, les digo, porque las gatas son así, suaves, sedosas, cuidadosas, orgullosas pero disimulando para que parezca que son dulces inocentes criaturas del Señor, del Señor Dios que las hizo al mismo tiempo que al Maldito. Gata, eso. Pero no tuve éxito porque Marita ama a los gatos la estúpida, y la mamá tenía gatos y como se murió es como si fuera santa y estuviera en el cielo y todo lo que dijo fuera la verdad verdadera y sagrada, así que seguimos diciéndole perra. No importa, yo pienso en ella como gata y cuando habla le oigo que maúlla aunque habla poco, menos mal para no tener que oírla pero eso sí, las profes y las celadoras dicen miren qué monada es tan buena alumna y tan discreta, andá, gata de porquería que te hacés la buenita pero sos lo peor de lo peor y yo te odio así nomás sin límites y no soy la única. Claro que no, si cuando nos juntamos en el recreo o en la merienda y ella pasa ah sí porque siempre pasa y se hace la que no nos ve pero yo sé que lo que quiere es que la invitemos a estar con nosotras y no señor, no, claro que no, ahí es cuando pensamos y decimos no no con nosotras no que se junte con esas otras idiotas como ella que le chupan las medias y la bombacha para parecer que son una monada, bah, una monada como ella, pero nosotras la del grupo no, claro que no, no queremos saber nada con ella y nos gustaría ahorcarla pero yo les dije miren que si le hacemos algo nos llevan presas al reformatorio en donde te ponen sola en una celda sin ventanas y a la noche te mojan con una manguera de agua helada y no te dan de comer para que te pongas tuberculosa y te mueras así que no le hacemos nada y algunas hasta le sonríen pero yo no, eso sí que no. Yo la quiero matar y pisotearle el cadáver para que ni siquiera la reconozcan y quebrarle los huesos y tirar los restos por el incinerador pero no se lo digo a nadie vaya a saber si en una de esas se cumplen mis deseos y alguna otra la mata y me echan la culpa a mí. Eso, hacerla bosta, sedosa, disimulosa, pavotosa me gustaría ponerla mormosa a golpes, qué se cree. Se cree que es linda y lo malo es que es linda, bueno, bah, es linda si te gustan las rubias blanquecinas llenas de rulos y de mejillas y de sonrisas y orejas chiquitas que casi ni se ven y las manitos de muñeca, andá, gata asquerosa, siempre levantando la mano ah ella sabe todo se estudió la lección y la sabe y va y la dice en el frente y la vieja de matemáticas dice muy bien pero muy bien y le pone diez, andá. Si te agarro te hago barro y no vas a poder aprender la lección nunca más y ninguna de esas viejas histéricas te va a decir muy bien pero que muy bien niña y te va a poner un diez. Un cero, eso, un cero bien redondo que te caiga encima y te apriete el cogote y no te deje respirar y te ahogues y te mueras con la lengua afuera y la cara de color violeta, eso es lo que me gusta pensar cuando ella se me cruza por la cabeza pero viene el cura que da religión y las que no quieren porque son ateas o judías se van del salón y el cura dice, nos dice a las que nos quedamos porque somos católicas, que hay que amar al prójimo y yo le pregunté quién es el prójimo y él se enojó pero trató de disimular y parece que el prójimo o la prójima viene a ser todo el mundo pero yo a ella tomá pa' vos cualquier día la voy a amar si la odio y la quiero matar. Dice el cura que hay que pensar en la cruz y amar como él nos amó (él va con mayúscula, así: Él) y murió por nosotros en la cruz. ¿Ve? Eso me parece bien. Yo la quiero hacer que se muera en la cruz. Eso. Claro que es difícil y más fácil es dejarla mormosa a golpes, una va y pega y pega y pega y le pega en donde le duele y le sigue pegando hasta que se muere. Eso es fácil. Lo de la cruz no; lo de la cruz es más difícil y para mí que se necesitan varias porque yo sola no voy a poder. Yo la agarro y la sujeto y las otras traen la cruz. Bueno, pero entonces hay que fabricar una cruz, ¿no?, porque una no puede ir a la ferretería o al almacén y pedir oiga don deme una cruz, así que unos días antes nos vamos al depósito que no nos dejan entrar pero siempre entramos igual y curioseamos. Y buscamos maderas que hay a montones porque las sacan de los bancos que se rompen o de los listones del piso del escenario en el salón de actos o de vaya a saber dónde pero la cosa es que hay. Lo malo es que no se puede con cualquier madera, ah no, tienen que ser maderos duros pesados iguales no de largo pero sí de forma, uno más corto que será donde se clavan las manos y otro más largo en donde se clavan los pies uno arriba del otro, así que habrá que ir con un metro que no sé de dónde vamos a sacar pero también puede ser que llevemos uno de esos centímetros que usan las madres cuando nos alargan la pollera y entonces medimos los maderos. Habrá que ver si en el depósito hay también herramientas, bueno, vamos a necesitar un martillo o dos y algo más, no se me ocurre qué, una tenaza podría ser pero no sé porque ya que pusimos los clavos no vamos a andar sacándolos, pero también es cierto que si nos equivocamos y los ponemos en mal lugar hay que sacarlos y volver a ponerlos en donde corresponde. Una lima no hace falta, me parece. Papel de lija tampoco. Tuercas y tornillos tampoco. Clavos sí, cómo no, clavos sí, grandes y con mucha punta para que entren sin que tengamos que hacer fuerza que en la carne no importa pero si tropezamos con un hueso el clavo tiene que ser puntudo y filoso, los clavos, muchos clavos. Hay que clavar la madera corta en la madera larga cerca del extremo de arriba en donde va la cabeza y tienen que quedar bien clavados porque si se desclavan es un desastre y ella se cae seguro. Clavamos bien, con muchos clavos y ponemos la madera derechita en el suelo y nos colgamos de la parte corta y si no se desclava está bien y ya podemos pensar en ir a buscarla. Yo creo que hay que dormirla con algún remedio de esos que los médicos les dan a las madres para que no se preocupen por la noche y puedan dormir, pero las chicas dicen que así no vale porque entonces no va a sentir nada. Ah cómo que no, digo yo, empezá a clavarle las manos en la parte corta de las maderas y vas a ver si no siente, vamos. De todas maneras, dicen las chicas, es peligroso, en una de esas se duerme como con anestesia y nos perdemos la mitad de la diversión. Bueno, les dije, pero entonces ustedes se ocupan, ¿eh?, de traerla y acostarla sobre la cruz y sostenerla y yo la clavo. Dijeron que sí, que está bien, que así sí. Teníamos que tener todo bien planeado así que cuando terminó la hora de actividades prácticas le pedimos a la gorda grasienta que está cada día más gorda y le cuesta moverse y sobre todo agacharse y por eso empujamos todo de a poco para que no sospeche y nos reímos bajito despacito cuando se agacha y hace ajjjj ajjj aia ajjjj y entonces después de un rato de ajjjjses alguna dice deje profe que yo le ayudo, le pedimos que nos dejara quedarnos en el salón porque teníamos que repasar matemáticas y claro que la gorda grasienta dijo que sí toda llena de sonrisas pensando que somos alumnas aplicadas y además a ella le hubiera gustado ser profesora de matemáticas pero Adeli dice que ni siquiera es profesora, que es maestra pero como el marido es diputado le hizo dar el puesto de profesora de actividades prácticas que total para enseñar eso no hace falta saber nada, y cuando la gorda grasienta se fue cerrando despacio la puerta para que no hiciera ruido y nos molestara, nos sentamos todas en círculo alrededor de cuatro mesas que pusimos juntas y pensamos todas juntas en cómo lo íbamos a hacer.
Nunca pensamos que nos iba a salir tan bien. Ni siquiera hubo que obligarla a entrar con nosotras al salón de química porque a Ciria se le ocurrió la gran idea y le dijo que íbamos a preparar un menjunje para ponerle en las bolsitas de té a la de biología y vino solita, solita vino, encantada de que la hubiéramos invitado al grupo. Ni siquiera nos enchastramos las manos con sangre porque yo las había prevenido y todas les pedimos los guantes de goma de esos que se usan en la cocina a nuestras madres o cocineras o quien fuera diciendo que íbamos a hacer un experimento con la de química para preparar un espantamosquitos y que uno de los líquidos que le íbamos a poner manchaba los dedos, así que teníamos como diez pares de guantes de goma. A la gata inmunda no, a ella no le dijimos lo de los guantes no fuera que se fuera a avivar. Pero qué, si ni se la soñó, Y después sujetarla no fue nada, si erarnos como diez. Y mientras la sujetaban yo la clavaba y me resultó fácil a pesar de tantos huesitos que hay en la mano, aunque con los pies fue más difícil porque tienen que ir uno encima del otro pero trabajé tranquila porque ya la asquerosa esa no gritaba. No gritaba ni lloraba ni se quejaba ni se sacaba diez porque no había lección y ya nunca iba a dar lecciones, tomá, eso te pasa por creerte que sos más que nosotras, tomá y tomá y las chicas tampoco gritaban ni decían nada y calladitas estaban muy calladitas y ahí fue cuando a mí me inundó una cosa que era como una luz pero espesa quiero decir que era luz con cuerpo que se podía tocar y me duró pocos segundos pero después cuando lo pensé me di cuenta de que me había durado mucho pero mucho como horas pero no, más que horas como si el mundo se hubiera salido de órbita y hubiera ido a rodar por otros universos que también tienen lo mismo que este y que también son infinitos y sin forma ni medida como el odio y que la de historia a la que le gustan esas cosas dice que eso se llama nirvana con ve corta porque yo una vez le pregunté, y ya que estaba y eso duraba mucho aunque a mí me parecía que era largo largo o al revés era que era largo y a mí me parecía corto de un instante y nada más, ya que estaba la pasé bien por un instante o por mucho más porque total el odio tampoco tiene medida ni forma ni centro ni nada pero una sabe cómo es que es y el odio me tocó y yo toqué la luz que era ella también como de madera pero lisita lisita y el odio inundó el universo y como los dos tienen la misma forma, encajaron uno en el otro y rodaron por el tiempo y todo se terminó enseguida eso dijeron las chicas ¡y yo que había pasado horas y horas sintiéndome nirvana y feliz tanto tanto!, pero dijeron ya está y ya estaba. Pusimos la cruz con ella clavada encima apoyada en la pared del fondo en la que no hay estantes con libros. Quedaba hermosa: era como un cuadro. Después limpiamos todo. Y con mucho cuidado porque ya sabíamos lo que nos iba a pasar si dejábamos una, una sola huella, un pelo, un rastro, algo por chiquito que fuera. Nada dejamos y nos fuimos.
No, no nos pasó nada. Salimos, nos fuimos por el segundo patio hasta la galería del primario y fuimos al kiosco y algunas compraron engrudo, otras hojas de dibujo y yo un lápiz Faber número tres porque me gustan blandos. Tampoco nos pasó nada a partir de ese día, nunca. Algunas, Elvide por ejemplo y Zoralia, habían dicho que en la vida nos íbamos a arrepentir y que íbamos a soñar con ella clavada ahí y que nos íbamos a volver locas de remordimientos. Pavadas. A mí nunca me pasó nada de eso y por lo que sé a las otras tampoco. Nunca les pregunté, nunca volví a decirles nada porque total aunque no habíamos jurado sobre la Biblia yo sabía que ellas tampoco iban a decirle nada a nadie y así fue. Sí, claro que hubo un lío bárbaro pero nosotras ya estábamos lejos cuando empezaron a buscarla; estábamos cada una en su casa, comiendo abrigaditas o yendo a acostarnos o rezando las oraciones de la noche o pidiéndoles a nuestros padres que nos leyeran un cuento antes de dormirnos. Y cuando se supo y salió en los diarios y se oyó por la radio y todo el mundo hablaba de eso y de un loco con delirios religiosos que la había raptado al salir de la escuela, las madres y los padres de todas nosotras se ocupaban de que no nos enteráramos de algo tan horrible y nosotras bien gracias, no nos enterábamos.
No, nunca se lo conté a nadie, ni al confesor ni al analista. No: es la primera vez.

5 de mayo de 2023

Las ilusiones de Italo Calvino

El escritor italiano Italo Calvino fue un maestro en el arte de meditar acerca de la angustiosa y apasionante condición humana. Un puñado de obras como “La giornata d'uno scrutatore” (La jornada de un interventor electoral, 1963), “Le cittá invisibili” (Las ciudades invisibles, 1972) o “Se una notte d'inverno un viaggiatore” (Si una noche de invierno un viajero, 1979) lo consolidaron como uno de los mayores talentos literarios europeos de la segunda mitad del siglo XX.
Calvino nació el 15 de octubre de 1923 en la localidad cubana de Santiago de las Vegas, donde sus padres -un agrónomo y una botánica- dirigían una estación experimental de agricultura. Dos años después la familia regresó a Italia, instalándose en San Remo. La influencia paterna lo empujó a matricularse en la Facultad de Agricultura de Turín, pero en 1943 fue llamado a alistarse en el servicio militar por la República Social Italiana. Calvino desertó y, con poco más de veinte años, se alistó en la Brigada Garibaldi para luchar con la Resistencia.
La decisión fue rápida y sencilla: el antifascismo formaba parte de la esencia de su propia familia: hasta su propia madre, encarcelada bajo el régimen fascista, lo animó a combatir como partisano. En 1944, el escritor ingresó en el Partido Comunista, en el que permaneció como afiliado crítico hasta 1957. La verdadera dedicación de Calvino, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, fue la literatura. Así, decidió abandonar los estudios de Agronomía para estudiar Letras, su vocación exacta, y doctorarse con una tesis sobre el novelista británico de origen polaco Joseph Conrad (1857-1924).
Dos años después, publicó su primer trabajo: “Campo di mine” (Campo minado), una colección de cuentos neorrealistas con los que ganó un concurso literario del periódico fundado en 1924 por el sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) “L'Unitá”, cuentos que prefiguraron su primera novela, “Il sentiero dei nidi di ragno” (El sendero de los nidos de araña) publicada en 1949.


Su primer empleo fue como vendedor de libros a domicilio para la editorial Einaudi. De la mano del influyente escritor Elio Vittorini (1908-1966) fue ascendiendo en el organigrama de la empresa hasta alcanzar la cúpula directiva. Gracias al tutelaje de su amigo y maestro Cesare Pavese (1908-1950), Calvino fue evolucionando hacia lo que él llamaba “la transfiguración fantástica”. De ahí surgieron los personajes inolvidables de la trilogía “I nostri antenati” (Nuestros antepasados), compuesta por “Il vizconte dimezzato” (El vizconde demediado, 1952), “Il barone rampante” (El barón rampante, 1957) e “Il cavalieri inesistente” (El caballero inexistente, 1959). Inteligencia, exactitud e ironía convirtieron a estas fábulas en grandes obras maestras.
Por entonces ya había publicado varios libros de cuentos, entre ellos “Último viene il corvo” (Por último, el cuervo, 1949), “La formica argentina” (La hormiga argentina, 1952), “Gli avanguardisti a Mentone” (Los vanguardistas en Menton, 1953), “Le'entrata in guerra” (Entramos en la guerra, 1954) y “Fiabe italiane” (Cuentos populares italianos, 1956). Luego, entre muchos otros, vendrían títulos como “La speculazione edilizia” (La especulación inmobiliaria, 1957), “La nuvola de smog” (La nube de smog, 1958), “La strada di San Giovanni” (El camino de San Giovanni, 1962), “Le cosmicomiche” (Las cosmicómicas, 1965), “Ti con zero” (Tiempo cero, 1967), “Il castelo dei destini incrociati” (El castillo de los destinos cruzados, 1969) y “Gli amori difficili” (Los amores difíciles, 1970), sinónimos todos ellos de literatura transformada en diversión, sabiduría y arte.


En 1980 publicó el ensayo “Una pietra sopra. Discorsi di letteratyra e società” (Punto y aparte. Ensayos sobre literatura y sociedad) y, cuatro años más tarde apareció con el título “Collezione di sabbia” (Colección de arena) una recopilación de escritos breves aparecidos en distintos medios de la prensa italiana. En dicha obra, que fue publicada en español con la traducción de Aurora Bernárdez (1920-2014), Calvino expresó: “Escribo a mano y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta. Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo”.
Y agregó: “Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir qué voy a escribir ese libro. Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero”.


El ensayista italiano Giorgio Bertone (1949-2016) escribió en “Italo Calvino, la letteratura, la scienza, la cittá” (Italo Calvino, la literatura, la ciencia, la ciudad), ensayo publicado en 1988: “No es extraño que Borges y Calvino tuvieran tantas afinidades electivas, tanta complicidad y tanta mutua admiración: como en el argentino, cada texto de Calvino duplica o multiplica el propio espacio a través de otros libros. El amor por las formas geométricas, el arte combinatorio de la matemática y las virtualidades de la ciencia impregnan buena parte de la obra de un autor para el que la literatura debía ser el mapa para entrar y salir del laberinto de la realidad”.
Calvino falleció en la madrugada del 19 de septiembre de 1985. Tuvo una muerte rápida: preparaba una serie de conferencias para la Universidad de Harvard en el jardín de su casa de Siena, cuando le sobrevino un derrame cerebral del que no logró salir con vida. Estaba obsesionado con esos textos, que debía leer a lo largo del curso 1985/86, dentro de un ciclo en el que le habían precedido autores como Thomas Stearns Eliot (1888-1965), Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), Edward E. Cummings (1894-1962), Octavio Paz (1914-1998), Cecil Day Lewis (1904-1972) y Jorge Luis Borges (1899-1986).


El escritor casi había terminado de dar forma a “Sei proposte per il prossimo millennio” (Seis propuestas para el próximo milenio), una serie de pequeños ensayos que él mismo había titulado de esa manera a lápiz en su cuaderno de trabajo, en inglés, porque en inglés pensaba leer las conferencias que escribió en italiano. Sólo faltaba la última propuesta, que trataría sobre “Bartleby, the scrivener” (Bartleby, el escribiente) de Herman Melville (1819-1891). La muerte quiso que las “Seis propuestas” se quedaran en cinco: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Calvino era, en efecto, un entusiasta de la exactitud: en la Universidad de Harvard pensaba referirse a su admirado Giacomo Leopardi (1798-1837) para ejemplificar esta propuesta.
Al día siguiente de su fallecimiento, Jorge Aulicino (1949), poeta y periodista argentino, escribió en el diario “Clarín”: “El hombre menudo de mirada piadosa que murió ayer a los 61 años en Siena era una de las figuras más importantes del renacimiento cultural italiano de posguerra. Fue uno de aquellos escritores que se pueden considerar francamente un resultado del proceso de autoconocimiento y ubicación en el mundo moderno iniciado pro Italia sobre las ruinas de la dramática equivocación del fascismo. Italo Calvino, quien pesa más por sus ficciones que por el aporte reflexivo en ese momento de grandes replanteos, era sin dudas un hombre de la sensatez y la racionalidad. Su obra debe considerarse parte del viento de aire puro que recibió la península en aquellos años, cuando decidió reconocerse y ganar un espacio en el universo de la posguerra”.


El periodista y escritor argentino Martín Caparrós (1957) grabó en diciembre de 2022 en “La oreja que lee”, la serie episódica de archivos multimedia digitales (podcast) del diario argentino “Infobae”, textos de la mencionada novela “Las ciudades invisibles”, una colección de descripciones de ciudades fantásticas que Calvino había publicado cincuenta años antes, obra a la cual definió como un libro delicioso, con un aire a Jorge Luis Borges. “Esto de los viajes perfectamente falsos, dice Caparrós, es una manera de demostrar taxativamente que la verdad no es importante para contar la verdad. Es decir: probablemente haya mucha más verdad en estos viajes falsos que en tantas crónicas de viaje que no hacen más que contar lo que supuestamente sucedió”.
Calvino organizó “Las ciudades invisibles” en varias series: “Le città e la memoria” (Las ciudades y la memoria), “Le città e il desiderio” (Las ciudades y el deseo), “Le città e i segni” (Las ciudades y los signos), “Le città sottili” (Las ciudades sutiles), “Le città e gli scambi” (Las ciudades y los intercambios), “Le città e gli occhi” (Las ciudades y los ojos), “Le città e il nome” (Las ciudades y el nombre), “Le città e i morti” (Las ciudades y los muertos), “Le città e il cielo” (Las ciudades y el cielo), “Le città continue” (Las ciudades continuas) y “Le città nascoste” (Las ciudades escondidas). A esta obra la consideró “un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades”. Al respecto, Caparrós añadió: “Me parece el libro más borgiano que Borges no escribió, pero es borgiano con un grado de lírica que Borges no se permitía”.


Por su parte, el filólogo y profesor de secundaria español Carlos Gumpert (1962), traductor de varios de sus libros, describió en el medio de comunicación digital español “elDiario.es” su meticulosidad estilística: “Con pocos escritores se tiene tanta conciencia de que cada palabra está colocada en su sitio por una razón específica, casi por necesidad. Tengo la convicción de que Calvino ha sido el mejor de los discípulos de Borges, una especie de versión corregida y aumentada del espíritu del gran autor argentino, al que supo añadir si acaso el rumor de fondo de su tiempo, que Borges prefería esquivar. Como todo buen discípulo, supo ser infiel a su maestro para ser él mismo”.
En la citada novela “La jornada de un interventor electoral”, Calvino supo decir: “En todas las cosas de la vida, para quien no es un necio, cuentan dos principios: no hacerse nunca demasiadas ilusiones y no dejar de creer que cualquier cosa que se haga puede ser útil”. Audaz en sus propuestas, Calvino también defendía la lectura de los clásicos. Así lo hizo en “Perché leggere i classici” (Por qué leer los clásicos), ensayo publicado póstumamente en 1991 en el que, entre muchos otros, analizó obras de autores como Balzac, Cervantes, Conrad, Dickens, Diderot, Flaubert, Hemingway, Homero, Kafka, Shakespeare, Stendhal, Tolstoi, Twain y, por supuesto, Borges. “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Cuánto más cree uno conocerlo, tanto más nuevos, inesperados e inéditos nos resultan”, sentenció. Tal vez nunca imaginó que él mismo se iba a convertir en uno de ellos.