12 de febrero de 2025

Filippo Marinetti: el futurismo, la guerra, el fascismo y el tango

El poeta y narrador italiano Aldo Palazzeschi (1885-1974) supo decir en 1914: “El Futurismo sólo podía nacer en Italia, país vuelto hacia el pasado de la manera más exclusiva y absoluta, y en el cual sólo tiene actualidad el pasado”. Estas palabras explican la aparición del extravagante e ingenioso Filippo Tommaso Marinetti y el movimiento futurista, aquel movimiento iniciador de las vanguardias europeas del siglo XX.
Marinetti nació en Alejandría, Egipto, el 22 de diciembre de 1876, segundo hijo de una familia italiana de ricos comerciantes. En 1899 se recibió de abogado en Genova, y a partir de 1902 publicó sus primeros libros en francés: “La conquéte des étoiles” (La conquista de las estrellas), “Gabriele D'Annunzio intime” (D'Annunzio íntimo), “La momie sanglante” (La momia sangrienta) y “La ville charnelle” (La ciudad carnal). En 1909 aparecieron, también en francés, los primeros textos futuristas: “Manifeste du futurisme” (Manifiesto del futurismo), “Tuons le clair de lune” (Matemos el claro de luna), “Poupées électriques” (Muñecas eléctricas) y “Mafarka le futuriste” (Mafarka el futurista).
En 1911 fue corresponsal de guerra en Libia y, a su regreso a Italia, organizó una exposición futurista viajera que recorrió diversas ciudades europeas. Partidario entusiasta de la participación italiana en la Primera Guerra Mundial, estuvo en sus campos de batalla y resultó herido en 1917. De ese período son sus obras en italiano “Guerra sola igiene del mondo” (La guerra única higiene del mundo) y “Come si seducono le donne” (Como se seduce a las mujeres).
El Futurismo fue un movimiento artístico que surgió en Italia mientras el Cubismo lo hacía en Francia. Se considera su fecha de nacimiento el 20 de febrero de 1909 cuando Marinetti publicó en el periódico parisiense “Le Figaro” el “Manifiesto Futurista”, proclamando el rechazo frontal al pasado y a la tradición, defendiendo un arte anti clasicista orientado hacia el futuro y que respondiese en sus formas expresivas al espíritu dinámico de la técnica moderna y de la sociedad masificada de las grandes ciudades. Postulando la exaltación de lo porvenir en abierta oposición a cualquier actitud de respeto y conservación del pasado, el Futurismo enaltecía la belleza de la velocidad, el peligro, el deporte, la guerra, la violencia, el militarismo, el patriotismo, el tecnicismo industrial, la adoración de la máquina y el desprecio a la mujer. Con este manojo de ideas “revolucionarias”, pretendió transformar no sólo al arte, sino también la vida entera del hombre.
Seguramente Marinetti no fue el inventor de las vanguardias, pero es innegable que se trata de su primer enunciador. Por esa razón se señala el día en que apareció el “Manifiesto Futurista” como el momento en que la vanguardia, como fenómeno característico de producción de arte en el siglo XX, nació de una manera explícita. La palabra “manifiesto”, que será infaltable en todo vanguardismo posterior, apunta al hecho de poner “de manifiesto” algo que antes sólo existió de forma larvada y potencial.
Textualmente escribió Marinetti en el “Manifiesto Futurista”: “Queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad. El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía. La literatura ha magnificado hasta hoy la inmovilidad del pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo. Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia. Queremos alabar al hombre que tiene el volante, cuya lanza ideal atraviesa la Tierra, lanzada ella misma por el circuito de su órbita”.


Luego añadió: “Hace falta que el poeta se prodigue con ardor, fausto y esplendor para aumentar el entusiástico fervor de los elementos primordiales. No hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra de arte sin carácter agresivo puede ser considerada una obra maestra. La poesía ha de ser concebida como un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para reducirlas a postrarse delante del hombre. ¡Estamos sobre el promontorio más elevado de los siglos! ¿Por qué deberíamos protegernos si pretendemos derribar las misteriosas puertas del Imposible? El Tiempo y el Espacio morirán mañana. Vivimos ya en lo absoluto porque ya hemos creamos la eterna velocidad omnipresente”.
Y agregó más adelante: “Queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas para las cuales se muere y el desprecio de la mujer. Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias variadas y combatir el moralismo, el feminismo y todas las demás cobardías oportunistas y utilitarias. Cantaremos a las grandes multitudes que el trabajo agita, por el placer o por la revuelta: cantaremos a las mareas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos al febril fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones ávidas devoradoras de serpientes que humean, en las fábricas colgadas en las nubes por los hilos de sus humaredas; en los puentes parecidos a gimnastas gigantes que salvan los ríos brillando al sol como cuchillos centelleantes; en los barcos de vapor aventureros que huelen el horizonte, en las locomotoras de pecho ancho que pisan los raíles como enormes caballos de acero embridados de tubos y al vuelo resbaladizo de los aviones cuya hélice cruje al viento como una bandera y parece que aplauda como una loca demasiado entusiasta”.
Y concluyó: “Es desde Italia donde lanzaremos al mundo este manifiesto nuestro de violencia atropelladora e incendiaria, con el cual fundamos hoy el ‘futurismo’, porque queremos liberar este país de su fétida gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios. Ya durante demasiado tiempo Italia ha sido un mercado de antiguallas. Nosotros queremos liberarla de los innumerables museos que la cubren toda de cementerios innumerables”.
“Es cierto que algunos elementos del futurismo estaban anunciados ya en elaboraciones más antiguas -aseveró el abogado y escritor argentino Blas Matamoro (1942) en 'La revolución futurista', un artículo de 1976-. En primer término, en las dificultosas profecías poéticas de Mallarmé, estudiado, traducido y censurado por Marinetti. Luego, en la propia Italia, a través de la 'estética de la máquina' propuesta por Mario Morasso, el verso libre defendido por Gian Pietro Lucini y la tarea precursora de la revista 'Leonardo', dirigida por Papini y Prezzolini entre 1903 y 1907. Pero es en la fecha antes citada que la vanguardia llena su partida de nacimiento”.
Si se piensa que el surgimiento histórico de las vanguardias se produce en la década de 1910 y extiende su acción de ruptura hasta 1930, se advierte que el mismo coincide con la culminación del ciclo capitalista signado por la proliferación de los monopolios y la máxima extensión de los imperios coloniales. “La gran concentración de materias primas en las metrópolis imperiales alimenta a la gran industria -continuó Matamoro-, que progresa con una velocidad antes desconocida. Se produce así, un marcado desfasaje entre el estado evolutivo de las artes, vinculado a los modelos clásicos, y la actualidad tecnológica. En esencia, lo que propone la vanguardia es una armonía entre arte y técnicas industriales, de manera que aquél no aparezca como el resto anacrónico de un pasado definitivamente cerrado”.
Para los futuristas, las artes debían romper con las bibliotecas, las academias, los museos y las ciudades históricas turísticamente conservadas. La literatura, por ejemplo, debía asimilar al psicoanálisis, la pintura al cine y la arquitectura al cemento, el acero y el cristal. Con “Parole in libertà” (Palabras en libertad), un manifiesto de la literatura futurista, Marinetti propuso la abolición de la sintaxis, de la puntuación, de los adjetivos y de los adverbios. En sucesivos manifiestos, también arremetió contra la pintura, la música, la escultura y el teatro. Y como broche oro, en 1925 redactó y publicó el manifiesto que le faltaba: “Manifesto degli intellettuale fascisti” (Manifiesto del intelectual fascista).
Marinetti había ingresado en 1919 en el grupo “Fasci di combattimento”, germen del futuro Partido Nacional Fascista, del que no se cansó de aclamar que era la extensión natural del Futurismo, sobre todo en su libro “Futurismo e fascismo” (Futurismo y fascismo) de 1924, y llegó a ser miembro de la Academia de Italia, fundada por los fascistas, a la vez que era designado poeta oficial del régimen de Benito Mussolini (1883-1945).


En 1926, el caudillo futurista realizó una gira de propaganda con su mujer -la pintora Benedetta Cappa (1897-1977)- por Argentina y Brasil. En la Argentina conoció al tango del que -en otro manifiesto, cuando no- denunció su “veneno reblandeciente”. Textualmente dijo Marinetti: “Este balanceo epidémico se difunde poco a poco en el mundo entero y amenaza pudrir a todas las razas, gelatinizándolas. Por eso nos vemos, una vez más, constreñidos a chocar contra la imbecilidad de la moda y a desviar la corriente ovina del snobismo... Deseos y espasmos mecanizados en los huesos y en los fracs que no pueden manifestar su sensibilidad... Parejas-moluscos, felinidad salvaje de la raza argentina, estúpidamente domesticada, drogada y empolvada... Poseer una mujer no es apretarse contra ella, sino penetrarla... ¿Una rodilla entre los muslos? Vamos, hacen falta dos... ¿Les parece muy divertido mirarse la boca, el uno al otro como dos dentistas alucinados?... ¿Apretarse? ¿Caer a plomo?... ¿Les parece muy divertido enarcarse desesperadamente el uno sobre el otro para descorchar la botella del espasmo, sin llegar nunca a él?... Cuentagotas del amor. Miniatura de las angustias sexuales. Almíbar del deseo. Lujuria al aire libre. Manos y pies de alcohólicos. Mímica del coito para el cine. Vals masturbado ¡puaj! ¡Abajo la diplomacia de la piel! ¡Viva la brutalidad de una posesión violenta y la bella furia de una danza muscular exaltante y fortificante!... Tango, tango a la deriva hasta el vómito. Tango, lentos y pacientes funerales del sexo muerto. Oh, no, ciertamente, no se trata de religión, de moral ni de pudor. Estas tres palabras, para nosotros, no tienen sentido. Nosotros gritamos ¡Abajo el tango en nombre de la Salud, de la Fuerza, de la Voluntad y de la Virilidad!”.
Sobre la visita de Marinetti a la Argentina, según contó el escritor y periodista argentino Roberto Alifano (1943) en un artículo aparecido en septiembre de 2019 en el diario español “El Imparcial”, cuando hacia principios de mayo de 1926 llegó a Buenos Aires la noticia de que llegaría al país, tras pasar por Río de Janeiro en el marco de una gira por Sudamérica para supuestamente difundir los principios del futurismo, se generó una sensación de incertidumbre y cierto espíritu de confrontación, ya que ni los escritores ni la prensa sabían bien si el que llegaría a Buenos Aires era el poeta futurista o el agitador fascista.
“Sin embargo -narró Alifano-, un mes antes de su arribo el propio Marinetti se encargó de aclararlo en una carta enviada al diario ‘La Nación’ y publicada con fecha 19 de junio de 1926. ‘No lo niego ni tengo por qué ocultarlo. A mi llegada a Buenos Aires -escribió Marinetti-, algunos diarios me presentaron bajo el aspecto de un hombre político enmascarado de poeta futurista, venido a América para enseñar el fascismo. Y en verdad soy un fascista sin carnet, amigo de Benito Mussolini y orgulloso de haber colaborado en la grandeza de la Italia de hoy. No tengo ningún encargo gubernamental y no hago política. Vivo como poeta futurista. Les aclaro, por lo tanto, que soy poeta esencialmente y al que recibirán será a este y no al político”.
Tres meses más tarde, cuando se concretó la visita, Marinetti tuvo un encuentro con los fundadores de la revista literaria “Martín Fierro”, por entonces el medio periodístico más representativo de la cultura hispanoamérica con una tirada de más de 20.000 ejemplares. En dicha reunión estuvieron Evar Méndez (1885-1955), Oliverio Girondo (1891-1967), Pablo Rojas Paz (1896-1956) y Ernesto Palacio (1900-1979), y también varios destacados colaboradores de la revista, entre ellos Macedonio Fernández (1874-1952), Oliverio Girondo (1891-1967), Jorge Luis Borges (1899-1986) y Carlos Mastronardi (1901-1976). Según escribió Alifano en el citado artículo, en una conversación que tuvo tiempo después en el café “Tortoni” con Borges y Mastronardi, ambos le contaron que el escritor italiano había pasado “momentos bastantes desagradables”, que se le había criticado “duro y sin piedad” y que se había ido “jurando no volver”.


No obstante, Marinetti regresaría a América del Sur en agosto de 1936 para participar en el XIV Congreso Internacional del PEN Club argentino que se realizó entre el 5 y el 15 de septiembre. Esta vez lo hizo acompañado por sus coterráneos escritores Mario Puccini (1887-1957) y Giuseppe Ungaretti (1888-1970). A la reunión internacional de “Poetas, Ensayistas y Novelistas” (PEN), que fue convocada por su presidente Carlos Ibarguren (1877-1956) y su vicepresidenta Victoria
  Ocampo (1890-1979), asistieron escritores procedentes de Europa, Asia y América, entre ellos el austríaco Stefan Zweig (1881-1942), el alemán Emil Ludwig (1881-1948), el francés Jacques Maritain (1882-1973), el español José Ortega y Gasset (1883-1955), el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), el polaco Jan Parandowski (1895-1978), el belga Henri Michaux (1899-1984) y la india Sophia Wadia (1901-1986). A lo largo de las sesiones hubo numerosas discusiones y enfrentamientos, y Marinetti volvió a pasarla mal tras defender la “libertad de expresión” que se vivía en la Italia del Duce y resaltar su postura belicista en contra de los principios pacifistas de la gran mayoría de los participantes.
Marinetti era ateo, pero a mediados de la década de 1930 aceptó la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad italiana. El 21 de junio de 1931, en el periódico “Gazzetta del Popolo” proclamó que “Solo los artistas futuristas son capaces de expresar claramente los dogmas simultáneos de la fe católica, como la Santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción y el Calvario de Cristo”. También se hizo presente -aunque fugazmente- en la aventura bélica de Etiopía en 1935 y renovó su higiénico amor por la guerra. Además, siguió escribiendo panfletos del tipo “La cucina futurista” (La cocina futurista) en el que proponía hacer una revolución a partir del cambio de los ingredientes gastronómicos y las maneras de comer; “Patriottismo insetticida” (Patriotismo insecticida), un ejemplo de la novela de síntesis, el nuevo género literario de su invención, y el ensayo autobiográfico “Una sensibilitá italiana nata in Egitto” (Una sensibilidad italiana nacida en Egipto).
Poco más adelante, cuando en noviembre de 1938 Mussolini anunció en el Ayuntamiento de Piazza Unità d'Italia de Trieste la puesta en vigencia de las “Leggi razziali” (Leyes raciales), un conjunto de medidas que discriminaba a los judíos italianos -tal como había hecho Adolf Hitler (1889-1945) en septiembre de 1935 al proclamar las “Nürnberger gesetze” (Leyes de Núremberg) contra los judíos alemanes-, Marinetti publicó en la edición del 11 de enero de 1939 de la revista “Futurist, Artecrazia” un artículo en el cual señaló que el futurismo era italiano y nacionalista, no extranjero, y aseguró que no había judíos en el futurismo.
Tras participar en la guerra ítalo-etíope de mediados de la década del ‘30, en 1942 se ofreció como voluntario de una fuerza expedicionaria italiana en el frente ruso, donde fue herido en Stalingrado. Siguió sirviendo en el Frente Oriental durante algunas semanas en el verano y el otoño de 1942. Luego, durante la “Resistenza partigiana” (Resistencia partisana), el movimiento armado surgido en 1943 de oposición al fascismo y a la invasión de Italia por los nazis, el éxito y el protagonismo de Marinetti decayeron casi totalmente. Finalmente murió prácticamente olvidado el 2 de diciembre de 1944 en Bellagio, Lombardía, al norte de Italia, víctima de un ataque cardíaco. Unos meses más tarde, el 28 de abril de 1945, su admirado Mussolini moría fusilado por un grupo de partisanos en la pequeña localidad de Villa Belmonte cuando intentaba huir a Suiza.

10 de febrero de 2025

La guía de estilo del "Kansas City Star" y su influencia en Ernest Hemingway

El diario “Kansas City Star” fue fundado el 18 de septiembre de 1880 por William Rockhill Nelson (1841-1915) y Samuel Edwards Morss (1852-1903). Al momento de su aparición, ya circulaban en Kansas otros tres diarios: el “Kansas City Evening Mail”, el “Kansas City Times” y el “Kansas City Journal”, con los que el nuevo diario empezó a competir. La estrategia de sus propietarios consistió en lograr suscriptores a un precio muy barato prometiéndoles un diario absolutamente independiente en la política, tratando las noticias con imparcialidad e intrepidez. El éxito no hizo esperar. En los años siguientes Nelson y Morss compraron el “Evening Mail” en 1882 y el “Times” en 1901; y en octubre de 1903, al morir Morss, Nelson se hizo cargo del “Star” hasta su muerte acaecida en 1915.
Así como en 1902 -durante dos semanas- trabajó envolviendo periódicos el futuro presidente y responsable de los genocidas bombardeos atómicos de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial, Harry S. Truman (1884-1972), en octubre de 1917 ingresó un nuevo redactor que ganaba 60 dólares por mes y vestía una camisa a cuadros negros y rojos: Ernest Hemingway (1899-1961). Lo hizo de la mano de un amigo de su familia, Henry Haskell (1874-1952), miembro del Consejo de Dirección del diario.
Tras un período de prueba, se lo destinó a la sección de “Sucesos” y así, el joven reportero de noticias trabajó fuera de la oficina la mayor parte del tiempo. Fue a los juzgados, al departamento de policía y a los hospitales, y callejeando en busca de la noticia sensacional, la consiguió cuando presenció un incendio en un edificio de departamentos. La crónica del hecho que escribió resultó tan buena que la publicaron en la primera plana. A partir de allí se convirtió en reportero estrella hasta abril de 1918, cuando viajó a Italia y se alistó en la Cruz Roja Internacional como conductor de ambulancias durante la Primera Guerra Mundial. Lo hizo hasta julio de ese año cuando fue gravemente herido en las piernas por las esquirlas de un mortero austríaco por lo que tuvo que ser operado varias veces en un hospital de Milán, una experiencia que le sirvió de base para su novela “A farewell to arms” (Adiós a las armas) que publicaría en 1929.


El paso por el “Kansas City Star” significó para Hemingway un cambio importante en su estilo de escritura, algo que lo llevó a convertirse en uno de los más famosos escritores del siglo XX, ganador del Premio Pulitzer en mayo de 1952 y del Premio Nobel de Literatura en octubre de 1954 gracias a obras como “For whom the bell tolls” (Por quién doblan las campanas), “The torrents of spring” (Aguas primaverales) y “The old man and the sea” (El viejo y el mar), por citar sólo algunas. El periódico tenía un manual de estilo que hacía leer a los periodistas principiantes y a sus redactores, en el que, entre otras cosas, se les pedía que tomaran distancia respecto de las tradiciones más respetadas por la prensa del Este, adecuando su estilo para los lectores del Medio Oeste mediante una prosa escueta, directa y funcional.
A lo largo de su vida de escritor, el autor de “In our time” (En nuestro tiempo) y “To have and have not” (Tener y no tener) siempre se refirió a la guía de estilo del “Kansas City Star” como una especie de código de la buena redacción periodística, compuesto por ciento diez reglas. “Eran reglas -diría Hemingway en 1940- que me enseñaron el oficio de escritor y son las mejores que he aprendido para el negocio de la escritura. Jamás las he olvidado”.
Algunas de esas reglas eran emplear frases cortas, hacer los párrafos del comienzo breves, utilizar un inglés vigoroso, ser afirmativo y no negativo, evitar el empleo de adjetivos -especialmente de los extravagantes como suntuoso, espléndido, grandioso, magnifico-, las frases debían ser sencillas y claras, no se debían usar dos palabras cuando una era suficiente, usar verbos para dar acción, escribir adjetivos que significasen algo concreto, la jerga que se adoptara debía ser reciente -de lo contrario no servía-, eliminar todas las palabras superfluas,  tener cuidado con el uso de la palabra “también” ya que por lo general modificaba la palabra que le seguía, tener cuidado con el uso de la palabra “únicamente”, en la escritura sobre animales se debía utilizar el género neutro salvo cuando se refiriese a un animal doméstico que tuviera un nombre y tratar de preservar la atmósfera creada.
El código del “Kansas City Star” fue determinante para Hemingway y para muchos otros autores. Impuso en Norteamérica el estilo “Middle West”, un lenguaje periodístico que llegó a estar muy cerca de convertirse en un estilo literario y pronto fue visto como el núcleo cultural de la nación estadounidense. Dichas reglas fueron seguidas también por renombrados periodistas y reporteros de ese país que en algún momento trabajaron en el “Kansas City Star”, entre ellos Henry Lee Shippey (1884-1969), William Allen White (1868-1944), Ralph Waldo Barton (1891-1931), Eugene McCown (1898-1966), William E. Vaughan (1915-1977) y Joseph T. McGuff (1926-2006).


Entre los años 1913 y 1917 Hemingway había estudiado en la escuela secundaria Oak Park and River Forest High School, institución en la que cursó la materia Lengua dictada por la profesora Margaret Dixon (1867-1955), y una asignatura de periodismo impartida por la profesora de Ciencias de la Comunicación Fannie Biggs (1865-1940). Incluso llegó a escribir artículos en “The Trapeze” y en “Tabula”, el periódico y el anuario respectivamente de dicha escuela. Cuentan algunos biógrafos que él, aunque recordaba feliz su paso por esa escuela, estaba preocupado al pensar que sus limitados conocimientos de la ortografía y la gramática pudiesen perjudicar la calidad de sus reportajes.
Afortunadamente para Hemingway como para los otros reporteros del periódico, sus editores Alexander Butts (1882-1907), Thomas W. Johnston, (1888-1958) y C.G. Wellington (1890-1960) dieron varios cursos intensivos basados en un texto de una sola hoja de tres columnas, redactado por el citado William Rockhill Nelson, que sería conocido como “Star copy style”, la guía de estilo del diario kanseño. Gracias a este, el “Kansas City Star” se convirtió de un periódico local a un periódico estatal de medio millón de lectores. “Cualquier hombre con talento, que al escribir se siente verdaderamente cerca de la cosa que está tratando de decir, no puede dejar de escribir bien si cumple con estas reglas”, opinó Hemingway.
En 1935, notablemente influido por esa guía de estilo, Hemingway publicaría en el número de octubre de la revista estadounidense “Esquire” -que había sido fundada dos años antes por Arnold W. Gingrich (1903-1976) y en la que escribirían notables autores como John Dos Passos (1896-1970), Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) y William Faulkner (1897-1962)-, una lista de consejos para quienes deseasen convertirse en escritores. Entre ellos sugirió no crear personajes sino personas comunes en situaciones no tan comunes, no recargar los escritos de palabras resonantes ni crear personajes tan increíbles que ni al autor convenzan, releer lo escrito una y otra vez y mejorarlo, alejarse de las preocupaciones cotidianas para escribir, estudiar a fondo el diccionario, evitar el uso de adjetivos extravagantes, escribir frases breves, comenzar siempre con una oración corta, utilizar un lenguaje vigoroso…


Evidentemente la guía “Star copy style” estaba presente en su cabeza cuando la redactó. 
Un año después, en la misma revista publicó “The snows of Kilimanjaro” (Las nieves del Kilimanjaro), un cuento que tenía numerosas referencias estilísticas basadas en dichas recomendaciones. El relato también se caracterizó por utilizar la “teoría del iceberg” -también conocida como “teoría de la omisión”- un concepto que había creado y desarrollado en 1932 en “Death in the afternoon” (Muerte en la tarde), una obra en la que se explayó sobre las ceremonias y las tradiciones de las corridas de toros españolas. Allí expresó: “Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello de lo que está escribiendo, puede omitir cosas que él conoce, y el lector, si el autor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas un sentimiento tan fuerte como el escritor las hubiera expresado. La dignidad del movimiento de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua. Un escritor que omite cosas porque no las sabe, no hace más que dejar lagunas en lo que describe”.
Con esto quiso decir que lo que un escritor escribiera debería ser la parte del iceberg que sobresale del agua, el resto no escrito -pero sí pensado- debería ser el cimiento necesario para la composición de un relato conciso. Este tipo de planteamiento deja en claro lo mucho que influyeron en sus obras las reglas del “Kansas City Star”. El estadounidense Carlos Baker (1909-1987), escritor y profesor de Literatura en la Princeton University, opinaría en 1952 en su ensayo “Hemingway: the writer as artist” (Hemingway: el escritor como artista) que el autor de “The sun also rises” (Fiesta) había tenido claro desde sus inicios que la “teoría del iceberg” era lo que dominaría su estilo narrativo. “Hemingway entró en la ficción con pequeños relatos -escribió Baker-. Era una forma natural de comenzar. Sus objetivos estéticos pedían una autodisciplina rigurosa en la narración de los episodios dibujados, aunque siempre extraídos de la propia vida. Él creía firmemente que ‘no se puede saber si no se ha vivido’, por eso una cantidad de las historias estaban basadas en sus propias experiencias”.
“Como escritor no debes juzgar. Debes entender”, aconsejaba Hemingway en el artículo aparecido en “Esquire”. En 1934 había recibido en su casa en la isla de Key West, Florida, a un joven aspirante a escritor que lo visitó para pedirle consejos sobre cómo escribir. Una de las primeras cosas que hizo fue entregarle una lista escrita a mano en la que decía: “Aquí hay una lista de libros que cualquier escritor debe haber leído como parte de su educación… Si no los has leído no tienes educación. Representan diferentes tipos de escritura. Algunos pueden aburrirte, otros inspirarte y otros están tan hermosamente escritos que te harán sentir que no tiene caso intentar escribir”.
Entre los libros que recomendaba figuraban, entre otros, “Le rouge et le noir” (Rojo y negro) de Henri Beyle Stendhal (1783-1842), “Wuthering heights” (Cumbres borrascosas) de Emily Brontë (1818-1848), “Madame Bovary” (La señora Bovary) de Gustave Flaubert (1821-1880), “Brátya Karamázovy” (Los hermanos Karamazov) de Fiódor Dostoyevsky (1821-1881), “Voiná i mir” (La guerra y la paz) de León Tolstoi (1828-1910), “The american” (El americano) de Henry James (1843-1916), “Of human bondage” (Servidumbre humana) de William Somerset Maugham (1874-1965), “Buddenbrooks. Verfall einer familia” (Los Buddenbrook. Decadencia de una familia) de Thomas Mann (1875-1955) y “Dubliners” (Dublineses) de James Joyce (1882-1941). Además de darle otras recomendaciones e instrucciones basadas en la guía “Star copy style” sobre como escribir, también le recomendó “Adventures of Huckleberry Finn” (Las Aventuras de Huckleberry Finn) de Mark Twain (1835-1910), una obra que no figuraba en la lista pero que consideraba como el mejor libro que un norteamericano jamás había escrito y que había marcado el inicio de la literatura del país.


En 1954, el profesor de Lengua en la Yale University Charles A. Fenton (1919-1960) publicó “The apprenticeship of Ernest Hemingway. The early years” (El aprendizaje de Ernest Hemingway. Los primeros años), ensayo en el cual señaló que su contratación en el “Kansas City Star” marcó, de forma absoluta, el estilo periodístico que lo acompañaría siempre, tanto en sus relatos como en sus crónicas y reportajes. “Es sumamente importante -escribió Fenton- recalcar la importancia que en la escritura de Hemingway tuvo su paso por la Oak Park and River Forest High School y su participación en ‘Trapeze’, como su contratación en el ‘Kansas City Star’, un periódico por el que pasaron muchos de los grandes talentos del país”. Haber sido un nido de talentos no fue trivial. Su hoja de estilo fue una guía para buena parte de los periódicos del mundo e impulsó la formación de escritores como Jerome D. Salinger (1919-2010), Norman Mailer (1923-2007) y Raymond Carver (1938-1988).
Indudablemente, como debe ser la escritura de un periodista o reportero, la de Hemingway fue siempre clara y concisa, propalando información crucial sin lujos literarios. “Todo lo que hay que hacer -expresó en 1964 en ‘A moveable feast’ (París era una fiesta), un libro en el que narró los años de su juventud en París y su formación como escritor- es escribir una frase verdadera. Escribir la frase más verdadera que conozca. Siempre había una frase verdadera que conocía o que había visto o escuchado decir a alguien”. Fue la época en la que se relacionó con varios escritores estadounidenses que vivieron en la capital francesa durante la Primera Guerra Mundial, grupo que se conoció como la “Generación Perdida” que integraban, entre otros escritores, Gertrude Stein (1874-1946), Ezra Pound (1885-1972), John Steinbeck (1902-1968) y los antes mencionados William Faulkner, John Dos Passos y Francis S. Fitzgerald.
En la misma obra autobiográfica manifestó que “al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiese hecho el amor, aunque para saber si era bueno tendría que esperar a releerlo el día siguiente”. Unos años antes, en distintas entrevistas aparecidas en la revista literaria trimestral “Paris Review”, vertió varias consideraciones sobre su trabajo en el “Kansas City Star”, reconociendo que gracias su manual de estilo fue configurando su carrera posterior, y la definió como la guía que contenía “las mejores reglas sobre el arte de escribir”. Y agregó: “En el diario uno estaba obligado a aprender a escribir una oración enunciativa sencilla, una frase simple, declarativa. Y eso es útil para cualquiera. El trabajo periodístico no le hará daño a un escritor joven y podrá ayudarlo si lo abandona a tiempo”.