16 de noviembre de 2025

Testimonios sobre una persistente intromisión (5/5)

La sumisión total de Argentina

En una reciente entrevista difundida por la “Radio Perfil” de Argentina, el Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires Ariel Goldstein (1987) habló sobre el avance de la derecha radical a nivel global. El autor del ensayo “La cuarta ola. Líderes, fanáticos y oportunistas en la nueva era de la extrema derecha” sostuvo que “esta cuarta ola de la derecha radical, y particularmente su crecimiento en América Latina, va a permanecer. A diferencia de las anteriores, ahora lo que hay es una internacional reaccionaria operando a cara descubierta: Milei, Vox, Meloni y Trump forman parte de una red global que ya no oculta sus vínculos y que está destruyendo la democracia bajo la concentración oligárquica del poder”. Y precisó: “La primera ola es la ola del fascismo y sus influjos en América Latina: el nacionalismo, el fascismo, el catolicismo, el hispanismo de los años ’30 y ‘40, que tuvo influjo en el integralismo en Brasil, un poco en el peronismo en la Argentina y en sus corrientes de derecha. La segunda ola es la ola del macartismo en los Estados Unidos, que nace y se despliega en nuestra región con la Guerra Fría, después de la Revolución Cubana, con las dictaduras en el Cono Sur: con Pinochet, con Videla, con la idea de que hay que proteger a la civilización cristiana occidental del enemigo comunista ateo. Después tenemos una tercera ola, que es la ola de Collor de Mello, de Menem, de Fujimori, que es la ola neoliberal, la de la caída del muro, del Consenso de Washington. Y ésta es la cuarta ola, que para mí se define particularmente porque es un nuevo anticomunismo 2.0, con las redes sociales y con las conexiones internacionales”.
Y agregó: “Antes la extrema derecha ocultaba sus vínculos en común. Pensamos en la represión de la Operación Cóndor en el Cono Sur: eso no estaba a la vista; saltó después, que estaba todo coordinado con Estados Unidos, con Kissinger. Pero ahora lo que hay es: Milei es amigo de Vox, es amigo de Giorgia Meloni, es amigo de Trump. Trump lo rescató con el salvataje financiero. Esto es la internacional reaccionaria operando a cara descubierta, y ya no hay un ocultamiento de esto. Esa es la virtud de la extrema derecha: saber unirse globalmente. Y eso la hace muy poderosa. En todas las olas hay una guerra: una guerra fría, una guerra caliente, una guerra latente. Antes, la amenaza a Occidente venía de Rusia, ahora viene de China, pero finalmente es Estados Unidos quien conduce a Occidente en esa guerra contra esos adversarios. Hoy nuestro país está completamente subordinado a los Estados Unidos. Scott Bessent dicta la política económica a través de tweets sobre lo que va a pasar en los mercados: los regula, los desregula. Estamos totalmente atados de pies y manos a Donald Trump”.


Ante esta innegable coyuntura cabe preguntarse si Estados Unidos puede mantener sus objetivos actuales de dominio sobre América Latina y el Caribe con la Doctrina Monroe. Cuando surgió este dogma, los enemigos eran las viejas potencias coloniales europeas. Ahora se estigmatiza la injerencia de Rusia y la competencia económica de China. Si bien en un discurso ante la Organización de Estados Americanos (OEA) en noviembre del 2013, el entonces Secretario de Estado John Kerry (1943) aseguró que la Doctrina Monroe “había muerto” y que su país aspiraba a una relación “de iguales” con la región, pasó muy poco tiempo para que, bajo la primera presidencia de Trump, su sucesor Rex Tillerson (1952) proclamase la “plena vigencia” del pensamiento monroista para profundizar la hegemonía sobre América Latina y el Caribe con el objetivo de fortalecer la democracia.
Cuando los actuales gobiernos de Estados Unidos y Argentina hablan de democracia, ¿de qué están hablando? ¿De desmantelar y sumir en el caos a las instituciones estatales que pudieran interponerse en su camino? ¿De acaparar un poder con tintes de autoritarismo con el fin de implementar políticas extremas que privan a los ciudadanos de sus derechos fundamentales? ¿De intentar inconstitucionalmente convertir la presidencia en una autocracia sin rendición de cuentas? ¿De reprimir la libertad de expresión para sofocar la disidencia? ¿De promover una mayor acumulación de capital y de ganancias de las grandes corporaciones? ¿De tomar medidas que maximizan la desigualdad y llevan a la penuria a millones de trabajadores? ¿De afirmar que la libertad y la democracia son incompatibles? Tras las declaraciones de Trump justificando sus intervenciones tanto económicas como militares con el fin de construir un mundo libre, de defender la libertad y de expandir la democracia, está claro que, con las medidas que está tomando, nada de eso está sucediendo. Lo que claramente planea es retomar la antigua orientación imperial de su país.
Para muchos sociólogos y politólogos entre Trump y Milei hay puntos de coincidencia clarísimos. Con un estilo político belicoso caracterizado por muestras de torpeza, de autoritarismo, de vulgaridad y de brutalidad, ambos son practicantes destacados de la corriente moderna de la política de extrema derecha, marcada por los ataques a las instituciones, el descrédito de los medios de comunicación, la desconfianza en la ciencia, el culto a la personalidad y el narcisismo. Tampoco es menor su fuerte presencia en las redes sociales, donde ambos se comunican e interactúan directamente con sus seguidores. También economistas consideran que los dos tienen una plena identificación en muchos aspectos, entre ellos un enfoque claro hacia el individualismo y la meritocracia, y la creencia de que en todas las sociedades hay ganadores y perdedores dentro de un juego libre en el que todos participan bajo las mismas reglas. Estas creencias ideológicas a menudo generan conflictos y divisiones en la sociedad, lo que no hace más que polarizarla cada vez más.


Allá por 1968, el filósofo e historiador húngaro Georg Lukács (1885-1971) advertía en su ensayo “Demokratisierung heute und morgen” (Democratización hoy y mañana): “La democracia de hoy es la democracia de un imperialismo manipulador en cuyo dominio se reina mediante la manipulación. Sabemos que estamos violando la etiqueta de la cientificidad, hoy considerada respetable, al escribir sin comillas palabras como imperialismo o colonialismo. El desprecio que en general impera en las ciencias sociales en el plano ideológico, impide en primer lugar, la tarea social de esclarecer el conflicto cualitativo del estado económico del presente con relación al del pasado. La libertad y la igualdad, de ninguna manera desaparecen en este proceso; sus formas cada vez más socavadas llenan, como contenido, los intereses cada vez más concretos de la burguesía. Cuanto menos la libertad está unida por el contenido a los ideales (las ilusiones) del origen, tanto mayor es la gloria tributada al fetiche vacío de la libertad; cuanto más dominan la vida real los intereses de los grandes grupos políticos o económicos, tanto mayor el honor que se le hace a este fetiche como utilización y coronación de cada expresión propagandística. La desideologización es la veneración ideológica de la libertad sin sustancia”.
Esa “libertad sin sustancia” es la que está aplicando el presidente argentino desde que asumió. Mientras grita desquiciadamente cada dos por tres “¡viva la libertad, carajo!”, no hace más que referirse a la libertad que tienen las grandes empresas, nacionales y multinacionales, para hacer grandes negocios multimillonarios e imponer sus reglas y condiciones al conjunto de la población que, en la práctica, no goza de ningún beneficio, al contrario, cada día que pasa se ve más perjudicada. Sus políticas de ajuste desencadenaron el resquebrajamiento de la seguridad social, de las empresas públicas, del poder adquisitivo de la clase media -motor del consumo- y, obviamente, de las poblaciones más empobrecidas. Trabajadores de la salud, la ciencia y la educación han sufrido una gran merma en sus ingresos, y son más de dieciséis mil las pequeñas y medianas empresas que bajaron sus persianas. Y ni hablar de los jubilados, la mayoría de los cuales han sido sumidos en la pobreza y la precariedad. En definitiva, su libertad no es más que una “libertad insustancial” que no garantiza la justicia social, la igualdad de oportunidades ni la participación democrática de la mayor parte de la ciudadanía.
Hace casi cien años, en su obra “Das unbehagen in der kultur” (El malestar en la cultura) el padre del psicoanálisis Sigmund Freud (1856-1939) consideraba que la libertad, si no se orientaba como patrimonio cultural, en el fondo era una idea caótica. “La idea de libertad tiene que estar ligada a la justicia”, y planteó que “si no hay una rebelión contra una injusticia, la libertad es sólo la expresión de un narcisismo que no acepta restricciones. La libertad y la verdad son entidades que van unidas en una interrelación que las hacen interdependientes en su sentir y expresar en el ser humano. Para poder mostrar nuestra verdad, tenemos que ser libres en el pensar y actuar, y para poder ser libres en el pensar y actuar, debemos concebir nuestra propia verdad. La que apercibimos en el mundo externo y la que sentimos en el interior de nuestra conciencia”. ¿Son realmente libres los argentinos ante un presidente que tras su asunción declaró que “siempre les dije la verdad y no es gratis, pero prefiero decir una verdad incómoda antes de una mentira confortable”? ¿O acaso no son “mentiras confortables” las que proclama asiduamente? ¿Lo hace porque es un esquizofrénico que tiene alucinaciones, padece delirios, vocifera discursos incoherentes y no percibe la realidad social? ¿O lo hace porque la percibe muy bien pero no le importa porque es un sociópata?


Rodeado de una caterva de funcionarios con nefastos antecedentes, desdeña constantemente la Constitución Nacional, promulga leyes por decreto, veta proyectos que le son enviados desde el Congreso y, mediante las redes sociales, no sólo hace anuncios, sino que también insulta a sus opositores. Para cualquier persona deberían ser cognoscibles las persistentes contradicciones que emanan de su boca. Así, por ejemplo, su ministro de Economía Luis Caputo pasó de ser “un irresponsable que se fumó quince mil millones de dólares de reserva” a ser “el mayor experto financiero” y “el mejor ministro de Economía de toda la historia argentina”. Su ministra de Seguridad Patricia Bullrich pasó de ser “una terrorista que ponía bombas en jardines de infantes” a ser “una formidable y maravillosa ministra que hace un trabajo fenomenal”. El ex ministro de Economía Domingo Cavallo pasó de ser “el mejor ministro de Economía de toda la historia porque fue el único que domó la inflación” a ser “un impresentable que insultaba a todo el mundo y no tenía equilibrio fiscal”. El ex presidente Mauricio Macri pasó de ser alguien que “me aportó elementos de su experiencia ya que tenía las ideas y la dirección correctas” a ser “un ladrón, un mediocre carente de ideas”.
Y ni qué decir de sus incoherentes opiniones sobre el FMI, la organización financiera internacional de las Naciones Unidas con sede en Washington. Hace un tiempo Milei declaraba que “los liberales detestamos al FMI. El FMI ni siquiera debería existir, porque es una institución perversa. Cuando un país está a punto de explotar después de hacer un montón de zafarranchos y que ya nadie lo financia, ¿qué hace? Pone la guita y le permite tirar el ajuste para adelante”. Hoy, cuando el FMI acaba de apoyar financieramente a la Argentina mediante un swap de veinte mil millones de dólares, Milei declaró: “Quiero agradecerle a toda la junta directiva del Fondo Monetario Internacional y en especial a Kristalina Georgieva, la presidenta del organismo, por el acuerdo al que hemos llegado. Es un programa inédito porque es la primera vez en la historia que el Fondo aprueba un programa que no es para financiar la transición de una macroeconomía desordenada a una ordenada, sino para respaldar un plan económico que ya ha rendido sus frutos”.
Al poco tiempo de haber asumido el gobierno, el presidente anarco-capitalista hizo un fuerte ajuste ortodoxo para, según él, ordenar algunas variables macroeconómicas: alza del tipo de cambio, suba de impuestos, aumento en las retenciones a las exportaciones, incremento significativo de las tarifas de servicios públicos (luz, agua, gas, transporte), suspensión de obra pública, reducción de las transferencias a provincias, etc. Todas estas medidas fueron tomadas sin ningún tipo de compensación de ingresos ni acuerdo de precios, lo que implicó una reducción sensible de los ingresos en términos reales y tuvieron un costo social elevado. Unos meses después, el Congreso Nacional aprobó la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, un paquete legislativo que incluyó el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), una norma que fue redactada, entre otros, por el ministro de Economía Caputo y el ministro de Desregulación y Transformación del Estado Federico Sturzenegger (1966). Según declaró Milei, ese paquete de beneficios fiscales, tributarios y legales para la inversión privada extranjera o nacional haría que la recuperación económica fuese más rápida, sostenible y duradera. Y, según conceptualizó con su habitual cinismo el vocero presidencial Manuel Adorni (1980), ese decreto era “una herramienta para atraer inversiones significativas para la economía nacional, que de lo contrario no se desarrollarían”.


Unos años antes, en 2009, el periodista francés especialista en temas medioambientales y económicos Hervé Kempf (1957) publicó “Pour sauver la planète, sortez du capitalism” (Para salvar el planeta, salir del capitalismo), una obra en la cual, entre otras cosas, expresó que “nada mejor para simbolizar esta nueva fase del capitalismo que las palabras utilizadas por los comentaristas: antes ‘inversor’ designaba a un empresario que comprometía su capital en una operación industrial o comercial de resultado incierto; ahora el término califica a las personas y a las firmas que juegan en el mercado financiero y que no son, en realidad, más que especuladores. De hecho, el mercado financiero mundial se convirtió en un sistema de fraude en el que las deudas creadas por la especulación se pagan con nuevos endeudamientos, sin garantías reales”. Ahora que, según Milei, ha llegado el momento de invertir en la Argentina, ¿serán estos últimos los “inversores” que vendrán al país?
Hace pocos días, el Representante Comercial de Estados Unidos Jamieson Greer (1979) anunció un “Acuerdo Marco” comercial con la Argentina e indicó que el mismo “reafirma la alianza estratégica” entre ambas naciones sobre la base de “valores democráticos compartidos y una visión común de libre empresa, iniciativa privada y mercados abiertos”. Milei celebró este “acuerdo”: “Estados Unidos ha decidido abiertamente ser el líder de la región y lo celebro con fuerza. Antes, Estados Unidos se preocupaba por ayudar a quienes no eran aliados, alimentando a sus propios enemigos. Hoy han hecho un giro copernicano, que es fabuloso. Es decir: apoyo a los aliados y ningún apoyo a los no aliados. Me parece brillante”. En concreto, el alineamiento servil de Milei con Estados Unidos marca un preocupante retroceso en la autonomía y la soberanía nacionales. No es más que un ejemplo del neocolonialismo económico que impera en el país en la actualidad, un país dominado por los intereses financieros estadounidenses que ponen a la Argentina como el principal exponente en Latinoamérica del “destino providencial” norteamericano, aquel criterio que desde hace doscientos años viene utilizando para proteger sus intereses, fortalecer su liderazgo continental, imponer un orden oligárquico y favorecer su desarrollo imperialista.  

15 de noviembre de 2025

Testimonios sobre una persistente intromisión (4/5)

El resurgimiento de la ultraderecha y el crecimiento de China en el comercio mundial

En “La historicidad del pueblo y los límites del populismo”, un artículo aparecido en la revista “Nueva Sociedad” nº 274 en abril de 2018, la Doctora en Ciencia Política argentina María Victoria Murillo (1967) se refirió a las condiciones de este sistema: “La reacción populista se caracteriza por la emotividad de su promesa redentora y por un voluntarismo que recobra la acción política por sobre los límites impuestos por la racionalidad de los mercados y de saberes expertos. Los actos simbólicos son claves en demostrar la capacidad del populismo para subyugar a estos poderes fácticos haciendo de la nacionalización, por ejemplo, no solamente una estrategia económica de intervención estatal, sino también un símbolo de soberanía popular sobre actores externos que tratan de someterla. En este sentido, los rituales populistas iluminan la importancia no solamente en el líder, sino también en las masas que participan en el proceso. La reacción populista responde a una realidad material, pero incluye una dimensión no sólo de reparación de la injusticia anterior, sino de protagonismo en el proceso. Esta definición pone el acento en el impacto de la construcción del concepto de soberanía popular, en la histórica debilidad de los Estados latinoamericanos y en el efecto de los ciclos político-económicos que producen reacciones frente a procesos de exclusión, para explicar el carácter inclusivo de las experiencias populistas”.
Por su parte el economista argentino Claudio Katz (1954) analizó en su ensayo “Desenlace del ciclo progresista” el declive de los gobiernos de la región llamados populistas por algunos o progresistas por otros. Para él, el progresismo en la región se vio afectado por ensayos neodesarrollistas fallidos, especialmente en la incapacidad de canalizar las rentas agroexportadoras hacia actividades productivas sostenibles. En este contexto, a pesar de que el aumento del gasto social logró distender la protesta social, el descontento se extendió durante esos gobiernos, minando gradualmente su respaldo. “El ciclo progresista -escribió- permitió conquistas democráticas que introdujeron derechos bloqueados durante décadas por las elites dominantes. También se impuso un hábito de mayor tolerancia hacia las protestas sociales. Además, el periodo progresista incluyó la recuperación de tradiciones ideológicas antiimperialistas. También involucró transformaciones internacionalmente valoradas por los movimientos sociales”. Sin embargo, podría decirse que, durante la segunda década del siglo actual, dichos gobiernos fueron incapaces de sostener el consenso y no pudieron evitar que buena parte de la ciudadanía advirtiera los límites de los cambios operados durante esa etapa.
Ese agotamiento de los ciudadanos dio como resultado el triunfo electoral de gobernantes neoliberales de derecha, cuyos mayores exponentes fueron Mauricio Macri (1959) en Argentina y Jair Bolsonaro (1955) en Brasil. También ascendió la derecha en Chile, en Colombia, en El Salvador, en Paraguay, en Perú y en Uruguay, gozando todos ellos de la aprobación y el fuerte apoyo de los sucesivos mandatarios norteamericanos George Bush (1946), Barack Obama (1961) y Donald Trump (1946). En el caso de la Argentina, el viraje hacia el neoliberalismo impulsado por Macri fue respaldado por Estados Unidos con la firma de una serie de acuerdos de cooperación y un descomunal préstamo del FMI con el fin de apoyar el crecimiento y los “avances en la modernización de la economía argentina”, según palabras de Trump. Y en el caso de Brasil porque, según opinó el ultraderechista Steve Bannon (1953), el principal estratega de la Casa Blanca durante el primer gobierno de Trump, “Bolsonaro representa el camino del capitalismo esclarecido y ejerce un liderazgo populista nacionalista”.


Por entonces, China había experimentado una enorme transformación económica debida principalmente a las reformas políticas y estratégicas que el país implantó a principios del siglo XXI. Ello le permitió situarse entre las primeras potencias mundiales, algo que tuvo enormes implicancias políticas, económicas y estratégicas, principalmente al resquebrajar el orden configurado por la hegemonía estadounidense, sobre todo a sus monopolios en áreas clave como energía, ciencia y tecnología, producción, infraestructura y finanzas. Fue a partir de 2001 que la participación de China en el comercio mundial se potenció gracias a su entrada en la World Trade Organization (Organización Mundial del Comercio - OMC). Como consecuencia de ello, en 2018 desbancó a Estados Unidos como principal socio comercial a nivel mundial.
Cuando Xi Jinping (1953) asumió la presidencia de la República Popular China en 2013, la política exterior del país cambió significativamente. Paulatinamente fue involucrándose en la economía global y su influencia comenzó a sentirse en muchos países tanto de Asia y África como de América Latina. Como bien lo explicó el analista económico nicaragüense Oguer Reyes Guido (1977) en “El ascenso de China y sus implicaciones para América Latina. Una redefinición de la arquitectura económica global”, un artículo aparecido en la revista “Observatorio de la Economía Latinoamericana” nº 204 en 2014, “la impresionante evolución económica que ha tenido China está planteando una serie de desafíos a las naciones que hasta inicios del siglo XXI habían dominado el planeta. Tras la caída del Muro de Berlín, los Estados Unidos han pretendido crear un nuevo orden mundial de carácter unipolar. En los primeros años del siglo XXI esta táctica política ha producido resultados verdaderamente nefastos para los Estados Unidos, debido a que se encuentran muy cuestionados por los Estados y los ciudadanos de diferentes regiones del mundo”.
“Existen una serie de acciones que China ha venido realizando en Latinoamérica -agregó- que tienen un importante impacto político. Para comprender en profundidad lo sensible que es Estados Unidos en el tema de Latinoamérica hay que hacer notar que, tradicionalmente, se había considerado esta región como una zona geográfica de influencia exclusiva de los Estados Unidos. Ahora bien, el nuevo posicionamiento de China en la región ha venido a desafiar los viejos paradigmas acerca de la hegemonía de los Estados Unidos. En la coyuntura actual, el paradigma de la doctrina Monroe, ‘América para los americanos’, se ha derrumbado debido a que China ha cobrado una importancia extraordinaria en América Latina. La región ha dejado de estar bajo la influencia exclusiva de los Estados Unidos”.


Y concluyó: “A la par de esta coyuntura política, en América Latina, desde una perspectiva más amplia, las inversiones chinas están revolucionando la estructura económica de la región con elevadísimas inversiones en infraestructura de logística y transporte para expandir el comercio hacia el Pacífico. China no limita su comercio con América Latina a la exportación de productos manufacturados y la compra de materias primas, sino que importa productos de alto valor agregado. En ese sentido ha intensificado sus relaciones comerciales con Brasil, Chile, Colombia, Nicaragua, Perú y Argentina. Dentro de su dinámica de expansión, China ha puesto en práctica una serie de alianzas estratégicas con países de diversas partes del mundo. Un lugar especial han tenido, dentro de la política expansiva china, las alianzas estratégicas con países de la región Latinoamericana. Esta región representa para la potencia asiática considerables ventajas en términos de obtención de materias primas, tierras para el cultivo, y otros aspectos fundamentales para el funcionamiento de su país”.
Los docentes universitarios y militantes políticos Fernando Esteche (1967), Guillermo Caviasca (1967) y David Acuña (1977), en su ensayo “Destinados por la providencia. Una historia de la relación del Imperio con Nuestramérica”, consideraron que “ciertamente, Estados Unidos se encontró, en las ya dos décadas que van de este milenio, con una alteración de sus previsiones (o imprecisiones) geopolíticas. El enorme crecimiento chino, con un modelo alternativo de acumulación y de relaciones internacionales, y el resurgimiento de Rusia, como potencia que juega sus propios intereses en la arena internacional, colocaron a la OTAN y a los anglosajones, encabezados por Estados Unidos en el dilema de llevar adelante el enfrentamiento del presente: sacar a Rusia del juego e impedir que China supere a Estados Unidos y, paralelamente, eliminar o disminuir los márgenes de autonomía de las nuevas potencias regionales. En América Latina, eso se traduce en el disciplinamiento de su ‘patio trasero’. La presencia rusa y, sobre todo china, es la principal hipótesis de conflicto de la etapa”.


“En la región -agregaron-, se orienta a la neutralización o expulsión de esos competidores, porque, según el anteúltimo comandante de la Armada de los Estados Unidos Craig Faller, se trata de una región donde ‘estamos conectados con las naciones en todos los ámbitos; mar, aire, tierra, espacio, cibernética y, lo que es más importante, con nuestros valores’, y señaló a China y a Rusia, como ‘actores malignos’ a combatir. La general Laura Richardson asumió el mando del Comando Sur de Estados Unidos en un momento de agudización de la lucha por la hegemonía mundial. La jefa militar declara públicamente que América Latina es un territorio propio de Estados Unidos, y es ‘visible que el resto de occidente reconoce esta situación’. Las actividades y documentos públicos del Comando Sur muestran la orientación de las preocupaciones y como se van materializando las líneas de acción principales y específicas. Ciberdefensa, seguridad cooperativa, amenazas china y rusa, defensa de ‘un modo de vida’, de las ‘libertades y los derechos humanos’, contra los ‘regímenes autoritarios” y una concepción de los inmensos recursos naturales de la región como sujeto de defensa interamericana común, para ser aprovechados por instituciones comunes”.
En la actualidad, China se ha convertido en el principal socio comercial de Argentina, desplazando de esa condición a Brasil. Con China, la argentina también firmó en 2023 un acuerdo de intercambio financiero llamado “swap”, un mecanismo por el cual se comprometió a pagar con periodicidad una serie de flujos monetarios a cambio de ir recibiendo otros flujos. Ante la calamitosa situación económica que atraviesa el país presidido por Javier Milei (1970) -asesorado por su hermana Karina Milei (1973), quien ejerce la mayor influencia política y personal del presidente-, el gobierno se vio obligado a solicitar varios créditos al FMI e incluso al Tesoro de los Estados Unidos. Esto incluyó un swap otorgado por el Secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent (1962) con el objetivo de reforzar las reservas del Banco Central.
Por el momento no se han ofrecido mayores detalles sobre las garantías que ofrece la Argentina para garantizar los términos del acuerdo, pero extraoficialmente se habla de la entrega de recursos minerales como el petróleo, el gas, el litio, el cobre y los metales electropositivos como el neodimio-hierro-boro y el samario-cobalto (fundamentales para la transición energética) que se encuentran en lo que se denomina “tierras raras” situadas en el noroeste del país. Esto además de permitir la instalación de una base de submarinos al servicio de la armada norteamericana en Ushuaia con el fin de consolidar su presencia militar en el Atlántico Sur y la Antártida, y de reducir al mínimo la influencia de China en esa parte del continente.


De ser esto cierto, constituiría la mayor entrega de la soberanía argentina a Estados Unidos. Nunca, entre el medio centenar de presidentes ya sean constitucionales o de facto que gobernaron al país desde su independencia, se produjo semejante vasallaje. No existen antecedentes en la historia argentina de una cesión de facultades soberanas tan explícita a una potencia extranjera. La subordinación de Milei hacia Trump no es más que una sumisión geoestratégica que ignora el desarrollo nacional hacia el mediano y largo plazo. Es evidente que a Milei y a sus seguidores liberal-libertarios no les interesa esta coyuntura. Como si eso no fuera suficiente, ha nombrado en puestos clave a ex ejecutivos del JP Morgan, el banco más grande de Estados Unidos y una de las mayores empresas financieras del mundo, perpetuando de ese modo un modelo que prioriza el mercado por sobre la soberanía nacional. De esa manera favorece más a los intereses de la élite global que a las necesidades del país en crisis.
En el coloso financiero de Wall Street trabajaron el actual Ministro de Economía Luis Caputo (1965), el Secretario de Política Económica y Viceministro de Economía José Luis Daza (1958), el Presidente del Banco Central Santiago Bausili (1974), el recientemente nombrado Canciller Pablo Quirno (1966), el Vicepresidente del Banco Central Vladimir Werning (1974), el Secretario de Finanzas Alejandro Lew (1974), y el Presidente de Nucleoeléctrica Argentina y ex Jefe de Gabinete de Asesores Presidenciales Demián Reidel (1971). En una reciente visita a la Argentina, el Director Ejecutivo del JP Morgan Jamie Dimon (1956) señaló que “el presidente argentino Javier Milei está haciendo un buen trabajo reformando la problemática economía del país”. Y añadió: “Si logra continuar implementando sus políticas durante el resto de este mandato, y quizá en un segundo mandato, podría transformar la Argentina”, y describió al presidente argentino como una “fuerza de la naturaleza”.
Esto no es más que otra evidencia de la pérdida de la soberanía económica, algo que para muchos economistas es una “ocupación financiera” que recuerda a nefastas experiencias vividas durante el Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura militar que gobernó al país entre 1976 y 1863, cuando el Ministerio de Economía estaba a cargo de José Alfredo Martínez de Hoz (1925-2013). Su modelo económico se caracterizó por la devaluación del peso, una alta inflación, el aumento del endeudamiento y una gran subordinación financiera. El plan de entonces sólo benefició a los grandes grupos económicos y financieros, a expensas de un gran costo social y la pérdida de la industria nacional. Y otro ejemplo fue el llamado “Mega-Canje” implementado en 2001 por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo (1946) durante el gobierno del citado Fernando de la Rúa. El plan pretendía aliviar los pagos de intereses y de capital de la gigantesca deuda externa argentina, canjeándola por una nueva que permitiera pagarla en un plazo mayor. Sin embargo, ese canje tuvo un costo exorbitante e implicó el incremento de la deuda externa, lo que llevó al país a una profunda crisis económica que provocó el estallido social de diciembre de ese año.