11 de diciembre de 2024

Entremeses literarios (CCXVII)

MUJER QUE DICE CHAU
Eduardo Galeano
Uruguay (1940-2015)
 
Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas.
También llevo una hoja de acacia recogida de la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ese fue el día en el que empezó la suerte.
Me llevo el gusto del vino en la boca (por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas, cada vez mejores, que nos van a pasar). No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.
 
 
CERDO
Patricia Nasello
Argentina (1959)
 
Era una mujer. La vi venir desde lejos, bajaba la cuesta a tropezones. Se caía, se volvía a levantar. Intentó volverse un par de veces, trepar la sierra. No pudo. Continuó desbarrancándose. Hasta que se topó con el chiquero. Entró temblando -de cansancio- supuse. Y se acostó entre nosotros, en el barro. 
Sus piernas, sus brazos, estaban cubiertos de moretones; el pelo en desorden; la blusa y la falda, rotas.
- Viene cayendo desde hace mucho- pensé.
Durmió varias horas. Cuando reaccionó caminó hasta el comedero.
Una chancha llorando no conmueve a nadie. Es patético. Grotesco. Ella debe saberlo, porque da vuelta la cara, esconde las lágrimas.
Ahora está en mi manada. Tarde o temprano tendrá que entrar en celo. Si todavía llora, será su problema.

 
 
GAFAS OSCURAS
Óscar Gallegos Santiago
Perú (1978)
 
El día que lo vimos ingresar por esa puerta nos llamó la atención. Era diferente a todos los que habíamos visto. Con sus gafas oscuras, se acercó a un estante, cogió un libro y se sentó en una de las mesas más apartadas y solitarias. Luego nos dimos cuenta que era un niño ciego. Pero lo extraño era que venía a esta biblioteca municipal donde no había libros para invidentes. A pesar de ello, se sentaba siempre en la misma mesa y se pasaba horas acariciando con sus dedos las hojas que no podía leer. 
Una tarde un amigo decidió escribirle una carta al director de la biblioteca para que compre libros para invidentes. Pasaron los días y otras cartas, pero aún no hay respuesta. Ahora hemos decidido comprarnos gafas oscuras y bastones de ciego para acompañar a nuestro amigo. Quizá de esta forma nos hagan caso.
 
 
GOTAS DE LLUVIA
Ronnie Ramírez
Chile (1944)
 
Fue a la municipalidad, debía cancelar la patente anual del negocio. Si bien la fila de público era extremadamente larga, no se le escapó que el mesón de atención lo atendía un caballero de manera simpática y amable. Esa primera impresión la perturbó de cierta manera. La realidad era que no atinaba a moverse y lo miraba embobada. La gente seguía llegando y no podía esperar tanto, había otras cosas que hacer. No tuvo duda, el tipo le gustaba: alto, entre rubio y colorín, bien educado, siempre de buen humor. Pensó: “afortunadamente tendré que volver y podré verlo de nuevo”.
La vez siguiente tuvo más suerte, ya que el distinguido caballero la atendió de inmediato. Rápidamente le resolvió el problema, en esta oportunidad terminó la tramitación y obtuvo finalmente todos los papeles de su motel. Al despedirse, el hombre le retuvo la mano un momento y sus miradas se cruzaron. Balbuceó un adiós, se dio vuelta y partió apresurada. Pasaron los días y el tiempo de espera se le hizo insoportable, demasiado largo, pero algo se le ocurriría para regresar a la muni una tercera vez. Ahora sí lo buscó sin disimulo, desafiante se paró frente a él. Miró a su alrededor, estaban solos. Era el momento, ahora o nunca. Se atrevió y se lo dijo:
- Don Jorge…
- Diga dama.
- ¿Puedo decirle algo, aquí entre los dos?
- ¡Por supuesto! Usted sabe que yo la aprecio mucho.
- Sabe…
Sus ojos acechaban, la garganta temblorosa delataba el esfuerzo.
- Vaya, ¡qué me va a decir!
- Don Jorge, me gustaría tanto que una de estas noches viniera verme a mi motel.
Don Jorge palideció. Evidentemente no se lo esperaba. Un silencio incómodo se instaló entre ellos. El caballero titubeaba, la situación era de por sí embarazosa. En su trabajo, ese tipo de arreglos con los usuarios podría acarrearle problemas. Sorprendido y agradado al mismo tiempo, apreció la franqueza de la dama. La observó, notándola todavía inquieta; esos ojos esperaban su respuesta. Tampoco dudó mucho tiempo. Por inesperado que fuese, una sonrisa cerró el capítulo. No en vano también la había observado con atención, su encanto evidente, ese pelo moreno, abundante y suelto, un cuerpo agraciado.
Don Jorge carraspeó un poco, se llevó la mano a la boca. Sus ojos destellaron al dar la respuesta:
- Señora, a la primera lluvia… ¡llámeme!
La dama esbozó un guiño de felicidad, rauda dio media vuelta y partió. Una mirada masculina la siguió hasta que desapareció en el dintel de la puerta.
Los días pasaron. Ese verano el sol fue amo y señor en la ciudad. El invierno tardaba, aunque los árboles empezaban a perder sus hojas. Las nubes cubrían el cielo, porfiadas, indiferentes. El mal tiempo se hacía esperar.
Una mañana, los cristales de la ventana, con sus chasquidos y golpecitos, anunciaron el arribo de las gotas, irrumpiendo en el Santiago de la periferia. Pronto el ruido se generalizó en todas las ventanas, en el techo. La gente entraba presurosa a la oficina, protegiéndose del agua y la humedad. Don Jorge agudizó sus sentidos y en ese preciso instante el teléfono sonó de manera insistente. Levantó el auricular despacio, como si fuera Dios anunciando su llegada. Una voz dijo al otro lado:
- Don Jorge, está lloviendo.
 
 
PUNTO FINAL
Silvina Virga
Argentina (1973)
 
Algunos creen que es un túnel oscuro, otros que es el Paraíso, el Purgatorio o el Infierno. Otros que es una luz brillante que ciega los ojos. Otros que es un viaje en el que transcurren en un segundo todos los pasajes de la vida. Otros que es la inactividad cerebral, o el cese de los latidos del corazón.
La muerte está en todas partes. Está en la última pincelada de un cuadro, en el último golpe de cincel a una escultura, en la última imagen de un sueño, en la última nota musical de una melodía, en una fotografía, en el punto final de este relato.
 
 
PROTESTA
José Raúl Jaramillo Restrepo
Colombia (1896-1945)
 
La inauguración del congreso de escritores de cuentos cortos fue un estruendoso fracaso, ya que el encargado de presidirlo -un ilustre hombre de las letras- leyó un discurso tan extenso que motivó el retiro de los asistentes -llegados de todo el orbe-, quienes, en una muy breve declaración, expresaron que los habían confundido con ensayistas.
 
 
LA COMA QUE ESTABA DE MÁS
Darío Hernández Quiroz
Perú (1973)
 
Muy temprano, Diego llegó a la biblioteca; quería encontrar la coma que estaba de más en “La tía Julia y el escribidor”. El profesor Milton Manayay había prometido ponerle veinte al primer alumno que cumpliera este desafío. Diego quería ganarse esa nota.
Las horas pasaban y él seguía concentrado leyendo la novela, línea por línea. Tenía hambre, no de comer, sino de ubicar esa coma que sobraba. Cuando estuvo cerca de lograr su propósito, Diego sufrió una grave descompensación del cuerpo y terminó en el hospital en estado de coma.
 
 
INSERTO LA MONEDA Y SALE SANGRE
Cristian Aliaga
Argentina (1962-2024)
 
Inserto la moneda y sale sangre. Aprieto las teclas y sale sangre. Abro los grifos y sale sangre. Cierro los ojos y sale sangre. Leo los clásicos y sale sangre.
No es la enfermedad: es algo universal para exhibir bajo el sol del mundo.
Su color es indistinto entre los naturales de todos los continentes, y su aparición a borbotones o de a gotas da cuenta de la simetría de los finales que vienen, inhumanos.
 
 
LA CARTA
José Luis González
Puerto Rico (1926-1996)
 
Qerida bieja:
Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá. La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella. Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste. El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo. Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.
Su ijo que la qiere y le pide la bendision.
Juan
 
Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba. Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta.
 
 
DOBLE PERSONALIDAD
Virgilio Díaz Grullón
República Dominicana (1924-2001)
 
Cuando el siquiatra le explicó que sufría de un desdoblamiento de la personalidad, rechazó completamente tan absurda idea. Pero, ya de regreso a su casa, comenzó a tener experiencias extrañas. Dos personas conocidas le saludaron con un nombre que no era el de él y otras dos, desconocidas, le dirigieron al cruzarse en su camino torvas miradas de rencor.
Al llegar a su casa trató de abrir la puerta y la cerradura no respondió al estímulo de su llave. Oprimió entonces el timbre y, al entreabrirse la puerta, vio asomarse el rostro de su madre con una mirada de desconfianza y de tan absoluto desconocimiento que lo dejó paralizado.
Convencido ya de que no era él mismo, retornó corriendo al consultorio del siquiatra para reclamarle la devolución de su otra personalidad. Pero fue inútil su esfuerzo, porque este tampoco lo reconoció y lo envió directamente al manicomio con una pareja de policías.

6 de diciembre de 2024

Altamont, 6 de diciembre de 1969. La muerte de una utopía

Un día como hoy, hace cincuenta y cinco años, ocurría en la costa oeste de Estados Unidos un evento que pasaría a la historia como la “Tragedia de Altamont”. Un viejo autódromo abandonado en Altamont, California, fue elegido para la realización del más grande concierto al aire libre después del festival de Woodstock que había tenido lugar en una granja de Bethel, Nueva York, entre el 15 y el 17 de agosto de 1969. Aquel sábado 6 de diciembre fue un día raro, con un sol frío mezclándose con nubes brillantes, y alrededor 300.000 jóvenes reunidos no solamente para ver y escuchar a los Rolling Stones, sino también para reafirmar la identidad que su generación había establecido durante la década pasada.
La idea original de los Stones era realizar el concierto con entrada libre en el Golden Gate Park de San Francisco, como una especie de homenaje al público de los Estados Unidos, a donde habían regresado a presentarse en vivo después de tres años de ausencia. Pronto tuvieron que desechar esta idea porque las autoridades no les dieron la autorización, temerosas de los desbordes que el concierto pudiese originar; de modo que entraron en contacto con el director del Sears Point Raceway, un autódromo en San Francisco. Pero allí surgieron problemas económicos con la empresa Filmways Inc. que iba a filmar la película sobre el evento. Recién entonces aceptaron la sugerencia del propietario del Altamont Raceway al norte de California.
La realización de semejante espectáculo generó inmensas espectativas en la gente y la incógnita sobre el lugar definitivo en que se iba a llevar a cabo se mantuvo hasta la noche del jueves 4. Ese día se hizo el anuncio pese a que el tiempo de preparación era demasiado corto, apenas dos días. La gente comenzó a llegar desde muchos lugares de Estados Unidos para compartir otra experiencia como la de Woodstock. Ese mismo día arribó a las oficinas de la organización Michael Lang (1944-2022), el promotor de conciertos que había organizado justamente el festival de Woodstock, quien advirtió que faltaban muchas cosas para que el evento saliera bien. No estaba terminado el escenario, no había sonido para cubrir la gran extensión de tierra, no se había pensado en cómo alimentar a los cientos de miles de personas, ni cómo harían sus necesidades. Tampoco había lugar para los miles de autos que arribarían ni servicios médicos contratados. De todas maneras, la organización del festival siguió adelante.
La presentación de los Stones se programó para el sábado a la caída de la tarde. Como los escenarios fueron terminados durante el viernes por la noche, ya algunos fanáticos durmieron al lado de las tablas esa noche en carpas o detrás de las cercas, hasta que llegó la hora de la apertura oficial. El programa incluía la presentación de Santana, Jefferson Airplane, The Flying Burrito Brothers, Crosby, Stills, Nash & Young y The Grateful Dead antes del número final a cargo de los Rolling Stones.


La gente llegó desde todas partes. Los autos quedaron a varios kilómetros de distancia estacionados en doble o triple fila en medio de la ruta y los concurrentes tuvieron que caminar los últimos kilómetros. Cuando las puertas se abrieron, el sábado a la mañana, una multitud galopante y feliz descendió hacia el campo. En pocos minutos la pradera estuvo llena de cuerpos apretujados tan juntos unos con otros, que se hizo imposible siquiera caminar unos pocos metros. La visión de semejante masa compacta de gente era realmente atemorizante, sin embargo, en un principio todo fue sobre rieles, amistosa y distendidamente. La actuación de Santana concluyó sin sobresaltos pero, para entonces, algunos miembros de los Hells Angels habían ido tomando posición al borde del escenario e inclusive, se subían a él. Nunca quedó determinado fehacientemente el papel jugado por el grupo de motociclistas que proporcionaban la seguridad a Grateful Dead, banda que los habría recomendado para cumplir idéntica función en el mismo lugar donde habían actuado tiempo antes a cambio de unos pocos dólares y litros de cerveza gratuita. Según algunas versiones, los Hells Angels efectivamente fueron contratados por los Stones, pero éstos lo negaron rotundamente.
Los Hells Angels eran un grupo violento de motociclistas, una banda fundada en 1948 en Fontana, California, cuyos miembros vestían unas chaquetas de cuero con un logo de un ángel con alas y casco, y se veían a sí mismos como un grupo de entusiastas de las motocicletas que valoraban la libertad y la independencia. No obstante, la organización fue frecuentemente asociada con actividades ilícitas como el tráfico de drogas, la extorsión y la violencia.


Temprano por la tarde la banda de Carlos Santana (1947) subió al escenario. El guitarrista se había convertido en una sensación desde su brillante aparición en Woodstock. Luego tocaron los Flying Burrito Brothers y, en tercer lugar, actuaron los Jefferson Airplane. A medida que iba avanzando el espectáculo, la inquietud de la audiencia fue creciendo a raíz de la manera poco ortodoxa en que los Hells Angels impartían el orden, repartiendo palos y cadenas a diestra y siniestra, lo que generó mucha agitación en la pacífica multitud y los consecuentes roces a partir de las bravuconadas a bordo de sus motocicletas con las que circulaban entre la gente apostada cerca del escenario.
El supuesto control se transformó entonces en un creciente desenfreno, con varios espectadores heridos mientras los Jefferson Airplane intentaban llevar adelante su recital. La violencia de los Hells Angels fue aumentando hasta el punto de perjudicar a los músicos que estaban en escena. El propio Marty Balin (1942-2018), guitarrista de esa banda fue golpeado y dejado inconsciente sobre el escenario al intentar detener una pelea mientras la banda ejecutaba “White rabbit” (Conejo blanco). Fue entonces cuando Grace Slick (1939), la cantante de la banda, pedía calma y el baterista Spencer Dryden (1938-2005) tocaba parado para ver lo que sucedía abajo. El guitarrista Paul Kantner (1941-2016) detuvo la ejecución y dijo en el micrófono: “Les quería contar que los Hells Angels acaban de darle una trompada en la cara a nuestro cantante”. Cuando se disponía a iniciar otro tema, uno de los miembros de los motoqueros, con una lata de cerveza en la mano, se paró frente a otro micrófono y lo insultó intimidatoriamente delante de la multitud, lo que motivó la suspensión momentánea del festival y que Jerry Garcia (1942-1995), cantante y guitarrista de los Grateful Dead, junto a los demás integrantes de la banda, decidieran no actuar.


Luego fue el turno del cuarteto folk Crosby, Stills, Nash and Young. Su actuación fue breve ya que cerca del escenario se había desatado una batalla campal. Los Hells Angels maltrataban a los espectadores que intentaban acercarse al escenario empujándolos, pateando sus cabezas y arrojándolos por los aires, y hasta Stephen Stills (1945), uno de los integrantes de la banda, fue apuñalado en la pierna con un rayo de bicicleta afilado. Mientras todo esto sucedía, los Rolling Stones estaban aún en su hotel. Recién cuando subieron al helicóptero que los llevaría hasta el festival se enteraron del clima imperante en Altamont. Quisieron desistir pero ya era tarde; las consecuencias de una suspensión ante una multitud de tal magnitud hubiesen sido azarosas para la banda capitaneada por Mick Jagger (1943).
El día pronto se convirtió en noche, mientras crecía la ansiedad del público por ver a los Stones, quienes comenzaron su actuación más de una hora y media después de la actuación de Crosby, Stills, Nash and Young con la intención de esperar que se calmaran los ánimos. Pero sucedió todo lo contrario. Cuando éstos irrumpieron en el escenario de apenas un poco más de un metro de altura, una docena de Hells Angels formaron una línea compacta entre el grupo y la audiencia hipertensa. Solamente el escenario estaba iluminado. Mick Jagger se inclinó despacio, balanceando el sombrero del Tío Sam que había usado en todas las presentaciones a través de los Estados Unidos y, tras una señal de Keith Richards, empezaron con “Jumpin' Jack Flash” (El saltarín Jack Flash). La magia todavía estaba ahí, y por unos minutos la enorme tensión de la audiencia se disolvió en satisfacción total.
Pero, tan pronto como se hizo presente, ese momento se desvaneció irremediablemente. Cuatro Hells Angels saltaron fuera del escenario, incitando a la audiencia; dio la impresión de que había una pelea, pero aparentemente terminó en seguida. La música continuó, pero cuando los Hells Angels siguieron vagando alrededor del escenario, Jagger paró la música y dijo: “Por qué no se tranquilizan y vuelven para acá, ¿eh?”. Los Hells Angels obedecieron y la música empezó otra vez. Sin embargo, dos de ellos ignoraron al cantante y volvieron a meterse entre la audiencia. Hubo gritos y rápidos movimientos de la gente que se apartó saliendo del camino de los nefastos guardianes. Se oyeron algunos abucheos de parte de los que -estando más alejados- no podían ver que algo andaba mal y querían que el espectáculo continuara.


El espectáculo continuó, pero algo había pasado. Entonces apareció sobre el escenario Sam Cutler (1943-2023), el manager de la gira, diciendo: “¡Alguien ha sido herido y un médico está bajando del escenario en este momento! Es el del saco verde, ¿van a ser tan amables de dejarlo pasar? Alguien ha sido seriamente herido”. Lo que decía era verdad. Un testigo ocular de lo sucedido a Meredith Hunter (1951-1969), un joven afroamericano de dieciocho años asesinado por los Angels mientras los Rolling Stones terminaban de tocar “Under my thumb” (Bajo mi pulgar), dijo: “Lo golpearon. No podría decir si con un cuchillo, pero lo golpearon en un costado de la cabeza. Y entonces... el chico corrió hacia mí, se cayó a mis pies, mientras los Angels empezaron a golpearlo en la cara y en la cabeza. Cuando finalmente se fueron lo dimos vuelta, y todo lo que pudo decir, una y otra vez, fue: '¡Yo no iba a dispararles!'. Tratamos de frotarle la espalda para que no se le estancara la sangre, y pudimos ver sus heridas. Tenía un gran agujero en la columna y otro en el costado y en la sien. Era tan grande que se podía ver adentro. Bueno, tenía por lo menos una pulgada de profundidad. Todos estábamos llenos de la sangre de Hunter”.
Según los testimonios recogidos después entre los Hells Angels, éstos habían tenido un altercado con Hunter, quien, como advertencia, les mostró un revólver. Por esa razón, Alan Passaro (1948-1985), el principal acusado, le propinó cinco puñaladas y sus compañeros terminaron la faena moliéndolo a patadas. El cuerpo de Hunter estaba tan lleno de heridas, golpes y moretones que ni bien lo vieron, los médicos supieron que no tenía posibilidades de sobrevivir. Aparentemente, en ese momento los Stones ignoraban completamente que el incidente había sido mortal y continuaron tocando, mientras la multitud seguía la actuación. Sin embargo, tuvieron que interrumpirla en numerosas ocasiones porque los tumultos continuaban, aunque decidieron seguir para prevenir problemas mayores. Jagger, nervioso, gritaba a cada rato: “¿Por qué nos peleamos?, ¿por qué nos peleamos?”. Resultó evidente que la situación estaba fuera de control. Instantes después, el guitarrista Richards, harto de los desmanes, intentó dejar el escenario diciendo que no seguiría tocando hasta que la violencia se detuviera, pero fue interceptado por el cabecilla de los Hells Angels, Sonny Barger (1938-2022), quien poniéndole un arma de fuego delante de la cara le dijo: “You keep fuckin' playing or you're dead” (Mierda, seguí tocando o te mato). Recién en ese momento los Rolling Stones decidieron suspender el concierto definitivamente. Para terminar con la actuación, arrojaron miles de pétalos de flores sobre la muchedumbre, que se dispersó lentamente, no sin dar antes un fuerte aplauso. La inmensa mayoría de los concurrentes todavía no tenía noticias de la tragedia que acababa de ocurrir.


Cuando el festival terminó el precio pagado había sido muy alto: cuatro muertos. Uno asesinado, dos atropellados por algunos Hells Angels que se habían lanzado sobre la gente con sus motos, y otro ahogado en un canal de desagüe de los servicios sanitarios. Además, hubo cientos de heridos, algunos de bastante gravedad. En los días que siguieron, el concierto empezó a conocerse como la “Tragedia de Altamont”. Hubo grandes diferencias de opinión en cuanto a lo que realmente había ocurrido y lo que en definitiva significó. Sin embargo, todo el mundo parecía compartir una emoción común: desilusión e impotencia. Tanto los Stones como las 300.000 personas que estuvieron presentes en el concierto, parecieron estar más allá de la ley en Altamont. Probablemente, este incidente marcó el fin de la época del “Flower Power”, aquella filosofía de la no violencia, la paz y el amor.
Passaro, el asesino de Hunter, fue detenido y juzgado recién en el verano de 1972, pero fue absuelto poco después cuando el jurado llegó a la conclusión de que actuó en defensa propia. También se determinó que Hunter había ingerido metanfetaminas. En 1985, Passaro fue encontrado muerto, flotando boca abajo en el lago Anderson de California con 10.000 dólares en el bolsillo. En cuanto a la posibilidad de la existencia de un segundo apuñalador, tal como siempre señalaron los rumores, la policía examinó el caso pero la justicia lo dio por cerrado oficialmente el 25 de mayo de 2005.
El festival de Altamont se convirtió en el símbolo de la muerte del movimiento hippie. Lo que debería haber sido una celebración de la paz y el amor terminó en la violencia y el caos. El evento dejó en claro que la utopía “hippie” había llegado a su fin. Según el guitarrista Keith Richards (1943), “si hubiéramos suspendido podría haber sido mucho peor, se hubiera generado un desastre enorme con muchos más muertos”. Como dato anecdótico cabe mencionar que uno de los camarógrafos que actuó bajo las órdenes de los hermanos Albert Maysles (1926-2015) y David Maysles (1931-1987), directores del documental “Gimme shelter” (Dame refugio) junto a Charlotte Zwerin (1931-2004) que registró el concierto, fue George Lucas (1944), quien muchos años después se haría famoso con “Star wars” (La guerra de las galaxias), aunque ninguna de las escenas que filmó fueron incorporadas en el corte final de la película que se estrenó en diciembre de 1970.


La repercusión que tuvo este evento en los medios de prensa fue numerosa y variada. La revista “Rolling Stone”, por ejemplo, había enviado un gran número de sus periodistas a cubrirlo. La publicación fundada por Jan Wenner (1946) y Ralph Gleason (1917-1975) en 1967 era la principal vocera de la contracultura hippie, pero sus reporteros habían visto algo distinto a lo que habían escrito los demás medios. Algunos pensaron que lo mejor era no hacer referencia al festival, que eso iba a ser tomado como una definición contundente sobre lo ocurrido. Greil Marcus (1945), uno de sus columnistas, fue el que más insistió para que la revista contara toda la verdad. Mientras Gleason escribió una columna lapidaria en un diario californiano, Wenner se decidió y dedicó gran parte de la edición a contar lo sucedido. La tapa de la revista -que salió más de un mes después de los hechos-, fue más que elocuente. Una foto en blanco y negro de los espectadores, algunos parados otros sentados, un rayo de sol y todas las miradas perdidas. El único texto de toda la portada: “The Rolling Stones disaster at Altamont: let it bleed” (El desastre de los Rolling Stones en Altamont: déjalo sangrar).
Muchos años después, el mencionado crítico musical Greil Marcus recordó en una entrevista que le hiciera “The Washington Post”: “Fui directo a la primera fila. Al principio me sentía perfectamente seguro, excepto por el hedor del LSD y por los Hells Angels, claro, aunque luego la gente se puso hostil, territorialista, egoísta. Nadie le hacía un lugar a nadie, como un Woodstock invertido. Un joven negro fue asesinado en medio de una multitud blanca por matones blancos, en tanto hombres blancos tocaban su versión de la música negra”.
A fin de cuentas, el festival de Altamont, que debió ser una celebración de la paz y el amor, terminó en violencia y caos. Los Rolling Stones rara vez mencionan el evento públicamente y evitaron aceptar alguna responsabilidad directa por lo sucedido. En los años siguientes rara vez mencionaron ese acontecimiento públicamente. Sólo Keith Richards declaró a “The Washington Post”: “Fue una especie de pesadilla que duró todo un día. No sólo para nosotros, sino para todo el mundo que participó en eso”.