La sumisión total de
Argentina
En una reciente entrevista difundida por la “Radio Perfil” de Argentina, el Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires Ariel Goldstein (1987) habló sobre el avance de la derecha radical a nivel global. El autor del ensayo “La cuarta ola. Líderes, fanáticos y oportunistas en la nueva era de la extrema derecha” sostuvo que “esta cuarta ola de la derecha radical, y particularmente su crecimiento en América Latina, va a permanecer. A diferencia de las anteriores, ahora lo que hay es una internacional reaccionaria operando a cara descubierta: Milei, Vox, Meloni y Trump forman parte de una red global que ya no oculta sus vínculos y que está destruyendo la democracia bajo la concentración oligárquica del poder”. Y precisó: “La primera ola es la ola del fascismo y sus influjos en América Latina: el nacionalismo, el fascismo, el catolicismo, el hispanismo de los años ’30 y ‘40, que tuvo influjo en el integralismo en Brasil, un poco en el peronismo en la Argentina y en sus corrientes de derecha. La segunda ola es la ola del macartismo en los Estados Unidos, que nace y se despliega en nuestra región con la Guerra Fría, después de la Revolución Cubana, con las dictaduras en el Cono Sur: con Pinochet, con Videla, con la idea de que hay que proteger a la civilización cristiana occidental del enemigo comunista ateo. Después tenemos una tercera ola, que es la ola de Collor de Mello, de Menem, de Fujimori, que es la ola neoliberal, la de la caída del muro, del Consenso de Washington. Y ésta es la cuarta ola, que para mí se define particularmente porque es un nuevo anticomunismo 2.0, con las redes sociales y con las conexiones internacionales”.
Y agregó: “Antes la extrema derecha ocultaba sus vínculos en común. Pensamos en la represión de la Operación Cóndor en el Cono Sur: eso no estaba a la vista; saltó después, que estaba todo coordinado con Estados Unidos, con Kissinger. Pero ahora lo que hay es: Milei es amigo de Vox, es amigo de Giorgia Meloni, es amigo de Trump. Trump lo rescató con el salvataje financiero. Esto es la internacional reaccionaria operando a cara descubierta, y ya no hay un ocultamiento de esto. Esa es la virtud de la extrema derecha: saber unirse globalmente. Y eso la hace muy poderosa. En todas las olas hay una guerra: una guerra fría, una guerra caliente, una guerra latente. Antes, la amenaza a Occidente venía de Rusia, ahora viene de China, pero finalmente es Estados Unidos quien conduce a Occidente en esa guerra contra esos adversarios. Hoy nuestro país está completamente subordinado a los Estados Unidos. Scott Bessent dicta la política económica a través de tweets sobre lo que va a pasar en los mercados: los regula, los desregula. Estamos totalmente atados de pies y manos a Donald Trump”.
Cuando los actuales gobiernos de Estados Unidos y Argentina hablan de democracia, ¿de qué están hablando? ¿De desmantelar y
sumir en el caos a las instituciones estatales que pudieran interponerse en su
camino? ¿De acaparar un poder con tintes de autoritarismo con el fin de
implementar políticas extremas que privan a los ciudadanos de sus derechos
fundamentales? ¿De intentar inconstitucionalmente convertir la presidencia en
una autocracia sin rendición de cuentas? ¿De reprimir la libertad de expresión
para sofocar la disidencia? ¿De promover una mayor acumulación de capital y de
ganancias de las grandes corporaciones? ¿De tomar medidas que maximizan la
desigualdad y llevan a la penuria a millones de trabajadores? ¿De afirmar que
la libertad y la democracia son incompatibles? Tras las declaraciones de Trump
justificando sus intervenciones tanto económicas como militares con el fin de
construir un mundo libre, de defender la libertad y de expandir la democracia,
está claro que, con las medidas que está tomando, nada de eso está sucediendo.
Lo que claramente planea es retomar la antigua orientación imperial de su país.
Para muchos sociólogos y
politólogos entre Trump y Milei hay puntos de coincidencia clarísimos. Con un
estilo político belicoso caracterizado por muestras de torpeza, de
autoritarismo, de vulgaridad y de brutalidad, ambos son practicantes destacados
de la corriente moderna de la política de extrema derecha, marcada por los
ataques a las instituciones, el descrédito de los medios de comunicación, la
desconfianza en la ciencia, el culto a la personalidad y el narcisismo. Tampoco
es menor su fuerte presencia en las redes sociales, donde ambos se comunican e
interactúan directamente con sus seguidores. También economistas consideran que
los dos tienen una plena identificación en muchos aspectos, entre ellos un
enfoque claro hacia el individualismo y la meritocracia, y la creencia de que
en todas las sociedades hay ganadores y perdedores dentro de un juego libre en
el que todos participan bajo las mismas reglas. Estas creencias ideológicas a
menudo generan conflictos y divisiones en la sociedad, lo que no hace más que
polarizarla cada vez más.
Allá por 1968, el filósofo e historiador húngaro Georg Lukács (1885-1971) advertía en su ensayo “Demokratisierung heute und morgen” (Democratización hoy y mañana): “La democracia de hoy es la democracia de un imperialismo manipulador en cuyo dominio se reina mediante la manipulación. Sabemos que estamos violando la etiqueta de la cientificidad, hoy considerada respetable, al escribir sin comillas palabras como imperialismo o colonialismo. El desprecio que en general impera en las ciencias sociales en el plano ideológico, impide en primer lugar, la tarea social de esclarecer el conflicto cualitativo del estado económico del presente con relación al del pasado. La libertad y la igualdad, de ninguna manera desaparecen en este proceso; sus formas cada vez más socavadas llenan, como contenido, los intereses cada vez más concretos de la burguesía. Cuanto menos la libertad está unida por el contenido a los ideales (las ilusiones) del origen, tanto mayor es la gloria tributada al fetiche vacío de la libertad; cuanto más dominan la vida real los intereses de los grandes grupos políticos o económicos, tanto mayor el honor que se le hace a este fetiche como utilización y coronación de cada expresión propagandística. La desideologización es la veneración ideológica de la libertad sin sustancia”.
Esa “libertad sin sustancia” es la que está aplicando el presidente argentino desde que asumió. Mientras grita desquiciadamente cada dos por tres “¡viva la libertad, carajo!”, no hace más que referirse a la libertad que tienen las grandes empresas, nacionales y multinacionales, para hacer grandes negocios multimillonarios e imponer sus reglas y condiciones al conjunto de la población que, en la práctica, no goza de ningún beneficio, al contrario, cada día que pasa se ve más perjudicada. Sus políticas de ajuste desencadenaron el resquebrajamiento de la seguridad social, de las empresas públicas, del poder adquisitivo de la clase media -motor del consumo- y, obviamente, de las poblaciones más empobrecidas. Trabajadores de la salud, la ciencia y la educación han sufrido una gran merma en sus ingresos, y son más de dieciséis mil las pequeñas y medianas empresas que bajaron sus persianas. Y ni hablar de los jubilados, la mayoría de los cuales han sido sumidos en la pobreza y la precariedad. En definitiva, su libertad no es más que una “libertad insustancial” que no garantiza la justicia social, la igualdad de oportunidades ni la participación democrática de la mayor parte de la ciudadanía.
Hace casi cien años, en su obra “Das unbehagen in der kultur” (El malestar en la cultura) el padre del psicoanálisis Sigmund Freud (1856-1939) consideraba que la libertad, si no se orientaba como patrimonio cultural, en el fondo era una idea caótica. “La idea de libertad tiene que estar ligada a la justicia”, y planteó que “si no hay una rebelión contra una injusticia, la libertad es sólo la expresión de un narcisismo que no acepta restricciones. La libertad y la verdad son entidades que van unidas en una interrelación que las hacen interdependientes en su sentir y expresar en el ser humano. Para poder mostrar nuestra verdad, tenemos que ser libres en el pensar y actuar, y para poder ser libres en el pensar y actuar, debemos concebir nuestra propia verdad. La que apercibimos en el mundo externo y la que sentimos en el interior de nuestra conciencia”. ¿Son realmente libres los argentinos ante un presidente que tras su asunción declaró que “siempre les dije la verdad y no es gratis, pero prefiero decir una verdad incómoda antes de una mentira confortable”? ¿O acaso no son “mentiras confortables” las que proclama asiduamente? ¿Lo hace porque es un esquizofrénico que tiene alucinaciones, padece delirios, vocifera discursos incoherentes y no percibe la realidad social? ¿O lo hace porque la percibe muy bien pero no le importa porque es un sociópata?
Rodeado de una caterva de funcionarios con nefastos antecedentes, desdeña constantemente la Constitución Nacional, promulga leyes por decreto, veta proyectos que le son enviados desde el Congreso y, mediante las redes sociales, no sólo hace anuncios, sino que también insulta a sus opositores. Para cualquier persona deberían ser cognoscibles las persistentes contradicciones que emanan de su boca. Así, por ejemplo, su ministro de Economía Luis Caputo pasó de ser “un irresponsable que se fumó quince mil millones de dólares de reserva” a ser “el mayor experto financiero” y “el mejor ministro de Economía de toda la historia argentina”. Su ministra de Seguridad Patricia Bullrich pasó de ser “una terrorista que ponía bombas en jardines de infantes” a ser “una formidable y maravillosa ministra que hace un trabajo fenomenal”. El ex ministro de Economía Domingo Cavallo pasó de ser “el mejor ministro de Economía de toda la historia porque fue el único que domó la inflación” a ser “un impresentable que insultaba a todo el mundo y no tenía equilibrio fiscal”. El ex presidente Mauricio Macri pasó de ser alguien que “me aportó elementos de su experiencia ya que tenía las ideas y la dirección correctas” a ser “un ladrón, un mediocre carente de ideas”.
Y ni qué decir de sus incoherentes opiniones sobre el FMI, la organización financiera internacional de las Naciones Unidas con sede en Washington. Hace un tiempo Milei declaraba que “los liberales detestamos al FMI. El FMI ni siquiera debería existir, porque es una institución perversa. Cuando un país está a punto de explotar después de hacer un montón de zafarranchos y que ya nadie lo financia, ¿qué hace? Pone la guita y le permite tirar el ajuste para adelante”. Hoy, cuando el FMI acaba de apoyar financieramente a la Argentina mediante un swap de veinte mil millones de dólares, Milei declaró: “Quiero agradecerle a toda la junta directiva del Fondo Monetario Internacional y en especial a Kristalina Georgieva, la presidenta del organismo, por el acuerdo al que hemos llegado. Es un programa inédito porque es la primera vez en la historia que el Fondo aprueba un programa que no es para financiar la transición de una macroeconomía desordenada a una ordenada, sino para respaldar un plan económico que ya ha rendido sus frutos”.
Al poco tiempo de haber asumido el gobierno, el presidente anarco-capitalista hizo un fuerte ajuste ortodoxo para, según él, ordenar algunas variables macroeconómicas: alza del tipo de cambio, suba de impuestos, aumento en las retenciones a las exportaciones, incremento significativo de las tarifas de servicios públicos (luz, agua, gas, transporte), suspensión de obra pública, reducción de las transferencias a provincias, etc. Todas estas medidas fueron tomadas sin ningún tipo de compensación de ingresos ni acuerdo de precios, lo que implicó una reducción sensible de los ingresos en términos reales y tuvieron un costo social elevado. Unos meses después, el Congreso Nacional aprobó la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, un paquete legislativo que incluyó el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), una norma que fue redactada, entre otros, por el ministro de Economía Caputo y el ministro de Desregulación y Transformación del Estado Federico Sturzenegger (1966). Según declaró Milei, ese paquete de beneficios fiscales, tributarios y legales para la inversión privada extranjera o nacional haría que la recuperación económica fuese más rápida, sostenible y duradera. Y, según conceptualizó con su habitual cinismo el vocero presidencial Manuel Adorni (1980), ese decreto era “una herramienta para atraer inversiones significativas para la economía nacional, que de lo contrario no se desarrollarían”.
Unos años antes, en 2009, el periodista francés especialista en temas medioambientales y económicos Hervé Kempf (1957) publicó “Pour sauver la planète, sortez du capitalism” (Para salvar el planeta, salir del capitalismo), una obra en la cual, entre otras cosas, expresó que “nada mejor para simbolizar esta nueva fase del capitalismo que las palabras utilizadas por los comentaristas: antes ‘inversor’ designaba a un empresario que comprometía su capital en una operación industrial o comercial de resultado incierto; ahora el término califica a las personas y a las firmas que juegan en el mercado financiero y que no son, en realidad, más que especuladores. De hecho, el mercado financiero mundial se convirtió en un sistema de fraude en el que las deudas creadas por la especulación se pagan con nuevos endeudamientos, sin garantías reales”. Ahora que, según Milei, ha llegado el momento de invertir en la Argentina, ¿serán estos últimos los “inversores” que vendrán al país?
Hace pocos días, el Representante Comercial de Estados Unidos Jamieson Greer (1979) anunció un “Acuerdo Marco” comercial con la Argentina e indicó que el mismo “reafirma la alianza estratégica” entre ambas naciones sobre la base de “valores democráticos compartidos y una visión común de libre empresa, iniciativa privada y mercados abiertos”. Milei celebró este “acuerdo”: “Estados Unidos ha decidido abiertamente ser el líder de la región y lo celebro con fuerza. Antes, Estados Unidos se preocupaba por ayudar a quienes no eran aliados, alimentando a sus propios enemigos. Hoy han hecho un giro copernicano, que es fabuloso. Es decir: apoyo a los aliados y ningún apoyo a los no aliados. Me parece brillante”. En concreto, el alineamiento servil de Milei con Estados Unidos marca un preocupante retroceso en la autonomía y la soberanía nacionales. No es más que un ejemplo del neocolonialismo económico que impera en el país en la actualidad, un país dominado por los intereses financieros estadounidenses que ponen a la Argentina como el principal exponente en Latinoamérica del “destino providencial” norteamericano, aquel criterio que desde hace doscientos años viene utilizando para proteger sus intereses, fortalecer su liderazgo continental, imponer un orden oligárquico y favorecer su desarrollo imperialista.







