28 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (LX). Guerras y revoluciones (14)

Erich Wollenberg: El organizador de un ejército de obreros y campesinos
 
Erich Wollenberg (1892-1973) nació en Königsberg, Alemania en el seno de una familia de clase media. Estudió medicina en la Ludwig Maximilians Universität de Múnich y cuando estalló la Primera Guerra Mundial se ofreció como voluntario de la Reichswehr (Ejército Imperial). En 1918 se sumó al movimiento revolucionario que derrotó al Káiser Wilhelm II. Se hizo miembro del Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania -USPD) y de la Spartakusbund (Liga Espartaquista), el movimiento revolucionario fundado, entre otros, por Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg y Clara Zetkin. Más tarde se incorporó al Kommunistische Partei Deutschlands (Partido Comunista de Alemania - KPD) y fue uno de los líderes militares del soviet bávaro en Dachau. Completó sus estudios militares en Moscú y se convirtió en instructor del Ejército Rojo, al cual veía como un ejército al servicio de la clase obrera mundial. Su rechazo a la política de “socialismo en un solo país” impuesta por Stalin lo hizo caer en desgracia y pronto se vio obligado a abandonar el país. No pudo volver a su Alemania natal porque allí lo buscaba la justicia. Se refugió en Francia y luego en el norte de África. Al término de la Segunda Guerra Mundial se hizo periodista y escritor especializado en asuntos soviéticos y militares. Entre sus libros pueden citarse “Militärpolitische schriften” (Escritos político-militares), “Hitler, der deutsche militarismus und der europäische frieden” (Hitler, el militarismo alemán y la paz europea), “Als Rotarmist vor München” (Como soldado del Ejército Rojo antes de Munich) y “Die Rote Armee” (El Ejército Rojo), obra en la cual dedicó un capítulo a Trotsky. El mismo se reproduce a continuación.

 
La historia oficial, tal como se escribió durante muchos años en la Unión Soviética, niega el papel cumplido por Trotsky como organizador de las victorias del Ejército Rojo, y pinta a Stalin como el mayor líder militar de la Guerra Civil. “El alto honor de haber organizado las victorias del Ejército Rojo le pertenece en primer lugar al Partido y a su líder, Lenin. El mejor y más leal colaborador de Lenin en la esfera militar fue el compañero Stalin. En los primeros meses de 1919 la esforzada acción del compañero Stalin frenó el avance de Kolchak en el sector norte del frente oriental. El compañero Stalin también desplegó gran actividad en los frentes occidental y noroccidental en la primera mitad de 1919. Finalmente fue quien ideó el plan para la aniquilación de Denikin en el frente sur en el otoño de 1919”.
Esta historia oficial guarda silencio sobre el papel cumplido por Stalin en la campaña polaca de 1920 pero hace los siguientes comentarios sobre Trotsky: “El partido obtuvo sus victorias en la Guerra Civil sobre los principales enemigos de los soviets bajo la conducción de Lenin y contra los consejos contenidos en los planes de Trotsky. No podemos negar el papel de Trotsky en la Guerra Civil como propagandista y como ejecutor de las decisiones del Comité Central, cuando quiso cumplirlas, pero su estrategia y toda su política estaban viciadas de muchos defectos orgánicos. El profundo descrecimiento de Trotsky en la capacidad del proletariado para dirigir al campesinado y la capacidad del Partido para dirigir el Ejército Rojo es característico de su estrategia y política. Esto explica su introducción de la disciplina exclusivamente formal y de los métodos compulsivos acostumbrados de los ejércitos burgueses; aquí también podemos hallar la razón de sus esfuerzos por mantener al partido lo más alejado posible del ejército, su ilimitada confianza en los especialistas burgueses y su baja opinión del Ejército Rojo en comparación con los ejércitos de la Guardia Blanca. Todo esto refleja la psicología de los ex oficiales zaristas que obtuvieron puestos en el Estado Mayor”.
Karl Radek escribió de un modo similar el 23 de febrero de 1935, el decimoséptimo aniversario del Ejército Rojo. Llamó a Stalin “el líder del ejército proletario y el genio militar de la Guerra Civil”, pero dijo de Trotsky que era “el prototipo del general pequeño burgués vacilante que saturó el frente con ex oficiales zaristas del estado mayor, sin tomar en cuenta su actitud hacia la Revolución o su capacidad militar, y trató de impresionar con sus imposibles uniformes de Estado Mayor. Pero a Stalin nunca le importaron las charreteras de los oficiales”.
Las historias oficiales actuales no sólo le niegan a Trotsky sus méritos como conductor del Ejército Rojo; también niegan su papel como líder de la Revolución de Octubre en Petrogrado. Nada menos que Stalin ha escrito las siguientes palabras en su folleto titulado “Acerca del trotskismo”: “Debo decir que Trotsky no cumplió ningún papel dirigente en la Revolución de Octubre ni podía haberlo hecho. Como presidente del Soviet de Petrogrado, simplemente ejecutó la voluntad del Partido tal como se expresaba en sus resoluciones, que guiaron cada uno de sus pasos. No cumplió ningún papel destacado en el Partido ni en la Revolución de Octubre, y por cierto no podía hacerlo, porque era un miembro relativamente nuevo del partido en aquellos días de Octubre”.


Un artículo central que apareció en “Pravda” el 6 de noviembre de 1918, en conmemoración del primer aniversario de la Revolución de Octubre, echa una luz relativamente diferente sobre la actividad de Trotsky durante esos días, pues afirma: “Todo el trabajo y la organización práctica del levantamiento fue llevado a cabo bajo la dirección directa de Trotsky, el presidente del Soviet de Petrogrado. Podemos afirmar con toda certeza que debemos la pronta adhesión de la guarnición a la causa de los soviets y la hábil organización del trabajo del Comité Revolucionario de Guerra del partido en primer y principal lugar al compañero Trotsky”. El autor de este artículo fue Stalin y lo firmó con su nombre completo.
Larissa Reissner, la muchacha bolchevique que peleó en las filas de la Guardia Roja en la Revolución de Octubre y luego ingresó al Ejército Rojo como soldado raso, tomó parte en 1919 en la Guerra Civil como Comisario, agregada al estado mayor de la Flota del Báltico, y ganó reputación mundial más tarde por sus descripciones de la Guerra Civil. Ella describe a Trotsky en el frente en su libro “OctubreEl pasaje que cita se refiere a los días críticos de la Insurrección checoeslovaca, cuando el Ejército Rojo, que entonces recién estaba en proceso de formación, aún no había recibido su bautismo de fuego. Sus regimientos retrocedían aterrorizados ante la carga de los checoeslovacos. Se había perdido Kazan, y los restos del derrotado Ejército Rojo se reagruparon en Sviyazhsk. “Trotsky llegó a Sviyazhsk el tercer o cuarto día después de la caída de Kazan. Su tren blindado se detuvo en la pequeña estación con la evidente intención de quedarse un largo tiempo. Pronto se manifestó todo el genio organizativo de Trotsky. Se las arregló para hacer un racionamiento efectivo y trajo más baterías y varios regimientos a Sviyazhsk, pese a la evidente quiebra de los ferrocarriles. En síntesis, hizo todo lo necesario para enfrentar el inminente ataque. Lo que es más, no deberíamos olvidar lo que hubo que hacer en 1918, cuando aún ejercía su influencia destructiva la desmovilización general, y la gran sensación que causó en las calles de Moscú la aparición de un destacamento bien equipado del Ejército Rojo”.
Trotsky, en aquellos días remaba contra la corriente, contra el cansancio de cuatro años de guerra y contra la remezón de la revolución que inundaba todo el país, llevando consigo las ruinas de la vieja disciplina zarista y engendraba un odio feroz a todo lo que hiciera recordar las órdenes de los oficiales, las barracas y la vida militar. A pesar de todo, las raciones mejoraron notoriamente; llegaron diarios, sobretodos y botas. Y allí donde se distribuían las botas encontramos un verdadero Estado Mayor. El ejército hundió fuerte sus raíces allí y ya no pensó en huir. “Trotsky logró darle a su ejército recién nacido una columna vertebral de acero. Se quedó a vivir en Sviyazhsk con la firme determinación de no ceder una pulgada de territorio. Logró ser un conductor sabio, inflexible y firme de su pequeño puñado de defensores”.
Mientras el Ejército Rojo se preparaba para atacar Kazan, una gran formación de tropas de la Guardia Blanca ganó la retaguardia de las fuerzas soviéticas por la noche y atacó la estación de ferrocarril de Sviyazhsk. Entonces Trotsky movilizó todo el personal del tren - funcionarios, telegrafistas, camilleros y su propia custodia-, en pocas palabras, todo el que pudiera empuñar un fusil. Las oficinas del estado mayor se vaciaron en un abrir y cerrar de ojos; nadie se quedó en la base. Todas estas fuerzas fueron lanzadas contra los guardias blancos que se acercaban al tren; el enemigo no descubrió que toda la oposición que lo enfrentaba era un puñado de combatientes reunidos de apuro, detrás de los cuales no había nadie más que Trotsky y Slavin, el comandante del 5º cuerpo de ejército. Esa noche el tren de Trotsky se quedó ahí, sin su locomotora, como lo hacía siempre. Ni una sola unidad del 5º Ejército, que estaba por iniciar la ofensiva y había avanzado una distancia considerable desde Sviyazhsk, vio interrumpido su descanso por un llamado para que volviera del frente a ayudar en la defensa de la ciudad casi desprotegida. El ejército y la flotilla no supieron nada del ataque nocturno hasta que ya había pasado, y los guardias blancos retrocedieron en la firme convicción que se habían enfrentado prácticamente con una división entera.
“Cualquiera que haya vivido con el Ejército Rojo, que haya nacido y crecido con él en la lucha en Kazan, puede confirmar el hecho de que el espíritu de hierro de este ejército nunca podría haberse solidificado y que nunca se habría dado el estrecho contacto entre el Partido y la masa de soldados y el igualmente estrecho contacto entre el combatiente raso y el oficial al mando supremo, si en las vísperas del sitio a Kazan, que habría de costar la vida de tantos cientos de soldados, el Partido no hubiese hecho esta demostración ante los ojos de todo el ejército de hombres dispuestos a hacer el sacrificio supremo por la Revolución, si no hubiese mostrado que las duras leyes de la disciplina fraterna les cabía también a los miembros del Partido, y que tenía el coraje de aplicar las leyes de la República Soviética tan duramente a ellos como a cualquier otro transgresor”.
“Un ejército de obreros y campesinos tenía que expresarse de un modo u otro; tenía que crear su propio aspecto exterior y tomar su propia forma, pero nadie podía profetizar cómo se daría esto. En aquel entonces naturalmente no había ningún programa dogmático y ninguna receta para el crecimiento y desarrollo de este poderoso organismo. Sólo había una premonición en el Partido y en las masas, una especie de conjetura creativa, concerniente a la naturaleza de esta, hasta entonces, desconocida organización militar revolucionaria, que forjó características nuevas y genuinas en cada día de combate. El mérito especial de Trotsky puede encontrarse en el hecho de que necesitaba sólo un instante para percibir la menor reacción en las masas de hombres, que ya llevaban la marca de esta fórmula organizativa única en sus personas. Trotsky recolectó y sistematizó cada pequeño método de trabajo que podía ayudar a la asediada Sviyazhsk a simplificar, corregir y acelerar el trabajo militar. Trotsky poseía esta capacidad de iniciativa. El soldado, comandante y comisario de guerra que había en él nunca pudieron eliminar al revolucionario. Y cuando en su voz metálica sobrehumana denunciaba a un desertor, realmente temía en él al amotinado cuya traición o simple cobardía eran tan dañinas y destructivas, no sólo para las operaciones militares, sino para toda la causa de la revolución proletaria”. Estas son las palabras de Larissa Reissner. Se puede agregar que la gran moral revolucionaria de Trotsky le permitía ver a los combatientes del Ejército Rojo, no sólo como sus soldados de la Guerra Civil, sino también como los constructores del futuro orden socialista.


Uno de los grandes méritos de Trotsky como organizador del Ejército Rojo, fue la manera en que aplicó su conocimiento teórico al trabajo práctico menor de todos los días, en la construcción del ejército. Poco después del comienzo de los cuatro años de Guerra Civil un grupo de trabajadores militares bolcheviques propuso una “Doctrina Militar Especial del Proletariado Revolucionario”, que culminaba con la “Teoría de la Ofensiva Total”, a lo que Trotsky les dio la siguiente respuesta: “Debemos dedicar toda nuestra atención al mejoramiento de nuestros materiales y a hacerlos más eficientes, más que a fantásticos esquemas de reorganización. Cada unidad del ejército debe recibir sus raciones regularmente, no se debe permitir que se pudran aprovisionamientos de comida y las comidas deben cocinarse como es debido. Debemos enseñarles a nuestros soldados a ser limpios y asegurarnos de que exterminen a los insectos. Deben hacer correctamente la instrucción militar y lo más posible al aire libre. Debe enseñárseles a hacer breve y razonable su discurso político, a limpiar sus fusiles y engrasar sus botas. Deben aprender tiro y deben ayudar a sus oficiales a asegurar una observancia estricta de los reglamentos para mantener el contacto con otras unidades en el campo de batalla, el trabajo de reconocimiento, informes y montar guardia. Deben aprender y enseñar el arte de la adaptación a condiciones locales, deben saber colocarse en forma apropiada las polainas para evitar lastimarse las piernas y una vez más deben aprender a engrasar sus botas. Ese es nuestro programa para el año que viene en general y la próxima primavera en particular, y si cualquiera quiere aprovechar ocasiones solemnes para describir este programa práctico como una doctrina militar, bienvenido”. Con esta definición de las tareas que tenía por delante, Trotsky le dio al Ejército Rojo la palanca que necesitaba para levantar el nivel general de eficiencia.
Dado que ya hemos citado la opinión de Radek en 1935 sobre el papel cumplido por Trotsky en la evolución del Ejército Rojo, no estaría mal citar el artículo titulado “León Trotsky, organizador de la victoria”, que escribió en 1923: “Nuestro aparato de Estado suena y rueda. Pero nuestro verdadero éxito es el Ejército Rojo. Su creador y su centro nervioso es el compañero L. D. Trotsky. La historia de la revolución proletaria ha demostrado que las plumas (Pluma era el seudónimo de Trotsky antes de la Revolución) pueden convertirse en espadas. Trotsky es uno de los mejores escritores sobre socialismo internacional, pero sus dotes literarias no le han impedido transformarse en el primer conductor y el primer organizador del primer ejército del proletariado.
El genio organizativo de Trotsky se expresó en la actitud valiente con la que adoptó la idea de emplear especialistas militares para construir el ejército. Sólo la fogosa fe de Trotsky en nuestro poder social, su fe en nuestra capacidad de encontrar los mejores medios para obtener réditos de los conocimientos de estos expertos militares, al mismo tiempo que nuestra negativa a permitirles que nos mandaran en cuestiones políticas, su fe en la capacidad de vigilancia de los trabajadores progresistas para triunfar sobre las intrigas contrarrevolucionarias de los antiguos oficiales zaristas, pudo quebrar las sospechas de nuestros trabajadores militares y enseñarles a utilizar las habilidades de estos oficiales. Sólo podíamos encontrar una solución práctica exitosa a este problema descubriendo un jefe militar con una voluntad de hierro y que no sólo contara con la plena confianza del partido sino que también pudiera utilizar su voluntad de hierro para dominar a los capataces a los que obligó a servir a nuestra causa. No sólo encontró el compañero Trotsky una manera de subyugar a estos ex oficiales del viejo ejército en virtud de la energía que desplegó; fue aún más lejos, pues se las arregló para ganar la confianza de los mejores elementos entre los expertos y convertirlos de enemigos de la Rusia soviética en convencidos adherentes a nuestra causa.
En este caso la Revolución Rusa ha trabajado a través del cerebro, el corazón y el sistema nervioso de su gran representante. Cuando nos aventuramos por primera vez a la batalla,
L. D. Trotsky nos mostró cómo aplicar los principios de una campaña política al conflicto armado en el que teníamos que usar argumentos de acero. Concentramos todas nuestras fuerzas materiales en la guerra. Todo nuestro Partido comprende la necesidad de hacerlo, pero esta necesidad encontró su mayor expresión en la voluntad de hierro de Trotsky. Luego de nuestra victoria sobre Denikin en marzo de 1920, Trotsky le dijo al Congreso del Partido: ¡Saquearemos toda Rusia para vencer a los Blancos!. En estas pocas palabras expresó toda la vasta concentración de voluntad que necesitábamos para la victoria. Necesitábamos un hombre que pudiera encarnar nuestro llamado a la lucha, que pudiera ser un toque a rebato que nos llamara a las armas y a obedecer esa voluntad que demandaba, primero y principalmente, subordinación incondicional a la gran y terrible necesidad de ir a la guerra. Sólo un hombre que supiera trabajar como lo hizo Trotsky, sólo un hombre que supiera hablarle a los soldados como lo hacía Trotsky, sólo un hombre así podía convertirse en el portaestandarte de los obreros armados.


Lo era todo en una sola persona. Sopesaba los consejos estratégicos de sus expertos en su cerebro y encontraba la manera de aplicarlos con la mayor ventaja bajo las condiciones sociales como las veía él. Sabía combinar el impulso que emanaba de catorce frentes y diez mil comunistas que le decían en el centro lo que podía esperar del ejército, cómo mejor trabajar con él y qué forma darle; sabía cómo fundir todas estas cosas en un plan estratégico y un esquema organizativo. Y con todo este magnífico trabajo que cumplía, comprendía como nadie, la manera de aplicar su conocimiento ni significado de los factores morales en la guerra.
El nuestro era un ejército campesino. En él la dictadura del proletariado, es decir, el comando de este ejército por obreros y representantes de las clases trabajadoras, se concretó en la persona de Trotsky y en las de los compañeros que colaboraron con él. Se logró, por sobre todo, gracias al modo en que Trotsky se servía de la ayuda de todo el aparato del Partido para inspirar a este ejército de campesinos cansados de guerra, con la profunda convicción de que peleaban por sus propios intereses.
Trotsky trabajó con todo nuestro Partido en la tarea de crear un Ejército Rojo. No lo podría haber hecho sin la cooperación del partido. Pero la creación del Ejército Rojo y sus victorias hubieran exigido muchos más sacrificios si él no hubiese estado allí. Si nuestro partido es el primer partido del proletariado que logró construir un gran ejército, esta página gloriosa en la historia de la Revolución Rusa debe ir unida por siempre al nombre de León Davidovitch Trotsky, el hombre cuyos trabajos y hazañas serán objeto no sólo de veneración, sino también de estudio para las generaciones futuras de trabajadores, que se lancen a la conquista de todo el mundo”.
Este fue el juicio de Karl Radek sobre el papel de Trotsky como creador, organizador y conductor del Ejército Rojo en febrero de 1923, cuando Lenin vivía, y él estaba aún bajo el control de Lenin. En sus recuerdos de Lenin (“Vladimir Lenin ) Máximo Gorki relató una conversación que tuvo con él. Cuando en el curso de la misma mencionó la hostilidad de ciertos bolcheviques hacia Trotsky, Lenin golpeó la mesa con el puño y dijo: “Muéstreme otro hombre que sea capaz de crear prácticamente un ejército modelo en un año y ganar también el respeto de los expertos militares. ¡Nosotros tenemos ese hombre! ¡Nosotros tenemos todo!”

27 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (LIX). Guerras y revoluciones (13)

Jean Jacques Marie: Los albores de la burocracia soviética

Jean Jacques Marie es considerado uno de los mejores especialistas franceses del período soviético de Rusia y también de la Rusia postsoviética. Es autor de una numerosa cantidad de ensayos plenos de completos análisis sobre los temas tratados en cada uno de ellos. Merecen citarse “Les paroles qui ébranlèrent le monde. Anthologie bolchevique. 1917-1924” (Palabras que estremecieron al mundo. Antología bolchevique. 1917-1924), “Voyager avec Karl Marx, le Christophe Colomb du Capital” (Viajando con Karl Marx, el Cristóbal Colón del Capital), “Les femmes dans la révolution russe” (Mujeres en la revolución rusa), “Khrouchtchev. La réforme imposible” (Kruschov. La reforma imposible) y “L'antisémitisme en Russie. De Catherine II à Poutine” (El antisemitismo en Rusia. De Catalina II a Putin). Ha escrito también obras dedicadas específicamente a Lenin y a Stalin, por ejemplo sus biografías y “Lénine. La révolution permanente” (Lenin. La revolución permanente) y “Vivre dans la Russie de Lénine” (Vivir en la Rusia de Lenin) con respecto al primero, y “1953, les derniers complots de Staline. L'affaire des blouses blanches” (1953, las últimas tramas de Stalin. El caso de las blusas blancas) y “Rapport sur le culte de la personnalité et ses conséquences” (Informe sobre el culto a la personalidad y sus consecuencias) con respecto al segundo. Pero sobre quien más escribió fue sobre Trotsky: “Trotsky et la Quatrième Internationale” (Trotsky y la Cuarta Internacional), “Le trotskisme” (El trotskismo) y “Trotsky, révolutionnaire sans frontiers” (Trotsky, revolucionario sin fronteras), del cual se reproduce a continuación la sexta y última parte del capítulo “Guerra civil”.

 
 El 25 de abril de 1920, el ejército polaco, financiado y asesorado por Francia, invade Ucrania, arrolla al Ejército Rojo y toma Kiev el 6 de mayo. Pero el intenso odio al Pan (señor) polaco desencadena una verdadera movilización popular. La contraofensiva del Ejército Rojo, iniciada el 25 de mayo, barre al invasor, aunque Wrangel lo ataque al norte de Crimea. El 12 de junio, los rojos reconquistan Kiev y, a principios de julio, llegan a las inmediaciones de la frontera ruso-polaca propuesta en 1919 por el diplomático inglés Curzon. ¿Hay que seguir adelante e invadir Polonia? El Comité Central discute esa posibilidad: Trotsky está en contra, Stalin se muestra reticente, Lenin se pronuncia a favor. El avance del Ejército Rojo, conjetura este último, cristalizará el impulso revolucionario de las masas polacas y, a través de la Polonia sovietizada, Rusia tendrá a su alcance la clase obrera alemana. Escéptico acerca de la capacidad de un ejército ruso de ganar la adhesión de los campesinos y obreros polacos, y temeroso de que pierda el aliento luego de su contraofensiva fulminante, Trotsky sugiere que Moscú haga a Varsovia propuestas de paz. Sólo Radek y Ríkov lo apoyan.
El II Congreso de la Internacional se celebra entonces en plena ofensiva sobre Varsovia, del 17 de julio al 7 de agosto. Trotsky, alejado de la dirección de las operaciones militares en Polonia, deja el frente en varias oportunidades para participar en los debates, en los que sólo tiene un papel menor. En especial, pone punto final al congreso presentando un manifiesto del que es autor, durante una sesión solemne en el Gran Teatro, abierta a numerosos militantes. Describe la descomposición del mundo capitalista presa del caos que “amenaza devorar toda la civilización humana” y destruye la democracia: “Ni una sola cuestión importante se decide por mayoría de votos. El principio democrático ya no es más que un recuerdo”. Más allá de los muros del congreso, la guerra sigue asolando el país.
Wrangel despliega su ofensiva en el sur. Trotsky se traslada a la zona. En el oeste, una vez que el Ejército Rojo cruza la frontera étnica de Polonia, el 20 de julio, la deserción hace estragos en sus filas: en una semana, casi 50 mil soldados, coincidentes en arrojar al invasor polaco fuera del país, reniegan de proseguir la guerra más allá. La policía militar polaca interroga a los prisioneros del Ejército Rojo acerca de los dirigentes soviéticos: una opinión favorable sobre Trotsky equivale a cincuenta azotes; sobre Lenin sólo veinticinco, y sobre los demás quince. El 14 de agosto la contraofensiva polaca frente a Varsovia arrolla al Ejército Rojo, que retrocede 400 kilómetros. Sin embargo, el Politburó, animado por los informes engañosos del frente, aún tiene esperanzas en una contraofensiva. Es el momento que Trotsky elige para dar un gran golpe en los transportes. Como la dirección del sindicato de ferroviarios, apoyada por Tomski, presidente del Consejo Central de los sindicatos y miembro del Comité Central, se resiste, Trotsky lo disuelve el 28 de agosto y establece, con el acuerdo del Politburó, un Comité Central de Transportes que reúne el Comisariado de Transportes y el sindicato de ferroviarios. La fusión del Estado y el sindicato es total pero efímera.
La derrota en Polonia genera alboroto en el partido. Destituido de sus funciones militares y llamado a Moscú, Stalin solicita el 30 de agosto una comisión investigadora de la operación polaca. Al día siguiente, en el Politburó, Trotsky afirma tomar en cuenta sus propuestas. Lenin se niega. A mediados de septiembre, Trotsky persuade al Politburó de iniciar conversaciones con el gobierno polaco, que también está sin aliento y al que Londres y París aconsejan negociar. El 12 de octubre se firma el armisticio con Polonia.
La revolución madura en otros lugares. En Italia la patronal metalúrgica decide a fines de agosto de 1920 reducir los salarios. Los obreros italianos declaran la huelga general. El norte del país se cubre entonces de consejos obreros que ocupan las fábricas. El Partido Socialista italiano multiplica las declaraciones incendiarias pero no hace nada; el grupo comunista de Gramsci cree que la revolución consiste en hacer funcionar las fábricas ocupadas y la Confederazione Generale del Lavoro, cuyo secretario I.udovico D'Aragona ha participado en el congreso de la Internacional Comunista, firma a espaldas de los metalúrgicos, un acuerdo con la patronal que desarticula su movimiento. Dos años después, D'Aragona se felicitará de haber salvado a Italia del bolchevismo.
El 9 de noviembre la caballería roja, luego de una docena de cargas furiosas, franquea el estrecho de Perekop que separa Crimea del continente. El ejército de Wrangel se hunde; el general blanco lo licencia y lo evacúa con la ayuda de la marina francesa. De ese modo, el Ejército Rojo cuenta en su haber con victorias sobre los ejércitos blancos, los ejércitos populares de los eseristas, el ejército campesino anarquista de Majnó, las bandas de aventureros sublevados como Grigoriev, Zeleny y otros y las hordas de campesinos insurrectos de Tambov y Tiumen, así como, además, sobre las tropas de los catorce países que intervinieron en Rusia, de los japoneses a los griegos pasando por los alemanes, los ingleses, los franceses, los rumanos y los polacos. Sin embargo, como hemos visto, Trotsky lo califica sin ilusiones de ejército que no puede tener gran peso en las mesetas de Europa, y demasiado débil para enfrentar a un ejército regular. Si ha vencido, lo ha hecho ante todo por razones sociales: los campesinos, aun cuando aquí y allá se rebelaron contra él, estaban animados por una voluntad feroz de no devolver las tierras que habían tomado a los antiguos propietarios; los obreros, incluso los que eran hostiles a los bolcheviques, no querían el retorno ni de los patrones ni de la monarquía. Para unos y otros, esos logros eran las “conquistas de Octubre”.


Por último, la intervención de los gobiernos europeos quedó interrumpida por la ola revolucionaria que, aunque contenida, hizo vacilar sus cimientos. 
La revolución húngara (mayo a julio de 1919) aleja de Rusia al ejército rumano, movilizado por Francia para aplastar a los húngaros. Durante la guerra con Polonia, se multiplican en Inglaterra los comités de acción en apoyo de la Rusia soviética. El cansancio y el odio a la guerra, la propaganda bolchevique, la simpatía por los rojos y los motines han paralizado los cuerpos expedicionarios extranjeros. En otras palabras, la revolución mundial contenida ha protegido la Rusia soviética y permitido al Ejército Rojo derrotar a sus adversarios.
Pero el fracaso polaco refuerza el aislamiento de Rusia y el comunismo de guerra en el momento mismo en que los campesinos rechazan las requisas y los obreros, cansados de las restricciones y reacios a la perpetuación de los métodos de mando de la guerra civil, reclaman su flexibilización o su eliminación. Lenin y Trotsky, en un principio unidos, combaten ese rechazo creciente por medio de la centralización más extrema, en la que el segundo se compromete a fondo. La reconstrucción indispensable de la economía de la Rusia soviética, explica al IX Congreso del partido el 30 de marzo de 1920, incumbe “en su totalidad a los sindicatos que, en efecto, no deben luchar contra el gobierno sino desplegar de concierto con éste una actividad de construcción de la economía planificada”. La idea está en el centro de su informe sobre la organización económica presentado en el congreso, que adopta sus conclusiones por amplia mayoría.
Trotsky va hasta el final. La lógica del comunismo de guerra, construido empíricamente y luego mantenido y reforzado poco a poco a pesar de que el grueso de la población trabajadora lo rechaza cada vez más, conduce a una centralización total que, por afición a las fórmulas contundentes, Trotsky califica de “militarización”. Hay que militarizar el trabajo. Esta fórmula cumple en principio una función emocional de consigna, pero el término hiperbólico de “militarización” hará estragos. Los adversarios políticos de Trotsky la presentarán como un elemento orgánico de su pensamiento y no como una propuesta circunstancial. Stalin, que la vota en el congreso, la utilizará contra él a partir de 1923, cuando Trotsky oponga la democratización a la burocratización galopante del Partido.
En mayo de 1920, en “Terrorismo y comunismo”, Trotsky sistematiza sus puntos de vista sobre la organización del trabajo (y en primer lugar sobre el trabajo obligatorio) que, tras el congreso del partido, ha presentado al III Congreso de los sindicatos y después al de los consejos de la economía popular. Su explicación: las máquinas se desgastan, el material rodante se deteriora, las vías férreas, los puentes, las estaciones se destruyen; la Rusia soviética no puede recibir máquinas del extranjero. Al no producir prácticamente ningún artículo manufacturado, no tiene ni mercancías ni herramientas para vender al campesino, no puede movilizar la mano de obra imprescindible para las actividades más elementales (despeje de las vías férreas, extracción del carbón, trabajos de reconstrucción, refacciones) a cambio de un salario, pues el dinero, en ausencia de mercancías, ya no vale nada.
Por lo tanto, “el único medio de procurarnos la mano de obra necesaria para las tareas económicas actuales es la implementación del trabajo obligatorio, imposible sin la aplicación -en cierta medida- de los métodos de militarización laboral”. Pero no se lo puede llevar adelante, prosigue, contra la voluntad de los propios trabajadores, que lo rechazarán. Esa “militarización” implica la dirección única -y ya no colegiada- en las fábricas, un sólo plan económico para toda la Rusia soviética, la constitución de ejércitos del trabajo con los centenares de miles de soldados desmovilizables y desmovilizados, el partido único y la estatización de los sindicatos encargados de ocuparse de la producción.


En esta lógica de movilización de todas las fuerzas para reconstruir una economía hecha pedazos, Trotsky omite detalles y matices. Explica que “en un período de revolución, los sindicatos se encargan de establecer la disciplina laboral. Exigen a los obreros un trabajo intensivo en las condiciones más penosas, a la espera de que el Estado obrero tenga los recursos necesarios para modificarlas. Los sindicatos se encargan de ejercer la represión revolucionaria con los indisciplinados, los elementos turbulentos y parásitos de la clase obrera”.
Estas tesis chocan entonces con poca resistencia, pues los sindicatos apenas tienen autoridad. Muchos militantes y obreros sólo ven en ellos un aparato amigo del papeleo, rutinario y burocrático. En consecuencia, no los ofusca escuchar un día a Trotsky compararlos con una empresa de pompas fúnebres sólo útil para acompañar al trabajador en su último viaje, y están dispuestos a admitir que más vale una organización seria del tipo del Ejército Rojo que ese aparato ineficaz. Como Trotsky teoriza la práctica entonces corriente que ahora cae en desuso, sus tesis no suscitan impugnaciones en el Partido Bolchevique. Su choque con la realidad provocará, además, la última gran discusión partidaria en vida de Lenin.
La experiencia de los ejércitos del trabajo se frustra rápidamente. Los soldados, agobiados aunque convenientemente alimentados, no piensan más que en la desmovilización. Ese fracaso es un mal augurio para el porvenir de la “militarización”, que choca con la reacción hostil de los responsables sindicales bolcheviques. Trotsky se consagra a ponerlos en vereda. Una crisis social y política se anuncia. Los obreros, cansados, responden a la militarización mediante la pasividad, la queja y la huelga a la italiana (lentificación máxima del ritmo de trabajo). Lenin presiente la necesidad de flexibilizar y modular la presión y la coacción. Enviado al Ural y el Dónetz, Trotsky tropieza con las mismas dificultades.
Además el fin de la guerra civil hace que la continuidad del sistema  de requisas sea insoportable para el campesinado, que lo aceptaba como un mal menor mientras temía el retorno del terrateniente en les furgones de los ejércitos blancos; ahora, cuando éstos han huido derrotados, cuando la guerra con Polonia ha terminado y cuando Wrangel ha sido expulsado de Rusia, lo rechaza. Sin embargo, el sistema de requisas no cesa de extenderse. En el otoño de 1920, el Comisariado de Abastecimiento controla prácticamente la mitad de la producción de cereales y materias primas agrícolas (lino, cáñamo, cerdas de puerco, etc.). La contradicción entre el carácter individual de la producción y su apropiación colectiva por el Estado que prohíbe todo comercio, coronada por la coacción, estalla brutalmente. En definitiva, se revela la imposibilidad de colectivizar la distribución de una producción agrícola privada. Ahora bien, Lenin juzga impensable colectivizar la producción, tarea imposible sin un nivel mínimo de tecnología del que la Rusia arruinada está muy lejos. No obstante, la obsesión por la “comuna” (esto es, la colectivización agrícola) arrastra a masas de campesinos, sobre todo en Ucrania, a las filas de los "verdes" y contra los rojos, sospechados de prepararla.
En noviembre, en la región de Tambov, se sublevan cerca de 50 mil campesinos, armados de horcas, hachas, fusiles, ametralladoras y hasta cañones. Si bien sus dirigentes quieren “derrocar el poder de los bolcheviques comunistas”, los amotinados se levantan contra las requisas y por la libertad de vender sus productos y no contra el propio régimen. En ocasiones expresan esa diferencia al declararse partidarios de los bolcheviques (autores del “decreto sobre la tierra”), pero hostiles a los comunistas (que se llevan sus cosechas). En ese mismo momento, los campesinos se sublevan en Siberia occidental, toman el control de un territorio de casi un millón de kilómetros cuadrados y bloquean los trenes de trigo, que ya no pueden llegar a las ciudades.


La penuria, el hambre, la desorganización social, la guerra civil y las adhesiones masivas al partido de antiguos adversarios que se pasan al campo de los vencedores agravan la corrupción endémica, mal tradicional de la vieja sociedad rusa. Preobrazhenski, secretario del Comité Central, plantea a mediados de julio de 1920 el problema de “la desigualdad en el partido”, es decir de los privilegios que suscitan protestas y vivas discusiones en su seno. Denuncia las malversaciones y los abusos y, a comienzos de agosto, logra que el Politburó adopte su punto de vista. Lenin hace designar una comisión investigadora de esas desigualdades, encargada incluso de estudiar los privilegios de los residentes del Kremlin y dotada de facultades excepcionales de investigación. La comisión estima que los habitantes del Kremlin tienen residencias demasiado amplias y sugiere dividir las habitaciones en dos, pero determina, con todo, que son relativamente modestas.
El rumor amplía sin cesar el campo de los privilegiados. Ahora bien, el 29 de marzo de 1921 Lenin redacta personalmente una resolución que, al verificar que “la subalimentación del camarada Trotsky es una de las causas de su agotamiento, su enfermedad y las dificultades de su tratamiento, decide que el buró de organización debe procurar de inmediato que reciba alimentos suficientes de conformidad con las exigencias médicas”. El Politburó reemplaza en la moción la palabra “subalimentación” por “mala alimentación”. En 1929, durante su exilio, Trotsky llegará a Turquía con el estómago estropeado y la dentadura arruinada por una alimentación que ha sido deplorable a lo largo de demasiado tiempo. El 24 de febrero de 1921, dos dirigentes comunistas de Moscú, Podvoiski y Mejonoshin, denuncian en una carta a Lenin la asignación anormal de raciones a “cuadros soviéticos privilegiados”, lo cual “desacredita el poder”, y demandan su eliminación o su reducción. Denuncian asimismo a “la aristocracia comunista” que se ha instalado en hoteles particulares abandonados por sus propietarios y requisados, y cuya transformación en huertos u hogares de niños reclaman.
Al margen de esos abusos, los privilegios mismos de los dirigentes, reales si se los compara con la hambruna que hace estragos entre la población, son no obstante muy reducidos. En 1918, el general Niessel se asombraba por el modo de vida austera de Lenin y Trotsky. Esta situación no ha cambiado. El Kremlin tiene dos comedores, uno para los miembros del Consejo Ejecutivo Central y otro para los comisarios del pueblo y los dirigentes de la Internacional, cuyas raciones se fijan rigurosamente. Por otra parte, la calidad de los productos es mediocre, y eso en el mejor de los casos. El comedor de la Internacional suele servir carne de caballo que hay que sepultar en pimienta. El comedor de los comisarios del pueblo, por su parte, sirve una presunta sopa de pescado en la que abundan sobre todo las espinas y a veces una carne apenas menos incomible.
Al evocar este período, Trotsky escribirá más adelante: “Había pasado tres años en el frente. Durante ese tiempo, un nuevo modo de vida había comenzado a instaurarse poco a poco en la burocracia soviética. No es cierto que en esa época el Kremlin nadaba en el lujo, como lo afirmaba la prensa de los blancos. En realidad, se vivía muy modestamente. Sin embargo, diferencias y privilegios habían hecho su aparición y se acumulaban de manera automática”. Podemos ver en ello las primicias de los numerosos privilegios que la burocracia estaliniana ha de atribuirse más adelante. Grandes rectores del aparato ya están corrompidos, por ejemplo los que Lenin llama “burgueses soviéticos”, y cuyos tráficos de todo tipo denuncia el 29 de abril de 1921 en una carta a Dzerzhinski. Esos “burgueses soviéticos” se pondrán del lado de Stalin, quien les garantizará la perennidad de sus privilegios.
Desde 1919, la cuestión es motivo de debate dentro del Partido Bolchevique y provoca una seria batalla que el estalinismo sofocará. El privilegio existe, favorecido por la ruina y la miseria, eterno abono de la lucha por la acumulación, pero no está institucionalizado. Sólo llegará a estarlo después de la victoria del aparato sobre la Oposición de Izquierda. Al final de la guerra civil, Trotsky recupera una vida más regular. Se levanta hacia las siete y media de la mañana, desayuna rápidamente té y pan, se traslada al Comisariado de Guerra, donde llega a las nueve, y vuelve al Kremlin alrededor de la una y media de la tarde para almorzar. Según su esposa, se distrae entonces de las ocupaciones corrientes, ríe, bromea en familia, hace a veces una breve siesta si la agenda del día no está muy cargada y luego se marcha al Comisariado de Guerra o a los salones vecinos del Kremlin, para participar en las reuniones gubernamentales, las del Consejo del Trabajo y la Defensa o las del Politburó.

26 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (LVIII). Guerras y revoluciones (12)

Jean Jacques Marie: La creación de los ejércitos de trabajo

El 6 de septiembre de 1924, Trotsky publicó en el periódico oficialista “Pravda” un artículo titulado “Problemy grazhdanskoy voyny” (Los problemas de la guerra civil) en el cual, entre otras conceptos, definió a la guerra civil como “la prolongación violenta de la lucha de clases”. Agregó que “la transición de la política a la acción militar y la conjunción de esas dos alternativas generalmente producen grandes dificultades. No es posible medir la política según la vara de la guerra, como no es posible medir la guerra según la vara única de la política, aunque sea con relación al tiempo. En el período de preparación revolucionaria, medimos el tiempo según la vara de la política, es decir, por años, meses, semanas. En el período de la insurrección, medimos el tiempo en horas y días. No es por nada que se dice que en tiempos de guerra un mes, a veces una sola jornada, cuenta como un año. En Octubre, la pérdida de una sola jornada hubiera podido reducir a la nada todo el trabajo de muchos meses, incluso de años de preparación revolucionaria”. Seguidamente se reproduce la quinta parte del capítulo “Guerra civil” del libro “Trotsky, un revolucionario sin fronteras” de Jean Jacques Marie, en el cual se refirió al papel desempeñado por el líder revolucionario en el conflicto que se desarrolló entre el 6 de noviembre de 1917 y el 17 de junio de 1923.
 

En el ambiente tenso de las relaciones entre Trotsky y sus oponentes, desacuerdos sobre la táctica surgidos en abril de 1919 van a cobrar una amplitud inesperada. Bajo el mando de Serguéi Kámenev, el ejército del este rechaza por entonces a Kolchak hasta los Urales. Trotsky y el jefe del Estado Mayor Vatsetis, temerosos de que Kolchak disponga de reservas en Siberia, proponen suspender esa contraofensiva y transferir varias divisiones del frente este al frente sur, donde Denikin y el ejército de voluntarios pasan a la ofensiva; Kámenev y sus adjuntos rechazan ese plan. Trotsky aparta a Kámenev de su comando: lo felicita, sostiene que está cansado y le concede una licencia de seis semanas que éste no ha solicitado. Lenin lo desautoriza y repone a Kámenev en su cargo. El 29 de mayo, informa de ello a los responsables del frente este: “Sin la conquista de los Urales antes del próximo invierno la derrota de la revolución es inevitable”, y agrega: “En caso de roces con el Estado Mayor, envíenme de inmediato un telegrama cifrado”.
Asume así un papel de árbitro. El ejército del frente este desciende los Urales y arrolla las escasas reservas de Kolchak. Al mismo tiempo Denikin obtiene victoria tras victoria en el sur. El 25 de junio toma Jarkov y el 30 Ekaterinoslav y Tsaritsyn. A fines de mes, en Moscú se inicia una enorme discusión sobre la estrategia que debe adoptarse. Vatsetis, respaldado por Trotsky, propone un contraataque a través de la cuenca del Dónetz, región de población obrera, hostil a la vez a los blancos y a Majnó. Con este fin, quiere transferir algunos destacamentos del 5º Ejército que están aplastando a Kolchak.
La Checa, con el acuerdo de Lenin, detiene entonces a Vatsetis, reemplazado, a pesar de la hostilidad manifiesta de Trotsky, por Serguéi Kámenev. Éste propone un contraataque a través de los territorios ocupados por una población cosaca en su mayoría hostil a los rojos. El 3 de julio, el Comité Central, en ausencia de Trotsky, rechaza por unanimidad el plan de Vatsetis y adopta el de Kámenev. Luego, Lenin reduce la composición del Comité Militar Revolucionario de la República de ocho a seis miembros. Trotsky sigue siendo su presidente, siempre flanqueado por Sklianski pero, además del reemplazo de Vatsetis, a quien Kámenev ha metido en la cárcel, esa modificación desplaza a sus viejos colaboradores. Iván Smirnov, Rosengoltz y Raskolnikov son sustituidos por Gusiev y Smilga, colaboradores de Kámenev. El estado mayor de campaña es desplazado del distante suburbio de Serpujov a la misma Moscú, más cerca del Kremlin y de Lenin.
En su “Stalin”, Trotsky sostiene que el propósito de esa reestructuración era formar un equipo menos numeroso y más compacto. Más compacto, sin duda, pero más para ponerle freno que para ayudarlo. Se trata de una reestructuración política y no administrativa. Al día siguiente, Trotsky, estremecido por esa doble desautorización, aduce estar enfermo y luego revela la verdadera naturaleza de su enfermedad al enviar el 5 de julio al Politburó la renuncia a todos sus cargos y proponer simplemente permanecer como miembro del Comité Militar de la República. Ese mismo día, el Politburó rechaza por unanimidad su renuncia. Promete facilitarle el trabajo en el frente sur y “deja en sus manos la posibilidad de obtener por todos los medios la corrección que estime adecuada de la línea general en la cuestión militar y, si lo desea, el Buró se esforzará por apresurar la convocatoria del congreso del Partido”. Cosa que Trotsky, indudablemente, no podría solicitar visto que el ejército de Denikin se dirige hacia Moscú. Lenin le da entonces un papel en blanco y afirma: “Como conozco el carácter riguroso de las prescripciones del camarada Trotsky, estoy tan convencido del grado absoluto de justeza y de necesidad racional para la causa de la orden impartida por él, que sostengo íntegramente esa decisión”. Ese documento, que Trotsky no utilizará jamás, es una compensación moral por el apoyo que Lenin ha dado al remplazo de Vatsetis por Kámenev.
Trotsky parte de inmediato hacia el frente sur. En el camino, invita a los cuadros a plebiscitar su política, que ha sido desestimada, contra los cambios implementados por el Comité Central. El 11 de julio, en Vorónezh, los instructores políticos del 8° Ejército apoyan sus métodos por cuarentaiún votos contra dos. El 14 de ese mismo mes, Trotsky informa al Comité Central que los instructores políticos del 13° ejército respaldan la antigua política militar y el desarrollo ulterior de sus métodos. Lenin, a no dudar, no aprecia esta actitud. Trotsky no sigue adelante con su contraofensiva política, pero su intento efímero de desautorizar la decisión del Comité Central deteriora aún más sus relaciones con Lenin en un momento dramático. El derrumbe del frente sur pone al desnudo los problemas de un ejército sin medios. El 27 de julio de 1919, Trotsky telegrafía: “La principal razón de la pérdida de Jarkov y Ekaterinoslav ha sido la insuficiencia de cartuchos”. Dos días después, repite: “La falta de cartuchos y la escandalosa insuficiencia de carabinas son fatales para el frente”.
En Ucrania, el plan de Serguéi Kámenev es un desastre. El 10 de agosto, el atamán (líder) cosaco Mamontov consigue abrir una brecha en el frente y, detrás de las líneas del Ejército Rojo, asuela la región de Vorónezh y Tambov; sus cosacos saquean hasta las iglesias y provocan incendios con toda impunidad, llevando a su zaga convoyes donde se amontonan los productos de su rapiña. Al día siguiente, Trotsky lanza por telegrama un grito de alarma al Politburó sobre la catastrófica situación del frente sur, debido a la insuficiencia del aprovisionamiento, al hambre que corroe a los soldados harapientos, casi la mitad de los cuales no tienen ni botas ni ropa interior y, por último, cantilena conocida, a la escasez permanente de cartuchos y carabinas. El Ejército Rojo se obstina en evitar a Mamontov. Lenin, furioso, critica al Comité Militar de la República, “que da órdenes sin interesarse ni velar por su cumplimiento. Si bien ése es un pecado que todos cometemos, en las cuestiones militares significa francamente precipitarse a la perdición”.


Estimando que la política bolchevique es responsable de ese hundimiento, y descontento con la cacería de cosacos organizada entre enero y marzo de 1919, el cosaco rojo Mironov se subleva con su división de 4 mil infantes y mil jinetes. El 22 de agosto de 1919 lanza un llamamiento a los cosacos, en el cual atribuye el retroceso del Ejército Rojo a “las malas acciones constantes del partido dirigente, el partido de los comunistas, que han suscitado contra ellos la indignación general y el descontento de las masas laboriosas. Las fechorías de los comunistas han provocado una insurrección general en el Don. ¡Abajo la autocracia personal y el burocratismo de los comisarios y los comunistas!”.
El 8 de septiembre, Budenny, comandante de la Primera División de Caballería roja, detiene a Mironov. Su consejo de guerra decide fusilarlo. Avisado, Trotsky, que ha denunciado el carácter criminal de la tentativa del cosaco y lo ha hecho poner fuera de la ley, llega a toda prisa, anula el fallo y, pese a las protestas de Budenny, furioso por perder a su presa, despacha al detenido a Moscú, gestiona su amnistía y le asigna un nuevo mando en el Don. Mironov escribe un nuevo llamamiento a los cosacos que contribuirá a revertir la situación a comienzos de noviembre. Así, Trotsky une la exigencia de la disciplina a la flexibilidad política. Mironov se ha sublevado, pero sus extravíos pueden corregirse. Trotsky se consagra a ello. Budenny y su amigo Voroshílov se vengarán. Un año después, dispondrán la detención de Mironov, abatido luego en prisión por un guardia.
Las fuerzas del Ejército Rojo, que retroceden en desorden en el frente sur, son cuatro veces superiores en número al ejército de Denikin, cuyo avance tiene la apariencia de un paseo triunfal. Lenin sermonea a Trotsky, pero Denikin sigue su marcha hacia Moscú. En los esfuerzos desplegados por Trotsky para mitigar los inconvenientes del plan de Kámenev, Lenin ve una manifestación de mala voluntad. Los mensajes que le dirige entonces en nombre del Politburó son insultantes. Las relaciones entre ambos seguirán siendo tensas hasta septiembre. Así, el 9 de agosto de 1919, en respuesta a una reprimenda de Lenin, Trotsky “solicita encarecidamente a Moscú el abandono de su política de temores fantásticos y decisiones inspiradas por el pánico”. El 6 de septiembre, Lenin reprende una vez más a Trotsky y sus adjuntos, que no dejan de intentar en vano arreglar el plan de Kámenev. A principios de octubre, en un telegrama a aquél, Trotsky estigmatiza la anarquía de las altas esferas. Lenin sigue sermoneándolo. Denikin avanza a grandes pasos. Toma Kurks el 21 de septiembre y Orel el 13 de octubre; la ruta de Tula, la mayor concentración de fábricas de armas de la Rusia soviética, está abierta, y si la ciudad cae, el general blanco tendrá Moscú al alcance de la mano.
A fines de octubre, Lenin cambia de caballo. El Politburó rechaza el plan de Kámenev y aprueba una versión reforzada del plan de Vatsetis y Trotsky. El 13 de octubre, Lenin ordena tomar tropas de todos los demás frentes y destinarlas al frente sur. Las circunstancias favorecen a Trotsky. Debilitado por las insurrecciones campesinas en la retaguardia y por los ataques de Majnó, el ejército de Denikin, atrapado entre dos fuegos, se disgrega. En Moscú, Lenin declara inconsistentes las acusaciones contra Vatsetis, a quien la Checa libera. Su presunto complot, urdido por Stalin con el apoyo de Dzerzhinski, se desvanece en el aire. En esos mismos momentos, el 11 de octubre, el general Yudénich, que ha salido de Estonia a la cabeza de una pequeña tropa bien armada y bien encuadrada (un oficial cada siete soldados), provista además de tanques británicos, desencadena una ofensiva relámpago sobre Petrogrado. El Ejército Rojo, diez veces más numeroso, retrocede en desorden. Zinóviev se hunde.


El Politburó, reunido el 15 de octubre, decide no entregar la ciudad y destacar a Trotsky en ella durante dos días. El 16, las tropas de Yudénich, que ahora ascienden a 25 mil hombres, toman Tsárskoye Seló, a 20 kilómetros de Petrogrado, donde Trotsky llega al día siguiente. Encuentra allí un Ejército Rojo en plena desbandada y a un Zinóviev abrumado. Transforma entonces la ciudad en campo atrincherado y la prepara para el combate callejero, para lo cual hace cavar fosos e instalar barricadas. A caballo, exhorta a las tropas a volver al ataque. Como los tanques de Yudénich las aterrorizan, les explica que un tanque no es más que un cañón montado sobre una caja y un vehículo oruga. El 20 de octubre, el Ejército 
Rojo queda acorralado en las colinas de Pulkovo; el 22, en vísperas de la contraofensiva, Trotsky publica el orden del día nº 158: “¡Tratad con indulgencia a los prisioneros! Brindad una recepción amistosa a los tránsfugas. En el Ejército Blanco, los enemigos venales, corruptos, sin honor, los enemigos del pueblo trabajador, son una insignificante minoría. La abrumadora mayoría está compuesta de hombres engañados o movilizados a la fuerza. Aun una parte importante de los oficiales de la Guardia Blanca combate contra la Rusia soviética bajo la amenaza del garrote o porque los agentes de los financistas rusos y anglofranceses y los agentes de los propietarios los han embaucado”. El Ejército Rojo se aferra a las colinas, vuelve al combate y, dos semanas después, un derrotado Yudénich se refugia en Estonia, cuyo gobierno desarma sus tropas. En ese mismo momento, Denikin sale a escape en el sur y su ejército, transformado en una horda de saqueadores y traficantes que cargan todo a su paso en nombre de la Santa Rusia, se disgrega.
La desbandada de Yudénich y Denikin en octubre de 1919, la captura de Kolchak y el derrumbe del ejército de Majnó en diciembre parecen anunciar el próximo fin de la guerra civil, cuyo balance es pasmoso: el Ejército Rojo ha perdido 980 mil hombres, dos terceras partes de los cuales han sucumbido a causa de heridas mal curadas o no atendidas, a menudo vendadas con sus calcetines mugrientos; a causa de la falta de medicamentos, del hambre, del frío, de los piojos, de la gangrena, del tifus o de la disentería. Trotsky toma algunas semanas de vacaciones en el campo, escribe y caza y luego vuelve al Kremlin. El Comisariado de Guerra pasa de la organización del combate a la gestión rutinaria de un ejército cuyo número de efectivos es menester reducir. Esta tarea esencialmente administrativa es de escaso interés para Trotsky. Pero hay una cuestión que lo obsesiona: ¿qué hacer con los 3 millones de soldados desmovilizables en un país exangüe, devastado, arruinado, donde 4 millones y medio de huérfanos hambrientos merodean en las ciudades y el campo? ¿Dónde y cómo emplearlos, habida cuenta de que la industria está destruida? ¿Reducirlos al paro, al bandolerismo endémico?
La fracción bolchevique de los sindicatos ha rechazado sus primeras propuestas de organización de ejércitos del trabajo en enero de 1920. Trotsky las reiterará, las presentará y obtendrá su aprobación en el IX Congreso del partido En enero de 1920 considera aplicar los métodos de organización de tiempos de guerra al período de paz que se inicia, y utilizar los soldados desmovilizados del Ejército Rojo en la reconstrucción del país. El 12 de ese mes propone esta idea a la fracción comunista del Consejo Central de Sindicatos, reunido en presencia de Lenin, que defiende la “militarización” del trabajo propuesta por Trotsky. Lenin responde a las críticas que llueven en el salón y luego somete a votación una moción de apoyo a la medida. Los presentes son alrededor de ochenta; la moción cosecha apenas dos votos. El 15, Trotsky insiste ante el jefe del Estado Mayor por telegrama: es necesario asignar labores sistemáticas a las unidades en proceso de desmovilización. El 16, “Pravda” publica el decreto que transforma el 3º Ejército en el 1º Ejército Revolucionario del Trabajo, destinado por Trotsky a los Urales, viejo núcleo industrial de Rusia. ¡Durante tres semanas, ocho horas por día, maneja la pala junto a los soldados, para dar el ejemplo!


El 27 de enero se lo designa presidente de la comisión interministerial para la puesta en práctica de la obligación del trabajo, que reúne a los representantes de siete comisariados del pueblo y de los sindicatos. A su turno, el 2° y el 7° ejército son transformados en “ejércitos del trabajo” y se los afecta a la tala y la recolección de madera, la extracción de turba, el transporte del trigo requisado y la limpieza de las vías férreas y las rutas cubiertas de nieve. Pero, a pesar de la certeza de tener comida, por entonces bastante poco común, los soldados se quejan; la mitad no se presenta al trabajo y deserta. Convencido de que sólo el trabajo obligatorio puede salvar al país de la ruina, Trotsky amenaza con castigar a los desertores, pero no concreta su amenaza. Propone al mismo tiempo la idea de un plan económico único para la Rusia soviética. Esta conjunción es particularmente malhadada: el vínculo así establecido entre la planificación y los ejércitos del trabajo se volverá contra la idea misma de planificación una vez que éstos fracasen. Por esa razón, Lenin se opondrá durante mucho tiempo a ella.
A principios de febrero de 1920, Trotsky parte en su tren especial hacia el norte del macizo montañoso de los Urales. Una noche, un vagón descarrila en una vía mal mantenida, obstruida por la nieve no barrida. De la estación que está alrededor de 1 kilómetro de distancia, y desde la cual puede verse el tren, volcado sobre un costado, no acude nadie. Transcurren varias horas antes de la llegada del equipo de mantenimiento y luego de los responsables del lugar. Trotsky lleva ese caso de negligencia descarada ante un tribunal militar, cuyo fallo no puede reparar el cansancio profundo que se ha apoderado de la masa de la población ni la burocratización creciente de la vida social y política que ese agotamiento promueve.
En el camino de regreso, Trotsky recibe un telegrama en el que Lenin le propone hacerse cargo de la recuperación de los transportes, cuya parálisis total en un futuro cercano ha sido pronosticada por un ingeniero. Vagones desarmados y locomotoras fuera de uso atestan las contadas vías de rieles intactos. Como el carbón escasea, las calderas se alimentan con la madera de los vallados derribados o la leña que se encuentra al acaso. Trotsky acepta la misión. El 23 de marzo de 1920 se lo nombra Comisario del Pueblo de Transportes, a la vez que conserva el cargo de Comisario de Guerra. Tropieza entonces con la incompetencia y la corrupción del sobreabundante personal de los servicios de la Inspección Obrera y Campesina dirigida por Stalin. El refuerzo de la política de requisa de cereales y la agresión polaca de 1920 hacen aún más urgente esa recuperación de los transportes, cuya lentitud bloquea los convoyes de trigo y los refuerzos enviados a duras penas a la frontera polaca.
En ese mismo momento, Trotsky propone en la reunión del Comité Central de fines de marzo de 1920 reorganizar la política de abastecimiento: “La política actual de requisa de los productos alimenticios provoca la decadencia progresiva de la agricultura y la dispersión del proletariado industrial, y amenaza con desorganizar por completo la vida económica del país. Los recursos del abastecimiento corren el riesgo de agotarse muy pronto; contra esta amenaza, ningún aparato de requisa, por perfeccionado que esté, puede hacer nada”. En enero de 1920, el VIII Congreso de los soviets vota el reemplazo de las requisas por un impuesto que permita a los campesinos el libre uso de sus excedentes. Lenin, furioso por estar convencido de que el libre comercio resucita el capitalismo, hace anular la resolución. Tres meses más tarde, la guerra contra Polonia y la ofensiva del ejército de Wrangel agazapado en Crimea, que exigen la centralización absoluta de los últimos recursos de la república en ruinas, hacen caer esas propuestas en el olvido.
Trotsky constituye una dirección política de los transportes, multiplica los llamados a la conciencia de los ferroviarios, intenta mejorar su aprovisionamiento y su servicio y les impone un régimen disciplinario estricto. Los afiliados del sindicato protestan y sus dirigentes refunfuñan. La agresión polaca, que plantea aún con mayor urgencia la necesidad de recuperar los transportes, permite por un momento a Trotsky hacer que acepten el mal trago, pero los responsables del sindicato ferroviario se resisten. Él hace caso omiso de su oposición.

25 de octubre de 2022

Trotsky revisitado (LVII). Guerras y revoluciones (11)

Jean Jacques Marie: Vaivenes de la guerra civil

El historiador Jean Jacques Marie, a partir de un arduo trabajo de investigación bien documentada, hace una cuidadosa reconstrucción histórica de la guerra civil rusa y el papel desempeñado en ella por Trotsky. Durante ese sangriento conflicto se enfrentaron militares del ex ejército zarista y sectores promonárquicos relacionados con la iglesia ortodoxa rusa (los blancos), apoyados por tropas extranjeras enviadas por Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña, Francia, Checoslovaquia y otros países europeos, contra milicianos bolcheviques, obreros armados y soldados que apoyaron la revolución (los rojos). También existió una minoritaria tercera fuerza surgida del mundo rural, conformada por campesinos conservadores y muy apegados a sus tradiciones que se oponían al proceso de colectivización de las tierras (los verdes). Jean Jacques Marie aportó precisiones respecto a este hecho histórico en varias de sus obras, entre ellas, “Histoire de la guerre civile russe” (Historia de la guerra civil rusa), “La guerre des russes blancs. 1917-1920” (La guerra de los rusos blancos. 1917-1920) y “La guerre civile russe, 1917-1922. Armées paysannes, rouges, blanches et vertes” (La guerra civil rusa, 1917-1922. Ejércitos campesinos, rojos, blancos y verdes). También se refirió a este  conflicto armado en el capítulo “Guerra civil” de su libro “Trotsky, un revolucionario sin fronteras”, cuya cuarta parte se puede leer a continuación.


En julio de 1918 fracasa la ofensiva del ejército austrohúngaro sobre el Piave, en Italia; millares de heridos y mutilados agonizan durante varios días y noches a orillas del río. Es el principio del fin; en octubre, el Imperio Austrohúngaro estalla: checos, húngaros, galitzianos y eslavos del sur proclaman su autonomía o su independencia. El 30 de octubre, la huelga general se propaga por toda Viena, donde soldados, obreros, empleados y estudiantes desfilan al grito de “¡Paz y libertad! ¡Viva la república! ¡Abajo la monarquía!”. El 11 de noviembre, el emperador Carlos abdica; el 12 se proclama la República.
En Berlín, el 9 de noviembre, enfrentada a la huelga general de los trabajadores de la capital y la eclosión, desde comienzos del mes, de los consejos de obreros, soldados y marineros, la monarquía alemana se hunde y Guillermo II huye. El canciller Max de Bade dimite y su cargo queda en manos del socialdemócrata Fritz Ebert, último baluarte del Estado. Lenin anula el tratado de Brest-Litovsk. La revolución en Alemania y Austria pone fin a la guerra, condenada sin ella a eternizarse y a provocar nuevas víctimas y destrucciones masivas, hasta el total agotamiento físico de los beligerantes.
El cerco que atenazaba Rusia se afloja; la esperanza de que la revolución golpee al fin en el corazón de Europa devuelve la confianza a los militantes. El 18 de noviembre, en Vorónezh, Trotsky pone en guardia a su auditorio contra las ilusiones: “En el ejército alemán, el capitalismo ha encontrado su expresión más cabal y contundente”. Ese ejército no ha podido resistir la enorme tensión que pesaba sobre él, pero “sería erróneo esperar que la clase obrera alemana dé un rápido salto del antiguo legalismo al régimen de la dictadura comunista”. En ausencia de un Partido Comunista, los dirigentes socialdemócratas, que en la víspera aún eran partidarios de la monarquía y la guerra, dirigen la revolución para estar en mejores condiciones de sofocarla. La clase obrera alemana “debe, pues, hacer su revolución y al mismo tiempo crear el ejército de esa revolución”.  Tarea casi insuperable: el Partido Comunista alemán, fundado a toda prisa por los “espartaquistas” Rosa Luxemburgo, Leo Jogiches, Karl Liebknecht y Franz Mehring a fines de diciembre de 1918, es decapitado dos semanas más tarde.
Obreros, soldados y desocupados desfilan casi por doquier en una Alemania en ebullición. El 3 de enero la policía mata a veintidós manifestantes en Kónigshüte; al día siguiente, el gobierno socialdemócrata destituye al prefecto de policía revolucionario de Berlín, Emil Eichhorn. El 5, decenas de miles de obreros y soldados se manifiestan contra su destitución en el corazón de la ciudad; la obstinación del gobierno, ligado al Estado Mayor, transforma la manifestación en motín. Noske, ministro del Interior, afirma estar dispuesto a cumplir el papel de “perro sangriento” del Estado. En la capital, pese a la huelga general que barre el Ruhr el día 10 y la proclamación de la república de los consejos obreros en Bremen, la insurrección obrera espontánea y sin plan se frustra; el 15 de enero, unos soldados asesinan a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. A principios de marzo, la policía abate al ex marido y asistente de Rosa Luxemburgo, Leo Jogiches, y luego ametralla a más de mil obreros y soldados en el transcurso de violentos combates callejeros librados en Berlín entre el 12 y el 15 de ese mismo mes. La socialdemocracia y el ejército alemanes logran contener la revolución, que refluye. Las tenazas vuelven a cerrarse sobre la Rusia soviética.
Europa entera, estremecida por la guerra y la miseria, se enfrenta al mismo problema. Trotsky destaca: “I.a conciencia es el factor más perezoso de la historia. Es preciso que los hechos materiales impulsen, golpeen a los pueblos y las clases en la espalda, el cuello, las sienes, para que esa maldita conciencia por fin despierte y comience a cojear detrás de los hechos”. Ahora bien, el partido es por definición una creación de la conciencia. También él, en consecuencia, puede estar rezagado con respecto a la realidad. Y debe ser internacional, como la revolución misma. El 24 de enero de 1919, “Pravda” publica un llamamiento a la convocatoria del congreso de fundación de la Internacional Comunista, redactado por Trotsky y corregido por Lenin, publicado con el nombre de ambos y adoptado en una reunión de comunistas extranjeros en Rusia. La asamblea se inicia el 2 de marzo en una sala del Kremlin. A causa del bloqueo sufrido por la Rusia soviética, muchos posibles participantes sólo recibirán la invitación a su término; otros están en la cárcel o han sido interceptados antes de alcanzar la frontera soviética.


El congreso reúne a cincuenta y un delegados, entre ellos ocho rusos, dirigidos por Lenin y Trotsky, y unos cuarenta militantes bolcheviques letones, lituanos, bielorrusos, armenios, miembros de las secciones extranjeras del partido ruso o de los grupos comunistas checo, búlgaro, yugoslavo, francés, chino, coreano y estadounidense, residentes en la Rusia soviética. Los únicos delegados de partidos de fuera de Rusia son los alemanes, los austríacos, los polacos y los húngaros. No existen actas taquigráficas de ese congreso que durará cinco días. Trotsky no lo menciona en “Mi vida”, a pesar del papel que desempeñó en él. Es casi igualmente lacónico sobre los tres congresos siguientes, aunque también en ellos ocupa un lugar importante. Ese silencio es tanto más sorprendente cuanto que su autobiografía es, en buena medida, una crítica del socialismo nacional de Stalin y el aparato dirigente.
Lenin abre la asamblea con un breve discurso en el cual afirma que la revolución mundial comienza y se amplía en todos los países. Trotsky lee un inflamado informe sobre el Ejército Rojo, destinado a infundir confianza en los delegados. El único representante alemán presente, Hugo Eberlein, tiene mandato para oponerse a la proclamación de una nueva Internacional, considerada apresurada. Durante un momento, Lenin parece entonces dispuesto a diferir su creación. Pero sus vacilaciones no duran mucho. Si la revolución madura, necesita un centro organizador, aun cuando ese congreso fundacional exprese más su devenir esperado que su realidad inmediata. Trotsky sostiene su punto de vista. Stalin no dice nada. El 3 de marzo a la noche, la llegada del delegado austríaco, Gruber, facilita la decisión. Desgreñado, éste describe con un lirismo comunicativo la revolución en ascenso en Austria y Europa. La asamblea proclama la Internacional Comunista o III Internacional por unanimidad con la salvedad de la abstención de Eberlein. Y define su perfil mediante la sanción de las tesis elaboradas por Lenin, la plataforma escrita por Bujarin y el manifiesto redactado por Trotsky. Pero el Partido Bolchevique, único partido de masas, aislado por el bloqueo y paralizado por las insurrecciones campesinas en Ucrania y la nueva ofensiva de Kolchak en Siberia, apenas puede entonces ocuparse de la cuestión.
El manifiesto asigna como misión de la Internacional naciente “la unión de todos los partidos verdaderamente revolucionarios del proletariado mundial para facilitar y apresurar la victoria de la revolución comunista en el mundo entero”. La guerra ha mostrado que el capitalismo arrastra al mundo a la barbarie. “La alternativa ante la cual se ve la humanidad es clara: socialismo o barbarie. El Estado nacional, después de haber dado vigoroso impulso al desarrollo capitalista, es hoy un marco demasiado restringido para el desarrollo de las fuerzas productivas”. Por eso, los pequeños Estados, de independencia ilusoria, no tienen más futuro, y la ruina del Estado nacional quebranta también los imperios coloniales, donde la lucha por la emancipación nacional reviste ya, a menudo, un carácter social. Bajo la máscara de la democracia parlamentaria, gobierna la oligarquía financiera; por eso es absurdo exigir de la clase obrera que “en su última lucha a muerte contra el capital respete piadosamente los principios de la democracia política; ello equivaldría a exigir a un hombre que defiende su existencia contra unos bandidos que respete las reglas artificiales y convencionales del boxeo francés, definidas por un adversario que no las observa”.
Lanzado este llamamiento, Trotsky vuelve a partir hacia el frente. Debe encarar una oposición militar a su política, oficialmente sostenida, sin embargo, por el Politburó durante el VIII Congreso, que se inaugura el 18de marzo de 1919. Dos días antes, el 16, el día de la muerte de Yákov Sverdlov, arrebatado por la fiebre tifoidea, en el este las tropas de Kolchak toman Ufa. Trotsky pide al Comité Central que lo envíe al frente, así como a todos los delegados militares que deben asistir al congreso. Muchos son entonces los que, deseosos de criticar su política militar, protestan y denuncian una artimaña de su parte para evitar la discusión. El Comité Central decide que sólo han de trasladarse los delegados que juzguen indispensable su presencia en el frente. Casi todos prefieren asistir al congreso.
Con un desprecio que le granjea nuevas enemistades, Trotsky clama que no se quedará a parlotear cuando la República está en peligro. Antes de partir, sostiene que la guerrilla se ha convertido en un factor reaccionario y que es menester ponerle fin a cualquier precio. Esta declaración excita a sus oponentes. La comisión rechaza por amplia mayoría sus tesis para la construcción de un ejército regular mediante la utilización de oficiales profesionales, luego de una discusión en que los argumentos son de vuelo bajo. Un delegado se burla de la idea de que Trotsky “pase revista a sus tropas durante un desfile, puesto que no sabe montar a caballo”. A juicio de otro, el reglamento del Ejército Rojo “crea un ejército contrarrevolucionario”. Para un tercero, Trotsky “no conoce ese frente de los Urales” hacia el cual acaba de partir; “el comisario de Asuntos Exteriores (¡Trotsky ya no lo es desde hace un año!) no conoce el 3º Ejército”, y así de seguido. El congreso aprueba las tesis rechazadas en comisión por dos tercios de los votos. No obstante,  el Comité Central, reunido el 25 de marzo en ausencia de Trotsky, le envía una carta confidencial redactada por Zinóviev en la que cuestiona, no su política, sino su manera de aplicarla maltratando a los cuadros del partido descontentos o críticos.


El mensaje propone que Trotsky reúna una vez por mes en conferencia a todos los responsables del Partido que trabajan en los distintos frentes. Trotsky considera absurda semejante propuesta en plena guerra. El Comité Central insiste: “El Congreso ha hecho una seria advertencia, y luego de ésta es imposible no prestar la debida atención a sus recomendaciones”, y termina tímidamente: “Por eso es necesario que el camarada Lenin las discuta con el camarada Trotsky”. Lenin, deseoso de desarmar a la oposición, aprueba esas recomendaciones. El Ejército Rojo necesita, sin duda oficiales, pero sin la estructura del Partido no podría sostenerse. Por eso intenta moderar a Trotsky, cuya rudeza e incluso la altanería con que trata a sus oponentes, tensan la atmósfera y facilitan las intrigas. Con todo, utiliza guantes de seda. Tras una intervención de Stalin que demanda explicaciones sobre una decisión de Trotsky, el Comité Central decide interpelar a éste, pero de tal manera que no se perciba ni la sombra de un ataque contra él, sino únicamente una pregunta.
En una carta al Comité Central, Trotsky responde secamente que la oposición está formada por dos grupos de hombres: por un lado, “la ‘intelligentsia’ pretenciosa del partido, compuesta en lo esencial de funcionarios soviéticos ofendidos y gente con los nervios cansados”, y por otro, “militantes bastante obstinados e independientes, pero propensos a simplificar todas las cuestiones para rebajarlas al nivel de desarrollo político o de otro tipo al que han llegado hasta aquí”; en síntesis, fatuos ignaros. Esas expresiones multiplican las vanidades heridas, los amores propios pisoteados, los orgullos puestos por los suelos. Algunos creen que este bolchevique de nueva data se toma demasiadas confianzas con los bolcheviques de ayer y de anteayer.
Trotsky se justifica en “Mi vida”: “En la gran lucha que librábamos, el objetivo era demasiado grande para que yo pudiera mirar a diestra y siniestra; a menudo, casi a cada paso, tuve que pasar sobre el cadáver de las pasiones personales, las amistades y los amores propios”. Las pequeñas inquietudes y debilidades individuales deben dejarse a un lado ante la historia en marcha. Es verdad, pero Trotsky manifiesta cierto placer en aplastar esos cuerpos mezquinos y lo señala con satisfacción a las propias víctimas que conservarán un recuerdo mortificante y, llegado el día, se aliarán contra él detrás de Stalin, quien las recibirá con beneplácito. Trotsky vuelve a insistir, y escribe a Lenin: “La consigna de la oposición es '¡Aflojad las clavijas!' Yo creo, al contrario, que hay que apretarlas aún más”. 
El 17 de mayo de 1919, en una carta enviada al Comité Central de Jarkov, donde el desorden de la actividad guerrillera multiplica las catástrofes, reclama “la liquidación radical, implacable, del guerrillerismo, el separatismo y el izquierdismo vandálico” y exige el despliegue de una “vasta agitación a favor de la disciplina y el orden”. Esta exigencia gobierna su actitud frente a Majnó. En la primavera de 1919, el anarquista ucraniano reúne un ejército de más de 25 mil hombres que pronto serán 50 mil, dotado de una caballería móvil, rápida y eficaz. Pero la disciplina es caótica, y el ejemplo de esos destacamentos en los que reina una jubilosa permisividad favorable a los saqueos, contadas veces castigados con una que otra ejecución simbólica, contamina los regimientos vecinos del Ejército Rojo, compuestos en su abrumadora mayoría de campesinos alistados de no muy buen grado, reacios a la disciplina, que encuentran en Majnó el espíritu del partisano libre y la guerrilla.
El 22 de mayo de 1919, Trotsky escribe a Lenin: “Hay que disciplinar las bandas anarquistas de Majnó”, y al día siguiente le reafirma su voluntad de “imponer el orden en la brigada de Majnó”. Pero la tarea es imposible. Majnó puede aceptar en cualquier momento la integración de sus tropas al Ejército Rojo y obedecer las decisiones militares, pero su ejército insurreccional está animado de un espíritu de autonomía y de indisciplina orgánicas que lo hace inasimilable y amenaza la disciplina en el propio Ejército Rojo. Trotsky propone al mismo tiempo una vasta campaña de propaganda contra el líder anarquista y los suyos.
Ahora bien, Lenin quiere velar el mayor tiempo posible por Majnó, popular en el campesinado ucraniano que se ha levantado contra el poder soviético en los meses previos. El 7 de mayo, mediante un telegrama a Kámenev, invita, mientras Rostov no sea tomada, a “ser diplomáticos con los ejércitos de Majnó” y a designar para negociar con éste al comandante del frente ucraniano, Antonov-Ovseienko, partidario de esa actitud. Trotsky, por su parte, es sobre todo sensible a la influencia desorganizadora de Majnó y sus guerrilleros sobre un Ejército Rojo del frente sur donde las tradiciones de los partisanos están muy vivas; por lo demás, varias brigadas se pasan a los majnovistas y desorganizan aún más el frente.


El 23 de mayo de 1919, una ofensiva del general blanco Shkuró dispersa por un momento las tropas de Majnó. Algunos días después, Trotsky estigmatiza el pillaje organizado de las riquezas de la región llevado a cabo por el ejército majnovista, en el cual ve “el peor rostro de la guerrilla, aunque tenga buenos soldados. Es imposible encontrar la más mínima huella de disciplina y orden” en ese ejército “que roba alimentos, uniformes, reservas militares en donde puede, y los derrocha sin ton ni son”. Y que, agrega, “atrae actualmente todos los elementos de descomposición, decadencia, revuelta y putrefacción”. A su juicio, su ejemplo es tanto más nefasto cuanto que en el frente sur imperan la mentira y el caos, sobre los cuales esboza un cuadro alucinante en el orden del día del 5 de junio:
“Los informes de las operaciones tienen por único objetivo enmascarar u ocultar los fracasos y exagerar los éxitos. De dar fe a los informes, todas las localidades son ocupadas por nuestras unidades a costa de duros combates. En realidad, en la mayoría de los casos, la batalla se reduce a un cañoneo sin objeto ni otro resultado que el mero derroche de municiones y obuses; cuando nuestras unidades se baten en retirada, siempre lo hacen bajo la presión de un enemigo numéricamente superior y siempre combatiendo. De hecho, con mucha frecuencia, estas frases esconden la triste realidad de un abandono de posiciones por parte de importantes unidades ante la aparición de patrullas aisladas, e incluso, simplemente, bajo la influencia del pánico y de rumores provocadores sobre la aproximación del enemigo. La mayoría de las veces, replegarse combatiendo significa replegarse en medio de tiroteos sin orden ni concierto como una manera de vencer el enloquecimiento que las embarga”. Trotsky completa esta triste descripción -más o menos valedera para todos los frentes y todos los ejércitos- con la denuncia de la “vanagloria” por botines de guerra a menudo imaginarios, así como de la disimulación sistemática de las pérdidas materiales. Los planes estratégicos elaborados sobre esa base sólo pueden ser ilusorios. “A la hora de la prueba, el cuadro de falsedades vuela hecho polvo”. Es lo que sucede por entonces en el frente sur.
Ahora bien, Majnó ha convocado para el 15 de junio de 1919, en Guliay Polié, un congreso extraordinario de soldados, campesinos y trabajadores, abierto a todos. La invitación incluye a los tránsfugas y hasta a los soldados del Ejército Rojo, quienes, atraídos por el espíritu de independencia de los majnovistas, amenazan con abandonar en gran número sus unidades para participar de la asamblea. Trotsky ordena entonces interrumpir la entrega de armas y municiones a las tropas de Majnó y lanza una división en su persecución. Denikin penetra en la brecha abierta en el frente. El 6 de junio, Trotsky prohíbe el congreso de Guliay Polié y hace saber que “todo eventual participante será considerado como un traidor, culpable de complotar en la retaguardia de nuestras tropas y de abrir las puertas al enemigo”, por lo cual deberá enfrentar el pelotón de fusilamiento. Dos días después, lanza la consigna de “terminar con Majnó” y atribuye la responsabilidad de los últimos fracasos del frente meridional al líder anarquista y sus bandas, que renacen constantemente de sus cenizas.
Dos semanas más adelante, Trotsky intenta explicar ese renacimiento singular. El 28 de junio, destaca que el campesino ucraniano, en menos de dos años, ha visto pasar siete regímenes diferentes, todos los cuales le han exigido pan para alimentar la ciudad y las tropas y han movilizado a sus hijos. El campesino tiende, pues, a rechazar cualquier poder gubernamental: ese rechazo adopta una coloración anarquista que movimientos como el de Majnó nutren y organizan. El ejército insurreccional de este último es su forma más consumada.