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18 de agosto de 2023

Éric Toussaint: “Una nueva crisis de deuda afecta a toda una serie de países en Asia, África Subsahariana, África del Norte, Oriente Próximo, América Latina y el Caribe”.

El politólogo belga Éric Toussaint (1954) es portavoz y uno de los fundadores de la red internacional del CADTM (Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo), una organización constituida por miembros y comités locales de Europa, Asia y América Latina que persigue, mediante la realización y elaboración de alternativas radicales al neoliberalismo, alcanzar la satisfacción universal de las necesidades, de las libertades y de los derechos humanos fundamentales en el Tercer Mundo y en las poblaciones excluidas de los países desarrollados, para lo que considera imprescindible la anulación de la deuda externa que, en su inmensa mayoría, es considerada como deuda odiosa. De formación historiador, es doctor en Ciencias Políticas por la Université de Liège (Bégica) y por la Université de Vincennes à Saint Denis (Francia). También es miembro del Consejo Científico de ATTAC (Asociación por la Tributación de las Transacciones Financieras y la Acción Ciudadana) de Francia y participó en la fundación del Consejo Internacional del Foro Social Mundial en 2001. Varios de sus libros fueron publicados en una decena de idiomas y se han convertido en referencia sobre el problema de la deuda y de las instituciones financieras internacionales. Entre ellos pueden mencionarse “Néolibéralisme. Brève histoire de l'enfer” (Neoliberalismo. Breve historia del infierno), “Le système dette. Histoire des dettes souveraines et de leur répudiation” (Sistema deuda. Historia de las deudas soberanas y su repudio), “Bancocratie” (Bancocracia), “La dette ou la vie” (La deuda o la vida), “Un coup d'œil dans le rétroviseur. L'idéologie néolibérale des origines jusqu'à aujourd'hui” (Una mirada al retrovisor. El neoliberalismo desde sus orígenes hasta la actualidad), “Banque mondiale. Le coup d’état permanent” (Banco mundial. El golpe de estado permanente), “Les tsunamis de la dette” (Los tsunamis de la deuda) y “La bourse ou la vie. La finance contre les peuples” (La bolsa o la vida. Las finanzas contra los pueblos).
En sus ensayos hace frente a la arrogancia de los ideólogos neoliberales, quienes no ceden posiciones ni aun en medio de la crisis económica, social y política que conmueve tanto a buena parte del mundo desarrollado como principalmente a los países subdesarrollados. Desenmascara hipocresías y mentiras, y confronta tesis fundamentales de, por ejemplo, el economista escocés Adam Smith (1723-1790), uno de los economistas más famosos de la historia y considerado el padre de la economía moderna; del estadounidense Milton Friedman (1912-2006), quien en su ensayo “Capitalism and freedom” (Capitalismo y libertad) aseguró que “las únicas sociedades que han sido capaces de crear una prosperidad relativa ampliamente extendida han sido aquéllas que han confiado principalmente en los mercados capitalistas”; o del austríaco Friedrich von Hayek (1899-1992), uno de los apóstoles del pensamiento neoliberal y del libre mercado quien, después de recibir el Premio Nobel de Economía en 1974, declaró con toda insolencia y desfachatez que “Un dictador puede gobernar de manera liberal, así como es posible que una democracia gobierne sin el menor liberalismo. Mi preferencia personal es una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”.


En el caso específico de la Argentina, desde la dictadura cívico-militar-clerical de los años ’70 y pasando por gobiernos radicales, peronistas, liberales, populistas o como quiera que se los caracterice, la deuda externa ha sido uno de sus principales problemas económicos. Evidentemente la magnitud del endeudamiento representa una considerable restricción para el desarrollo de una política económica que supere las crecientes condiciones de desindustrialización, desempleo y pobreza por las que atraviesa el país. En marzo del presente año, en medio de las luchas geoestratégicas entre las grandes potencias económicas por el control de sus recursos naturales y de una inflación galopante, Toussaint presentó en Argentina su ensayo “Banque mondiale. Une histoire critique” (Banco mundial. Una historia crítica). En esa oportunidad afirmó que el acuerdo que tiene Argentina con el FMI “es de una sofisticación aún más perversa que la de los acuerdos normales”.
En el sitio web www.cadtm.org se publicó el pasado 25 de junio una entrevista al portavoz de la red internacional del Comité para la Abolición de las Deudas Ilegítimas, el nombre actual del CADTM que Toussaint fundó en 1990. La misma se reproduce a continuación.
 
¿Hay una crisis en curso?
 
Sí. Todos los indicadores están en rojo. Podemos mencionar las siguientes señales: Desaceleración económica muy fuerte (estancamiento en la zona euro en el último trimestre de 2022-primer trimestre de 2023) sin que esto reduzca las emisiones de gases de efecto invernadero y otros daños al medio ambiente; efectos dramáticos de la crisis ecológica y en particular en su dimensión climática; aumento muy fuerte de la deuda pública y privada; alta inflación y pérdida de poder de compra de las clases populares; trabajo precario en ascenso, explosión de las desigualdades con aumento colosal del patrimonio y de las rentas del 1% más rico; caída del índice de desarrollo humano en numerosos países, en particular de la esperanza de vida, incluso en el Norte; guerras comerciales acentuadas; grave crisis alimentaria mundial; guerras en Europa, en la Península Arábiga, en el este de la República Democrática del Congo, en Sudán, en el Cuerno de África...; aumento de las formas autoritarias de ejercicio del gobierno (represión cada vez más dura de las protestas, marginación del poder legislativo...); ataques a derechos humanos fundamentales como el derecho al aborto; políticas migratorias cada vez más restrictivas y mortíferas; éxitos electorales de la extrema derecha... El único sector económico con un crecimiento muy fuerte de la producción es el sector militar. Se trata de una gran crisis del sistema capitalista globalizado, la mayor crisis desde las de los años 1914-1945.
 
¿En qué fase de la crisis se encuentra la economía mundial?
 
El final del túnel no está a la vista. Lo peor está por venir: las burbujas especulativas pueden estallar en cualquier momento produciendo un empeoramiento brutal de la situación económica; pueden ocurrir incidentes bélicos aún más graves que hoy; los desastres climáticos y ambientales probablemente se agravarán; las crisis sanitarias no se superan, ni mucho menos; los gobiernos y los bancos centrales no toman ninguna medida pertinente a favor de una salida de la crisis favorable a la humanidad sino todo lo contrario; la concentración de las herramientas estratégicas de la producción y de las finanzas en manos de un número cada vez más restringido de grandes accionistas privados prosigue en los sectores de la energía, las industrias extractivas, el comercio de alimentos y otras materias primas, el sector farmacéutico, el sector bancario, etc.
 
¿Cuáles son las causas?
 
A pesar de la enorme acumulación de riqueza por parte del 1% más rico, a pesar de las colosales ganancias de una serie de grandes empresas, especialmente en los campos de la energía, la alimentación, la Big Pharma (las grandes empresas farmacéuticas), el transporte marítimo, la industria armamentística... en general, la tasa de beneficio no aumenta lo suficiente como para que el gran capital reactive una gran ola de inversiones productivas. Nunca hay que perder de vista que el capital está buscando la maximización de la tasa de beneficio. Cuando no lo consigue, se centra en particular en la especulación. Esto forma parte de las contradicciones inherentes al capitalismo. Aparte de las empresas muy grandes que obtienen beneficios extraordinarios aprovechando crisis como la de la pandemia, la energía, las guerras... la gran masa de las empresas se enfrenta a una caída de la tasa de beneficio, a una caída de la productividad, a pesar del agravamiento de las condiciones de explotación y precarización de la fuerza de trabajo. También hay un problema en el lado de la oferta de mercancías: hubo interrupciones en las cadenas de suministro relacionadas con las medidas de confinamiento durante la pandemia de coronavirus en 2020/2021 (hasta 2022 inclusive para China). El sector de los semiconductores, cuya producción se concentra en algunos países, tiene problemas de producción y dificultades para satisfacer la demanda. Este fenómeno se agudiza por la guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China (porque estamos en una fase en la que Washington se vuelve cada vez más agresivo y está tratando de limitar la expansión económica y comercial china). En el sector inmobiliario es la oferta la que es demasiado grande en comparación con la demanda solvente. Ha vuelto a haber una fase de sobreinversión en la construcción inmobiliaria en relación con la demanda, especialmente en Estados Unidos, Reino Unido y China. Esto es especialmente evidente en los inmuebles comerciales (oficinas, comercios...). Una burbuja especulativa se ha desarrollado en los años 2018 a 2022 y ha comenzado una nueva crisis inmobiliaria. Las políticas de los gobiernos y los bancos centrales, la inyección masiva de liquidez y el rápido aumento de la deuda han provocado y/o mantenido la aparición de nuevas burbujas financieras. Este es muy claramente el caso en la capitalización bursátil, en el mercado de títulos de deuda, en el sector inmobiliario de muchos países, en el mercado de materias primas, en las criptomonedas. El cambio de política de 180 grados desde 2022, pasando de Quantitave Easing (QE) (flexibilización cuantitativa) a Quantitave Tightening (QT) (Contracción cuantitativa) provoca una gran inestabilidad financiera y en particular quiebras bancarias. En resumen, la decisión de los gobiernos y los bancos centrales de aumentar los tipos de interés, en particular para combatir la inflación, conduce al estancamiento (o incluso a una posible recesión) y a las crisis financieras, sin lograr reducir la inflación de manera significativa. Es posible que la crisis financiera, que ya produjo la quiebra de varias empresas de criptomonedas en 2022, la quiebra de 4 bancos importantes en Estados Unidos y Europa en marzo de 2023, cobre de nuevo impulso y que haya otras quiebras bancarias o graves accidentes financieros en otros sectores como las bolsas, el sector inmobiliario en particular el comercial, el sector de las obligaciones...
 
¿Podemos hablar de una nueva crisis de la deuda en el Sur?
 
Una nueva crisis de deuda afecta a toda una serie de países del Sur, ya sea en Asia (Sri Lanka, Pakistán, Bangladesh...), África subsahariana (Ghana, Zambia...), África del Norte (Túnez, Egipto...), Oriente Próximo (Líbano...), América Latina (Argentina), el Caribe (Puerto Rico, Cuba...). Algunos de estos países están en suspensión de pagos o, como Sri Lanka, lo han estado. Es probable que haya nuevas suspensiones de pagos. En general, la crisis es provocada por una sucesión de choques externos que afectan gravemente a las economías del Sur. Estos choques externos son el resultado de acciones y acontecimientos que provienen del Norte: 1. Los efectos de la pandemia de coronavirus que comenzó en el norte (China, Europa, América del Norte) antes de extenderse hacia el sur. Los efectos de la pandemia sobre la deuda son claros: aumento de la deuda pública para financiar la lucha contra la pandemia y reducción de los recursos en monedas fuertes indispensables para garantizar el pago de la deuda externa: a partir de 2020 hasta 2022 hay una caída radical del turismo, del que algunas de las economías se han vuelto muy dependientes (ejemplo: Sri Lanka y Cuba). 2. Los efectos de la guerra provocada por la invasión rusa de Ucrania: un aumento muy fuerte del precio de los cereales y fertilizantes cuando toda una serie de países del Sur se han convertido en importadores netos de cereales porque organizaciones como el Banco Mundial y el FMI, así como los gobiernos del Norte (con la complicidad de los gobiernos de los países del Sur) les han empujado a favorecer la producción de otros productos agrícolas (frutas tropicales, café, té, algodón, soja transgénica para alimentar al ganado...). Este fuerte aumento del precio a pagar por importar cereales ha dado lugar a una falta de medios financieros y, por tanto, a problemas de pago de la deuda o de una acumulación insostenible de nuevas deudas para seguir importando. La guerra en Ucrania también ha provocado un aumento de los precios de los combustibles cuando toda una serie de países del Sur son importadores de combustibles. Para países como Egipto, Sri Lanka, Túnez, que importan tanto cereales como combustibles, la situación de la deuda se ha vuelto insostenible. 3. Tercer gran choque externo: los efectos del cambio climático y la crisis ecológica. Este es particularmente el caso de Pakistán, víctima de las catastróficas inundaciones en 2022. 4. Cuarto gran choque externo: el aumento del coste de refinanciación de la deuda provocado por la decisión unilateral de la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra, de aumentar muy fuertemente a partir de 2022 los tipos de interés. Países del Sur que tomaban prestado a entre el 3 y el 6% de interés anual antes de 2021 se enfrentan a un aumento muy significativo de los tipos que hay que pagar para los nuevos préstamos, del 9 al 15%. Esto también es insostenible.
 
Del FMI se dice que ha cambiado, ¿qué hay en realidad?
 
Las políticas del FMI no han cambiado, las del Banco Mundial tampoco. Son tan perjudiciales como en el pasado. Y como muchos países del Sur acaban de recurrir a los créditos del FMI, deben aplicar de forma reforzada políticas neoliberales antipopulares. En este contexto, es muy importante apoyar la realización a la convocatoria del CADTM de una contra-cumbre en Marrakech del 12 al 15 de octubre de 2023 con motivo de la reunión anual del FMI y del Banco Mundial.
 
¿Por qué dice que ésta es la peor crisis desde 1945?
 
Desde 1945, nunca ha habido una crisis de tal envergadura y con tantas facetas como la actual. La crisis ecológica y su dimensión climática son de una magnitud nunca vista. La crisis ecológica es el producto de dos siglos de producción capitalista como sistema dominante. En el espacio de dos siglos, este modo de producción ha afectado y degradado profundamente la vida en el planeta, y ahora hemos llegado a un punto crítico. A esto se añade la crisis sanitaria de la que acabamos de salir y que podría rebrotar. Esta crisis sanitaria ha causado más de siete millones de muertes. Su magnitud también está ligada al propio sistema capitalista. Añadamos que, en comparación con 1945, el arsenal nuclear ha proliferado y el nivel de las tensiones internacionales podría desembocar en un holocausto. Desde otros puntos de vista, la crisis capitalista es efectivamente la más grave desde 1945, sobre todo en términos de debilitamiento de la actividad económica global sobre un largo periodo de tiempo. La tendencia hacia formas de gobierno más autoritarias y violentas afecta en mayor o menor medida a todos los continentes. El ascenso mundial de las fuerzas de extrema derecha es el más fuerte desde 1945. Aumentan las violaciones reiteradas de los derechos humanos, en particular en relación con la migración y el derecho de asilo. Ante estos hechos, no debemos rendirnos, debemos redoblar nuestros esfuerzos para llevar a cabo una auténtica revolución autoemancipadora.

19 de noviembre de 2021

Thomas Piketty: “Es erróneo asumir que la libre competencia de los actores económicos es suficiente para conducirnos como por milagro a la armonía social y universal. La desigualdad no es algo natural, es un fenómeno estructural del capitalismo que concentra la riqueza”

Thomas Piketty (1971) es un economista francés reconocido internacionalmente por sus trabajos teóricos sobre la desigualdad económica. Nacido en Clichy, estudió Economía en la École Normale Supérieure de París. En 1993 obtuvo su doctorado en la parisina École des Hautes Études en Sciences Sociales y en la londinense London School of Economics con una tesis sobre la teoría de la distribución de la riqueza, estudio que fue premiado como la mejor tesis del año por la Association Française de Science Économique. Luego, durante dos años, fue profesor asistente de Economía en el Massachusetts Institute of Technology de Estados Unidos, para regresar luego a su país natal e incorporarse como investigador en el Centre National de la Recherche Scientifique. Más tarde, en el año 2000, ingresó como director de investigación en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y, en 2006, pasó a la École d'Économie de París como profesor. Para Piketty, los beneficios de la riqueza crecen en una proporción mucho más rápida que la economía en su conjunto, y la acumulación de esa riqueza en pocas manos empuja a las sociedades hacia la oligarquía. Sostiene que la desigualdad no es un asunto tecnológico o económico sino ideológico y político, y su aumento es una condición intrínseca del capitalismo. También manifiesta que los gobiernos tienen la obligación de actuar de forma coordinada para evitar la fuga de capitales hacia los llamados paraísos fiscales, y propone una serie de medidas para disminuir la cada vez mayor desigualdad socioeconómica que predomina en el mundo. Una de sus principales propuestas está vinculada con la progresividad fiscal, la cual propone alcanzar a través de impuestos a la propiedad, a la herencia y al ingreso, además de otro tipo de gravámenes a la emisión de carbono de acuerdo con el tamaño de las industrias. Entre los ensayos de su autoría cabe mencionarse “Introduction à la théorie de la redistribution des richesses” (Introducción a la teoría de la redistribución de la riqueza), “L'economie des inégalités” (La economía de las desigualdades), “Le capital au XXIème siècle” (El capital en el siglo XXI) y “Capital et idéologíe” (Capital e ideología). Elogiado por unos, cuestionado por otros, este economista francés se ha convertido en uno de los autores más influyentes en los círculos políticos y académicos de buena parte del mundo. Lo que sigue es un resumen editado de las entrevistas que concediera a Hernán Gómez Bruera y a Nikolaos Gavalakis, publicadas en las revistas “Este País” (México) y “Nueva Sociedad” (Argentina) en agosto y diciembre de 2020 respectivamente.


Uno de los principales argumentos de su libro “Capital e ideología” es que “la desigualdad es una ideología”. La desigualdad no es un proceso natural, sino que se funda en decisiones políticas. ¿Cómo llegó a esa conclusión?

En mi libro, el término “ideología” no tiene una connotación negativa. Todas las sociedades necesitan la ideología para justificar su nivel de desigualdad o una determinada visión de lo que es bueno para ellas. No existe ninguna sociedad en la historia donde los ricos digan “somos ricos, ustedes son pobres, fin del asunto”. No funcionaría. La sociedad se derrumbaría inmediatamente. Los grupos dominantes siempre necesitan inventar narrativas más sofisticadas que dicen “somos más ricos que ustedes, pero en realidad eso es bueno para la organización de la sociedad en su conjunto, porque les traemos orden y estabilidad”, “les brindamos una guía espiritual”, en el caso del clero o del Antiguo Régimen, o “aportamos más innovación, productividad y crecimiento”. Por supuesto, estos argumentos son claramente interesados, guardan algo de hipocresía. En el libro, investigo la historia de lo que llamo regímenes de desigualdad, que son sistemas de justificación de distintos niveles de desigualdad. En la práctica, el cambio histórico proviene de las ideas e ideologías en pugna y no solo del conflicto de clases. Existe esta vieja concepción marxista de que la posición de clase determina por completo nuestra visión del mundo, nuestra ideología y el sistema económico que deseamos, aunque en verdad es mucho más complejo que eso, porque para una posición de clase dada existen distintas formas de organizar el sistema de las relaciones de propiedad, el sistema educativo y el régimen impositivo. Existe cierta autonomía en la evolución de la ideología y de las ideas.

Aun así, en las democracias el pueblo decide colectivamente a través del voto vivir en ese tipo de sociedades desiguales. ¿Por qué?

En primer lugar, es difícil determinar el nivel exacto de igualdad o desigualdad. La desigualdad no siempre es mala. La gente puede tener objetivos muy diferentes en su vida. Algunos valoran mucho el éxito material, mientras que otros tienen otro tipo de metas. Alcanzar el nivel adecuado de igualdad no es algo sencillo. Cuando digo que los factores determinantes de la desigualdad son ideológicos y políticos no quiero decir que deban desaparecer y que mañana tengamos una igualdad completa. Creo que deberíamos tener un acceso más igualitario a la propiedad y a la educación y que deberíamos continuar en esa dirección. Hemos aprendido que la historia es un proceso no lineal. Con el tiempo avanzamos hacia una mayor igualdad y esto es lo que también ha creado una mayor prosperidad económica en el siglo XX. Sin embargo, también ha habido reveses. Por ejemplo, el colapso del comunismo produjo una desilusión sobre la posibilidad de establecer un sistema económico alternativo al capitalismo, y esto explica en gran medida el aumento de la desigualdad desde finales de la década de 1980. Pero hoy día, treinta años más tarde, comenzamos a darnos cuenta de que tal vez hemos ido demasiado lejos en aquella dirección. Entonces, comenzamos a repensar cómo cambiar el sistema económico. El nuevo desafío introducido por el cambio climático y la crisis medioambiental también ha puesto el foco en la necesidad de cambiar el sistema económico. Se trata de un complejo proceso en el que las sociedades intentan aprender de sus experiencias. A veces se olvidan del pasado lejano, reaccionan de manera exagerada y avanzan demasiado lejos en una dirección. Pero me parece que si ponemos la experiencia histórica sobre la mesa -y ese es el objetivo del libro- podemos entender mejor las lecciones y experiencias positivas del pasado.

Usted dice que la desigualdad deriva en nacionalismos y populismos. En Alemania y en otros países, los partidos de derecha están en alza. ¿Por qué la derecha suele tener más éxito que la izquierda?

La izquierda no se ha esforzado por proponer alternativas. Después de la caída del comunismo, la izquierda ha atravesado un largo periodo de desilusión y desánimo que no le ha permitido presentar alternativas para modificar el sistema económico. El Partido Socialista en Francia o el Partido Socialdemócrata en Alemania no han intentado realmente cambiar las reglas del juego en Europa tanto como debieran haberlo hecho. En algún momento aceptaron la idea de que el libre flujo de capital, la libre circulación de bienes y servicios y la competencia por los mercados entre países eran suficientes para lograr la prosperidad y que todos nos beneficiemos de ella. Pero, en cambio, lo que hemos visto es que esto ha beneficiado principalmente a los sectores con un elevado capital humano y financiero y a los grupos económicos con mayor movilidad. Los sectores bajos y medios se sintieron abandonados. También hubo partidos nacionalistas y xenófobos que propusieron un mensaje muy simple: vamos a protegerlos con las fronteras del Estado-Nación, vamos a expulsar a los migrantes, vamos a proteger su identidad como europeos blancos, etc. Por supuesto, al final esto no va a funcionar. No se reducirá la desigualdad ni se resolverá el problema del calentamiento global. Pero dado que no existe un discurso alternativo, una gran parte del electorado se desplazó hacia estos partidos. Aun así, una gran parte incluso más grande del electorado decidió quedarse en casa. Simplemente no votan, no debemos olvidar eso. Tenemos un nivel muy reducido de participación, especialmente entre los grupos socioeconómicos más bajos, los cuales están a la espera de una plataforma política o una propuesta concreta que realmente pueda cambiar sus vidas.

En su país natal, Francia, el impuesto al carbono derivó en la protesta de los “chalecos amarillos”. ¿Cuál fue en este caso el error de cálculo político?

Para que los impuestos sobre el carbono sean aceptables, deben ir acompañados de la justicia tributaria y fiscal. En Francia, el impuesto al carbono solía ser bien aceptado y se aumentaba año tras año. El problema es que el gobierno de Macron utilizó los ingresos fiscales del impuesto sobre el carbono para hacer un enorme recorte de impuestos para el 1% más rico de Francia, suprimiendo el impuesto sobre la riqueza y la tributación progresiva sobre las rentas del capital, los intereses y los dividendos. Esto enervó a la gente porque se le dijo que la medida era para la lucha contra el cambio climático pero, de hecho, fue sólo para hacer un recorte impositivo a aquellos que financiaron su campaña política. Así es como se destruye la idea de los impuestos sobre el carbono. Uno debe ser muy cuidadoso en Alemania porque también puede haber muchos sentimientos negativos, especialmente en los grupos socioeconómicos más bajos. Para que un impuesto al carbono funcione, tiene que incluir los costos sociales y debe ser aceptado por el conjunto de la sociedad.

Algunos creen que las desigualdades son inevitables, incluso necesarias. ¿Qué les dice usted en este libro a quienes piensan así? ¿En qué casos las desigualdades son particularmente dañinas para nuestras sociedades?

Lo que les diría es que tenemos que observar la evolución de la desigualdad en las distintas sociedades a lo largo de la historia. Lo que se puede percibir al hacerlo es que existe una gran variedad de evoluciones a lo largo del tiempo. En cada periodo histórico hay distintos grupos dominantes que tratan de hacer parecer la desigualdad como algo natural, como si fuera la única forma posible de organización social. En realidad, esto no es lo que se observa a lo largo de la historia. Por el contrario, lo que vemos es que hay una gran diversidad de formas de organización y que estas pueden cambiar de manera muy rápida, especialmente cuando se gestan movilizaciones políticas y cambios ideológicos. En el siglo XX, después de la Gran Depresión, hubo una gran transformación del sistema tributario con el surgimiento de la progresividad fiscal, incluyendo una forma muy específica del mismo que se dio entre los años ‘20 y los años ‘70 en los Estados Unidos y que transformó por completo los niveles de desigualdad. Durante ese periodo se dio el surgimiento de los Estados de bienestar y de la seguridad social. Lo que a fin de cuentas pretendo demostrar en esta obra es que, en el largo plazo, esta transformación ha llevado a la reducción de la desigualdad, en conjunto con la prosperidad económica. El mensaje optimista que intento dar, a fin de cuentas, es que, en el largo plazo, la prosperidad económica es resultado de la reducción de la desigualdad y, particularmente, de la inversión en un sistema educativo relativamente inclusivo e igualitario. Si observamos algunos de los países más exitosos durante el siglo XX, por ejemplo, el liderazgo económico de Estados Unidos en gran medida dependía de que este país era también un líder en el terreno educativo; lo fue al menos hasta épocas recientes. En los años ’50, el 90% de los estadounidenses cursaba la educación media superior, en un momento en el que en Europa Occidental y en Japón ese porcentaje oscilaba entre el 20 y el 30%. Esta es la razón por la que ese país tenía niveles tan altos de productividad. Podemos ver, por tanto, que el camino a la prosperidad no estaba en la búsqueda de la desigualdad. Muy por el contrario, estaba en la búsqueda de mayores niveles de igualdad. En los años ‘80, sin embargo, Reagan intentó cambiar la narrativa diciendo: “Bueno, Roosevelt, Kennedy y Johnson llegaron muy lejos con el Estado de Bienestar y la reducción de la desigualdad. Nosotros vamos a tener más desigualdad, más billonarios”. Se pensó a partir de entonces que eso era lo que podría generar más empleos y más innovación. Que de esta manera el ingreso de todos crecería como nunca antes y en beneficio de todos.

¿Pero qué fue lo que vimos al final?

Al final esto no fue lo que se logró. Lo que podemos atestiguar es que el crecimiento económico en los Estados Unidos se redujo a la mitad. Que entre 1990 y 2020 el país solamente creció 1.1% al año, cuando entre 1950 y 1990 había crecido a una tasa anual per cápita del 2.2%. Creo que también esa es la razón, en cierta medida, del cambio ideológico que estamos viendo hoy en los Estados Unidos. Con el surgimiento del nacionalismo se está intentando encontrar una nueva narrativa y una nueva explicación de las razones por las que la clase media estadounidense o los sectores económicos ubicados más abajo no se beneficiaron del crecimiento que les prometió Reagan. Es por eso que se buscan todo tipo de explicaciones. Las sociedades intentan reaccionar a los nuevos desafíos que perciben para cambiar sus visiones sobre la organización de la economía. A través de mi trabajo lo que intento hacer es proporcionar a los lectores un sentido amplio de las trayectorias históricas para que puedan formarse su propio criterio en el futuro. Para mí el enemigo más grande siempre es el nacionalismo, particularmente el nacionalismo intelectual que vuelve a las naciones reacias a compararse con otros países.

En su libro usted explica cómo Suecia fue por mucho tiempo un país extremadamente desigual. Sin embargo, las movilizaciones políticas transformaron el destino de esa nación. Hoy en día México es una de las naciones más desiguales en el mundo. ¿Cuáles son los mayores cambios que deberíamos experimentar para transformar este escenario y qué podemos aprender de la experiencia sueca?

Como lo dije antes, las cosas pueden cambiar muy rápido a través de la movilización política, pero también si somos capaces de aprender de la experiencia de otros países. El caso de Suecia es particularmente llamativo. En la actualidad tendemos a ver a esa nación como si viviera en una permanente equidad. Sin embargo, hasta 1911 este era uno de los países más desiguales de Europa y tenía un sofisticado sistema electoral, donde los votos se contaban a partir de la riqueza de las personas. En elecciones municipales entre 1865 y 1911, 80% de la población no podía votar, mientras que el otro 20% -representado por hombres adinerados y dueños de propiedades- votaban de acuerdo con su lugar en la escala social. Su voto valía entre 1 y 100 dependiendo del tamaño de su propiedad. En varios municipios una sola persona podía aglutinar el 50% de la riqueza, e incluso las corporaciones tenían el derecho a votar en elecciones municipales. Un sistema político así sería el sueño de un multimillonario hoy. Sin embargo, los multimillonarios no pueden plantear directamente una cosa así, por eso buscan otras formas de influir en el sistema político, como puede ser el financiamiento a partidos políticos o las fundaciones. En fin, así eran las cosas en Suecia hasta 1911, hasta que una gran movilización política de la clase trabajadora, de los sindicatos y de los partidos socialdemócratas permitió cambiar la situación. Ahí hay una lección para México, pero también creo que para muchos otros países. Hubo un equilibrio entre una suerte de movilización de abajo hacia arriba, realizada por los sindicatos y las asociaciones de trabajadores, junto con una movilización político-electoral que permitió transformar el sistema económico. En Suecia fue posible impulsar un programa muy ambicioso para construir servicios públicos universales en materia de educación, salud y finanzas; un gran sistema de recaudación de impuestos al ingreso y a la riqueza, así como más derechos laborales en las empresas, algo que ya había en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Esto se dio en un contexto en el que las élites habían sido bastante desacreditadas por la guerra y la clase trabajadora se encontraba en una buena posición para pedir cambios sustantivos. El hecho es que, tanto en grandes empresas de Suecia y Alemania, como en muchos países nórdicos en Europa, los trabajadores conquistaron un derecho, que aún conservan, a tener hasta un 50% de los votos en las decisiones de las mesas directivas sin necesidad de aportar capital a la compañía, y sólo por el hecho de ser trabajadores de la misma. En Suecia, además, los trabajadores poseen entre el 10 y el 20% de las acciones de la compañía y los gobiernos locales tiene entre el 10 y el 20% (o a veces hasta la mitad), lo que significa que pueden modificar la mayoría y tomar el control de la mesa directiva de la compañía, aun cuando existan accionistas que posean el 70 u 80% del capital de la empresa. Esta es una gran transformación de la propia noción de propiedad privada basada en la premisa: “una acción, un voto”. Lo interesante es que este sistema ha sido utilizado en Alemania, Suecia y Noruega desde los años ‘50, por más de medio siglo, y ha sido muy exitoso al incentivar un mayor involucramiento de los trabajadores en las estrategias de largo plazo desplegadas por las distintas compañías. Eso, sin embargo, no se extendió a otros países. No fue llevado a los Estados Unidos, al Reino Unido o a Francia porque, de alguna manera, los accionistas lograron resistir la presión y también porque entre ciudadanos, trabajadores, sindicatos y dirigentes de partidos políticos no se diseminó la idea de que algo semejante pudiera realizarse.

En su libro se formulan algunas propuestas muy interesantes para crear un sistema fiscal más progresivo. Parece que a usted le gustan mucho los impuestos porque propone impuestos a la propiedad, a la renta, a las herencias, e incluso a las emisiones de carbono. ¿Cuál sería el propósito de todos estos impuestos?

Históricamente, el crecimiento de los países europeos, incluso también de los Estados Unidos, vino del poder centralizado del Estado y de la recaudación de impuestos que permitieron invertir en educación, salud e infraestructura pública. Ciertamente, los impuestos a veces son usados para declarar la guerra, financiar gastos que no son útiles para promover la prosperidad económica o el crecimiento. Sin embargo, si los impuestos se utilizan bien pueden ser una parte importante de un camino al desarrollo más exitoso. No hace falta imitar a Suecia, cada país debe seguir su propio camino. Sin embargo, una lección importante es la necesidad de alcanzar un balance en los impuestos a la renta y a la riqueza. La renta es el total de ingresos que se percibe al año, mientras que la riqueza es el total de las propiedades y bienes que se poseen. Históricamente, en el siglo XIX los impuestos se enfocaron en la propiedad mucho más que en la renta tanto en Europa como en los Estados Unidos. Durante el Siglo XX, en cambio, el impuesto sobre la renta se volvió más importante. En el siglo XXI tenemos que enfocarnos en el impuesto a la riqueza mucho más que en las décadas recientes. Hay dos razones de ello: primero, si no tienes un registro apropiado de propiedad de bienes y capital resulta muy complicado tener un sistema fiscal adecuado. Típicamente, cuando se tiene un sector informal muy grande -como ocurre en países como México-, donde hay pequeñas empresas, tiendas o negocios que no están registrados ante la autoridad y no se sabe quién posee determinado comercio o propiedad, es imposible esperar que vayan a pagar el impuesto sobre la renta o que se pueda construir un sistema de recaudación tributaria más sofisticado. El pago de impuestos, incluso a una tasa de impuesto a la propiedad baja, ha sido históricamente muy importante en todos los países desarrollados para al menos tener la capacidad de conocer lo que posee cada quién en el país. Si no se sabe lo que cada quien tiene, no hay mucho que se pueda hacer para desarrollar un sistema de recaudación tributaria medianamente adecuado. Una vez que esto se sabe ya se puede crear un sistema de recaudación del impuesto sobre la renta más sólido. En general, esta es una lección general para todos los impuestos. Se tiene que construir cierto sentido de justicia, cierto consenso sobre la justicia social y económica si se quiere inspirar confianza en un Estado, y en el proceso de desarrollo económico debe haber progresividad en los impuestos.

11 de enero de 2020

Ayn Rand. De la lucidez canallesca a la diatriba rencorosa


Ayn Rand escribió en 1950: “Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada”. Al leer este párrafo fuera de contexto, resulta casi imposible no aprobarlo. Describe de una manera clara y categórica la realidad de cualquier sociedad contemporánea, aludiendo al mayor de los flagelos que sufren (y practican) sus ciudadanos: la corrupción.
Ayn Rand nació en San Petersburgo, Rusia, el 2 de febrero de 1905 con el nombre de Alissa Zinovievna Rosenbaum, y murió setenta y siete años después, el 6 de marzo de 1982, en New York, Estados Unidos. Desde muy joven sintió un fuerte interés por la literatura y por el arte cinematográfico. Leyó las novelas de Walter Scott (1771-1832), Alejandro Dumas (1802-1870), Víctor Hugo (1802-1885) y Rudyard Kipling (1865-1936), lo que le generó un apasionado entusiasmo por el movimiento romántico.
Durante sus años en la escuela secundaria, fue testigo en 1917 tanto de la Revolución de Febrero como de la Revolución Bolchevique. Para escapar de la contienda su familia se fue a Crimea, donde ella terminó la escuela secundaria. Una vez que regresaron de Crimea, se matriculó en la Universidad de Petrogrado para estudiar Filosofía e Historia. Fue allí donde conoció la obra literaria de Edmond Rostand (1868-1918), Friedrich Schiller (1759-1805) y Fyodor Dostoievsky (1821-1881), y se interiorizó con la filosofía de Friedrich Nietzsche (1844-1900). Completó luego un curso de posgrado en el Departamento de Pedagogía Social a cargo del Estado, que incluía Historia, Filología y Leyes, por lo que se graduó tres años después, en 1924; y al año siguiente estudió escritura de guiones en el Instituto Estatal de Artes Cinematográficas.
Conociendo Nueva York por las películas estadounidenses, tenía muy claro que quería emigrar a los Estados Unidos. Tras la Revolución de Octubre y la expropiación del negocio familiar por parte de las nuevas autoridades, sus deseos se intensificaron. En 1925 consiguió un permiso para viajar a Estados Unidos y, al año siguiente, abandonó la Unión Soviética para nunca regresar. Oficialmente, viajó para visitar a su familia en Chicago, pero en realidad buscaba huir de su país, al que detestaba incluso antes de la revolución de 1917. Luego de vivir varios meses con familiares que tenía en Chicago se dirigió a Hollywood. Allí conoció al director Cecil B. DeMille (1881-1959), quien la empleó como extra en su película “The king of kings” (Rey de reyes, 1927), para poco después comenzar a trabajar como guionista bajo el seudónimo de Ayn Rand. En aquel lugar conoció también al actor, director y guionista Frank O'Connor (1881-1959), con quien se casó en 1929. Dos años después, Ayn Rand obtuvo la ciudadanía estadounidense con orgullo y con la seguridad de nunca más volver a Rusia.
Poco después escribió su primer guion cinematográfico “Red pawn” (Peón rojo, 1932), al que siguieron la obra de teatro “Night of january 16th.” (La noche del 16 de enero, 1934), e inició una pasable carrera como novelista publicando “We the living” (Los que vivimos, 1936), “Anthem” (Himno, 1938), “The fountainhead” (El manantial, 1943) y “Atlas shrugged” (La rebelión de Atlas, 1957). Más tarde se centró en los fundamentos filosóficos del capitalismo, los que compiló en un movimiento llamado Objetivismo, su propio sistema filosófico, al que definió como la “filosofía para vivir en la tierra”. Rand describió al Objetivismo como un sistema integrado de pensamiento cuya meta fundamental era “definir los principios abstractos en los que el hombre debe pensar y actuar si es que quiere vivir la vida propia de un hombre”, poniendo especial énfasis en los conceptos de individualismo, egoísmo racional y capitalismo.
Así fueron surgiendo sus ensayos “The virtue of selfishness” (La virtud del egoísmo), “Capitalism. The unknown ideal” (Capitalismo. El ideal desconocido), “The nature of government” (La naturaleza del gobierno), “Introduction to objectivist epistemology” (Introducción a la epistemología objetivista) y “Philosophy: who needs it” (Filosofía: ¿quién la necesita?). En su conjunto, en ellos defendió el ateísmo como única postura racional ante el concepto Dios, al que consideraba indemostrable racionalmente; una suma de contradicciones metafísicas, y por lo tanto, un atentado contra el funcionamiento mental del hombre que lo aceptase. También estaba a favor de la total libertad para producir, distribuir y consumir cualquier tipo de drogas, y la total libertad para producir y distribuir cualquier tipo de texto o medio audiovisual, incluida la propaganda nazi o comunista y la pornografía. Además se manifestó en contra del reclutamiento forzoso de soldados en el ejército y defendió el derecho absoluto de las mujeres a abortar.
Por otro lado, expuso la idea de que la naturaleza humana, desde siempre y para siempre, apuntaba a la competencia y no a la colaboración, al individualismo más exasperado y que sólo un demente podía formular proyectos altruistas, colectivos, obras de bien común, difundir la fraternidad y otras acciones que consideraba tonterías y contrarias al ser humano. De esa forma se convirtió en la heroína y abogada de una filosofía particularmente dura del fundamentalismo capitalista, lo que le generó muchos seguidores entre las élites políticas conservadoras de Estados Unidos. Más aún, hasta se llegó a decir que su sistema filosófico era el “más grande de todos los tiempos”. De todas maneras, resulta difícil hallar un crítico capaz de encontrarle algún mérito literario a sus novelas, y los filósofos profesionales nunca tomaron en serio sus ideas. Obviamente la “crema” del poder capitalista concentrado, tanto en el plano empresarial como político, abreva en su obra; pero, salvo por sus fanáticos ególatras, que los tiene, su trabajo es considerado tosco y simple por los académicos.
Sectaria e intransigente hasta la médula, no consiguió evitar que su inteligencia derrotase a sus prejuicios y su exaltación. En muchos de sus textos la soberbia intelectual pareciera que la condujo a hacer consideraciones y conjeturas por lo menos polémicas y muchas veces carentes de objetividad. Así, por ejemplo, en 1957 escribió: “Para gloria de la humanidad existió por primera y única vez en la historia, un país del dinero, Estados Unidos, en el que reinan la razón, la justicia, la libertad, la producción y el progreso, donde la riqueza no se adquirió con el robo, sino con la producción, y no por la fuerza, como botín de conquista, sino por el comercio. Los americanos fueron los primeros en comprender que la riqueza debía ser creada”. Pero de lo que no dijo una palabra fue de que esos “americanos” no vacilaron en exterminar a los pieles rojas, esclavizar a los negros, practicar la segregación racial y arrebatar a México más de la mitad de su territorio (Arizona, California, Nevada, Colorado, Nuevo México, Texas y Utah), utilizando a sus fuerzas armadas como agentes comerciales del imperio del bien.


Otro tanto ocurrió en la década del ’70, cuando ya llevaba algo más de cuarenta años viviendo en Estados Unidos, en una conferencia que dio en la Academia Militar de West Point declaró: “Puedo decir, y no como un mero patrioterismo, sino con el conocimiento completo de las necesarias raíces metafísicas, epistemológicas, éticas, políticas y estéticas, que los Estados Unidos de América es el más grande, noble y, en sus principios fundadores originales, el único país moral en la historia del mundo”. Pero nada dijo sobre la intervención en el conflicto de Vietnam, lo que supuso para “el único país moral” una experiencia de fracaso y frustración que le dejó un saldo de 58.000 muertos, 300.000 heridos, centenares de miles de soldados con una amplia adicción a las drogas y con serios problemas de adaptación a la vida civil. Evidentemente cuando hizo estas declaraciones había olvidado otra que había hecho un tiempo antes: “En una sociedad capitalista ningún hombre, grupo o gobierno tiene derecho a utilizar la fuerza física contra otros hombres”.
Tal vez porque Estados Unidos sea el “primer país en comprender que la riqueza debía ser creada” es que hoy mantiene ocupaciones e intervenciones militares en Afganistán, Líbano, Irak, Libia, Pakistán, Yemen, Siria… Desde 1823, Estados Unidos ha intervenido, invadido, ocupado, vulnerado y avasallado la soberanía de decenas de países. Lo ha hecho mediante operaciones militares directas o de operaciones de inteligencia, con la complicidad de grupos de poder local. En la actualidad tiene 761 bases militares distribuidas alrededor del mundo. Será tal vez porque, como dijo en una entrevista, “la felicidad de un hombre requiere el daño de otro”.
Haciendo alarde de un brutal desconocimiento de la historia, insistió: “El capitalismo no creó la pobreza, la heredó... El capitalismo ha sido el único sistema de la historia en el cual la riqueza no se ha adquirido mediante saqueo, sino mediante producción, no por la fuerza, sino mediante el comercio, el único sistema que ha defendido el derecho de los hombres a su propia mente, a su trabajo, a su vida, a sí mismos... No soy primariamente una defensora del capitalismo, sino del egoísmo”.
“La palabra ‘nosotros’ -escribió- es la palabra por medio de la cual los depravados roban la virtud a los buenos. Por medio de la cual los débiles roban la fuerza a los fuertes. Por medio de la cual los brutos roban el conocimiento a los sabios. ¿Qué es la felicidad si todas las manos incluso las impuras pueden alcanzarla? ¿Qué es mi sabiduría si hasta los tontos pueden mandarme? ¿Qué es mi libertad sí todas las criaturas, incluso las deformes y las impotentes, son mis amos? Pero yo he terminado con este credo de corrupción. Yo he terminado con el monstruo del ‘nosotros’, la palabra de servidumbre, de pillaje, de miseria de falsedad y vergüenza. Y ahora yo veo la faz de dios, y yo levanto este dios sobre la tierra. Este dios que los hombres han buscado desde que los hombres comenzaron a existir, Este dios que le concederá felicidad paz y orgullo. Este dios, esta palabra: yo”.
El egoísmo de Ayn Rand no representa otra cosa que “odio al grupo y exaltación del individuo”; o lo que es lo mismo, que cada cual se apodere de todo lo que pueda, cuanto más mejor, y que los demás se arreglen como puedan, porque “el hombre -cada hombre- es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros. Debe existir por sí mismo y para sí mismo, sin sacrificarse por los demás ni sacrificando a otros. La búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el más alto propósito moral de su vida”. Sostenía que todo egoísmo era un bien moral y que el altruismo no era más que un “canibalismo moral”. Para ella, los que no pensasen como sociópatas eran “parásitos”, “piojos” y “saqueadores”.
Basándose en el principio de que la esfera de la libertad del individuo sólo puede autorrealizarse a través de la propiedad privada, Rand defendió con énfasis su postura: “Defendemos el capitalismo porque es el único sistema orientado hacia la vida de un ser racional. Cuando digo capitalismo, quiero decir capitalismo completo, puro, incontrolado, no regulado. El capitalismo es el único sistema moral de la historia y es el que ha creado los mayores estándares de vida jamás conocidos en el mundo. La evidencia es incontrovertible”.
Profundizando un poco más en la materia, escribió: “El valor económico del trabajo de un hombre está determinado, en un mercado libre, por un solo factor: el consentimiento voluntario de aquellos con la voluntad de comerciar con él a cambio de sus productos o de su trabajo... El poder económico se ejerce a través de lo positivo, ofreciendo a los hombres una recompensa, un incentivo, un pago, un valor. El poder político se ejerce a través de lo negativo, por la amenaza de castigo, daño, encarcelamiento y destrucción... Las herramientas del hombre de negocios son los valores, la herramienta del burócrata es el miedo... Cuando los trabajadores luchan por mayores sueldos, se le llama beneficios sociales, cuando los empresarios luchan por mayores beneficios, esto es condenado como avaricia egoísta”.
“Los empresarios son alegres, benevolentes, optimistas. Los empresarios no se sacrifican por otros, pero aunque la esencia de su trabajo es su constante esfuerzo por mejorar la vida humana, nadie les defiende cuando son atacados. Los grandes industriales han logrado la hazaña de elevar el nivel de vida de la humanidad, creando nueva riqueza con el talento productivo de hombres libres. Ellos dieron al pueblo mejores trabajos, salarios más altos y bienes más baratos con cada nueva máquina que inventaron, con cada descubrimiento científico, con cada avance tecnológico”.
También pregonó su descreimiento en las emociones y su entrega a la razón en todos los actos, incluso el amoroso. Para Rand no era posible amar en general, amar al prójimo, pero sí a alguien que ofreciese a cambio su propia virtud. Describió el amor como una forma de “negocio”, con su “propia moneda de pago”. No concibió nada ubicable por encima del propio ego. “Amamos lo que personalmente valoramos y admiramos. Un ‘amor desinteresado’ es una contradicción en términos: significaría que no tienes ningún interés personal en el objeto de tu amor. La verdad es que el amor romántico es profundamente egoísta: es una unión de mente y cuerpo que ambos participantes persiguen para su propia felicidad personal. Y es profundamente exigente. Para decir ‘Yo te quiero’, primero uno tiene que saber cómo decir el ‘Yo’”. En su vocabulario no estaba incluida la piedad, acaso para no incluir a su opuesto, la impiedad, que es lo que se palpita en cada una de sus obras.
En fin, ¿qué fue lo que llevó a Ayn Rand a escribir cosas como éstas? ¿Fue la soberbia? ¿La negligencia? ¿La ingenuidad? ¿El chauvinismo? ¿La extravagancia? ¿El frenesí? ¿La desmesura? ¿La frigidez? ¿La anorgasmia? Vaya uno a saber.

24 de enero de 2018

Gérard Duménil: “Un orden social se define por una configuración particular de relaciones entre varias clases. Así, al neoliberalismo lo define la existencia de una hegemonía muy fuerte de las clases capitalistas en alianza con la clase de los ejecutivos”

El economista francés Gérard Duménil (1942) es un estudioso del sistema capitalista de producción, fundamentalmente de su actual etapa neoliberal. Apoyándose tanto en el marxismo como en el keynesianismo, centra su análisis en los aspectos más controversiales de la teoría dominante: el sistema financiero y la tasa de ganancia. Graduado en la “École des hautes études commerciales” de París, Duménil sostiene que, en términos generales, el capitalismo neoliberal no es el fin de la historia sino que continúa transformándose, y que la principal de sus mutaciones ha sido la de su estructura de clases. “En el capitalismo contemporáneo existe una estructura ‘tripolar’: capitalistas, directores ejecutivos y clases populares de obreros y desempleados -afirma-. El ‘gran golpe’ de las clases capitalistas en el neoliberalismo es el de haber conseguido asociar a los directores ejecutivos a la tarea de restaurar espectacularmente sus poderes y sus rentas. No sorprenderá a nadie que esos gerentes financieros hayan ‘entrado en el baile’, pero que los técnicos y los empleados administrativos se hayan unido al movimiento resulta más asombroso. A la violencia de las prácticas neoliberales en materia de políticas económicas y de gestión se ha venido a sumar una gran oleada de devastación ideológica, que logra hacer que todo proyecto hacia otras vías parezca incongruente”. Duménil, ex Director de Investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique de Francia, ha publicado una vasta obra sobre el orden neoliberal y la hegemonía financiera, su naturaleza, sus contradicciones y su porvenir. Varios de esos libros los ha escrito en coautoría con el físico-matemático y también economista francés Dominique Lévy, entre ellos “Crise et sortie de crise. Ordre et désordres néolibéraux” (Crisis y salida de la crisis. Orden y desorden neoliberales), “La grande bifurcation. En finir avec le néolibéralisme” (La gran bifurcación. Acabar con el neoliberalismo), “Capital resurgent. Roots of the neoliberal revolution” (El capital reemergente. Las raíces de la revolución neoliberal) y “The crisis of  neoliberalism” (La crisis del neoliberalismo). A continuación, un resumen editado de las entrevistas que concediese a Armando Boito para el nº 516 de la revista brasileña “Jornal da Unicamp” y a Miguel Ángel Jiménez González para el nº 44 de la revista mexicana “Laberinto”.


Usted viene investigando el capitalismo neoliberal hace mucho tiempo. En su análisis, ¿cómo se debe caracterizar la etapa actual del capitalismo?

El neoliberalismo es la nueva etapa en la cual ingresó el capitalismo luego de la transición de los años ‘70 y ‘80. Con Dominique Lévy hablamos de un nuevo “orden social”. Con esa expresión nosotros designamos la nueva configuración de poderes relativos entre las clases sociales, dominaciones y compromisos. El neoliberalismo se caracteriza, de ese modo, por el refuerzo del poder de las clases capitalistas en alianza con la clase de los gerentes, sobre todo las cúpulas de las jerarquías sociales y de los sectores financieros. En el transcurso de los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, las clases capitalistas vieron disminuir su poder e ingresos en la mayoría de los países. Simplificando, podríamos hablar de la existencia de un orden “socialdemócrata” durante ese período. Las circunstancias creadas por la crisis de 1929, la Segunda Guerra Mundial y la fuerza internacional del movimiento obrero habían conducido al establecimiento de ese orden social relativamente favorable al desarrollo económico y a la mejoría de las condiciones de vida de las clases populares (obreros y empleados subalternos). El término “socialdemócrata” para caracterizar ese orden social se aplica, evidentemente, mejor a Europa que a los Estados Unidos. Con el establecimiento del nuevo orden social neoliberal, el funcionamiento del capitalismo fue radicalmente transformado: una nueva disciplina fue impuesta a los trabajadores en materia de condiciones de trabajo, poder de compra, protección social, etc., además de la desregulación (fundamentalmente financiera), apertura de las fronteras comerciales y la libre movilidad de capitales en el plano internacional. Estos dos últimos aspectos colocaron a todos los trabajadores del mundo en una situación de competencia entre sí, cualesquiera sean los niveles de salarios en los diferentes países. En el plano de las relaciones internacionales, los primeros decenios de posguerra, todavía en el antiguo orden “socialdemócrata”, fueron marcados por prácticas imperialistas de los países centrales: en el plano económico, presión sobre los precios de las materias primas y exportación de capitales; en el plano político, corrupción, subversión y guerra. Con la llegada del neoliberalismo, las formas imperialistas fueron renovadas. Es difícil juzgar en términos de intensidad y hacer comparaciones. En términos económicos, la explosión de las inversiones directas en el extranjero en la década de 1990 ciertamente multiplicó el flujo de ganancias extraído de los países periféricos por las clases capitalistas del centro. El hecho de que los países de la periferia desearan recibir esas inversiones no cambia en nada la naturaleza imperialista de esas prácticas, se sabe que todos los trabajadores “desean” ser explotados antes que estar desempleados. Muchos analistas marxistas continúan rechazando que el control de los medios de producción en el capitalismo moderno es asegurado conjuntamente por las clases capitalistas y por la clase de los gerentes, lo que hace de ésta última un segundo componente de las clases superiores. Esa negativa es aún más desconcertante cuando se tiene en mente que los ingresos de las categorías superiores de los gerentes en el neoliberalismo aumentaron aún más que los ingresos de los capitalistas.

Para algunos autores, el neoliberalismo fue un ajuste inevitable provocado por la crisis fiscal del Estado; para otros fue el resultado, también inevitable, de la globalización.

La explicación del neoliberalismo por la crisis fiscal y, frecuentemente también, por la inflación, es la explicación de la derecha; es una defensa de los intereses capitalistas. Ella especula con las inconsistencias de los bloques políticos que dirigían el orden social de posguerra. Estos bloques habrían sido incapaces de gestionar la crisis de los años ‘70 y entonces desembocamos en el neoliberalismo. Pasa lo mismo con la explicación que presenta al neoliberalismo como consecuencia de la globalización. Ese argumento invierte las causalidades. Lo que el neoliberalismo hace es orientar la globalización, una tendencia antigua, para nuevas direcciones y acelerar su curso, abriendo la vía para la globalización neoliberal.

Algunos analistas afirman que su análisis corresponde a un marxismo-keynesiano ¿Qué responde a esto? ¿De Keynes qué parte sí y qué no compagina con Marx?

Sí, es una discusión actual. Primero, quiero dejar en claro que no es ninguna vergüenza ser keynesiano. Sí pensamos que, en cierta medida, la teoría macroeconómica debe considerar aspectos de la teoría de Keynes que se deben articular con la teoría del ciclo económico de Marx. Hay quienes dicen que somos keynesianos porque hacemos hincapié en los mecanismos financieros. Para estos analistas hablar de mecanismos financieros significa ser un keynesiano, aunque deberían decir un “postkeynesiano” o algo así. Nunca decimos que la crisis actual sea una crisis financiera, pero creemos que la crisis actual, eso sí, tiene componentes financieros importantes.

¿Podría explicarnos qué es lo que exactamente entró en crisis? ¿El neoliberalismo o algo de él, o tan sólo es que el capitalismo está evolucionando?

Lo que entró en crisis con el neoliberalismo fue un “orden social”, una etapa del capitalismo. Un orden social se define por una configuración particular de relaciones entre varias clases y varios grupos. Así al neoliberalismo, lo define la existencia de una hegemonía, o sea un liderazgo, muy fuerte de las clases capitalistas en alianza con la clase de los ejecutivos. Se trata de una alianza de derecha en la cima de la jerarquía social. Es un marco social a partir del cual transformaron todo el funcionamiento de la economía, a escala de un país con una nueva disciplina hacia los trabajadores, como en el mundo con la globalización y la financiarización, etc. La única meta de este orden social es acrecentar el poder y el ingreso de estas clases. En este sentido, el neoliberalismo fue exitoso, porque se enriquecieron mucho. Pero un día esa locura no pudo sostenerse más, y llegó la crisis actual. Cuando mencionamos que el neoliberalismo entró en crisis, estamos diciendo que entró en crisis el capitalismo en su forma actual. Es un argumento que no les gusta a algunos marxistas que rechazan la posibilidad de que exista otra forma de capitalismo. Para ellos es imposible salir del neoliberalismo sin salir del capitalismo. Piensan que, con la crisis actual, llegó el fin del capitalismo. Los problemas con este tipo de perspectivas son enormes. ¿Qué tipo de sociedad podría venir después del capitalismo? ¿Qué va a suceder de aquí a diez años? Las clases capitalistas siguen muy fuertes y al mismo tiempo con un gran problema en la actual crisis.

Usted acaba de publicar, en conjunto con su colega Dominique Lévy, un libro sobre la crisis económica actual. Según su análisis, ¿cuál es la naturaleza de esta crisis?

La crisis actual es una de las cuatro grandes crisis -crisis estructurales- que el capitalismo atravesó desde el final del siglo XIX. Esas crisis son episodios de perturbación de una duración de cerca de una decena de años (al menos las tres primeras). La primera y la tercera de estas crisis, las de las décadas de 1890 y 1970, siguen a períodos de caída en la tasa de ganancia y pueden ser designadas como crisis de rentabilidad. Las otras dos crisis, la de 1929 y la actual, nosotros las designamos como “crisis de hegemonía financiera”. Son grandes explosiones que ocurren a partir de prácticas de las clases superiores que buscan el aumento de sus ingresos y sus poderes. Los dispositivos centrales del neoliberalismo están aquí en acción: desregulación financiera y globalización. El primer aspecto es evidente, pero la globalización fue también, como voy a indicar, un factor clave de la crisis actual. Caída de la tasa de ganancia y explosión descontrolada de las prácticas de las clases capitalistas son dos grandes tipos de explicación de las grandes crisis en la obra de Marx. El primer tipo es bien conocido. En el Libro III del “El Capital”, Marx defiende la tesis de la necesidad del cambio tecnológico en el capitalismo, la dificultad de aumentar la productividad del trabajo sin realizar inversiones muy costosas, lo que Marx describe como “aumento de la composición orgánica del capital”. Nótese que Marx refuta explícitamente que la caída de la tasa de ganancia se deba al aumento de la competencia (la segunda gran explicación para las crisis ya aparece esbozada en los escritos de Marx de la década de 1840.) En el “Manifiesto del Partido Comunista”, Marx describe a las clases capitalistas como aprendices de brujo, las cuales desarrollan mecanismos capitalistas sobre formas y en grados peligrosos y pierden, finalmente, el control sobre las consecuencias de sus actos. Los aspectos financieros de la crisis actual remiten directamente a los análisis del “capital ficticio”, que  Marx desarrolla largamente en el Libro II de “El Capital” y que ya estaban presentes de cierta forma en el propio “Manifiesto”. La crisis actual no es una simple crisis financiera. Es la crisis de un orden social insostenible, el neoliberalismo. Esta crisis, en el centro del sistema, debería acontecer de cualquier modo un día u otro, pero ella llegó de una manera bien particular en 2007/2008, en los Estados Unidos. Dos tipos de mecanismos convergieron. Encontramos, por un lado, la fragilidad inducida en todos los países neoliberales a raíz de las prácticas de financiarización y de globalización (marcadamente financiera), motivada por la búsqueda desenfrenada de rendimientos crecientes por parte de las clases superiores, y reforzada por la negativa a la regulación. El Banco Central de Estados Unidos, en particular, perdió el control de las tasas de interés y la capacidad de conducir políticas macroeconómicas como resultado de la globalización financiera. Por otra parte, la crisis fue el efecto de la trayectoria económica estadounidense, una trayectoria de desequilibrios acumulativos, que Estados Unidos puede mantener debido a su hegemonía internacional, contrariamente a Europa, que considerada en su conjunto, no conoce tales desequilibrios. Desde 1980, el ritmo de acumulación de capital en Estados Unidos se desaceleró en su propio territorio a la vez que crecían las inversiones directas en el exterior. A esto es necesario sumarle: un déficit creciente de comercio exterior, un gran aumento del consumo (de parte de los sectores más favorecidos) y un endeudamiento igualmente creciente de las familias. El déficit de comercio exterior (el exceso de importaciones frente a las exportaciones) alimentaba un flujo de dólares para el resto del mundo que tenía como única utilización la compra de títulos estadounidenses, llevando al financiamiento de la economía norteamericana por parte de agentes extranjeros. Por razones económicas que no explicaré aquí, el crecimiento de esa deuda externa debía ser compensado por aquella deuda interna, la de las familias y la del Estado, a fin de sostener la actividad en el territorio del país. Eso fue hecho alentando el endeudamiento de las familias por medio de la política crediticia y la desregulación. El endeudamiento del gobierno podría haber substituido al endeudamiento de las familias, pero eso iba contra las prácticas neoliberales anteriores a la crisis. Los acreedores de las familias (bancos y otros) no conservaron los créditos creados, los revendieron bajo la forma de títulos (obligaciones), de los cuales, aproximadamente la mitad, fue comprada por el resto del mundo. De tanto prestar a las familias por encima de la capacidad de éstas de saldar sus deudas, los incumplimientos se multiplicaron desde inicios de 2006. La desvalorización de esos créditos desestabilizó el frágil edificio financiero, en Estados Unidos y en el mundo, sin que el Banco Central de los Estados Unidos estuviese en condiciones de restablecer los equilibrios en un contexto de desregulación y de globalización que el mismo había favorecido. Ese fue el factor desencadenante pero no el fundamental de la crisis: combinación de factores financieros (la locura neoliberal en esa esfera) y reales (la globalización, el sobre-consumo estadounidense y su déficit de comercio exterior).

Hemos aprendido a reconocer e identificar una crisis estructural a partir del número de países que afecta, la cantidad de sectores que toca y el tiempo de su duración. Al respecto usted habla de cuatro grandes crisis estructurales ¿Podría decirnos algo de esas crisis en contraste con lo que hubiese dicho Marx al respecto?

Nosotros decimos que ha habido cuatro grandes crisis estructurales: 1) la crisis de finales del siglo XIX que fue una crisis de rentabilidad del capital con caída de la tasa de ganancia; 2) la crisis del ‘29 en donde el capitalismo explotó, que fue una crisis de hegemonía financiera y marcó el fin de un periodo de liderazgo absoluto de las clases capitalistas; 3) la crisis de la década de los ‘70 que, de igual manera, fue una crisis de rentabilidad del capital; y 4) la crisis actual que empezó a manifestarse en 2007 y salió a la luz en 2008, nuevamente una crisis de hegemonía financiera, en donde el capitalismo explota por las ambiciones de las clases superiores, las clases capitalistas y la gerencia superior. No podemos revivir a Marx para saber qué opinaría hoy. ¿Cómo habría visto Marx todo esto? Tenía una teoría del ciclo económico pero se trata de mucho más. Con respecto a lo que se conoce como crisis estructurales, Marx pensaba, primero, que la tasa de ganancia es una variable central en el funcionamiento del capitalismo. Según Marx, dicha tasa ingresa en fases largas de descenso que provocan perturbaciones en la economía, una acumulación de varios elementos como la recesión, problemas financieros, etc. Pero Marx también percibió otros mecanismos, por ejemplo, en el volumen III de “El Capital” se refiere a una teoría de los mecanismos financieros y del capital ficticio; explica cómo se constituye la masa de capitales en títulos y demás instrumentos que un día hacen explotar al sistema. En “El manifiesto del Partido Comunista”, Marx tiene una idea muy importante donde visualiza a los capitalistas como brujos, aunque yo diría más bien como “aprendices de brujo”. Practican su magia y de repente todo se sale de control. Precisamente esa es la idea de Marx, cuando menciona que el capitalismo se acabará porque los capitalistas pierden el control de lo que están haciendo. Eso corresponde exactamente a nuestra visión de las dos grandes crisis de hegemonía financiera, donde los capitalistas en su afán de ganar más, más y más, y así tener más poder, transforman completamente el sistema de forma insostenible.

Algunos autores dicen que hay que reconocerle al neoliberalismo que a finales de los ‘70 superó la estanflación y que a su vez fue una forma de dar respuesta a la crisis de déficit presupuestario. En cambio, para usted, el neoliberalismo sólo liberó a los demonios que echaron a andar los mecanismos de la crisis, y no hicieron nada por promover el crecimiento ¿Qué opina de esto?

Volvamos a nuestro libro “Crisis y salida de la crisis, orden y desorden neoliberal” cuyo tema es la crisis de los ‘70 y el neoliberalismo. Allí vemos que después de la Segunda Guerra Mundial existía otro tipo de orden social que tenía aspectos socialdemócratas y desarrollistas. Es un fenómeno complejo porque, evidentemente, las situaciones en América Latina, Europa y Estados Unidos no eran las mismas. El problema fue que, en la década de los ‘70, el capitalismo entró en una crisis de rentabilidad del capital, con una caída de la tasa de ganancia, teoría estructural que podemos encontrar en Marx. El problema fue que el orden social de la época, los poderes y las fuerzas sociales, no fueron capaces de organizarse para remediar esa crisis, provocando una ola de inflación en Europa, Estados Unidos, Japón y América Latina. Por razones políticas, estas fuerzas sociales no lograron organizarse. Eso permitió que las clases capitalistas se apropiaran de todo y, con una violencia enorme -como lo describe Naomi Klein en su libro “La estrategia del Shock”- cambiaran todo. La resistencia popular resultó fuerte, con huelgas en Inglaterra, Estados Unidos o Francia. Desafortunadamente, el movimiento fracasó, y Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron electos. Se trataba de un mismo grupo. De esa forma, las clases populares, la clase obrera y otras capas, perdieron. Fue el saldo de una lucha de clase donde las clases capitalistas ganaron y transformaron el mundo. No es que hayan ganado para resolver los problemas en general, sino para resolver sus problemas. Sus ingresos habían disminuido enormemente en la posguerra, y al tomar el poder lograron revertir esas tendencias, importándoles poco los problemas de la economía. Sí, consiguieron aumentar un poco la tasa de ganancia con mecanismos totalmente reaccionarios, como el estancamiento del poder de compra de los trabajadores. Acabaron con la inflación pero no con la pobreza, aumentaron la desigualdad y el desempleo, etc. Así, para las clases populares fue un retroceso y para los capitalistas un éxito.

Usted planteó que la crisis económica habría entrado en una segunda fase. ¿Cómo se viene desarrollando la crisis?

El mundo ya ingresó en la segunda fase de la crisis. Es fácil comprender las razones. La primera fase alcanzó su pico en otoño de 2008, cuando cayeron las grandes instituciones financieras estadounidenses, comenzó la recesión y la crisis se propagó para el resto del mundo. Las lecciones de la crisis de 1929 fueron bien aprendidas. Los bancos centrales intervinieron masivamente para sostener las instituciones financieras (por miedo a una reiteración de la crisis bancaria de 1932) y los déficits presupuestarios de los Estados alcanzaron niveles excepcionales. Pero esas medidas keynesianas, estimulando la demanda, sólo podían lograr la sostenibilidad económica temporaria de la actividad. Los gobiernos de los países del centro todavía no tomaron conciencia del carácter estructural de la crisis. Ellos actúan como si la crisis fuese únicamente financiera y ya estuviese superada; mientras tanto, las medidas keynesianas sólo permitieron ganar tiempo. Ninguna medida anti neoliberal seria fue tomada en los países del centro. Son apenas políticas que buscan reforzar la explotación de las clases populares. En todas partes la derecha retomó la ofensiva. Ella se aferra a la cuestión de los déficits presupuestarios y la magnitud elevada de las deudas públicas. Finge no ver que la austeridad presupuestaria, además de representar una transferencia del peso de la deuda para las clases populares, no puede sino provocar la recaída en una nueva contracción de la actividad. Esta es la segunda fase de la crisis pero no la última.

Muchos analistas han destacado que los partidos, sean de derecha o de izquierda, no se diferencian demasiado en sus propuestas para enfrentar la crisis. Además, en varios países europeos la derecha fue electoralmente favorecida por la crisis económica. ¿Los movimientos sociales podrían construir una alternativa de poder? ¿Cuál podría ser un programa popular para enfrentar la crisis actual?

Aún no hemos hablado de los aspectos políticos del neoliberalismo. La alianza de la cúpula de las jerarquías sociales entre la clase capitalista y la de los gerentes financieros logró, por diversos mecanismos, apartar a las clases populares de la política. Quiero decir: las apartó del juego de los partidos y los grupos de presión. Para las clases populares sólo quedó la lucha en la calle. La vida política, hoy, se reduce a la alternancia entre dos partidos no equivalentes; pero el partido que se dice de izquierda es incapaz de proponer una alternativa, por no hablar de su capacidad para implementarla. El voto se reduce a aquello que nosotros en Francia llamamos “voto castigo”. La derecha sucede a la izquierda en España, por ejemplo, porque la izquierda estaba en el poder durante la crisis; la derecha no tiene, evidentemente, ninguna capacidad superior para gestionar la crisis.

¿Qué opinión tiene de los actuales movimientos populares? ¿Podrán constituir una verdadera utopía que permita deshacerse de las clases capitalistas y de las clases en general?

La obra de Marx representa un marco de análisis indispensable, mismo que debe confrontarse con la historia del capitalismo y la realidad política y económica del momento. Creo que necesitamos crear un nuevo marco. No basta repetir “el capitalismo entró en su crisis final y por tanto tenemos que hacer el socialismo”. Es necesario hacer un alto, estudiar la historia y ver por qué fracasaron las experiencias socialistas. Los movimientos populares son la única esperanza pero, por causas históricas, falta una nueva utopía de emancipación. Ahora tenemos que detenernos y hablar de la historia, de la vida, de las luchas, y ver por qué fracasó el proyecto socialista y cómo deben definirse los nuevos marcos. 

24 de junio de 2016

Michael Roberts: "El capitalismo tiene una duración limitada en la historia de la organización social de la humanidad"

La productividad (producción por trabajador por hora) es un componente importante en la tasa de incremento del Producto Bruto Interno (PBI) de las economías capitalistas más avanzadas porque genera tanto crecimiento de bienes como crecimiento del empleo. En esas economías, el crecimiento del empleo se ha desacelerado durante las últimas décadas, de modo que se hizo necesario un crecimiento más rápido de la productividad para compensarlo. Eso implica que la desaceleración del crecimiento en valores absolutos debe ser reemplazado por un crecimiento más rápido en nuevos valores relativos. La desaceleración de la productividad afecta a todas las principales economías y el crecimiento de la productividad laboral global no da señales de recuperarse. Es más, se prevé un debilitamiento mayor de la productividad continuando una tendencia a la baja a largo plazo. Lo que estas cifras muestran es que la capacidad del capitalismo (o al menos de las economías capitalistas avanzadas) para generar mayor productividad está disminuyendo, por lo que los capitalistas han tratado cada vez más de obtener beneficios extras en la especulación financiera e inmobiliaria. Basta con mirar el crecimiento en el stock de capital acumulado en las economías capitalistas avanzadas. Un reciente informe del FMI concluye que el mercado de trabajo "desregularizado" (contratos a tiempo parcial o contratos de empleo temporal de fácil contratación y despido), resultado de la aplicación de las políticas neoliberales en las últimas décadas, puede que haya aumentado los beneficios, pero no ha hecho nada para mejorar la productividad e incluso podría haberla empeorado. A pesar de que dentro de las empresas se están aplicando tecnologías innovadoras que mejoran la productividad a un ritmo acelerado, en realidad sólo se trata de un efecto residual de la brecha entre el crecimiento del PBI real y la productividad de la mano de obra y los insumos de capital. De hecho, las economías más desarrolladas muestran un crecimiento cercano a cero o incluso negativo de la Productividad Total de los Factores (PTF), que es la diferencia entre la tasa de crecimiento de la producción y la tasa de incremento del trabajo o el capital. Por lo tanto, es más probable que el crecimiento de la productividad se haya ralentizado debido a que el impacto de las innovaciones aún no es suficiente para compensar la incapacidad de los capitalistas en la mayoría de las economías de intensificar la inversión. De hecho, no es la tecnología por sí misma la que aumenta la productividad y el crecimiento económico. Si cae la inversión de capital, lo que sigue es una disminución de la productividad del trabajo, lo que demuestra claramente que no es la tecnología por si misma la que causa un aumento de la productividad. En otras palabras, el crecimiento de la productividad sigue dependiendo de que la inversión de capital sea suficientemente importante. De toda esta problemática habla el economista británico Michael Roberts (1948) -autor de "The great recession" (La gran recesión) y "The long depression" (La larga depresión)- en la entrevista realizada por Paula Bach y Esteban Mercatante para el nº 28 de la revista "Ideas de Izquierda" de abril de 2016.


Está por salir su nuevo libro. En la presentación del mismo se afirma que “la economía global sigue padeciendo una depresión”. Considerando que la mayoría de los analistas de la economía mundial se refiere técnicamente a la Gran Recesión para abarcar el período de 2008/09, seguido por un crecimiento extremadamente débil de la economía mundial, ¿cuáles son los elementos que lo llevan a definir la crisis actual como una “depresión”?

En mi libro intento hacer la distinción entre la generalmente llamada “recesión normal” y una depresión. La producción capitalista no se expande de una manera armoniosa, con crecimiento constante de la inversión, el producto, los ingresos y el empleo. El ciclo de alzas y bajas (cuando la inversión colapsa y el producto y el empleo se contraen) usualmente ocurre cada ocho-diez años en las economías modernas. El grado de contracción varía. Sin embargo, en la historia del capitalismo industrial moderno de los últimos ciento cincuenta años, hubo unas pocas veces en las que la contracción fue muy profunda y duradera y la “recuperación” posterior es tan débil que las tasas previas de crecimiento en el producto y el empleo nunca se restablecen. Estos períodos son los que defino como “depresiones” en el libro. El capitalismo (y el resto de nosotros) ha sufrido tres de estas depresiones en los últimos ciento cincuenta años. La depresión de finales del siglo XIX (1873-1890); la Gran Depresión de los años ‘30 (1929-1942) y lo que ahora llamo la Larga Depresión (2008-20??). Las recesiones ocurren regularmente por lo que yo llamo el ciclo de la rentabilidad. Lo que define si las compañías capitalistas invierten es si esperan realizar ganancias de lo producido o no. Las compañías no invierten ni producen cosas o proveen servicios para satisfacer lo que la gente necesita. Eso es secundario. El capitalismo es un modo de producción orientado a hacer dinero y ganancias. Sin ganancia, no hay inversión, ni por lo tanto producción. Esto crea una contradicción fundamental en el proceso capitalista de inversión y producción. Los capitalistas sólo pueden obtener ganancias empleando la sangre, el sudor y esfuerzo de los trabajadores que no poseen nada más que su capacidad de trabajar. Y los capitalistas están compitiendo unos contra otros en el mercado para vender los productos o servicios por la máxima ganancia. Esto los fuerza no sólo a intentar estrujar los salarios al mínimo y hacer que los asalariados trabajen tanto y tan duro como sea posible; los capitalistas también intentan introducir máquinas ahorradoras de trabajo que disminuyan la dotación de la fuerza de trabajo al mismo tiempo que incrementan la productividad de los trabajadores remanentes. Los costos por unidad de tiempo se reducen y los capitalistas, con el último grito de la tecnología ahorradora de trabajo, pueden tener mayores ganancias que sus competidores en el mercado. Pero si todos introducen la misma tecnología, esto significa que la fuerza de trabajo se reduce en relación al valor de la maquinaria que está siendo empleada. Por un lado la productividad de la fuerza de trabajo se está incrementando, pero por otro lado el valor extraído a la fuerza de trabajo tiende a encogerse (relativamente). Por lo tanto hay una tendencia para que la tasa general de ganancia obtenida de los desembolsos en tecnología y fuerza de trabajo caiga. Esta es la contradicción fundamental de la producción capitalista porque ésta se realiza con miras a la ganancia, no a las necesidades. Los capitalistas invierten para incremetar la ganancia; esto estimula la productividad y la producción, pero pasado un tiempo la rentabilidad sobre el capital invertido empieza a caer. En un cierto punto, más inversión significa menos ganancia y los capitalistas dejan de invertir y ocurre un desplome. Como dije, esto parece ocurrir cada ocho-diez años aproximadamente. Pero más que esto, la tendencia de la tasa de ganancia a caer a medida que se desarrolla el capitalismo a lo largo del mundo, eventualmente conduce a una caída de largo plazo. La rentabilidad del capital en las principales economías era mucho más alta en el siglo XIX o a finales de la Segunda Guerra Mundial de lo que es hoy. Esto es un indicador de que el capitalismo tiene una duración limitada en la historia de la organización social de la humanidad. Pero la rentabilidad no cae en línea recta. Hay períodos en los que la rentabilidad del capital aumenta (por más de dos décadas) y luego períodos en los que cae (por más de dos décadas). Una depresión ocurre (cada cincuenta-setenta años más o menos) por una conjunción de contradicciones: una reducción gradual en la rentabilidad, disminución en los precios de los productos, el colapso de una burbuja financiera e inmobiliaria. Es decir que una serie de cosas confluyen para convertir una recesión en una depresión, como hemos visto desde 2008.

¿Cómo caracteriza el período de crisis de los años ‘70 y la recuperación posterior, que hasta hace poco era convencionalmente definida como la Gran Moderación?

La Segunda Guerra Mundial permitió una masiva destrucción de valor del capital (no solo física como en Europa y Japón) sino también de valor como en los Estados Unidos, así como un marcado incremento en la tasa de explotación. Como resultado después de la guerra, la tasa de ganancia en Estados Unidos y eventualmente en todos los demás lugares, era muy elevada, y las nuevas tecnologías desarrolladas durante la guerra junto a la disponibilidad de masiva fuerza de trabajo excedente y crédito de las finanzas del dólar estadounidense sentaron las bases para un largo boom (1946-65). Pero eventualmente la ley de Marx de la rentabilidad comenzó a ejercer su influencia y la tasa de ganancia cayó marcadamente desde 1965, culminando en dos recesiones importantes en 1974/75 y 1980/82. Estos desplomes debilitaron a la clase trabajadora y crearon la oportunidad para que la clase dominante impusiera las políticas neoliberales de leyes contra el trabajo, recortes de gasto público, bajas de impuestos para las corporaciones, relajamiento de las regulaciones a las finanzas, etc. La rentabilidad aumentó desde comienzos de los ‘80 hasta fines de los ‘90; se extendió la globalización del capital y tuvimos la Gran Moderación. Sin embargo, esto no podía durar, y la ley de Marx comenzó a dominar nuevamente desde fines de los ‘90, conduciendo finalmente a la Gran Recesión.

Usted ha planteado como probable una recesión en Estados Unidos en 2017. ¿Cuáles son las contradicciones estructurales que observa en la economía estadounidense y qué relación tendrían con un proceso recesivo el año próximo?

Para ser más precavido en el pronóstico (una tarea difícil, algunos dirían imposible), vengo planteando que otra recesión o desplome ocurrirá probablemente en uno o tres años. Digamos que hay una probabilidad de 20% de ocurrencia en 2016 pero una de 75% de que tenga lugar en 2018. Creo que esto ocurrirá porque la inversión capitalista permanece globalmente demasiado débil para restablecer el crecimiento del producto y del empleo a nivel global. Efectivamente, mes a mes, las agencias internacionales como el FMI o la OCDE o el Banco Mundial, revisan a la baja sus pronósticos para el crecimiento del producto global para el próximo año. Incluso los Estados Unidos, que logró la mejor recuperación relativa desde la Gran Recesión de 2008/09, está creciendo en términos reales poco más que 2% al año, comparado con su promedio de largo plazo de 3,3% al año. Europa a duras penas crece por encima del 1%, al igual que Japón. China, el gran milagro de crecimiento de los últimos treinta años con crecimiento anual de dos dígitos, está batallando para crecer por arriba del 5-6% anual, mientras que las otras grandes “economías emergentes” como Brasil, Rusia y Sudáfrica, están en recesión. El fracaso para recuperarse se debe mayormente a dos contradicciones estructurales. La primera es que la rentabilidad del capital no se restableció a sus niveles previos de antes de la Gran Recesión. E incluso entonces, la rentabilidad de las principales economías estaba en una onda descendente desde el pico de finales de los años ‘90 y ahora está bien por debajo del nivel de rentabilidad alcanzada en la llamada Época Dorada del capitalismo de posguerra (1948-1965). Esto mantiene la inversión baja y por lo tanto el crecimiento de la productividad es muy débil y no hay pleno empleo. El capitalismo puede salir de esta situación de baja productividad sólo de una forma: recortando el costo del capital. Pero esto significa cerrar viejas plantas y equipos, dejando que las empresas capitalistas quiebren, barrer sus activos y dejar en la calle a sus trabajadores (en otras palabras, otro desplome). Segundo, uno de los mayores disparadores o causas de la Gran Recesión fue la gigantesca expansión del crédito y la especulación en bienes raíces e instrumentos financieros antes del “crash” en 2007/08. Esta fue una respuesta de los capitalistas a la caída en la rentabilidad del capital productivo antes señalada. Los inversores se volvieron hacia los mayores retornos en la especulación financiera o en lo que Marx llamó el “capital ficticio”: la propiedad en acciones y bonos de una porción de lo que el capital productivo puede tener de ganancia. Cuando los bancos colapsaron porque este capital ficticio resultó ser simplemente eso –ficticio-, los gobiernos tuvieron que intervenir y salvarlos. La alternativa habría sido una recesión aún más profunda. Pero esto significó que los gobiernos debieron emitir más deuda y aumentar los ingresos por impuestos y los recortes en gasto público y provisión de servicios. El capitalismo fue salvado (aunque aún se arrastra) por las fuertes inyecciones de dinero y crédito de los gobiernos y bancos centrales. Como resultado, la deuda total (privada y pública) no cayó globalmente, al contrario, aumentó aún más. Así que, el capitalismo se encuentra en un estado de baja rentabilidad e inversión y deuda elevada. Esa es la combinación para la débil recuperación. Todos los intentos de los bancos centrales y gobiernos para poner en marcha las economías han fracasado. La depresión sólo puede ser quebrada por otra caída que permita librarse del capital “improductivo” y reduzca la carga de la deuda mediante “defaults”. Lo peor está por venir.

En la recuperación en Estados Unidos poscrisis de 2008/09, se observa una divergencia bastante notable entre el desempeño de los servicios (y las finanzas) y la producción industrial. ¿Cómo analiza esa situación?

Sí, en cada una de las economías más desarrolladas, los sectores de los llamados servicios domésticos lo están haciendo mejor que los sectores industriales y manufactureros. Eso es porque los hogares y consumidores todavía pueden pedir prestado a muy bajas tasas de interés y así gastar más aunque el crecimiento salarial sea débil. Eso ayuda a la venta minorista, los servicios, la construcción, sector inmobiliario, etc. Pero el crecimiento del sector manufacturero -que es clave- es muy débil e incluso está cayendo: hay limitada inversión y el comercio mundial se ha estancado. ¿Impulsarán los sectores de servicios al manufacturero o viceversa? Este último es menor como proporción del PBI, pero sin embargo es la fuerza más importante para impulsar la inversión en activos productivos y la productividad. La inversión es lo que importa, no los consumidores yendo a los negocios.

¿Cómo ve que podría darse una suficiente destrucción de valor de capital que abra las puertas de una verdadera recuperación económica?

Nada es permanente. No existe la crisis permanente en el capitalismo ni en ningún sistema. Yo sostengo que para que el capitalismo salga de esta Larga Depresión tendrá que ocurrir una nueva recesión que permita que se incremente la rentabilidad y disminuya la carga de deuda. Esto puede ocurrir después de una destrucción del valor del capital de grandes proporciones no vista desde la Segunda Guerra Mundial (aunque en esta ocasión no sea mediante una guerra). Y esto sólo es posible si la clase obrera en las economías capitalistas más importantes no hace nada para reemplazar al sistema capitalista a través de la lucha de clases.

¿Cómo imagina una destrucción equivalente a la de la guerra, sin guerra? ¿Por qué descarta un escenario de guerra?

Yo creo que es posible que el capitalismo se recupere y logre otra “edad dorada” sin atravesar otra guerra (por supuesto, todos los días hay guerras en todas partes bajo el dominio imperialista). La depresión de fines del siglo XIX terminó sin una guerra, aunque la recuperación en la década de 1890 y posterior estuvo basada en el enfrentamiento entre las potencias imperialistas por las colonias que finalmente condujo a la Primera Guerra Mundial. Pero como ya dije, la actual Larga Depresión no va a terminar sin una nueva recesión como mínimo. Si no hay acción de la clase trabajadora en las economías más ricas, las clases dominantes lograrán revivir sus economías nuevamente sobre las espaldas de los trabajadores. De todos modos, la rivalidad entre las potencias imperialistas se va a intensificar con el conflicto con China e India convirtiéndose en la central desde el 2020 en adelante. Pero la clase dominante estadounidense y sus aliados desearían evitar una guerra mundial (no es buena para los negocios), y ésta solo podría ocurrir si un régimen fascista o militar llegara al poder en Estados Unidos, Japón, etc.

Un debate importante en los últimos tiempos es cuál es el futuro de China, si va camino a convertirse en una gran potencia o se trata de una economía grande y dinámica pero que continúa siendo dependiente y dominada por el imperialismo. ¿Cómo caracterizaría el lugar que ocupa hoy China en el sistema mundial capitalista, y qué perspectiva le ve? Y, relacionada con ésta, ¿cuál considera que fue su rol en sostener el crecimiento global desde 2009 hasta hoy?

China ha sido un milagro económico, creciendo más rápido y por más tiempo sostenido que cualquier otra economía en la historia humana, sacando de la extrema pobreza a cientos de millones de personas desde 1949. Es ahora el principal manufacturero global y la segunda economía del mundo en términos de PBI. Esto fue posible gracias a la expropiación de los terratenientes y de los capitalistas lacayos del imperialismo durante la revolución y guerra civil de 1946/9. Una economía que es mayormente de propiedad estatal con un plan nacional de inversiones, se probó como la vía más exitosa que el capitalismo podía tener en China. La apertura de secciones de la economía a la inversión extranjera capitalista, mientras que el Estado se mantuvo como dominante, también sacó la economía adelante desde los años ‘80. Pero un mayor crecimiento se encuentra obstaculizado por un régimen autoritario que no permite reformas democráticas y juega con la idea de moverse completamente hacia la dominación capitalista de la economía con sus líderes como multimillonarios. El desarrollo de posguerra en China fue el resultado del fracaso (hasta ahora) del imperialismo de lograr el control de la economía china. El Estado y los burócratas del partido todavía dominan la inversión, el empleo y el comercio, para disgusto de los economistas y gobernantes de Occidente. Durante esta Larga Depresión, la economía china -que mantiene mayoría de propiedad y control estatal- contribuyó con el grueso del crecimiento económico global mientras que las potencias occidentales flaquearon. Pero la debilidad del crecimiento global y la mayor influencia de los funcionarios favorables a las políticas procapitalistas en China condujeron a un gran enlentecimiento que amenaza el progreso futuro de su economía.

¿Considera que el capital puede lograr nuevas fuentes de mano de obra barata al nivel de lo que fue China? ¿Cuáles?

El capitalismo está siempre buscando nuevas vías para extraer valor de la población trabajadora. La globalización de la fuerza de trabajo bajo el modo de producción capitalista desde 1980 fue un factor poderoso para contrarrestar la caída de la rentabilidad del capital que las grandes economías imperialistas sufrieron en los ‘70. Explotar nuevas fuentes de fuerza de trabajo en Asia, América Latina, África y las economías post-soviéticas fue significativo. Y el ejército de reserva de fuerza de trabajo en campesinos, trabajadores rurales y subempleados urbanos no se encuentra aún agotado. No hay nada como la fuerza de trabajo de China, aunque esta no puede ser utilizada plenamente para la ganancia capitalista de todos modos. Pero aún hay más valor para extraer en India, Birmania, Vietnam, Indonesia, Brasil, África, etc. El capitalismo no está muerto aún.