30 de junio de 2022

José Saramago: “Mi creación literaria tiene por finalidad desasosegar al lector, lo que no significa que no escriba con otra finalidad que es la de distraer”

Desde Luis de Camões (1524-1580), quien​​ es apreciado como el mayor poeta nacional de Portugal, no fueron pocos los escritores oriundos de ese país que trascendieron a nivel internacional. Por citar sólo algunos de ellos pueden mencionarse a José Maria de Eça de Queirós (1845-1900), a Sarah Beirão (1880-1974), a Fernando Pessoa (1888-1935) y a Elina Guimarães (1904-1991). Pero sin dudas, debido a la calidad de sus obras, quien más sobresalió desde la segunda mitad del siglo XX fue José Saramago (1922-2010), cuya obra es considerada por los críticos de todo el mundo como una de las más importantes de la literatura contemporánea y fue traducida a cuarenta y ocho lenguas. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, siendo el primer escritor portugués en conseguirlo, su labor literaria incluyó novelas, cuentos, poemarios, ensayos, obras teatrales, narrativa infantil/juvenil, diarios, crónicas y memorias. Sumamente prolífico y dueño de una indiscutible originalidad, mantuvo una postura ética y estética de compromiso con el género humano a la vez que una controvertida visión de la historia y de la cultura. Con un estilo muy particular, utilizó muchas veces frases muy largas separadas por comas en lugar de puntos, lo que, según él mismo explicó, estaba emparentado con la composición musical, donde la combinación de tonos y pausas marcan el ritmo de la lectura. A comienzos del año 2000 recorrió más de veinte ciudades para promocionar la, por entonces, su última novela: “A caverna” (La caverna), la que, con sus dos novelas anteriores -“Ensaio sobre a cegueira” (Ensayo sobre la ceguera) y “Todos os nomes” (Todos los nombres)- constituyó un tríptico en el que dejó escrita su crítica visión del mundo y de la humanidad. En su paso por Buenos Aires aseguró: “Cada vez me interesa menos hablar sólo de literatura. A mí me importa algo mucho más que eso: el encuentro con el lector, comunicarnos y darnos cuenta de que eso es la vida”.
Lo que sigue a continuación es una sinopsis de las entrevistas publicadas en la Revista “Lea” nº 10 de febrero de 2000 (a cargo de Ana Da Costa) mientras estuvo en Argentina, y en “Babelia”, el suplemento cultural de “El País” el 23 de abril de 2004 (sin mención del autor) en España luego de la publicación de “Ensaio sobre a lucidez (Ensayo sobre la lucidez).
 

Usted señaló que sus novelas “nacen por el título, de algo casual o raro, y luego, poquito a poco, va germinando la idea hasta que nace”. ¿Cómo se originó “La caverna”?

La idea nació en septiembre de 1997. Cuando iba a Lisboa vi un cártel enorme que anunciaba la apertura de un centro comercial. Tuve la intuición de algo al imaginar una excavación enorme donde se estaría construyendo un centro comercial. Al día siguiente, al reflexionar sobre esto, me di cuenta de que tenía que ver con el mito de la caverna de Platón. En primer lugar, un centro comercial o “shopping center” no tiene ventanas, no sólo no las tiene como no las necesita; y algo que no tiene ventanas se puede comparar a una caverna. Curiosamente hoy, el único espacio público donde la gente se siente segura es en un “shopping center”, al igual que nuestros antepasados, para abrigarse de la intemperie, las fieras, los osos, los robos y todo eso, se refugiaban en las cavernas. La gente ya no se reúne en la plaza, en el jardín, en el parque o en la calle porque se han vuelto espacios donde la inseguridad está todos los días, ahí puede ocurrir todo.

¿El centro comercial es el símbolo de un poder económico que determina el ocaso de algunas profesiones que se descartan de una forma inhumana?

Evidentemente, al igual que ocurrió con la Revolución Industrial, todos los cambios tecnológicos tienen sus costos sociales. Estamos asistiendo a algo tan espeluznante que no entiendo cómo es que existiendo los medios para que ese costo social se reduzca al mínimo y para que el hombre no se convierta definitivamente en la más descartable de todas las cosas, se llega a un proceso de exclusión social que va dejando atrás a un número cada vez mayor de personas. En el otro lado de todo esto, existe una alfarería antigua que ya no tiene posibilidades de sobrevivir. A partir de ahí empieza la tragedia de lo que ya no sirve, y lo que no sirve es una profesión, aunque eso pueda haber sido la actividad y el sentido de la vida de una o muchísimas personas. En un momento determinado la sociedad dice: “Ya eso no me interesa, se acabó”; y no hay más que un paso entre decirle a alguien: “Lo que usted hace no me interesa” y decir: “Usted no me interesa”. Por eso yo hablo de la facilidad de lo descartable.

Sin embargo los protagonistas, aquella familia de alfareros de un pueblo pequeño, son capaces de reaccionar ante esa adversidad...

Desde mi punto de vista la novela tiene que desasosegar al lector. Cuando citas desesperanza, si el lector la tiene, la encontrará en el final de la novela: si no la tiene, pues no será la novela que lo va a engañar poniendo una lucecita en medio de las tinieblas. ¿Dónde está la solución? Reaccionar, pensar, exigir. Si a mí me preguntan: ¿Qué es lo que usted quiere lograr?, yo diría que lo único que quiero es desasosegar a la gente. Si yo entro en diálogo con alguien hay un desasosiego interior, tengo que entender al otro y darme a entender al otro, y eso es lo que yo llamo el desasosiego. Fernando Pessoa escribió “El libro del desasosiego”, y si hay algo que yo le envidio a él es ese concepto del desasosiego, porque vivimos en un mundo que tiene todos los motivos para no sentirse acomodado. Estamos aplastados por la idea de uniformidad del pensar, que es todo lo contrario de la riquísima diversidad que ha sido siempre la manifestación cultural. De lo que se trata es de no aceptar. ¿Por qué digo yo que toda verdad instalada es sospechosa? Por una razón muy sencilla: la verdad no existe. Podemos decir: “En este momento esto es verdad, es una verdad aceptada por la sociedad y por lo tanto es algo con lo cual podemos vivir”, pero eso no significa que mañana esa sea otra vez la verdad.

¿Su creación literaria tiene por finalidad desasosegar al lector?

Pues sí, eso es lo que yo entiendo ser mi obligación; lo que no significa que no se escriba con otra finalidad, que es la de distraer. No estoy pensando ahora en una literatura tan molesta que todos los días no hace más que desasosegar, tampoco vamos por ello. Lo que pasa es que hay autores que quizá se sientan más a gusto desasosegando y otros que no, al contrario. Kafka decía: “Si un libro no te da un martillazo en la cabeza, no vale la pena escribir”.

En los últimos tiempos ha recorrido países de América Latina, se ha hecho eco de varias causas por la justicia y por la paz. No obstante, usted tiene la impresión de que el Tercer Mundo se está acomodando y que la gente no se desasosiega demasiado. ¿Cuál es su visión actual sobre América Latina?

Si tengo que dar una respuesta muy escueta diría, asumiendo el riesgo de ser malinterpretado, que América Latina está necesitando una nueva liberación. No estoy hablando de armas ni de revolución, sino de un movimiento ciudadano que venga a liberar a América Latina del dominio aplastante de su tutor o mentor: Estados Unidos. La penetración de todo lo que tenga que ver con el “american way of life” es absolutamente devastadora. En Brasil, por ejemplo, los anuncios en las carreteras son mitad en inglés y mitad en portugués, el portugués ya casi no lo es. Muchas veces, todo esto ocurre con la complicidad de los propios, y cuando hay cómplices hay víctimas. Me parece que son las víctimas las que tendrían que decir: “Basta ya”.

A lo largo de su obra se advierte una crítica frecuente a la Iglesia, sobre todo en “In nomine Dei”. Al mismo tiempo, usted es el escritor agnóstico contemporáneo que más habla de Dios. ¿Cuál es su pensamiento acerca de la existencia de Dios y la idea de una trascendencia?

En primer lugar se necesita decir: “Hay Dios”, y a partir del momento en que se ha dicho que hay Dios hay que justificarlo. La justificación no viene de antes, se inventa después. Yo he escrito hace años una frase: “Dios es el silencio del universo y el hombre es el grito que da sentido a ese silencio”. ¿Qué es lo que yo quiero decir con esto? Llegó un momento en que alguien ha dicho: “Existe Dios”, por eso de que tenemos que morir, por esa esperanza de que algo que llamamos espíritu o alma puede sobrevivir; y, a partir de ahí, se armó toda la construcción teológica. Si Jesús no es hijo de Dios, y si Jesús no resurgió entre los muertos, entonces la religión cristiana está construida sobre la nada. Y lo que es absolutamente fascinante, porque lo es, es la capacidad del cerebro humano de crear monumentales construcciones metafísicas y filosóficas sobre la nada. ¡Es fascinante! Usted ahora me pregunta: “¿Pero si usted es agnóstico...?”. Y yo no diría que soy agnóstico, yo diría sencillamente que soy ateo, para mí Dios no existe. No quiero ofender a nadie, pero tampoco puedo aceptar que me ofendan a mí considerando que, por el hecho de que yo no crea en Dios, sea un excluido. No, no creo en Dios, no lo necesito para ser una buena persona. Ahora bien, que está ahí, está ahí.

En una oportunidad usted dijo que había empezado a escribir para que lo apreciaran sus amigos, después que había escrito para no estar muerto, y luego para comprender. ¿Cuál de estos conceptos se aproxima a lo que usted piensa hoy? ¿Por qué escribe?

No tengo más remedio que inventar una respuesta, que uno hace todo lo que puede para parecer divertido o inteligente; porque si contestamos con toda la sinceridad del mundo, que no sabemos por qué escribimos, el periodista dirá: “¡Pero éste es tonto, escribe y no sabe por qué escribe!”. Entonces tenemos que inventar una excusa, una respuesta. La frase: “Yo escribo porque quiero que la gente me quiera” la inventó Gabriel García Márquez y yo la adopté para mí. Si la dice García Márquez por qué yo no. Otra frase es: “Yo escribo porque no quiero morir”. Pienso que es con esa idea un poco absurda de creer que será que uno se muere pero la obra se queda y, por lo tanto, tiene una vida más larga. Y hoy confieso que escribo para comprender, pero tengo que añadir algo más: ahora escribo para intentar comprender. No estoy nada seguro de haber llegado a comprender todo, comprender algo, comprender lo suficiente. De todos modos, creo que no sólo es el esfuerzo del escritor, todos debemos vivir para intentar comprender.

¿Cuál es su reflexión respecto a estar comunicados a través de Internet? ¿Le encuentra futuro?

Creo que en el fondo es como haber inventado la rueda. ¿El invento de la rueda tiene futuro? Pues sí, lo ha tenido. No se puede decir: “Internet es una experiencia que no resultó, vamos a acabar con ella”. Yo creo que es sólo un cambio tecnológico, todo lo que está ahí ya lo teníamos antes en las enciclopedias; lo único que se añadió es la posibilidad de consultarlo rápidamente. Se pregona que “nos estamos comunicando todos maravillosamente unos con los otros por Internet”. La comunicación por Internet no es comunicación, no nos comunicamos si no estamos juntos. Es decir, estamos viviendo en una esquizofrenia total, comunicando todo y comunicando nada. Llevamos millones de años para crear lo que tenemos dentro de esta caja cósmica y parece que estamos renunciando al uso del cerebro. Por eso, yo creo que hay tres preguntas con que deberíamos despertarnos por la mañana y pasar todo el día preguntándolas unos a los otros, hasta encontrar alguna respuesta: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién? Aunque la respuesta de hoy no sirva para mañana, no debemos perder el espíritu crítico; si lo perdemos, lo estamos perdiendo todo. Si alguien me preguntara hoy: “¿Cómo es que usted se definiría?”, yo contestaría en una frase: “Cuanto más mayor más libre, y cuanto más libre más radical”. Radical en el sentido etimológico, de ir a la raíz del asunto. Entonces cada vez que veo a un joven que dice “todo se perdió”, yo le digo: ¿cómo se perdió todo? Se está perdiendo mucho, pero no se ha perdido todo.

“¿Quién ha firmado este pacto por mí?”, se pregunta el personaje central de “Ensayo sobre la lucidez”. ¿Esta frase que implica la toma de conciencia del protagonista es clave en el camino hacia la lucidez?

Sí, claro. Esa frase es la clave de la novela. La frase aparece cuando la novela ya está muy avanzada y no es que yo la tuviera en la cabeza al empezar a escribir. Estaba latente dentro de mí y actuaba como un motor que hacía avanzar la novela internamente. De repente, todo afloró a la superficie.

Durante la lectura de “Ensayo sobre la lucidez” subyace su célebre “Ensayo sobre la ceguera”, no sólo por el tono y la forma de la narración sino porque resucita algún personaje. ¿Podríamos decir que la diferencia entre ambos libros radica en la deliberada intención política de este último?

En un principio no me planteé una relación directa entre los dos ensayos. Tenga en cuenta que después del “Ensayo sobre la ceguera” he escrito tres libros más: “Todos los nombres”, “La caverna” y “El hombre duplicado”. Aunque entre ellos hay una corriente subterránea, está claro que esto no es la continuación de aquello. Y sí, esta novela es nítida, clara, rotunda y deliberadamente política. El “Ensayo sobre la ceguera” también lo era, pero de una manera muy solapada; siempre daba al lector las llaves para que él pudiera sacar conclusiones políticas de lo que estaba leyendo.

En su novela plantea el problema de la libertad subrayada como rasgo individual frente a las consignas de la comunidad. ¿Cómo es esa libertad que reclama usted, que siempre ha estado preocupado por la justicia y el bienestar del colectivo?

Lo que aquí se plantea es una cuestión sobre los fines económicos. Efectivamente hay globalización económica, pero parece que no nos damos cuenta de que a la vez es una globalización política y esto se ha hecho evidente a partir del 11 de septiembre. Cada vez nos damos cuenta con más exactitud de que incluso en un sistema como éste, que parece que te promete todo, empezando por los derechos humanos, la libertad puede ser sencillamente un espejismo. La novela es una crítica frontal al sistema, a los gobiernos. En ella se denuncia incluso el terrorismo de Estado, con la manipulación y todo lo que conlleva, que además es el escenario con el que hemos de convivir cotidianamente. Pero todo esto que en la novela se desarrolla es cierto, no es sólo ficción, y es lo que yo pienso. Quizá sea un poco escandaloso desde el punto de vista de la izquierda el que la manifestación más clara de asunción de la libertad, el descubrimiento de lo que significa esa frase de la que hablábamos al principio -“¿quién ha firmado este pacto por mí?”-, sea un policía el que la protagonice, un comisario de policía que está ahí recuperado.

Que además es el héroe de la novela.

Que es el héroe de la novela y un hombre de derechas. La izquierda me preguntará dónde están nuestros héroes positivos y yo no tengo ninguna respuesta para dar. No estoy escribiendo la novela para demostrar esto o aquello, sino para decir lo que me interesa y me preocupa y no para pensar que a la izquierda le convendría mucho o le gustaría que el personaje más positivo fuera de izquierdas.

¿Está pensando en algún país al plantear ese 83% de votos en blanco como resultado electoral o es una crítica al sistema global de gobierno occidental?

Yo se lo desearía a todos los países, a todos, por una razón muy sencilla y es que parece que no va a pasar nunca por la cabeza de ningún político el pensar que el sistema democrático tiene dentro una bomba, que es el voto en blanco. Y la intención no es destruirlo sino reformarlo, renovarlo y reinventarlo. El día en que una mayoría de electores, en cualquier país del mundo, votara en blanco, la pregunta sería: ¿qué hacen ahora los políticos?, ¿qué hacen ahora los partidos? Hasta ahora todo esto ha funcionado de una manera consensuada, es decir, la abstención existe; el voto nulo existe y el voto en blanco existe, pero si la abstención es alta, entonces se dirá que estaba lloviendo, o que el tiempo era estupendo para ir al campo o a la playa. ¿Los votos nulos? Ahí siempre lo ocultan, pero ¿y el voto en blanco? Siempre se sabe que habrá unos cuantos votos en blanco, pero que no son ni testimoniales porque como son blancos parece que no están testimoniando nada. Como ahora es muy complicado hacer una revolución, porque no se sabe muy bien cómo hacerla ni con qué medios, y las manifestaciones se pueden montar, hay cantidad de ellas todos los días motivadas por las causas más honestas, pero revoluciones nada. Ahora imaginemos un resultado electoral de un 83% de votos en blanco, si esto ocurriera yo creo que sería una revolución porque plantearía, sin dispararse un sólo tiro en la calle, el ¿qué es lo que hacemos ahora?

Pero en su novela esa pregunta se plantea y la respuesta es una tragedia.

Acaba mal, claro. Es cierto, con nuestro carácter demencial siempre acabaría mal si esto ocurriera en la realidad. Yo no quiero decir que todos los gobiernos se comportarán como el Gobierno de ese país en mi novela, que acaba en una tragedia, pero algo cambiaría. Aunque no soy tan ingenuo para pensar que esto pueda ocurrir un día, aunque sospecho que después de la publicación de la novela el voto en blanco subirá, por lo menos en mi país.

Usted, que no teme las declaraciones polémicas, ¿por qué se sitúa en el terreno de lo simbólico para hacer su denuncia política en esta novela? ¿Cree que es más eficaz?

Sí, pienso que el recurso a la alegoría es más eficaz. Si yo contara esta historia de otra forma, como una especie de novela realista, o como si fuera un reportaje, no sé si tendría alguna eficacia. Por otra parte, desde el “Ensayo sobre la ceguera” he utilizado la alegoría y la fábula como acercamiento a los temas y creo que ha funcionado. El “Ensayo sobre la ceguera” es una novela muy leída sobre todo por los jóvenes. Es increíble la cantidad de chicos y chicas que se acercan a mí para decirme que ese libro ha cambiado sus vidas y, si ellos lo dicen, por algo será. A veces pienso que esta novela además de una fábula es también una sátira.

Es un ataque frontal a los sistemas democráticos y, hablando de declaraciones polémicas, ha llegado a declarar que “la democracia es una tomadura de pelo”. ¿Cómo se atreve a hacer una declaración tan contundente?

¿Cómo voy a calificar un sistema que me permite únicamente quitar un gobierno y poner otro pero no me permite absolutamente nada más? Digo, y lo repito, hoy los gobiernos no mandan. Los gobiernos son los comisarios políticos de los bancos. No soy el único que critico esto, hay mucha gente que lo está diciendo, lo que pasa es que quizá mi forma de decirlo sea más explícita.

Siguiendo con la democracia, ¿cómo resolver problemas como el de la justicia social o el de la distribución de los bienes sin unas pautas democráticas?

Usted sabe que eso no se consigue con la democracia. ¿Cree que son los gobiernos los que han inventado la precariedad del empleo? ¿A algún gobierno democrático se le pasaría por la cabeza decir ahora vamos a elaborar aquí unas leyes para que esto funcione de una forma distinta? ¿Cree que han sido los gobiernos? Claro que no, claro que no. Cuando yo digo que es una tomadura de pelo lo digo en el sentido de que parece que el esquema democrático lo promete todo y creo que lo que te da con la mano derecha te lo quita con la mano izquierda. Yo no quiero repetir cosas que son obvias, cosas que son terribles, el hecho de que cada cuatro segundos se muere una persona de hambre en el mundo y cosas así, yo las digo e inmediatamente me llaman demagogo.

Citaba hace poco una serie de libros suyos y me doy cuenta de que la reflexión sobre la identidad es un tema nuclear en su obra.

Sí lo es, pero de una manera no muy comprometida. Mire el problema de la identidad, es decir, ¿cuándo somos quiénes somos? ¿En qué momento de nuestra vida nos hemos reconocido como lo que éramos? Se habla del pueblo español pero hay muchos, por ejemplo en Galicia, Euskadi, Cataluña, que dicen que no son españoles. Yo de eso no quiero hablar. Pero puedo hablar del pueblo portugués y desde hace casi mil años se está hablando del pueblo. Bueno, pues yo no creo, y en el libro está escrito de una forma rotunda, yo no creo en el pueblo. Me doy cuenta que lo que tiene importancia en la vida de un pueblo son las generaciones. Y le doy un ejemplo: durante cincuenta años se ha luchado en España, y nosotros en Portugal, contra una dictadura. Hace treinta años se ha hecho una revolución que derrumbó el sistema autoritario, dictatorial, y nos encontramos en lo que se llamó “la democracia”. No sabíamos, y me parece que incluso ahora la gente no se da cuenta, que la democracia no es un punto de llegada, la democracia es un punto de partida. Y después de una revolución como la nuestra, la del 25 de abril de 1974, donde se acabó con el sistema y la maquinaria represiva, sólo estábamos en el primer paso para llegar a algo que podría empezar a llamarse democracia. ¿Qué pasa ahora después de esa generación activa, con ideas, con equivocaciones, errores y todo eso? Pues la apatía y la indiferencia. Hablemos de generaciones y no del pueblo porque algunas merecen todo el respeto. Yo estoy harto de que me hablen del pueblo.

Sin embargo usted parece un hombre feliz. ¿Dónde encuentra las razones para esa felicidad?

Cuando tenía dieciocho años recuerdo haber dicho algo absolutamente impensable en un chico con esa edad, y fue: “Lo que tenga que servir a mis manos llegará”. Y creo que ésa ha sido, de una manera inconsciente, la regla de oro de mi vida. No he sido nunca una persona ambiciosa que se pusiera metas, he vivido mi vida haciendo simplemente lo que quería. Soy una persona feliz que no ha buscado la felicidad, pero que a lo mejor mi sabiduría o mi ciencia infusa ha hecho que estuviera en el momento y en el lugar donde algo podría ocurrir.

20 de junio de 2022

Pesadumbres de un don nadie en las postrimerías de su vida (3). ¿Un día más o un día menos?

Hace un tiempo, continuó, leí un ensayo muy interesante: “Economía y derechos humanos”, en el que el profesor de Economía de la Universidad de Buenos Aires Mario Muñoz Mayorga, uno de sus autores, razonaba sobre la necesidad de un abordaje interdisciplinario para develar la relación entre la economía y la plena realización del ser humano, entre el capital y las relaciones humanas que él provoca, entre su particular empleo de métodos y sus concepciones ideológicas específicas. Y proponía que lo que los seres humanos determinamos y desplegamos como disciplina económica sea puesta al servicio del hombre, superando su actual posición que, como ideología al servicio del capital, pone al hombre a su disposición, impidiéndole su pleno desarrollo. En algún sentido sus argumentos coinciden con los del profesor Valsecchi que usted mencionó al comienzo de esta charla, ya que escribió que los desarrollos tanto desde la política como desde la ciencia económica nos han demostrado que pueden provocar una apertura en las determinaciones y por lo tanto situaciones nuevas, de lo que se desprende que cualquier logro de la ciencia económica no será el último y definitivo sino una circunstancia que está a disposición de nuevos avances.
Efectivamente, a lo largo de la historia han ido originándose nuevos sistemas económicos, dijo el profesor Pressutti. Cada uno de ellos respondió a las diferentes tesituras en las que vivía la humanidad. La ciencia económica no sólo estudia las leyes que rigen la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios, sino también los cambios de esos sistemas, y lo hace desde el trueque sencillo y local de hace miles de años atrás hasta el capitalismo complejo y globalizado de la actualidad; desde la época en que toda la actividad económica estaba circunscripta a la agricultura, la pesca, el pastoreo y los productos artesanales manufacturados y todos los intercambios económicos se hacían mediante el canje de esos bienes, hasta la época en que la economía se caracteriza por el predominio de empresas y corporaciones multinacionales, grandes monopolios y la potestad rectora de la banca y el entorno financiero mundial. Todo ello sin obviar las etapas intermedias entre ambos sistemas como el esclavismo, el feudalismo, el mercantilismo y la economía planificada.
Profesor, una pregunta, consultó otro participante que dijo ser estudiante de Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Ante la inmensa avidez, la ilimitada codicia de esos empresarios vinculados a los oligopolios que ejercen el control sobre la producción, el acaparamiento y la fijación de los precios, tanto de productos de primera necesidad como los alimentos y los medicamentos, por ejemplo, hasta los prescindibles como los accesorios de indumentaria y cosmética entre muchos otros, ¿qué rol deberían jugar los Estados para enfrentar esta situación? Porque es evidente que tales políticas perjudican a los estratos más humildes, más desvalidos, de menos ingresos. Difícil pregunta, contestó el profesor Pressutti, muy difícil. Se supone que el rol de un Estado es garantizar políticas que beneficien a la mayoría de los ciudadanos en pos de un progreso social y económico, respetando los derechos humanos y las libertades fundamentales. Pero lamentablemente, tal como están las cosas en la actualidad, la transparencia y la responsabilidad de las administraciones públicas para llevar adelante esos propósitos parecen muy lejanas.
Sí, dijo nuestro hombre, si mal no recuerdo fue el economista estadounidense James O'Connor quien sostuvo en alguno de sus ensayos que los Estados modernos, cuando desarrollan acciones dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los sectores menos beneficiados o marginados de la población, no hacen más que preservar su propia legitimidad y la de los sistemas económicos capitalistas. Son contradicciones difícilmente superables. Es evidente que existe, no sólo en Argentina sino en muchos países del mundo, sobre todo en los llamados “emergentes”, una gran incapacidad de las autoridades políticas para afrontar la contradicción que hay entre los intereses del gran capital frente a los de la fuerza del trabajo marginal existente dentro de las sociedades. Debido a los crecientes egresos destinados a sostener las burocracias locales y a cumplir con los dictados del Fondo Monetario Internacional, el gasto público no logra proveer recursos suficientes para satisfacer las demandas de un conjunto cada vez más amplio de ciudadanos.
Está claro, prosiguió nuestro hombre, que la antinomia que existe entre los empresarios que buscan maximizar sus ganancias y las grandes masas de la población que no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas es abismal. Y es precisamente allí donde las falencias de la acción estatal son más que notorias. Seguramente debe ser por esa razón que sea usual que, junto con el debilitamiento de la integración social, las protestas de los perjudicados aumenten y, en respuesta, se incremente la represión estatal y se deteriore la legitimidad del propio Estado. Y paralelamente a esto, si un gobierno encara algún plan social para tratar de atenuar la pobreza, inmediatamente surgen las voces de las clases más holgadas, quienes visualizan al Estado como un aparato burocrático que tutela a los individuos y limita su creatividad, y caracterizan a esas medidas como demagógicas, gastos innecesarios o despilfarro de los recursos generados por los impuestos. Despectivamente hablan de “populismo” pero no utilizan el mismo desprecio para caratular el nepotismo, el clientelismo, el endeudamiento tanto interno como externo, la fuga de capitales y otros desaguisados cometidos por los gobiernos neoliberales.
Ciertamente, continuó, estoy hablando de lo que ocurre en Argentina, donde se está viviendo una situación nefasta y, tal como pormenorizaron otros participantes, con sus respectivos matices circunstancias similares se dan en mayor o menor medida en el resto de Latinoamérica. Se suele hablar de los grandes avances que ha logrado el capitalismo en distintas campos, desde el progreso de los medios de producción hasta los avances en la medicina, mejoras que, lamentablemente, no han favorecido a toda la humanidad. Pero no deberíamos olvidar que también ha generado las más atroces penurias que padece la humanidad. Sus exégetas, mediante la difusión de discursos banales a través de las numerosas redes sociales, nos muestran los logros mientras ocultan las miserias. El capitalismo liberal, cuyo esquema social está conformado por una clase alta, una clase media y una clase baja, promueve la idea de que es la práctica individual, que sólo en el mercado actúa racionalmente, la que puede llevar a un individuo del sector inferior de la sociedad a un nivel más alto. Utiliza para sustentar este precepto la teoría romántica, por llamarla de alguna manera, de que el pobre puede llegar a ser rico. La realidad indica que, como tendencia general, los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. Fue entonces cuando pudo observar nuevamente que muchos de los participantes movían la cabeza en señal de aprobación.
Sí, dijo el profesor Pressutti, es evidente que hoy existen en Latinoamérica sociedades fracturadas, con fuertes tendencias a la distribución desigual tanto de los bienes materiales como de los culturales y sociales. Y retomando la charla sobre la economía del siglo XXI podría mencionar un interesante artículo que Luis Arizmendi, profesor e investigador del Instituto Politécnico Nacional de México, publicó hace un par de años en la revista “El trimestre económico” que edita el Fondo de Cultura Económica. En él, entre muchos otros conceptos, afirma que el capitalismo como sistema global está atravesando la peor y más amenazante crisis de su historia ya que en ninguna de sus anteriores crisis había llegado a una situación límite tan radical. Hoy por hoy la economía “neoclásica” enfrenta una crisis sin igual: mundialización de la pobreza y de la desigualdad, a las que hay que sumarles la crisis alimentaria y la crisis ambiental mundializada. Para el profesor Arizmendi, y yo coincido con él, la consigna del liberalismo económico más absoluto “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même” (Dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo) acuñada por el fisiócrata Vincent de Gournay y popularizada por el padre de la economía moderna Adam Smith, es un principio que no va a propiciar ni el equilibrio general entre los capitales ni el equilibrio ambiental en la relación capitalismo/naturaleza.
El estudio de esta crisis, continuó, con toda seguridad representa uno de los mayores desafíos en la historia del pensamiento económico moderno ya que impacta en todos los Estados, ya sean éstos desarrollados o subdesarrollados. Pero sobre todo en estos últimos, dado que sus políticas socio-económicas invariablemente están subordinadas a las decisiones de las grandes potencias. Es innegable que los procedimientos para tener poder se han sofisticado en el siglo XXI. Las prácticas de los potentados se sustentan en los sectores sociales acaudalados, los que imponen a los sectores sociales subalternos una cosmovisión del mundo que sólo los favorece a ellos. A esto hay que agregarle la multiplicación de escenarios de guerra e, incluso, el peligro de una guerra mundial en el marco de la disputa por la hegemonía planetaria. Por esa razón creo que hoy más que nunca resulta indispensable un debate mundial en torno a la economía política. En la próxima reunión virtual que tengamos continuaremos opinando sobre esta cuestión. Muchas gracias a todos, concluyó el profesor Pressutti.
Interesante, muy interesante, pensó nuestro hombre. Apagó la computadora y se dispuso a prepararse algo para almorzar. Fue cuando pasó por su cabeza otro libro de Mario Muñoz Mayorga, el autor que había mencionado en algún momento de la videoconferencia. Era un ensayo que había leído tiempo atrás titulado “La economía. El laberinto argentino” y, si mal no recordaba, muchos de sus textos hubiesen servido para exponerlos en la reunión virtual que acababa de finalizar. Rebuscó en su biblioteca hasta encontrarlo y comenzó a hojearlo. Pasó lentamente las páginas hasta que encontró lo que buscaba. El profesor de la Universidad de Buenos Aires decía: “Para un mejor tratamiento de lo económico, tenemos la posibilidad de acotar temas, ajustar metodológicamente la mirada y precisar objetivos. Con esta precaución podemos marcar nuestro camino que podría ser ir trabajando las ideas, los conceptos, los sujetos sociales que viven con ellos, recorrer paso a paso hasta llegar a una conclusión siempre provisoria y sólo allí tener una idea lo más ajustada posible, pero aun así con final abierto a nuevas búsquedas e inquietudes. Después de todo, el trabajo científico no es más que un largo camino de ir separando lo trascendente de lo intrascendente y hecho esto, disponerse a continuar. El proceso de conocimiento emprendido por el ser humano no da tregua en tanto nunca es final y definitivo, siempre exige las fatigas de nuevas atenciones; el ser humano no logra jamás llegar al conocimiento perfecto, siempre existe la necesidad de reformular leyes y actualizar el fondo de conocimiento de cada materia; imposible cerrar el círculo”.
Cuánta certeza hay en este razonamiento, pensó, debo recordarlo para la próxima reunión virtual. Miró la hora, suspendió el almuerzo, se dio una rápida ducha, se abrigó hasta las orejas para protegerse del intenso frío que imperaba por esos días en Buenos Aires y partió hacia su trabajo. Allí sus compañeros le hablaron de las últimas novedades relacionadas con la Asociación y, cuando empezaron a comentar las violentas crisis que se vivían en varios países latinoamericanos como el caso de Ecuador y Colombia, les pidió por favor que no siguieran. Ya es suficiente por hoy, pensó, mientras les contaba algunos pormenores de la videoconferencia en la que había participado más temprano. Luego, mate de por medio, completó varias planillas concernientes a la administración, buscó presupuestos para las herramientas que había que comprar, imprimió las facturas que había que pagar al día siguiente, envió correos electrónicos a varias cooperativas, en fin, se ocupó de sus tareas habituales.
El regreso a su casa se hizo complicado, el tránsito estaba atascado. Últimamente eran numerosas las manifestaciones realizadas por las organizaciones sociales conformadas por desocupados, trabajadores informales, familias en situación de precariedad, etc. por medio de las cuales expresaban su descontento ante los perjuicios sufridos por las deficientes políticas socioeconómicas implementadas por la burocracia de turno. Lamentablemente muchas de estas organizaciones eran lideradas por dirigentes corruptos, algo que a él era lo único que le molestaba; a la gente que protestaba la comprendía y la apoyaba. Y encima estas protestas eran aprovechadas por los sectores neoliberales que aspiran a gobernar el año próximo, e incluso por los ciudadanos comunes y silvestres que se dejaban llevar por las peroratas que se difundían por los medios de comunicación (financiados justamente por esos sectores), para predicar la conveniencia de disminuir las esferas de intervención del Estado dada su falta de eficiencia para resolver los problemas sociales. A ello había que sumarle las protestas de los camioneros por la falta de gasoil producto del conflicto bélico en Ucrania, lo que no les permitía trabajar normalmente, y la de maestras y estudiantes de un Instituto Superior de Formación Docente quienes, en plena clase, fueron asaltados y amenazados con armas de fuego por lo que pedían mayor seguridad. Como la mayoría de las protestas, ésta también fue reprimida con balas de goma por la Policía, una institución escandalosamente violenta y vergonzosamente corrupta. En pocas palabras, la Argentina no era ajena a la problemática global.
Ya en su casa, tras una sobria cena mientras miraba el resumen de un partido de fútbol, se apresuró a acostarse. Nada de ver los noticieros, por hoy ya había tenido suficiente. Además, el libro de Claudia Piñeiro lo había atrapado desde la inicial dedicatoria de la autora a los lectores: “A los que construyen sus propias catedrales, sin dios”. De modo que buscó la posición más cómoda para evitar los fastidiosos síntomas de su afección neurológica y retomó la lectura de “Catedrales”, una novela en la que la autora, con su habitual pericia, cuestiona los mandatos religiosos de las familias más conservadoras y describe de manera puntillosa la hipocresía que anida en buena parte de la sociedad argentina. Antes de dormirse esta vez leyó cuarenta y siete páginas, tal era la atracción que ejercía sobre él la novela. La dejó sobre la mesita de luz apoyada sobre libros de Marcela Serrano, de Antonio Dal Masetto, de Benito Lynch, de Patricia Highsmith, de Mary Higgins Clark, de Rudyard Kipling y de Carmen Posadas, quienes esperaban pacientemente su turno para ser leídos.
Apagó la luz del velador y se dispuso a dormir. Esperaba tener mañana un día menos contrariado; el de hoy sólo había sido interesante por la videoconferencia. Pero, ¿era sensato esperar algo mejor para mañana? Recordó un párrafo de la novela que decía que “a veces la propia cabeza es nuestra peor amenaza y nos lleva a creer cosas imprudentes, locuras”. Sí, es cierto, pensó, pero lo que está ocurriendo en el mundo es realmente una locura. En fin, pensó, un día más ha pasado. ¿Un día más?, se preguntó. Hummm… a esta altura de mi vida creo que es más apropiado decir un día menos. No importa, se dijo, tenía razón mi papá cuando me citaba al Mark Twain que había escrito que el miedo a la muerte se debía al miedo a la vida. Un hombre que vivía plenamente estaba preparado para morir en cualquier momento. ¿Vivo yo plenamente? ¡Qué sé yo! En fin, se dijo, mañana será otro día menos. Y se durmió.

18 de junio de 2022

Pesadumbres de un don nadie en las postrimerías de su vida (2). Una videoconferencia

Otro día desolador, pensó mientras buscaba las planillas para continuar con su trabajo cotidiano en la administración de la Asociación Civil que desde hacía años se ocupaba del desarrollo social y la defensa de los derechos de distintas minorías. Dado el escenario político, social y económico de la Argentina, lo que se buscaba era conseguir fortalecer los procesos de participación en políticas públicas y la construcción de un modelo de desarrollo con inclusión social. Numerosas cooperativas vinculadas a la construcción, a la industria textil, a la industria panadera, a la agricultura solidaria y a la educación popular, todas ellas esparcidas en buena parte del país, eran los principales logros conseguidos hasta el momento, con miles de personas involucradas en las distintas mutuales consiguiendo un trabajo estable que les permitió paliar su condición de marginación y miseria. Todos los cooperativistas contaban con un salario, el aporte tributario para su futura jubilación y una obra social para cubrir sus eventuales contingencias relacionadas con la salud.
En eso estaba cuando recibió la llamada de un compañero de trabajo que le comentó que Atilio Pressutti, un profesor universitario vinculado a una institución internacional no gubernamental a la cual adhería su Asociación, iba a dar una charla sobre Economía. Sé que es un tema que te interesa, le dijo el colega, y podés acceder vía videoconferencia. Ya te paso el enlace. Bueno, le contestó, seguro será interesante. Encendió su computadora y, mientras esperaba que comenzase, preparó su infaltable capuchino. En la pantalla distinguió a varios profesores universitarios de distintos países de Latinoamérica que había conocido personalmente cuando, en diciembre de 2019, en su calidad de Asistente Pedagógico en un Bachillerato para adultos, participó junto a ellos en una charla sobre la situación social en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras. A las 11 hs. en punto el conferencista comenzó su exposición. Tras una breve introducción, invitó a todos los participantes a opinar y citó a Francisco Valsecchi, un economista argentino que se había destacado durante la segunda mitad del siglo XX como profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y en la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina, además de haber sido miembro fundador de la Asociación Argentina de Economía Política. Mencionó algunos de sus ensayos en los cuales el economista hablaba sobre la doctrina social de la Iglesia y el desarrollo de la economía católica en la Argentina y las transformaciones sociales, económicas y políticas del periodo 1930-1970.
Fue en ese instante que nuestro hombre recordó que, buscando material para la escritura de un ensayo, había leído la encíclica “Rerum Novarum” en la cual, ciento treinta años atrás, la Iglesia decía que su único objetivo era ayudar al hombre en el camino de la salvación. Esa era su única misión y también la razón por la que tenía el derecho y el deber de desarrollar una doctrina social que formara las conciencias de los hombres y les ayudase a vivir según el Evangelio. Los cristianos coherentes debían dirigir todos los aspectos de su vida hacia Dios, incluyendo dimensiones de la vida humana y de la cultura como la economía, el trabajo, la comunicación y la política, tareas en las cuales la Iglesia los acompañaría. Pensando en todas las cosas que habían acontecido desde fines del siglo XIX hasta los años ’70, no pudo menos que fastidiarse: dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles y regionales, el ascenso de sistemas dictatoriales como el fascismo, el estalinismo, el nazismo o el falangismo, numerosas dictaduras militares y un sinfín de acontecimientos colmados de violencia, no pudo menos que preguntarse cuál había sido el rol desempeñado por la Iglesia en cada uno de ellos.
En fin, el hecho de que el reputado economista Valsecchi fuese católico lo incomodó un poco, pero fiel a la convicción de que, tal como le había enseñado su padre, era necesario mirar las dos caras de la moneda antes de expresar una opinión sobre una cuestión, se concentró en la exposición del conferencista. Así, pudo escucharlo mencionar que Valsecchi decía que el crack financiero de 1929 había suscitado una crisis de conciencia entre los economistas. La economía tradicional, basada en los principios de la escuela clásica y neoclásica, se había mostrado ineficaz para explicar la nueva realidad y orientar las adecuadas soluciones a los profundos males que afectaban la vida de los pueblos. Fue por ello que, en contraposición a la economía tradicional, se fue formando una nueva economía que no respondía a una escuela única, sino que reflejaba el conjunto de las diversas corrientes de pensamiento que de uno u otro modo trataron de renovar la ciencia económica en sus mismas bases. Esa renovación trajo aparejada una nueva ciencia económica más realista, más social y más humana, la que no ignoraba la intervención del Estado en la vida económica con fines de bien común e incluía elementos institucionales en el análisis de la formación de los precios y de la distribución de los ingresos, fijándose objetivos esencialmente comunitarios como el pleno empleo, la economía del bienestar y la justicia social.
En ese momento, uno de los participantes de la videoconferencia le preguntó al profesor si, dada la actual situación económica en que vive el mundo, manejado por grandes multinacionales cuyas reglas de juego eran la corrupción, la codicia, el egoísmo, la mezquindad, la meritocracia y el individualismo, pautas todas ellas que no hacían más que aumentar cada vez más la desigualdad social, era razonable hablar de una nueva economía, a lo que Pressutti le respondió que hasta el propio Valsecchi debió haberse percatado de ello ya que, en una de sus últimas obras había expresado que la ciencia económica no era una disciplina completa y terminada, sino una ciencia viva en continuo desarrollo, por lo que cada generación debía reconstruirla examinando los esquemas conceptuales heredados de la generación precedente, criticándolos, mejorándolos, abandonándolos o creando otros nuevos, ya que los problemas económicos del pasado jamás serían idénticos a los contemporáneos. Nuestro hombre pensó que efectivamente se habían creado nuevos esquemas, pero de ahí a que fueran mejores, hummm…
El conferencista pasó mientras tanto a hablar de la economía desde el último cuarto del siglo XX hasta la actualidad. Citó al Marx de la última época de su vida en la que se planteaba la distribución del producto nacional. Aseguraba que el trabajo era la fuente de toda riqueza y que como el trabajo útil era sólo posible dentro de la sociedad y a través de ella, sus frutos debían pertenecer por igual a todos los miembros de la sociedad. Para él, una sociedad justa debía regirse por el principio “de cada quien según sus capacidades a cada cual según sus necesidades”. Mucho después, continuó Pressutti, con un mundo muy diferente al de la época de Marx, otros economistas defendieron ideas diferentes respecto a la distribución de los bienes haciendo hincapié en las capacidades particulares de cada individuo para posicionarse jerárquicamente en una sociedad. Friedrich Hayek, por ejemplo, uno de los adalides del neoliberalismo surgido en los años ’70 del siglo pasado, ganador del Premio Nobel de Economía en 1974, consideró en sus ensayos que el orden social no debía ser interferido por la intervención del Estado para beneficiar a quienes carecían de la capacidad suficiente para competir por la consecución de recursos. Cada ser humano, por naturaleza, posee cualidades diferentes dado que nacen en distintos contextos familiares y sociales, por lo que a cada individuo se lo debe remunerar según sus méritos.
Nuestro hombre pudo observar en la pantalla varios gestos de desaprobación en los rostros de los participantes de la videoconferencia. Otro economista, continuó Pressutti, en este caso Michael Walzer, también defendió la jerarquización de las personas orientada no por la necesidad sino por los méritos, aunque consideró que el Estado debía intervenir para crear las condiciones que permitiesen la igualdad de oportunidades y la equidad social mediante la competición entre iguales. Estas ideas fueron defendidas por diversos reputados juristas como Joel Feinberg, Michael Walzer y Wojciech Sadurski, para quienes la idea del mérito guardaba una estrecha relación con la justicia. ¿Justicia? se preguntó nuestro hombre. Disculpe profesor, dijo enojado, pero creo que un mundo en el que la veintena de personas más ricas acumula tanto como los 4 mil millones más pobres, me resulta muy difícil hablar de justicia. Mientras la desigualdad social sigue creciendo, existen los exégetas del sistema económico imperante justificándola mediante la meritocracia. Habría que decirles a esos sátrapas que la meritocracia no es más que un ejemplo de darwinismo social, la teoría en la cual se basan la eugenesia, el racismo, el nacionalismo, el autoritarismo, el imperialismo, etc. etc. Dicho esto, pudo observar que muchos de los participantes movían la cabeza en señal de aprobación.
En mi país, manifestó uno de los concurrentes que se presentó como integrante de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, una organización fundada en México en el año 2015, casi el 75% de la población se encuentra en situación de alta vulnerabilidad. Si añadimos que algo más del 4o% de las personas con empleo no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas familiares, la dimensión de la pobreza en México adquiere aún más magnitud. Un reciente informe de la CEPAL revela que el 80% de la riqueza está acaparada por el 10% de la población, y menciona además las enormes diferencias en el acceso y la calidad de la educación y la descomunal brecha existente entre los grupos de ingresos más altos y más bajos, entre la población urbana y la rural, entre la indígena y la no indígena, y entre la masculina  y la femenina. La desigualdad es extrema. Mi país cuenta con uno de los índices de inequidad más altos entre los países desarrollados. Y ni hablar de la corrupción, la inseguridad y la violencia. Vaya, pensó nuestro hombre al escuchar esta exposición, parecería que estuviese hablando de la Argentina.
En Chile sucede algo similar, dijo a continuación un profesor de la Universidad Nacional de Chilecito. También según un informe de la CEPAL, el 50% de los hogares de menores ingresos concentra apenas el 2% de la riqueza neta en el país. Según el mismo estudio, el 10% más rico concentra una riqueza de 66,5%, y a eso hay que sumarle la baja movilidad social y una alta desigualdad, la que aumentó brutalmente en los últimos años. Si en mi país se nace en el espacio del 10% más pobre, existe una alta probabilidad de que los hijos sean pobres, y viceversa, una persona que nace en el ámbito del 10% más rico tiene una alta probabilidad de que sus hijos también sean ricos. Otro tanto sucede en Perú, dijo luego un profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos ubicada en Lima. En mi país se ha retrocedido mucho en términos de lucha contra la pobreza. La misma ya supera el 30% de la población y la desigualdad social es cada vez mayor. Muchos lo atribuyen a la pandemia de Coronavirus y a la guerra en Ucrania, pero lo cierto es que las riquezas netas de los billonarios peruanos aumentaron un 50%. Hoy por hoy, el patrimonio de las seis personas más ricas del país es equivalente al ingreso promedio per cápita anual de casi dos millones de peruanos.
Bueno, dijo otro participante que se presentó como profesor de Economía de la Universidad de los Andes situada en Bogotá, en Colombia sobre un total de casi 52 millones de habitantes, más de 21 millones de personas viven en la pobreza y casi 8 millones en la pobreza extrema. El Banco Mundial dio a conocer un informe que revela que la desigualdad de ingresos en Colombia es la segunda más alta entre los países de América Latina y el Caribe detrás de Brasil. Los ingresos del 10% de la población más rica de los colombianos son once veces mayor que la del 10% más pobre. Y algo peor sucede en Venezuela. Un colega de la Universidad Simón Bolívar de Caracas me comentó hace poco que la pobreza extrema alcanza ya a tres de cada cuatro venezolanos. Esa es la razón por la cual unos 6 millones de venezolanos dejaron su país para migrar la mayoría de ellos a distintos países de América Latina y el Caribe.
Evidentemente, dijo entonces el profesor Pressutti, la desigualdad social es un problema socioeconómico producto de la mala distribución de la renta en las sociedades. Es una problemática presente en mayor o menor medida en todos los continentes. Existen lugares en que los problemas son más evidentes como, por ejemplo, los países africanos, los que son considerados como los de mayor índice de desigualdad social y económica del mundo. Hace cien años el sociólogo alemán Max Weber profetizaba que el siglo XX sería manejado por los especialistas sin alma y vividores sin corazón, y agregaba que los grupos dominantes tenderían a justificar la legitimidad de sus privilegios al considerarlos resultado de su propio mérito. Si bien el término meritocracia comenzó a ser utilizado por los economistas liberales en los años ’60 del siglo pasado vinculándolo a la libertad individual, a la competencia, al libre mercado y a la igualdad de oportunidades, ya unos años antes surgieron pensadores críticos de tal concepción. Tal es el caso de la filósofa alemana Hannah Arendt, quien en “La condición humana” decía que la meritocracia contradecía el principio de la igualdad. Y en el siglo XXI, continuó, puede citarse al economista estadounidense Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001, quien en su obra “El precio de la desigualdad” aseguró que el 90% de los que nacieron pobres morirían pobres por más esfuerzo que hiciesen, mientras que el 90% de los que nacieron ricos morirían ricos independientemente de que hicieran o no mérito para ello.
Por su parte, la socióloga británica Jo Littler, en su ensayo “Contra la meritocracia. Cultura, poder y mitos de la movilidad”, argumentó que la meritocracia era el medio cultural clave de legitimación de la cultura neoliberal contemporánea y que, si bien prometía oportunidades, de hecho creaba nuevas formas de división social. Para ella la meritocracia estaba basada en una estructura individualista y excluyente que mantenía a las personas en un estado de competencia perpetua con los demás. Otro tanto hizo el filósofo estadounidense Michael Sandel en “La tiranía del mérito”, obra en la que definió a la meritocracia como inmoral, añadiendo que ha sido esgrimida, por parte de las derechas latinoamericanas durante los últimos años, como el antídoto contra la corrupción y la intervención estatal desmesurada cuando en realidad lo que hace es generar odio y no acaba con la desigualdad. Una sociedad verdaderamente justa debía ofrecer igualdad de oportunidades y procurar retribuir a las personas en función de su aportación real al bien común.
Me parece, dijo entonces nuestro hombre, que está bien ver las dos caras de la moneda. La opinión de los que están a favor y los que están en contra de la meritocracia. Si una idea, cualquiera que ella sea, es la única realidad, cada uno de nuestros juicios sólo abarcará un aspecto limitado y parcial de esa realidad. Esto me recuerda al Hegel que razonaba que una planta era, primero semilla, luego árbol, más tarde flor y por último fruto. Cada juicio abarcaba un aspecto parcial de la planta, por lo que era necesario tener una visión de todo el proceso para alcanzar una comprensión más acertada de la realidad, una circunstancia que está en estado de permanente fluidez. Creo que la dialéctica hegeliana sería aplicable en este caso. Quiero decir que el método de análisis dialéctico, aquel que presupone que en toda situación existe una oposición entre una tesis y una antítesis, y que de esa tensión surge una síntesis, es adecuado para evaluar todos los aspectos y variables de la economía. 

11 de junio de 2022

Pesadumbres de un don nadie en las postrimerías de su vida (1). Últimas noticias

Atardece. Nuestro hombre está apoltronado en uno de los sillones de la sala de estar con un libro cerrado entre las manos. Se trata de “Todos los nombres” de su admirado José Saramago. Acaba de leerlo y se pregunta por qué le costó tanto terminarlo. Recuerda otras obras del escritor portugués por las que se sintió embelesado: “El hombre duplicado”, “El año de la muerte de Ricardo Reis”, “La balsa de piedra”, “La caverna”, “Casi un objeto”, “Caín”… Ese modo tan particular de utilizar los signos de puntuación, lo que para algunos críticos literarios constituye una “dificultad sintáctica del texto”, a él le encantó. Por eso sobrevuela en su mente el interrogante sobre el desgano, la displicencia con que leyó esa obra. No debe ser Saramago, se dijo, debo ser yo. Evidentemente no estoy bien, pensó. Pero, ¿por qué? Será por observar e intentar aquilatar diariamente la situación social que se vive no sólo en Argentina sino también en Latinoamérica y en buena parte del mundo, pensó. Las pésimas perspectivas para un futuro no muy lejano, la hipocresía, la corrupción, el nepotismo de las clases dirigentes, en fin, todo lo que directa o indirectamente perjudica a los seres humanos comunes y corrientes. ¿Será por eso? volvió a preguntarse.
Que él recuerde, fueron varias las veces en su vida que se sintió tan pero tan lejos de ese estado de ánimo caracterizado por la tranquilidad y la ausencia de temores que los antiguos griegos llamaban ataraxia. En repetidas ocasiones estuvo intranquilo y temeroso, es cierto, pero del modo en que lo está ahora no. Algunos filósofos griegos aseguraban que para llegar a ese estado de sosiego anímico era necesario liberar las inquietudes, superar los miedos. Otros, en cambio, sostenían que se alcanzaba absteniéndose de enjuiciar las cosas, manteniéndose indiferente a lo que acontecía. Pero él, por esas vueltas de la vida, nunca pudo mantener una actitud contemplativa frente a las cosas que sucedían cotidianamente, siempre se sintió urgido a comprometerse con las circunstancias que lo rodeaban e intentar corregirlas si lo consideraba necesario. La sombra militar de sus familiares, sus amigos de la infancia, sus profesores y compañeros de estudios en la facultad, todos ellos 
muertos bajo la siniestra hegemonía de la dictadura de los años ’70, fue tal vez el motivo por el cual él contuvo su impetuosa rebeldía.
Indudablemente muchas cosas le pasaron durante su tránsito por la vida y ahora, ya en la etapa de la adultez madura, advertía que llevaba montones dentro de sí, lo que a veces le hacía pensar que era un cargamento muy pesado. Afectos, errores, historias, confusiones, secretos, torpezas, intuiciones, lecturas… Leer, pensó, su sempiterna obsesión desde que tenía uso de razón y aún conservaba. Ya no sólo leía ficciones como cuando era un niño o un adolescente, sino que las alternaba con ensayos sobre filosofía, sociología, economía, psicología, historia, politología… En fin, de todo un poco. Una práctica que le había proporcionado una gran estima por las letras y una vaga erudición. ¿Sería por eso que ahora era tan sensible ante todo lo que estaba ocurriendo? Pero, ¿estaba mal ser sensible? No, se dijo, la sensibilidad es una suerte de moneda de oro en medio de la miseria de este mundo insensibilizado en el que prevalecen el individualismo, la mezquindad, la ingratitud, la codicia, la desconsideración, la chabacanería, la… Basta, basta, pensó, ya es suficiente.
Había pasado la mañana mirando viejas fotos, recordando gratos momentos vividos y a los seres queridos que ya no estaban. Eso lo sumió en un profundo estado de… ¿nostalgia?, ¿melancolía? Obsesivo por la semántica (como por tantas otras cosas), buscó en el diccionario. Para la Real Academia Española la nostalgia era una tristeza originada por el recuerdo de una dicha perdida, y la melancolía una tristeza vaga, profunda y sosegada que surgía por causas físicas o morales. No conforme, buscó también la interpretación psicológica. Según Freud, para que hubiese nostalgia tenía que haber un trauma que impusiese una quiebra entre un estado anterior, presuntamente paradisíaco, y un estado posterior de añoranza. Y la melancolía era un estado de depresión que se presentaba como una inhibición, una queja o bajo la forma de angustia. Bueno, se dijo, como no pienso volver a psicoanalizarme, no sé si estoy nostálgico o melancólico, de lo que sí estoy seguro es que estoy triste, y como observó un viejo poeta latino -¿cómo se llamaba?- es muy difícil disimular la tristeza del corazón.
Pero, ¿acaso no me había despertado de buen humor? ¿Tomar mi habitual capuchino no me había resultado placentero como siempre? ¿Qué es lo que me está pasando? pensó. Fue tal vez por esa introspección que recordó esa tarde aquella sentencia de Borges en la que afirmaba que, en todos los días, había un momento celestial y otro infernal. Bueno, se dijo, estaré oscilando entre el uno y el otro. También se acordó del Freud que aseveraba que la felicidad era episódica y parcial, nunca continua; que era transitoria como la vida misma. ¿Tenía razón Tolstoi cuando decía que el secreto de la felicidad no era hacer siempre lo que se quería sino querer siempre lo que se hacía? Sí, se dijo, es una buena sentencia, pero… Encontró un hueco en su nutrida biblioteca para guardar el libro de Saramago y no tuvo mejor idea que buscar en Internet los diarios en su versión digital para, como hacía seguido, leer los titulares tan sólo para irritarse e insultar mentalmente a medida que los iba leyendo. Todo ello a pesar de tener siempre presente aquella sentencia de Pascal que aseguraba que la gran tragedia del ser humano era que no podía estarse quieto sin hacer nada. ¿No puedo quedarme quieto sin hacer nada?, pensó. No, evidentemente no. ¡Ufa, qué tragedia!
Fue entonces cuando, pasando de una página web a otra, pudo leer: “Rusia exhibe sus armas y dice que puede destruir a todos los países de la OTAN en media hora”. “En sólo diecisiete años desde que declaró su independencia en 1776, Estados Unidos no estuvo en un enfrentamiento bélico”. “El conflicto Rusia-Ucrania impacta en la economía global”. “En todos los países centroeuropeos hay residuos del nazismo”. “Las sociedades contemporáneas asisten en las últimas décadas al auge de la extrema derecha”. “La ONU prevé un 2022 marcado por un menor crecimiento y un aumento de las desigualdades”. “La Organización Meteorológica Mundial señaló que el mundo avanza con los ojos cerrados hacia la catástrofe climática”. “La pandemia de coronavirus ha destruido a países de América Latina y el Caribe con un elevado costo de vidas humanas y una recesión económica de proporciones históricas”. “En Estados Unidos muere una media de 92 personas al día por armas de fuego. Son 1,45 millones de muertes desde 1970, esto es, una persona cada 16 minutos”.
También pudo leer declaraciones tales como: “El principal asesor de seguridad del presidente estadounidense dijo que Rusia enfrentará una respuesta de la OTAN si alguno de sus ataques en Ucrania cruza fronteras y alcanza el territorio de algún país de la alianza atlántica”. “Un diputado liberal argentino, tras avalar la compra libre de armas asegurando que los Estados que tienen libre portación de armas tienen muchos menos delitos, ahora calificó la venta de órganos como un mercado más”. “Ex gobernadora bonaerense declaró que hay dos realidades muy distintas: una cosa es fumarse un porro en Palermo un sábado a la noche con amigos, relajado, con tu pareja o solo, y otra cosa es vivir en una villa rodeado de narcos y que te ofrezcan un porro”. “¿Por qué hay tantos libros en el mundo si casi nadie los lee? Yo creo que lo mejor sería que se hicieran películas, así la gente las ve y en dos horas ya saben lo que hay en el libro y pueden emplear el resto del tiempo en cosas más productivas que leer libros”. “En la apertura de la Asamblea General de la ONU el presidente brasileño declaró que es una falacia decir que la Amazonia es patrimonio de la humanidad y es un error, como atestiguan los científicos, decir que es el pulmón del mundo. Así mismo atribuyó los incendios al clima seco y los vientos, y a las poblaciones indígenas que también usan el fuego como parte de su cultura”.
Basta, basta, ya es suficiente, volvió a pensar. Estaba en lo cierto Tolstoi cuando decía que no había que tomar en cuenta ninguna opinión pública no basada en la razón, aunque también dijo que debía valorarse la opinión de los estúpidos porque eran mayoría. Afligido, pensó que la actual sociedad no era una sociedad, era un territorio poblado de animales salvajes. Y no salvajes en el sentido que le daba Rousseau cuando hablaba del hombre primitivo, el “buen salvaje” que no necesitaba de sus semejantes ni experimenta el deseo de perjudicarlos; un ser pasivo que únicamente desarrollaba las facultades que le resultaban imprescindibles para garantizar su subsistencia. No, parecería que el hombre actual es cruel e inhumano. Hace algo más de dos milenios Aristóteles decía que el hombre es un animal racional. ¿Tenía razón al definirlo así? Hummm…, dudó, una definición más acertada me parece la de animal enfermo de Nietzsche, o la de animal alienado de Althusser o la de animal lastimoso de Badiou. Sí, sí, se dijo, hay muchos que piensan que no es así, que no es natural pero, ¿es natural la existencia de millones de personas desesperadas de hambre y miseria mientras una pequeña cantidad de multimillonarios dispone de una abundancia exagerada de bienes? ¿No es esto acaso enfermizo, alienante o lastimoso?
¿No es desconsolador que existan seres humanos que se horrorizan cuando ven a un chico inmigrante muerto en una playa, o cuando se enteran de que una nena de catorce años fue violada por su profesor, o cuando una viejita descalza y vestida con harapos se les acerca a pedirles una moneda, o cuando un adolescente asesina a su abuela de un disparo en la cara y luego mata a tiros a diecinueve niños y dos maestras en una escuela, pero no se escandalizan cuando saben que un centenar de personas detentan la misma riqueza que todas las poblaciones del mundo? Y son justamente esas personas las que sustentan hoy más que nunca una supuesta democracia dirigida por políticos, jueces, legisladores y funcionarios pervertidos, depravados, putrefactos, etc. etc. ¿Será el odio lo que envilece a la población común y corriente y no le permite ver este estado de cosas? Fue cuando recordó aquel refrán que decía que el amor ayudaba a leer lo escrito en la estrella más remota. Lamentablemente, pensó, tanto nuestra sociedad como muchas otras del mundo están tiranizadas por el odio y no tienen tiempo para mirar las estrellas.
Tenía razón Schopenhauer cuando consideraba que el hombre era esclavo de sus deseos, que sus pretensiones eran ilimitadas, sus anhelos inagotables; un apetito irrefrenable que no hacía más que causarle desasosiego y más dolores que alegrías hasta el instante en que la vida se le derrumbaba. Y era en ese momento, cuando le llegaba la muerte, en que se convencía de que todas sus aspiraciones y todos sus deseos no eran más que error y locura. En fin, pensó, como decía Shakespeare, la vida no es más que una sombra, una historia llena de sonido y de furia contada por un necio que nada significa. ¿Será realmente así? ¿Será por eso que no estaba ni nostálgico ni melancólico sino sensible y triste? Difícil, muy difícil de precisar sin caer en paradojas irracionales. A lo mejor me afecta el hecho de ser demasiado sensible como para dimensionar objetivamente las cosas que percibo, se dijo. Tendré que leer más a Kant, a lo mejor consigo armonizar el escepticismo con el racionalismo. Digo, no sé, tal vez.
Tras una frugal cena, nuestro hombre se fue a acostar. Al igual que todas las noches, antes de dormir leía. Ahora comenzó la lectura de “Catedrales”, la última novela de Claudia Piñeiro, una de sus autoras favoritas. Al igual que todas las noches desde hacía más de quince años, su problema neurológico periférico le dificultó encontrar la posición adecuada para acomodarse en la cama. En un par de semanas tenía turno para la consulta con su neurólogo. ¿Volvería a cambiarle la medicación? ¿Insistiría con que se sometiese a una nueva cirugía? Vaya uno a saber. Mejor no pensar en eso ahora. Tras leer unas quince o veinte páginas, al igual que todas las noches el sueño lo asaltó férreamente por lo que, al igual que todas las noches, buscó la posición más adecuada para dormir. Ya acomodado, todavía pasaron por su cabeza pensamientos nefastos sobre el caótico estado de su país en particular y del mundo en general. En fin, pensó, mañana será otro día. Y se durmió.
Al día siguiente se despertó con un amargo pensamiento. No será mucho el tiempo que pase y no seré más que un fantasma, pensó. Sus cada vez más frecuentes y lacerantes dolores en el pecho lo llevaron a pensar si no había llegado el momento de hacer un testamento ológrafo como acto de última voluntad. Dos isquemias cerebrales, un síncope cardíaco, varias internaciones y el categórico diagnóstico del cardiólogo: prolapso mitral y una progresiva estenosis aórtica, lo cual lo llevó a pensar así. Mientras se cepillaba los dientes recordó el video que le envió un amigo por whatsapp titulado “Algún día todos seremos palabras”. En él, la narradora oral Victoria Siedlecki hablaba sobre la cuarta edad, una etapa posterior a la tercera edad que, tras la inevitable muerte, era el tiempo en que se seguía viviendo en la memoria de todos aquellos que a uno lo recuerden, que lo hayan querido, que le cuenten a otras personas los sueños que uno ha tenido, las historias que uno ha contado. De esa manera se seguiría viviendo. Una hermosa narración que le hizo brotar las lágrimas. ¿Alguien me recordará a mí?, pensó mientras se dirigía a la cocina.
Mate en mano, se acomodó en el comedor y encendió el televisor. Su idea era conocer la temperatura y enterarse de las últimas noticias. Tras observar que la ola de frío polar continuaba pudo saber que los tiroteos masivos no daban tregua en Estados Unidos. Desde fiestas de graduación a un funeral y un centro comercial, trece tiroteos masivos hubo este fin de semana, dijo el periodista, y agregó que las cifras de violencia habían alcanzado niveles impactantes incluso teniendo en cuenta el usual número diario de asesinatos e incidentes con armas de fuego. No pudo menos que recordar los dichos de la ex ministra de Seguridad de la Nación y actual candidata a la presidencia en 2023 quien, unos meses atrás había declarado que el que quiera estar armado que ande armado; el que no quiera estar armado que no ande armado. La Argentina es un país libre. Venta libre de armas, sería lo único que nos falta pensó mientras, control remoto en mano, cambiaba de canal.
Un cocinero preparando ravioles de espinaca y ricota, no. Un video de un divo haciendo morisquetas mientras desentonaba una cantinela llamada trap, no. Dos rubias teñidas comentando el romance de una modelo con un famoso futbolista, no. Un periodista que le pregunta al dueño de una de las cadenas de supermercados más grande del país sobre la política que llevaba a cabo frente a la inflación y recibe como respuesta entre risas que remarcaba precios todos los días, no. Harto y con el control remoto en la mano a punto de apagar el televisor, todavía pasó por otro canal. Noticiero. Un periodista con cara muy seria informa que la pandemia ha generado un nuevo multimillonario cada 30 horas, y agrega que un informe sostiene que 537 personas se han convertido en multimillonarios en todo el mundo desde que comenzó la crisis sanitaria del COVID-19 mientras que más de 260 millones de personas caerán este año en la pobreza extrema en el mundo.
En otro orden de cosas, agrega la periodista que está a su lado, en la Cumbre de las Américas el presidente norteamericano alertó que el conflicto en Ucrania podría terminar en una Tercera Guerra Mundial. Por otra parte, la guerra entre Rusia y Ucrania ha acelerado la inflación en el mundo con un aumento en los precios de la energía, los materiales y los alimentos que no se veía desde hace décadas. La desaceleración del crecimiento y la alta inflación están afectando a la economía mundial este año, lo que influye negativamente en la recuperación de la pandemia de coronavirus. Los coletazos económicos de lo que pasa en Europa repercuten en Estados Unidos y el resto del mundo. ¿Qué pasará con la inflación argentina?, preguntó mirando circunspectamente hacia la cámara. Ya hay preocupación por la escasez de alimentos y combustibles, alcanzó a decir antes de que nuestro hombre apagase el televisor.