29 de mayo de 2022

Cuentos selectos (XXVI). Ángel Balzarino: “Concierto para violín y orquesta Op. 61”

El escritor Ángel Balzarino (1943-2018) nació en Villa Trinidad, un pequeño pueblo ubicado al noroeste de la provincia de Santa Fe, Argentina. A los 2 años contrajo poliomielitis, una cruel enfermedad que lo llevó a tener que desplazarse casi toda su vida en silla de ruedas. Ello no le impidió disfrutar de su infancia jugando a las bolitas y participando como arquero en los partidos de fútbol con sus amigos de aquellos tiempos. Cursó la escuela primaria y pasaba su tiempo libre dibujando y leyendo historietas. A los 13 años emigró con su familia a Rafaela, la ciudad ubicada en la misma provincia conocida como “La perla del oeste” debido a sus bellezas naturales y arquitectónicas. Allí se asoció a la Biblioteca Sarmiento y visitaba con frecuencia la librería “El Saber” para conocer las novedades. “Leía muchísimo en aquella época, sobre todo cuentos, novelas, biografías, ensayos”, contó en una oportunidad. Cursó los estudios secundarios en la escuela 25 de Mayo, una institución fundada en 1925 por el prestigioso docente español Modesto Verdú (1887-1964), donde en tres años se recibió de Tenedor de Libros y Asesor Contable e Impositivo. Tras realizar distintas ocupaciones (empleado de una escribanía, zapatero, vendedor de rifas, atención de un quiosco) en 1959 comenzó a trabajar, en la parte administrativa primero y de secretario después, en el Obispado de Rafaela, lugar en el que permaneció durante cuarenta años.
En forma paralela al trabajo que le sustentaba económicamente, concurría a ALPI (Asociación para la Lucha contra la Parálisis Infantil) para realizar ejercicios de rehabilitación. También por entonces aprendió a escribir a máquina, a pintar al óleo y a tocar la guitarra. A todo esto, su vocación de escritor afloraba rápidamente y escribía obras de ficción. Fue así que en 1968 ganó el primer premio en el concurso “Ciudad de Santa Fe” con uno de sus cuentos y desde entonces dejó sus otras aficiones y publicó cuentos y novelas en forma prácticamente ininterrumpida hasta su fallecimiento. También integró en 1971 el grupo fundador de ERA (Escritores Rafaelinos Agrupados), entidad madre que nuclea en las letras a los literatos de la ciudad de Rafaela, una institución de la que fue su primer presidente manteniendo dicho cargo durante veintiocho años.


En 1974 publicó su primera obra, el libro de cuentos “El hombre que tenía miedo”, al que siguieron, entre otros, “Albertina lo llama, señor Proust”, “La visita del general”, “Las otras manos”, “La casa y el exilio”, “Hombres y hazañas”, “Mariel entre nosotros”, “El francotirador”, “Antes del primer grito” y “La sangre para ellos son medallas”. También publicó las novelas “Cenizas del roble”, “Horizontes en el viento”, “Territorio de sombras y esplendor” y “Con las manos atadas”. Además, muchos de sus cuentos aparecieron en diversas antologías, entre las que se pueden mencionar “De orilla a orilla”, “Cuentistas provinciales”, “40 cuentos breves argentinos - Siglo XX”, “Antología literaria regional santafesina”, “39 cuentos argentinos de vanguardia”, “Nosotros contamos cuentos”, “Santa Fe en la literatura”, “Vº Centenario del Descubrimiento de América”, “Antología cultural del litoral argentino”, “Palabrabierta. Antología literaria”, “Cuéntame. Lecturas interactivas” y “Avanzando. Gramática española y lectura”, estas dos últimas editadas en los Estados Unidos.


Con respecto a “Concierto para violín y orquesta Op. 61”, Balzarino contó que eligió el título del cuento como un homenaje al compositor y pianista alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827) a quien admiraba. “Para escribirlo -comentó- he seguido el proceso ya habitual en cada una de mis creaciones: primero, llevo a cabo una elaboración mental a partir de una imagen, un personaje o algún hecho, luego hago una síntesis de los puntos más destacados de la obra, y por último efectúo el desarrollo del cuento o la novela. Concluida la primera versión, la dejo ‘descansar’ algún tiempo -un par de meses, habitualmente- y luego me dedico a corregirla. Este proceso suele ser bastante lento y prolongado, pues me preocupa muchísimo lograr la mayor perfección formal posible. Por fin, cuando alcanzo un mínimo de conformidad con lo realizado, considero que ya puede darse a conocer a los lectores”.

 
CONCIERTO PARA VIOLÍN Y ORQUESTA OP. 61

Primero fue un dolor indefinido en el pecho, después, un cosquilleo en el fondo de la garganta, por último, el estallido de una tos seca y perentoria. Entonces permaneció inmóvil, hundido en el asiento como si fuera una barrera protectora, paseando los ojos en torno, tímidamente y con temor, a la búsqueda de algún signo de alarma o reconvención en los demás; pero, al parecer, no habían reparado en eso, pues todos se encontraban cómodamente arrellanados en sus butacas, la mirada clavada en el escenario, los rostros imperturbables, denotando una profunda concentración en cada nota del concierto.
El alivio no se prolongó demasiado. Cuando de nuevo se vio sacudido por una furiosa catarata, percibió detrás de él una voz malhumorada ordenándole silencio. Se limitó a realizar un gesto con la mano en señal de disculpa y luego, en una denodada lucha contra el tiempo, comprendió que debía hacer algo antes de que sobreviniera el próximo ataque de tos. Ya no era suficiente el pañuelo, ni esperar la ayuda del impetuoso tronar de la orquesta. Sin duda lo mejor era retirarse de la sala; pero el hecho de levantarse, cruzar entre las numerosas piernas extendidas, convertirse en una figura que obstaculizara la visión del escenario, lo hizo desistir de inmediato.
La certeza de hallarse apresado en el asiento resultaba una experiencia inédita, que de pronto lo sumió en un estado de intranquilidad, angustia y hasta miedo; por eso, poco a poco, fue perdiendo toda atención en el desarrollo del concierto y solamente quedó pendiente de la ineludible invasión de la tos. Y cuando por fin ocurrió, como único acto de defensa, se inclinó hacia adelante mordiendo el pañuelo. Permaneció así, el rostro apoyado en las rodillas, procurando atenuar cualquier sonido, hasta que la convulsión de su pecho fue desplazada por una dosis de malestar y agotamiento.
- Señor, sírvase uno.
Levantó la cabeza algo sorprendido por el ruido del papel rasgado con cierta violencia y la voz de la mujer, suave y cordial. Observó el rostro sonriente, la mano tendida, el tentador paquete de caramelos.
- Tiene la garganta muy seca. Un caramelo lo aliviará. Pruebe.
- Vamos, amigo -intervino el hombre que estaba sentado a su lado-. La señorita tiene razón. No puede seguir así toda la noche.
- Está bien -debió admitir que podía ser una buena solución; con cuidado, tratando de evitar el estridente roce del papel, tomó un caramelo-. Gracias.
- ¿Me permite, señorita? -exclamó un joven sentado en la butaca de atrás, interponiéndose entre la mujer y él-. Yo también siento una molestia en la garganta. El cigarrillo, sabe.
- Por supuesto. Sírvase. Y usted, ¿gusta uno?
Amablemente dispuesta, ella se dio vuelta y ofreció el paquete de caramelos a las otras personas, que enseguida se mostraron ávidas y jubilosas, como si hubieran descubierto la fuente de una nueva y fascinante diversión.
- Oh, es usted muy atenta.
- ¡Qué suerte! Yo me olvidé de comprar.
- De chocolate, como me gustan a mí. Gracias, señorita.
No pudo comprender, creyó debatirse en un sueño absurdo y tumultuoso. De repente, el inusitado esfuerzo que había realizado durante largos minutos para ahogar la tos, se tornaba completamente estéril, sin ningún sentido ante la algarabía que fue creciendo más y más. Ya nadie pareció preocuparse por guardar silencio. Como en una especie de contagio colectivo, los accesos de tos, sin disimulo, surgieron en diversos puntos. Numerosos paquetes de caramelos se abrieron con impaciencia; el rumor de las voces, chillonas y confusas, empezó a cubrir el ámbito. Sintió el deseo de protestar, de exigir una cuota de mesura y decoro.
Pero, al dirigir la mirada hacia el escenario, supo que ya era tarde e inútil. La orquesta había dejado de tocar. Los músicos, inmóviles, sostenían los instrumentos en una postura ausente. Le costó aceptar que hubiera concluido el concierto y atribuyó semejante actitud a una muestra de fastidio y reprobación. No obstante, todo adquirió un carácter fantásticamente increíble al observar que el director se hallaba de frente a la platea, con un aire algo desafiante, como si quisiera ejercer un dominio absoluto.
Porque fijamente erguido, el rostro grave y absorto, la mano derecha esgrimiendo la batuta con asombrosa habilidad, trató de imponer el ritmo adecuado al concierto de toses, papeles destrozados y charla bulliciosa que colmaba poderosamente la sala.

22 de mayo de 2022

Las inquietudes vitales y literarias de León Tolstoi (2)

Por su parte, el ensayista y dramaturgo argentino Marcos Rosenzvaig (1954) cuenta en “Epístolas terrenales”, obra en la que compiló cartas escritas por diversas personalidades de la historia, que “León Tolstoi recorrió innumerables caminos hasta entender que la piel, de a poco, va tomando el color de la tierra. Y todavía tuvo tiempo para pensar en sus muertos queridos, en reír hasta las lágrimas junto a los campesinos, inquieto por atesorar sus anécdotas, el acontecer de los hombres simples. A la hora del almuerzo comentaba en la mesa familiar acerca de las cartas recibidas de los admiradores, hablaba sobre Chejov y sus cuentos, pero por sobre todo relataba historias, y en ese contar hacía vivir en los oyentes el destino de esas almas frágiles; creaba intrigas y hasta jugaba con su voz, como un actor, recitando las historias que luego descansarían en el papel”.
En sus últimos años, Tolstoi tuvo una importante influencia en el desarrollo del movimiento anarquista ruso, particularmente de la corriente anarcopacifista. En la undécima edición de la “Encyclopædia Britannica” (Enciclopedia Británica) aparecida en 1911, el teórico anarquista ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) lo citó en el artículo “Anarchism” (Anarquismo) como uno de sus grandes exponentes. Además, la entusiasta lectura de “Civil disobedience” (La desobediencia civil), publicada en 1849 por el filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862), lo llevó a intercambiar cartas con Mahatma Gandhi (1869-1948), el artífice de la independencia de la India del régimen colonial británico. En septiembre de 1910, dos meses antes de su muerte, le escribió diciéndole que aplicase la “resistencia no violenta” ya que “la práctica de la violencia no es compatible con el amor como ley fundamental de la vida”.
Por entonces también mantuvo correspondencia con el escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), miembro de la Fabian Society (Sociedad Fabiana), una organización que adhería al socialismo utópico y la práctica de la no violencia, y gran admirador de la literatura rusa de entonces, sobre todo de las novelas “Guerra y paz” y “Ana Karenina” de Tolstoi, a quien llamaba “el maestro”. Otro tanto hizo con el poeta checo Rainer Maria Rilke (1875-1926), a quien conoció personalmente cuando el autor de “Sonette an Orpheus” (Sonetos a Orfeo) viajó a Moscú en 1899. Incluso le escribió una carta a Nikolái Románov (1868-1918), el zar Nicolás II, a quien le solicitó la abolición de la propiedad privada, un hecho que le valió ser censurado sistemáticamente en su país.
Cuando cumplió 80 años recibió más de mil setecientos telegramas y obsequios del mundo entero. Había vivido los últimos años compartiendo casi todo su tiempo con los empobrecidos campesinos, predicando con el ejemplo su doctrina de la pobreza, trabajando como zapatero durante varias horas al día y haciendo donaciones. Por entonces, ya consagrado como famoso escritor, intentó renunciar a sus propiedades para repartirlas entre los más desposeídos de Yásnaia Poliana, algo a lo que su esposa se opuso férreamente. A los 82 años, cada vez más atormentado por la disparidad entre sus criterios morales y su riqueza material, y por las continuas disputas con su mujer, que se oponía a deshacerse de sus posesiones, Tolstoi tomó la dura decisión de abandonar su hogar. Tras explicar sus razones en una carta a su esposa, partió en la madrugada del 10 de noviembre de 1910 con un pequeño baúl en el que metió algo de ropa y unos pocos libros.
El antes citado periodista Guillermo Piro cuenta que en octubre de 1910 “la salud de Tolstoi empeora, de modo que entre él y Sophie se establece una tregua, porque ella se da cuenta de que gran parte de las indisposiciones de su marido se deben a las continuas discusiones. Pero poco después Sofía encuentra un diario secreto de su marido (pequeñas libretas que llevaba escondidas en las botas) donde él dice cosas terribles sobre ella. Como es consciente de estar casada con un hombre famoso, y como le preocupa lo que la posteridad pueda decir de ella, se pregunta si tal vez Tolstoi no deslizó opiniones parecidas en su correspondencia, así que empieza a revisarla cuando él duerme, ayudada por algunos de sus hijos. Una noche de fines de octubre, Tolstoi se despierta y escucha ruidos. Se levanta en silencio y descubre a Sophie revisando sus papeles, pero en vez de hacer estallar una escena vuelve a la cama y mientras se hace el dormido traza un plan. A la mañana se levanta, despierta a su médico, que duerme en otro cuarto, se hace preparar (siempre en silencio) por un sirviente un pequeño equipaje y junto al médico se dirige a la estación ferroviaria más cercana. Quiere ir al sur, a Crimea y el Mar Negro”.
En su diario íntimo, el 1 de octubre de 1910 había escrito: “Me resulta terriblemente doloroso este mal sentimiento que tengo por ella y que no puedo vencer cuando comienza su interminable parloteo sin sentido ni objetivo. Hablar con ella es imposible porque, en primer lugar, para ella no son indispensables ni la lógica, ni la verdad, ni la transmisión verídica de las palabras que se le dicen o que dice. Cada vez estoy más cerca de la huida. Mi salud se ha desmejorado mucho”. Fue así que concibió la idea de terminar sus días en un retiro humilde. Acompañado por su asistente médico el doctor Dushan Makovitsky (1866-1921), abandonó su hogar subrepticiamente, dejando una carta para su esposa que decía: “Sé que mi partida te angustiará. Me arrepiento de ello; pero, por favor, comprende que no puedo actuar de otro modo. Mi situación en la casa se ha vuelto insoportable. Aparte de todo lo demás, ya no puedo vivir en estas condiciones de lujo en las que he estado viviendo, y estoy haciendo lo que suelen hacer los viejos de mi edad: dejar la vida mundana para pasar los últimos días de mi vida en paz y tranquilidad. Por favor, comprende esto y no me sigas si te enteras de dónde estoy. Tu llegada solo dañaría tu posición y la mía y no alteraría mi decisión”.
Ante semejante coyuntura su esposa intentó suicidarse arrojándose a un lago, pero la rescató una de sus hijas, Alexandra. Ella conocía los planes de su padre y se dirigió hacia el monasterio de Optina Pustin cerca de Kaluga, ciudad en la que está ubicado el Convento de Shaordino en el que vivía la hermana de Tolstoi, porque sabía que su padre pensaba visitarla. Allí lo alcanzó Sacha, como cariñosamente la llamaba Tolstoi, pero en vez de regresar decidieron seguir viaje en un tren en un vagón de tercera clase, tal como lo establecían sus convicciones. Se cuenta que en ese último viaje, Tolstói predicó el amor y la no violencia entre los pasajeros.
El 14 de noviembre, en determinado momento el doctor Makovitsky advierte que Tolstoi tiene fiebre y lo convence de bajar en la primera estación, Astapovo. Allí, el jefe de estación lo reconoció y le cedió una sala para que oficie de hospital improvisado, lugar en el que recibió los cuidados solícitos de la familia de éste. Pronto su médico descubrió que Tolstoi había sufrido un grave ataque pulmonar.
Tolstoi alcanzó a escribir en una carta: “Yo estaba huyendo del mundo, de mi mujer y de los seres que me acompañaron a lo largo de la vida. Estaba huyendo feliz de mi huida, quería conocer otros mundos pero no desde el famoso León Nikolaievich Tolstoi, sino desde el anónimo que se aproxima a la vida con la sorpresa del primer amor. Estaba viajando en tren con mi hija Sacha y mi médico Makovitsky cuando me atacó la pulmonía. La fiebre aumentaba, no hubo otra solución que bajar en el primer pueblo llamado Astapovo. Mi muerte rebautizará esta comarca ignota y para siempre reposaré aquí, el lugar hasta donde llegó mi huida. Esta es mi frontera, aquí se terminó la vida. Ya he escrito mi testamento: Lego la plena posesión de los derechos de autor de todas mis obras escritas hasta el presente y las que escriba hasta mi muerte, editadas e inéditas, artísticas, dramáticas o de otro género, terminadas o sin terminar, traducciones, adaptaciones y diarios, cartas privadas, borradores, pensamientos dispersos, notas y, en suma, todo lo escrito por mí hasta el día de mi muerte, a mi hija Alexandra Lvovna Tolstoi. En el caso de que mi hija Alexandra viniera a morir antes que yo, lego todo lo que precede, en plena posesión, a mi hija Tatiana Lvovna Sukhotina”.
Su intención de vivir sus últimos días en “paz y tranquilidad”, tal como le había escrito a Sophie no se cumplió. Debido a su enorme fama la noticia de su partida se esparció por el mundo. Hasta el diario estadounidense “New York Times” publicó una nota en la que la calificó como una “huida patética”. Cuando la andanza trascendió, su esposa y algunos de sus hijos llegaron a Astapovo. Tolstoi recibió a todos menos a ella. Incluso ordenó cubrir las ventanas para que su esposa no pueda espiarlo. Todavía tuvo tiempo de escribir otra carta, en la cual decía:
Hijos queridos, Seryozha y Tanya, les doy las gracias por vuestros buenos sentimientos hacia mí. No sé si me estoy despidiendo o no, pero de pronto sentí la necesidad de decir lo que acabo de decir. Quería añadir un consejo para ti, Seryozha, que pienses en tu vida, en quién eres, qué eres, en cuál es el sentido de la vida humana y cómo debe vivirla todo ser razonable. Esas ideas que has asimilado sobre el darwinismo, la evolución y la lucha por la existencia no te explicarán el sentido de tu vida ni te darán una guía para tus actos, y una vida sin explicación de su significado y su sentido, es una existencia lamentable. Adiós, intenten tranquilizar a mamá, a quien compadezco y amo sinceramente”.
Pronto Tolstói perdió el conocimiento por la neumonía que lo aquejaba. A punto de entrar en estado de coma se le escuchó murmurar: “Habiendo sobre la tierra tantos millones de hombres que sufren, me parece injusto que estén todos ustedes a mi cuidado”, y se desvaneció para siempre. Tenía 82 años. Recién cuando dejó de respirar su esposa fue autorizada a entrar. Había fallecido uno de los escritores con más fuerza moral del siglo XIX, aquel que en su diario había escrito: “El cuerpo son los muros que delimitan al espíritu y le impiden ser libre. El espíritu intenta incesantemente apartar esos muros, y toda la vida de un hombre sensato consiste en ensanchar el espacio delimitado por estos muros, en liberar al espíritu del cautiverio del cuerpo. La muerte lo libera completamente. Y por eso la muerte no sólo no es terrible, sino que es una alegría para el hombre que vive una vida verdadera”.
Tolstoi fue enterrado dos días después en el lugar que él mismo había elegido, entre unos abedules en su tierra natal Yásnaia Poliana, sin que se llevara a cabo ningún tipo de ceremonia. Había fallecido un gran escritor que hablaba con fluidez ruso, alemán, francés e inglés; que leía en búlgaro, checo, español, griego, italiano, latín y polaco. En su biblioteca había más de 23 mil libros en 39 idiomas. El mismo que al enterarse de que la Rossískaya Akadémiya Naúk (Academia Rusa de Ciencias) lo había nominado como candidato al Premio Nobel de Literatura en 1906, pidió que el premio no le fuera concedido. “Si esto ocurriera, sería muy desagradable para mí tener que rechazarlo”, escribió en una carta. En su opinión, aceptar el premio en rublos que se entregaba junto al galardón habría sido inaceptable ya que el dinero, según su opinión, sólo traía problemas.
Fue aquel escritor que se había declarado en contra del régimen zarista y fuera un gran defensor de la liberación del campesinado. El mismo que había escrito “Mnogo li čeloveku zemli nužno” (Cuánta tierra necesita un hombre), el mejor cuento jamás escrito según opinó el escritor irlandés James Joyce (1882-1941), autor de obras trascendentales como la novela vanguardista “Ulysses” (Ulises) o la colección de relatos cortos “Dubliners” (Dublineses). O el mismo que provocó que el citado Dostoievski, autor de novelas relevantes como “Prestupléniye i nakazániye” (Crimen y castigo) o “Brát'ya Karamázovy” (Los hermanos Karamázov), cuando terminó la lectura de “Ana Karenina” saliera a la calle proclamando a los gritos que Tolstoi era Dios. En definitiva, había fallecido uno de los grandes maestros de la literatura, aquel que la definiera como “una suerte de contagio mágico y esencial que permite que los hombres nos comuniquemos, nos comprendamos y nos conmovamos”.

20 de mayo de 2022

Las inquietudes vitales y literarias de León Tolstoi (1)

“No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás”. Quién así se expresó alguna vez fue el escritor ruso León Tolstoi (1828-1910), un autor comprometido con la problemática de su época tomando partido contra todas las formas de injusticia social, la hipocresía religiosa y la pésima condición de los campesinos bajo el imperio del régimen zarista. Nacido en la finca rural Yásnaia Poliana ubicada al suroeste de la ciudad de Tula, hijo de un rico terrateniente miembro de la antigua nobleza rusa, quedó huérfano de madre a los 2 años y de padre a los 9, por lo que fue criado por un tío en la ciudad de Kazán. Allí, tras recibir educación de parte de tutores alemanes y franceses, en 1844 ingresó en la
Qazan dəwlət universitetı (Universidad Federal de Kazán) donde estudió Lenguas Orientales y Derecho, carreras que abandonaría tres años más tarde. La lectura de las obras de los filósofos François Marie Arouet, Voltaire (1694-1778) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778) fueron fundamentales en sus estudios y pronto se interesó por la literatura.
Tras pasar gran parte de su tiempo entre Moscú y San Petersburgo viviendo la disipada vida de la alta sociedad aristocrática moscovita, en 1851 se reunió con su hermano en el Cáucaso, donde su regimiento se encontraba acampado y, tras una breve permanencia, decidió incorporarse también al ejército y combatir en la Guerra de Crimea. Tras unos años, harto de la crueldad de la guerra, luego de solicitar su retiro en 1856, volvió a su finca natal. Los recuerdos de sus primeros años de vida los volcaría en la trilogía de novelas autobiográficas “Détstvo” (Infancia), “Ótrochestvo” (Adolescencia) y “Yúnost'” (Juventud), mientras que su experiencia en la guerra le serviría de inspiración para la novela “Kazakí” (Los cosacos) y el tomo de cuentos “Sevastopolskiye rasskazy” (Relatos de Sebastopol).
Durante algún tiempo viajó a Europa recorriendo Alemania, Francia y Suiza, países en los que visitó escuelas con el propósito de estudiar los métodos de enseñanza basados en novedosas ideas pedagógicas, una experiencia que lo llevó a su regreso a crear en Yásnaia Poliana una escuela rural ubicada en una casa próxima a la finca donde vivía. Allí, convertido en maestro rural, dio clases a los campesinos y a sus hijos e incluso escribió libros pedagógicos para su uso, libros en los que promovió el respeto no sólo entre las personas sino también hacia la naturaleza. La enseñanza en su institución era completamente gratuita, los estudiantes podían entrar y salir de clase a su antojo y jamás, por ningún motivo, se procedía al más mínimo castigo. Como él mismo reconocería, su conciencia había sufrido una profunda conmoción al ver la miseria de los campesinos. Fue por ello que concibió la idea de consagrarse al mejoramiento de las deplorables condiciones de los pobres. La escuela de Yásnaia Poliana fue la primera de sus actividades en ese sentido. Por entonces no sólo se empezó a vestir como campesino sino que trabajó con los campesinos en su propiedad arando los campos y reparando sus casas con sus propias manos.
En 1862 se casó con Sophie Andréievna Behrs (1844-1919), una joven hija de un médico de Moscú dieciséis años menor que él con la tuvo trece hijos, de los cuales solamente ocho llegaron a la edad adulta. El matrimonio, que pasó algunos períodos tormentosos, habría de durar casi medio siglo. Durante los siguientes años escribió “Seméynoye schástiye” (Felicidad conyugal) y dos de sus novelas más trascendentales: “Voyná i mir” (Guerra y paz) y “Анна Каренuна” (Ana Karenina), las que primero fueron publicadas por entregas en la revista “Russki Viéstnik” (El mensajero ruso). Ambas fueron muy bien recibidas tanto por la crítica literaria como por los lectores y de algún modo promovieron la entrada triunfal de la literatura rusa en la cultura europea. Acompañado por otros grandes escritores como Aleksandr Pushkin (1799-1837), Nikolái Gógol (1809-1852), Mijaíl Lérmontov (1814-1841), Iván Turguénev (1818-1883) y Fiódor Dostoyevski (1821-1881), terminó de conformar lo que, desde el Romanticismo inicial hasta el Realismo de fines del siglo XIX, entraría en la historia como el Siglo de Oro de la literatura rusa.
Más tarde escribiría varias novelas más, docenas de cuentos, obras de teatro y numerosos ensayos filosóficos. De toda su vasta obra pueden mencionarse las novelas cortas “Smert Ivana Ilyichá” (La muerte de Iván Ilich), “Kréitzerova sonata” (La sonata a Kreutzer), “Voskresénie” (Resurrección) y “Falshivy kupón” (El cupón falso); los cuentos “Nabeg” (La redada), “Otéts Sérguiy” (El padre Sergio), “Tri voprosa” (Tres cuestiones), “Khozyain and rabotnik” (Amo y criado), “Nabeg” (La redada), “Tri smerti” (Tres muertes) y “Kavkazskii plennik” (El prisionero del Cáucaso); los dramas “Vlast' t'my” (El poder de las tinieblas), “Plody prosvesheniya” (Los frutos de la cultura) y “Zhivoi trup” (El cadáver viviente); y los ensayos “Íspovedʹ” (Confesión), “Čto takoe iskusstvo?” (¿Qué es el arte?) y “Krug chtenia” (El camino de la vida) entre muchos otros.
Según cuenta el periodista y escritor Guillermo Piro (1960) en un artículo publicado en el diario “Perfil” el 30/10/2021, “a pesar de lo que parece inducir la cantidad de hijos, la relación entre Tolstoi y su esposa nunca fue del todo buena. Pero en los últimos años la cosa empeoró. El escritor se debate entre contradicciones: Sofía ávida de dinero, él anhelando la pobreza franciscana. El mundo campesino que ya no era el de su infancia y las ciudades fabriles que él odia; su vida junto a los mujiks, salvaje, con largas caminatas en el barro, y ahora una vida sentado frente a un escritorio, con una fama que le significa miles de rublos al mes por derechos de autor”.
Sophie, además de encargarse de la intendencia de la finca y la crianza de sus trece hijos, se dedicaba a copiar sus manuscritos, traducirlos e interceder ante la censura. Fue una suerte de editora cuyo talento influyó en las obras de su marido,  para que sus personajes femeninos, según otros afamados escritores como el francés Romain Rolland (1866-1944) o el ruso Máximo Gorki (1868-1936), fueran tan profundos y conmovedores como resultaron ser. A todo esto, para Tolstoi la  pobreza era objeto de profundas reflexiones. A través de sus escritos luchó contra ella desde una perspectiva ética y humanística, buscando dar soluciones en vez de mostrar su condolencia, lástima o sentimiento de caridad hacia los pobres. Un ejemplo sustancial de esta postura fue “Rabstvo nashego vremeni” (La esclavitud de nuestro tiempo), un ensayo publicado en 1900. En él, entre otras muchas aserciones, escribió: “Una actividad directamente orientada hacia el servicio a los sufrientes y hacia la eliminación de las causas comunes del sufrimiento es el único trabajo feliz que espera al hombre y le da inalienable bienestar que es pilar de su vida”.
Aseguró más adelante: “Al aceptar los valores no materiales sino íntegros y justos de la vida, el miedo a la muerte desaparece para siempre. La práctica de adquisición de riqueza se ha acuñado por muchas generaciones y durante muchos siglos. Lo importante es que paralelamente se crearon las ideas y las virtudes de dignidad, honradez y conciencia”. “Según esta ética -agregó-, que integra todas las culturas en una u otra forma, obtener los recursos con trabajo propio es encomiable y meritorio, mientras que generar riquezas sin labor personal es indecente y vergonzoso. De igual manera, cuando la riqueza surge sin el empeño propio, la obtención de ésta es infame y conduce a la corrupción y confusión de los conceptos básicos de la vida. Probablemente esos millones de rublos que tiene un rico a su disposición los adquirió de un modo fácil, a diferencia de los campesinos que con su trabajo duro y de gran esfuerzo jamás obtendrán semejante cantidad. Es evidente que la pobreza del pueblo es la condición de riqueza de las clases altas. Es muy fácil ver que el pueblo está hambriento porque los grupos del poder están saciados. Todos los palacios, teatros, museos, todas las riquezas están hechas con las manos de esta gente pobre que construye lo que ella misma no necesita y lo hace solamente por salvarse del hambre que le amenaza siempre. Esa es la situación”.
De manera categórica afirmó: “El pueblo se mantiene hambriento perpetuamente. Es la forma de dominarlo, de hacerlo trabajar para las clases altas. Está de moda profesar amor al pueblo, sin embargo, ¿para qué nos engañamos si entre la gente rica y la gente pobre se encuentra un abismo infranqueable? Aun cuando miles de hombres mueren de hambre, ¿los mercaderes, los pudientes o los acomodados dejaron de mandar al pueblo al trabajo difícil y pernicioso, dejaron de comer la comida cara, dejaron de vivir lujosamente? ¿Acaso los burócratas y funcionarios dejaron de recibir su sueldo y los intelectuales (en este caso, los que no trabajan con las manos) viviendo en las ciudades, dejaron de ‘engullir’ los recursos por los cuales mueren los campesinos? ¿Para qué nos engañamos a nosotros mismos? Al pueblo lo necesitamos únicamente como instrumento, como caballo de fuerza. Si alguien de nuestro círculo verdaderamente quiere servir al pueblo, lo primero que tiene que hacer es comprender y definir de manera muy clara y concreta su relación con este pueblo: si verdaderamente se compadece al caballo, uno debe bajarse y caminar con sus propios pies. Además, se requiere devolver a los campesinos lo que se les quitó y destruir la frontera que separa a un grupo de otro dentro de la sociedad”.
Por otro lado, en el citado ensayo “El camino de la vida”, Tolstoi afirmó que las doctrinas que aseguraban que la vida transcurre entre el nacimiento y la muerte eran erróneas. Para él, la vida no era ese periodo de tiempo ubicado entre dos puntos: inicial y final, sino que la verdadera vida era otra cosa. “La vida auténtica comienza cuando la conciencia del hombre se despierta -escribió-. Antes de ese momento, el ser humano resguarda la supervivencia salvaje y el comportamiento de las bestias. La conciencia despierta del hombre conduce a una percepción muy distinta, aunque el falso juicio inculcado de que la vida es un lapso entre su nacimiento y su muerte, le impide pensar de este modo. El alma animada no sólo revela la vida personal en su pasado, presente y futuro, también le abre al individuo la vida de otros seres humanos y todo el acontecer relacionado con ellos. En la condición de la conciencia despierta, el hombre no se percibe a sí mismo sometido a las relaciones de tiempo-espacio sino que se piensa unido con otros seres inteligentes y asociado recíprocamente con ellos. La vida verdadera se encuentra en la confluencia y fusión con las conciencias razonables de otros”.
En un artículo publicado en la revista “Veredas” nº 19 del año 2009, la profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana de México Tatiana Sorókina (1954) puntualiza: “Tolstoi, que siempre mostró su postura activa en la vida, propone una salida de la miseria. Dice que se debe dejar de despreciar e insultar al pueblo. Hay que abrirle el acceso a la educación, darle la libertad de traslado, de religión, etcétera. Se debe hacerlo sujeto de leyes comunes y no de leyes especiales. Se eliminará la pobreza, asegura Tolstoi, porque el verdadero conocimiento, la inteligencia, la razón y el talento que necesita el hombre, se encuentran más fácil entre los campesinos que entre los burócratas. La experiencia muestra que los campesinos que están bajo el control burocrático de los centros, se empobrecen: cuanto menos se someten a su influencia -cuanto más alejados de los centros administrativos viven-, están en mejores y más favorables condiciones. Dice Tolstoi: si el pueblo no se fortalece de ánimo, si no eleva su energía interna, si no se alienta, nada le podrá ayudar, ninguno de los remedios”.
Y agrega más adelante: “En la década de 1890 en Rusia, varias veces se presentó un grave problema, la hambruna, que empeoró más por la pérdida de cosechas, consecuencia de las severas condiciones climáticas. Tolstoi, quien conocía muy bien y de cerca la vida de los campesinos, quien vivía su vida, se indignó y empezó a crear fondos provenientes de donativos. Otra forma de su lucha contra esta trágica situación, ahora personal, fueron los escritos sobre, en sus propias palabras, ‘algo, que llegara al alma de los ricos’. En esos textos, igual que en múltiples cartas y en sus diarios, el escritor manifestó su pensamiento incisivo y su opinión acusadora sobre las miserables condiciones del campesinado, que constituía la mayoría de la población rusa en aquella época. Tolstoi criticó la actitud de la administración, que demostró su total y absoluta indiferencia a la vida del pueblo. También acusó al zemstvo (administración local y provincial dirigida por la nobleza y burguesía) por su ineptitud, revelando -escribe- su arrogancia y estupidez en la solución de los problemas de la miseria, el hambre y de las necesidades vitales de la población”.

8 de mayo de 2022

Byung-Chul Han: “El teléfono celular ya no es una cosa. Es el canal en el que cada uno de nosotros recibe un bombardeo de informaciones que aletean como colibríes frente a nuestros sentidos cohibiendo la capacidad de análisis”

Byung-Chul Han (1959) es un filósofo en cuya obra predominan los estudios culturales vinculados a la desmesurada influencia de los modernos medios digitales de comunicación. Nacido en Seúl, Corea del Sur, en 1985 se radicó en Alemania donde estudió Filosofía en la Albert Ludwigs Universität (Universidad de Friburgo) y Literatura y Teología en la Ludwig Maximilians Universität (Universidad de Múnich). En 1994 se doctoró por la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger (1889-1976). Comenzó su carrea docente dando clases de Filosofía en la Universität Basel (Universidad de Basilea), luego fue profesor de Filosofía y Teoría de los Medios en la Karlsruher Institut für Gestaltung (Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe) y, desde 2012, es profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universität der Künste (Universidad de las Artes) de Berlín. Autor de más de una decena de ensayos, es sumamente crítico de la “infocracia”, la que ha inducido a sus consumidores/productores hacia una falsa percepción de la libertad. “Las personas están atrapadas en la información -asegura-. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. Hoy la señal de detentación de poder no está vinculada con la posesión de los medios de producción sino con el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el pronóstico del comportamiento individual. La prisión digital es transparente y es precisamente esa sensación de libertad la que asegura la dominación. Hoy vivimos presos en una caverna digital aunque creemos que estamos en libertad”.
Han disecciona minuciosamente las ansiedades que produce el capitalismo neoliberal en las personas. Sus reflexiones señalan al capitalismo, la sociedad de consumo, la tecnología y su uso en la vida cotidiana como temas de indagación constante. “El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo. Este sujeto -que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario”. En ambos casos el arma utilizada es el reproductor multimedia conocido como “smartphone”, herramienta a través de la cual los medios digitales pusieron fin a la era del hombre-masa. “El habitante del mundo digitalizado ya no es ese 'nadie', más bien es alguien con un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”. En tiempos de una notoria tribalización política, esa división maniquea de la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables que chocan por el poder, es la derecha la que más capitaliza este fenómeno. Tenemos que domar, civilizar y humanizar el capitalismo. Eso también es posible. La economía social de mercado es una demostración”.
Han, entre otras obras, ha publicado “Müdigkeitsgesellschaft” (La sociedad del cansancio), “Topologie der gewalt” (Topología de la violencia), “Psychopolitik. Neoliberalismus und die neuen machttechniken” (Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder), “Transparenzgesellschaft” (La sociedad de la transparencia), “Infokratie. Digitalisierung und die krise der demokratie” (Infocracia. Digitalización y crisis de la democracia) y “Undinge. Umbrüche der lebenswelt” (No-cosas. Quiebras del mundo de hoy). Lo que sigue a continuación es una edición de fragmentos de las entrevistas realizadas por Sergio Fanjul (“El País, 09/10/2021) y Flavia Tomaello (“La Nación”, 07/04/2022).
 

¿Cómo es posible que en un mundo obsesionado por la hiperproducción y el hiperconsumo, al mismo tiempo los objetos se vayan disolviendo y vayamos hacia un mundo de no-cosas?
 
Hay, sin duda, una hiperinflación de objetos que conduce a su proliferación explosiva. Pero se trata de objetos desechables con los que no establecemos lazos afectivos. Hoy estamos obsesionados no con las cosas, sino con informaciones y datos, es decir, no-cosas. Hoy todos somos “infómanos”. Se ha llegado ya a hablar de “datasexuales”, personas que recopilan y comparten obsesivamente información sobre su vida personal.
 
En ese mundo que describe, de hiperconsumo y pérdida de lazos, ¿por qué es importante tener “cosas queridas” y establecer rituales?
 
Las cosas son los apoyos que dan tranquilidad en la vida. Hoy en día están en conjunto oscurecidas por las informaciones. El “Smartphone” no es una cosa. Yo lo caracterizo como el infómata que produce y procesa informaciones. Las informaciones son todo lo contrario a los apoyos que dan tranquilidad a la vida. Viven del estímulo de la sorpresa. Nos sumergen en un torbellino de actualidad. También los rituales, como arquitecturas temporales, dan estabilidad a la vida. La pandemia ha destruido estas estructuras temporales. Piense en el teletrabajo. Cuando el tiempo pierde su estructura nos empieza a afectar la depresión.
 
En su libro se establece que, mediante la digitalización, nos convertiremos en “homo ludens”, enfocados al juego más que al trabajo. Pero, con la precarización y la destrucción de empleo, ¿podremos todos acceder a esa condición?
 
He hablado de un desempleo digital que no está determinado por la coyuntura. La digitalización conducirá a un desempleo masivo. Este desempleo representará un problema muy serio en el futuro. ¿Consistirá el futuro humano en la renta básica y los juegos de ordenador? Un panorama desalentador. Con “panem et circenses” (pan y circo) se refiere Juvenal a la sociedad romana en la que no era posible la acción política. Se mantiene contentas a las personas con alimentos gratuitos y juegos espectaculares. La dominación total es aquella en la que la gente solo se dedica a jugar. La reciente e hiperbólica serie coreana de “Netflix”, “El juego del calamar”, en la que todo el mundo solo se dedica al juego, apunta en esta dirección.
 
¿En qué sentido?
 
Esa gente está sobre endeudada y se entrega a ese juego mortal que promete enormes ganancias. “El juego del calamar” representa un aspecto central del capitalismo en una forma extrema. Ya dijo Walter Benjamin que el capitalismo representa el primer caso de un culto que no es expiatorio, sino que nos endeuda. En los principios de la digitalización se soñaba con que esta sustituiría el trabajo por el juego. En realidad, el capitalismo digital explota despiadadamente la pulsión humana por el juego. Piense en las redes sociales, que incorporan elementos lúdicos para provocar la adicción en los usuarios.
 
En efecto, el teléfono móvil inteligente nos prometía cierta libertad… ¿No se ha convertido en una larga cadena que nos apresa allí donde estemos?
 
El “smartphone” es hoy un lugar de trabajo digital o bien un confesionario digital. Todo dispositivo, toda técnica de dominación genera artículos de culto que son empleados para la subyugación. Así se afianza la dominación. El “smartphone” es el artículo de culto de la dominación digital. Como aparato de subyugación actúa como un rosario y sus cuentas; así es como mantenemos el móvil constantemente en la mano. El “me gusta” es el amén digital. Seguimos confesándonos. Nos desnudamos por decisión propia. Pero no pedimos perdón, sino que se nos preste atención.
 
Usted ha descrito cómo el trabajo va tomando carácter de juego, las redes sociales, paradójicamente, nos hacen sentir más libres, el capitalismo nos seduce. ¿Ha conseguido el sistema meterse dentro de nosotros para dominarnos de una manera incluso placentera para nosotros mismos?
 
Sólo un régimen represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen neoliberal, que no oprime la libertad sino que la explota, no se enfrenta a ninguna resistencia. No es represor sino seductor. La dominación se hace completa en el momento en que se presenta como la libertad.
 
¿Por qué, a pesar de la precariedad y la desigualdad crecientes, de los riesgos existenciales, etcétera, el mundo cotidiano en los países occidentales parece tan bonito, hiperdiseñado y optimista?
 
La novela “1984” de George Orwell se ha convertido desde hace poco en un éxito de ventas mundial. Las personas tienen la sensación de que algo no va bien con nuestra zona de confort digital. Pero nuestra sociedad se parece más a “Un mundo feliz” de Aldous Huxley. En “1984” las personas son controladas mediante la amenaza de hacerles daño. En “Un mundo feliz” son controladas mediante la administración de placer. El Estado distribuye una droga llamada “soma” para que todo el mundo se sienta feliz. Ese es nuestro futuro.
 
¿Cómo se combina una sociedad que trata de homogeneizarnos y eliminar las diferencias con la creciente querencia de las personas por ser diferentes de los demás, en cierto modo, únicas?
 
Todo el mundo quiere hoy ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Así, estamos comparándonos todo el rato con los otros. Precisamente es esta comparación la que nos hace a todos iguales. O sea: la obligación de ser auténticos conduce al infierno de los iguales.
 
¿Necesitamos más silencio? ¿Estar más dispuestos a escuchar al otro?
 
Necesitamos que se acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro. Hoy percibimos el mundo a través de las informaciones. Así se pierde la vivencia presencial. Nos desconectamos del mundo de forma creciente. Vamos perdiendo el mundo. El mundo es algo más que información. La pantalla es una pobre representación del mundo. Giramos en círculo alrededor de nosotros mismos. El “smartphone” contribuye decisivamente a esta pobre percepción de mundo. Un síntoma fundamental de la depresión es la ausencia de mundo.
 
La depresión es uno de los más alarmantes problemas de salud contemporáneos. ¿Cómo opera esa ausencia de mundo?
 
En la depresión perdemos la relación con el mundo, con el otro. Nos hundimos en un ego difuso. Pienso que la digitalización, y con ella el “smartphone”, nos convierten en depresivos. Hay historias de odontólogos que cuentan que sus pacientes se aferran a su teléfono cuando el tratamiento es doloroso. ¿Por qué lo hacen? Gracias al móvil soy consciente de mí mismo. El móvil me ayuda a tener la certeza de que vivo, de que existo. De esa forma nos aferramos al móvil en situaciones críticas como el tratamiento dental. Yo recuerdo que cuando era niño me aferraba a la mano de mi madre en el dentista. Hoy la madre no le dará la mano al niño sino que le dará el móvil para que se agarre a él. El sostén no viene de los otros sino de uno mismo. Eso nos enferma. Tenemos que recuperar al otro.
 
Ha dicho que “la supervivencia se convertirá en un absoluto, como si viviéramos en un estado de guerra permanente”, una definición que parece haberse perfeccionado en la pandemia. ¿Cree que el cansancio de la sociedad se profundizó en este tiempo?
 
La sociedad de supervivencia ha gastado todo el buen sentido para apreciar lo bueno de la vida. El positivismo hiperexacerbado ha hecho insostenible la incertidumbre. El exceso de información signó la desesperanza de cuarentenas eternas y reconversión de un status quo que se retroalimentó (y aún lo hace) con la aparición de nuevas cepas. Pareciera que nos aferramos a este presente flojo de sentido. No dejamos partir al Covid. Nos aferramos al virus como si nos hubiera aportado un propósito.
 
En este sentido, ¿supone que hay un juego alternado de ilusiones y desilusiones?
 
El Covid nos llenó de vacíos nuevos, aunque con preocupaciones alarmantes a las que este hombre contemporáneo se sube sin análisis, en parte arrastrado por la abulia creada por el hiperconsumismo y la hipertransparencia. Nos han impuesto monitoreos vigilantes, cuarentenas más acordes al juicio de la política que a argumentos de salud. Hitos que implicaron compromiso a las libertades como no vemos desde la Segunda Guerra Mundial. Se ha dinamitado cualquier esbozo de disfrute en pos de la salud, aunque en esa paradoja, todo lo anterior presupone una artillería debilitante a su constructor. El telón de fondo deja entrever una destrucción del tejido humano en pos del surgimiento de un miedo masivo que polariza el concepto de supervivencia, sometiéndolo a las realidades del mercado.
 
¿A eso se refiere cuando sostiene que la muerte no es democrática?
 
El Covid se convirtió en una luz negra que desnuda lo que a simple vista no se ve, pero alguien puso allí. La vulnerabilidad humana no es igualitaria o inclusiva. La mortandad depende del estatus social. La muerte nunca ha sido equitativa. La pandemia no ha cambiado las cosas, solo ha puesto sobre la mesa las inequidades sociales que revelan por qué unos enferman más que otros, algunos se mueren sin atención adecuada u otros aún no han recibido sus vacunas. Cientos de estudios científicos se han encargado de destacar cómo los afroamericanos casi que duplican los guarismos de mortalidad, gravedad o enfermedad frente a las poblaciones blancas de los Estados Unidos. Esto parece ser una novedad para las masas, pero es una realidad que conocemos. No nos sorprende, solo nos lo reconfirma. Los que tuvieron que trabajar a pesar de todo fueron, precisamente, aquellos habitantes de barrios suburbanos que no podían dejar sus puestos porque pertenecen a un grupo indocumentado o desplazado en la legalidad laboral.
 
¿Lo que creemos real pierde fronteras bajo la intangible virtualidad?
 
Aún somos acumuladores, pero ahora de bits. Los objetos son pilares que nos brindan seguridad. Pero estos tiempos están enturbiados por la información y todos sus matices. Ya no se trata de aquello que sugiere el presentador de noticias o el titular del periódico. El lado oscuro de la información se introduce, incluso a través de las cosas, pero para convertirlas en no objetos. Por ejemplo, el teléfono celular ya no es una cosa. Es el canal propio en el que cada uno de nosotros recibe su propio bombardeo de informaciones que aletean como colibríes frente a nuestros sentidos, cohibiendo la capacidad de análisis. Este caudal de información es lo opuesto a cualquier objeto que puede sostener la tranquilidad humana. Nos invade de excitación constante. Nos convierte en adictos a recibir más, cada vez más nuevo, más inmediato. Los sucesos pasan al pasado más rápido que el tiempo. La hiperinconexión dinamitó nuestras dinámicas. El teletrabajo es muestra de ello. La arquitectura del día fue arrasada. Nuestros rituales perdieron estructuras. La pandemia ha acelerado este nuevo esquema donde la pérdida de forma zambulle a las personas en un mar líquido en el que los náufragos se debaten con la depresión.
 
¿Cómo ha cambiado la cultura en la era global?
 
Diferentes tiempos y continuidades coexisten en la hipercultura en un universo de mosaico. Los vínculos han emergido múltiples y lábiles. La superficialidad de la amistad es la base de la hiperculturalidad. Su misma carencia de reglas permite un impacto generalizado. Crea un máximo de solidaridad con un mínimo de interrelación. Tanto positivismo agota. No hay polarización de amigo versus enemigo, de adentro versus afuera, o de lo personal versus lo extraño, de lo real versus lo virtual. Las redes sociales parecen ser el escenario de la cultura contemporánea. En ese hiperespacio intentan evitar mensajes negativos de cualquier tipo al proporcionar solo ventanas estrechas para la interacción.
 
Cuando habla del hiperespacio, ¿se refiere sólo al mundo digital o la hipercultura también es evidente en otros lugares?
 
El hiperespacio es un híbrido donde todo se entrecruza. Allí se han eliminado los parámetros culturales y geográficos. Es un ámbito con ausencia de distancia, lo que quita posibilidad de perspectiva. La hiperculturalidad es diferente de la multiculturalidad. Es superadora. Como diría el filósofo francés Jean Baudrillard, emerge un escenario más real que el real, la hiperrealidad. Las redes sociales no son un espacio de libertad; es uno que permite un control total. Ofrece a los usuarios una sensación de libertad más ligada al voyeurista que al actor. Contrariamente a lo que estábamos acostumbrados, el control se logra mediante la interconexión. Los reclusos confinados dejan paso a los usuarios que se creen libres.
 
Ha dicho que la amistad es una nueva manera de emprendedurismo, ¿a qué se refiere?
 
Una reciente campaña de Burger King presentó el programa Whopper Sacrifice. Se invitó a las personas a eliminar diez amigos de Facebook para hacerse de una hamburguesa gratis. Fue un éxito porque lo que llamamos amistad en las redes es tan poco valioso como un atado de carne de comida rápida. Los individuos son microemprendedores que evalúan sus acciones a partir del rédito que pueden obtener. Incluso la amistad debe ser rentable. Las redes sociales no son un espacio amistoso, desde una visión económica son ámbitos de explotación.
 
¿Qué tipo de intercambio producen estas amistades?
 
Los amigos son los clientes de esta era, por lo que ganar nuevos es ampliar la cartera. El incremento de seguidores fortalece la sensación narcisista del yo. Internet es un espacio autorreferencial donde se trata de circular el ser uno mismo. Más de lo que ya busqué, más de lo que quiero leer, más gente que piensa como yo. No existe el desafío del otro. El espacio virtual es un infierno de monotonía.
 
Usted se doctoró con una tesis sobre Heidegger, que exploró las formas más abstractas de pensamiento y cuyos textos son muy oscuros para el profano. Sin embargo, usted consigue aplicar ese pensamiento abstracto a asuntos que cualquiera puede experimentar. ¿Debe la filosofía ocuparse más del mundo en el que vive la mayor parte de la población?
 
Michel Foucault define la filosofía como una especie de periodismo radical y se consideraba a sí mismo periodista. Los filósofos deberían ocuparse sin rodeos del hoy, de la actualidad. En eso sigo a Foucault. Yo intento interpretar el hoy en pensamientos. Estos pensamientos son precisamente los que nos hacen libres.